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Reflexiones Marginales
Cuando recordamos el epíteto que le habían puesto a Heidegger y que circulaba, tanto en
Friburgo como en Marburgo, de “El rey secreto del pensamiento”, pensamos en la enorme
seducción que ejercía entre sus jóvenes oyentes. Nada nos impide pensar que, conocedor de
La retórica de Aristóteles, en sus clases hacía un ejercicio de su conocimiento, que la
fuerza de su pensamiento iba aderezada de esas pequeñas pinceladas de dramatización y de
abismo, de preguntas que literalmente “abrían” espacios de luz, y dejaba sumidos en el
asombro a sus escuchas. Es por ello que en el intrincado espacio del quehacer filosófico a él
debemos muchas horas de insomnio, de cavilaciones que irrumpen en medio de la
oscuridad, de problemas que nos aparecen sin solución y que, sin embargo, abren rutas,
caminos. Steiner ha dicho que “[…] tenemos la vívida sensación de que los presocráticos
son hoy posteriores a Martin Heidegger, lo mismo que el Platón del Parménides y el
Sofista, el Aristóteles que medita sobre el ser o el Tomás de Aquino que se ocupa de la
esencia. Hay un Kant heideggeriano, un Schelling y, sobre todo, un Nietzsche y un Husserl
a los que contemplamos según las lecturas que Heidegger hace de ellos. ¿Algún otro
pensador occidental posterior a Hegel ha ejercido, para bien o para mal, un dominio tan
absoluto?”
Quizá lo más asombroso de su producción sea la aventura filosófica que llevó a cabo en esa
lenta pero precisa gestación de la obra de 1927 y que, paradójicamente, tuvo que redactar
en sólo unos cuantos meses presionado por el poder burocrático. El kairós, decían los
griegos. No lo sabremos nunca. Pero lo que sí es que gracias a la intervención de su
maestro Husserl Ser y tiempo apareció en el horizonte filosófico trastornando para siempre
el quehacer asombroso de la filosofía. Desde entonces, se quiera o no, Heidegger confirmó
que es “El rey secreto del pensamiento”, sin duda, un nombre que fue destino.
A esta obra hoy está dedicado nuestro Dossier, preparado minuciosamente por algunos de
nuestros filósofos cercanos a su pensamiento. Asimismo, al lector le ofrecemos una serie de
artículos que nos recuerdan nuestra vocación de marginalidad, pues con ellos queremos
volver a habitar esos espacios que tenía esta revista, y que hoy volvemos a abrir a fin de dar
cuenta de la continuidad de las siempre Reflexiones Marginales.
Alberto Constante
Dossier
Heidegger trajo un rollo adornado con flores, el cual contiene la dedicatoria ‘a E.H.
[Edmund Husserl] en señal de veneración y amistad’, de su obra recién terminada. Este
libro lleva por título Ser y tiempo… (Husserl a Ingarden, 16 de abril de 1926)
I. Introducción
Los descubrimientos que se fueron dando respecto de la obra inédita afectó la publicación
de las “primeras lecciones” ya que resultaron ser más de las que se habían contemplado
inicialmente. La publicación de los primeros cursos de Heidegger en Friburgo inició en
1985 con el volumen 61 Interpretaciones fenomenológicas en torno a Aristóteles.
Introducción a la investigación fenomenológica y concluyeron en 2005 con el volumen 62
Interpretaciones fenomenológicas de tratados escogidos de Aristóteles sobre ontología y
lógica. Entre estos dos volúmenes se hallan otros cinco que abarcan la labor docente de
Heidegger entre 1919 y 1923. Por su parte, las lecciones en Marburgo, es decir de 1923 a
1928, abarcan 10 volúmenes.
A pesar de que estas primeras versiones fueron redactadas en Marburgo, la semilla de lo ahí
tratado provenía de sus inquietudes trabajadas en la docencia de su primera etapa en
Friburgo, como Heidegger mismo señaló posteriormente a Gadamer: “Aunque los años de
Marburgo hayan sido determinantes para la elaboración de Ser y tiempo, la genuina
pregunta por el ser la traje ya de mis varios años de confrontación con Aristóteles en la
primera época en la universidad [de Friburgo]” (Gadamer, 2005/2006, p. 38). De ese modo,
una revisión actualizada de la radicalidad de Ser y tiempo no puede omitir la remisión a
esas primeras lecciones, cuestionando así interpretaciones ya clásicas, incluyendo las del
propio Heidegger. Concretamente me refiero a los señalamientos expresados en “De un
diálogo del habla. Entre un japonés y un inquiridor”, texto que data de 1953 y publicado en
1959 en el libro De camino al habla. El diálogo versa en gran parte sobre el camino hacia
Ser y tiempo. En ese marco Heidegger redacta, con imprecisión, algunos recuerdos ya en
boca del japonés, ya en boca del inquiridor. En ese sentido Heidegger señala un aspecto que
nos servirá de punto de partida para nuestras observaciones aclaratorias. El japonés
recuerda que algunos de sus compatriotas habían llevado cursos con Heidegger en esa
primera etapa de Friburgo y decían que las preguntas de éste “giraban en torno al habla y al
ser”. El diálogo continúa de la siguiente forma:
Tomemos como punto de partida lo que Heidegger señaló acerca de la lectura de la tesis
doctoral de Franz Brentano:
El pollachós legetai del to on aristotélico que Brentano analiza remite efectivamente a los
modos de hablar de lo que es, los cuales son señalados por Aristóteles en su Metafísica en
diversas ocasiones: katà tà schémata tón kategorión, katà dínamis è enérgeia, hos alethés è
pseúdos y katà simbebekós (cf. Aristóteles, Met., IV, 1003 a 32-ss.; VI, 1025 b 32-ss. y IX,
1051 b34-ss.) Todavía en 1914 Heidegger decide tematizar el ser de acuerdo con lo
categorial; sentido que Aristóteles privilegiaba. Sin embargo, la elección del tema de la
tesis de habilitación sobre “La doctrina de las categorías y el significado en Duns Escoto”,
no ocurre de manera directa a partir de la lectura de la citada tesis brentaniana hecha en
1907. La documentación vigente nos da a conocer que Heidegger, después de haber
estudiado dos años teología, se había inscrito en la Facultad de Ciencias y estaba interesado
en cuestiones de lógica y matemática. De hecho la elección de una temática histórica para
la tesis de 1915 será, en el fondo, sugerencia de su maestro neokantiano Heinrich Rickert
en 1914:
Su valiosa sugerencia acerca de entender y evaluar a Duns Escoto con los medios de la
lógica moderna me ha dado valor para retomar nuevamente un intento previo, aunque
completamente inmaduro, sobre su “lógica del lenguaje”. Mientras tanto he aprendido a ver
que aquí en el fondo hay una verdadera doctrina del significado, la cual recibe nuevas luces
a través de la confrontación con la doctrina del significado y las categorías especialmente
del “empirismo trascendental” (Xolocotzi, 2011c, p. 34).
De este modo queda claro que, preguntando por la tematización del ser en sentido
categorial, su tematización en la tesis de habilitación ocurre a través de sus intereses en la
lógica, pero apegado aún a una noción tradicional y dogmática del ser.[7] En este sentido
no podríamos constatar ni la claridad en el acceso ni la guía temática en el preguntar que
Heidegger adjudicará posteriormente a su inicio en el pensar. Sin embargo, es evidente que
hay un ámbito de interés más o menos preciso: la cuestión del ser en sentido categorial,[8]
de la que se desprenderán interrogantes fundamentales que orientarán el camino hacia una
radicalización en la pregunta por el ser.
Estas interrogantes no las encontramos en el trabajo asesorado por Rickert entre 1914 y
1915, sino en un capítulo añadido para la publicación de la tesis en 1916. Como Heidegger
mismo señala en una carta, no se trata de un alejamiento de Rickert, sino de una
problematización de lo trabajado en los capítulos anteriores.[9] En el capítulo añadido,
Heidegger resume tres tareas respecto al problema de lo categorial. La primera, “la
limitación de los diversos ámbitos del objeto en las regiones categorialmente irreducibles
unas a otras”, (Heidegger, 1951, p. 400) sería la tarea fundamental que cumplió la tesis de
habilitación concluida. Sin embargo programáticamente quedan dos tareas pendientes: una,
“la colocación del problema de las categorías en el problema del juicio y del sujeto” (p.
401) y, otra, la interpretación de la historia como“[…] un elemento determinante para el
problema de las categorías” (p. 408). Estas tareas pendientes son quizás las que pudieron
haber abierto camino en el proyecto filosófico del joven Heidegger, ya que no son
anacrónicas sino que se insertan en la confrontación filosófica en la que nuestro autor
estaba inmerso ya en esos años.
La primera tarea, esto es, la colocación del problema de las categorías en el problema del
juicio y del sujeto, debía examinar, de acuerdo con Heidegger, la relación entre las
categorías y el juicio así como la relación entre las categorías y el sujeto. Mediante la tesis
de Brentano quedaba claro para Heidegger que las categorías y el juicio remitían a dos
formas diferentes en las que se mostraba el to on aristotélico: por un lado como
determinación más general de lo que es y por otro como lugar de la verdad, alétheia. La
filosofía post aristotélica habría mantenido esta separación que llegó a Descartes, fue
problematizada por Kant y posteriormente por el mismo Brentano. Así, aunque Aristóteles
había mantenido en el pollachos legetai la diferencia entre el to on desde el ámbito de las
categorías y el to on desde el ámbito de la dynamis y energeia, Kant y Brentano, de modo
radicalmente diferente, integrarán esto último en la dimensión categorial (cf. Heidegger,
1990a, p. 9 y 45).
Será quizás por el predominio de lo categorial en la tematización del to on, que Heidegger
se inserte en la problemática discutiendo el papel de la subjetividad y la historicidad. Así, la
primera tarea que Heidegger propone podría parecernos ajena, pero si la ubicamos en su
contexto es clara. El 10 de julio de 1915 nuestro autor dictó, en el seminario de su maestro
Rickert, la ponencia “Pregunta y juicio”. Precisamente el título de su exposición remite a un
rasgo fundamental del movimiento neokantiano de la escuela de Baden, en donde su
maestro Rickert era una de las figuras centrales.
El paso a la expresión será caracterizada por Heidegger en esas primeras lecciones como
“interpretación” y ésta, de acuerdo a la lección de 1919-1920, no es otra cosa que una
“intensificación del comprender” (Heidegger, 1992, 186). Así, hacer expreso o interpretar
no es ningún elemento que se sobreponga al comprender, sino que construye un
determinado ver hacia, el cual nace de un estar orientado, de una aprehensión. Por ello, ya
en su último curso como Privatdozent en Friburgo, Heidegger indicará que “el ver hacia
surge de un estar orientado en torno a los entes, de un estar ya familiarizado con lo ente”
(Heidegger, 1999a, p. 99) Con esto Heidegger delineará lo que posteriormente será
conocido como el carácter hermenéutico de su fenomenología al señalar en Ser y tiempo
que la interpretación es el desarrollo mismo de la comprensión (cf. Heidegger, 1997, p.
172).
IV. Conclusiones
Como hemos visto, el descubrimiento del ámbito pre-teorético de las tempranas reflexiones
filosóficas que Heidegger plasmará en Ser y tiempo no es azaroso, sino que se entiende a
partir de su programa filosófico de 1916, en donde nuestro autor ya tiene como contra-
partes a Heinrich Rickert, Wilhelm Dilthey y Edmund Husserl.
Así, queda claro que la pregunta por el ser, presente ya de alguna manera en la figura de la
tematización categorial en 1916, se ve transformada por las discusiones contemporáneas en
las que Heidegger interviene de 1916 a 1919. Por ello no se podría sostener sin más, la
aseveración que el mismo Heidegger hace acerca de cómo llegó a la pregunta por el ser, en
la que ubica el surgimiento de dicha pregunta, desde los inicios de su pensar.[11] Como ya
lo hemos delineado, se trata de un camino con atajos y desviaciones que confirman el
intenso trabajo pensante de Heidegger, y quizás de todo filosofar.[12] Sin embargo,
conviene tener en cuenta que la publicación de Ser y tiempo no constituye la estabilidad del
pensar heideggeriano. Lo que ahí se despliega, consiste más bien en una serie de elementos
que Heidegger difícilmente aprehendió. En 1953 así lo redactaba: “Quizás el defecto
fundamental de mi libro Ser y tiempo sea que me haya atrevido a ir demasiado lejos
demasiado temprano” (Heidegger, 2002b, p. 71).
Bibliografía
Primaria
Heidegger, M. (1990a). Aristoteles, Metaphysik IX. Von Wesen und Wirklichkeit der Kraft.
Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann.
Heidegger, M. (2008). ¡Alma Mía! Cartas a su mujer Elfride. Buenos Aires: Manantial.
Secundaria
Herrmann, F.-W. v. (1985). Subjek und Dasein. Interpretationen zu “Sein und Zeit”.
Frankfurt am Main: Klostermann.
Xolocotzi, Á. (2010). Letras privadas y letras públicas: Heidegger como escritor En Casas
Armando, Alberto Constante y Leticia Flores Farfán (coords.), Los (con)fines del arte.
Reflexiones desde el cine, el psicoanálisis y la filosofía. México: UNAM.
Notas:
2 Esto ya ha sido trabajado en: Xolocotzi, 2004; Escudero, 2010; Rodríguez, 1997 y
Berciano, 2001.
4. Por ello F.-W. von Herrmann, editor del primer libro citado, indica lapidariamente en la
“Nota del editor” que “Por todo ello se puede afirmar con todo derecho que el tratado El
concepto de tiempo del año 1924 constituye el texto embrionario de Ser y tiempo”
(Heidegger, 2008, p. 141).
6 Heidegger señaló esto mismo en otros lugares: M. Heidegger, 1999b, p. 95 y 1996a, pp.
11-18.
7 En este punto concuerdo con Vigo en que hablar de Heidegger como de “un pensador de
un solo pensamiento”, esto es, como el pensador de la pregunta por el ser, es sumamente
apresurado. Sin embargo Vigo reconoce que a lo largo del camino heideggeriano podemos
ver que la problemática nuclear fue siempre “de uno u otro modo de carácter ontológico”, a
pesar de ello la problemática no debería ser simplificada de inmediato bajo el título de la
pregunta por el (sentido del) ser. Estoy de acuerdo en que es necesario llevar a cabo
diferenciaciones precisas al respecto puesto que en este escrito Vigo parte de la relación de
Heidegger con la lógica de la validez de Lotze y la continuación de ésta en la filosofía
neokantiana de la escuela de Baden (cf. Vigo, 2008, p. 291-ss.).
9 Qué tan marcada era la propuesta neokantiana en Heidegger en esos años se deja ver en
el hecho de que el capítulo añadido debía “interesar especialmente” a Rickert, tal como
Heidegger se lo hace saber en la carta del 28 de noviembre de 1916 (Heidegger, 2002a, p.
32). Conviene destacar que en esa misma carta Heidegger recuerda su intención de escribir
algo sobre Lask. Como sabemos, este proyecto no se llevó a cabo.
14 Baste recordar lo que Gadamer escribió alguna vez respecto de su apreciación de Ser y
tiempo: “De forma diferente a la común debemos ver a Ser y tiempo como una publicación
montada muy rápidamente, en la cual Heidegger, en contra de sus intenciones más
profundas, nuevamente se amolda a la autoconcepción trascendental de Husserl […] De
cualquier modo, la historia del origen de Ser y tiempo fue una historia de verdadera
improvisación – obviamente sobre la base de una preparación suficiente” (Gadamer, 1986-
87, pp. 13-26). Figal sigue esta misma interpretación (cf. Xolocotzi, 2004, p. 67).
El lenguaje en Ser y tiempo
Tatiana Aguilar-Álvarez Bay
Este trabajo consiste en un repertorio de las cuestiones que abarca el análisis del lenguaje
en Ser y tiempo; se trata de una introducción que reúne pasajes significativos sobre el tema
en este libro. De acuerdo con estos límites, se deja de lado la problematización de aspectos
complejos y controvertidos, y la consiguiente discusión con la crítica que derivaría de este
enfoque.
Introducción
La determinación ontológica del lenguaje se desarrolla en Ser y tiempo al tratar del habla
(Rede), tema incluido en la quinta sección de la primera parte del libro, en el §34, que se
titula: “El Dasein y el habla. El lenguaje”[1]. Sin embargo, esta cuestión se relaciona con
los aspectos centrales de la ontología fundamental y, como propongo en lo que sigue, llega
a constituirse como uno de sus ejes.
La existencia, modo de ser del Dasein, se resuelve siempre de acuerdo con la estructura ser-
en-el-mundo. Existir para el Dasein implica este previo estar referido que hace posibles
todas las referencias. Se puede afirmar entonces que en el caso del Dasein, ser es significar,
en el sentido verbal del término –así como destellar es emitir destellos, significar es dar
lugar al significado. El significar, en tanto que forma de toda significación, no se identifica
con significación alguna, requiere indeterminación. Desde esta perspectiva, el mundo
aparece como conjunto con sentido o significatividad. Esta especie de carácter
reduplicativo del referir –significar es relación de relaciones– hace posible el lenguaje.
Para Heidegger, el terreno del sentido coincide con el carácter global del primer contacto
con el ente, que no se explica primariamente desde el conocimiento sino que se debe a un
saber práctico-vital, existencial, descrito como ver en torno. Los entes están relacionados
entre sí con una conformidad de índole significativa. Por esta conformidad con el
entramado referencial, el ente, en el cuidarse de¸ puede comparecer como algo a la mano.
Además, los entes se descubren en vista de o por mor de del Dasein que justifica la serie de
útiles. Todo esto es ya habla en sentido amplio, un logos en el que los límites de la lógica
se superan. Del mismo modo que el lenguaje es referencia al mundo es también
necesariamente expresión del Dasein como ser-con. La condición comunicativa del
hombre, desde la que se explica el lenguaje como expresión, remite a la referencia
constitutiva a los demás que determina al Dasein.
2. El habla y el lenguaje
A lo largo de todo el análisis del habla heideggeriana hay que tener en cuenta que el
lenguaje es una función. Una función privilegiada por su carácter ontológico que consiste
en establecer contacto con el ente. El habla no puede someterse a una consideración
objetiva, no es algo dado, sino la estructura, el armazón formal, indiscernible de la
constitución misma del Dasein, que hace posible el sentido.
El lenguaje tiene un papel fundamental en la ontología porque, en la medida en que la
cuestión del ser se desarrolla, se hace más patente que éste determina al hombre como
Dasein, en tanto que ente dotado de precomprensión. En última instancia, su pertenencia a
la apertura en la que se muestra el ente, esto es, su relación con el ser, se da por la
mediación del lenguaje entendido como habla.
El análisis del habla en Ser y tiempo va precedido por el del comprender, donde se discute
acerca de la interpretación y la proposición como derivada de ésta. En la medida que el
comprender supone la significatividad, el logos en Ser y tiempo cubre un espectro más
amplio que el que ocupa el análisis del habla (Rede). El habla es, en efecto, uno de los
modos de apertura, pero también el peculiar logos del comprender. Por esto, en el análisis
de los distintos modos de apertura subyace la noción de habla como esquema básico que
posibilita la relación del Dasein con el ente: “El fundamento ontológico existenciario del
lenguaje es el habla. De este fenómeno hemos hecho ya constante uso en la anterior
exégesis del encontrarse, del comprender, de la interpretación y de la proposición, pero
rechazándolo, por decirlo así, del análisis temático” (ST, 179).
Para explicar la posición del habla en relación con los otros modos de apertura nos valemos
de un modelo gráfico: la verticalidad. El habla es lo que en el encontrarse, el comprender y
la explicación hay de erguido. Esto es, lo que hace posible el mínimo de distancia
indispensable para ver. Sin habla, el hombre es incapaz, por así decirlo, de erguirse; esto es,
de captar tácita o explícitamente, la relación como relación. Es decir, no alcanzaría a
configurar el esquema virtual del mundo como todo de relaciones que hace posible la
comparecencia del ente[6]. La verticalidad designa la función mediante la que se articula lo
ya sabido en el comprender y la explicación.
Ahora bien, lo propio del habla, según Heidegger, es articular. Esto es, estructurar un
conjunto; también puede entenderse como un modo de ordenar o unificar. A esta función,
de suyo formal, se añade la nota también formal de lo articulado. El habla, valga la
redundancia, articula el articular, la comprensibilidad misma: “El hombre se manifiesta
como un ente que habla. Esto no significa que le sea peculiar la fonación, sino que este ente
es el modo del descubrir el mundo y del Dasein mismo” (ST, 184).
El lenguaje requiere del habla, pero no viceversa. Por esto, para Heidegger también el
silencio es una forma de habla. El silencio es habla porque también hace explícita la trama
significativa. La idea se pone especialmente de manifiesto en el análisis heiddegeriano de la
voz o llamado de la conciencia, como se verá más adelante. El habla no es sólo expresarse
mediante palabras. Si se deslinda el habla de las palabras se puede dar el salto a su
dimensión funcional y, por ende, no estrictamente lingüística. Se introduce entonces la
clave del análisis, a saber, la anterioridad, en el caso del habla originaria, del oír sobre el
lenguaje hablado.
De esta manera, si el ser con se desprende de la constitución misma del Dasein, el lenguaje
no es la forma de unir a sujetos originalmente aislados, sino la expresión de este ser con. La
común pertenencia a la apertura o espacialidad originaria, por la que el hablar es siempre
hablar sobre algo, resulta ser el fundamento último del lenguaje.
Por tanto, el habla, en su acepción de habla originaria (Rede), no es intermitente pues hasta
el más elemental de nuestros comportamientos supone el comprender que por su curso se
articula: “Como ya se indicó al hacer el análisis de la preposición, tiene que comprenderse
el fenómeno de la comunicación en un amplio sentido ontológico […] En esta
comunicación se constituye la articulación del ‘ser uno con otro’ comprensor. Ella
despliega lo que hay de común en el ‘coencontrarse’ y en la comprensión del ‘ser con’”
(ST, 181). El lenguaje no entabla comunicación, es la expresión de una comunicación
previa en la que se fundamenta. La comunicación es el supuesto sin el cual el lenguaje no
sería un decir, esto es, un hablar sobre, sino pura autorreferencialidad[7].
Como ya se expuso, este decir no ha de entenderse como una operación posterior al tener lo
dicho. No es que primero se comprenda algo y, ya que se “atrapo”, se diga. El decir es
inmediatamente tener lo dicho. Más exactamente, decir no es otra cosa que la
comparecencia misma de lo dicho, respecto a la cual no tiene sentido hablar de sucesión.
En el decir se juega, visto desde este contexto, el ser mismo del ente que no comparece sin
su intervención. El habla, entonces, se entiende como inmediatez en la que el ente se
manifiesta. El lenguaje expresa la exterioridad misma del Dasein, su originario estar
referido a lo que le rodea. Lo expresado en el lenguaje es, precisamente, la copertenencia
entre Dasein y mundo: “Todo hablar ‘sobre…’ y que comunica mediante lo hablado tiene al
par el carácter de ‘expresarse’. Hablando se expresa el Dasein no porque como algo
‘interno’ empiece por estar recluso relativamente a un ‘afuera’, sino porque en cuanto ‘ser
en el mundo’ y comprendiendo es ya ‘afuera’. Lo expresado es justamente el ‘ser afuera’”
(ST, 181).
El lenguaje manifiesta que el Dasein no puede, por así decirlo, emprender la salida porque
está desde siempre fuera debido a que el estado de abierto que constituye a la existencia.
Heidegger somete al lenguaje a una especie de indiferenciación que lo habilita como
estructura de todo comportamiento humano; funciona como forma básica de referencialidad
constitutiva del Dasein. El habla abarca al hombre en su integridad y, por consiguiente,
incluye como una modificación suya la estructura lógico-gramatical que ha imperado en la
consideración del lenguaje. Sin embargo, en contra de lo que la tradición filosófica
pretende, no se identifica con este esquema.
3. Las habladurías
Como parte de su análisis del habla en Heidegger aparece el fenómeno de las habladurías
(das Gerade), este aspecto del lenguaje, entre los desarrollados en Ser y tiempo, ha sido
muy utilizado tanto en la filosofía como en la crítica literaria. La noción de uno (das Man)
es el soporte de las habladurías y, en general, de la forma cotidiana de apertura. Sin
embargo, su función se aclara en momentos posteriores de la analítica, pues sólo a la luz de
la caída y la muerte se justifica su carácter previo. Como la ambigüedad y la avidez de
novedades, las habladurías se explican por el dominio del uno[9]. El uno refiere al ejercicio
cotidiano del Dasein que por su mismo estado de abierto siendo con otros Dasein tiende a
interpretar el esquema de conformidad desde la perspectiva de ese uno que se da junto con
el existir siendo con. El Dasein tiende a comprender el mundo desde la comprensión del
otro, tiende a abrir desde el enfoque público del uno: “El ‘sí mismo’ del Dasein cotidiano es
el ‘uno mismo’, que distinguimos del ‘sí mismo’ propio, es decir, realmente ‘empuñado’.
En cuanto ‘uno mismo’ es el Dasein del caso ‘disipado’ en el uno y tiene primero que
encontrarse”(ST, 146)[10].
Así, las habladurías son la forma del lenguaje, la expresión, que corresponde al comprender
propio del público estado de apertura. Este modo de abrir aleja de la comprensión auténtica,
igualmente, las habladurías entorpecen la comunicación, sin que esto implique el engaño
deliberado: “Las habladurías no tienen la forma de ser del consciente hacer pasar algo por
lago. Lo dicho y trasmitido sin base llega a hacer que el abrir se convierta en lo contrario,
un cerrar” (ST, 188). El equívoco se extiende también al lenguaje escrito en las
“escribidurías”. El Dasein da por descontado que comprende aquello de lo que habla y
también que se apropia de lo que lee y escribe. Sin embargo, hablar, leer o escribir no
garantizan la comprensión.
En la segunda parte de la analítica, Heidegger repasa las estructuras antes expuestas con el
objeto de reconocer en ellas el esquema general del tiempo, elemento que permite
comprender la existencia de modo unitario. En tanto que determinación última del Dasein,
sólo a través del tiempo se puede dar el salto, en principio, al ser en general[11]. Como
parte de esta tarea general, se expone la relación entre tiempo y modos de apertura, y en
particular, la marca del presente en los fenómenos del habla y el estado de caída del Dasein.
Así se explica el “desprestigio” del habla en esta parte de la analítica, ya que cuando se
ejerce desde la inautenticidad, el resultado es un modo de presente o presencia que, más
que iluminar, desfigura. En cambio, el habla entendida como función, al margen, hasta
donde esto sea posible, de la existencia del caso, es siempre un permitir ver. Dependiendo
entonces del nivel en el que se trate, el lenguaje adquiere distintas connotaciones: es
expresión de un descubrimiento originario o mera palabrería.
En este momento se retoma el fenómeno del cuidado (Sorge), entendido como el elemento
unitario en el que convergen los distintos momentos del todo estructural al que remite la
formula ser en el mundo: “El ser del Dasein quiere decir: ‘pre-ser-se-ya-en (el mundo)
como ser-cabe (los entes que hacen frente dentro del mundo)’. Este ser es lo que constituye,
en conclusión, el significado del término ‘cura’” (ST, 213). Cada elemento de la estructura
señalada alude a un modo determinado de la temporalidad. El pre-ser-se hace referencia al
poder ser desde el que el Dasein se proyecta: la existencia no se da nunca de un modo
indiferenciado, sino como una posibilidad suya. Ser, para el Dasein, significa estar como
despedido, lanzado hacia adelante, de manera que su ser y lo demás sólo le resultan
inteligibles desde el horizonte que, proyectándose, abre. La connotación de futuro de este
elemento es muy clara. El ya-en (el mundo) alude al carácter de arrojado del Dasein que,
sin poder retroceder hasta su origen, se topa abruptamente con su ser circunscrito por la
insuperable circunstancia de hacerse cargo de sí mismo. La angustia enfrenta a este
irrebasable pasado, por el que el Dasein desde siempre se lleva a cuestas.
En el análisis del tercer elemento de la cura, ser cabe, se introduce la relación con el habla.
La contigüidad, no espacial sino intencional, del ser cabe remite al presente. A su vez, el
presente se atribuye principalmente al habla. Como ya se mencionó, el ser cabe del Dasein
puede darse en un modo propio o impropio, el primero se asocia a la caída y el segundo, en
cambio, al acceso al sentido y se denomina estado de resuelto. Este no es más que la
modalidad de la existencia en que la apertura, libre del modo de ver del uno, se ejerce
como la forma que propiamente es.
El ser cabe significa la inmediata referencia del Dasein al entramado de relaciones. Hasta
tal punto el Dasein se entiende desde esa red significativa que queda como atrapado en ella.
Heidegger se refiere a este fenómeno como caída o decaer del Dasein; cae en un mundo
previamente codificado: “En el ‘pre-ser-se-ya-en-el-mundo’ está esencialmente
coencerrado el cadente ‘ser cabe’ lo ‘a la mano’ de que se cura dentro del mundo” (ST,
213). El camino hacia sí mismo consiste en franquear este primer recubrimiento que, en su
aparente naturalidad, se interpone entre él y la verdad[12]. En tanto que función de verdad,
el habla no puede separarse del problema de la caída. Tampoco está al margen de una de las
metas de Ser y tiempo, a saber, la superación del presente como esquema desde el que se
entiende de forma reduccionista el ser. En este segundo momento de la analítica, Heidegger
busca mostrar que en la configuración del sentido intervienen todas las dimensiones de la
temporalidad. En la conjunción de éstas, el logos se ejerce originariamente, con lo que se da
lugar a la mirada. En este fenómeno, el ver, correlato del presente imperante, se supera en
tanto que puro ver, estático y estatizante, para convertirse en abrir.
En este punto convergen habla y temporalidad; también pone de manifiesto las aporías que
entraña la interpretación heideggeriana del lenguaje. En términos generales , el logos es
forma del sentido, pero como la existencia es facticidad y, como tal, originaria implicación
en el mundo desde el que se interpreta, en primera instancia se ejerce en la modalidad de la
caída. Incluso puede decirse que su mismo ejercicio, descrito negativamente, consiste en
destruir las falsas evidencias en que, de entrada, está inmerso el Dasein. Desde esta
perspectiva, se explica también que Heidegger entienda la verdad como robo, pues es
preciso arrebatarla de los límites de la interpretación caída.
