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QUÉ ES EL DERECHO
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norm as que así lo disponen, com o p recep tú an tam bién
que el vendedor p u ed a p ed irm e el pago del precio
siem pre que él y yo hayam os convenido realizar ese
cam bio de u n objeto p o r u n a sum a de dinero. Si, p o r
el contrario, pedim os cien pesetas p restad as a u n am i
go, es evidente que no podem os exigir que nos las dé,
porque no hay una n orm a análoga a las an terio res que
establezca sem ejan te deber.
La existencia de una n o rm a es, p o r tan to , lo q u e da
soporte ju ríd ico a los hechos an tes citados y, en ge
neral, a todos aquellos que nos ponen en co n tacto con
el Derecho. Sin em bargo, e sta conclusión, aun siendo
cierta, no es suficiente. P o r volver al ejem plo antes
citado del p réstam o pedido a u n amigo y que éste nos
niega, es m uy posible que en tal caso nos sintam os
defraudados an te su actitu d p o r en ten d er que el amigo
en cuestión estaba «obligado» a ate n d e r n u e stra de
m anda. D irem os entonces que d ad a la am istad que nos
unía era su deber hacernos el favor solicitado o que,
p o r q u erer esa can tid ad de dinero p a ra u n a necesidad
urgente y se r p ara él u n a can tid ad irriso ria, debía «mo
ralm ente» ayudarnos en n u estro apuro. T am bién aquí
pensam os que existe u n a n o rm a que nos p erm itía pe
d ir esa can tid ad y esp erar que nos la dieran, regla
que ha sido infringida p o r quien creíam os se r n u estro
am igo o perso n a de excelentes sentim ientos y alm a ca
ritativa. P ero claram ente se adv ierte que esas reglas son
d istin tas de las exam inadas antes. No direm os que son
jurídicas, sino de o tra clase: de corrección social, de
c ará cter ético. No b asta, p o r tan to , con decir que el
Derecho se caracteriza p o r e s ta r com puesto de norm as
de conducta, sino que es p reciso d istin g u ir esas reglas
(norm as jurídicas) de o tras m uy ab u n d an tes y m uy
variadas que desde m uy diversos aspectos y con d istin ta
intensidad rigen n u estra m an era de obrar.
A p rim era vista, tal distinción no parece difícil. Las
reclam aciones basadas en n o rm as ju ríd icas son aquellas
en que podem os p ed ir la ayuda de u n a au to rid ad o
de un trib u n al p a ra satisfacerlas. Las norm as ju ríd icas
se nos p resen tan com o obligatorias, precisam en te p o r
que puede exigirse su aplicación coactiva a través de
órganos establecidos p a ra ello y que tienen los m edios
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p a r a hacerlas cum plir. Las o tras clases de no rm as care
cen de sem ejante respaldo. P o r m ucho que n u estro
amigo esté obligado m oralm ente o en aras de la am is
ta d a p restarn o s el dinero que le pedíam os, no pode
mos, si se niega, acu d ir a ninguna au to rid ad n i a n in
gún trib u n al p ara exigírselo, p o rq u e falta la n o rm a ju
rídica correspondiente. Pero si nos p re sta el dinero y
nos com prom etem os a devolverlo en u n mes, pasado
este plazo, él p o d rá reclam ar ante u n trib u n al la sum a
que nos dio y ese trib u n al nos condenará a pagarla,
porque hay u na n o rm a ju ríd ica que exige devolver lo
p restad o en el plazo y fo rm a convenidos.
