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Título de la entrada: Paratexto 1

Autora: Sol Silvestre

Paratexto
Es todo lo que rodea y acompaña el texto. Ya sea lo más visible (tapa, contratapa,
lomo), lo que se advierte al manipular el libro (prólogo, índices, dedicatoria,
epígrafe, apéndice, etc.) e incluso lo que circula más allá del soporte material
(entrevistas al autor, afiches publicitarios, presentaciones, debates académicos,
etc.).

Etimológicamente, la palabra deriva del griego: para significa “junto a “, “al lado
de”. De acuerdo con Genette (1987), este prefijo también designa la proximidad y
la distancia, la similitud y la diferencia, la interioridad y la exterioridad. De ahí
que el autor defina el paratexto como algo que se sitúa a un lado y otro de la
frontera, algo que incluso es la frontera misma, el umbral del texto. En otras
palabras: una zona indecisa entre el adentro y el afuera del libro, sin un límite
riguroso. Aun así los límites están, y por esta razón el paratexto es inestable y
efímero: puede variar de una edición a otra y siempre es susceptible a cambios,
reemplazos y reformulaciones.

Si bien “no es privativo de la materia impresa, es allí donde se manifiesta con todo
su esplendor” (Alvarado, 1994: 4). Esto es así porque el paratexto suele inscribirse
sobre el espacio y el carácter perenne de la escritura: un título, por ejemplo, se
destaca por su ubicación y una tipografía que lo diferencia del cuerpo del texto; el
índice, por ser una lista ordenada cuyos términos refieren a un número de página;
las notas, por ubicarse al pie y estar identificadas por un símbolo. Así, a partir de
un solo vistazo y aun antes de comenzar la lectura, es posible reconocer en la
mayoría de los casos, los distintos elementos paratextuales. Estos, en definitiva,
son los que determinan que un texto se convierta en libro.

Entre las funciones principales del paratexto, destaca la de asistir al lector (opera
como una guía y ofrece la posibilidad de formular las primeras hipótesis sobre el
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contenido del libro). De este modo, se configura como un discurso auxiliar que
coopera en la construcción del sentido: nos permite identificar los componentes de
la situación comunicativa (quién es el emisor, cuáles fueron las circunstancias que
dieron lugar al enunciado, la intención que lo motivó, etc.) y por ello se vuelve una
herramienta eficaz que sirve a los efectos de facilitar e incluso optimizar la tarea
interpretativa.

Elementos paratextuales: clasificación y descripción

Los elementos paratextuales que se ubican dentro de los límites del libro
conforman el peritexto. El formato, la tipografía, el papel utilizado, los títulos e
ilustraciones, el nombre del autor, el sello editorial, la página que recoge datos
legales, el prólogo, los estudios introductorios y críticos, las notas, los epígrafes, la
dedicatoria, los índices, el glosario, el epílogo, el apéndice, la bibliografía integran
este primer grupo.

Los que, por otra parte, se ubican fuera de los límites del libro y no se encuentran
materialmente anexados a él conforman el epitexto. Las presentaciones, las
entrevistas, las gacetillas, los catálogos, los afiches y gigantografías, los debates
académicos, las reseñas, los tráilers (avances publicitarios) de la obra y de la
editorial son algunos ejemplos de los elementos paratextuales que conforman este
segundo grupo.

Fuera de esta primera y gran clasificación, hay muchos modos de sistematizar la


materia paratextual. Si partimos de las cinco preguntas que propone Genette,
podemos agrupar el paratexto del siguiente modo: es autoral o editorial según
quién lo elabore; es icónico o verbal, según cómo sea; es periférico (por ejemplo, la
tapa) o interno (por ejemplo, el índice) según dónde se ubique; es original (si
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coincide con la primera edición), ulterior (si aparece en ediciones posteriores),


tardío (si tiene lugar en una fecha lejana a la primera edición) o póstumo (si sale
después de la muerte del autor) según cuándo se publique; y finalmente es
informativo, interpretativo o apelativo según para qué sea elaborado.