En la segunda parte de Ser y tiempo, también se trata del habla en el análisis de la
referencia temporal de la muerte y la conciencia. En relación con el lenguaje, se observa en
el análisis de la muerte y, en general, cuando se trata de la existencia auténtica, una
constante contraposición entre habladurías y silencio[13]. La condición de expresada del
habla se debe a que el ser con es un elemento constitutivo del Dasein y, por esto, se
comunica mediante el lenguaje. Las habladurías y el silencio son formas de comunicación,
expresión del habla. Aunque Heidegger no los asocia explícitamente a un modo u otro de
existir, es patente que las habladurías son el lenguaje de la inautenticidad, esto es, un modo
de comunicación en el que el ser con también se impregna de inautenticidad. De la misma
manera, el silencio es índice de autenticidad, y da a entender más que muchas palabras. Es
una forma del lenguaje ad hoc con la índole taciturna propia de quien comprende la verdad
de su condición: la muerte como la posibilidad última del Dasein. El silencio y el habla
apofántica dan cuenta siempre de la finitud del ser; en cambio, las habladurías tratan de
ocultar la condición finita del Dasein. El silencio se expone también al llamado de la
conciencia: “La vocacion no da noticia de acaecimiento alguno y voca sin fonación alguna.
La vocación habla en el modo inhóspito del callar, y sólo de esta forma porque la vocación
no voca al invocado a engolfarse en las habladurías del uno, sino a retroceder desde ellas a
la silenciosidad del ‘poder ser’ existente” (ST, 301).
Así, el estado de resuelto es la existencia autentica del Dasein, o, por decirlo de otra
manera, el modo en el que el Dasein es capaz de quitarse las trabas del uno que le impiden
verse en su completa finitud y hacerse responsable de su propia existencia. Por eso, la
resolución de la existencia exige el tránsito del ‘uno mismo’ al ‘si mismo’ que se realiza
como recuperación de la propia potestad[14].
Querer tener conciencia es una determinación de la apertura misma y, por tanto, más que
un acto voluntario, es un modo de abrir en el que intervienen simultáneamente el
comprender, el encontrarse y el habla. Ahora bien, como la conciencia es llamada o
vocación, el habla tiene una función primordial en este análisis. De hecho, la vocación es el
modo original del habla. Importa insistir en que, precisamente en su forma original, el
habla no se vuelve lenguaje, no opone a las habladurías una argumentación poderosa o
sutiles disquisiciones. Simplemente hace silencio; destruye el embrollo del uno, arroja al
Dasein a lo inhóspito de una comprensión que desenmascara las seguridades del uno.
Así, en el análisis de la muerte destaca la proyección desde el futuro, en el de la conciencia,
la proyección desde el pasado. En la modalidad resuelta de la existencia ambas convergen y
suscitan una visión acertada de la situación. Pues bien, este hacer presente la situación
precisamente en su carácter virtual, sin solidificarla, compete al habla. Desde esta
perspectiva, se perfila el presente propio[15].
Lo anterior nos permite concluir que el presente de la caída se distingue del presente del
habla. Al habla en cuento habla, aclara Heidegger, no corresponde un éxtasis determinado:
es la articulación del comprender y, en este sentido, conforma lo abierto. No es necesario
atribuir el presente a un modo de apertura, porque el presente esencial, como se explicó,
está como incluido en el advenir y el sido. El habla, por tanto, no se circunscribe a una
dimensión específica de la proyección temporal, sino que opera como su carácter
configurador.
La relación entre habla y presente se debe, más bien, a un elemento que, aunque la
acompaña, no es su esencia, a saber, su estado de expresada. Esta afirmación de Heidegger
reafirma la hipótesis de que la connotación de presente, más que al habla, se refiere al
lenguaje que, a su vez, se funda en el ser con: “… como el habla se expresa de facto
ordinariamente en el lenguaje y regularmente dice en el modo del decir ―hablando
‘curándose de’― del mundo circundante, tiene en rigor el presentar una función preferente
en su constitución” (ST, 377). De manera que el carácter temporal del habla se explica
principalmente en el ámbito de la expresión.
En otro orden de cosas, al tratar la temporalidad del habla Heidegger señala que el lenguaje
cuenta con elementos para expresar de forma matizada las diferentes dimensiones del
tiempo porque todas estructuras del Dasein se fundan en la temporalidad. No es el tiempo el
que se funda en la gramática sino que ésta remite a la temporalidad determinante de la
existencia[16]. Al igual que el tiempo, la cuestión del habla seguirá desarrollándose en la
etapa posterior del pensamiento heideggeriano como pregunta acerca de la verdad del ser:
“… únicamente puede atacarse el análisis de la constitución temporal del habla (Rede) y la
explicación de los caracteres y de los elementos y estructuras del lenguaje (Sprache), una
vez desarrollado el problema de la fundamental relación entre el ser (Sein) y la verdad
(Wahrheit) partiendo de los problemas de la temporalidad” (ST, 378).
Conclusiones
Citas:
1. En lo que sigue cito en el cuerpo del trabajo con la sigla ST seguida del número de
página. Sigo la edición de José Gaos, El ser y el tiempo [1ª 1951], FCE, México,
1988. Conservo la palabra Dasein cuando en la traducción aparece “ser ahí”. La
edición de referencia es Sein und Zeit, Max Niemeyer Verlag, Halle, 1927, en
Gesamtausgabe 2, 1977.
2. 2. Cfr. ST, §7, §33 y §44.
3. “La empresa de emancipar la gramática de la lógica ha menester de una previa
comprensión positiva de la fundamental estructura apriorística del habla en general
como existenciario, sin que pueda lograrse corrigiendo y completando simplemente
la tradición. A este respecto hay que preguntar por las formas fundamentales de una
plausible articulación significativa de lo comprensible en general, y no sólo de los
entes intramundanos conocidos en una contemplación teorética y expresados en
frases. […] La teoría de la significación tiene sus raíces en la ontología del Dasein”
(ST, 184-185).
4. Al habla así entendida corresponde el fenómeno: “Como significación de la
expresión ‘fenómeno’ hay por ende que fijar ésta: lo-que-se-muestra-en-sí-mismo,
lo patente. Los phainómena, los ‘fenómenos’, son entonces la totalidad de lo que
está o puede ponerse a la luz, lo que los griegos identificaban a veces simplemente
con tà ónta (los entes)” (ST, 39).
5. “El ‘ser verdadero’ como ser descubridor sólo es ontológicamente posible a su vez
sobre la base del ‘ser en el mundo’. Este fenómeno, en el que reconocimos la
estructura fundamental del Dasein, es el fundamento del fenómeno original de la
verdad” (ST, 239).
6. “El habla es articulación de la comprensibilidad. Sirve, por ende, ya de base a la
interpretación y la proposición. Lo articulable en la interpretación, o más
originalmente ya en el habla, lo llamamos el sentido” (ST, 179).
7. “No hay que demostrar qué es y cómo es ‘ante los ojos’ un ‘mundo exterior’, sino
que hay que mostrar por el Dasein tiene en cuanto ‘ser en el mundo’ la tendencia a
empezar sepultando ‘gnoseológicamente’ el ‘mundo exterior’ en la nada, para luego
probarlo […] Si dentro de esta orientación ontológica es ‘crítico’ el planteamiento
de la cuestión, se encuentra como ente ‘ante los ojos’ inmediata y únicamente,
cierto, un mero ‘interior’. Después de deshacer en pedazos el fenómeno original del
´ser en el mundo’, y sobre la base del resto que queda, el sujeto aislado, se hace el
ensamblaje con un ‘mundo’” (ST, 277).
8. “El ‘no hacer más que andar oyendo’ es una privación del comprender. Éste no
nace ni del mucho hablar, ni del afanoso andar oyendo. Sólo quien ya comprende
puede ‘estar pendiente’” (ST, 183). El “estar pendiente” sugiere la actitud filosófica
fundamental, el “estar a la escucha” que el ser reclama.
9. El uno se refiere al esquema prefijado por el cual el Dasein no puede curarse de de
otra manera que el que dicta la prefijación. El uno es el Dasein que se niega a ser
propiamente. Cf. ST, 194.
10. Además de señalar la alienación constitucional del Dasein, con la distinción entre
“uno mismo” y “sí mismo” se cuestiona la noción de sujeto: “La ‘mismidad’ del ‘sí
mismo’ existente está, entonces, separada por un abismo ontológico de la identidad
del yo que se mantiene en medio de la multiplicidad de las vivencias” (ST, 148).
11. “…se prepara la comprensión de un todavía más original ‘temporanciar’ que tiene
también la temporalidad. En él se funda la comprensión del ser constitutiva del
Dasein. La proyección de un sentido del ser en general puede llevarse a cabo dentro
del horizonte del tiempo” (ST, 257).
12. ST, 325.
13. “Sólo en el genuino hablar es posible el verdadero callar. Para poder callar necesita
el Dasein tener algo que decir, esto es, disponer de un verdadero y rico ‘estado de
abierto’ de sí mismo. Entonces hace la silenciosidad patente y echa abajo las
‘habladurías’. La silenciosidad es el un modo de habla que articula tan
originalmente la comprensibilidad del Dasein, que de él procede el genuino ‘poder
oír’ y ‘ser uno con otro’ que permite ‘ver a través de él’ (ST, 184).
14. Cfr. ST, 292.
15. Cfr. ST, 356.
16. Cfr. ST, 378.
La pregunta por el sentido del ser
Pilar Gilardi
Al inicio de Ser y tiempo, Heidegger hace explícito el propósito del tratado: la pregunta por
el sentido del ser. Sin embargo, suele suceder que al enfrentarnos a esta obra, en extremo
compleja, este comienzo, tal y como está expresado, nos pasa desapercibido. Sabemos que
Heidegger se propone hacer una ontología pero no siempre nos queda claro qué es lo que
comprende con dicho término. La pregunta por el sentido del ser, constituye el punto de
partida y la plataforma de Ser y tiempo y de la concepción heideggeriana del ser.
La pregunta por el sentido del ser y no ya la pregunta qué es el ser determina las
coordenadas desde las cuales se constituye el pensamiento heideggeriano. Estas
coordenadas no son las mismas que determinaron el pensamiento de la tradición. Resulta
imprescindible no perder de vista que para Heidegger la filosofía debe comprenderse como
fenomenología. La pregunta por el ser, desde este horizonte, no debe partir de la realidad
como algo que está aguardando ser conocido con independencia del sujeto, tampoco puede
partir del sujeto como algo aislado del mundo sino desde el ámbito de la manifestación y
el encuentro, por ello la manera legítima de comprender el ser es como fenómeno. Pero
además de señalar que el encuentro resulta esencial como punto de partida, Heidegger
señala que éste está caracterizado por el sentido. Por ello la transformación de la
fenomenología reflexiva en fenomenología hermenéutica y el reconocimiento del Dasein y
de la analítica existencial como punto de partida de la ontología. Porque la pregunta por el
ser se lleva a cabo en el Dasein, lo hace desde el ámbito de la comprensión y por ende del
sentido. Preguntar por el ser es preguntar, como señala Heidegger, qué es lo que queremos
decir con dicha expresión. Por ello la pregunta por el ser debe formularse como la pregunta
por el sentido del ser. Vayamos por pasos.
La denuncia heideggeriana sobre el olvido del ser se lleva a cabo en las primeras líneas de
Ser y tiempo. Después de citar El Sofista de Platón[1], Heidegger se pregunta si, a pesar de
la familiaridad con la que nos movemos al utilizar la expresión “ente”, tenemos una
comprensión de dicho término: “¿Tenemos hoy una respuesta a la pregunta acerca de lo que
propiamente queremos decir con la palabra ‘ente’? De ningún modo. Entonces es necesario
plantear de nuevo la pregunta por el sentido del ser.”[2] Heidegger continúa: “¿Nos
hallamos hoy al menos perplejos por el hecho de que no comprendemos la expresión ‘ser’?
De ningún modo.”[3] Pero ¿a qué se debe este olvido?, ¿en qué consiste el llamado olvido
del ser? La pregunta por excelencia de la filosofía ha sido la pregunta por el ser, pero en el
camino del pensar, al preguntarse por el ser, la filosofía ha respondido una y otra vez, a
través del ente. De esta manera se ha terminado por identificar al ser con el ente. Esta
identificación nos ha colocado en el predominio de lo ente. La consideración exclusiva de
lo ente que nace de esta identificación acaba por olvidar la llamada diferencia ontológica.
Así, pues, “olvido del ser” no deja de significar “olvido de la diferencia” y en este sentido,
volver a plantear la pregunta por el ser, en realidad es volver a plantear la pregunta por esta
diferencia principial. Pero, en sentido estricto ¿qué significa esta diferencia?, ¿cómo
debemos entender “diferencia”? Cuando decimos el ser no es ente, con ello queremos decir:
el ser no es una esencia determinada, una quididad, no es algo.
Sin embargo, resulta imprescindible comprender que al afirmar que ser y ente no son lo
mismo, y con ello afirmar la diferencia ontológica, no debe sugerirnos que, por un lado,
estaría el ser (que, a su vez, es comprendido como algo) y, por el otro, los entes (que
también son algo). Ser es ser del ente[4], por lo tanto la diferencia no refiere a la, por así
decirlo, distinción o separación entre un ámbito y otro: no se trata de reinos o lugares
distintos. No se alude a la diferencia entre esto y esto otro, como si con el término
diferencia estuviéramos refiriendo a una relación de índole comparativa. Cuando hablamos
de diferencia entre ser y ente, como no se trata de dos ámbitos distintos, a lo que se está
haciendo referencia es justamente a la diferencia misma. Diferencia que compete al ser
mismo, y de la cual brota la posibilidad de hablar de lo ente. Es por esta diferencia
“intrínseca” al ser que podemos hablar de ser y ente. Ya que esta diferencia compete al ser
mismo podemos entonces comprender que al hablar de diferencia ontológica no estamos
hablando del reino del ser y el reino de lo ente.
Por ello como dijimos anteriormente, cuando Heidegger habla de olvido del ser, cuando
afirma que el ser ha sido olvidado a favor del ente, bien podría decirse que olvido del ser es
olvido de esta diferencia. “Diferencia” que procede del ser mismo. ¿Cómo debemos
entender este “procede” del ser mismo, o este “intrínseco” al ser mismo? Evidentemente lo
primero que habría que decir es que el olvido del ser, esto es, el olvido de la diferencia, está
lejos de ser el resultado de una operación mental, o de una elección, como si a lo largo de la
historia del pensamiento, se hubiera elegido voluntariamente en determinado momento
preguntarse por el ente y dejar a un lado el ser. En la medida en que el olvido procede del
ser mismo, lo que se quiere poner de manifiesto es que el ser se resiste a ser interpretado
como ente; esto significa que de ninguna manera se presenta como tal. Por el contrario, el
ser es lo que se oculta a favor del ente. Por lo tanto cuando decimos la diferencia o el
olvido del ser procede de éste mismo lo que estamos afirmando es que el olvido resulta de
esta retracción inicial. El ser mismo lleva consigo este olvido, en él mismo está ese olvido.
Por ello podemos afirmar que sólo es posible reiterar la pregunta por el ser en cuanto tal
desde la consideración de esta retracción inicial, de esta negatividad intrínseca, que consiste
en el solidario no aparecer del aparecer y que, como se verá, no refiere a otra cosa sino a la
comprensión del ser como fenómeno.[5]
Del reconocimiento de este olvido inicial nace la necesidad de volver a plantear la pregunta
por el ser, pero este “volver a plantear la pregunta por el ser” supone una reelaboración de
la pregunta tal y como se ha planteado. Ésta ha sido expresada de esta manera: ¿qué es el
ser? Esta forma de plantear la pregunta responde ya a una determinada noción de ser que
conduce a la identificación del ser con el ente. En efecto, a la pregunta ¿qué? corresponde
una respuesta determinada. Cuando preguntamos ¿qué es esto? la respuesta que
corresponde es aquella que expresa la esencia, la determinación de la cosa en cuestión. De
tal forma, el “qué” de la pregunta no es de ninguna manera neutro o indiferente, sino que
guía y define ya desde el preguntar mismo aquello que se pregunta y la respuesta que ha de
corresponder. El planteamiento hermenéutico hace énfasis en la naturaleza del preguntar:
toda pregunta lleva en germen ya la “respuesta” a lo que se pregunta; en el modo de
formular la pregunta está ya, de alguna manera, aquello que se pregunta. Por ello, en el caso
de la pregunta por el ser no sólo será necesario volver a plantearla, sino replantearla,
porque en el planteamiento mismo se expresa ya la noción de ser que “está en juego”.
De tal forma, la pregunta ya no puede ser formulada como: ¿qué es el ser? Ya que en ésta
el ser queda identificado con una esencia determinada, con un ente. La pregunta –tal y
como lo propone el propio Heidegger- deberá de ser formulada en otros términos, esto es,
como la pregunta por el sentido del ser. La reelaboración de la pregunta pone de manifiesto
dos cuestiones fundamentales: por un lado, el énfasis que Heidegger hace en la pregunta
misma y, por el otro, el desplazamiento del ser al sentido.
Hemos dicho que toda pregunta presupone de algún modo aquello que pregunta, lo que eso
quiere decir es que en todo preguntar hay una precomprensión de lo que se pregunta. Esta
precomprensión guía y determina el preguntar. Así, la descripción sobre la estructura
formal del preguntar que Heidegger lleva a cabo en el segundo parágrafo de Ser y tiempo
no tiene como propósito una investigación de orden puramente formal o lógica, porque a
partir de dicha descripción se pone de manifiesto que todo preguntar es un buscar y éste no
se da desde la nada: las preguntas no surgen del vacío sino que brotan de cierta
comprensión en la que ya siempre nos movemos y es esta comprensión la que posibilita el
preguntar mismo, lo dirige y determina.[6] Justamente, porque desde siempre nos movemos
en “algo”, esto es, en el mundo, pueden surgir preguntas y posibles respuestas. De esta
manera, se puede afirmar que todo preguntar se halla condicionado por aquello sobre lo que
se pregunta. En la pregunta está ya de algún modo lo preguntado.
Pero lo que en sentido estricto está implícito en todo preguntar es cierta precomprensión del
ser. En efecto, siempre que pregunto por esto o aquello, el es se encuentra pre-
comprendido, pero como lo que no se hace relevante. Además en mi relación con el mundo
el ser no comparece, yo no trato con algo que puedo denominar ser.[7] Cuando pregunto
¿qué es A? lo relevante es A, lo que quiero saber, por decirlo así, es A. ¿Qué sucede
entonces cuando de lo que se trata es justamente de la pregunta por ese es que, como hemos
dicho, no es relevante, que se sustrae a favor de esa A, B o C? ¿Preguntar por él y colocarlo
en el lugar de ese algo preguntado, no sería hacer de él un ente?, ¿no es eso justamente lo
que ha hecho la tradición, lo que antes hemos llamado olvido del ser?
En efecto, la cuestión no resulta sencilla, porque ese es, que consiste justamente en no
hacerse relevante, que consiste en no-aparecer, es precisamente lo que hay que formular.
¿Y, cómo formularlo respetando su no-relevancia? Precisamente, reelaborando la pregunta:
si como dijimos anteriormente, a la pregunta ¿qué es? necesariamente se responde con un
contenido determinado, una esencia o quididad, que implica hacer del ser un ente, entonces
se hace obligatorio modificar la pregunta misma. Justamente porque el ser no es un ente, la
pregunta será desplazada entonces al ámbito del sentido, que ahora habremos de tratar.
Hemos mencionado que la diferencia ontológica parte del reconocimiento de que el ser del
ente no es él mismo un ente, aunque siempre se dice de un ente. La tradición ha vinculado
siempre la noción de ser con la de principio. La noción de principio puede entenderse de
distintas maneras: principio como punto de partida o causa, también como lo constitutivo
de cada ente, como aquello que determina al ente en cuanto ente.[8] De estas distintas
significaciones de principio se ha derivado la noción de eidos, substancia y posteriormente,
a ojos de nuestro autor, la de sujeto. Tales significaciones son sólo distintas maneras de
identificar el ser con lo ente. En todas predomina la noción de principio como fundamento
y, en tanto fundamento, aquello que prevalece, que permanece. De tal forma, en todas ellas
la cuestión del principio ha sido desvinculada del tiempo. Pero, entendido así, se pierde la
significación originaria de principio como aquello que determina sin ser en sí mismo
determinación (si principio fuera no aquello que determina sino lo determinado estaría en
peligro toda la cuestión de la plurivocidad del ser).
Replantear la pregunta por el ser, sin hacer de él un ente, implicará por ello desplazar la
cuestión al ámbito de la no determinación: ser y principio ya no entendidos como algo, sino
como lo indeterminado. Por “indeterminación” no debemos entender lo vago o difuso, ya
que esta acepción de indeterminación es la que el propio Heidegger critica al inicio de Ser y
tiempo.[9] Indeterminación tampoco alude a la idea de ser sin predicados, sino a la noción
de ser como posibilidad, como lo no definido ya, y de una vez por todas. Esto es, como lo
que no puede identificarse con lo que está simplemente ahí, como algo. Justamente porque
“ser” no es algo, Heidegger hace relevante en Ser y tiempo la constitución temporal del ser.
El tiempo resulta lo absolutamente no capturable; en este sentido, lo absolutamente no
“entificable”.
Ahora bien, hemos mencionado anteriormente que la sentencia según la cual ser es a
diferencia de lo ente, no significa que el ser esté por encima o por debajo de los entes, sino
que ser consiste en este permanente conflicto entre aparecer y retracción, que constituye el
fenómeno.[10] La consideración del ser como lo que se retrae y del ente como lo que
comparece, es justamente eso, una consideración. Por ende sería equivocado comprender el
aparecer y el desistimiento en términos autónomos o absolutos. El énfasis está en el
conflicto mismo. Se trata de lograr captar que eso que llamamos “ser” es justamente esta
tensión, este conflicto entre aparecer y desistencia. Sólo en este sentido podemos afirmar
que ser es la diferencia misma, esto es, la imposibilidad de identidad comprendida como lo
que es igual a sí mismo. En la medida en que ser no es ente no es posible identificarlo con
lo que aparece, aunque tampoco sería posible hacerlo con la absoluta retracción. Podemos
decir que permanente conflicto es otro modo de decir permanente diferencia. La llamada
diferencia ontológica no es otra cosa que esta diferencia fundamental que consiste en el
permanente aparecer y desistir.
Para ser fiel a este conflicto, se debe situar la pregunta por el ser fuera del campo de lo ente:
así es como “ser” se comprende como ámbito del sentido, es decir, como el horizonte
mismo, o fondo, desde el cual se entiende el ser de la única manera en que es posible
hacerlo (para no reducirlo a lo ente) esto es, como sentido. Precisamente con el término
“sentido” no se alude a esto o aquello; “sentido” no es una cosa, sino el ámbito de la
posibilidad, horizonte o fondo.[11]
Desplazar la pregunta por el ser al ámbito del sentido además de permitir la no entificación
del ser, implica, y esto resulta fundamental, la consideración del Dasein, como punto de
partida de la filosofía. De esta manera, en definitiva, Heidegger se coloca fuera de la
dicotomía sujeto- objeto. En efecto, el Dasein es comprendido como el Ahí del ser,[13] es
el lugar del sentido, esto es, es el horizonte o fondo desde el cual emerge, comparece lo que
es. Y en la medida en que también hemos afirmado que este horizonte, a ojos de nuestro
autor, no es otra cosa que el tiempo, y si seguimos de cerca el razonamiento, podemos
entonces afirmar que el Dasein mismo es tiempo. Nótese la simultaneidad que lleva consigo
el análisis. La pregunta por el ser se ha desplazado al sentido, única forma de preguntar por
el ser sin hacer de este mismo un ente; al preguntarnos por el sentido, se ha puesto de
manifiesto su carácter de horizonte o fondo. Este carácter de horizonte o fondo, con el que
ha sido caracterizado el sentido, es el tiempo mismo. El tiempo es ese horizonte que hace
posible la comprensión del ser: el ser sólo puede ser comprendido desde el tiempo. Pero
también hemos afirmado que el Dasein comprendido como el Ahí del ser es el lugar del
sentido, por lo tanto él mismo deviene este horizonte, horizonte que ha sido entendido
como tiempo.
La pregunta por el sentido del ser y no ya la pregunta por el ser, que había encontrado
formulación y respuesta en la tradición, será justamente la pregunta de la llamada así por
Heidegger “ontología fundamental”, que consistirá en mostrar que la cuestión del ser sólo
puede ser abordada, en un primer momento, desde la analítica del Dasein.[14]
Analítica que se mueve siempre en un doble registro, que es importante destacar: el Dasein
como fondo, horizonte desde el cual (sentido ontológico), y el Dasein como el ente humano
(sentido óntico). La consideración de este “doble registro” se hace imprescindible para
evitar la interpretación que reduciría Dasein a hombre, como si lo único que buscara la
analítica fuera describir al hombre como el ente privilegiado que es capaz de preguntar por
el ser. En realidad el privilegio del ente Dasein, es decir del hombre, consistiría justamente
en que no es únicamente hombre. A lo largo del pensar heideggeriano, el análisis se
mantendrá en este doble registro entre lo óntico y lo ontológico, con vistas a una
deshumanización del término Dasein.
El Dasein comprendido como el Ahí del ser, esto es, como el Ahí del sentido, implica, tal y
como lo hemos mencionado, la aniquilación de toda polaridad – como aquella que existe
entre sujeto y objeto – porque, una vez instalados en el ámbito del sentido, no podríamos
hablar por un lado del Dasein y por el otro del ser, sino del Dasein como el Ahí del ser.
Dasein es ya en sí mismo relación de ser que emerge como sentido.
Por ello sería equivocado interpretar al Dasein como “donador” de sentido. En rigor, la
comprensión, y por ende el sentido, sólo tiene lugar porque el Dasein es esta “relación”. Es
justamente esta “relación” la que se traduce como sentido. El sentido no es algo que venga
a colocarse junto a otro algo. Cuando afirmamos que hay sentido sólo desde la
comprensión, no debe entenderse ésta como un atributo o capacidad del Dasein. No podría
ser así, en la medida en que el Dasein no es sujeto. Comprensión no alude a ningún tipo de
facultad u operación de índole intelectual; ha de ser entendida como estructura no de un
sujeto sino de la existencia. De este modo, hay que afirmar que no es la comprensión en sí
misma la que hace posible el sentido, sino el ser como “relación de ser”, relación que cabe
entender (y nombrar) como “Dasein”, lo que hace posible el sentido. De acuerdo con ello,
se desprende que dicha relación no puede ser considerada como la de un ente a otro: del
hombre y el Ser, de una substancia a otra, en la cual recaería mayor “peso” sobre el ser.
Cuando afirmamos que el Dasein es “relación” de ser estamos aludiendo a su carácter de
apertura, al Ahí que lo constituye. Con el “Ahí” aludimos a esta correspondencia que se
expresa con el término “relación”.
Ahora bien, hemos afirmado hasta ahora que el ser emerge única y exclusivamente como
sentido, sentido que es fondo, horizonte desde el cual… “Ser” es ese mismo sentido que no
se encuentra, en un más allá o un más acá, sino que es precisamente esa reiterada retracción
y desistimiento que, como ya mencionamos, Heidegger trata en el parágrafo siete y que, no
es otra cosa que el fenómeno. Sin embargo, resulta importante mencionar ahora que esta
retracción, este desistir propio del fenómeno, es señal del carácter eminentemente temporal
que lo constituye. Carácter temporal que debe ser comprendido como la finitud misma, en
la medida en que es señal de lo no-absoluto.
Afirmar, como lo hace Heidegger, que el tiempo constituye el horizonte (el sentido) del ser,
es decir: el tiempo es el fondo, el “desde” que no aparece y que, en la medida en que no
aparece, debe ser comprendido como desistencia. El tiempo no es algo, algo separado del
ser, es el ser mismo. El punto clave está justamente en ese no-aparecer constitutivo del ser.
Es esa retracción originaria la que indica su temporalidad constitutiva, temporalidad que
sólo puede ser pensada, a su vez, desde el sentido. La temporalidad debe ser entendida
como la propia retracción. El tiempo es, por decirlo así, lo que impide la presentación
absoluta, la presencia.
Podríamos decir que la constitución temporal del ser es “causa” de esa retracción, de su
condición no-óntica. De que no sea ente, y de que -como lo afirma Heidegger en Ser y
tiempo- sea tiempo. Dicho esto, se hace comprensible lo que el propio Heidegger señala
hacia al inicio de Ser y tiempo: “La elaboración concreta de la pregunta por el sentido del
‘ser’ es el propósito del presente tratado. La interpretación del tiempo como horizonte de
posibilidad para toda comprensión del ser en general, es su meta provisional.”[15]
Ahora bien, hemos dicho que el punto de partida de la ontología fundamental es el Dasein.
El Dasein comprendido como relación de ser, relación que se revela como sentido. Sin
embargo, si bien éste es el sentido originario del término Dasein, Heidegger siendo fiel al
planteamiento fenomenológico, en la primera sección de Ser y tiempo parte de la
consideración de éste como ente, pero precisamente para revelar que su modo de ser no es
como el del resto de los entes y, por esto mismo, puede ser considerado como relación de
ser, esto es, como el Ahí del ser.
Ser y tiempo parte así de la consideración óntica del Dasein siempre con miras a su
condición ontológica. Es importante subrayar este “siempre con miras a su condición
ontológica” por que lo óntico y lo ontológico, tal y como lo hemos señalado, no suponen de
manera alguna reinos diferentes, lugares separados, sino consideraciones distintas. Dicho
de otra manera: Dasein es siempre ente, pero es también siempre el ente ontológico, esto es,
es siempre más que ente.