A utoridades y trib u n ales existen y actú an p o rq u e
la com unidad en que vivimos es u n a com unidad o rg a
nizada políticam en te y rev estid a de u n poder, u n a de
cuyas m anifestaciones son esas au to rid ad es y trib u n a
les; es decir, p o rq u e vivimos en u n «Estado». Con esto
introducim os o tra idea básica p a ra la com prensión de
lo que es el D erecho. Las n o rm as ju ríd icas son tales,
no p orque gocen de ninguna cualidad in trín seca y es
pecial que les dé ese carácter, sino sim plem ente p o r
que son respaldad as en su cum plim iento p o r el p o d er
coercitivo del E stado, y el m ism o E stado ha de d e te r
m in ar qué norm as han de gozar de esa protección, es
decir qué norm as son jurídicas. D erecho, en un Estado
moderno, es^ p o r tan to , el co n ju n to de n o rm as de con
ducta obligatorias establecidas o auto rizad as p o r el E s
tado m ism o y respaldadas p o r su p o d e r. O bsérvese que
hablam os sólo del Derecho en u n Estado moderno. Es
el caso m ás sim ple, m ás fam iliar y m ás im p o rtan te p a ra
todos nosotros. Pero, com o se d irá m ás adelante, el
térm ino D erecho se aplica tam b ién a o tra s situaciones
a las que la noción que se acaba de d a r no se a ju sta
enteram ente. Y aun referid a al E stad o m oderno tal n o
ción requiere algunas aclaraciones.
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Una norm a de conducta, en el sentido que aq u í nos
interesa, es un enunciado que establece la form a en que
h a de o rd en arse u n a relación social d eterm in ad a, es
decir, u na relación en tre dos o m ás personas. E sto se
logra fijando la conducta que h an de o b serv ar en tre
sí esas p erso n as den tro de la relación contem plada.
Pero si querem os co n cretar algo m ás e sta idea, un
ta n to vaga, la cuestión se com plica considerablem ente,
porque tales norm as p resen tan form as m uy variadas y
nada fáciles de red u cir a u n esquem a único.
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Pero el D erecho no es sólo u n con ju n to de norm as
que p ro h íb en u ordenan. O tro secto r m uy im p o rtan te
de sus norm as tien e u n contenido d istinto: au to rizan
a hacer algo; conceden facultades o poderes a quie
nes se en cu en tran en d eterm inadas circunstancias p ara
que los utilicen, d en tro de ciertos lím ites, a su albe
drío; ponen a disposición de los p articu lares m edios
legales p a ra que realicen fines p ráctico s p o r ellos de
seados.
El D erecho aparece ahora, no con su faz im p era
tiva y sancionadora, sino b ajo un aspecto in stru m en
tal, al servicio de los ciudadanos, com o un co n ju n
to de disposiciones que sirven de cauce, ayuda y lí
m ite al logro de n u estro s deseos, a n u estra libre acti
vidad, al desarrollo de n u estra personalidad. Así, las
leyes establecen cóm o puede ad q u irirse la «propiedad»
de una cosa y reconocen al «propietario» u n haz de
facultades o poderes: de u sar, de p ercib ir los fru to s
y rentas, de disponer. Tal situación de p o d er es lo que
se denom ina técnicam ente «derecho subjetivo», a di
ferencia del D erecho com o co n junto de norm as, o «De
recho objetivo». E sta aplicación de la p alab ra «dere
cho» está tam bién firm em ente arraig ad a en el uso po
pular, en expresiones com o « ten er derecho a h ace r tal
cosa», es decir, te n e r la facu ltad o p o d er legalm ente
reconocido y protegido de o b ra r en form a determ inada.
Los derechos «subjetivos» son, p o r tan to , situaciones
de po d er concreto que la ley am p ara y de las que
podem os u s a r discrecionalm ente p a ra satisfacer n u es
tras necesidades o intereses.
El D erecho «objetivo» no se lim ita a concedem os
facultades o poderes p a ra o b ra r en form a d eterm in ad a,
sino que acen tú a su ca rá c te r in stru m en tal poniendo al
servicio de n u e stra voluntad individual la posibilidad
de m odelar n u estras relaciones ju ríd icas en la fo rm a
que estim em os m ás conveniente. El co n trato y el tes
tam ento son las dos grandes vías p o r las que el De
recho ab re p aso a la «autonom ía privada», es decir,
a esa posibilidad de la v o luntad individual de estab le
cer y configurar relaciones ju ríd icas d en tro de unos
anchos lím ites. C ontrato y testam en to son figuras r e
guladas p o r la ley, pero sum am ente m oldeables, p a ra
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hacer e n tra r en ellas los deseos, los fines p ráctico s e
incluso en ocasiones los caprichos de los p articu lares.