La tapa, la contratapa, la diagramación, la tipografía, la elección del papel son


generalmente paratextos editoriales que persiguen un objetivo comercial: se
ocupan de transformar el libro en mercancía para captar la mayor cantidad posible
de lectores (consumidores). Por ello, tienen un fin apelativo: se trata de convencer
al usuario de que vale la pena adquirir el producto.

La tapa de un libro se caracteriza por consignar tres datos fundamentales: el


nombre del autor, el título de la obra y el sello editorial que lo publica. Puede o no
estar ilustrada. La calidad del soporte también es variable: las tapas pueden ser
rígidas o rústicas, estar encuadernadas y/o presentar sobreportadas que sirven a
los efectos de proteger el objeto-libro y reforzar su promoción.

El título está entre los elementos más externos y también es uno de los que más se
repiten, junto con el nombre del autor. Figura en la tapa, en el lomo, en las páginas
legales, a veces en las cornisas del libro (margen superior de cada hoja), en los
catálogos, etc. Según Genette, puede cumplir las siguientes funciones: identificar la
obra (esta es la única que se cumple siempre), designar su contenido y atraer al
público lector.

En la contratapa se comenta brevemente el texto. Puede ser a través de una síntesis


o de un análisis crítico del contenido. Este elemento paratextual puede estar a
cargo del editor (en este caso, su objetivo suele ser claramente comercial), del autor
o de un tercero que ha leído la obra y la recomienda al público lector.

Las solapas también concentran la función apelativa. En ellas se presenta la


biografía del autor (muchas veces incluye foto), los títulos de otros libros que
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hayan sido publicados en la misma colección, extractos de reseñas, comentarios


elogiosos que hayan circulado por los medios o adelantos de próximas ediciones.

El lomo rara vez se deja en blanco. Es la única cara visible en una biblioteca y por
ello recoge los datos necesarios para la identificación del libro: título de la obra y
nombre del autor. En ocasiones, también aparece el nombre o el logo del sello
editorial.

Entre los paratextos que cumplen una función informativa están la página de
legales que se ubica siempre al inicio y consigna datos referentes a la publicación
(número de ISBN, título original si es traducción, número de edición, formato y
tema del texto, categoría en la que fue inscripto, etc.) y el colofón, que se ubica en
las últimas páginas y funciona como una carta de presentación del imprentero: da
cuenta del lugar donde se imprimieron los ejemplares, la fecha de impresión y el
detalle de la tirada.

El epígrafe es un paratexto de autor que se ubica entre las primeras páginas del
libro. Se trata de una cita verdadera o falsa que puede atribuirse a un autor
imaginario o, incluso, ser anónima. Puede cumplir tres funciones, según Genette:
justificar el título, comentar el texto o establecer un padrinazgo intelectual y
estético.

Esta última función puede cumplirse también en otro paratexto autoral que se
ubica entre las primeras páginas, la dedicatoria, cuando el destinatario es una
persona pública. Sin embargo, generalmente tiene carácter íntimo: la persona a la
que se alude pertenece al entorno del autor. Según Genette, no se trata solo de
dedicarle la obra a alguien en particular sino también de contárselo al lector. En
este sentido, Alvarado entiende que la dedicatoria (como la foto de solapa) es una
especie de ventana por donde se puede espiar la intimidad del escritor.
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El glosario y la bibliografía son listas que se ordenan alfabéticamente y aparecen al


final del libro. En el primer caso se enumeran los términos que puedan resultar
complejos para el lector y se ofrecen sendas definiciones. La función del glosario
es, por ello, didáctica: se trata de facilitar la comprensión del texto. Por su parte, la
bibliografía aparece mayormente en los textos académicos y científicos: reúne las
fuentes citadas (ver referencias bibliográficas) por el autor y, en su conjunto,
delimita el marco teórico utilizado.