A través de la afirmación le va su ser, se hace manifiesto este modo de ser al cual compete
la posibilidad de relación consigo mismo y con el resto de los entes. Al estar siendo,
mantiene una relación con su ser y con el resto de los entes. Pero esta relación no debe
entenderse como una relación personal o autoreferencial en la que a través de un acto de
conciencia el Dasein vuelva sobre sí mismo. Tampoco una relación del sujeto Dasein con el
resto de los entes, como si por un lado estuvieran los entes y, por el otro, el Dasein
relacionándose con ellos. La frase le va su ser alude a una relación de índole ontológico-
posibilitante, expresión de la apertura que le es constitutiva.
Ahora bien, dice Heidegger, esta relación de ser a través de la cual se hace manifiesta la
apertura del Dasein, se da con y por su ser.[27] ¿Cómo debemos entender esto? La
condición de apertura del Dasein se da de un modo peculiar: el Dasein está abierto desde el
factum de que es, desde la facticidad que lo determina; con su ser alude a esta relación de
ser consigo mismo y, por otro lado, esta apertura, este “con”, se realiza por su ser, esto es,
en una dirección, como posibilidad. Podemos decir que el con y el por indican el modo en
el que el Dasein está abierto, modo que revela una doble dimensión constituyente: por un
lado de pasividad, en tanto que su ser está determinado por la facticidad y, por el otro,
como posibilidad, ya que la existencia, como lo veremos, debe ser entendida como
ejecución y acción. Cuestión fundamental será entender el sentido de esta pasividad o
determinación a la que se alude con el término facticidad. Ya que sería equivocado
interpretar la existencia como expresión de posibilidad o indeterminación. Y, en este
sentido, atribuirle carácter ontológico, y considerar la facticidad como lo concreto y
singular, esto es como lo óntico. “Determinación” mienta el regreso al singular al que el
análisis ha de retrotraerse pero, paradójicamente, no remite a contenido alguno. Que se
recupere el ámbito de la facticidad y que ésta se comprenda como determinación y
pasividad tiene como propósito poner de manifiesto ese origen no activo, no constructivo,
del que no se sigue nada y que, en sentido estricto, no viene de nada. La relación entre
posibilidad y facticidad podría expresarse entonces de la siguiente manera: lo que es
posible es lo singular y lo singular es lo que es posible.
Tal y como lo hemos mencionado Heidegger elige el término Existencia para expresar el
modo de ser del Dasein. Afirma: “El ser mismo con respecto al cual el Dasein se puede
comportar de esta o aquella manera y con respecto al cual siempre se comporta de alguna
manera, lo llamamos existencia.”[28] El sentido del término existencia que debemos
retener es el que proviene de su raíz etimológica: Existenz, como el estar fuera de…, como
lo ex –céntrico, es decir, fuera del centro. Aunque, en sentido estricto, no hay ningún centro
que sea abandonado en esta salida y se trate sólo de un movimiento de pura expulsión que
no deja nada tras de sí, y que tampoco es impulsado por nada.
Por el contrario, el término existencia (existentia), tal y como lo ha entendido la tradición,
se identifica con el simple estar-ahí delante, como mera presencia Vorhandensein.[29] Este
modo de ser es radicalmente distinto del modo de ser del ente Dasein. Las determinaciones
de ser que competen a los entes que no son el Dasein, Heidegger las llama categorías,
mientras que los caracteres de ser propios del Dasein los denomina existenciales, en tanto
que son determinaciones que provienen de la existencia misma.[30]
Con el término destrucción Heidegger no alude a una acción de carácter negativo, con
dicha acción lo que se pretende es poner al descubierto los presupuestos heredados por la
tradición filosófica.[32] Destrucción tiene sobre todo la connotación de desmontaje.
“Desmontar” exige poner en evidencia, hacer explícito, el horizonte desde el cual un
determinado pensamiento se realiza. Lo fundamental consiste en mostrar desde dónde el
ejercicio de la reflexión se lleva a cabo. Mostrar sus cimientos. En este intento por mostrar
los fundamentos de la filosofía occidental o de la metafísica, Heidegger ve una
identificación del pensar con la presencia o actualidad y consecuentemente con la
representación; en alemán Vorstellung significa poner ahí delante. De esta manera el pensar
comprendido en términos de actualidad y presencia excluye la cuestión del tiempo: “De
acuerdo con la tendencia positiva de la destrucción, será necesario preguntarse, en primer
lugar, si, y hasta qué punto, en el curso de la historia de la ontología, la interpretación del
ser ha sido puesta temáticamente en conexión con el fenómeno del tiempo, y si la
problemática de la temporalidad, que para ello es necesaria, ha sido y podía ser elaborada,
al menos en sus fundamentos.”[33]
Citas
1. “Porque manifiestamente vosotros estáis familiarizados desde hace mucho tiempo con lo
que propiamente queréis decir cuando usáis la expresión ‘ente’; en cambio, nosotros
creíamos otrora comprenderlo, pero ahora nos encontramos en aporía.” M. Heidegger, Ser y
tiempo, tr. Jorge Eduardo Rivera, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2002. p. 23. En
adelante ST. (M. Heidegger, Sein und Zeit [SuZ], Tübingen, Max Niemeyer Verlag, 2001).
2. Ibidem. (SuZ, p. 1. “Haben wir heute eine Antwort auf die Frage nach dem, was wir mit
dem Wort ‘seiend’ eigentlich meinen? Keineswegs. Und so gilt es denn, die Frage nach
dem Sinn von Sein erneut zu stellen.”)
3. Idem. (SuZ, p.1. “Sind wir denn heute auch nur in der Verlegenheit, den Ausdruck ‘Sein’
nicht zu verstehen? Keineswegs.”)
4. Cf. ibidem, pp. 27, 29 y 32. (Cf. SuZ, pp. 4, 6, 9: “Sein ist jeweils das Sein eines
Seienden.”)
5. La comprensión del llamado “olvido del ser” como procedente del ser mismo, y la
consecuente interpretación del ser como fenómeno está ya en el propio Heidegger. La
lectura de Arturo Leyte al respecto nos parece iluminadora ya que hace relevante la idea de
que dicho olvido debe ser interpretado como un “olvido inicial”; de tal manera se hace
explícito el vínculo entre “olvido del ser” y “fenómeno”. Desde la comprensión de este
“olvido inicial”, que también puede denominarse “retracción” o “desistencia”, adquiere
pleno sentido la noción de “fenómeno” que Heidegger propone y el hecho de que la
ontología sólo pude ser comprendida como fenomenología. A nuestro parecer, únicamente
desde este horizonte es posible también sostener que la filosofía heideggeriana puede
llamarse a sí misma “fenomenología.” Cf. Arturo Leyte, Heidegger, Madrid, Alianza
Editorial, 2005, y también del mismo autor Silencio y olvido como constituyentes de la
filosofía, en Revista de filosofía, Universidad Iberoamericana, número 118, México D.F.,
enero-abril, 2007.
7. Que el ser no es algo que aparece, es lo que Kant expresó al afirmar: “ser no es un
predicado real”. Ángel Xolocotzi en Fenomenología de la vida fáctica, Plaza y Valdés,
México, 2004, recuerda el significado de dicha sentencia y nos dice: “[…] A partir de esto
se puede comprender bien la expresión de Kant: Ser no es un predicado real del objeto, ya
que éste no pertenece realmente al contenido cosico (qué) de una cosa. El ser en un sentido
precrítico fue visto como una determinación perteneciente a la cosa. Sin embargo, para
Kant, ser no es cósico, no es objetual. Más bien, para Kant, ser como existencia o como
posición absoluta debe ser entendido ‘en referencia a la facultad de nuestro entendimiento’;
debe ser visto, pues, como ser-posible, ser-real o ser-necesario. Y esto significa verlo como
modalidad.” p. 86.
8. Cf. Aristóteles, Metafísica, tr. Tomás Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 2003, V 1,
1013a17-23: “En otros tantos sentidos se habla también de ‘causas’, ya que todas las causas
son principios. Y ciertamente lo común a todo tipo de principios es ser lo primero a partir
de lo cual algo es, o se produce, o se conoce. Y de ellos, unos son inmanentes y otros
extrínsecos, y de ahí que principio sean la naturaleza y el elemento, el pensamiento y la
voluntad, la entidad y el para-qué. Y es que el bien y la belleza son principio, en muchos
casos, tanto del conocimiento como del movimiento.” (Sobre la noción de “causa” y
“principio” en Aristóteles, véase la nota del traductor pp. 206-207).
9. Cf. ST, parágrafo 1, en donde Heidegger describe los tres prejuicios según los cuales no
es necesario volver a plantear la pregunta por el ser. Específicamente nos referimos aquí al
primero de ellos: el ser es el concepto “más universal” […] p. 26. (SuZ, p. 3). Para un
análisis más detallado de estos prejuicios Cf. Ángel Xolocotzi, Subjetividad radical y
comprensión afectiva, México, Plaza y Valdés, 2007, parágrafos 17 y 18.
10. Veámos lo que el propio Heidegger nos dice a propósito de dicha noción en el
parágrafo 7 de Ser y tiempo: “¿A qué se debe de llamar “fenómeno” en un sentido
eminente? (…) Evidentemente, aquello que de un modo inmediato y regular precisamente
no se muestra, aquello que queda oculto en lo que inmediata y regularmente se muestra,
pero que al mismo tiempo es algo que pertenece esencialmente a lo que inmediata y
regularmente se muestra, hasta el punto de constituir su sentido y fundamento.”p. 58, (SuZ,
p. 35). Respecto del término “fenómeno” A. Leyte, (Heidegger: la metafísica del Dasein,
en Cómo se comenta un texto filosófico, Madrid, Síntesis, 2007) afirma: “La filosofía, que
aquí se llama “ontología fundamental”, es la encargada de revelar que además de ese
predominio óntico, que es lo único que aparece a la vista, se esconde el ser, pero no como
algo que finalmente y después de un esfuerzo analítico, de naturaleza moral o cognoscitiva,
vaya a aparecer descubierto, sino precisamente como ese encubrimiento que resulta
inherente a la manifestación de cada cosa: si lo ente es lo que aparece, el ser es lo que
desaparece en ese aparecer, esa retracción que acompaña como una sombra toda visión,
pero que es la única sombra que merece el nombre de fenómeno. ‘Fenómeno’, así, es el
propio no aparecer o no-manifestarse que constituye a todo lo que aparece y se presenta.”
pp. 177-178.
11. Cf. ST : “Sentido significa el fondo sobre el cual se lleva a cabo el proyecto primario,
fondo desde el cual puede concebirse la posibilidad de que algo sea lo que es.” p. 341.
(SuZ, p. 324. “Sinn bedeutet das Woraufhin des primären Entwurfs, aus dem her etwas als
das, was es ist, in seiner Möglichkeit begriffen werden kann.”)
12. Cf. ST: “El tiempo deberá ser sacado a luz y deberá ser concebido genuinamente como
el horizonte de toda comprensión del ser y de todo modo de interpretarlo […] Si el ser debe
concebirse a partir del tiempo, y si los diferentes modos y derivados del ser sólo se vuelven
efectivamente comprensibles en sus modificaciones y derivaciones cuando se los considera
desde la perspectiva del tiempo, entonces quiere decir que el ser mismo –y no sólo el ente
en cuanto está ‘en el tiempo’– se ha hecho visible en su carácter ‘temporal’. Pero en tal
caso ‘temporal’ no puede ya significar solamente ‘lo que está en el tiempo’. pp. 41-42
(SuZ, pp. 17-18. “[…] Unter Festhaltung dieses Zusammenhangs soll gezeigt werden, dab
das, von wo aus Dasein überhaupt so etwas wie Sein unausdrücklich versteht und auslegt,
die Zeit is. Diese mub als der Horizont alles Seinsverständnisses und jeder Seinsauslegung
ans Licht gebracht und genuin begriffen werden. […] Wenn Sein aus der Zeit begriffen
werden soll und die verschiedenen Modi und Derivate von Sein in ihren Modifikationen
und Derivationen in der Tat aus dem Hinblick auf Zeit verständlich werden, dann ist damit
das Sein selbst –nicht etwa nur Seiendes als “in der Zeit” Seiendes, in seinem ‘zeitlichen’
Charakter sichtbar gemacht. ‘Zeitlich’ kann aber dann nicht mehr nur besagen “in der Zeit
seiend.”)
20. Cf. M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, tr. Gred Ibscher Roth, México,
FCE, 1996: “Pero ‘analítica’ no quiere decir disolución y descomposición de la razón pura
finita en elementos, sino que se trata, por el contrario, de una ‘disolución’ que ‘desata’ y
pone en libertad a los gérmenes de la ontología. La analítica descubre aquellas condiciones
que hacen nacer una ontología como totalidad de acuerdo con sus posibilidades internas.
Una analítica tal es, según las palabras del propio Kant, un ‘ser traído a la luz por la razón
misma’, ‘lo que la razón extrae enteramente por sí misma’. La analítica se convierte así en
un hacer ver la génesis de la esencia de la razón pura finita, a partir de su propio
fundamento.” p. 44. (Gesamtausgabe: edición integral, vol. 3 [GA, 3].
21. J. E. Rivera nos dice lo siguiente en una de sus notas de Ser y tiempo a propósito de la
etimología del término je, que traduce al español como cada vez: “Je significa que una
estructura formal se realiza siempre, es decir, en cada caso o cada vez, de una manera
diferente. La palabra española “vez” tiene su origen en la palabra latina vicis, donde
significa alternativa, turno, vuelta, o también situación, condición. Cuando Heidegger
emplea la palabra je, quiere decir que la estructura formal cobra en cada situación una
manera particular de ser”., p. 462.
23. Sobre el sentido del término Dasein, así como sobre la pertinencia de no traducir dicho
término al español suscribimos lo dicho por A. Leyte en Heidegger: la metafísica del
Dasein: “A propósito de dicho término podemos afirmar lo que sigue: ‘Dasein’ es un
término alemán compuesto por dos palabras: ‘sein’, que se traduce por ‘ser’, y ‘da’ que en
cierto modo resulta intraducible o que puede serlo por palabras cuales ‘aquí’, ‘allí’, ‘ahí’,
sin que ninguna de ellas vierta completamente su singularidad. Si las habituales
traducciones al español hablan de ‘ser-ahí’ o ‘ser-aquí’, sin que eso suponga un error
gramatical, dejan de lado el problema y además presuponen algo así como que el término
‘ahí (o en su caso ‘aquí’) determina el significado de ‘ser’, que de suyo parece vago e
incierto. Esto traería como consecuencia que hay que distinguir entre ‘sein’ (ser) y ‘da-sein’
(ser-ahí). El error se consumaría además si rápidamente a ese ‘da-sein’ se le atribuyera el
significado de ‘ser humano’, porque eso además de constituir una precipitada asociación,
simplemente arruinaría la posibilidad de leer Ser y tiempo y lo que viene detrás. Para que
esto se entienda mejor: ‘hombre’ es ya una determinación o significado que responde a un
qué es, a una esencia, a algo que por lo tanto tiene una serie de propiedades pero que por
eso mismo no puede tomarse como el ser, sino como un ente, algo que es de determinada
manera. […] se trata de distinguir entre el significado de ‘hombre’ y el no-significado de
‘Dasein’.”, p. 175.
24. ST, p. 30. (SuZ, p. 7. “Dieses Seiende, das wir selbst je sind und das unter anderem die
Seinsmöglichkeit des Fragens hat, fassen wir terminologisch als Dasein.”)
27. Idem: “[…] Es propio de este ente el que con y por su ser éste se encuentre abierto para
él mismo. La comprensión del ser es, ella misma, una determinación de ser del Dasein. La
peculiaridad óntica del Dasein consiste en que el Dasein es ontológico.” p. 35. (SuZ, p.12).
28. ST, p. 35. (SuZ, p. 12. “Das Sein selbst, zu dem das Dasein sich so oder so verhalten
kann und immer irgendwie verhält, nennen wir Existenz.”)
29. Los entes que no tienen el modo de ser del Dasein revisten esta doble modalidad: el
simple estar-ahí (Vorhandensein), como cuando por ejemplo son objeto de la
contemplación teórica, o los entes que están a la mano (Zuhandenheit) cuando son objeto
de la praxis, y podemos decir que están disponibles. Lo que simplemente “está ahí” o a “la
mano” no debe ser considerado como característica o propiedad de la cosa en sí. A lo que
dicha consideración hace referencia es al modo en el que el ente me es dado, al modo en el
que accedo a él. Modo de acceso que no se “añade” a la cosa, sino que procede de ésta. Cf.
ST, pp. 67 y 97.
32. Cf. ST: “Asimismo, la destrucción tampoco tiene el sentido negativo de un deshacerse
de la tradición ontológica. Por el contrario, lo que busca es circunscribirla en lo positivo de
sus posibilidades, lo que implica siempre acotarla en sus límites, es decir, en los límites
fácticamente dados en el respectivo cuestionamiento y en la delimitación del posible campo
de investigación bosquejado desde aquél (…) La destrucción no pretende sepultar el pasado
en la nada; tiene un propósito positivo; su función negativa es sólo implícita e indirecta.” p.
46. (SuZ, p. 22).
- Heidegger, Martin, Sein und Zeit (SuZ), Max Niemeyer, Tübingen, 2001.
Traducciones en español:
- Martin Heidegger, Ser y tiempo, tr. Jorge Eduardo Rivera, Santiago de Chile, Editorial
Universitaria, 2002.
- M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, tr. Gred Ibscher Roth, México, FCE,
1996.
- Platón, República en Diálogos, tr. Conrado Eggers Lan, Madrid, Gredos, 1986.
- I. Kant, Crítica de la razón pura, tr. Pedro Ribas, Madrid, Alfaguara, 2002.
- Leyte, A., Heidegger: la metafísica del Dasein en Cómo se comenta un texto filosófico,
Madrid, Editorial Síntesis, 2007.
- Xolocotzi, Ángel., Fenomenología de la vida fáctica, México, Plaza y Valdés/ UIA, 2004.
- Xolocotzi, Ángel., Subjetividad radical y comprensión afectiva, México, Plaza y Valdés/
UIA, 2007.
En tanto que se pregunta por el ser, Heidegger está inscrito en la tradición metafísica. Pero
no sólo por eso. Podríamos preguntar ¿de qué se podría ocupar la metafísica si no es del
ser? Así como para la tradición, también para Heidegger el ser no es una evidencia; es
problema en un doble sentido: porque no se le puede definir, y porque tiene que ser des-
ocultado. Es necesaria, pues, una gramática diferente a la “lógica del ente”. De otro modo,
no se preocuparía por establecer que la pregunta fundamental es aquella que interroga por
el sentido del ser.
No toda pregunta interroga. Hay preguntas que ya tienen en sí la respuesta: tienen un objeto
determinado. La pregunta por el ser no: digamos que se deja abierto (se deja ser) aquello
por lo que se pregunta; por ello es una interrogante. Por otro lado, sin embargo, toda
pregunta tiene una dirección, misma que le viene de lo buscado. Por eso, por cierto, dice
Heidegger que es necesario “dirigir la vista”. ¿Hacia dónde?
Esta pregunta conduce a otra: ¿por qué ha de ser la experiencia inmediata devaluada? Y
devaluada en dos sentidos: no darle “crédito ontológico” y tener que hacerla a un lado,
ponerla entre paréntesis, suspenderla. La pre-comprensión en todo caso es aparente; la
cotidianidad es aparente; la inter-comunicación (el ser-con) es aparente. La fenomenología
es el método que permite “arrancarle” el ser a los entes, es una experiencia (por ello habría
que preguntar si el fenomenológico es un método entendido en sentido tradicional) que
posibilita “quitar el velo” de lo familiar para mostrar el mundo como realmente es: in-
hóspito (Un-heimlich).
Lo que persigue Heidegger es des-fondar esta creencia milenaria de que, por necesidad,
detrás del cambio, de lo puramente temporal, debe haber algo in-temporal, eterno. La
confrontación con Aristóteles (obviamente no sólo con él) es patente. Digámoslo de otro
modo: Heidegger persigue quitar suelo a la aparente seguridad que gana el hombre (tanto el
común como el científico) con la creencia (acaso conciencia) de que todo tiene un qué y un
por qué último. Frente a esto, la tesis de Silesius: “La rosa no tiene por qué, florece porque
florece, no se presta atención a sí misma, no pregunta si la ven.” (Ojo con la “mismidad”…
la rosa no la tiene, y tampoco parece necesitarla para ser.)
Podemos estar de acuerdo con esto; sin embargo, ¿es por ello necesario des-acreditar la
inmediatez para hacer una experiencia propia? No es clara la relación entre la necesidad de
llevar a cabo la destrucción de la historia de la ontología –que es uno de los pasos del
método fenomenológico- y la experiencia privilegiada –aunque sea a mero nivel óntico- de,
a través de la angustia, empuñarse a uno mismo: sólo la cura logra des-ocultar el auténtico
sentido del ser. ¿Es la angustia el único modo? Y más todavía ¿la angustia tal y como la
presenta Heidegger y ninguna otra? El ser, el tiempo y la nada se conjugan.
Heidegger no niega la inmediatez, la pre-comprensión. Pero este “pre” lo que dice es que,
en tanto posibilidad, el Da-sein impropio es un pre-Dasein, no es lo que él mismo puede
ser. El “método” es eminentemente destructivo. La teoría está por encima del hombre
cotidiano. Vida sin angustia no es vida auténtica. Curiosamente, se puede vivir, y de hecho
sucede así mayormente, no siendo uno mismo, sin método y sin preocuparse por la
pregunta que interroga por el sentido del ser. ¿Es entonces realmente tan importante? ¿Es
esa la pre-eminencia del hombre o, más bien, sólo de algunos y sólo por instantes? La
fenomenología se reduce al instante.
Para poder considerar esta estructura, tenemos que considerar una totalidad que aglutine los
momentos que anteriormente se han citado y que incluyen el adelantarse-a-sí (Sich-
vorwerg-sein des Daseins) del Dasein desde un mundo en el cual se encuentra arrojado, o
sea que esta ocurrencia proyectiva del Dasein se da porque justamente ya está siendo en un
mundo y además abierto a este. En esta apertura del Dasein al mundo se encuentra absorto
en él, ocupándose con lo familiar en su entorno y huyendo de lo inhóspito que le cause una
sensación de pérdida o amenace su convivio cotidiano consigo mismo y con los demás.
Esta última parte es muy importante recordarla porque nos da la pauta de comprender el
fenómeno de la caída (Verfallen) dentro de un contexto que no solamente no es “negativo”
sino que se constituye como la forma de ser cotidiana donde el Dasein, como impropio,
determina su concreción en la manera de ocuparse, excitarse, interesarse, ser capaz de gozar
y amar. Notemos que la caída es entonces esa manera de hallarnos en medio de los entes,
adelantándonos a nosotros mismos siendo en un mundo. Esta característica trimembre, en
donde cada componente no se puede pensar sin la acción de los otros dos, nos otorga una
función total y constituye el punto de partida de la analítica existenciaria, en tanto que
analiza la pluralidad de las realizaciones que este ente desempeña en su forma de ser
cotidiana. Pero debemos evitar cualquier conclusión que piense estos fenómenos como
agregados a los otros y cuya suma nos daría una totalidad desde donde podemos despejar su
unidad. La totalidad implicada en la pregunta por el ser, no es una composición de
elementos ni su unidad resulta de esta. Recordemos siempre que el ser-en-el-mundo
contiene una totalidad con respecto al ser y no al ente, por lo que no se puede hacer una
suma de objetos cuya adición nos dé una totalidad ni un agregado de formas de ser del
Dasein. Por ende, lo que viene a continuación, rebasa el mirar inicial de los elementos que
la configuran, más bien lo que surge ahora apunta hacia una mirada fenomenológica que
aclare la “unidad” del todo estructural en cuanto tal; ese tránsito nos lleva desde el análisis
del ser-en-el-mundo al análisis del ser de la estructura. Para iniciar este viaje, debemos de
comenzar con la siguiente premisa: el cuidado es una totalidad provista de unidad que no
puede pensarse separada del “todo”, o sea que este “todo”[1] es el fundamento ontológico
de cada elemento de la estructura en su posibilidad estructural. En donde después veremos
que el ser es ese todo estructural que contiene y retiene en su seno la estructura.
El Dasein existe entonces fácticamente, a partir de ahí debemos aclarar la manera como
este ente se encuentra en apertura de su ser entendiendo este como un poder-ser. El poder-
ser nos indica por otro lado una forma de ser que aun no está hecha. Todo poder-ser apunta
hacia una posibilidad que aun no se presenta como algo hecho; por ende hablar del cuidado
como estructura es hablar de una articulación que no puede ser punto de partida, por el
mismo hecho de que no sería punto de partida de nada, de nada que sea considerado como
un supuesto.
Sin embargo no olvidemos que Heidegger insiste en que este ser “sí mismo”, que es el que
abre aquello de lo que se está ocupando es el “uno mismo”, o sea está constituido en el ser
en el mundo cotidiano que, como sabemos, se edifica en el estado de caído del Dasein.
Entonces como el “sí mismo” no es sino el “uno mismo” impropio, resulta que inmediata y
regularmente el Dasein es lo que “no es”, o sea es inauténtico. Este estado cotidiano de ser
del Dasein lo llama Heidegger la cotidianidad del término medio (durchschnittliche) y se
define como un ser en el mundo abierto-cayendo, proyectante-arrojado, al que en su ser
cabe el mundo y en el “ser-con” con otros le va el más propio “poder-ser” sí mismo[2].
Esto es muy importante porque solamente en el ser en el mundo fáctico es donde el Dasein
puede concretarse como tal. Es el Dasein en su forma de ser inmediata del término medio,
donde antes de cualquier concreción posible, realiza la posibilidad de ser “sí mismo” desde
la forma de no ser el su sí mismo. Aquí no vale la idea del no-ser sí mismo como una
negatividad, por el contrario esta forma de ser inmediata y fáctica del Dasein le brindará la
oportunidad de serlo cuando asuma las posibilidades más propias y no las dictadas por el
uno. Pero debemos de tener cuidado al interpretar esto, porque las formas de ser dictadas
desde el uno son las reglas y límites que el Dasein asume en su proceso civilizatorio, de ahí
y en su comportamiento medido por el uno, el Dasein podrá si así lo consigue, transgredir
su estado de abandono en el uno para asumirse como propio. Pero este estado de propiedad
no tiene una topología determinada, no es de hecho un lugar de ubicación donde el Dasein
encuentre refugio ante la adversidad trágica de su vida, es justamente lo inhabitual e
inhospitalario que rodea su existencia cursada por posibilidades y entre ellas la de su
continuidad en la vida. Así que lo propio ni es un lugar antepuesto a lo impropio, aunque
ellos no sean lo mismo y además sean fácilmente contrastables, ni tampoco sea un lugar en
particular. Podríamos decir incluso que lo propio es un “no-lugar” en sí mismo, si lo
pensamos como la articulación de lo impropio en su inoperancia, si lo pensamos como la
fisura que todo lo que aparece en el uno presenta, sin dejar de pensar que este lugar del uno
es el único que podemos llamar realmente un lugar.
La pregunta acerca del todo estructural se nos ha fugado ahora hacia la posibilidad de ser
atrapada en el Dasein en su totalidad. Sin embargo la cuestión del ser del Dasein no es para
nada algo ante los ojos (Vorhandenheit), por lo que la experiencia del mundo circundante
no nos provee una originalidad ontológica para aprehender el ser del Dasein. Por ello
Heidegger nos recuerda que a la estructura ontológica del Dasein le es inherente la
comprensión del ser, de esta manera el ser del Dasein le es abierto a su ser siendo en el
mundo. Recordemos que el encontrarse y el comprender constituyen la forma de ser de esta
apertura ¿pero esto nos lleva a pensar que en el Dasein hay un encontrarse comprensor
específico que pueda llevar a cabo el comprenderse a sí mismo de una manera específica?
Para Heidegger la analítica del Dasein debe recurrir a la mostración de una apertura que lo
presente desde una óptica más amplia y más original, una apertura que lo ponga ante sí
mismo de tal manera que su ser se haga accesible en cierta medida, de una forma
simplificada. En esta apertura debe quedar clara la totalidad estructural que andamos
buscando. Sin embargo, este tipo de encontrarse debe buscarse en una forma de ser del
Dasein que muestre la caracterización ontológica de lo que en esa apertura vamos a
encontrar. Para Heidegger ese encontrarse particular lo ubica en la angustia (Angst); en
ella, en tanto forma del encontrarse, se inicia la posibilidad de transitar hacia lo requerido
cuando buscamos la manera del preguntar por el todo estructural. Heidegger parte desde el
estado de caído del Dasein y deslinda la angustia del fenómeno del temor. Para Heidegger
la angustia como posibilidad del ser del Dasein y a una con el Dasein mismo abierto en ella,
da la base fenoménica para apresar de forma explícita la totalidad original del ser del
Dasein[3]. Para Heidegger este ser se muestra como cuidado (cura con Gaos) y a
continuación se tendrá que elaborar una definición ontológica que lo deslinde de fenómenos
con los cuales puede identificarse.
La interpretación ontológica del Dasein entendido como cuidado, está muy lejos de
cualquier otra interpretación preontológica del ser y tampoco parte de la interpretación
óntica de los entes. La analítica del Dasein que aborde el fenómeno del cuidado, tiene que
preparar el tránsito hacia los problemas ontológico-fundamentales que nos lleven hacia la
interrogante por el sentido del ser en general. Por otra parte y eso lo veremos más tarde,
señalaremos que la estructura del cuidado se diferencia radicalmente de cualquier intento de
comunicación de las sustancias (pensante y extensa) planteadas en la tradición metafísica
cartesiana, propuesta que funda la imagen del mundo como objeto en franca oposición al
sujeto que se apodera del primero a través de juicios críticos y por medio de enunciados y
postulados. Con le estructura del cuidado se abordan las posibilidades de comprender e
interpretar el mundo desde una visión mucho más original que la citada. Como se ve,
términos como realidad y verdad se verán tocados directamente por esta nueva visión
ontológica que parte ahora de otros términos como cuidado, mundanidad, ser a la mano
(Zuhandenheit), ser ante los ojos, todos ellos son entendidos como realidad (realitas). Esto
nos conducirá a una rigurosidad más severa con respecto a todos estos términos,
enfrentándonos con posiciones gnoseológicas del realismo y del idealismo que se fincan en
estas ideas tradicionales.
