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Placer
Ella nos mira. A los dos. Nos sonríe. Nos sonríe como si
estuviera ebria. Y lo está. Lo está de placer. Nunca ha sentido eso.
Nunca antes había imaginado que sensaciones así, se pudieran sentir.
Me mira con ternura. Su mirada después enfoca a Nilo. Le mira con
agradecimiento. Quisiera pagarle. Pagarle olvidándose de los 250
euros que nos ha costado ese orgasmo. Patricia me mira de nuevo.
Nuestras miradas se hablan. Ambos pretendemos lo mismo. Ambos
sentimos igual. Ambos acariciamos la misma posibilidad. Pero ambos
sabemos que con el orgasmo en su fin, el encanto se rompe. Ambos
sabemos que desde ese instante seremos otras personas. Nilo también
lo intuye.
De nada me sirve ser impaciente. Las cosas llevan su curso y por más
que me arrebate, no aceleraré los acontecimientos. (Mis reflexiones).
Si, soy amante de la música. Trabajo en mi casa y me gusta la
tranquilidad. Ese es el motivo por el cual decidí instalar hilo musical en
la vivienda. Dispongo de una amplia colección de música en todos sus
géneros. Es una forma de no sentirme tan sólo mientras trabajo y, en
realidad, me centro mejor mientras bailo números de un lugar a otro.
Y ahora os contaré, si es que puedo, como cambió mi vida…y la
de mi mujer.
Anne Marie. Si, así se llama la francesa con la que estoy casado
desde hace unos años. ¿Cómo la conocí?, su padre fue el artífice. Mi
suegro dirigía un par de garitos en Badajoz. Garitos en los que se
comerciaba con sexo. Unos problemas con Hacienda, unos números
no declarados y…allí estaba yo. Soy el “limpiador” de basuras y estafas.
Soy contable.
Y como no os quiero aburrir con detalles que nos perderían por
senderos peligrosos, os diré que una vez solventados los problemas
con Hacienda, mi suegro falleció, heredando sus dos garitos, Anne
Marie. Y ahí vino el problema. Siendo yo conocedor de los
inconvenientes que podían surgir con las cifras, entre ambos, Anne
Marie y yo, decidimos casarnos, vender los garitos y venirnos a vivir a
la capital. Y dejé de ser un excelente contable para convertirme en un
adicto al sexo. Os contaré, ya sin más dilación, mi corta trayectoria
hasta llegar a ser un auténtico “vicioso”.
Anne Marie tiene en la actualidad 29 años. Es morena, menuda
de cuerpo y de estatura media. Es todo un portento de vitalidad.
Interesada en todos los temas, pasa a destacar por su curiosidad,
inteligencia…y sobre todo, por su físico. Nuestra relación funcionaba
bien, de eso no hay duda, aunque he de reconocer que es muy liberal
y eso nos había causado algún que otro problema menor, solventado
siempre sin recelos. Su forma de comportarse con la gente, yo diría
que excesivamente cariñosa, su ligereza al vestir y sus habituales
gustos por el lujo…no han contribuido precisamente a que nuestra
relación, en sus inicios, fuera un remanso de tranquilidad. Pero la
quiero. Y es por ello que soportaba con estoicidad todos sus devaneos.
Aquél día, día en el que me iban a instalar el sistema de hilo
musical en mi vivienda, Anne Marie no quiso soportar la presencia, que
se presumía larga, de los instaladores de “Notas y Sonidos” en nuestra
residencia. Decidió, con muy buen criterio, quitarse de en medio. Un
poco de piscina por la mañana, y unas compras por la tarde, serían
todas sus tareas para ese día…hasta llegar la noche.
La piscina transcurrió con cierta normalidad. Fue, cómo no,
objeto de lascivas miradas de todos los hombres con los que se
cruzaba. Si, eso le agrada. Lo ha manifestado una y otra vez, por lo
tanto, no debe sorprenderme que, en alguna ocasión, salga a la calle
medio desnuda, enseñando más de lo permisible. Aquella mañana,
Anne Marie, enseñaba lo normal en una piscina. Si exceptuamos el
tanga (o hilo como se conoce esa prenda en otros lugares), su cuerpo,
pechos incluidos, aparecía desnudo a la vista de todos los ojos. ¡Cómo
han cambiado las piscinas!, antes no se podía mostrar más allá de lo
permitido y ahora, incluso hay zonas reservadas para el nudismo
integral.