El índice persigue un fin organizativo: es una tabla de contenidos que refleja la


estructura lógica del texto. A partir de su lectura, el lector puede tener un paneo
general del contenido y a la vez encontrar con mayor facilidad los apartados que le
resulten de interés. Suele ubicarse en las fronteras del libro: o en las primeras o en
las últimas páginas.

Las notas pueden ser de autor, de editor e (incluso) de traductor. Son advertencias
o comentarios que funcionan como paréntesis extirpados y están fuera de los
límites textuales. Para Genette, pueden responder, disentir, corregir, aprobar,
ampliar, ubicar o cuestionar el texto. Se ubican al pie (en “el suburbio” de la
página) o al final del capítulo o del libro.

El apéndice se sitúa en las últimas páginas. Funciona como un complemento del


texto y puede incluir cuadros, testimonios, mapas, fotografías, facsímiles, etc. Es un
material que podría quitarse sin que por ello se vea afectada la comprensión del
libro. Y debe ir aparte y no en forma de notas a causa de su extensión.

El prólogo y epílogo pueden definirse en espejo. En el primer caso se trata de un


discurso elaborado por el autor (u otra persona en la que él delegue esta tarea) a
través del cual se introduce la obra, por lo que siempre se ubica antes del texto.
Para Genette, el prólogo (llamado también prefacio) cumple dos funciones básicas:
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informativa o argumentativa. O aporta información sobre el libro para facilitar la


interpretación, o intenta captar el interés del lector y retenerlo en la lectura.

Por su parte el epílogo, es un discurso que se ubica al final del texto y, en vez de
introducir, cierra la obra: se trata de una conclusión cuyo fin no es atraer al lector
sino en todo caso persuadirlo de que la lectura ha valido la pena.

Historia y evolución del paratexto

Los distintos elementos paratextuales no aparecieron todos a la vez. Y mucho


menos, evolucionaron al mismo ritmo. Su estudio es un hecho relativamente
reciente y prueba de ello es que la palabra “paratexto” no se incluye aún como
entrada en los diccionarios corrientes. A pesar de esto, en el campo de la
investigación literaria el tema ha suscitado interés y cada vez son más los
investigadores que reflexionan sobre el asunto.

Algunos elementos paratextuales tienen antecedentes remotísimos. Un buen


ejemplo son las notas, que derivan de las glosas medievales, lo que significa que
este paratexto ya existía aun antes de la aparición de la imprenta. Tomemos el caso
concreto de las glosas silences (llamadas así porque se hallaron en el monasterio
Santo Domingo de Silos, en Burgos, España). Se trata de algunos comentarios que
en lengua romance peninsular, el copista hizo al margen del texto latino en un
color diferente, por lo que pueden distinguirse de un solo vistazo. Genette señala
que recién en el siglo XVI este tipo de comentarios comienzan a ser más breves y
en vez de ubicarse en el cuerpo del texto, aparecen al margen y anexados a
segmentos específicos. Para el siglo XVIII, ya comienzan a ubicarse al pie de
página.

La dedicatoria tiene todavía un antecedente más lejano. Ya se usaba en la Roma


Antigua como homenaje al benefactor que facilitaba la difusión de la obra. Los
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escritores por ese entonces dependían de la generosidad de un mecenas (palabra


que remite al primer benefactor de las artes que se haya conocido, Cayo Cilneo
Mecenas, quien viviera durante el imperio de César Augusto y fuera el destinatario
de las Geórgicas que Virgilio escribió en el año 29 a. C). Así, este elemento
paratextual servía como homenaje para el noble que apoyaba al artista y aseguraba
su sustento.

Durante el Renacimiento la relación de mutua conveniencia que implicaba el


mecenazgo se volvió más evidente y de ello dan cuenta las dedicatorias del
momento: si antes el poeta era un demiurgo (una suerte de dios de las palabras)
que inmortalizaba a su mecenas a través de desmedidos panegíricos, durante el
siglo de oro el autor necesita de la protección de un noble que, además de darle
sostén económico, lo defienda de las murmuraciones malintencionadas.