Parte 1
Una posibilidad que posee el Dasein es la de poder “abrir” de forma óntica su ser a sí
mismo, esta información que obtenemos de esta apertura se posibilita en el encontrarse y el
comprender de este ente. Esta es la medida por la cual la angustia es un encontrarse
señalado del Dasein y este encontrarse lo lleva ante sí mismo a su propio ser, logrando que
él se interprete a sí mismo de una manera fenomenológica en su ser o bien se encamine a
hacerlo, esto es lo que Heidegger se propone lograr.
Para este propósito Heidegger parte del análisis de la caída, con él intentará apresar la
totalidad del todo estructural del Dasein. Sumada a la absorción cotidiana que muestra el
Dasein con respecto al uno cuando es en el mundo de que se ocupa de una manera fáctica y
original, podemos señalara una especie de huída que el Dasein efectúa siempre ante la
contingencia de su existencia. Esta huída de sí mismo y asimilación con el uno, es la forma
de su poder-ser-sí mismo en esta facticidad cotidiana. Pero siendo cotidiano el Dasein deja
a un lado la posibilidad más propia de se sí-mismo; en otras palabras, el Dasein siendo
como es en lo cotidiano, es justamente como lo que no-es si pensamos en la posibilidad de
ser sí-mismo. Siendo él mismo en su posibilidad cotidiana, se comporta como lo que no es
él mismo de forma original; esto es tan paradójico que su poder- ser-sí mismo propio le
queda oculto cotidianamente en su ser impropio, o sea en su poder-ser como lo que no-es.
Pero lo que debemos destacar es que ejerciendo su poder-ser lo que él no-es, el Dasein
logra consolidarse como tal, es decir como lo que cotidianamente es pero que visto desde
un amanera propia no-es.
Para salirnos de este laberinto semántico debemos pensar que lo que el Dasein es en su
forma de ser más propio es pura posibilidad. Toda posibilidad en tanto posible, no es un
acontecimiento acaecido, lo posible de la posibilidad la mantiene siempre como algo aun no
cumplido, pues caso contrario no sería posible sino un hecho consumado y todo hecho
consumado, por serlo, ya no son posibles sino que son simples hechos consumados. Ahora
bien, ¿por qué el Dasein es posibilidad? La respuesta es fácil, porque en tanto arrojado al
mundo el Dasein es “algo” incompleto, no hay nada escrito delante de él, todo tiene que ser
construido, inclusive la fundamentación de sí mismo tiene que ser construida por él, para
justificarse como existente. La consumación histórica de esa construcción continua que
efectúa el Dasein es lo que podemos llamar cultura y como sabemos, corresponden a
épocas precisas.
Otra cosa digna de destacarse es que una vez que el Dasein ha transgredido hacia su
posibilidad más propia, es rechazado inmediatamente. Antes de ese rechazo el Dasein
también se encuentra cerrado a este ante-qué de la huída, el cual aparece tras de sí. Cuando
el Dasein se presenta ontológicamente ante sí mismo por medio de su propia apertura, es
cuando puede huir también ante sí mismo. Este ante qué del cual huye el Dasein, no puede
ser aprehendido en el darse la espalda, ni puede ser experimentado en una vuelta hacia
atrás. Pero en cambio, al darle la espalda, el ante-qué queda abierto “ahí”.
Como apertura, el Dasein puede huir de sí mismo dándose la espalda y ese desvío óntico-
existencial nos puede llevar a interpretarlo desde su característica ontológica-existenciaria.
En conformidad con el fenómeno de la caída, el Dasein se da la espalda y al hacerlo llega
“lejos” de lo que es propiamente, sin embargo no debemos olvidar que la posibilidad de
explicar este fenómeno desde una base óntica-existencial, nos puede hacer pasar por alto el
fenómeno ontológico-existenciario.
La caída del Dasein en el mundo y en el uno del que se cuida, la llama Heidegger fuga
(Flucht) (huída con Rivera) del Dasein ante sí mismo[8]. Pero debemos destacar que no
todo “”retroceder ante” o “desvío de” es necesariamente una huída o fuga. Por ejemplo el
temor, que es otra forma de encontrarse del Dasein, presenta un “ante-qué” que es un ente
intramundano (innerweltlichen) como causa de su procedencia, este ente amenaza con
causar daño o también que pasa muy cerca de nosotros para hacerlo El “ante-qué” de este
retroceder ha de tener entonces el carácter de amenazador; no obstante este ente
amenazador no tiene la forma de ser del Dasein, y este retrocede ante el segundo. La
angustia funda el desvío de la caída y con ello se funda la posibilidad también del temor.
Sin embargo todavía no hemos hablado del “ante-qué” de la angustia, para poder hacerlo
tenemos que citar el ser en el mundo como estructura fundamental del Dasein, de esta
manera Heidegger declara que: el “ante qué” de la angustia es el “ser en el mundo” en
cuanto tal[9].
Tenemos entonces que aquello “ante qué” de la angustia no es ningún ente intramundano,
por lo que no puede guardarse ningún tipo de conformidad con este. Su carácter no
corresponde a algo nocivo que se aproxima amenazante de una manera fáctica. Su
indeterminación no muestra ninguna relevancia de ningún ente en particular, por lo que
toda la conformidad de lo “a la mano” o lo “ante los ojos” que se descubre en el mundo no
tiene ninguna importancia. El mundo toma un perfil de una profunda insignificatividad; la
angustia no contempla ni un “ahí” o “allí” determinado, lo que amenaza no está en ninguna
parte, la angustia no sabe de qué se angustia. No obstante hay que recalcar que esa
“ninguna parte”, esa no ubicuidad de la angustia está muy lejos de significar una nada, más
bien implica un paraje, la apertura de un mundo para el ser-en esencialmente espacial. Por
eso, lo amenazador de la angustia, no puede acercarse a la cercanía del Dasein desde una
dirección determinada, es más bien “ya ahí” y sin embargo en ninguna parte, se encuentra
tan cerca que “angustia” de una manera lacerante.
La angustia patenta en el Dasein el “ser relativamente al más propio poder ser”, o sea al ser
libre para la libertad de elegirse y empuñarse a sí mismo. La angustia pone al Dasein ante
su “ser libre para” la propiedad de su ser como posibilidad que siempre ha sido. Pero este
ser es a la vez, eso a cuya responsabilidad es entregado el Dasein en cuanto ser en el
mundo.
El “por qué” se angustia la angustia se muestra como aquello “ante-qué” se angustia, es
decir el ser en el mundo. La identidad del “ante-qué” de la angustia y de su “por qué”
pertenece al mismo angustiarse, pues en tanto encontrarse, este es una forma fundamental
del ser en el mundo. Con esto Heidegger piensa que el fenómeno de la angustia, se
convierte en tema de de la interpretación de un encontrarse particular. La posibilidad de la
angustia de abrir al Dasein a su identidad propia, muestra un cierto “solipsismo”
existenciario, que pone al Dasein en un sentido extremo ante su mundo y con ello ante sí
mismo como ser en el mundo, y nunca aísla a un sujeto del entorno que lo rodea, como se
pudiera llegar a pensar, si se mal interpreta este estado de encontrarse en la angustia.
La interpretación y el decir cotidiano del Dasein nos ofrecen una vez más la posibilidad de
de constatar que la angustia, como encontrarse fundamental, abre de esta manera. Con lo
inhospitalario (Umheimlichkeit) de la angustia, el Dasein se haya entre la “nada” y el
“ninguna parte”, los cuales son originalmente la propiedad del Dasein arrojado al mundo.
Este no estar en casa (Nicht-zuhause-sein) del Dasein, este estado de deshabitar la casa, fue
inicialmente determinado como una constitución fundamental de este ente cuando en su
contexto se familiariza con su entorno. Este carácter del “ser-en” se hizo visible en le
publicidad del uno, que introduce en lo cotidiano del término medio al Dasein, para
otorgarle la seguridad aquietante del sentirse en casa, donde casi todo es comprensible de
suyo. Con la angustia, por el contrario, el Dasein se sale del cadente absorberse en el
mundo y sentirse guarecido en las entrañas de lo familiar. En el Dasein, al ser singularizado
con la angustia y no obstante como ser en el mundo, su ser-en se transforma en un no
sentirse en su casa sintiéndose inhospitalario aun entre las cosas que le hacían sentirse
tranquilo.
Ahora nos resulta visible ante lo que huye la fuga, no es de los entes intramundanos sino
justo hacia ellos como los entes cabes los cuales puede detenerse el “ocuparse de”
(Besorgen), perdido en el uno, en medio de una aquietada familiaridad. La fuga del cadente
del ser en su casa pasa ahora al no ser en casa, es decir que regresa al Dasein a su
inhospitalidad primaria que existe en él en cuanto arrojado al mundo y que ha quedado
oculta en su ser fáctico. Esta inhospitalidad persigue al Dasein y amenaza, aunque no se a
de manera expresa, su ser en el mundo, mismo que se presenta como un cotidiano
estar perdido en el uno. Esto acontece fuera del reconocimiento que el Dasein tenga de
ello, la angustia puede emerger de las situaciones más inocuas y no tiene que ser
necesariamente producto de una reflexión profunda.
Al interpretar la inhospitalidad del Dasein de una manera ontológica-existenciaria, como la
amenaza que pende sobre el Dasein desde él mismo, no se afirma que en la angustia fáctica
sea comprendida se pueda comprender la inhospitalidad. La forma cotidiana en que el
Dasein comprende la inhospitalidad es el cadente desvío que ofusca para el “no en su casa”.
La cotidianidad de este huir muestra fenoménicamente que: a la estructura esencial del
Dasein que es el ser en el mundo, estructura existenciaria que no es nunca “ante los ojos”,
sino que es siempre en un modo de Dasein fáctico, o sea un encontrarse, es inherente la
angustia como encontrarse fundamental. El ser en el mundo como familiaridad aquietante
es un modo de inhospitalidad del Dasein y no a la inversa. Para Heidegger hay que
concebir el “no en su casa” como el fenómeno más original bajo el punto de vista
ontológico existenciario[11].
Pero además como sólo la angustia puede determinar de una manera latente el ser en el
mundo puede este, como encontrarse ocupándose, cabe el mundo, atemorizarse. El temor es
la forma cotidiana como la angustia irrumpe en el mundo, como caída e impropia, oculta
para sí misma[12].
Hay que subrayar que la rareza del fenómeno de la angustia es un indicio de que el Dasein,
que permanece regularmente encubierto para sí mismo en su propiedad y bajo el dominio
del uno, puede no obstante abrirse en un sentido original en este encontrarse fundamental.
Con la angustia hallamos un encontrarse fundamental en un abrirse concreto y especial, en
donde el Dasein puede singularizarse. Esta posibilidad fundamentar de abrirse del Dasein
que es en cada caso mío, pueden realizarse en la angustia, sin desfigurarse entre los entes
intramundanos a los cuales se aferra inmediata, original y regularmente. La pregunta ahora
marcha hacia lo que aquí se ha ganado con esta descripción de la angustia, y si con ello
podemos dar una base fenoménica para responder la pregunta acerca del todo estructural
del Dasein.
Parte 2
Esta estructura concierne al todo de la constitución del Dasein y no significa nada parecido
a una tendencia aislada en un sujeto sin mundo, sino que caracteriza al ser en el mundo.
Pero este es inherente al ser entregado a la responsabilidad de sí mismo, o sea el ser en cada
caso ya arrojado en un mundo.
Pero además esta forma fáctica de ser del Dasein, no se limita a estar arrojado al mundo de
una manera indiferente, sino que siempre el Dasein es absorbido en el mundo del que se
ocupa, es decir, que siempre se encuentra el Dasein en un estado situacional, donde se
compromete o no con lo que se ocupa. En esta posibilidad se anuncia expresamente el huir
o no ante la inhospitalidad, que permanece normalmente encubierta en la angustia latente,
pues como vimos la publicidad del uno nos descarga de la responsabilidad de asumir
nuestra posibilidades más propias, y sobre todo nos absuelve de la culpa o deuda, de
nuestra propia existencia. En el “adelantarse-a-sí en un mundo” se encierra el cadente “ser
cabe” lo “a la mano” de que se ocupa el Dasein en el mundo.
Heidegger resume la totalidad existenciaria del todo estructural ontológico del Dasein de
esta manera: “adelantarse-ya-en (pre-ser-ser-ya-en con Gaos) (el mundo) como ser-cabe
(los entes que hacen frente dentro del mundo)”[13], (anticiparse-a-sí-estando-ya-en-un-
mundo con Rivera)[14], (Sich-vorweg im-schon-sein-in-einer-Welt)[15]. Con esta frase
Heidegger nos describe el significado del término cuidado en una acepción solamente
ontológica-existenciaria. Esto nos aclara aun más los fenómenos del “ser cabe” lo “a la
mano”, “ocuparse de”, “ser-con”, “preocuparse-por” (Fürsorge) (solicitud con Rivera),
pues todos ellos se comprenden mejor cuando se entiende el “ser en el mundo” como
cuidado.
El poder-ser por mor del cual es el Dasein tiene la forma de ser del ser en el mundo, en esta
relación se vinculan los entes intramundanos, por lo que todo querer ocuparnos de ellos
tiene que ver con esta situación. Pero también no hay que olvidar que, si el temor es la
forma impropia de la angustia y el temor es la manera como en la facticidad se percibe la
angustia, entonces el mundo del término medio es ciego para la angustia, pero se torna
sensible para la amenaza que se presenta como real. Este aquietamiento no excluye una
intensa actividad en el ocuparse sino que lo suscita. Las posibilidades que se quieren en ese
momento no son nuevas y menos posibles, son modificaciones de lo ya disponible para que
aparezcan como algo nuevo. El desear es una modificación existenciaria del proyectarse
comprensor, que caído en el arrojo, se limita simplemente a inclinarse a las posibilidades.
Este inclinarse por ciertas posibilidades, lo que es “ahí” en el “inclinarse a” propio del
deseo, se convierte en el mundo real. El desear propone para Heidegger, ontológicamente,
el cuidado
En el “inclinarse a” tiene la primacía el “ser-ya-cabe” y se modifica como corresponde el
“adelantarse-a-sí en el ser-ya”. En el “inclinarse a” las cosas del mundo, el Dasein hace
patente su inserción en él. En conclusión podemos decir que la definición del cuidado como
“adelantarse-a-sí”-en el ser ya-en- como ser cabe, nos revela que este fenómeno está
también articulado internamente, pero este fenómeno no fuerza al Dasein a plegarse a una
idea imaginaria, sino que porta hacia un concepto existenciario lo que cotidianamente abre
el Dasein de una manera óntica-existencial.
Parte 3
Con el análisis de la apertura del Dasein mostró que gracias a ella el Dasein puede
develarse originalmente como siendo en el mundo, pero además en el “ser-en” y el “sí
mismo”, de acuerdo con su estructura fundamental del ser en el mundo. Ahí mismo son
también descubiertos los entes intramundanos, lo que significa que estos entes son ya
comprendidos de alguna una manera, pero sin ser concebidos adecuadamente bajo el punto
de vista ontológico. Para Heidegger la comprensión ontológica del ser abarca todos los
entes esencialmente abiertos en el Dasein, pero esta comprensión no está todavía articulada
con los distintos modos de ser.
Fácticamente esta comprensión se lleva a efecto en la caída, y de ahí se parte para elaborar
la comprensión del ser a través de esta comprensión óntica y llevarla hasta su ontológica.
Pero vale la pena retener que en la comprensión óntica de los entes, estos son tomados
como algo “ante los ojos” (res). Aquí en la caída, el ser toma el sentido de “realidad” y la
determinabilidad el ser se convierte en sustantia. Con esta comprensión del sentido del ser
desplazado a su interpretación fáctica, el comprender ontológico del Dasein cae también en
la concepción que se tiene del ser. De esta manera el Dasein es lo mismo que los demás
entes que se muestran según esto “ante los ojos”. Así es como se forma la idea del ser
entendido como realidad, en donde este concepto tiene una primacía para señalar además lo
que es verdad, dejando encajonada toda la problemática ontológica y cierra el camino de
una analítica existenciaria del Dasein impidiendo incluso que se pueda apreciar el ser de lo
inmediatamente “a la mano” dentro del mundo. Todo modo de ser se pliega ante la idea de
lo real, toda idea de verdad se encuentra hundida en la imagen del ser como sustancia. Por
esto es necesario mostrar que la “realidad” no sólo es una forma de ser “entre” otras, sino
que ontológicamente, esta es una determinada relación de fundamentación con el Dasein, el
mundo y el ser “a la mano” Para llevar a cabo esto, Heidegger requiere un análisis a fondo
del “problema de la realidad” y dejar a la vista sus condiciones y límites. Esto lo relaciona
en apartados que veremos con detenimiento.
y la necesidad de probarlo.
Para poder efectuar un análisis de la realidad se necesita primero tener acceso a lo que
entendemos como lo real, tradicionalmente se accede a lo real a través de un conocer
intuitito, el cual se comprende como un actividad del alma, de la conciencia. Si partimos de
que la realidad conserva el carácter del “en sí”, de lo independiente de la conciencia,
entonces lo real es aquello que es independiente de toda conciencia y por ende la
posibilidad de acceder a él a través de una trascendencia de la conciencia. De tal manera
que el análisis de lo real está regido con el aclarar el ser de “aquello mismo” que debe haber
en tanto independiente “de aquello” que trasciende. El ser del trascender es lo que ahora
está en cuestión.
Para Heidegger el conocer es un modo “fundado” del acceso a lo “real”, esto último sólo es
accesible como entes intramundanos; todo acceso a estos entes se funda ontológicamente en
la estructura fundamental del Dasein, el ser en el mundo, que como sabemos tiene la
estructura original del cuidado (adelantarse-a-sí – ya en un mundo – como ser-cabe-los
entes intramundanos). El problema de que si un mundo es y de que puede ser probado por
el Dasein, es una cuestión sin sentido. Pero además se agrava con la mezcla equivocada de
la idea del mundo como el “en qué” del “ser en” y el mundo como ente intramundano,
como el “cabe qué” del absorberse del “ocuparse de”. Pero el mundo es abierto
esencialmente por el Dasein y también es descubierto en la apertura que tiene en sí mismo.
Los entes intramundanos pueden ser encubiertos no obstante también como lo “real”, de lo
sólo “ante los ojos”, pero en ambos casos en tanto descubiertos o encubiertos, los entes
serán sometidos al escrutinio de lo que llamamos cotidianamente como lo real.
Heidegger apunta que el término de existencia utilizado por Kant es la que podemos
entender como lo “ante los ojos”. La conciencia de mi existencia significa en Kant una
conciencia de mi “ser ante los ojos” en el sentido plenamente cartesiano. Existencia
significa tanto lo “ante los ojos” de la conciencia, como el “ser ante los ojos” de las cosas.
De esta manera la prueba de la existencia de las cosas fuera de mí se yergue sobre la idea
de que en la esencia del tiempo entran con igual originalidad el cambio y la permanencia.
Mi “ser ante los ojos”, o sea el “ser ante los ojos” de una multiplicidad de representaciones
que se dan en un sentido interno, es un cambio “ante los ojos”. Esto no puede ser en
nosotros porque mi existencia en el tiempo se determina únicamente por medio de este algo
permanente “ante los ojos” “fuera de mí”. Este algo permanente es la condición de
posibilidad del “ser ante los ojos” de un cambio en mí. La experiencia del “ser en el
tiempo” de las representaciones muestra con la misma originalidad algo cambiante “en mí”
y algo permanente “fuera de mí”.
Kant da una cierta prueba ontológica partiendo de la idea de un ente temporal y apareciera
que ya se hubiera distanciado de la idea de Descartes, que nos muestra un sujeto aislado
frente al mundo. Pero para Heidegger no es así, el simple pedir un aprueba de la existencia
de las cosas fuera de mí, hace que Kant ponga el punto de apoyo del problema en el sujeto,
por ende la prueba se desarrolla de un cambio empírico que nace en el sujeto, ya que sólo
en el sujeto es experimentado el “tiempo” que soporta la prueba. El tiempo es quien da el
punto de apoyo para el salto demostrativo al “fuera de mí”. Pero además Kant insiste que el
idealismo se limita a aducir la incapacidad de probar una existencia fuera de la nuestra, a
través de una experiencia inmediata, es racional y conforme a una nueva serie filosófica de
pensar, a saber, la de no admitir un juicio definitivo antes de haber encontrado una prueba
suficiente[18].
La posición ontológica de Descartes, como se ve, sigue vigente en Kant. Lo que prueba
Kant si es que eso es legítimo, se basa en el necesario “ser ante los ojos” como un ente
cambiante con un ente permanente. Pero esta condición no da como resultado necesario un
ser conjunto de entes que se garantizan uno al otro (sujeto-objeto). Para Heidegger, si se
pudiera ver el todo de la distinción y la conexión del “dentro” y del “fuera” que se
presuponen en la prueba, si se pudiera concebir en esta presuposición lo presupuesto desde
un punto de vista ontológico desaparecería entonces, de suyo, la posibilidad de considerar
la prueba de la “existencia de las cosas fuera de mí” como no alcanzada o siquiera
necesaria. Para Heidegger el escándalo de la filosofía no radica en la falta de prueba sino en
seguirla buscando. El caso no se concreta en que las pruebas son insuficientes, sino en que
la forma de preguntar es lo insuficiente.
Creer en la realidad del mundo exterior, con derecho o sin él, probar esta realidad,
satisfactoria o no, presuponerla expresamente o no, todos estos intentos presuponen un
sujeto que empieza por carecer de mundo y por ende necesita, en el fondo, asegurarse uno.
El ser en el mundo queda reducido a un concebir, figurarse, estar cierto y creer, en una
actividad que, de una u otra manera, siempre está fundad en el ser en el mundo.
El problema de la realidad, en el sentido de ser “ante los ojos” como un mundo exterior y
de si se puede probar, radica en un ente que él mismo es el tema de la pregunta. Para
Heidegger, con el Dasein en tanto ser en el mundo, se abren en cada caso entes
intramundanos. Esta proposición ontológica-existenciaria parece similar a la del realismo,
la cual afirma que el mundo exterior es realmente “ante los ojos”. La diferencia
fundamental cono todo realismo es que este tiene la realidad del mundo necesita ser
demostrada, pero que además es demostrable. Estas dos cosas quedan negadas en el
enunciado existenciario por lo que no hay ningún parecido entre ellos. El realismo trata de
explicar de una manera óntica la realidad por medio de conexiones reales de interacción
entre cosas reales.
Si con el idealismo se comprende que el ser no es explicable a través de ningún ente, sino
que es en cada caso ya para todo ente lo “trascendental”, entonces en el idealismo se
encuentra la única posibilidad de desarrollar los problemas filosóficos. Aristóteles no fue
menos idealista que Kant; pero si el idealismo significa la reducción de todo ente a una
conciencia o sujeto, que sólo se distinguirían por quedar indeterminados en su ser o en todo
caso por ser caracterizados negativamente como no cósicos, entonces este idealismo no es
metodológicamente menos ingenuo que el más burdo realismo.
b) La realidad como problema ontológico.
Con el término de realidad hemos conseguido mentar el ser de los entes “ante los ojos”
dentro del mundo”, de aquí se consigue que solamente es posible traducir en conceptos
ontológicos el ser de los entes intramundanos cuando se aclare el fenómeno de la
intramundanidad (Innerwertlichkeit), pero este se funda a su vez en el fenómeno del
mundo, el cual es inherente como elemento estructural del ser en el mundo, a la estructura
fundamental del Dasein. Recordemos que el ser en el mundo se encuentra inserto
ontológicamente en la totalidad estructural del ser del Dasein que quedó caracterizada como
cuidado. Ahora bien, con todo esto se ha señalado los fundamentos y horizontes que
facultan el análisis de la realidad.
Es cierto que sin la base ontológica-existenciaria, y dentro de ciertos límites, se puede hacer
una caracterización ontológica de la realidad y lo real, como el que intentó Dilthey en
donde lo real se experimenta en el impulso y la voluntad. Sin detenernos en estos trabajos
podemos concluir que en Dilthey la realidad es resistencia o “condición de resistente”
(Widerständigkeit) (resistentidad con Rivera) de los entes para con la voluntad del hombre.
Pero el principio de la fenomenicidad no permite a Dilthey referir una interpretación
ontológica del ser de la conciencia. Para él, la voluntad y su impedimento “aparecen”
dentro del mismo acto de conciencia. Pero la forma de este “aparecer”, el sentido del ser del
dentro, la relación de ser de la conciencia al de no real mismo, todo esto necesita una
definición ontológica que este autor no provee.
Si con Descartes el cogito sum fuera el punto de partida de la analítica del Dasein, sería
necesario no solamente invertir sus términos, sino que además se requeriría una nueva
verificación ontológico-fenoménica de su contenido. En primer lugar tendríamos que
afirmar que el sum que afirma que yo soy en el mundo; esto nos dirige a pensar que ese
ente soy yo en la posibilidad de estar en medio de los entes intramundanos. Para Descartes
las cogitationes son “ante los ojos” y que junto a ellas se hace presente el ego, en tanto res
cogitans, ambos carentes de mundo.
c) Realidad y cuidado.
El término ontológico de la realidad mienta algo que se refiere a los entes intramundanos.
Si se usa como designación de de este modo de ser en general, entonces funcionan el “ser a
la mano” y el “ser ante los ojos” como modos de realidad. Pero si se conserva esta palabra
en su acepción tradicional entonces cita el ser en el puro “ser ante los ojos” de las cosas.
Por ejemplo, la naturaleza que nos rodea es un ente intramundano, que no muestra la forma
de ser ni de lo “ala mano”, ni de lo “ante los ojos” en el modo de ser de un ser cosa natural.
Pero cualquier que sea la interpretación de este ser de la naturaleza, todos los modos de ser
del ente intramundano están ontológicamente fundados en la mundanidad del mundo y con
ello en el fenómeno del ser en el mundo. Heidegger obtiene de aquí que: ni la realidad
tiene una primacía dentro de los modos del ser de los entes intramundanos y menos aun
podría caracterizar ontológicamente de forma adecuada al mundo y al Dasein[20].
Parte 4
Desde hace ya mucho tiempo se ha conjuntado la idea de verdad con la del ser. Parménides
es el primero en señalar el ser de los entes y con ello piensa que el comprender el ser está
ligado la ser y se logra mediante una simple aprehensión[21]. A su vez Aristóteles en el
bosquejo de su historia acerca del descubrimiento de las arcai apunta que los filósofos
anteriores a él, forzados por las cosas mismas, se vieron en la necesidad de seguir
indagando[22]. El mismo hecho – dice Aristóteles – hizo que Parménides reconociera lo
que se mostraba en sí mismo. Es decir que la verdad misma fue la que forzó esta
indagación. El filosofar acerca de la verdad toma con Aristóteles un camino de un permitir
ver y de hecho la filosofía misma se define por él como ,o
sea ciencia de la verdad; pero también es caracterizada como
, como ciencia que considera los entes en
cuanto entes, o sea, bajo el punto de vista de su ser. El problema ahora se dirige a clarificar
qué significa pensar sobre la verdad y con ello nace la cuestión sobre el significado del
concepto de verdad. Si la verdad está en una relación original con el ser, el fenómeno de la
verdad viene a caer dentro del círculo de los problemas de la ontología fundamental. Pero
aun queda mucho qué pensar, la manera como se ha emparentado el ser con la verdad debe
de ser acotado y de concretar lo que de alguna manera Heidegger ha mencionado a lo largo
de la primera parte de Ser y tiempo, pero que ahora toma un nuevo punto de partida, basado
en el concepto tradicional de verdad y tratando de poner al descubierto sus fundamentos
ontológicos.
Empecemos con Aristóteles, este nos dice que las vivencias del alma, las representaciones
(nohmata) son adecuaciones a las cosas. No siendo esta frase una definición expresa de la
esencia de la verdad, fomentó la idea ulterior de la verdad como adaequatio intellectus et
rei. Tomás de Aquino, quien remite a Avicena, el cual había tomado por su parte del Libro
de las Definiciones de Isaac de Israel (siglo X). Tomás de Aquino usa los términos de
correspondencia y convenientia en lugar de adaequiatio. Más adelante la teoría
neokantiana del conocimiento del siglo XIX, estigmatizó repetidamente esta definición de
la verdad como la expresión de un realismo ingenuo y metódicamente retrasado,
declarándola incompatible con todo planteamiento del problema que el mismo Kant trató.
Se pasa por alto, según Heidegger, algo sobre lo que Brentano llamara la atención, que el
mismo Kant se atuvo a esta vieja definición de verdad sin analizarla. En la introducción a la
Dialéctica trascendental Kant menciona: la verdad y la apariencia no están en el objeto, en
tanto es intuido, sino en el juicio sobre él, en tanto él es pensado[23].
La forma de expresar la verdad como adaequatio no hace caminar la cuestión del juicio,
sino que sólo hace evidente lo que urge poner en claro: la forma de ser del conocer. El
análisis puede traer a la luz también el fenómeno de la verdad que caracteriza el
conocimiento. La pregunta que apunta hacia del cuándo en el conocer se torna la verdad en
un fenómeno expreso, es decir cuando el conocer se comprueba como verdadero se vuelve
imperante, pues según esto el comprobar es lo que asegura su verdad. En el curso de la
comprobación es donde se puede, según esto, hacer visible la relación de concordancia.
No olvidemos que sobre la base del ser en el mundo se finca el “ser verdadero” como “ser
descubridor”, en este fenómeno que hemos reconocido como una estructura fundamental
del Dasein, es el fundamento del fenómeno original de la verdad.
