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DIALÉCTICA DE LA ILUSTRACIÓN

La teoría crítica frankfurtiana destaca la hiperracionalidad de lo real. Lo real cercado por


la razón instrumental, no hay fisuras que permitan el asomo de un discurso humanista
irracional, independiente de cualquier ciencia exacta; un discurso orientado por el saber
ontológico, por el mundo de la vida. La escuela de Frankfurt busca las condiciones de
posibilidad de lo dado, de lo existente, pretende trascender la superficialidad para ofrecer,
desde una óptica más profunda, los aspectos olvidados o supuestos de la realidad, esto es,
desvelar, tirar de la manta que cubre lo inmediatamente dado; mostrar lo real al completo.
Se da una transformación en la concepción de la tríada sujeto-objeto-realidad heredada
de la modernidad. Toda teoría ya está previamente impregnada de praxis, no consiste en
un ingenuo contemplar, mirar, dejarse cautivar en un estar estático (no es un quedarse con
la boca abierta, una pura admiración). El acto teórico conlleva una serie de supuestos que
deben ser sometidos a crítica, y es en esta crítica donde subyace la crítica de la razón.

La escuela de Frankfurt ha analizado extensamente los procesos de racionalización que


tuvieron sus inicios en la Ilustración y que han culminado en la época moderna. La
racionalización como disposición con vistas al dominio tanto de la naturaleza como del
hombre fue el reclamo principal de una época que creía haber desterrado el miedo a lo
desconocido, a todas las fuerzas que acechaban al hombre desde tiempos inmemoriales y
que lo mantenían sometido al capricho de la naturaleza y de los entresijos del mundo
circundante. Con la Ilustración el mito es abandonado por la seguridad del cálculo, de la
fórmula, de la unificación del conocimiento bajo el baluarte de la razón. Max Horkheimer
y Theodor Adorno sostuvieron esta tesis, ampliamente reconocida en su famosa
Dialéctica de la Ilustración.

La razón tuvo un papel reconciliador en un primer momento; se pretendía liberar al


hombre, lograr su emancipación de cualquier forma de mito y así reafirmar su autonomía.
Exaltar la propia subjetividad, el cobijo de la razón, desafiar a la naturaleza con el
propósito de someterla; todo ello para hacerse con la soberanía de todo lo existente. Todo
es cuantificable, reducible a fórmulas y números, nada escapa de la racionalidad del
hombre; el miedo desaparece y su ausencia no tardará en suplirla el afán de libertad, es
decir, el “liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores” (Max Horkheimer y
Theodor Adorno, Dialéctica de la ilustración).
El hombre moderno ha desterrado al hombre mágico pero no por su superioridad racional
sino por la marcada diferencia en el ‘saber de’, es decir, en esa capacidad desatada que es
la razón y que permite al hombre servirse de la naturaleza a su antojo, abusando de ella,
sobreexplotándola. El hombre mágico, de una forma opuesta, también pretende dominar
la naturaleza pero no sin ofrecerle algo a cambio a esta; el hombre mágico está a
disposición de la naturaleza atiende a lo que ella le reclama para poder convivir con ella.
“La magia, como la ciencia, está orientada a fines, pero los persigue mediante la mimesis,
no aumentando la distancia entre ella y el objeto.” (Dialéctica Ilustración, p.26). Lo
mágico se desarrolla en un diálogo entre iguales con la naturaleza, el instrumento del
chamán es la igualdad. El pensamiento ilustrado no cede ante la naturaleza e impone un
modo de ser pragmático, regido por la praxis.

El desarrollo del sujeto va acompañado de una matematización del pensamiento lo cual


implica que el mundo se vuelve diáfano, se desbanca al mito como relato epistémicamente
legítimo, el cual creaba un espacio de confort y seguridad frente a cualquier amenaza; es
el desencantamiento del mundo para someterlo a su dominio. La razón es instrumental;
es disposición, lo existente al servicio del hombre, y ahí radica precisamente la
enfermedad de la razón, tal y como sostiene Horkheimer en La razón instrumental: “La
enfermedad de la razón tiene sus raíces en su origen, el afán del hombre de dominar la
naturaleza”. Precisamente la Ilustración pasa a convertirse en temor mítico hecho radical,
y es el positivismo una de sus máximas expresiones ya que él representa el tabú que
acompaña al mito de la razón; nada puede existir fuera del exterior, no hay predicado que
se salga de la homogeneización que imponen los procesos de racionalización, la
cosificación predomina, el espíritu muere, y con él, el humanismo.