Pero es durante el Barroco, con Cervantes, cuando la dedicatoria evoluciona de


una manera contundente. Si en La Galatea (1585) el autor todavía mantiene los
cánones de este elemento paratextual (loa al mecenas, Colona, y a su familia y pide
su protección para que la obra no sufra frente a los “murmuradores que ninguna
cosa perdonan”) muestra una actitud completamente diferente en Las novelas
ejemplares (1613). En esta ocasión no alaba al Conde de Lemos, quien es el
destinatario de la dedicatoria (“paso en silencio aquí las grandezas y títulos de la
antigua y real casa de Vuestra Excelencia”) y tampoco pide su protección
(“Tampoco suplico a Vuestra Excelencia reciba en su tutela este libro”). Antes bien,
a través del procedimiento de la falsa modestia, Cervantes pone de manifiesto su
confianza en lo que escribe (“Solo suplico que advierta Vuestra Excelencia que le
envío, como quien no dice nada, doce cuentos, que, de no haberse labrado en la
oficina de mi entendimiento, presumieran ponerse al lado de los más pintados”).
Así, tal y como sostiene Martín Morán (2002) en esta dedicatoria se refleja una
nueva concepción autoral, más cercana a la representación social del escritor
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moderno: su compromiso es con las letras y la única garantía contra las


difamaciones, la calidad literaria de la obra.

La evolución del concepto de autor se relaciona directamente con la Historia del


paratexto. Y en ello la aparición de la imprenta tuvo un rol decisivo: al
transformarse el circuito de publicación, el trabajo se especializa y se divide. De
este modo se separan actividades que, hasta entonces, habían estado concentradas
en la misma persona: autor, editor, imprentero y librero comienzan a ser oficios
diferentes y poco a poco esto se refleja en las publicaciones. Así, comienza a
prestarse atención al sello editorial y al nombre del autor. Esto se observa muy
bien en la definición que Covarrubias (1674) recoge en El tesoro de la lengua
castellana: los autores son “los que escriven libros y los intitulan con sus nombres, y libro
sin autor es mal recebido, porque no ay quién dé razón dél ni le defienda”). Del mismo
modo se hacen innovaciones en el terreno de las tapas y los formatos, el tipo de
papel y la caligrafía. Y a medida que nos acercamos al mundo audiovisual, el
paratexto icónico se exprime al máximo. Para que los libros puedan competir en el
mercado de las comunicaciones y el consumo cultural, el diseño de las
publicaciones y la calidad de impresión no dejan de perfeccionarse.

Por su parte, la cultura electrónica incorpora la noción de hipertexto, en el que se


borran todas las fronteras que separan el centro de la periferia (no hay adentro ni
afuera, ni principal ni accesorio). El término refiere a la escritura no secuencial y
bifurcada que aparece, por ejemplo, en las páginas web y permite al lector decidir
qué vínculos seguir y en qué orden abordarlos. Muchos de estos hipertextos
funcionan como elementos paratextuales: tráilers, fan pages, redes sociales a través
de las cuales el lector puede comunicarse, sin intermediarios, con el autor.

Difícil de aprehender y sistematizar, la materia paratextual no admite orden


cronológico: si algunos elementos ya aparecían en publicaciones anteriores a la era
cristiana, otros sin ninguna duda todavía no han surgido. Como sea, el paratexto
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constituye un lugar privilegiado donde rastrear el complejo proceso de escritura, y


cualquier aproximación que dé cuenta de su desarrollo y evolución, aunque sea
parcial e inacabada, coopera en la reconstrucción de la Historia del libro y de la
lectura.