Una vez realizado el co n trato o el testam ento, su con
tenido está am parad o p o r la ley y es de obligado cum
plim iento si reúne todas las condiciones exigidas, pero
el hacerlo y el contenido concreto que le dem os en
cada caso dependen su stan cialm en te de n u e s tra vo
luntad.
Los tipos aludidos de n o rm as no agotan las diferen
tes clases que de ellas pueden encontrarse. Un análisis
m ás detallado p erm itiría tam b ién m atizar considerable
m ente los ejem plos puestos. Se h a in ten tad o no pocas
veces red u cir los d istintos tipos de norm as a u n esque
m a único. Tales in ten to s se h a n traducido en ingenio
sos ejercicios dialécticos cuya u tilid ad no acaba de ver
se clara. E n todo caso, y p a ra la elem ental aproxim a
ción al p roblem a que aquí puede hacerse, b a s ta rá con
reco rd ar que el D erecho se com pone de u n co n ju n to
de norm as de diverso tipo, e n tre las que d estacan p o r
su im portancia las que pueden aju starse al m odelo de
una orden o prohibición resp ald ad a p o r am enazas, y
las que conceden facultades, poderes y derechos sub
jetivos, y facilitan m edios p a ra alcanzar fines prácticos
queridos p o r los particu lares.
4. E l E stado moderno
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dad, y de un p o d er que es originario, es decir, no deri
vado de o tro p o d e r su p erio r.1
El elem ento fun d am en tal del E stado es el poder.
É ste es ejercido en cada caso p o r determ inados hom
bres, individualm ente considerados o en asam blea, cuya
designación y funciones están reguladas según la form a
política concreta de cada com unidad. Pero la com uni
dad como tal (y éste es p ara nosotros u n p u nto im por
tante), se entiende que es una unidad estable e in
dependiente del cam bio de los individuos y de las fo r
m as políticas. Los actos y decisiones de los hom bres
y asam bleas que en ella d eten tan el p o d er son a trib u i
dos p o r el ordenam iento político de cada m om ento a
la com unidad com o entidad ab stracta, es decir, al «Es
tado», que encarna la un id ad y la continuidad de la
com unidad. P or tan to , los cam bios de gobierno o de
form a política no alteran la id entidad del E stado
como tal.
Es fácil observar que en esta concepción en tra n un
conjunto de elem entos un tan to ficticios. El m ism o con
cepto de E stado es una abstracción, y d etrás de cada
uno de sus actos siem pre hay hom bres determ inados
de carne y hueso, con sus intereses y sus pasiones. El
E stado no es un ente real y actu an te, u n a especie de
anim al fabuloso que opera p o r encim a de los sim ples
individuos que lo integran. Pero no es tam poco una
invención a rb itra ria de la que se pueda p rescin d ir en
el exam en de la realidad política y ju ríd ica de una
com unidad. El E stad o es hoy u n a necesidad p a ra ase
g u ra r la continuidad y la perm anencia de la com unidad
política p o r encim a de sus contingencias de gobiernos
y de hom bres, aunque hay que m anejarlo a conciencia
de que es u na abstracció n y teniendo en cuenta las
realidades concretas que tra s él se ocultan.
