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Resumen:

S. Morgan, Edmund. La invención del pueblo, el surgimiento de la soberanía popular en Inglaterra y


Estados Unidos. Traducido por Julio Sierra. Argentina: Siglo XXI, 2006.

Introducción:

1. El Derecho divino de los reyes (Teo-morfismo)

Efectivamente igual que Dios, era el dador de leyes, pero, también como Dios, actuaba de
acuerdo a las leyes que el dictaba. Como Dios, era omnipresente, pues en sí mismo él constituía
el ‘cuerpo político’ sobre el que reinaba. Pero como el hijo que Dios envió para salvar a la
humanidad, él era hombre a la vez que Dios; tenía un ‘cuerpo natural’ ya la vez que un cuerpo
político, y ambos eran inseparables como las personas de la Trinidad (Morgan, 2006: 17).

La pregunta de Morgan es ¿cómo es posible sostener estas ficciones? que son necesarias
para sostener la autoridad. Lo importante es cómo aquellas ficciones se sostenían sobre
aquel hombre y cómo también eran aprovechadas por las mayorías para mantenerlo en su
lugar.
Jacobo I de Inglaterra ante las amenazas del papa en Roma vio que su discurso se veía
amenazado. Por esto mismo, como dice Morgan “El derecho divino de los reyes se convirtió
en una declaración de independencia”, ya que sostener aquella ficción y radicalizarla era la
única vía de enfrentar a otro punto de vista, como aquel que valoraba al papa como el
vicario de Dios. Jacobo seguía sosteniendo con fuerza ante Roma, el parlamento y los
comunes que su autoridad era dada por Dios.
La Cámara de los comunes era la cámara de los representantes de los gobernados ante el
Rey.
Las reglas del juego, si podemos llamarlas así, eran simples: la primera era que el
lugarteniente de Dios no podía equivocarse, la segunda era que todos los demás (incluyendo
a cualquiera que ocupara una banca en el Parlamento) eran simplemente súbditos. El
sometimiento aceptado a una autoridad intachable parecía dejar poco margen para la
maniobra política. Pero la divinidad, cuando es asumida por mortales (o le es impuesta)
puede resultar más opresora que la sumisión. Efectivamente, la atribución de la divinidad
al rey probablemente siempre haya estado motivada, en cierta medida, por el deseo de
constreñirlo a acciones dignas de un dios. En la década de 1960 los Comunes lo exaltaron a
una altura tal que le impedía moverse sin riesgo de fracturar su divinidad, y desde el
sometimiento a él elaborar maniobras para dirigir su gobierno (Morgan, 2006: 21).

Para Morgan, hay que tener en claro que estamos tratando con ficciones, es decir, que el
rey y los comunes no eran lo que fingían ser (Morgan, 2006: 21). El rey y los comunes
aparecían siendo algo que no eran y ellos eran conscientes de aquello porque lo fingían.
Daban a entender algo que en no era cierto. Podríamos preguntarle a Morgan ¿hasta que
punto este fingir era realmente consciente? Y esto es de suma importancia para una tesis
que más que ficciones, que se saben como verdaderas o falsas, sostiene más bien mitos. La
ficción tiene las características de ser prestarse para aquellos engaños, pero el mito no se
puede diferenciar entre verdadero y falso, el mito, y esto es lo realmente importante y
diferenciado de la ficción, es siempre una representación que se tiene como verdadera, un
relato que configura nuestra manera de actuar y conocer el mundo, es un filtro o un prisma
por el cual se proyecta la realidad y se le da sentido. La ficción por el contrario son muñecos
y sombras que por medio de artilugios engañan y están hechos para engañar.
El mito no está necesariamente relatado para engañar, sino para contar lo que realmente
acaeció. En ejemplo anecdótico es Octavio Augusto, que al comienzo de su poderío como
cónsul comenzó a utilizar los mitos romanos para sostener la ficción de su divinidad, pero
es muy posible que sus sucesores o él mismo comenzara a ver aquello ya no como una
ficción sino, como un mito. Puede, y es posible que en parte muchos mitos hayan
comenzado siendo ficciones, pero luego, tal como el movimiento que relata Nietzsche sobre
las monedas que creamos y sabemos que son creadas, nos olvidamos de que las hemos
creado y se vuelven monedas gastadas, verdades absolutas, relatos incuestionables. Mitos
de nuestra conciencia, modos de ver al mundo. Pero quizás no hay que ser tan categórico y
rechazar la ficción y su convivencia del mito, sino de intentar diferenciar sus características
y cómo es que pueden funcionar juntas. Una tesis aventurada podría sostener que el mito
o la mitificación es un proceso histórico y epocal, en el que se sientan las bases de las
estructuras metafísicas y políticas de una época, mientras que el mito entra a jugar dentro
de esa estructura utilizándola a su favor, pero no siempre teniendo consciencia de que es
solamente eso, un mito.
Morgan se refiere a los Comunes como aquellos que representaban y que en ese
representar se encuentran implicaciones que se les imponían a los Comunes por ese
atributo, es decir, si se llega a ganar algo por representar, también se llega a perder otras
cosas.
La representación es en sí misma una ficción, y al igual que otras ficciones, podía restringir
las acciones de aquellos que adhieren a ella. Porque afirmaban representar a todos los
súbditos, los caballeros que ocupaban las bancas de Westminster tenían que actuar no
simplemente para los de su clase, sino para todos los demás (Morgan, 2006: 23).