El paratexto en el discurso académico

El paratexto varía en función de los géneros discursivos, por lo que adquiere


distintas características según acompañe, por ejemplo, una obra literaria o
científica. En el primer caso suelen usarse tapas llamativas y títulos sugerentes que
no siempre aportan información sobre el contenido del libro. En los textos
científicos, en cambio, las tapas suelen ser sobrias y rara vez llevan imágenes que
distraigan la atención del lector. Por otra parte, los títulos que comúnmente se
utilizan en el ámbito académico priorizan la función informativa antes que la
estética: se trata de condensar en una frase el contenido del texto no tanto para
captar la atención del lector sino para informarle, de manera concisa y clara, sobre
qué trata el libro.

El diseño también es importante en este tipo de escritos: resulta útil para


jerarquizar información y facilitar, de este modo, el proceso interpretativo.
Subrayados, cursivas, negritas, centralizados y márgenes especiales son algunas de
las cuestiones tipográficas que se ponen al servicio de texto para una mejor
organización. Las citas son un caso concreto en el que la tipografía aporta
información de valor.

Si bien no hay una normativa única y específica para regular estas cuestiones, se
suelen seguir algunas pautas por convención. Por ejemplo, si la reproducción de
las palabras ajenas es literal y su extensión menor a tres líneas, se usan comillas
para distinguir la cita del texto principal:
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A diferencia del texto escrito que suele motivar el aislamiento, los


discursos orales requieren de la integración, del intercambio entre
el relator y el auditorio. En palabras de Walter Ong (1997: 75): “La vista
aísla; el oído une. Mientras la vista sitúa al observador fuera de lo
que está mirando, a distancia, el oído envuelve al oyente”.

Si la cita es más extensa, corresponde reproducirla en párrafo aparte. En este caso


no se usan comillas para distinguir la voz citada pero esta queda en evidencia
porque se disminuye un punto el tamaño de letra y también se reducen el
interlineado y los márgenes:

Tal como lo menciona Jaime Rest (1968: 54), desde un punto de vista
histórico el cuento es la especie narrativa a la vez más antigua y más
moderna:
El relato de anécdotas más o menos unitarias en la trama
y breves en la extensión (referidas a viva voz o por escri-
to) ha sido practicado desde épocas remotas; pero la auto-
nomía del cuento como género artístico que responde a le-
yes de configuración propias es uno de los sucesos más re-
cientes en la teoría poética y en la actividad creadora.

Recién con Edgar Allan Poe, alrededor de 1840, el cuento se consolidó de-
finitivamente como forma literaria avanzada.

La cita literal puede recortarse. Para ello, basta con señalar que se ha elidido un
fragmento colocando en su lugar puntos suspensivos entre paréntesis (…) o entre
corchetes […]. Como no deben hacerse modificaciones respecto a la versión
original, si llegara a haber alguna errata o cuestión por la cual el autor que está
citando quiere tomar distancia del texto referido, puede hacerlo agregando entre
paréntesis la locución latina sic, que significa “así, literalmente”.

También pueden hacerse agregados, si por ejemplo hay que reponer algún
referente que fuera de contexto el lector no puede recuperar. Para señalar que el
añadido no estaba en el original, este debe escribirse entre paréntesis o entre
corchetes. De este modo:
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Se dice en el prólogo de Alicia en el país de las maravillas (edición ani-


versario, Macmillan, 2015: 6)

El seúdonimo [de Lewis Carroll] sin ninguna duda se


impone. Este figura en la Enciclopedia Británica, en lu-
gar de Dodgson. Y desde la página web del Museo de
Oxford (institución donde pasó la mayor parte de su vi-
da) se anuncian sus colecciones de objetos, fotografías
y manuscritos sin mencionar su nombre real.

Por último, si el autor que está citando literalmente quiere resaltar una parte del
discurso ajeno, debe indicar (también entre paréntesis o entre corchetes) que el
destacado es propio.