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S entado esto, podem os e n tra r en el p ro b lem a de
qué querem os decir cuando afirm am os que el E stado
crea el D erecho. Con arreglo a la form a p o lítica que
éste tiene en u n m om ento h istórico, ciertos h om bres
o grupos de hom bres, a trav és de los m ecanism os es
tablecidos en esa form a política, dictan no rm as de con
ducta obligatorias que son a trib u id as al E stad o como
entidad perm anente. E sto hace que la vigencia de esas
norm as sea tam bién p erm an en te, no en el sentido de
que no p u ed an cam biar (cam bian, y a veces con fre
cuencia), sino en el sentido de que la m udanza de
los hom bres que las dictaro n o de la form a política a
cuyo am paro nacieron no supone su desaparición. Tal
cam bio sólo puede te n er lu g ar p o r u n a nueva decisión
de los hom bres que constituyen los órganos habilitados
p ara legislar en cada m om ento. Así conviven en la
m ism a época leyes de m uy diversas fechas y nacidas
en las m ás variadas circunstancias políticas. El Código
Civil español, en su edición definitiva, fue publicado en
1889. Lo p rep araro n diversas com isiones y m in istro s de
esa época, lo discutieron y ap ro b aro n senadores y dipu
tados de aquellos parlam en to s, y lo prom ulgó la Reina
Regente en nom bre del Rey Alfonso X III, a la sazón
m enor de edad. Pero en cuanto todas esas perso n as eran
las que, con arreglo a la fo rm a política entonces exis
tente en E spaña, podían a c tu a r y actu aro n com o órga
nos del E stado, el Código Civil se entiende establecido
p o r el E stado español com o tal y ha seguido vigente
h asta el m om ento actual, salvo algunas m odificaciones,
a p esar de los evidentes cam bios de personas y de fo r
m as políticas que h a su frid o desde entonces n u estro
país.
No sólo el E stado puede cre a r Derecho, sino que
tiene hoy el monopolio de su creación, en el sentido de
que d en tro de sus lím ites no puede existir o tro Dere
cho que el dictado o reconocido p o r él. Téngase en
cuenta, en efecto, que no todo D erecho es establecido
directam ente p o r el Estado. Algunas legislaciones reco
nocen ju n to a la ley, en tendida como la n orm a im
puesta directam en te p o r el E stado, o tras «fuentes del
Derecho» com o la co stu m b re o los principios generales
del Derecho. N orm alm ente se acepta en todos los países
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que ciertas entidades públicas inferiores al E stado,
como los M unicipios, puedan estab lecer n o rm as den tro
de su te rrito rio . Hoy todo país civilizado adm ite, ta m
bién, que en ciertos casos sus trib u n ales apliquen un
D erecho ex tran jero . Pero poca duda puede h ab er de
que el p o d er decisivo corresponde en esta m ateria al
Estado, que fija los casos, condiciones y lím ites en que
esas norm as ju ríd icas pueden ser creadas, reconocidas
y aplicadas.
q EI E stado, adem ás de c re a r el D erecho, lo respalda
con su p o d e A E n cuanto él m ism o es u n a organización
de poder, u na de sus finalidades es g aran tizar el res
peto a las norm as jurídicas, im p o n er la «ley y el o r
den». P ara ello m o n ta órganos especializados en aplicar
el D erecho a los casos concretos (los trib u n ales) y en
im ponerlo coactivam ente a los ciudadanos cuando es
preciso (cuerpos de policía y análogos), asum iendo así
el m onopolio del uso de la fuerza p a ra h acer resp e
ta r el D erecho, salvo excepciones com o el reconocim ien
to del ejercicio privado de la fuerza en defensa propia.
Así el E stado ocupa el lu g ar cen tral del m ecanis
m o ju ríd ico en el in te rio r de su com unidad: crea el
D erecho. lo aplica v lo im p o n e, p o r la fuerza si es p r e
ciso. A parece en su trip le faz de «juez, gendarm e y
legislador». Los reparo s y m atices que pueden o poner
se al reconocim iento de estos hechos no alteran en
sustancia el papel decisivo del E stado en el m undo
actual, que tam bién es evidente y está vivo en la con
ciencia popular.