“Ser verdadero” (Wahrsein) (verdad) (Wahrheit) quiere decir ser descubridor. Con esta
sentencia Heidegger hace resaltar que el “ser verdadero” del logos como apófansis es el
alétheuin en el modo del apofáinestai, el permitir ver un ente, sacándolo del estado de
oculto, en su “estado de no oculto” (“estado de descubierto”). La aletheia que es pensada
por Aristóteles está equipara con pragma, fainomena que significa las cosas mismas, lo que
se muestra, los entes en el “cómo de su estado de descubiertos”. Lo que vemos aquí es la
vinculación de la palabra verdad logos con el “estado de no oculto”, la aletheia de aquí
entonces que la traducción de la palabra “verdad” y mucho más las definiciones teoréticas
de esta expresión, encubren el sentido griego que estos entendían, comprensible de suyo, en
una comprensión prefilosófica, cuando se usa el término aletheia.
Con los análisis anteriores, de la mundanidad del mundo y de los entes intramundanos, se
encontró que poder ser descubiertos estos entes se logra en la “apertura” del mundo. La
apertura es la forma fundamental del Dasein en donde este es su “ahí”. La apertura se
constituye por el encontrarse, el comprender y el habla, concerniendo originalmente al
mundo, al “ser-en” y al “sí-mismo”. La estructura del cuidado entendida como
“adelantarse-a-sí ya en un mundo-como ser cabe los entes intramundanos” guarda la
apertura del Dasein. Con y por este es la apertura; pero más aun, únicamente con la
apertura del Dasein se llega al fenómeno más original de la verdad.
Con lo que se ha mostrado de la constitución existenciaria del “ahí” y con referencia al ser
cotidiano del “ahí”, se fragua el fenómeno de la verdad. En tanto el Dasein es
esencialmente apertura, y en tanto tal, abre y descubre y por ello es “verdadero”. La frase
de Heidegger: el Dasein es “en la verdad”[29], tiene un sentido ontológico y no significa
que este ente se relacione ónticamente con algunas verdades o “en toda verdad”, sino que le
es inherente la apertura a su ser más propio, a su constitución existenciaria. Heidegger
acentúa además cuatro puntos en donde se nota el sentido existenciario de dicha frase.
1.- A la constitución del ser del Dasein le es inherente de forma esencial la apertura en
general, ella contiene el todo estructural del ser que se explicitó con el cuidado. A este es
inherente el ser en el mundo y también el “ser cabe los entes intramundanos”. Como el ser
del Dasein y su apertura, el ser descubierto de los entes intramundanos es igualmente
original.
2.- A la constitución del ser del Dasein y como miembro constitutivo de su apertura, le es
inherente la apertura; aquí se muestra que el Dasein es en cada caso ya como el mío siendo
en un mundo determinado y entre los entes intramundanos. La apertura es esencialmente
fáctica.
3.- A la constitución del Dasein es inherente el estado de arrojado, o sea el ser abriendo en
relación a su poder ser. El Dasein puede, como comprensor, comprenderse por el mundo y
los otros, o por su poder ser más propio. Esto último implica que el Dasein se abre para sí
mismo como y en su poder ser más propio. Esta apertura propia indica el fenómeno de la
verdad más original y más propia que el Dasein puede ser en cuanto poder ser, es la verdad
de la existencia, la cual alcanza toda su precisión ontológica-existenciaria en el análisis de
la propiedad del Dasein.
4.- A la constitución del ser del Dasein es inherente la caída. De forma inmediata y regular
el Dasein se encuentra perdido en su mundo (zumeist ist das Dasein an Seine “Welt”
verloren). El comprender en tanto arrojo se desplaza hacia las posibilidades de ser. El
absorberse en el uno implica la dominación del estado de interpretado público (öffentlichen
Ausgelegtheit) (estado interpretativo público con Rivera). Aquí lo descubierto y abierto se
encuentra en el modo de desfiguro (Verstelltheit) (estado de desfigurado con Gaos)
(disimulo con Rivera) y del cerrazón debido a las habladurías (Gerede), la avidez de
novedades (Neugier) (curiosidad con Rivera) y la ambigüedad (Zweideutigkeit). En
conducirse del Dasein en relación a los entes no se elimina sino que ahora se encuentra
arrancado de sus raíces, de esta manera los entes, desarraigados si bien no están
completamente ocultos sino descubiertos en un desfiguro que los hace mostrarse como
“parecen ser”. Lo antes descubierto se sumerge en el desfiguro y se ocultan; de aquí obtiene
Heidegger que el Dasein, esencialmente cadente es, debido a la constitución de su ser, en la
“falsedad” (Umwahrheit)[30]. Este último término se usa de forma ontológica como el de la
caída, es decir lejos de toda valoración negativa. A la facticidad el Dasein le corresponde de
forma inherente tanto la “cerrazón” (Verschlossenheit) (obstrucción con Rivera), como lo
“encubierto” (Verdecktheit) (encubrimiento con Rivera). También se obtiene
ontológicamente de la frase expuesta, que el Dasein es también en la falsedad. Como el
Dasein es abierto igualmente se encuentra cerrado; por ello se descubren, se ocultan
desfigurándolos los entes intramundanos que hacen frente en el mundo.
Martin Heidegger y Fritz Heidegger en 1961
El Dasein no necesita colocarse ante sí mismo en una experiencia original para afrontar el
ente, el cual sin embargo queda vuelto hacia él. El Dasein se apropia en muchos caso de lo
descubierto de los entes no al descubrirlos, sino oyendo lo que se dice de ellos. El
absorberse en lo que se dice de ellos es inherente a la forma de ser del uno, en lo expresado
se asume el conducirse hacia los entes descubiertos a través de la proposición. Mas si el
Dasein ha de apropiarse estos entes de forma expresa en su posibilidad de ser descubiertos,
esta posibilidad fijada en la proposición tiene que tener un carácter descubridor. Pero la
proposición expresada es algo “a la mano”, de tal manera que, al preservar en ella el ser
descubiertos los entes, tiene ella una referencia los entes descubiertos. La evidencia de su
ser-descubridor quiere decir: evidenciación de la relación que tiene el enunciado con el ente
al estar este al descubierto, ya sean “a la mano” o “ante los ojos” dentro del mundo; la
evidencia misma se da como lo “ante los ojos”. La relación consiste en que al estar al
descubierto que se conserva que se conserva en el enunciado es siempre un “estado de
descubierto de…”. El juicio, dice Kant, contiene algo que vale a los objetos[32]. Pero
ahora, la misma relación, cuando transita en una relación entre cosas “ante los ojos”, toma
el carácter de un “ante los ojos”. El estado de descubierto de… se convierte en la
conformidad “ante los ojos” de un ente “ante los ojos” (el enunciado expresado) en relación
con un ente “ante los ojos” (el ente del que se discursa). Si la conformidad es considerada
solamente como una relación entre entes “ante los ojos”, si el modo de ser de los
componentes de esta relación es comprendido de una manera indiferenciada como un mero
“ante los ojos”, entonces la relación no es sino la concordancia presente ahí, de forma
simple, de dos entes “ante los ojos”.
Heidegger señala que: cuando el enunciado ha sido expresado, lo descubierto del ente tiene
el modo de ser de lo “a la mano” dentro del mundo. En la medida en que el estar al
descubierto de lo ente es un estar al “descubierto de…”, se mantiene una relación con algo
que está ahí, al estar al descubierto (verdad) se convierte a su vez, en una relación entre
entes que están ahí (intellectus-res). De esta manera, el fenómeno existenciario del “estado
de descubierto” que quedó fundado en la apertura del Dasein, se llega a convertir en una
peculiaridad “ante los ojos”, menesterosa del carácter de una referencia y en cuanto
peculiaridad, escindida en una relación “ante los ojos” dentro del mundo. Esto pasa en la
facticidad del uno, en el absorberse el Dasein en la cotidianidad y asumir su poder-ser
impropio. La verdad, como apertura y descubrir estando ya “entre los entes” descubiertos,
se ha convertido en una concordancia entre entes “ante los ojos” dentro del mundo; de esta
manera Heidegger explica, desde el punto de vista ontológico, el por qué en la tradición la
verdad se convirtió en una concordancia entre entes “ante los ojos” dentro del mundo.
Aristóteles nunca defendió la tesis de que el lugar original de la verdad sea el juicio. Más
bien dice que el logos es el modo de ser del Dasein que puede descubrir o bien ocultar. Esta
doble posibilidad es lo relevante en el “ser verdadero” del logos, entendiendo este como
una manera de conducirse que también puede encubrir. Además, al no sostener Aristóteles
esta tesis, tampoco se le puede atribuir que el logos se extiende hasta el noein. La verdad de
la aletheia y del ver las ideas, es el descubrir original; y sólo porque la noein es lo que
descubre primariamente, puede el logos tener también, en tanto dianoein, una función de
descubrimiento.
La tesis que sostiene que el lugar de la verdad es el juicio, no sólo mienta sin razón
Aristóteles, sino que nos muestra también en su contenido que desconoce la estructura de la
verdad. No es la proposición el lugar primario de la verdad sino que es al revés, la
proposición, como modo de apropiación del “estado de descubierto” y como modo de ser
en el mundo, se funda en el descubrir o bien en la apertura del Dasein. La verdad más
originaria es el lugar de la proposición, y además es la condición ontológica de posibilidad
para que las proposiciones puedan ser verdaderas o falsas, o sea descubridoras o
encubridoras.
El Dasein, en cuanto apertura, es en la verdad. La apertura es una forma de ser del Dasein.
Verdad sólo la hay hasta y onde y mientras el Dasein es. Los entes son descubiertos cuando
un Dasein es y sólo son abiertos mientras un Dasein es. Con estas sentencias Heidegger
que, antes que todo Dasein fuese y después de que todo Dasein haya de ser, ni fue ni será la
verdad, porque esta como apertura, el descubrimiento y el estado de descubierto que es, no
puede ser en tales circunstancias. Si pensamos en los huesos de los dinosaurios, estos ni
eran ni no eran, antes de ser descubiertos por la paleontología. ¿Para quién podrían haber
sido? Ni para ellos por supuesto, ni para la tierra que los rodeaba; decir que los dinosaurios
no eran ni verdad ni falsedad antes que el hombre los descubriera, no quiere decir que son
entes solamente a través de este decir. Los dinosaurios se volvieron verdad a través del
descubrimiento y estudios de su osamenta y por ende se volvieron accesibles al Dasein.
Con este estado de descubierto se muestran los entes que antes ya eran. Descubrir de esta
manera es la forma de ser de la verdad. Que haya verdades eternas solamente es posible si
hay un Dasein eterno.
Toda verdad es, con arreglo a su esencial forma de ser, la del Dasein, relativa al ser del
Dasein[33]. ¿Esto quiere decir que la verdad es subjetiva? Lo que Heidegger entiende como
subjetivo no tiene que ver con que la verdad esté sometida al arbitrio del sujeto, pues el
descubrir sustrae el formular proposiciones al arbitrio del sujeto y pone al Dasein
descubridor ante los entes. Sólo porque la verdad, como descubrir, es una forma de ser del
Dasein, puede sustraerse al arbitrio de este ente. La validez universal echa sus raíces
también en el hecho de que el Dasein puede descubrir y liberar entes en sí mismos.
¿Por qué tenemos que presuponer (voraussetzen) (suponer con Gaos) que hay una verdad?
Primero habrá que analizar qué quiere se entiende con la palabra presuponer. Pero además
hay que pensar también qué quiere decir el “tenemos que” y el implícito “nosotros”. Qué
significa el pensar que hay una verdad. Para Heidegger la verdad la suponemos porque
“nosotros”, siendo en la forma de ser del Dasein, somos “en la verdad”. No la supone como
algo exterior o superior a nosotros. De hecho no somos nosotros quienes suponemos la
“verdad”, sino que es ella quien posibilita ontológicamente que seamos de tal manera que
“supongamos” algo. La verdad es quien hace posible toda “suposición”[34].
Presuponer quiere decir comprender algo como la razón de ser de otro ente. Pero la
comprensión de los entes bajo el punto de vista del ser se basa en la apertura, o sea en el ser
descubridor de Dasein. De esta manera pensar en la presuposición de la verdad significa
comprenderla como algo por mor de lo cual el Dasein es. Pero hemos visto que, arraigado a
la constitución de la estructura del cuidado, el Dasein se “adelanta-a-sí”. Al ser y al poder-
ser como ser en el mundo le es inherente la apertura y el descubrir. Al Dasein le va también
su “poder-ser en el mundo” y el cuidarse descubriendo, en el “ver en torno”, los entes
intramundanos. En la constitución del ser del Dasein que es el cuidado, en el “adelantarse-
a-sí” radica el “presuponer” más original. Heidegger agrega: como este presuponerse le
pertenece al ser del Dasein, también “nosotros” debemos presuponernos a “nosotros
mismos” en cuanto determinados como definidos por la apertura (aperturidad con
Rivera)[35]. Este “presuponer” constitutivo del ser del Dasein no se refiere al ente que no
tiene su modo de ser . la verdad presupuesta o el “hay” con el que se debe determinar su
ser, tiene el modo o el sentido del ser del Dasein. La presuposición de la verdad debemos
“hacerla” nosotros, porque ella ya está hecha con el ser de “nosotros”[36].
Para Heidegger debemos de presuponer la verdad, ella debe ser en tanto apertura del
Dasein, de la misma manera que este mismo debe ser en cada caso mío. Todo esto como
recordamos, pertenece a la condición esencial de arrojado al mundo. Sin embargo hay que
destacar que en sí mismo, no se puede decir por qué los entes deben ser descubiertos, por
qué tienen que ser en la verdad y el Dasein. La refutación que se le puede hacer al
escepticismo en este sentido es muy pobre, se basa en la reconsideración de la negativa
posibilidad de conocer el ser o la verdad; normalmente empieza en la argumentación del
juzgar el cual presupone la verdad. Se apela al hecho de que la verdad es inherente al
enunciado o proposición y que mostrar significa descubrir. Lo que deja sin aclarar por qué
tiene que ser así, cuál es la razón ontológica de esta conexión de ser entre proposición y
verdad. también queda oculto el modo de ser de la verdad y el sentido del presuponer y de
su fundamento ontológico en el Dasein. Además se asienta se suyo que aun, cuando nadie
juzgara, se presupondría la verdad por el hecho de que el Dasein es.
El ser de la verdad se vincula originariamente con el ser del Dasein, como este es apertura,
es decir por el poder comprender el ser, el ser puede llegar a ser comprendido. Ser – no el
ente – sólo “hay” en tanto que la verdad y esta es mientras el Dasein es como es. Ser y
verdad son cooriginarios. Para Heidegger el significado de que el ser es en distinción con el
ente, sólo se podrá preguntar de forma concreta, cuando se haya aclarado en general el
sentido del ser y el alcance de la comprensión del mismo.
Si con el fenómeno del cuidado se llegó a la constitución originaria del ser del Dasein,
entonces será posible conceptualizar sobre este horizonte, la comprensión del ser que se da
en el cuidado, o sea girar en torno al sentido del ser. Todavía falta por preguntar si con lo
logrado aquí, podemos pensar en tener ya una totalidad más originaria del Dasein obtenida
del fenómeno del cuidado. ¿Se puede pensar, a partir de aquí, el Dasein como un todo?
Notas:
1 Másmela Carlos, Martin Heidegger: el tiempo del ser, editorial Trotta, 2000, p. 42.
2 En alemán la cita reza: Die durchschnittliche Alltäglichkeit des Daseins kann demnach
bestimmt werden als das verfallend-erschlossene, geworfen-entwerfende In-der-Welt-sein,
dem es in seinem Sein bei der “Welt” und in Mitsein mit Anderen um das eigenste
Seinkönnen selbst geht.
Heidegger Martin, Sein und zeit, Max Niemeyer Verlag Tübingen, 1986, p. 181. (SuZ).
3 Heidegger Martín, El ser y el tiempo, Tr. Gaos J., Fondo de cultura económica, 2002, p.
202. (SyTG).
4 Ibid., p. 203.
5 Heidegger Martín , Ser y tiempo, tr., Rivera J., Editorial universitaria, 1997, p. 206.
(SyTR).
6 N del A. Para efectos de esta traducción debemos indicar que traducir el concepto alemán
de befindlichkeit como “disposición afectiva”, tal y como lo hace Rivera no es incorrecto;
sin embargo la traducción de Gaos por “encontrarse” nos refleja una situación más concreta
que invita a la consideración de un estado contextual en el cual se haya el Dasein en todo
momento y desde donde puede o no considerar situaciones muy específicas y siempre en
relación en esa contextualizad.
7 SyTR, p. 207. En alemán se lee: Existenziell ist zwar im Verfallen die Eigentlichkeit des
Selbsteins verschlossen und abgedrängt, aber dieser Verschlossenheit ist nur die Privation
einer Erschlossenheit, die sich phänomenal darin offenbart, da die Flucht des daseins
Flucht vor ihm selbst ist. SuZ., p. 184.
8 SyTG., p. 205.
9 Ibid., p. 206.
10 Ibid., p. 207.En alemán: das Wovor der Angst ist die Welt als solche. SuZ., p. 187.
11 Ibid., p. 210.
12 Furcht ist an die Welt verfallene, uneigentliche und ihr selbst solche verborgene
Angst. SuZ., p. 189.
13 SyTG., p. 213.
14 SyTR., p. 214.
15 SuZ., p. 192.
16 SyTG., p. 219.
17 SyTG., p. 224.
18 Ibid., p. 225.
19 SyTR., p. 231.
20 SyTG., p. 232. Realität hat weder innerhalb der Seinsmodi des innerweltlichen Seienden
einen Vorrang, noch kann gar diese Seinsart so etwas wie Welt und Dasein ontologisch
angemessen charakterisieren. SuZ., p. 211.
22 Idem.
24 Ibid., p. 237.
25 SyTR., p. 238.
26 SuTG., p. 239.
27 Idem.
28 Ibid., p. 241.
30 SyTG., p. 243.
31 SyTR., p. 244.
33 Ibid., p. 248.
34 Ibid., p. 249.
35 SyTR., p. 248.
36 Idem.
Bibliografía básica
Heidegger Martin, Sein und zeit, Max Niemeyer Verlag Tübingen, 1986.
Heidegger Martín, El ser y el tiempo, Tr. Gaos J., Fondo de Cultura Económica,
2002.
Heidegger Martín, Ser y tiempo, tr., Rivera J., Editorial Universitaria.
Másmela Carlos, Martín Heidegger: el tiempo del ser, editorial Trotta, 2000.
Bibliografía secundaria
Heidegger Martín, Prolegómenos para una historia del concepto de tiempo, tr.
Aspiunza J., Alianza Editorial, 2006.
Leyte Arturo, Heidegger, Alianza Editorial, 2005.
Cotidianidad y caída
Luis Tamayo
Caída que los mantenía “aferrados al error” y los alejaba de la vida beata, esa “vida feliz en
Dios” de la cuál eran la cúspide los estados de “dejadez y desasimiento”.[4]
Es en este curso de 1921 donde encontramos los antecedentes directos de lo que, seis años
después, Heidegger sostendrá en los parágrafos 35 a 40 de El ser y el tiempo.
En el §35 había indicado que, en primer lugar, las habladurías presentan la pretensión:
Las habladurías (Gerede) son, según Heidegger, el modo cotidiano del habla. Y aquí es
menester aclarar que, para él, el término no es despectivo, expresa simplemente la “forma
de comprensibilidad del término medio” que, por su repetición, adquiere autoridad,
determinando así “lo que se ve y cómo se ve”. Para Heidegger existe, además, una versión
literaria de las habladurías: las escribidurías (Geschreibe), entre las cuales se encuentra
fundamental, aunque no exclusivamente, la publicidad.
“Sólo busca lo nuevo para saltar de ello nuevamente a algo nuevo. No es el aprender y,
sabiendo, ser en la verdad lo que interesa a la cura de este ver, sino que son ciertas
posibilidades de abandonarse en el mundo”.[8]
Plantea Heidegger en el §36 que la avidez de novedades es inquieta y está “en todas partes
y en ninguna”, se rige por las habladurías y por ello carece de fundamento y dirección.
Finalmente, la ambigüedad (Zweideutigkeit), tercer elemento del “Estado de yecto”
(Geworfenheit), corresponde al modo del comprender del Dasein caído, es decir, impropio
(uneigentlich). La ambigüedad expone la cualidad del Dasein que sabe que realmente no
comprende lo que dice comprender debido a estar perdido en las ilusiones que portan la
avidez de novedades y las habladurías. La ambigüedad muestra al Dasein confuso en el
mundo del uno (el mundo de la rutina y la monotonía) y que ya no sabe lo que es un
genuino comprender. En el § 37 Heidegger señala que la consecuencia de esa confusión del
Dasein es la incapacidad de obrar:
“La ambigüedad del público “estado de interpretado” hace pasar el hablar por anticipado y
el sospechar ávido de novedades por el efectivo suceder y estigmatiza de secundario e
inimportante el realizar y obrar”.[9]
Estado del Dasein que se opone al del Dasein “propio” (eigentlich) el cual:
En el §74 plantea que para que el Dasein sea sí mismo debe precursar la muerte advenidera,
es decir, asumir la finitud, pero sin quedarse en un mero “esperar la muerte” pesimista sino,
con base en la comprensión de su finitud, lanzarse a desarrollar verdaderamente sus
posibilidades, proyectándose. Y ¿de dónde extrae tales posibilidades? Pues de su sido
propio, de su historia personal y social, de su “tradición heredada”:
“El ‘estado de resuelto’, en el que el ‘ser ahí’ retrocede hacia sí mismo, abre las
posibilidades fácticas del existir propio en el caso partiendo de la ‘herencia’ que toma
sobre sí en cuanto yecto. El resuelto retroceder al ‘estado de yecto’ entraña una ‘tradición’
de posibilidades transmitidas, si bien no necesariamente como transmitidas. Si todo ‘bien’
es hereditario y el carácter de los ‘bienes’ radica en el hacer posible la existencia propia,
entonces se constituye en el ‘estado de resuelto’, en cada caso, la tradición de una herencia.
Cuanto más propiamente se resuelve el ‘ser ahí’, es decir, se comprende sin ambigüedades
partiendo de su más peculiar y señalada posibilidad, en el precursar la muerte, tanto menos
equívoco y accidental es el encuentro electivo de la posibilidad de su existencia. El
precursar la muerte es lo único que expulsa toda posibilidad accidental y que sólo tiene
‘curso provisional’. Sólo el ser en libertad para la muerte da al ‘ser ahí’ su meta pura y
simplemente tal y empuja a la existencia hacia su finitud. La bien asida finitud de la
existencia arranca a la multiplicidad sin fin de las primeras posibilidades que se ofrecen, las
posibilidades del darse por satisfecho, tomar las cosas a la ligera, rehuir los compromisos, y
trae al ‘ser ahí’ a la simplicidad de su ‘destino individual’. Con esta expresión designamos
el gestarse original del ‘ser ahí’, gestarse implícito en el ‘estado de resuelto’ propio y en
que el ‘ser ahí’ se hace ‘tradición’ de sí mismo, libre para la muerte, a sí mismo, en una
posibilidad heredada pero, sin embargo, elegida.”[14]
En este párrafo clave Heidegger muestra lo que ocurre al Dasein propio en el momento de
comprometerse con su proyecto. Para Heidegger, el Dasein propio presenta un “estado de
resuelto” el cual está caracterizado, recordémoslo, por un comprender del tipo del “ser
deudor” —es decir, el Dasein sabe que no tiene fundamento, sabe que su vida no tiene un
sentido predeterminado—, por un encontrarse del tipo de la angustia —pues ha precursado
la muerte—, y por un habla silenciosa —pues la voz de la conciencia, indica Heidegger,
habla callando.
“Sólo el ser en libertad para la muerte da al ‘ser ahí’ su meta pura y simplemente tal y
empuja a la existencia hacia la finitud”.
Esta afirmación es exacta, sin la finitud no hay proyecto posible. Es el apremio de la muerte
advenidera lo que obliga al Dasein a dejar atrás la impropiedad y arrojarse a su proyecto, a
ese “destino individual” (Schicksal) que es al par “colectivo” en virtud de que el Dasein es
“con otros” (Mitsein). Ese destino, indica Heidegger, constituye el “gestarse original del
“ser ahí” en el cual el Dasein se hace “tradición”, es “libre para la muerte” y “elige” su
“posibilidad heredada” sin “ambigüedades”.
Digamos, de paso, que la posición del Dasein impropio no lo exime de reiterar su tradición
heredada, pero lo hace a pesar suyo y desde la ambigüedad, pues el “estado de perdido” es
un esfuerzo, en ocasiones desesperado, de negar la presencia de la muerte, de esa
“posibilidad de la imposibilidad” que, sin embargo, tarde o temprano acaece. Ciertamente
la voluntad, haciendo un gran esfuerzo, puede oponerse a la posibilidad heredada. Pero ello
le permite tan sólo detener momentáneamente el movimiento, no conduce a ninguna otra
parte. La voluntad contraria a la posibilidad propia es tan sólo como el dique frágil ante el
río profundo y agitado: sólo acumula el agua, no la conduce a otra parte… hasta que la
fuerza de la corriente se abre paso.
Dicho de otra manera, el precursar la muerte advenidera hace al Dasein encontrarse con la
angustia, angustia producida por esa “posibilidad de la imposibilidad” que es la muerte. El
precursar la muerte hace al Dasein retrotraerse al sido, hallando ahí su tradición, su
ubicación histórica y sus posibilidades más propias, lo cual le permite ubicarse en su
presente, gestarse históricamente, pudiendo ser un Dasein propio, que vive para sí, y que es
un hombre de su tiempo.
Gracias a este análisis, la tesis heideggeriana del hombre como un “ser para la muerte”
cobra su real sentido: no es una tesis pesimista sino vital, permite la decisión y la resolución
del destino individual, permite vivir la vida propia inserto en el momento histórico-
social. Y es en ello en lo que radica la posibilidad de recuperarse de la caída característica
del Dasein perdido en la cotidianidad, es decir, lo que permite al Dasein “llegar a ser lo que
es”.[15]
Cuernavaca, Morelos, 6 de mayo de 2013
CITAS
4 Ibidem, p. 76. Todo esto no deja de recordarnos la definición que el Dr. Pascal David (de
la Universidad de Bretaña Occidental) indicaba recientemente en su seminario Heidegger
después de Ser y tiempo impartido en la UANL (1-5 de noviembre de 2010), que el
ateísmo, tal como Heidegger, San Agustín y Pascal lo entienden, no consiste en un rechazo
de Dios sino, al contrario, en la terrible experiencia de ser rechazado por Dios. Experiencia
que, sin embargo, no deja de ser liberadora como más adelante veremos.
5 Heidegger, M., El ser y el tiempo, Trad de José Gaos, FCE, México, 1983, p. 195. En la
versión alemana: Sein und Zeit, Max Niemayer, Tübingen, 1993, p. 175.
6 Heidegger indica que el Dasein (vocablo que Gaos traduce como “ser ahí” y que yo
prefiero no traducir) refiere a aquél que “somos en cada caso nosotros mismos”, el
Dasein no es sino el sujeto “ontológicamente bien comprendido” (Cfr. la versión de Gaos,
p. 127; en la versión alemana: p. 111).
11 El “mundo del Uno” (en alemán: del Man) es el mundo común, al que refiere el
impersonal “uno o “se”, como se indica en las frases: “se dice” o “uno dice”. En el §27
Heidegger indica que el Uno “simula todo juzgar y decidir y quita al Dasein la
responsabilidad” (en la versión de Gaos, p. 144; en la versión alemana, p. 127).
12 En el texto antes citado, Heidegger diferencia asimismo entre un tiempo propio y uno
impropio. El tiempo impropio tiene las siguientes características:
- es el tiempo del Dasein impropio, alienado en el mundo de los hombres, del Dasein
perdido en la moda y en la avidez de novedades, es el tiempo de aquél que “nunca tiene
tiempo”.
Heidegger deja de lado ese tiempo que llamará vulgar, impropio, y planteará una
temporalidad propia con tres “éxtasis”: el advenir, el sido y el presente. Tales “éxtasis”
están en el Dasein mismo, son inseparables de él. Así como en Parménides, donde la
concepción del tiempo depende del ser y en su Ser único, continuo e inmóvil era
impensable que se “pasase por el tiempo”, así en Heidegger, aunque desde una perspectiva
totalmente diferente, el tiempo es inseparable del ser.[1]
La temporalidad del Dasein propio tiene tres éxtasis: el advenir, el sido, y el presentarse, es
decir, lo que adviene, lo que ha sido y lo que se presenta al Dasein.
15 “Werde was du bist!” (¡llega a ser lo que eres!) es la fórmula pindárica reiterada por el
Mefistófeles del Fausto de Goethe y que retoman Nietzsche y Heidegger para dar cuenta
del anhelo del Dasein de realización. Cfr. la versión de Gaos de Sery tiempo: p. 163; en la
versión alemana: p, 145.
El ser-con (Mitsein) y el uno (das Man):
medianía de la verdad compartida
Consuelo González Cruz
I. Aperturidad y fenomenología
“La aperturidad es el modo fundamental como el Dasein es su Ahí” (ST, § 44b). Con el
término “aperturidad” Heidegger se refiere a la verdad fenomenológica y se sitúa en un
punto de partida que esclarece el rumbo primordial de su investigación: es preciso que
resurja la necesidad replantear la pregunta por el sentido del ser. No es pues su intención
analizar al Dasein “en cuanto tal” sino al Dasein en cuanto se abre al ser. Y tal renuncia
tiene sentido porque todo análisis que olvide al ser, tiende a encubrir al propio ser del
Dasein. Todo antropocentrismo o todo planteamiento en el que sólo reluce este ser
“enamorado de sí mismo” es de alguna manera ilusoria, y estorba para el verdadero
conocimiento de lo que somos (IF, §4). Así, la “definición” primordial del Dasein no
estriba en una capacidad o en alguna característica específica. Su ser no reside en un “qué”
(contenido) sino en un “como” (manera de ser). Para dar con lo que el Dasein es, por así
decirlo, no debemos preguntar por ‘lo que es’ sino ‘cómo se comporta’; en función de qué
se explica su existencia: el Dasein existe para que el ente y el ser en general se hagan
manifiestos. Más exactamente: el Dasein existe como lugar de manifestación del ser y el
ente. Con ello se descarta la posibilidad de ver a este ente como centro del universo pero no
por ello se elimina la centralidad de su ser en tanto que de él depende que el ser se haga
manifiesto, pero desde un estar al servicio de esa manifestación, sin que lo haya decidido y
sin que pueda no hacerlo.