Si en cambio la reproducción no es literal, la cita debe introducirse con un verbo


“de decir” (sostiene, señala, afirma, etc.) para marcar el inicio del discurso
indirecto. Otra opción es incorporar un marcador o frase adverbial que dé cuenta
de la polifonía (de acuerdo con la que señala X, en palabras de Z, en términos de N,
etc.):
Según Levi-Strauss (1984), la identidad es un fenómeno más simbólico
que real y está compuesto de valoraciones socialmente atribuidas.
No puede, por tanto, reducirse a un momento histórico determinado.

También pueden elaborarse citas mixtas, construyendo oraciones que integren la


voz del que cita con la del que es citado. En este caso, las palabras reproducidas
deben señalarse entre comillas aun cuando queden integradas no ya solo al texto
principal sino incluso a un enunciado que ha sido elaborado por el autor que está
haciendo la referencia:

Lo que Gertrudis Gómez de Avellaneda cuestiona en Sab no es tanto


la esclavitud sobre una raza sino sobre los seres humanos en general.
Porque después de todo, “¿no tienen todos las mismas necesidades,
los mismos defectos? ¿Por qué pues tendrán unos el derecho de escla-
vizar y los otros la obligación de obedecer?”³. Por preguntas como es-
tas el Censor Regio decidió acallar su subversiva voz femenina.
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Nótese que en el ejemplo anterior se hace una llamada después de la cita. Las notas
(al pie o al final del capítulo o del libro) son otro elemento paratextual recurrente
en los textos académicos. Pueden ser notas de contenido (comentarios,
advertencias o aclaraciones que hace el autor y sirven a la vez para legitimarlo
como enunciador competente) o también remisivas, como es el caso de la llamada
que se lee en el ejemplo anterior. Estas últimas son las que remiten a las fuentes
bibliográficas (¿de dónde fue sacada la cita?) o a otras secciones que podrían
resultar de interés (véase capítulo 4, confróntese la traducción con el texto original, etc.).

Para evitar la profusión de notas innecesarias y teniendo en cuenta que el


destinatario de los textos académicos es también alguien especializado en la
materia y/o en el tema, en los últimos años se ha vuelto una práctica corriente que
en el cuerpo del texto se señale, junto al nombre del autor citado, el año de la
primera edición de la obra a la que se está haciendo referencia (esto se ve en todos
los ejemplos anteriores al último). Este sistema se sostiene en la confianza de que el
lector podrá reponer sin inconvenientes la información elidida, si no con sus
saberes previos, al menos cotejando después con la bibliografía.

Como la información que proveen las notas no tiene la misma jerarquía que la que
se desarrolla en el texto principal, el cuerpo de la tipografía que se utiliza es menor
(al menos por dos puntos). En el caso del pie de página, se suele extender una línea
debajo de la cual se enumeran las notas siguiendo una secuencia lógica (1…2…3…
/ a…b…c…/ I…II…III…).

Al abordar un texto académico es importante conocer el significado de las


abreviaturas que suelen aparecer en las notas, pues no suelen figurar en los
diccionarios corrientes. Enumeramos algunas a continuación:

AA.VV.: autores varios


art. cit.: artículo citado.
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Autora: Sol Silvestre

cfr.: Confróntese. (Vale aclarar que en este caso la abreviatura no siempre se usa en
su dimensión polémica, antes bien suele funcionar como sinónimo de véase,
consúltese).
comp.: compilador.
e.g. (del latín, exempli gratia): por ejemplo.
et alt. (del latín, et alteres): y otros.
i.e. (del latín, id est): esto es, es decir.
Ibid. (del latín, Íbidem): en la misma obra.
Id. (del latín, Ídem): en la misma obra y página.
N. de A.: nota de autor.
N. de E.: nota de editor.
N. de T.: nota de traductor.
Op. Cit. (del latín, Opus Citatum): obra citada.
p./pp.: página/ páginas.
s.d. (del latín, sine data): sin datos.
s.f.: sin fecha.
s.l.: sin lugar.
s.r.: sin referencia de edición.
sup. (del latín, supra): véase antes.
v.: Ver.
v.g. (del latín, verbi gratia): por ejemplo.
viz. (del latín, videlicet): esto es, es decir.