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este hecho no debe ocultarnos que las n o rm as ju ríd icas
no son m ás que un sector del conglom erado de norm as
que rigen la conducta h u m a n a y que e n tre to d as ellas
existen num erosos puntos de relación, como fácilm ente
se ve al exam inar los usos sociales y las n o rm as m o ra
les y religiosas, p a ra lim itarse a las categorías m ás im
p o rtan tes.
6. U sos SOCIALES
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la legislación se lim ita con frecuencia a elevar al rango
de norm as ju ríd icas usos que se h an d esarrollado en
la práctica. El ta n to p o r ciento del precio que en m u
chos establecim ientos corresponde legalm ente al servi
cio, deriva de la p ro p in a com o uso social, y fue p recisa
m ente uno de los intentos ya olvidados p a ra d e ste rra r
ésta. Tam poco faltan casos co n trario s en que antiguas
instituciones ju ríd icas han p erd id o este c ará cter y h an
quedado reducidas a usos sociales. El duelo fue en su
origen el m edio reconocido p o r el D erecho p a ra ven
tilar ciertos litigios en fo rm a de «juicio de Dios». E n
tre usos sociales y Derecho hay u n p erm an en te tra n s
vase, m ás intenso en u n as épocas que en o tras, pero
siem pre considerable.
A m enudo, los usos sociales son im puestos p o r u n a
presión de la com unidad, y su inobservancia va acom
pañada de sanciones que pueden ser m uy eficaces: ex
pulsión del grupo social en que se vive, reprobación
más o m enos pública y general. E ste tipo de sanciones
es a veces m ás tem ido que el ju ríd ico , h asta el p u n to
de que esos usos en co n tra de la ley, com o el duelo,
eran observados sobre todo p o r la descalificación so
cial que llevaba ap are jad a el no som eterse a ellos y
que se p refería evitar, aun a costa de a rro s tra r las p e
nas de la ley. No faltan quienes no pagan habitu alm en te
las deudas ju ríd icam en te exigibles de sus proveedores,
y están dispuestos a llegar al robo y al suicidio p ara
satisfacer deudas de juego, que no se pueden reclam ar
ante los tribunales, pero que socialm ente son conside
radas com o «deudas de honor» y, p o r ello, de fiel e
ineludible cum plim iento.
^E1 significado de u n D erecho no puede cap tarse en
su plenitud si no se analizan esto s usos sociales. Ope
ran unas veces a su favor, ro b usteciendo su eficacia}
Sirven o tras p a ra m atizar y explicar el m ism o co n ten i
do de las norm as. Suplen en ocasiones sus lagunas, y
actúan con cierta frecuencia en dirección d istin ta y aun
opuesta a las n orm as ju ríd icas. Tienen éstas a su favor
el poderoso respaldo del E stado, p ero al in sertarse en
la realidad social no hay que o lvidar que son u n ele
m ento m ás, im p o rtan te sin duda, pero no único, ni
siem pre decisivo en la determ inación de las conductas
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y actitudes de los individuos que integran u n a com u
nidad.
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esclavitud. Pero en o tras hipótesis esa aceptación co
m ún de unos principios no existe. Piénsese, p o r ejem
plo, en las discusiones relativas a la eu tan asia o al
aborto. En tales circunstancias, el D erecho cum ple u n a
de sus m ás típicas e im p o rtan tes funciones, que consis
te en fija r au to ritariam en te norm as válidas p a ra todos,
sean cuales sean sus personales opiniones. Cada siste
m a jurídico se b asa en una concepción d eterm in ad a de
la m oral, algunos de cuyos estrato s son de general acep
tación y otros chocan con las creencias y criterio s de
grupos m ás o m enos am plios. Puede su rg ir así, en ca
sos extrem os, el trágico conflicto en tre el d eb er m oral,
tal y como algunos lo entienden, y el p recep to jurídico.