La apertura del Dasein que lo lanza siempre hacia otros entes comprendiéndolos hace de él
también un ser “descerrado”, un ser eminentemente afectable, y por tanto vulnerable, pero
también explicable por eso que lo afecta y lo determina. Heidegger señala al cuidado como
condición de posibilidad de su existencia: el sentido del ser del Dasein es el cuidado, estar
ocupado en lo que le rodea y preocupado por quienes lo rodean también es una
determinación fundamental de este ente (ST, § 41).
La pregunta por el ser se lleva a cabo desde la fenomenología hermenéutica, que busca ir a
las cosas mismas tal como se muestran desde sí mismas. Y debido a que el ser es el
fenómeno por excelencia,[2] se debe recordar la manera en que Heidegger expone el
carácter fenoménico del ente: “el ente puede mostrarse desde sí mismo de diversas
maneras, cada vez según la forma de acceso a él. Se da incluso al posibilidad de que el ente
se muestre como lo que no es él mismo” (§7 A). La verdad del fenómeno también se hace
manifiesta en lo que no es él mismo. Esto sólo puede ser posible si la verdad y el ser de los
entes dejan de residir en la presencia y en la permanencia; características que
tradicionalmente se asociaron al ser en contraposición con los entes que se hallan sujetos a
la inestabilidad del tiempo. Así, el fenómeno por excelencia urde en sí mismo la
inestabilidad, el cambio, el tiempo. Se hace imposible entonces recurrir a la definición,
pues el fenómeno, por su propia naturaleza elude la definición. El mismo Dasein no
pertenece a ningún tipo de ente que pueda ser definido, no es ejemplar de género alguno. Él
es en cada caso un ente en el que el ser se hace manifiesto y en el que en cada caso se lleva
tal manifestación a “plenitud”.
La manifestación del ser de los entes y del ser en general no se alcanza tras un largo
proceso de investigación teórica. Es en la cotidianidad, en la regularidad de su días, que el
Dasein es apertura. En ella acaece todo modo de apertura.
Ahora bien, hay diferentes modos de ser del ente: el útil, la coexistencia (el “otro” o la
alteridad), la naturaleza, los números. Estos modos de ser no se descubren de forma
diferenciada en el ámbito temático, pero se remiten unos a otros, y de manera especial el
útil remite a la coexistencia.[3]
El útil se nos hace manifiesto en la vida cotidiana no por sus cualidades
“intrínsecas” sino en su servir-para; en su ser para-algo se expresa una remisión que
siempre va acompañada de un complejo remisional, pues un útil no se muestra nunca solo,
sino en todo un contexto de útiles (ST, § 15). La trascendencia del Dasein hace posible que
antes de dirigirnos a un ente específico se abra una “zona” (ST, § 22) a la que pertenece el
ente —y que por así decirlo lo “sustenta”—, zona desde la cual cobra sentido su ser como
útil. Hallamos cotidianamente el vaso sobre la mesa de la cocina, la pluma junto al
cuaderno que a su vez está junto a unos libros, en fin, cada uno en su “lugar propio”: en el
contexto de significaciones éstas se remiten unas a otras y le otorgan sentido al vaso o a la
pluma. Y sólo reparamos en dicho contexto (en la mundaneidad del mundo) si el útil es
apremiante y falta, si no funciona o si estorba. Vamos de un útil a otro, como del vaso a la
pluma, e igualmente vamos de la sala a la cocina o a la calle. Y lo hacemos tan
“naturalmente” porque compartimos con otros tanto el uso de los útiles como “lugares
propios” o contextos variados, independientemente de que sean estos ‘otros’ conocidos o
no, mas por el mero hecho de ser coexistencia (Mitdasein) comparten descubrimiento de
entes, lo cual Heidegger quiere dejar señalado con la preposición mit (con).
¿De qué manera se llega a la participación que expresa el “con”? ¿Cómo se explica el
descubrimiento en común?
No se trata, por supuesto, de ningún acuerdo explícito o siquiera temático. Es una manera
de ser del Dasein el que unos con otros se dejen mutuamente cosas para el uso. En la
cotidianidad el Dasein deja ser las cosas como son y las usa como lo que son. Dejamos ser
las cosas independientemente de la intensidad del uso que les demos, o incluso de su no-
uso (IF, § 13f). Heidegger aprovecha esta expresión del “dejar ser”[4] los útiles para
enfatizar el carácter “pasivo” del Dasein en el manejo de los entes que lo rodean. Dejamos
ser los útiles, lo que ellos son, porque su utilidad no proviene de una operación de nuestro
intelecto; se precisa de esta “receptividad” para habitar la cotidianidad. El Dasein arrojado,
determinado fáctica e históricamente, llega a un mundo que comparte con los otros dejando
que las cosas sean lo que son, no puede escapar del estado de “ya-interpretado”. Esto no
quiere decir que su actuación sea totalmente pasiva, pues los significados varían entre
culturas y épocas.
Ahora bien, si los significados cambian, ¿en dónde tiene lugar la participación de unos con
otros? Es preciso dejar claro en qué sentido la verdad compartida y originaria no depende
de los significados, aunque por otro lado no pueda prescindir de ellos. Heidegger (IF, § 14)
propone algunos casos que podrían cuestionar la noción de descubrimiento: 1) la vida de
alguien transcurre sin hacer grandes aportes a la humanidad, como es el caso de la mayoría;
2) alguien descubre algo importante y lo oculta; y 3) dos hombres de diferentes culturas se
encuentran frente a una situación común, ¿qué compartirían? De los tres casos
mencionados se podría preguntar ¿cómo podemos afirmar que son seres descubridores, o
más aún, que descubren en común?
En el tercer caso Heidegger (IFPC, p. 87) pregunta por la impresión que le causaría a un
senegalés que de pronto fuera sacado de su contexto, por ej. de una cabaña, y que se
enfrentara a la cátedra en donde se imparten clases en la Universidad de Friburgo. El
hombre no vería un simple complejo de superficies y colores, tampoco una cosa sin
referencia alguna. Probablemente no sabría de entrada qué hacer con ella, pero eso que él
ve le aparecería, dice Heidegger, como útil, aunque de manera privativa, y pudiera ser que
tras un momento relacionara ese objeto con alguno parecido en su contexto, por ej. con un
útil para la guerra o la magia. Y lo mismo pasaría con Heidegger si de pronto fuera llevado
lejos de su entorno.
Lo que quiero señalar con estos ejemplos es, como ya dije, que el carácter de ser
descubridores no depende de que se compartan de hecho significados concretos. Sin
embargo, el caso del senegalés ilustra un ejemplo muy extremo que permite ver lo que
cotidianamente no vemos. El mundo se abre en contextos en el que tienen lugar los útiles
cuya estructura es la de ser ‘algo como algo’, esto es, que remiten unos a otros,
generalmente en direcciones similares. Para todos ellos el útil es el mismo.
La idea de mismidad es expuesta por Heidegger[5] cuando pregunta cómo es posible que
todos los alumnos que se encuentran en un salón compartan el develamiento de la tiza o gis,
¿cómo es el mismo para todos? Si todos miran a la misma tiza y cada uno se halla en un
lugar distinto del salón, tendrán distintas perspectivas de la tiza, entonces ¿en qué reside
que todos vean lo mismo? Si eligieran un lugar para ver la tiza, y los alumnos se turnaran
para mirarla podrían ver lo mismo. Sin embargo, aunque espacialmente coincidieran, en lo
temporal diferirían. Pero eso, dice Heidegger, sería confundir la igualdad con la mismidad.
La igualdad de un objeto se queda en el objeto mismo, es una manera derivada de
analizarlo (pertenecería más bien a la actitud teórica), en cambio, la mismidad sí puede
decirse de los útiles que compartimos en la vida diaria. Esos útiles, como la tiza, en este
caso, poseen el carácter de la mismidad porque son develados por varios que desde
diferentes perspectivas ven lo mismo. Más aún, la mismidad sólo es posible para una
variedad de perspectivas.
Y no es posible prescindir de la perspectiva debido al carácter arrojado del ser cada vez
mío, un existenciario fundamental que expresa las determinaciones espacio-temporales y
las condiciones fácticas que nos separan: “el Dasein en cuanto mío y en cuanto éste
[concretísimo], ya está cada vez en un determinado mundo y en medio de un determinado
círculo de determinados entes intramundanos” (ST, § 44 b). El ser cada vez mío no nos
hace un ejemplar más de género alguno previamente definido. Expresa más bien el carácter
de obligatoriedad que le corresponde a cada Dasein para ser el que puede ser, esto es, de
alguna manera, su “insustituibilidad”. Heidegger hace justamente de la diversidad de
perspectivas el requisito primordial para que pueda haber un mundo compartido. La
ausencia de perspectiva pertenece sólo a entes ficticios carentes de mundo.
La perspectiva es necesariamente distinta cada vez y sólo por ella es posible compartir el
develamiento de entes en un ámbito de patencia variado con límites siempre modificables.
Esta verdad esencialmente compartida contribuye a eliminar la idea del sujeto encapsulado.
La existencia no está cerrada; en cambio, puede cerrarse sólo a partir de que comparte.
Por otro lado, los significados que son comunes adolecen de desfiguraciones que se deben
únicamente a nuestro modo de ser y no necesariamente son fruto de la voluntad del Dasein,
pues éste, en su propio ser, tiene la tendencia al ocultamiento y eso también se refleja en la
verdad que comparten unos con otros. Pero ese ocultamiento, como fenómeno, también lo
muestra en su ser.
En la cotidianidad existen otros que comparten nuestro mismo modo de ser (descubridores
y abiertos al ser), con quienes convivimos de maneras distinta. Heidegger nombra al ser-
con (Mitsein) momento estructural de nuestro ser-en-el-mundo. La existencia es Dasein
pero ella misma en tanto ser-con es para otro Dasein una coexistencia (Mitdasein). La
diferencia entre el Mitsein del Dasein cada vez mío y el Mitdasein de todo otro Dasein es
que el Dasein en tanto Mitsein cada vez mío se abre a distintos modos de ser. Estos modos
no son iguales, como no son iguales una piedra, un perro, los números o un hombre; con
cada uno de ellos el Dasein se comporta de manera distinta, al menos en la precomprensión.
La manera en que se ocupa de los que tienen su mismo modo de ser es la solicitud
(Fürsorge), en cambio de los entes que no son Dasein, el Dasein se ocupa (besorgen). No
obstante, es preciso reiterar que la apertura del Dasein a los que coexisten con él es posible
porque su existencia es ser-con, lo que no significa que pueda darse un ser-con sin
coexistencia. Por su parte el ser unos con otros (Miteinandersein) se refiere al modo fáctico
de convivencia;[7] en cierto sentido apunta a los modos de convivencia o comunidad, sin
pronunciarse nunca por algún modo concreto, pues el ser unos con otros también es un
existenciario, un modo de ser del Dasein.
En la precomprensión cotidiana los otros se hacen manifiestos sin llamar la atención, sin
notarse. Como se vio en el apartado anterior, una inmensa cantidad de otros desconocidos
ha delimitado los significados que compartimos; pero siempre hay también, en el ámbito de
patencia del Dasein, determinados y determinantes coexistentes que comparecen antes de
que hagamos del “encuentro con el otro” un motivo temático. Las cosas que nos rodean, el
lugar que habito y sus bondades o carencias remiten al dueño, la obra está hecha a la
medida del portador, el buen libro prestado, a aquel que lo prestó (ST § 26). Para que los
otros comparezcan no preciso realizar una operación mental extra. Simplemente aparecen.
En la bodega, en una esquina, se tienen de pie un par de viejos esquíes; uno de ellos está
roto; lo que allí hay no son cosas materiales de distinta longitud, sino los esquíes de cierta
época, de aquella carrera temeraria con éste y con aquél. Este libro que tengo aquí es un
regalo de X; éste de aquí me lo encuadernaron en tal imprenta; este otro habrá que llevarlo
a encuadernar; ¡a este otro le he dado tantas vueltas!; ése de ahí fue una adquisición inútil,
una decepción; ese otro tengo que leerlo todavía; esta biblioteca no es tan buena como la de
A, pero mucho mejor que la de B; el asunto no es de esos en que uno se complace; qué
dirán los demás de esta presentación, etc…, tales son los rasgos del ocurrir.[8]
Lo anterior a pesar de ser tan cotidiano, o precisamente por serlo, no es visible para todos.
Heidegger cita el fragmento de un poema en prosa en el que Rilke describe su reacción
frente al muro del edificio que habitó en un tiempo y que después fue derruido. Sólo se ven
restos de la construcción, pero la pared guarda el lugar del espejo que alguna vez estuvo
ahí; hay partes de techo en las que se trazan las huellas del camino de las lámparas; se notan
las pequeñas erosiones del papel tapiz. La vida —dice Rilke— se obstina en cada rincón sin
haber sido disipada por viento alguno, pues en esa casa permanecen los soles de mediodía,
las exhalaciones, las angustias y los hedores de quienes la habitaron. Todo esto se le revela
al poeta en una mirada; en cuanto lo reconoce, huye de ahí “pues lo terrible es que lo he
reconocido”. Rilke narra cómo de golpe el mundo se hace visible; y no es otra la función de
los grandes poetas (PFF § 15β).
Sin embargo, la desfiguración permea en la manera que interpretamos la relación con los
otros. Comúnmente la interpretación que se acuña para hablar de las relaciones con los
otros se la hace depender de la notoriedad o bien —su correspondiente en el ámbito
teórico— de la presencia. En esta comprensión cotidiana se da la tergiversación del ser
unos con otros fáctico: lo que se nota y llama la atención, existe. Si aparecen juntos, si se
nota cómo se quieren (o cómo no se quieren), entonces podemos decir que hay relación. En
el plano teórico, por su parte, la garantía de los vínculos con el otro son nociones que
apuntan en último término a la conciencia presente o a algo dado.
Heidegger[9] dedica ciertos apartados para criticar algunas de las ideas prevalencientes en
lo que respecta a la relación con el otro. Aquí únicamente las menciono de modo breve: la
empatía pretende ser una forma de acercamiento al otro mediante la creación de un puente
entre un sujeto y otro a través de la proyección del propio yo. Esta “introyección afectiva”
toma al otro como “doblete” de uno mismo. Otra propuesta altruista es la que establece la
relación yo-tú como lo inicial, lo cual —dice Heidegger—, no deja de ser un solipsismo en
pareja. Por su parte la convivencia que surge en un charla, en la confesión mutua de las
cuitas y alegrías, o incluso en exagerados análisis, la más de las veces supone a dos entes de
realidad simultánea que se aprehenden porque tienen la capacidad de razonar. Es preciso
hacer notar la dirección de la crítica heideggeriana: el fundamento de estas propuestas es la
presencia como modo eminente de ser y que explica su concepción de la “esencia” del otro.
Ello les imposibilita ver el fenómeno anterior u originario, pues colocan el inicio de una
convivencia, en tanto saber del otro o tener noticia del otro, en un fenómeno que desde la
analítica existencial se muestra como derivado, pues cada “yo” o cada “tú” viene
determinado por su “ya con el otro”(IF, § 18).
Los supuestos de los que parten este tipo de concepciones no podrían explicar a plenitud la
gran variedad de formas del ser unos con otros. Heidegger da como ejemplo de un convivir
auténtico la situación que se describe enseguida (IF, § 13): dos excursionistas se encuentran
en las faldas de una montaña, y siguen un camino similar. Después de un rato de caminar
algunas veredas, aparece ante ambos un inesperado panorama de montañas y se sienten
súbitamente emocionados, de tal modo que, maravillados y absortos cada uno por el paisaje
que se ofrece, se limitan a permanecer en silencio. Este es un modo positivo del ser unos
con otros, dirá Heidegger, ¿cómo puede ser explicada esta convivencia por la aprensión o la
empatía si no están juntos mirándose o atendiendo uno a otro, si no se aprehenden
mutuamente, si lo que comparten está implícito y si el momento cumbre de su compartir
sucede en silencio?
En Ser y tiempo, Heidegger describe varios modos positivos y privativos de ser unos con
otros, del convivir fáctico (ST, § 26). Ninguno de ellos se refiere a los posibles modos de
aprehensión o no aprehensión mutua. Los positivos generalmente surgen de hacer las
mismas cosas, aunque en el ámbito concreto esto puede ser positivo o pernicioso. En un
extremo sitúa Heidegger aquella solicitud por el otro que se traduce en un reemplazo y que
lo arroja de su sitio, o bien lo hace dependiente y dominado.[10] En el otro extremo
positivo se hallaría tal vez la descripción que hace de la auténtica solidaridad, o del amor,
en donde que hay compromiso con una misma causa desde la existencia expresamente
asumida: no surge de hacer las mismas cosas sino de un compromiso común, de una lucha
por el otro y en favor del otro (IF, § 37). Por otra parte, los modos de convivencia privativa
no son necesariamente perjudiciales, por ejemplo, la indiferencia es necesaria para llegar al
trabajo, si uno no se interesa en los que cruzan su camino, seguramente llegará a su destino.
Ahora bien, hay otro tipo de indiferencia que sí puede ser dañina. Y sin duda, muchos de
los modos en los que cotidianamente vivimos, como el enfrentarnos unos a otros, lo son.
Estos fenómenos ostentan generalmente el carácter de lo no-llamativo, son tan obvios que
no se notan.
Hasta qué punto algunos de estos fenómenos privativos pueden ser tomados como prueba
en contra del originario convivir, por ejemplo, la soledad. Porque algunas propuestas
partirían de que lo inicial sería el individuo aislado. Sin embargo, para la fenomenología
hermenéutica únicamente desde el ser unos con otros puede explicarse a su vez el estar
solo. La soledad o la indiferencia no son prueba en contra del convivir originario, sino un
modo deficiente de ese convivir. Cuando uno está solo (IF, § 14), está solo-sin-los otros, es
decir, está referido de manera negativa a otros: abandonado por, no necesitado por,
olvidado por o no molestado por, y, por cierto, estos “otros” muy determinados pues cabe la
posibilidad de estar solo en medio de una multitud. Precisamente en la soledad el otro se
hace manifiesto con mayor insistencia. En la falta, en la necesidad e incluso en el hartazgo,
resplandece con mayor insistencia el mundo compartido (Mitwelt).
Por el momento baste reiterar el carácter ontológico que tienen los existenciarios de la
convivencia. La posibilidad de que sus modos positivos y privativos de la convivencia
fáctica se expliquen desde el ser unos con otros reitera la perspectiva del planteamiento de
Heidegger y la diferencia que tiene con las, así llamadas por él mismo, propuestas
altruistas. Un supuesto pesimismo o una visión negativa de la convivencia humana se le
atribuiría a Heidegger sólo si no se comprende el carácter descriptivo y no prescriptivo de
la fenomenología.
Ahora bien, la aparición del sí mismo se da a la par del descubrimiento del útil y del otro, y
cuenta también con sus propias desfiguraciones en la interpretación que se le da. Así como
los otros son parte de los seres que se develan, también el sí-miso se descubre de una
manera peculiar en la vida cotidiana. Es claro que siempre, en un sentido óntico, el Dasein
puede afirmar “este soy yo”, “esta es mi esencia”, “esta es mi identidad”; sin embargo, en
el ámbito fenoménico se debe proceder con mayor cautela a fin de que no quede
implícitamente comprendido un yo como algo dado al que se accede a través de la
reflexión. En el ámbito fenoménico el “yo” es en realidad un “no-yo” que sin embargo no
carece de “yoidad” (ST, § 26); pero es preciso evitar que para la evidencia óntica de la
afirmación “este soy yo” se utilice un término que desvirtúe las connotaciones del sentido
fenoménico. En la cotidianidad nos encontramos a nosotros mismos a través de los entes
intramundanos: “Al comprenderse a sí mismo a partir de las cosas, el Dasein se comprende
a sí mismo como ser-en el mundo a partir de su mundo” (PFF, § 15). El zapatero no se
confunde con los zapatos que trabaja, pero perdido en ellos es el que es. Se trata, dice
Heidegger, del sí-mismo cotidiano que se pierde en las cosas, que, en el sentido óptico del
término, reverbera en ellas difuminada y no puntualmente.
Entre los aspectos que llaman la atención cuando se aborda la cuestión social en Heidegger
se encuentra la impronta peyorativa que tienen los existenciarios relacionados con ella. Y
ciertamente, eso puede estar apuntalado por los adjetivos y el vocabulario que utiliza. Sin
embargo, como se ha dicho al principio, se precisa tener en cuenta las pautas del método
para que a su vez quede comprendida la afirmación heideggeriana de que con toda su
descripción no pretende aludir a la calidad moral del Dasein que se comporta de esa forma,
y mucho menos hacer juicios a partir de eso.[11]
Además de lo anterior, en lo que se refiere al tema del ser unos con otros, Vigo señala con
toda claridad que “la exposición heideggeriana de la intersubjetividad se vincula
necesariamente —como otra cara de la misma moneda— con su manera de concebir el
sujeto”.[12] Esto se muestra a lo largo de los múltiples párrafos en los que Heidegger se
ocupa del tema de la propiedad o individuación y en la que constantemente se hace alusión
al uno (das Man), como un existenciario que le sirve de contraste para aclarar la propiedad.
Precisamente es el uno (das Man) el que más continuamente ha sido objeto de
consideraciones despectivas o ingenuas, y siguiendo la vinculación que señala Vigo,
diremos que una mala comprensión del uno (das Man), esconde en el fondo también una
mala comprensión de la propiedad. Por tal motivo, enseguida expongo brevemente ambos
términos, refiriéndome fundamentalmente al uno (das Man) como el comportamiento
cotidiano de la gente, el comportamiento social por antonomasia. Este comportamiento
social se daría en cada uno de los modos de convivencia, sean estos defectivos o positivos.
Algunos de los términos relacionados con el das Man son la cotidianidad, la impropiedad y
la caída, que en principio parecería que se refieren a lo mismo y son intercambiables.
Enseguida comento brevemente por qué a pesar de estar estrechamente vinculados, tienen
algunas distinciones de matiz. Aunado a ello pretendo aclarar por qué o en qué sentido la
propiedad es diferente a la impropiedad y de qué manera se puede hablar de términos
“excluyentes” entre sí.
Al principio de este trabajo señalé que la cotidianidad es tomada como el punto de partida
en el que se da la aperturidad del Dasein. Se trata de un punto de partida que Heidegger
describe como un modo de acceso exigido por el análisis fenomenológico del ser del
Dasein y del ser en general.
Además de ello “en esta cotidianidad no deberán sacarse a la luz estructuras cualesquiera o
accidentales, sino estructuras esenciales, que se mantengan en todo modo de ser del Dasein
fáctico como determinantes de su ser”. (ST, § 5, p. 41). Tales estructuras son los
existenciarios, momentos estructurales de la apertura del Dasein; los más conocidos son la
comprensión, la disposición afectiva y el habla, pero también lo son el ser unos con otros,
la caída, el uno, el ser junto a otros entes o ser cabe, la desalejación, entre otros.
Ahora bien, todas ellas son estructuras de aperturidad, y todas se realizan primordialmente
de dos modos: en la propiedad o en la impropiedad. Como se ha dicho, la determinación
fundamental del Dasein es la apertura de ser, de lo que no es él pero también del ser que él
mismo es. De ahí que su ser le incumba y en todo momento se le devele. El ente que
pregunta por el ser, el ente que devela el ser, también es aludido en su propio ser cada vez
de manera arrojada. Por eso una determinación fundamental del Dasein es el ser cada vez
mío. Esta comprensión que tiene de su ser no es un mero dato o información sino que tiene
el carácter de tarea o encargo y con ello también de obligatoriedad. Su ser se le abre como
posibilidad de develamiento pero también como obligación de develarse en lo que es. El
Dasein tiene que hacerse cargo de su ser de una u otra manera arrojado en un mundo que no
eligió pero que lo acoge familiarmente y le ofrece posibilidades para aligerar la carga de su
ser; así, no puede desertar de la obligación de tener-que ser pero sí puede dejar que el uno
decida por él (impropiedad). Ahora bien, la cotidianidad se abre en el modo de la caída
porque urge a lo inmediato, exalta lo notable, hace de lo que se presenta y aparece el modo
de ser por excelencia.
Precisamente debido a que el uno se abre como el carácter de lo público quiero señalar de
qué manera esto no puede evadirse, es decir, ni el propio puede prescindir del uno.
Algunas de las cosas que forman parte de esto público o social son las costumbres, las
reglas, los patrones de medida, la cosmovisión, el lenguaje. Todo ello contribuye a la
movilidad del ritmo cotidiano, es lo que nos permite pasar de una cosa a otra sin tener que
preguntarnos cada vez por la manera en que debemos utilizar las cosas, por la dirección de
nuestro trabajo, por las reacciones no meditadas en el trato con los otros, por el modo en
que hablamos. En Introducción a al filosofía Heidegger describe al uno como la fuerza
motriz (concepción del mundo):
Mas entre los caracteres del uno se halla la insensibilidad a las diferencias de nivel,
a las particularidades que nos constituyen —en términos ontológicos, al ser cada vez mío—
. Para efectos de la “vida práctica” el uno acude a la nivelación o emparejamiento. Y
gracias a que todo Dasein ha sido considerado por el uno como un “Dasein promedio o
regular”, puede hacer uso del transporte público, de los medios de comunicación en
general, del lenguaje. Incluso puede ser tomado como mero número de una estadística que
se dirija a proporcionar mejores niveles de vida al Dasein promedio. Con todo, sería
imposible imaginarnos el funcionamiento de la vida práctica si nos empeñáramos en actuar
sólo siempre que nos traten como un ser “único e irrepetible”. En el ámbito público somos
sustituibles, y al parecer justamente funciona porque lo somos.
Pero con tales concepciones no estaríamos sino tomando otro modo que el uno nos ofrece
para sentirnos diferentes, satisfechos con nosotros mismos a partir de que consideramos
tener una vida lograda. El uno nos ofrece —porque sabe que la requerimos— la posibilidad
de hallar una “identidad”, la posibilidad de adquirir ciertas características (o etiquetas)
permanentes como punto de referencia a la luz de la cual se puedan explicar, justificar o
perdonar cualesquiera de las “desviaciones” en el comportamiento cotidiano. Uno mismo se
arma de un arsenal de características que nos hacen únicos e irrepetibles. El uno sabe
ocultarse, y el encumbramiento del presente como garantía de lo que es tiene también su
contraparte que consiste en hacer creer que lo que no se muestra no es. Por eso entre más
fuerza adquiere, mayor es su disimulo.
El uno es un existenciario (ST, §27), es una manera de ser del Dasein, es decir, pertenece a
la estructura positiva del Dasein. La propiedad no puede desprenderse de él, sino que lo
vive de un modo determinado. “El Dasein no logra liberarse jamás de este estado
interpretativo cotidiano en el que primeramente ha crecido. En él, desde él y contra él se
lleva a cabo toda genuina comprensión, interpretación y comunicación, todo
redescubrimiento y toda reapropiación No hay nunca un Dasein que, intocado e
incontaminado por este estado interpretativo, quede puesto frente a la tierra virgen de un
‘mundo’ en sí, para solamente contemplar lo que le sale al paso”. (ST, § 35).
Comunidad y propiedad: las ‘bondades’ de la medianía
¿En qué sentido la propiedad necesita distanciarse de los otros y, más aún, es esto posible
una vez que se ha aclarado el carácter estructural del uno y del ser unos con otros?
El carácter de ser en la verdad que compartimos con otros muestra la imposibilidad de que
el Dasein descubra el ser de los entes partiendo de una situación ficticia ajena a prejuicios.
Se interpretan las cosas como se acostumbra, el estado interpretativo público ha decidido
sobre las distintas posibilidades para el Dasein que descubre los entes que lo rodean. Esta
misma verdad es lo que, desde la caída se llama una “comprensión media” (ST §35).
Esta verdad compartida además de que abre posibilidades también las cierra. La facilidad
que otorga para comprender las cosas se debe a que no llega nunca al fondo de ellas, a que
anula matices y particularidades y le ahorra al lector o al escritor ir al fondo de los asuntos.
Esta medianía de la verdad admite también la opinión y fomenta la discusión y la polémica
siempre de manera desarraigada para que se pueda seguir opinando y para otorgar al Dasein
la seguridad de estar “en la pista”. Pero muchas de las verdades que comparte el Dasein y a
partir de las cuales se mueve tienen, sin que él lo sepa, el estatuto de prejuicios; otras son
costumbres ya arraigadas, o bien, fórmulas aceptadas, todo lo cual le permite tomar
decisiones y librarse de la responsabilidad de ir al fondo de las cosas.
Esta medianía también se busca en lo referente a la concepción que el Dasein tiene de sí, y
para que tal medianía cree la satisfacción de la vida lograda, no debe darse de manera
generalizada, sin distinciones, por así decirlo. Como se ha visto, la idea de lo que somos
depende de lo que hacemos y también de aquellos de quienes nos rodeamos. Esto quiere
decir que el Dasein sabe quién es a partir de compararse con aquellos a quienes admira, con
aquellos que considera sus iguales y con aquellos a quienes desprecia. Y tal es la fuerza
que los otros ejercen sobre la “identidad” cotidiana que comienza una carrera de
persecución e intranquilidad en donde continuamente se miden distancias para evitar
acercamientos de quienes son repulsivos o bien para alcanzar a aquellos que son referencia.
La medianía se mantiene entonces a costa de la continua intranquilidad, de la continua
vigilancia entre unos y otros, velando siempre “sobre todo conato de excepción”, para
inmediatamente desacreditarla, para hacer de lo original algo ya largamente sabido, para
eliminar cualquier rastro de esfuerzo reconocible.[16]
Pero podríamos preguntarnos, ¿a qué viene tal disposición que paga tan alto precio sólo
para ganar esta aparente medianía?