La sospecha de la razón desoculta la fuerza aniquiladora del ser humano, esto es, la ya
mencionada razón instrumental; el hombre despliega sus garras.

La ilustración recae en la mitología gracias al mito de la razón. La razón como


instrumento universal es capaz de penetrar en todo, el mundo queda objetivado, no hay
cabida para la subjetivación. El sujeto trascendental kantiano es eliminado y sustituido
por el trabajo; la división del trabajo, la especialización (los mecanismos del aparato
económico son perpetuados gracias al nuevo paradigma instaurado por la ilustración),
todo esto confecciona la “jaula de hierro” weberiana creada por el hombre para su propia
autodestrucción.
SIGLO XVIII-XIX

La división del trabajo, la plusvalía, el trabajo enajenado, son las condiciones bajo las
cuales el hombre queda reducido a cosa, a un mero engranaje que conforma la gran
maquinaria capitalista. El fordismo, el “laisser faire laisser passer”, ilustran la minuciosa
maquinaria que ha sido gracias a este proceso de racionalización exacerbado; el hombre
cosificado, dominado por su herramienta de dominación. A pesar de esta visión
pesimista, existe un atisbo de esperanza en el que la filosofía sea capaz de ver en la auto
aniquilamiento del hombre una manera de negación, de oposición a o dado. “La negación
juega en la filosofía un papel decisivo. La negación tiene dos filos: es negación de las
pretensiones absolutas de la ideología dominante y negación asimismo de las
pretensiones más insolentes de la realidad.” (Max Horkheimer, La razón instrumental,
p.184).

Ulises, que encarna la figura del Yo ilustrado, ha logrado el dominio de tres esferas hasta
entonces dominadas por lo mítico pero ahora “liberadas” por la razón instrumental: el
dominio de las fuerzas míticas (la naturaleza), el dominio sobre los hombres y el dominio
sobre uno mismo (derivando en los mecanismos represores propios del inconsciente;
causa del malestar en la cultura).

Frente a esta postura pesimista en torno a la razón (u otras posmodernas que proclaman
la muerte de esta), Habermas confía en la posibilidad de reconstruir la razón. En su Teoría
de la acción comunicativa analiza los presupuestos que hay en la praxis comunicativa de
carácter ideal; esto implica que si no se establecen unos fundamentos trascendentales
(pragmática universal) en la comunicación, esto es, verdad, objetivida; no hay manera
posible de comunicación. “Pretensión transubjetiva de validez que para cualquier
observador o destinatario tenga el mismo significado que para el sujeto agente.”
(Habermas, Teoría de acción comunicativa, p.26). Habermas confía en la posibilidad de
una reconstrucción del edificio racional que la Dialéctica de la ilustración considera
agrietado.
Con la revolución científica desapareció la contemplación. El curso ordinario de la
naturaleza fue progresivamente reemplazado por las condiciones artificiales del
experimento. El hombre interfirió y se adueñó de su entorno. Aquellos poderes ocultos y
amenazadores de la naturaleza fueron sometidos por el cálculo, el número y la ley. Poco
a poco, el hombre impuso su ley [guiño al papel que juega la razón práctica kantiana en
Fichte]. La naturaleza no era más que medio e instrumento al servicio del hombre.

Newton es el signo del cambio de paradigma surgido en los siglos XVII-XVIII. En este
texto, se muestra como la naturaleza pasa a estar al servicio del hombre. Se ejemplifica
este nuevo modelo aparecido con modo de estudio de los colores. La ciencia moderna ha
superado su estadio precedente; esto es, el paradigma escolástico-aristotélico de los siglos
anteriores. Esta superación supone el abandono de aquellas explicaciones que apelan al
aspecto cualitativo de las cosas. Por el contrario, la nueva perspectiva científica pretendió
reducir todo ente a mera cantidad. Sendos modos de enfocar el estudio de un mismo hecho
pone de manifiesto que se trataban de ontologías divergentes. Mientras que, por un lado,
según Goethe el color puede reducirse lo que es –en sí- cualitativamente, la ciencia
moderna consideraba dicho enfoque erróneo; las cosas son en sí aquello que podemos
reducir a cantidad.

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