Es éste un viejo y siem pre renovado pro b lem a al que
el Derecho no puede d ar solución alguna. Si p o r exi
gencias del d eb er m oral debe violarse el D erecho en
un caso concreto, es algo que cada cual debe decidir
en la intim idad de su conciencia. La sanción ju ríd ica
y el reproche o la satisfacción m o ral actúan en pla
nos distintos y pueden tam bién m overse en cam pos
opuestos.
La concepción liberal del D erecho p ro cu ró red u cir
al m ínim o estos conflictos acen tu an d o su distinción
con la m oral, vaciando en lo posible el Derecho de
contenidos éticos y lim itando éstos a los de m ás ge
neral aceptación. Las consideraciones éticas quedaban
así encastilladas en el in te rio r de la conciencia indi
vidual y al abrigo del p o d er coercitivo del E stado. No
han faltado ni faltan en cam bio opiniones que defien
den como m isión del D erecho p recisam ente el difu n d ir
e im poner m odelos éticos de conducta. El D erecho se
convierte así en un in stru m en to ed u cad o r de los ciu
dadanos, y asp ira a m odelar su p ersonalidad sobre idea
les determ inados. E n realidad, el D erecho cum ple siem
p re esa función, puesto que el im p o n er unas conductas
determ inadas en nom bre de la com unidad es una fo r
m a de educar. Lo que varía es la fo rm a y la intensidad
con que se persigue ese fin, que en la concepción liberal
surge en cierto m odo p o r reflejo y no a consecuencia
de u na política deliberada, y en los p artid ario s de una
visión «ética» del D erecho es, p o r el contrario, una fun
ción prim ordial e intencionada. La diferencia de opi-
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niones en este como en o tro s aspectos no es m ás que
la consecuencia de concepciones diversas sobre el hom
bre, la sociedad y el E stado. E n la actualidad, las con
cepciones «éticas» del D erecho dom inan so b re todo,
como es fácilm ente explicable, en los países socialistas.
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erecciones, como, p o r ejem plo, en la sociedad feudal
de la E dad M edia europea, o se contem pla la situación
de las com unidades «prim itivas», en que las circuns
tancias sociales son radicalm ente d istin tas a las que
hoy nos son fam iliares. E n tales casos surgen u n con
junto de problem as: ¿Es correcto u sa r el térm ino «De
recho» p a ra desig n ar las no rm as de conducta obliga
torias en que falta como p u n to decisivo de referencia
la actuación del E stado? ¿Existe u n a distinción y, en
caso afirm ativo, de qué m an era puede trazarse ésta, en
tre norm as ju ríd icas y las o tra s norm as de conducta,
usos sociales, reglas m orales y religiosas? Como ejem
plo de las dificultades que provoca el analizar el signi
ficado del térm in o «Derecho» en un contexto distinto
del ám bito de un E stado m oderno, b a sta rá h acer al
gunas alusiones a dos de los casos que se acaban de
m encionar: el D erecho intern acio n al y el de las com u
nidades prim itivas.
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es raro que u n E stado esté d isp u esto a ello en las cues
tiones que afecten v italm ente a sus intereses.
En esas circunstancias, no h an faltado opiniones con
trarias a reconocer que exista u n verdadero Derecho
internacional; y si p o r D erecho entendem os sólo las
norm as im puestas y resp ald ad as p o r el E stad o , tales
opiniones serían incontrovertibles. Pero no h ay razón
suficiente p ara sem ejante lim itación. E n el ám b ito de
las relaciones internacionales encontram os u n co n ju n
to de n orm as de conducta que se co n sid eran como
obligatorias p a ra los E stad o s y que se distinguen de
las reglas de cortesía o comitas gentium, así com o de las
norm as m orales, que tam b ién rigen o deben re g ir esas
relaciones. La distinción se en cu en tra firm em en te asen
tada en la p ráctica de los E stados. A quellas no rm as
son analizadas e invocadas p o r los au to res que se ocu
pan de esta m ateria y p o r los trib u n ales in tern acio n a
les, con m étodos sem ejantes a los que se u san p ara
estu d iar las norm as ju ríd icas d en tro de un E stado, y
p o r personas que tienen la m ism a form ación, m en ta
lidad y oficio, es decir, p o r ju rista s. Todos estos datos
son lo suficientem ente im p o rtan tes com o p a ra ju stifi
c a r que se califique de ju ríd icas a esas n o rm as, y de
D erecho a su conjunto.