Otros elementos paratextuales que destacan en el género académico son los


índices, los esquemas y las redes conceptuales (que sirven para jerarquizar y
organizar el discurso), los prólogos y los epílogos (que persiguen un fin
interpretativo o persuasivo), los apéndices (que son una invitación a profundizar
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sobre el tema tratado) y la bibliografía (que otorga un marco teórico y ofrece la


posibilidad de reconstruir el proceso de investigación).

Las referencias bibliográficas

La bibliografía, que se ubica al final de los textos académicos, se compone por un


listado de referencias bibliográficas, cada una de las cuales aporta los datos
necesarios para identificar las fuentes que han sido consultadas y de este modo
determinar también el marco teórico del trabajo.

Se listan alfabéticamente, por apellido de autor. Y si este se repitiera, sus distintas


obras se ordenan siguiendo las fechas de edición.

Existe más de una normativa para fichar los datos en una referencia bibliográfica.
Entre los más conocidos están los modelos propuestos por MLA (Modern Language
Association of America), APA (American Psychological Association), la Universidad de
Chicago y la de Harvard. Aun así, el modo de citar depende más de las
convenciones que adopte cada comunidad científica y, en ocasiones, cada
institución en particular.

Los distintos modelos contemplan los mismos datos (en el caso de los libros, por
ejemplo: apellido y nombre del autor, obra, volumen y tomo si los tuviera,
editorial, ciudad y año de edición). La variación se da en el orden en que son
consignados estos datos, en la puntuación, la tipografía y los márgenes que se
adoptan. Por ejemplo, los términos de la referencia se pueden separar por comas,
puntos o dos puntos; los títulos de los libros se pueden escribir en cursiva, en
negritas o incluso subrayarse (en épocas anteriores a la era digital, lo usual era
escribirlos en mayúsculas). Lo importante, en todo caso, es mantener el mismo
criterio a lo largo de todo el listado bibliográfico y no saltar de un modelo al otro.
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Autora: Sol Silvestre

Uno de los modos posibles de citar, según los usos y convenciones de nuestra
comunidad académica es el que se ofrece a continuación:

En el caso de que se cite un libro que tiene un único autor:

Apellido, nombre o inicial, año de edición consultada entre paréntesis, título de la


obra en bastardillas, tomo y volumen (si corresponde), ciudad, editorial.

Vouillamoz, N. (2000), Literatura e hipermedia, Buenos Aires, Paidós.

Si se trata de un libro que ha sido traducido y fuera necesario también indicar la


fecha de la primera edición:

Apellido, nombre o inicial, año de edición consultada entre paréntesis, título de la


obra en bastardillas, año de la primera edición entre paréntesis, tomo y volumen (si
corresponde), ciudad, editorial.

Genette, G. (2001), Umbrales, (1987), México, Siglo XXI.

Si el libro tiene tres autores o más:

Hay tres opciones muy usuales:

a) AA.VV., año de edición consultada entre paréntesis, título de la obra en


bastardillas, ciudad, editorial.
AA.VV. (1995), Corrección de estilo. Normas básicas, Buenos Aires, Síntesis.

b) Apellido y nombre del autor que figura en primer lugar + la expresión y otros,
año de edición consultada entre paréntesis, título de la obra en bastardillas, ciudad,
editorial.
Mizraji, M. y otros (1995), Corrección de estilo. Normas básicas, Buenos Aires, Síntesis.
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Autora: Sol Silvestre

c) Apellido y nombre del autor que figura en primer lugar + la expresión et alt., año
de edición consultada entre paréntesis, título de la obra en bastradillas, ciudad,
editorial.
Mizraji, M. et alt. (1995), Corrección de estilo. Normas básicas, Buenos Aires, Síntesis.