La Cámara de los Comunes supo aprovechar esta ficción a lo largo del tiempo, aislando más
y más al rey en su divinidad y dejar fuera de ella a quienes estorbaban en los asuntos de los
Comunes. Morgan da 4 ejemplos de aquello, donde varios personajes cercanos al Rey
fueron alejados de él gracias a que los Comunes encontraran y acusaran a aquellas figuras
de intentar subirse al corazón del rey, es decir, de compartir su divinidad. Aquel juego de
aislar al Rey de sus favoritos y el juego cada vez más intenso de la cámara logro que los
comunes se convirtieran en aquello que estaban eliminando, en aquellos que al fin y al cabo
determinaban la divinidad a su favor. Esto último fue lo que para Morgan causo el derrumbe
de la ficción:
Las ficciones del derecho divino y del sometimiento de los súbditos habían sido forzadas
demasiado, no solo por parte del rey, sino también por parte de los Comunes mismos. En
sus esfuerzos iniciales de poner a los otros súbditos en su lugar, los Comunes mismos habían
comenzado a elevarse a una altura que no correspondía a un súbdito. En su propia
insistencia de que la autoridad del rey era inalienable y no podía ser compartida, habían
descubierto una manera de compartir ellos mismos (Morgan, 2006: 37).

La destrucción de aquella ficción dio paso a otra, la de que todos los hombres habíamos
sido creados iguales, y la legitimidad y la autoridad ahora descansarían en el pueblo. El
terreno se estaba formando, y aquello es lo que Morgan verá en su capítulo segundo.

2. El enigma de la representación

Esta ficción en la que vivimos, contiene una contradicción que es explicable de manera
histórica, y es de cómo existen los gobernados y a la vez gobernantes que son al mismo
tiempo súbditos. Al final cómo se explica que la elite gobernante y los gobernados se
intercambien entre sí en esta ficción, o que haya identidad entre ellos.
Los Comunes eran aquellos que podían ingresar a representar y aquello era favorable para
los dos bandos del partido. Representaban al lugar geográfico y al mismo tiempo servían
para legitimar ciertas acciones del rey.
La representación comenzó como una obligación impuesta desde arriba, y con el paso de
los años, especialmente en el siglo XVI, el rey o la reina ampliaron la obligación asignando
representantes a nuevos municipios, no porque los residentes lo exigieran, sino más bien
porque caballeros rurales con poderosas relaciones persuadieron al monarca para que
concediera el voto a municipios donde podían estar seguros de controlar las elecciones
(Morgan, 2006: 43).

Había varios requisitos para poder representar, entre ellos están:


(i) Que el Rey asi lo quisiese, es decir, era elegida desde arriba la representación.
Nadia de abajo la pedía.
(ii) Un filtro económico

Aquello se fue modificando cuando al institucionalizase la representación comenzó a ser


necesaria. Puesto que si bien, como mero accidente, puede ser que en un comienzo sólo
tenía como intención a la gentry (proto-burgueses o terratenientes con influencia local)
escalar en el parlamento (Morgan, 2006: 44), con el tiempo se fue volviendo indispensable
esa representación local.
El paso importante para esta ficción según Morgan es que se sostuviera se la necesitaba
percibir como local, es decir, no se podía estirar al representante más allá de su influencia
local. Cosa distinta fue que esos representantes se hicieran ver como súbditos cualquieras
de un gobierno, donde ahora además representaban los intereses de su nación, por ser
parte de ella, aquello instalaba una percepción de igualdad entre iguales. Una igualdad de
súbditos no representantes con representantes.
Tan pronto como los representantes empezaron a hacer leyes y políticas para una sociedad
más amplia que aquella a la que sus comunidades pertenecían, no dejaron de ser súbditos,
pero si dejaron de ser meros súbditos (Morgan, 2006: 48).