Las analogías no deben hacernos olvidar, sin em b ar
go, las apreciables diferencias que existen en tre el sig
nificado del térm ino «Derecho» referido a los D erechos
estatales y cuando se aplica al D erecho internacional.
La falta de un p o d er suprem o hace que la eficacia de
las norm as ju ríd icas internacionales sea n orm alm ente
m uy in ferio r a la que es h ab itu al en el seno de u n Es
tado m oderno. Las consecuencias de su violación ap a
recen m ás difum inadas, y las posibilidades de que que
den sin sanción son m ucho m ayores. El recu rso a la
fuerza sigue siendo la ultim a ratio en las relaciones in
ternacionales y nadie ni n ad a puede aseg u rar que la
m ayor fuerza y, p o r consiguiente, el triu n fo estará n
del lado de la Ju sticia y el Derecho. Aun sin n eg ar los
progresos que se h an hecho en el espinoso cam ino de
d a r una eficacia a las n o rm as internacionales, lo cierto
es que la confianza en éstas es aún m uy m oderada. No
es posible olvidar que la ONU, hoy p rin cip al instrum en-
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to de esos progresos, fue precedida en tan noble em
peño p o r o tra organización, la Sociedad de las N acio
nes, cuya existencia term inó en un trem endo fracaso.
Un conjunto de sangrientos conflictos ha b ro tad o en
diversos lugares de la tie rra d u ran te los últim os años.
Tam poco el tem ido espectro de u n a gu erra general está
to talm ente conjurado. E n tales circunstancias se expli
ca que el escepticism o sobre el Derecho internacional
esté b astan te extendido. Pero, precisam ente, el calificar
de Derecho las norm as de conducta que se consideran
obligatorias en tre los E stados supone la esperanza de
que en un fu tu ro será posible organizar la sociedad in
ternacional, confiriendo a su Derecho la m ism a fuerza
que tienen los D erechos internos, p ara conseguir la
«paz perpetua» y la cooperación perm an en te e n tre los
pueblos.
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analiza el Derecho internacional, ni su m en talid ad está
adecuada a las exquisitas distinciones y al exam en r a
cional de los problem as que caracteriza la a c titu d inte
lectual del hom b re «civilizado». La consecuencia es que
ante el co n ju n to de no rm as de conducta que rigen en
una com unidad prim itiva no es fácil sep arar las diversas
categorías que se distinguen en las o tras sociedades.
H asta hace algunos años e ra opinión d om inante en
tre los estudiosos que en tales sociedades no existía
una distinción en tre las diferentes clases de n o rm as de
conducta. Todas ellas fo rm ab an un conglom erado con
fuso de «usos de la tribu», en que se m ezclaban lo que
para n osotros serían norm as ju ríd icas con las norm as
m orales, los usos sociales, las prácticas m ágicas y reli
giosas e incluso las sim ples reglas de a rte o experien
cia. Pero los investigadores actuales han llegado, en ge
neral, a u na conclusión diferente. Aunque, p o r supues
to, en form a m enos clara de la que a n osotros nos es
habitual, tam bién en las com unidades prim itiv as existe
una cierta distinción en tre diversos grupos de norm as.