A que, en efecto, el predominio hace perder de vista la perspectiva, el ser cada vez mío. La
comprensión del ser tiene en Heidegger por horizonte la temporalidad entera, la cual se
muestra en el estado de resuelto: en el adelantarse y precursar su más propia posibilidad
que es la muerte. La revelación de la finitud de su ser no elimina los contenidos que le
pertenecen, únicamente los muestra como finitos. Se le abre al Dasein la posibilidad de
“elegir” las posibilidades que corresponden a su situación: con lo que ya es en su condición
de arrojado y hacia lo que se proyecta su ser que es ser para la muerte. En el mostrarse de
su sí-mismo, cabe la posibilidad de que al Dasein también se le muestre su mediocridad,
única, distinta de la de los otros.
Pero como se ha dicho: el Dasein mismo forma parte del uno, así que él mismo sabe y goza
de los beneficios de la nivelación y la finitud que ocultan las instituciones culturales, las
costumbres y las cosmovisiones. No anhela desde sí mismo un cuestionamiento radical, y
sin embargo hay algo que lo empuja a ello porque su ser es una carga y un encargo “cada
uno está disperso y debe llegar a encontrarse”; este “debe” señala el carácter de
obligatoriedad. Con todo, la propiedad no puede surgir de un acto voluntario, porque
cuestionar los contenidos también revela la falta de fundamento del propio ser. El
quebrantamiento de las familiaridades del mundo proviene del Dasein mismo, de los
estados de ánimo que son por excelencia lo no controlable; pero no de cualquiera, sino de
un estado de ánimo fundamental que se resista a ser absorbido y explicado por el uno, pues
toda cosmovisión cuenta con recursos que integran las situaciones más extrañas y
catastróficas a un saber ya largamente conocido o esperado; de ahí que para conjurar esta
amenaza del uno la llamada del Dasein tiene que prescindir de todo lenguaje y de todo lo
notable. El Dasein sabe lo que la llamada dice, y la comprende, y puede decidirse
empuñarse o volver a la impropiedad.
En este punto hay que señalar que Heidegger afirma que la propiedad es sólo una
modificación y no una supresión total de la impropiedad (PFF § 15), sin embargo, creo que
no se puede hablar de una exclusión de contenidos pero sí de énfasis que tiene una
dirección distinta, y sólo en este sentido la propiedad y la impropiedad se excluyen.
Así, la propiedad además de ser “posibilitada” por los que rodean al Dasein, también lleva a
comprender las posibilidades de los otros, lo que supondría un “dejarlos ser” desde su
situación.
Conclusión
Bibliografía
Heidegger, M., Ser y tiempo (ST), trad. Jorge Eduardo Rivera, 3a ed. correg., Santiago de
Chile, Editorial Universitaria, 2002. (Edición integral: Gesamtausgabe 2, en adelante GA)
———————-, Prolegómenos para una historia del concepto de tiempo (PHCT), trad.
Jaime Aspiunza, Madrid, Alianza, 2006. (GA 20)
Notas
1 Para esto tengo presente la “tesis controversial” de Alejandro Vigo que expresa que la
“intersubjetividad heideggeriana” depende en buena parte de su concepto de “sujeto”. Cf.
Alejandro Vigo, “Identidad, decisión y verdad”, Arqueología y aletheiología, Buenos
Aires, Biblos, 2008. Para las abreviaturas de las obras aquí mencionadas, cf. la parte final
de este trabajo. Las abreviaturas se señalan entre paréntesis después de la mención de los
datos bibliográficos de los textos consultados para este artículo.
7 Cf. anotación de J. E. Rivera a la p. 146 sobre la facticidad del convivir (die Faktizität
des Miteinanderseins), Ser y tiempo, p. 472.
8 OHF, p. 116.
11 Esto por supuesto supone también el carácter “neutral” de los indicadores formales. Lo
que no imposibilita que puedan describirse en el ser del Dasein ciertos rasgos que son
determinantes mas no esenciales en el sentido tradicional del término. Para el concepto de
neutralidad, cf. El problema de la trascendencia y el problema de Ser y tiempo, trad. Pablo
Oyarzun Robles, 1996, versión electrónica: www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía
Universidad ARCIS.
13 ST, §§ 35-38.
15 PHCT, p. 80.
16 En este sentido me parece que es interesante mencionar que Heidegger leyó de Thomas
Mann La montaña mágica (cf. A. Xolocotzi, Crónica de Ser y tiempo), aunque
probablemente haya leído otras obras más. Justamente en Th. Mann los temas del disimulo
social, la distancialidad, la mediocridad grupal son temas recurrentes. Por ejemplo, en “El
niño prodigio” se muestra cómo la curiosidad busca en el fondo la tranquilidad de la
medianía. Los asistentes se tranquilizan a sí mismos mediante la comparación y las
evaluaciones que hacen del prodigio ajeno algo asumible; en ese cuento el generoso Th.
Mann, mediante la descripción de un gesto provocativo, otorga al lector la oportunidad de
tranquilizarse también.
La temporalidad y la intratemporacialidad
como origen del concepto vulgar del
tiempo
Antonio Marino López
Consideraciones preliminares
El capítulo final de Ser y Tiempo está dedicado a demostrar que la comprensión del tiempo
que subyace en toda la historia de la filosofía es secundaria o derivada, lo cual se aborda
hasta el final porque su condición de posibilidad se encuentra en la comprensión de la
temporalidad del Dasein presentada a lo largo de toda la obra. La tesis central es que el
concepto de tiempo que subyace en toda la filosofía es una interpretación realizada a partir
de la temporalización que caracteriza de manera originaria a Dasein. A esa interpretación
Heidegger le llama “concepto vulgar del tiempo”. Este concepto vulgar del tiempo fue
expresado por primera vez por Aristóteles en su Física y es retomado con diversas variantes
tanto por los filósofos antiguos como por los modernos, incluyendo a Kant. Ambos
filósofos marcan los hitos fundamentales en la historia del concepto del tiempo. La tesis de
Hegel, según la cual el tiempo es espíritu, es la que más se aleja del concepto vulgar, pero
Heidegger también demuestra que a pesar de la aparente semejanza entre la tesis hegeliana
y la suya, la diferencia es radical porque Hegel se orienta por el ahora, lo cual determina la
comprensión vulgar del tiempo. Heidegger muestra que él es el primero en ofrecer una
fenomenología de la temporalidad del Dasein que incluye la exhibición de la génesis del
concepto vulgar de tiempo. Sin embargo, la originalidad misma de su obra requiere
que explique por qué a lo largo de más de dos milenios y medio de filosofar, la naturaleza
del tiempo había eludido a los más eminentes filósofos. Por otra parte, nada tiene de
sorprendente que si la ontología requiere la desconstrucción, el concepto de tiempo también
lo requiera.
Dado que el propósito de este capítulo es corroborar la primacía de la temporalidad del
Dasein, cuyos elementos se fueron desplayando a lo largo de toda la segunda parte de Ser y
Tiempo, el énfasis de la explicación se encuentra en hacernos ver que la cura es tanto la
clave para la exhibición de la temporalidad del Dasein como para la explicación de la
manera como se gesta el tiempo vulgar. La cura devela y oculta la temporalidad del
Dasein. Este dato de la estructura del argumento permite anticipar una dificultad central en
la presentación de este comentario: Por una parte, se ha de concentrar en el tema del
capítulo VI, pero la base sine qua non se encuentra en el capítulo IV, parágrafos 67 a 69.
Comentar en detalle ambas partes sobrepasaría los límites de este trabajo, por consiguiente
procederé con el supuesto de que la temporalidad del estado de abierto ya le es familiar al
lector. Cuando la elucidación del argumento del capítulo VI lo requiera, explicaré
superficialmente la temporalidad del comprender y del encontrarse.
II
Algunas consideraciones preliminares sobre el nexo general entre los temas centrales de Ser
y Tiempo y la exposición del concepto vulgar del tiempo pueden ser de utilidad. Primero y
sobre todo, conviene recordar que una motivación importante de esta obra es confrontar la
crisis general de la filosofía, diagnosticada ya por Husserl en su libro La Crisis de las
Ciencias Europeas. Heidegger expresa este propósito en términos de la destrucción de la
historia de la ontología. (6)[1] Esta destrucción o desconstrucción conlleva la necesidad de
abolir los tres conceptos fundamentales de la ontología: ousía, sustancia y sujeto.[2] Cada
uno de ellos determina un momento en la historia de la ontología. Y los tres están
determinados por la interpretación vulgar del tiempo. Podemos anticipar, así, que un paso
fundamental en la destrucción o abolición de estos tres conceptos consiste en mostrar que la
temporalidad genuina, la del Dasein, antecede o subyace en el concepto de tiempo supuesto
por las ontologías de la ousia, de la sustancia y del sujeto. También se puede expresar la
motivación central de Heidegger recordando rápidamente que el término “Da-Sein” fue
acuñado para anunciar el proyecto de destrucción, pues con él se indica que la palabra
“hombre” tiene que ser abolida porque ella misma lleva implícitas las interpretaciones
ontológicas a destruir. Así, “Dasein” no es un zoon logon echon porque esta expresión
supone ya la noción de ousia y la noción del tiempo de Aristóteles; tampoco es la criatura
divina de la filosofía escolástica, porque la inmortalidad del alma y la eternidad de Dios
supuestas por esta interpretación necesariamente se basa en el concepto del tiempo vulgar,
y no es el sujeto moderno porque cada versión de éste—por ejemplo, res cogitans, sujeto
empírico humeano o sujeto kantiano—depende también de las comprensiones modernas
del tiempo, y de las aporías o antinomias que éstas produjeron. “Ahí-Ser” anuncia la
relación entre espacio y tiempo que depende de una comprensión radicalmente nueva del
tiempo, comprensión gestada mediante la fenomenología del ser-en-el-mundo y de la cura.
La diferencia entre Dasein, zoon logon echon, criatura y res cogitans se expresa de manera
muy compacta diciendo que Dasein es un quién, no un qué. La temporalidad de Dasein no
es la de un qué, es decir, la de un ser a la mano, o de un ente natural, sino la de un quién,
yecto en el mundo, que se sabe finito: la certeza fundamental no se anuncia al decir cogito
sum, sino diciendo moribundus sum,.[3]
III
Una tercera aproximación al sentido general del concepto de tiempo de Heidegger se puede
obtener por vía de las lecciones sobre la Etica a Nicómaco dictadas en 1924—25.[4] Entre
sus temas centrales se encuentra la relación entre phronesis y sophia, es decir, sabiduría
práctica o prudencia, y sabiduría teorética. Como es sabido, Aristóteles mantiene que la
phronesis es la excelencia en el ámbito de la praxis, y se caracteriza por la excelencia en la
deliberación y la acción respecto a lo mejor para el prudente en cuanto ser humano. Los
objetos con los cuales trata la phronesis son mutables, pues las circunstancias en las que se
llevan a cabo las decisiones prácticas siempre pueden variar, carecen de firmeza. Por el
contrario, los objetos de la sophia son eternos y necesarios. En cuanto Aristóteles considera
que lo eterno y necesario tiene mayor jerarquía ontológica que lo mutable, que es lo mismo
que decir que el hombre no es lo más alto en el cosmos, la sophia es una sapiencia superior
a la phronesis. Es evidente que la jerarquía depende de la interpretación del modo de ser en
el tiempo de los objetos de la phronesis y de la sophia. En la comprensión aristotélica, la
temporalidad de la praxis es la de la cotidianidad, y en ese sentido podría decirse que es la
“vulgar”, mientras que los objetos de la sophia son divinos y eternos, es decir, fundamentos
de lo verdadero. Heidegger invierte las jerarquías al interpretar al Dasein como ser en el
mundo cuya determinación fundamental es la cura. La temporalidad genuina o propia se
produce en el horizonte de lo que en la antropología aristotélica corresponde a la phronesis,
horizonte que en Ser y Tiempo está formado por la cura y sus existenciarios. El tiempo
vulgar ahora es el de lo eterno y necesario, es decir, el de los objetos del theorein
aristotélico. Unos de los objetivos centrales del capítulo VI de Ser y Tiempo es mostrar que
esta “inversión” de la metafísica aristotélica no es una versión más de la “revolución
copérnica” operada por Kant en la Crítica de la Razón Pura. Para llevar a cabo esta
demostración Heidegger tendrá que mostrar tanto que la temporalidad auténtica es la fuente
de la temporalidad impropia o vulgar, como que las nociones de tiempo infinito y objetivo
son elementos del concepto vulgar del tiempo. Podría decirse que Copérnico puso al sol en
el centro del sistema planetario y Kant puso al hombre en el centro del sistema
epistemológico, pero ambos se mantuvieron dentro de la concepción aristotélica del tiempo.
Heidegger no reubica al hombre en un orden ya establecido sino que hace patente que el
verdadero “cosmos” es radicalmente otro. Examinemos su argumento.
El punto de partida es una relación muy compacta de lo que es Dasein, la cual ocupa todo el
primer párrafo.(G466—67).[6] En esta relación Heidegger exhibe la unidad de la estructura
de la cura, resaltando el vínculo entre preserse (vorweg), su potencialidad de ser
(Seinkönnen), ser yecto, y el curarse de (Besorge). Todas estas notas del Dasein se expresan
de manera unitaria al afirmar que es el “ente descubierto como ahí” (das Seiende als Da
erschlossen). Estas características primarias son vinculadas a continuación con el ser en el
mundo, ser junto con otros (Mitsein mit Anderen), y el interpretar. Esta exhibición de la
estructura culmina con la afirmación clave:
El ser en el mundo se ha expresado ya siempre, y en cuanto ser cabe los entes que hacen
frente dentro del mundo, se expresa constantemente en el mismo decir algo a y decir algo
de aquello de que se cura. El curarse de comprensor en el sentido de ver en torno se funda
en la temporalidad, en la temporalidad en el modo del presentar reteniendo y estando a la
expectativa. Como calcular, planear, tomar providencias y precauciones curándose, dice
siempre ya, lo mismo si es fónicamente perceptible que si no: “luego”—debe suceder tal
cosa, “antes”—despacharse tal otra, “ahora”—intentarse de nuevo aquella que “entonces”
falló, pasando la ocasión.
Con esta explicación Heidegger desea hacernos ver que la raíz de la temporalidad está ya
presente desde que Dasein habla, relacionándose con otros y cuidándose. Antes de que se
haga por primera vez la pregunta ¿qué es el tiempo?, ya se encuentra establecida la
estructura de la temporalidad. Los “marcadores temporales” denotados por “luego”,
“antes”, “ahora”, “entonces” son enunciados en el contexto del “presentar reteniendo y
estando a la expectativa”, es decir, ocurren en un contexto mundano como elementos del
curarse. Es importante notar que todos estos marcadores están desde el inicio gestados junto
con las acciones requeridas por la planeación y el cálculo. Para subrayar el contraste con la
noción aristotélica, se puede decir que no se trata de un orden abstracto marcado en la
“línea del tiempo” en relación con un ahora. Estas denotaciones temporales siempre son
concretas, por ejemplo, decimos “luego que salga el sol, veremos mejor”, “antes de que
anochezca debemos escondernos”, “ahora ya podemos salir, pues si esperamos más no
ocurrirá otra vez lo de entonces.” Todos los existenciarios intervienen en la temporalización
del Dasein: encontrarse, comprender, interpretar, modulan la temporalización.[7]
El tiempo es público porque Dasein es yecto y por consiguiente tiene su raíz en la cura. En
el curarse se presentifican los entes como “en” el tiempo público. El ser en el mundo
cotidiano circunspecto requiere de la visibilidad para cuidar y cuidarse de los entes a la
mano y por consiguiente necesita el sol. Dasein se interpreta a sí mismo en términos de su
trabajo cotidiano, esperando el amanecer y anticipando el anochecer. La estructura
existencial de la fechabilidad coincide con la relación entre el sol, la luz y la posibilidad de
la cura. El sol fecha al tiempo interpretado en el curarse. Es importante subrayar, para
efectos de la comparación con Aristóteles, la siguiente acotación: “Lo decisivo del contar el
tiempo, bajo el punto de vista ontológico-existenciario, tampoco debe verse en la
cuantificación del tiempo, sino que tiene que concebirse más originalmente o partiendo de
la temporlidad del ser ahí que cuenta con el tiempo.” (G 473). Heidegger desea recalcar
una vez más que el tiempo no es el número del movimiento en el sentido primario porque
antes de cuantificarlo, es necesario medirlo y antes de ello ya se cuenta con la experiencia
de la fechabilidad y de la finitud. Ser en el mundo, y manteniendo siempre en mente que el
ser del Dasein es la cura, son los dos aspectos del Dasein que permiten entender la
primacía de la fechabilidad y lo secundario de la cuantificación. Para efectos del trabajo,
primero vivimos bajo el sol, regidos por su trayectoria sobre el horizonte, como unidad no
cuantificada. El tiempo se torna público cuando relacionamos la posición del sol en el
espacio o sobre el horizonte, con el tiempo. Esto se realiza de manera primitiva al
relacionar la sombra que proyectamos—llamada por Heidegger “reloj del campesino”—con
el tiempo. “Cuando la sombra mida tantos pasos, nos encontraremos en tal o cual lugar.”
Este es el origen del reloj o tiempo público. Sin embargo, es importante recalcar que en este
primer paso, el tiempo sigue siendo “tiempo para” las actividades requeridas por la cura.
Conforme se desarrolla el reloj, dejamos de mirar el sol y de entender el tiempo como
“tiempo para…” Este proceso de abstracción conduce a la comprensión vulgar del tiempo,
en la cual ya no se habla de “tiempo para” sino del número del tiempo. “Son las 8 de la
mañana”, decimos, pero ya no lo relacionamos con un “tiempo para”, sino que
consideramos que el tiempo “objetivo” es el que anunciamos con el número de la hora y el
minuto, mientras que el tiempo “subjetivo” es el que pensamos tener o no tener en virtud de
nuestra propia actividad. Heidegger recalca que esta distinción de lo subjetivo y lo objetivo
necesariamente es posterior a la presentificación originaria de la temporalidad. También
destaca que para medir el tiempo de manera uniforme necesitamos interpretar algún objeto
a la mano considerándolo invariante y por consiguiente dándole el carácter de unidad de
medida. Y esto lo realizamos mediante otra interpretación en la cual relacionamos el antes
y el después, es decir, mediante la interpretación del ahora. En suma: al examinar la manera
como se produce el tiempo medido, o “reloj”, Heidegger ha mostrado que la
temporalidad de la cura del Dasein es la que lo hace posible.
Una vez elucidado el origen del tiempo contado o medido, resultan evidentes algunas notas
adicionales. Primero y sobretodo, que el tiempo medido necesariamente es tiempo público
y por lo mismo es tiempo mundano. Asentado lo cual, es evidente que el tiempo público es
el tiempo inauténtico, el tiempo de Das Man, el tiempo del otro. Este tiempo, flujo de
ahoras abstractos y homogéneos, es infinito, vacío y carente de sentido. Das Man siempre
tiene tiempo.
Para corroborar la primacía del tiempo mundano frente al tiempo contado, Heidegger
primero nos recuerda que el “ahora” es un “decir ahora”, con lo cual resulta evidente que
está inscrito en la temporalización del comprender y del hablar. El siguiente paso es notar
que para contar los ahoras es necesario seguir el movimiento y distinguir los ahoras, por
ejemplo, cuando vemos las posiciones de la manecilla del reloj. Pero este seguir el
movimiento de la manecilla remite necesariamente a la estructura de la fechabilidad y por
consiguiente a los existenciarios y al éxtasis de la temporalización. Así, al seguir
presentando las posiciones de la manecilla se numera. Pero esta presentificación es también
un presentar reteniendo y presentar estando a la expectativa. En resumen: “El tiempo es lo
numerado que se muestra en el seguir, presentando y numerando, la manecilla peregrinante,
de tal manera que el presentar se temporacía en su unidad extática con el retener y el estar a
la expectativa patentes dentro del horizonte del anteriormente y el posteriormente.” (G 484)
Esta es la descripción de la manera como el tiempo numerado, de reloj, oculta la estructura
de fechabilidad que lo hizo posible. Es la génesis del tiempo vulgar.
Pero el tiempo vulgar no solo oculta sino que aplana o nivela al tiempo mundano. Esto se
aprecia con facilidad al comparar el ahora del tiempo de reloj con la mirada o Augenblick
del tiempo auténtico. El flujo de ahoras es homogéneo, lo cual resulta en un tiempo que es
el mismo para todos. Es el tiempo del Das Man. Con ello se oculta el tiempo de la
fechabilidad que siempre es un “tiempo para”, un “ahora que…” relacionado con un “antes
de…”, y un “entonces cuando…”. Los ahoras, como dice Heidegger, quedan amputados y
“así amputados, se alinean simplemente uno junto a otro, para construir el “uno tras otro.”
(G 484). Sin embargo, dado que el ocultamiento ocurre necesariamente como consecuencia
de la estructura de la cura, en la comprensión del tiempo vulgar la sucesión de ahoras se le
entiende como un movimiento objetivo. Heidegger considera que la definición de tiempo
del Timeo exhibe este ocultamiento, pues en dicho diálogo platónico Timeo dice que el
tiempo es la “imagen de la eternidad, que se mueve conforme al número.” El ocultamiento
consiste en objetivar el movimiento de los ahoras e interpretarlo como si fueran entes
objetivos (el firmamento) cuyo movimiento ordenado y mensurable revela qué es el tiempo.
El flujo de ahoras también subyace en la comprensión del tiempo vulgar como infinito,
pues, en efecto, una vez que la estructura de la cura y la fechabilidad han sido niveladas o
aplanadas, el flujo es ilimitado. Esta característica del tiempo vulgar se conjuga a la
perfección con el aspecto inauténtico del Dasein, pues al ocultarse a sí mismo su propia
finitud se acoge a la infinitud del tiempo vulgar. Heidegger dice, por tanto, que “En la fuga
de que se cura está implícita la fuga ante la muerte, es decir, un apartar la vista del fin del
ser en el mundo. Este apartar la vista de… es en sí mismo un modo del extáticamente
advenidero ser relativamente al fin. En cuanto es semejante apartar la vista de la finitud, la
temporalidad impropia del ser ahí cadentemente cotidiano tiene que desconocer el advenir
propio y con él la temporalidad en general.” (G 488). El ocultamiento de nuestra propia
finitud subyace en la comprensión del tiempo como lo eterno e infinito. Esto se hace
evidente en el contraste entre el moribundus sum del Dasein y el cogito sum cartesiano,
pues en el primero se hace patente el tiempo finito, mientras que en el segundo, el cogitare
y por tanto el sum se ubican en un tiempo infinito. El pensar es eterno, y nada en su
desplayarse indicaría la finitud del yo pensante en cuanto tal. Heidegger recalca que el
Dasein no sólo sabe que el tiempo pasa, sino también que se agota. El tiempo vulgar,
empero, no puede agotarse.
Heidegger concluye este parágrafo recalcando que la relación entre tiempo mundano,
tiempo vulgar y temporalidad se origina en las modalidades de lo auténtico e inauténtico
del Dasein. En consecuencia, una vez explicado cómo el tiempo vulgar se origina en la
intratemporacialidad, resulta claro que el ocultamiento de la temporalidad genuina es tan
necesario como la gestación de la inautenticidad. El predominio del tiempo vulgar a lo
largo de la tradición filosófica obedece a las mismas causas que el ocultamiento del ser.
Citas
[1] Los números entre paréntesis se refieren al número de parágrafo de Ser y Tiempo.
[5] Cf. Física 219b1—2 “Esto es el tiempo: el número del movimiento con relación a lo
anterior y lo posterior.”
Introducción
El tercer capítulo de la segunda sección, es decir, los parágrafos 61-66 de Ser y tiempo
constituyen el punto más alto de la ontología fundamental, puesto que presentan el sentido
ontológico del cuidado. En lo que sigue pretendemos exponer cómo es que Heidegger llega
a la temporalidad como sentido ontológico del cuidado y así, a la temporalidad como
horizonte para toda interpretación del ser en general, lo cual había sido planteado como
meta provisional del tratado Ser y tiempo (Cfr. Syt, 23)[1].
1. El cuidado
En el parágrafo que nos interesa, Heidegger se pregunta por el sentido ontológico del
cuidado. Pero ¿de dónde ha salido el cuidado? ¿Qué tiene que ver el cuidado con el Dasein
y más aún con el ser? De modo que es absolutamente necesario reconstruir brevemente
cómo es que Heidegger llega del planteamiento de la pregunta por el sentido del ser al
cuidado y a la pregunta por su sentido ontológico.
La pregunta por el sentido del ser debe ser planteada. Al analizar la estructura formal de la
pregunta por el ser, se descubre que lo interrogado es el ente. Heidegger se pregunta si no
hay un ente que tuviera algunas características que lo hicieran más apropiado para
preguntarle por el sentido del ser. En efecto, hay un ente privilegiado, a saber: el Dasein, ya
que entre otras cosas a este ente le va el ser en su ser y está abierto siempre a la
comprensión del ser. Ahora bien, dado que el ser es el ser del ente, al preguntar por el
sentido del ser, debemos previamente hacerlo transparente en el ente, es decir, hacerlo
transparente en el Dasein. De ahí que se haga necesario un análisis del Dasein, no un
análisis cualquiera, sino un análisis de las estructuras fundamentales que lo hacen posible.
Así pues, la analítica tiene como meta hacer transparente al ser del Dasein y, así, brindar
elementos para captar el sentido del ser en general.
Ahora bien, Heidegger hace partir el análisis del Dasein de la cotidianidad, de modo que las
estructuras fundamentales del Dasein nos sean asequibles en el trato cotidiano con las cosas
que nos salen al encuentro en el mundo circundante. Y es que, en efecto, esto es lo primero
que encontramos fenomenológicamente: que el Dasein en un ser-en-el-mundo, es decir, que
el Dasein se comporta ya desde siempre con los entes o con las cosas. Y a ese comportarse,
cuando se da respecto a los entes que no son como el Dasein Heidegger lo llama
“ocuparse”, mientras que el comportarse con otros Dasein lo llama “preocupación” o
“solicitud”.
Heidegger analiza que este cuidado se presenta en forma propia como un ser para la muerte
en cuanto que es su posibilidad más alta. Tal posibilidad, que es atestiguada en la llamada
de la conciencia, sólo puede anticiparse o pre-cursarse. Por ello Heidegger introduce en el
parágrafo 61 la consideración metodológica que lleva a la resolución precursora. Por
resolución se entiende el decidirse libremente a ser sí mismo, alejándose de la impropiedad
de la esfera pública del “se”, por precursora se entiende que esta libre decisión de ser sí
mismo sólo puede llevarse a cabo de cara a la muerte como posibilidad más alta y más
propia del Dasein. Esta unidad tiene su raíz en el hecho de que el modo propio del ser del
Dasein es la existencia, de modo que la resolución precursora es, al mismo tiempo, una
posibilidad existentiva (óntica) y existencial (ontológica).
2. El sentido
La cuestión del sentido ha sido ocupación de Heidegger desde muy temprano. Ya en 1915
en un pequeño periódico escribe sobre el sentido y ya podemos ver aspectos que
desarrollará posteriormente. “Meditación es escudriñar el sentido. El sentido de algo es su
qué, cómo, por qué, para qué. Meditación sobre nuestra postura vital es captar el qué, por
qué y para qué de nuestra vida. Mi vida es mi vida. Meditación sobre mi vida es
automeditación. El sentido de una frase es aquello que es verdadero, que vale como
irrefutable, que tengo que reconocer, a lo que mi pensamiento se doblega, frente a lo que
termina la arbitrariedad. El sentido es algo obligatorio, a lo que debo someterme”[4].
Posteriormente, en invierno de 1921-1922 (Interpretaciones fenomenológicas sobre
Aristóteles. Introducción a la investigación fenomenológica), Heidegger trata el tema de la
intencionalidad criticando las pretensiones teoréticas de Husserl y menciona un triple
sentido: sentido de relación (Bezugssinn), sentido de contenido (Gehaltssinn) y sentido de
realización (Vollzugssinn)[5], cuya unidad constituye la estructura del comportamiento, de
la vida fáctica[6]. Estas direcciones de sentido son ‘cómos’ del ser del Dasein y no
descripciones de una esencia del Dasein. De lo que se sigue que “el sentido está enraizado
en la vida humana –en el Dasein- y no es una propiedad de sentencias u objetos… Sólo el
Dasein tiene un sentido y este sentido debe entonces buscarse en el Dasein mismo”[7]. En
esta lección ya está insinuada la relación entre sentido y cuidado, cuando afirma que la vida
es cuidado según su sentido de relación, o bien que el cuidado es el sentido fundamental de
la relación vital[8].
Heidegger dejó de utilizar los tres sentidos en 1922, pero en Ser y tiempo encuentra la
cuestión del sentido su tematización explicita.
Heidegger señaló claramente al principio de Ser y tiempo que “la temporalidad se nos
mostrará como el sentido del ser de ese ente que llamamos Dasein” (Syt, 41). Y lo que
entiende por sentido se desarrolla más ampliamente en el parágrafo 32 cuando habla del
comprender y la interpretación. Ahí menciona que el sentido es “aquello en que se mueve la
comprensibilidad de algo” pues no es el sentido lo que se comprende si no el ente. Así, el
sentido no es algo, sino una estructura existencial formal de la comprensión. De ahí que se
pueda afirmar con Jesús Adrián Escudero que el sentido en Ser y tiempo es “un existencial
del Dasein que indica formalmente la apertura del ahí de la comprensión”[9]. Heidegger
afirma también que el sentido es “el horizonte… desde el cual algo se hace comprensible en
cuanto algo” (Syt, 175). Pero si el sentido es un existencial del Dasein, entonces el
horizonte desde el que algo se comprende como algo es el Dasein mismo. Por ello,
Heidegger declara que “sólo el Dasein puede estar dotado de sentido o desprovisto de él”
(Syt, 175). Sólo el Dasein puede abrir el ente comprendiéndolo o cerrarlo al no
comprenderlo.
Entonces, cuando preguntamos por el sentido del ser preguntamos “por el ser mismo en
tanto que inmerso en la comprensibilidad del Dasein” (Syt, 175).
Ahora, en el parágrafo 65 Heidegger se pregunta por el sentido del cuidado y repasa las
afirmaciones anteriores hechas sobre el sentido. ¿Por qué el sentido es algo ontológico?