Podríamos decir que no ocurrió nada relevante, pero mentiría.
Anne Marie, como dije antes, es muy curiosa…y, si se me permite,
descarada. Y su descaro la llevó, independientemente de pasar revista
a toda persona, hombre o mujer, presentes en la piscina, a encararse
con un hombre maduro que, mientras tomaba el sol, se enfrascaba con
sumo interés en la lectura de un periódico. Parecía refugiarse tanto de
las miradas de la gente, como de los comentarios que hacían al pasar
junto a él. Extrañada por este hecho, Anne Marie redobló su interés. Tal
fue su insistencia y su descaro que, para no variar, el hombre se dio
cuenta que estaba siendo objeto de las miradas insistentes de mi
mujer. En un par de ocasiones, levantó la vista del periódico y la miró.
Ambos se sonrieron. Si bien el hombre no parecía tener interés alguno
en esa joven descarada, no es menos cierto que le llamó
poderosísimamente la atención la desvergüenza de Anne Marie. Y su
cuerpo, ¿Por qué no?. Sus pechos firmes, sus nalgas pronunciadas y
sus piernas perfectamente moldeadas en sus formas…no podían pasar
desapercibas para el insensato que devoraba aquél panfleto lleno de
política, sucesos, deportes y…anuncios de sexo.
Anne Marie es impulsiva, a veces retorcida en extremo y, como
dije antes, excesivamente curiosa. Y eso la llevó a jugar a los detectives
con aquél hombre. Este, como no podía ser de otra forma, no tardó en
observar que Anne Marie no sólo le miraba, si no que le seguía por las
instalaciones del complejo deportivo. Y claro, cuando una mujer,
cuando una pequeña Venus se descara de esa forma, o bien busca
algo o bien ofrece algo.
Intrigado, y presumiblemente aburrido, se dispuso a marcharse
de la piscina. Emprendió el camino de los vestuarios mientras Anne
Marie le observaba desde lejos. Rápidamente, ella tomó el mismo
destino por distínto camino. Apresuradamente, Anne Marie se despojó
del tanga y se enfundó un vestido blanco translúcido. ¿Ropa interior?,
¡Para qué!. No, no es de esas mujeres que, sobre todo en verano, usen
ropa interior.
Salía del vestuario femenino cuando vio que aquél extraño
abandonaba el complejo veraniego. Como una gacela, a punto de ser
atrapada por una leona hambrienta, salió disparada tras él. La suerte
estaba echada. Ese rostro era conocido. Y tenía que averiguar quien
era. Aunque para ello pareciera una buscona.
Ya en la calle, se detuvo inquieta al ver al hombre parado en la
acera. ¿Qué estaría esperando?. Cuando el taxi se acercó lentamente, el
hombre elevó su brazo en clara señal para que se detuviera. Anne
Marie, como antes dije, es inteligente. Se abalanzó hacia el taxi a la vez
que el hombre. Ambos se quedaron parados. Sus miradas se
encontraron, pero el hombre ganó el asalto.
-Necesito el taxi, si no, te lo cedería. ¿Te puedo llevar a algún lugar?.
-¿En qué dirección vas?- Preguntó ella.
-Hacia el Parque de las Avenidas. Si vas de camino…
-¡Claro!, yo voy a la Avenida de América…voy de compras.
-En ese caso, sube. Te acerco a la Avenida de América y luego continúo
hasta el Parque de las Avenidas. No me desviaré mucho.
-¡Cielo, he llegado!
Iván se acercó a su mujer y la besó en la mejilla. Luego se fijó
en mí. Con prisas, como si le resultara molesta mi presencia, me
inspeccionó de arriba a abajo.
-¿Quién es?. Preguntó a su mujer a la vez que me miraba.