Si la obra tiene un compilador:

Apellido y nombre del compilador + la expresión comp. entre paréntesis, año de la


edición consultada también entre paréntesis, título de la obra en bastardillas,
ciudad, editor.
Arnoux, E. (comp.) (2009), Escritura y producción de conocimiento en las carreras de
posgrado, Buenos Aires, Santiago Arcos.

Para citar un artículo o un capítulo específico de un libro:

Apellido, nombre o inicial, año de edición consultada entre paréntesis, título del
artículo o capítulo entre comillas, en: apellido y nombre del comp. (si
corresponde), título de la obra en bastardillas, tomo y volumen (si corresponde),
ciudad, editorial, páginas.

Hauser, A. (1994), “El Manierismo”, en: Historia Social de la literatura y el arte, Tomo
2, Barcelona, Labor, pp. 7-59.

Stern, M. (2004), “Acerca del verbo”, en: García Negroni, M.M. (comp.), El arte de
escribir bien en español, Buenos Aires, Santiago Arcos.
Título de la entrada: Paratexto 17
Autora: Sol Silvestre

Para citar un artículo de una publicación periódica:

Apellido, nombre o inicial, año de publicación entre paréntesis, título del artículo o
capítulo entre comillas, en: título de la publicación periódica en bastardillas,
volumen y/o número, ciudad, editorial o institución que lo publica, páginas.

Saganogo, B. (2000), “Rubén Darío y el Modernismo: la consolidación de una


nueva estética literaria”, en: Revista destiempos, Año 4, N°20, pp. 32-48.

Para citar una publicación de cátedra:

Apellido, nombre o inicial del profesor, número y fecha de la clase entre comillas,
nombre de la materia, nombre del responsable de la desgrabación, lugar en que se
dictó el Teórico, fecha de publicación de la clase desgrabada.

Reale, A., “Teórico N° 3 del 28 de abril de 2015”, Taller de expresión I, CECSo,


Buenos Aires, 2015.

Para citar un artículo publicado en fuentes electrónicas:

Apellido, nombre o inicial del autor o responsable principal del sitio web, Título
del artículo entre comillas, en: dirección web, entre corchetes la expresión
consultado en línea +fecha en que el sitio web fue consultado.

Acereda, A., “El acecho antidariano. Ataques y deformaciones en torno a Rubén


Darío”, en: www.cervantesvirtual.com, [consultado en línea el 12 de marzo de
2014].
Título de la entrada: Paratexto 18
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Recomendaciones generales para elaborar una ficha bibliográfica:

 Revisar cuidadosamente la página de legales y el colofón, donde suelen


encontrarse todos los datos necesarios.

 En caso de que falte algún dato, indicarlo con la abreviatura correspondiente


entre paréntesis: s.d., s.f., s.l, s.r.

 Adoptar una tipografía (cursiva, negritas, subrayado) para los títulos y


mantenerla a lo largo de todo el listado.

 Recordar que en la bibliografía debe señalarse el año del ejemplar consultado (no
así cuando el texto es citado en el cuerpo del trabajo, donde debe constar la fecha
de la primera edición).

 Recordar que los títulos de los capítulos y artículos se entrecomillan (y no los


títulos de los libros). También puede entrecomillarse el nombre de una colección,
pero este debe colocarse después del título del libro para evitar confusiones.

 En lo posible, consignar ciudad de edición y no país. Solo se justifica mencionar


el país cuando el nombre de la ciudad se repite en otras naciones (por ejemplo:
Córdoba).

 Evitar los nombres extranjeros. Si en la página legal figura “London”, debe


escribirse su equivalente en español: Londres.
Título de la entrada: Paratexto 19
Autora: Sol Silvestre

Bibliografía

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en: http://elies.rediris.es/elies24/sere.htm [consultado el 20 de diciembre de
2015].

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