Fue necesario en este caso representar a todo el país al estar en la posición de dictar leyes
más grandes. Se necesitaba representar a la nación para tales políticas que no eran locales,
sino nacionales. Aquello destaca la perdida de autoridad de la ficción del Rey, quien
comenzó a perder aquella característica cuando grupos de representantes escalaban a su
puesto. El gobierno ahora estaba influenciado más y más por aquellos súbditos especiales.
Para Morgan, este proceso más que histórico es una paradoja porque
El poder mismo que se requería que una comunidad otorgara a si representante abría el
camino para que ese representante se elevara por encima de la comunidad. El rey requería
que la comunidad local le otorgara plenos poderes (plena potestas) para actuar en nombre
de ella de manera tal que sus habitantes no pudieran repudiar sus acciones si no les gustaba.
Además, las personas seleccionadas por una comunidad para que la representaran en el
Parlamento pertenecían desde un principio al grupo de los que podían conseguir el
asentimiento de esa comunidad en virtud de su propio poder y prestigio (Morgan, 2006:
49).

Comenzó a haber una línea frágil entre representante de un pueblo y su autoridad, cosa
que el rey no pudo evitar al necesitar de ellos. Fueron los representantes quienes en 1640
reclamaron la autoridad del pueblo, aquello fue el paso de una legitimidad a otra, de la
“monárquica” a la “democrática”.
La dialéctica de la representación: el gobierno representativo necesita que haya elementos
opuestos, unos que ascienden y otros que caen al mismo tiempo que otros ascienden.
Quizás no sería exagerado decir que esos representantes inventaron la soberanía del pueblo
a fin de reclamar para sí, justificar su propia resistencia, no la resistencia de sus electores de
manera individual o colectiva, frente a un rey antes soberano. La soberanía del pueblo fue
un instrumento por el cual los representantes se elevaron ellos mismos a la distancia
máxima por encima del grupo de personas que lo habían elegido. Fue en nombre del pueblo
que se convirtieron en todopoderosos en el gobierno, liberándose lo más posible del
aspecto local y del carácter de súbditos que los habían convertido en representantes de un
particular número de personas (Morgan, 2006: 51).

3. La invención del pueblo soberano


En el contexto de la guerra civil, la autoridad que se estaba gestando necesitaba de nuevas
ficciones para poder justificarse, ya no servían las anteriores. Los cambios no eran radicales,
sino que eran parte de un proceso de cambio de énfasis minucioso, o, mejor dicho, lento,
donde se usaban o rescataban discursos antiguos (ej.: Romanos XIII) para cambiar
levemente el sentido a las cosas, luego más adelante aquello acabaría por ser más evidente
de por sí. Por ejemplo, si antes el gobierno del rey se tenia como algo evidente, más
adelante la democracia sin lugar a dudas se tendría como evidente, para su contexto épocal
es tan obvio como dos dedos en la frente para darse cuenta de que es evidente como forma
de gobierno. Pero lo evidente siempre depende del universo contextual, conceptual y
metafísico. Morgan dice respecto a los primeros cambios que:
Aunque el cambio del discurso común era poco usual, las revoluciones del pensamiento
frecuentemente toman la forma de cambios en el énfasis, no negando las viejas idea, sino
dándoles un nuevo uso. La vieja ideología del derecho divino no había excluido en general
al pueblo de un papel nominal en la creación de los reyes. Una vaga suerte de
consentimiento o elección popular en un pasado distante, renovado cada tanto en la
ceremonia de la coronación, estaba por lo menos implícita (Morgan, 2006: 59).

El rescate del pasado y la apropiación de este fue la táctica que se utilizó. El Parlamento
contra Carlos I no necesitaba crear de la nada una base popular sino irse apropiando del
pasado del relato identitario de la nación y darle un enfoque diferente. Cada gesto, cada
uso de una frase, cada obra usada para aquello servía. Si antes las obras que recalcaban la
autoridad del rey dejaban a la sombra aquellas que resalaban el papel del pueblo, ahora
pues la cosa iba de un lado a otra. El material está allí, solo hay que darle el uso apropiado
y estratégico. Se necesitaba hacer más explicito el supuesto del pueblo como origen y
definición del gobierno (Morgan, 2006: 59).

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