-Es Marina. Es una amiga que tú no conoces. Nunca te he hablado de
ella. Hoy nos hemos encontrado por casualidad en una cafetería. Hacía
años que no teníamos noticias una de otra. Me he permitido invitarla
para que os conozcáis. ¿Sabes?, vive cerca de aquí.
-Encantado, Marina. Siendo amiga de Paula, puede considerarse amiga
mía-Dijo en tono cortés a la vez que estrechaba mi fina mano-, aunque
nunca, que yo recuerde, me ha hablado de usted. Y es imperdonable,
su belleza no me debería haber sido vetada, Paula. Terminó
dirigiéndose a su mujer.
Me quedé paralizada frente a ese hombre que amablemente
me había tendido la mano. ¿Cáncer?, ¿Poco tiempo de vida?, era
impropio que ese ser de ojos negros, con ese cuerpo estilizado y con
ese aire de señor culto, abandonara la vida en poco tiempo. Su aspecto
agradable era innegable. Tez morena, pelo negro, con esas canas que
adornaban su cabeza, y una sonrisa sincera, abierta, brillante.
-Acompañaré a Marina a nuestra habitación. Se probará la ropa que se
ha comprado. Tiene una boda en breve. En unos minutos estaremos
contigo Iván. ¿Nos preparas algo para tomar?. Para mí café, por favor y
Marina…-Hizo una pausa esperando mi respuesta.
-¡Oh…si, café por favor!
-En unos minutos estarán listos. Dijo él.
-¿Nos los acercas a la habitación, querido?.
-¡No faltaba más!. Respondió él.
¿Probarme la ropa que me había comprado?. Estaba
desconcertada. En el camino había contado a Paula que había estado
de compras. Que tenía una boda y que estaba muy ilusionada con ese
casamiento de la que era mi mejor amiga. Pero no habíamos hablado
de probarme ropas.
Caminé tras sus pasos. La habitación de ese matrimonio olía
bien. Me preguntaba, mientras observaba la decoración de esa
habitación, cómo había accedido a semejante propuesta. El signo del
Euro se instaló en mis ojos. Era eso, dinero. Sólo dinero.
Paula me avisó de lo que iba a pasar, por lo tanto, nada debía
sorprenderme. El juego comenzaría en su habitación y su marido nos
sorprendería. Esa era la escena. Yo debía actuar como si nada. Dejarme
llevar y colaborar en la medida que estuviera dispuesta.
Ya en su habitación, y sin darme tiempo a reaccionar, Paula se
acercó a mí y besó mis labios a la vez que con sus manos retiraba de
mis hombros los tirantes de mi vestido. Este reaccionó cayendo
ligeramente hasta el comienzo de mis senos. Ella lo bajó más.
Descubrió mis pechos enfundados en el sujetador.
-Esto sobra, querida. Dijo a la vez que desabrochaba la prenda.
Mis pechos se mostraron calientes. La miré mientras los
sopesaba en sus manos. Su cara dibujó un gesto de aprobación. Se
diría que eran de su gusto.
-Paula-Dije titubeando mientras ella acariciaba mis pechos-, tu
marido…
-Ahora vendrá. Nos traerá los cafés, ¿Recuerdas?. No te preocupes.
Sólo déjate hacer. Yo me encargaré de todo. Le ofreceremos una bella
imágen. Dos cuerpos arrogándose el placer. Y tú saldrás de aquí con
500 euros.
-Quiero decir que tú marido…no me tocará ¿Verdad?. Es lo que me
dijiste. No quiero.
-No. El sólo mirará. No temas. Todo saldrá bien. No te pondrá ni una
mano encima. Aunque…, bueno te entiendo. No quiero hacerlo más
difícil para ti.
Ese era el plan propuesto por Paula. Le diría a su marido que
me iba a enseñar unos vestidos y él nos sorprendería en la habitación.
Habíamos quedado que sólo miraría. E incluso me había hablado de
cegar mis ojos si me resultaba más cómodo.
Mi vestido cayó a mis pies. Cuando sus labios se posaron en
mis pezones, yo ya estaba húmeda. Al rato ella fue más incisiva y metió
su mano dentro de mi braga. Allí se dio el placer de notar mi rocío.