Algunas de éstas, p o r considerarse obligatorias, p o r de
riv ar sobre todo de razones prácticas de la vida social
y no de creencias m ágicas o religiosas, y p o r e s ta r am
paradas p o r unos m ecanism os sociales de coacción, au n
que sean rudim en tario s, pueden se r calificadas de «ju
rídicas». C iertam ente, esta categoría p resen ta, no pocas
veces, u n contorno incierto y h a b rá situaciones en que
no será fácil decidir si nos encontram os o no an te una
norm a ju ríd ica. E n esos casos lím ites es evidente que
sólo cabe h a b la r de un uso convencional de la p alab ra
«Derecho», que es p erfectam en te lícito, p ero cuyo signi
ficado en tal contexto no debe confundirse con el que
tiene cuando se aplica a situaciones m ás claras y defi
nidas, com o son el D erecho en u n E stado m oderno e
incluso el m ism o D erecho internacional.
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neral del Derecho, o sea, al q u erer d ecir qué es el De
recho en todas las épocas y todas las situaciones posi
bles. Los intentos p ara e n co n trar ese concepto general,
para d escu b rir la «esencia» del Derecho, o p a ra en ce rra r
en una breve fó rm u la su «definición», h an sido y son
muy num erosos, dem asiado quizá, p ara que p u edan es
tim arse convincentes. Pero n o existe un en te m etafísico
que se esconda d etrá s de la p alab ra «Derecho» y cuya
naturaleza hayam os de desvelar. Con el térm ino «Dere
cho» designam os u n conjunto de fenóm enos sociales
entre los que existen unos elem entos com unes: el tra
tarse de norm as de conducta obligatorias en u n a co
m unidad y respaldad as p o r un m ecanism o de coacción
socialm ente organizado. E n m uchos casos, y p a ra no
sotros los m ás im po rtan tes, no es difícil d eterm in a r qué
norm as son ju ríd icas y cuáles no lo son, p o rq u e existe
una técnica y unos m étodos de análisis refinados du
ran te siglos que nos facilitan esa ta re a y p o rq u e esa
organización coactiva se m anifiesta en form a m uy cla
ra, a través de trib u n ales y otros m edios visiblem ente
diferenciados. E n o tras circunstancias h istó ricas y cul
turales la decisión sobre qué n o rm as han de calificarse
de jurídicas es m ás p roblem ática y la zona que las se
p ara de o tras norm as de conducta, especialm ente los
usos sociales, resu lta vaga e im precisa.
/O b sé rv e se que lo característico del D erecho no es
sim plem ente el reconocim iento de unas no rm as como
obligatorias, sino el ir acom pañadas de la posibilidad
de im ponerlas p o r la f u e r z a jE n lo que n u estro saber
alcanza, puede afirm arse qiíe con m ayor o m en o r in
tensidad, con unas u o tras características, un m ecanis
mo de coacción social de este tip o ha existido y existe
en todas las sociedades de las que tenem os noticia
cierta. No pocas veces b ro ta la nostalgia p o r u n a «edad
de oro» que h ab ría conocido la hum anidad en los ini
cios de su h isto ria y en que la coacción n o fuese ne
cesaria, porque el hom bre, n atu ralm en te bueno, no es
taba aún «corrom pido» p o r la civilización y vivía es
pontáneam ente en paz y frate rn id ad con sus sem ejan
tes. Con m ás frecuencia, en la actualidad se encuentra,
en algunos sectores del pensam iento político y social, la
esperanza de que en un fu tu ro m ás o m enos rem oto
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desaparezca la necesidad y aun la p o sibilidad de tal
coacción y con ella el D erecho, al m enos en el sentido
que hoy dam os a esa p alab ra. Pero sin e n tra r en valo
r a r tales opiniones, lo cierto es que en n u estro horizon
te histórico esas situaciones aparecen m uy lejan as en
el pasado o en el porvenir. La espada sigue siendo sím
bolo de justicia. E l p ro b lem a no está en p rescin d ir de
la fuerza, sino en saber p a ra qué va a servir. Pero con
esto ya entram o s en o tro círculo de cuestiones.
SUGERENCIAS DE LECTURA
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