Porque “es aquello en que se mueve la comprensibilidad de algo… el fondo sobre el cual se
lleva a cabo el proyecto primario, fondo desde el cual puede concebirse la posibilidad de
que algo sea lo que es” (Syt, 341). Así pues, preguntar por el sentido del cuidado es
preguntar por el fondo desde el cual el cuidado es cuidado y, por tanto, el ser del Dasein.
Preguntar por el sentido del cuidado es preguntar por el sentido del ser del Dasein y, así, es
preguntar por el sentido del ser en general. En palabras de Heidegger: “dilucidar el sentido
del cuidado significa entonces examinar el proyecto que fundamenta y guía la
interpretación existencial y originaria del Dasein, de tal manera que en lo proyectado por él
se haga visible su fondo de proyección” (Syt, 342). Preguntar por el sentido del cuidado es
preguntar por aquello que hace posible que el Dasein se comprenda ya desde siempre a sí
mismo en el mundo: “¿qué es lo que hace posible la totalidad de ese todo estructural
articulado que es el cuidado en la unidad que se despliega en su articulación?” (Syt, p. 342).
Preguntar por el sentido del cuidado es hacer accesible, transparente en su ser aquello por lo
que se pregunta: el cuidado, el ser del Dasein. “El sentido de ser del Dasein no es algo
‘otro’ y flotante, algo ‘ajeno’ al Dasein mismo, sino que es el Dasein mismo que se
autocomprende” (Syt, 342). Y este sentido no es otro que la temporalidad.
3. La temporalidad
3.1 El futuro
¿Qué es pues lo que hace posible que el Dasein sea cuidado, es decir, sea resolución
precursora? “Esto sólo es posible en tanto que el Dasein puede, en general, venir hacia sí
mismo en su posibilidad más propia y en tanto que en este dejar-se-venir-hacía-sí-mismo
soporta esa posibilidad en cuanto posibilidad, es decir, existe” (Syt, 343). Y este venir a sí
mismo es el fenómeno originario del porvenir o futuro. “¿cómo es posible que haya una
resolución precursora? La respuesta es: porque hay un futuro (no: porque habrá un
futuro)”[10]. Que el Dasein venga a sí mismo en cuanto posibilidad de su poder ser entero
quiere decir que el Dasein “sale” nuevamente de si hacia sí mismo. Ese salir es lo que
Heidegger acentúa enseguida cuando habla de “éxtasis” temporales. El futuro es siempre un
salir de sí hacia sí del Dasein en cuanto posibilidad abierta en la comprensibilidad de su
estar en el mundo. La línea seguida por Heidegger pasa por el existencial de la comprensión
que abre posibilidad. La comprensión revela el carácter de la existencialidad que se expresa
en el anticiparse-a-sí que se funda en el fenómeno del venir a sí o futuro y que se realiza
por mor de sí mismo. Para Heidegger “el proyectarse en el ‘por mor de sí mismo’,
proyectarse que se funda en el futuro, es un carácter esencial de la existencialidad. El
sentido primario de ésta es el futuro” (Syt, 345). Esto ya había sido anticipado en el
análisis de la muerte como posibilidad propia del Dasein, pues “tanto el ser para la muerte
como su anticiparse se pueden constituir y entender desde este ser futuro, y por ello puede
salir a la luz conceptualmente el ser propio del Dasein”[11]. El futuro, pues, no es un ente
que aún no haya ocupado su lugar, no es un hueco que deberá ser llenado con algo, con
tiempo. “El futuro no es un proceso, sino más bien un movimiento de posibilidad. Que el
Dasein se deje venir a si, muestra la copertenencia de la posibilidad como tal y de la
aprehensión de esta posibilidad en la realización del ser. El futuro constituye el sentido del
existir, pues él hace transparente lo que fue significado en el Dasein como comprensión de
posibilidades”[12]. Corbí comenta al respecto que “el refinado análisis de Ser y tiempo
mostrará el sentido como la condición de la comprensibilidad y usará esta condición con el
cuidado. Pero esta revela no solamente, que la temporalidad es condición de la
comprensibilidad en general, sino también que ella ya está siempre dada. La temporalidad
debe suponerse, porque sin ella no habría comprensibilidad, y por ello es ella al mismo
tiempo sentido y fundamento de ser del Dasein”[13].
3.2 El pasado
Así como el Dasein siempre sale de si hacia si en la posibilidad, así también siempre el
Dasein tiene que hacerse cargo de su estado de arrojado, de su estado de ser culpable, de su
ser fundamento de una nihilidad. A esto Heidegger lo llama, su “haber sido” o pasado.
Venir hacía su posibilidad es sólo posible en su volver a sí mismo, o sea, hacia su haber
sido. Por supuesto que la relación entre el futuro y el pasado no es la de un antes y un
después, sino que con cooriginarios: “El Dasein sólo puede haber sido en forma propia en
la medida en que es venidero. El haber-sido [Gewesenheit] emerge en cierta manera del
futuro” (Syt, 343). La línea que ha seguido Heidegger va desde el fenómeno del encontrarse
que revela la facticidad del Dasein, expresado en el estar ya en, cuyo sentido ontológico es
el haber sido. “El sentido existencial primario de la facticidad radica en el haber-sido” (Syt,
345).
3.3 El presente
El presente no puede ser aquel tiempo fugaz actual del comprender mediano, sino que surge
de lo anteriormente expuesto, es decir, del futuro y del presente en cuanto que el Dasein
viniendo desde sí hacia sí, ya siempre sido, hace presente, hace comparecer los entes en
cuanto entes con los que se encuentra en el trato cotidiano en medio del mundo. A esta
situación Heidegger la llama presente. Y su relación con el futuro y el pasado es evidente:
“El haber-sido emerge del futuro, de tal manera que el futuro que ha sido (o mejor, que está
siendo sido) hace brotar de sí el presente” (Syt, 343). Si bien podemos también seguir la
línea que va del habla a la caída, expresada en el estar-en-medio-de, Heidegger señala que
el presente propio sólo es posible como instante (Augenblick), surgiendo siempre del futuro
y del pasado. El instante es el presente propio a diferencia del presente impropio que es la
constante caída en los entes intramundanos.
3.4 La temporalidad
Más arriba se dijo que la pregunta por el sentido del ser es la pregunta por el horizonte que
hace comprensible el ser y ese horizonte es el mismo Dasein, pero si el Dasein es temporal
y finito, entonces la pregunta por el sentido del ser lleva a la temporalidad y finitud como el
“desde dónde” es posible comprender ya desde siempre el ser. Que el sentido del ser es la
temporalidad significa que el ser no puede ser comprendido por el Dasein sino en la medida
en que éste es temporal y se temporiza, en la medida en que surge como fundamento de la
existencia (venir a sí= futuro), de la facticidad (regresar a si= sido) y de la caída (junto
a=presente). “La temporalidad hace posible la unidad de existencia, facticidad y caída, y así
constituye originariamente la totalidad de la estructura del cuidado” (Syt, 345).
Ahora bien, Heidegger acentúa que la temporalidad no es, sino que temporiza. Al decir que
no “es” quiere subrayar que el tiempo no es ningún ente, ni una característica de los entes,
sino que ‘sale’ del Dasein mismo. Esta característica es expresada por Heidegger con la
palabra éxtasis: “Temporalidad es el originario ‘fuera de sí’ en y por sí mismo. Por eso, a
los fenómenos de futuro, haber-sido y presente ya caracterizados los llamamos éxtasis de la
temporalidad” (Syt, 346). Richardson comenta al respecto que: “la temporalidad no es un
ente sino un proceso que temporiza, sus momentos constitutivos no son tres partes sino tres
diferentes direcciones en las que este proceso sucede: en dirección hacia el ser (existencia),
en dirección de retorno hacia lo que es como habiendo sido (facticidad), en dirección hacia
otros entes (caída)… cada una de estas direcciones puede ser llamada éxtasis de la
temporalidad y temporalidad misma”[16].
El resumen de todo el asunto no puede ser más claro: “el tiempo es originariamente
temporización de la temporalidad, y en cuanto tal posibilita la constitución de la estructura
del cuidado. La temporalidad es esencialmente extática. La temporalidad se temporiza
originariamente desde el futuro. El tiempo originario es finito” (Syt, 348).
Y esta temporalidad como sentido del ser del Dasein puede fundamentar el tiempo, la
historicidad, la historia y la historiografía. Pero no sólo eso, sino que al haberse puesto al
descubierto la temporalidad como sentido del ser del Dasein, es necesario reiterar todas las
investigaciones realizadas hasta ahora bajo esta nueva perspectiva, materia que habría
ocupado la tercera sección de ser y tiempo, “tiempo y ser”, pero que ya nunca pudo ver la
luz.
Conclusión
La relación entre ser y tiempo no es una aportación original de Heidegger, pero sus
exquisitos análisis fenomenológicos han puesto de manifiesto una relación distinta a la
presentada por la metafísica tradicional. Pues si el ser es siempre el ser del ente pero no es
un ente, entonces no se puede hablar de que el ser “es” y entonces se habla del ser desde el
horizonte de comprensión del Dasein, el cual se ha revelado como temporal y finito. De
modo que el ser no es, sino que temporiza. El ser no “es”, sino que se da a sí mismo en el
Dasein como venir a sí volviendo a sí, saliendo y regresando siempre desde sí mismo hacia
sí mismo. De esta manera, el ser, se percibe en aquello que es lo suyo más propio: como
misterio y enigma que quiere ser balbuceado en su mostrarse ocultándose en el ente, y de
modo señalado en el ente al que le va el ser en su ser: el Dasein.
Notas
1 Martin Heidegger, Ser y tiempo, Tr. Jorge Eduardo Rivera, Madrid, Trotta, 2003 (en
adelante Syt). Rivera traduce siempre Zeitlichkeit por temporeidad, pero para uniformar los
términos, utilizaremos aquí siempre temporalidad.
4 Heuberger Volksblatt 1915. Citado por Agustín Corti, Zeitproblematik bei Martin
Heidegger und Augustinus, Würzburg, Königshausen & Neumann, 2006, p. 103.
6 Cfr. Agustín Corti, Zeitproblematik bei Martin Heidegger und Augustinus, Würzburg,
Königshausen & Neumann, 2006, p. 101.
7 Ibid., p. 102.
12 Ibid., p. 124.
13 Ibid., p. 103
15 Cfr. Thomas Rentsch, “Sein und Zeit. Fundamentalontologie als Hermeneutik der
Endlichkeit”, en Dieter Thomä (Hrsg.), Heidegger Handbuch, Stuttgart, Verlag J.B.
Metzler, 2003, p. 67.
Temporalidad e historicidad
Crescenciano Grave
Pero, ¿cómo se disminuye o se consume el futuro que todavía no es? ¿Y cómo puede crecer
lo pasado que ya no es? Cómo si no porque en el alma que es la que hace todo lo dicho, hay
tres cosas o tres operaciones, porque espera, atiende y recuerda para que aquello que espera
pase por lo que atiende, y vaya a parar en lo que recuerda.
Agustín
Todo ser humano planea su propio destino en el mundo [...] hasta que la muerte, que
siempre nos había parecido tan alejada, destruye de golpe el entero juguete que nos
habíamos fabricado.
Kant
Como sentido del ser del ente que llamamos “ser ahí”, se muestra la temporalidad.
Heidegger
Dentro de la orografía filosófica del siglo XX, El ser y el tiempo de Martin Heidegger
ocupa, indudablemente, una de las cimas más altas. Desde esta cima, la mirada del pensar
se desplaza en el desarrollo de la pregunta que interroga por el sentido del ser en general
buscando sostenerse, en este mismo desplazamiento, en la exégesis del tiempo como
horizonte posible para toda comprensión del ser. Esta meta se desbroza sustentándose en la
analítica existenciaria del ser ahí cuyo acceso interpretativo se aborda desde la cotidianidad
–como forma de existir en el tiempo– en la que el ser ahí se muestra a sí mismo. En la
cotidianidad, el ser ahí pone de manifiesto estructuras esenciales para interpretar
existenciariamente su ser y poder comprender la temporalidad que se muestra como su
sentido.
Desde la temporalidad que constituye el sentido de su ser, el ser ahí no es estático sino que,
siendo, es comprensión del ser. Lo que él comprende como ser lo comprende desde el
tiempo. El tiempo, insiste Heidegger, es lo que hay que concebir como el horizonte genuino
de toda comprensión y de toda interpretación del ser y esto sólo puede sacarse a la luz
partiendo de la temporalidad como ser del ser ahí que comprende el ser. El ser ahí
comprende el ser desde el tiempo porque su ser mismo es la temporalidad que le abre el
horizonte de toda comprensión posible.
La temporalidad, en tanto sentido del ser del ser ahí, es también, al unísono, la condición de
posibilidad de la historicidad como forma de ser del mismo ser ahí. Esta historicidad es,
ontológicamente hablando, previa a la historia del mundo. La historicidad es constitutiva
de, y, a la vez, condición de posibilidad de constituirse, el ser ahí. Éste es su pasado cuya
condición de posibilidad no se encuentra en el pasado sino en el futuro que, asiéndose el
ser ahí a sus propias posibilidades, le permite advenir sí mismo.[1] Sólo por su historicidad
constitutiva, el ser ahí tiene historia propiamente.
Este es nuestro tema. Vamos ahora a exponerlo desglosando, principalmente, los parágrafos
72-75 del capítulo V. Temporalidad e historicidad de la segunda sección de El ser y el
tiempo.
En la interpretación existenciaria del ser ahí ha destacado la cura o cuidado cuya condición
original de posibilidad se encuentra en la temporalidad: se ha mostrado “la temporalidad
del ‘ser en el mundo’ ‘curándose de’.”[3] El análisis de esto tiene una de sus claves en el
poder ser del ser ahí, y, otra, en el complejo de la estructura existenciaria de la muerte, la
deuda y la conciencia, que se originan en la cura misma.
Recordemos que dos modos constitutivos del ser ahí, como ser-en, son el encontrarse y el
comprender.
Pero esto quiere decir: el ‘ser ahí’ es ‘ser posible’ entregado a la responsabilidad de sí
mismo, es posibilidad yecta de un cabo a otro. El ‘ser ahí’ es la posibilidad del ser libre
para el más peculiar ‘poder ser’. El ‘ser posible’ ‘ve a través’ de sí mismo en diversos
modos y grados posibles.[6]
El ser relativamente a la muerte va al encuentro de un poder ser del ser ahí que tiene como
forma de ser el “precursar”. Al despejar –desembozar– esta posibilidad, el ser ahí se
encuentra comprendiéndose como existir. El precursar patentiza el propio poder ser como
posibilidad de una existencia propia. Así, el ser ahí escucha la “voz de la conciencia” como
vocación. Esta voz no le dice nada en particular; tan sólo lo conmina a no abandonarse en la
impropiedad asiéndose a sí mismo en sus posibilidades. La conciencia llama al ser ahí a
acogerse en sí mismo descubriéndole su falta o deuda enquistada en su propia existencia
que no puede ser subsanada transfiriéndola a ninguna instancia superior; tan sólo puede ser
asumida atendiendo el llamado de avocarse a su mismo ser deudor: la posibilidad
existenciaria no señala la realización, desde una causa, de un efecto determinado; ella
refiere el desfondamiento de la existencia que rehuye la inanidad arrojándose a la libertad
en la que se entrega a la responsabilidad de sí misma. La conciencia es la llamada que,
desde la opacidad de su dirección alcanza a iluminar una orientación e invoca al ser ahí a sí
mismo avocándolo a su propio poder ser.
El invocar al ‘uno mismo’ significa avocar al más peculiar ‘sí mismo’ a volverse a su
‘poder ser’, y esto en cuanto ‘ser ahí’, es decir, ‘ser en el mundo’ curándose de’ y ‘ser con’
otros.”[8]
Desde la voz de la conciencia, el ser ahí se proyecta a sí mismo sobre su más peculiar poder
ser. Así, se abre para el ser ahí el encontrarse comprendiéndose en la responsabilidad de su
ser. Sólo desde aquí se entienden plenamente la temporalidad e historicidad constitutivas
del ser ahí.
Además de la muerte, el otro “fin” que encierra la totalidad del ser ahí es el “comienzo”, el
nacimiento. El ser ahí es existiendo “entre” el nacimiento y la muerte.
En el ser relativamente a la muerte del ser ahí, éste, en tanto existir precursando, va hacia
delante dejando atrás todo lo que ya ha sido. Para totalizar la analítica existenciaria en este
punto, es necesario, además del “ser relativamente al fin”, tomar en consideración el “ser
relativamente al comienzo”. Desde aquí, el ser ahí se presenta como un prolongarse o
extenderse entre el nacimiento y la muerte que permite que él mismo se mantenga en el
“continuo de la vida”.[9]
El ‘ser ahí’ recorre el espacio de tiempo que le es concedido entre los dos límites de tal
forma que, siendo ‘real’ sólo en el ahora, salta, por decirlo, así, de uno a otro de los ahoras
que integran la secuencia de su ‘tiempo’. Por eso se dice que el ‘ser ahí’ es ‘temporal’. En
medio de este constante cambio de las vivencias se mantiene el ‘mismo’ en una cierta
‘mismidad’.[11]
La movilidad de la existencia, como prolongarse del ser ahí, es, podríamos decir, la puesta
en acto del poder ser del ser ahí curándose de como ser en el mundo. Esta movilidad es lo
que Heidegger llama el “gestarse histórico” del ser ahí. De este modo, la continuidad de la
vida como prolongado prolongarse es el problema ontológico del gestarse histórico del ser
ahí, lo cual nos lleva a “una comprensión ‘ontológica’ de la historicidad”.[14]
Y, para Heidegger, el hilo conductor para penetrar y levantar este planteamiento lo ofrecen
el “poder ser total y propio” del ser ahí, y la cura como temporalidad. La historicidad tiene
su raíz en la cura como ser temporal del ser ahí y, desde ella, el ser ahí existe como propia o
impropiamente histórico.
El análisis de la historicidad del ‘ser ahí’ trata de mostrar que este ente no es ‘temporal’ por
‘estar dentro de la historia’, sino que, a la inversa, sólo existe y puede existir históricamente
por ser temporal en el fondo de su ser.[15]
El ser temporal del ser ahí es el fundamento ontológico para su existir históricamente. Y,
explícitamente, Heidegger declara su, por una parte, hallarse entrampado, desde las
categorías de la tradición, en la dificultad de acceder a las raíces originales de la historia y,
por otra parte, su intento de salir de este embrollo buscando al menos “señalar el lugar
ontológico del problema de la historicidad.”[16]
Partiendo desde el despliegue, del no encerrarse del ser ahí, de su abrirse como ser en el
mundo, Heidegger busca lo originalmente histórico para desde ahí señalar la construcción
existenciaria de la historicidad. Esta búsqueda inicia caracterizando lo que vulgar u
ordinariamente se nombra como historia e histórico que, de entrada, Heidegger caracteriza
como términos equívocos.
La primera ambigüedad del término historia es la que se encuentra al mentar éste tanto la
realidad histórica, como la ciencia sobre esta realidad. Heidegger, en este punto, analiza lo
considerado como realidad histórica y se deshace provisionalmente de su significado
científico como historiografía.[17] De su análisis se deriva lo siguiente.
En primer lugar, el término historia hace referencia al pasado: tanto ajeno al presente como
aún repercutiendo o actuando en éste. En cualquier caso, lo histórico se comprende aquí
como una relación privativa o positiva del pasado sobre el presente.
En segundo lugar, lo histórico se entiende como la procedencia del pasado que se inserta,
ascendente o decadentemente, en una continuidad con el presente y, por tanto, con el
futuro.
En tercer lugar, historia significa ordinariamente todo aquello que cambia con el tiempo: las
diferencias que se suscitan en la naturaleza al moverse ésta en el tiempo, y también las
variaciones de los grupos humanos y de su cultura. Históricos son, en este sentido, ciertas
regiones de entes: la cultura y sus cambios y, dentro de ella, el distinto modo de
relacionarse el hombre con la naturaleza.
Lo histórico de las cosas y del mundo mismo, sólo es en relación al ser ahí. Por lo tanto, lo
señaladamente distinguido como histórico es el ser ahí. Todo lo considerado histórico es en
relación a un ser ahí que existe en el tiempo.
Las cosas y, sobre todo, los útiles sólo son históricos por su pertenencia a un mundo que ya
no es, en donde se relacionaban con un existente “sido ahí”. Por lo tanto, dice Heidegger, lo
primariamente histórico es el ser ahí; y lo secundariamente histórico es lo que hace frente
en el mundo; no sólo los útiles sino también la naturaleza que forma parte del mundo
circundante. A estos entes que, sin tener la forma de ser del ser ahí, son históricos por
pertenecer a un mundo, Heidegger los llama “lo histórico mundano”.[19]
El ser ahí existente tiene su historia porque su ser está constituido por la historicidad. Esta
es la tesis que, al justificarla, permitirá “desarrollar el problema ontológico de la historia
como problema existenciario.”[20]
La cura es el ser del ser ahí y, en tanto el sentido de éste es la temporalidad, la cura se funda
en el tiempo. Por lo tanto, en la temporalidad hay que buscar “un gestarse que haga de la
existencia una existencia histórica.”[21] La temporalidad en el modo del existir propio se
ha caracterizado como “estado de resuelto precursando” y, por lo tanto, aquí es donde hay
que buscar un gestarse propio del ser ahí. Y esto nos remite de nuevo al fundamento
desfondado del ser ahí como posibilidad sustentada en su ser-deudor.
Ser deudor sólo es aquel ente cuyo ser es posibilidad existencial. El ser ahí es deudor
porque su ser no está predeterminado ni diseñado; él es arrojado a la finitud de sus propias
posibilidades; su poder ser no deriva unívocamente de un fundamento que lo restrinja como
causa o razón a ser determinadamente de tal o cual modo; el ser del ser ahí remite a un
fundamento infundado que lo arroja a sus propias posibilidades. Posibilidades que el propio
ser ahí comprende y proyecta. En el ser ahí, posibilidad, proyecto y comprensión están
indisolublemente unidos en el estado de resuelto: al abrirse a posibilidades puede
comprender, al comprender puede proyectar proyectándose a sí mismo, y al proyectarse se
le descubre la disponibilidad comprensible de sus propias posibilidades resolviéndose en
ellas.
Cada ser ahí comprende sus posibilidades existiendo en el mundo con otros. Y puede
hacerse de la situación afrontando su presente como heredado y, a la vez, eligiendo su
porvenir. Con esto el ser ahí forja su propio destino individual. ¿A qué se refiere Heidegger
con destino individual?
En la existencia resuelta, el ser ahí se ase a sí mismo en sus posibilidades fácticas del
existir propio aceptando el pasado, esto es, partiendo de la “herencia” que toma sobre sí.
Existir auténticamente implica la perseverancia en llevar consigo el abandono en el mundo.
En el estado de resuelto, el existente le hace frente a la situación consciente de que ésta es
resultado del pasado; por esto, esta relación heredada posibilita la existencia propia cuya
gestación se constituye, dice Heidegger, en “la tradición de una herencia.” Al resolverse el
ser ahí comprendiéndose en su finitud, el encuentro electivo de la posibilidad de la
existencia se vuelve menos equívoco o accidental. En la libertad para la muerte, la finitud
se arranca o se separa de la impropiedad –darse por satisfecho, tomar las cosas a la ligera,
rehuir los compromisos– y trae al ser ahí a su destino individual.
Con esta expresión designamos el gestarse original del ‘ser ahí’, gestarse implícito en el
‘estado de resuelto’ propio y en el que el ‘ser ahí’m se hace ‘tradición’ de sí mismo, libre
para la muerte, a sí mismo, en una posibilidad heredada pero, sin embargo, elegida.[24]
El ser ahí, gestando su destino individual, existe en el mundo como “ser con” otros y, por
esto, su gestarse histórico es “gestarse con otros y se constituye como destino colectivo.” El
destino colectivo es el gestarse histórico de la comunidad no como mera yuxtaposición de
destinos individuales, sino como coparticipación y lucha.
El ser ahí puede, por así decirlo, zafarse de lo que se le impone como situación heredada,
por su propia constitución ontológica como posibilidad constituida por el ser de la cura, es
decir, de la temporalidad. Sólo por la cura puede el ser ahí existir como destino individual:
ser histórico en la raíz de su existencia.
El destino individual es forjarse una historicidad propia desde la decisión que hace llegar a
ser las posibilidades propias. El ser ahí no es dueño de sí en cuanto estado de yecto o
abandono en el mundo; su ser es una carga que él soporta sólo en el estado de resuelto
encontrándose y comprendiéndose como libre y finito, con lo cual llega el ser ahí a ser
propiamente lo que, como destino individual heredado y decidido, le adviene desde el
porvenir.
Sólo un ente que en su ser es esencialmente advenidero [...] hace posible lo que se dice un
destino individual, es decir, una historicidad propia.[25]
Por la temporalidad del cuidado, el ser ahí existe históricamente y, a la vez, la propia cura
es necesariamente histórica. Pero esta historia se construye desde la repetición de las
posibilidades del ser ahí; es, pues re-iteración.
El estado de resuelto en el que el ser ahí vuelve una y otra vez sobre sí haciéndose
“tradición” de sí mismo se convierte en la “re-iteración” de una posibilidad de existencia
transmitida. En la reiteración, el ser ahí re-crea lo que él mismo hizo anteriormente o lo que
otro, brindándole el ejemplo, hizo y que el ser ahí del caso decide repetir a su manera y
desde sus propias posibilidades. En este sentido, la reiteración como repetición de lo hecho
por uno mismo o como réplica de lo hecho por otro, es siempre un acto propio por el cual el
ser ahí se hace tradición de sí y por lo cual él existe expresamente como destino individual.
Así, la propia reiteración no es lo que vuelve histórico al ser ahí, sino que éste, por ser
temporal y, por tanto, histórico, puede retroceder hacia sí mismo, tomándose y reiterándose
a sí mismo en la historia gestándose como destino individual. Esta es la historicidad propia
del ser ahí.
Desde aquí Heidegger vuelve al asunto inicial que le permitió plantear el problema de la
temporalidad y la historicidad: ¿de qué modo el gestarse en cuanto destino individual
constituye el continuo del ser ahí desde el nacimiento hasta la muerte?
La historicidad del ser ahí no se refiere a la historicidad de un “sujeto sin mundo, sino al
ente que existe como ‘ser en el mundo’. El gestarse de la historia es el gestarse del ‘ser en
el mundo’.”[28] Al gestarse histórico de la existencia fáctica del ser ahí le son inherentes,
como ellos mismos históricos, los entes “a la mano” y “ante los ojos”, es decir, los entes
intramundanos. Estos entes son, como ya dijimos antes en nuestra exposición, “lo histórico
mundano”.
“Historia del mundo” tiene para Heidegger un doble significado. En primer lugar, se refiere
a la unidad esencial del mundo con la existencia del ser ahí, y, en segundo lugar, por esta
misma unidad esencial del mundo y la existencia, en el gestarse histórico del ser ahí se
gestan, descubriéndose, los entes intramundanos. A esto lo llama Heidegger el gestarse
histórico-mundano y su dilucidación, como aclaración ontológica de su estructura, no es
acometida aquí.
Heidegger se limita a señalar que la historicidad del ser ahí mienta también la historicidad
del mundo. Y precisamente por esto, el ser ahí absorbiéndose y cayendo en aquello mismo
de que se cura, comprende, impropiamente, su historia en forma histórico-mundana.
Esta fuga, sin embargo, patentiza el “ser relativamente a la muerte” que, al precursarlo en el
estado de resuelto, lo trae a la existencia propia, Y, en el gestarse de ésta, como reiteración
que hace tradición de sí adviniendo sus propias posibilidades, se descubrió la historicidad
propia. En este gestar la propia historia, como destino individual, el ser ahí mismo es
prolongada constancia que incluye en su existencia el nacimiento, la muerte y el “entre”
ellos.
Notas
[1] Cf. M. Heidegger, El ser y el tiempo. Trad. José Gaos, México, FCE, 1980, p. 30.
[3] Idem
[6] Idem.
[10] Idem.
[13] Idem.
[14] Idem.
[26] “En resumen: la fuente de la historicidad (de la capacidad de constituir una historia)
está en el porvenir; la fuente de la historia (de la capacidad de aprender la historicidad ya
hecha) está en el pasado.” A. de Waelhens, La filosofía de Martín Heidegger. Trad. Ramón
Ceñal, México, UAP, 1986, p. 202.
[30] Idem.
Artículos
Introducción
Partamos de una idea casi generalizada cuando hablamos de la prosa filosófica. La idea
sostendría que el conocimiento filosófico es fundamentalmente conceptual. De esta forma,
aspira a una objetividad, universalidad, y uniformidad en la comprensión de lo que se
pretende comunicar. Dado lo anterior, el uso de metáforas es un recurso retórico para
apoyar, refrendar, condensar, o resolver cierta complejidad en la expresión literal de
nuestros propósitos. Lo característico de este recurso es su forma indirecta de aludir a lo
que es el caso.
6.54 Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo; que quien me comprende acaba
por reconocer que carecen de sentido, siempre que el que comprenda haya salido a través
de ellas fuera de ellas. (Debe., pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber
subido.) Debe superar estas proposiciones; entonces tiene la justa visión del mundo.
La escalera wittgensteiniana es el caso de una metáfora que en mi opinión resulta
paradójica. Y resulta así porque si atendemos los propósitos wittgensteinianos, el objetivo
del tractatus es el de elaborar una serie de elucidaciones de la lógica que subyace a nuestro
lenguaje significativo. En términos generales, la empresa del autor en esta obra es la de
aquel que pretende revelar los límites del significado, trazando dichos bordes con la pureza
lógica como espacio de lo posible. Si es esta una lectura afortunada de las metas que se
juegan en las páginas tractarianas, debemos decir que si la metáfora de la escalera es una
forma de ilustrar el proceso por medio del cual podemos tener una comprensión diáfana de
nuestro mundo, a través del lenguaje que empleamos para expresarlo, entonces debemos
ser consecuentes y cuestionar si acaso la escalera wittgensteiniana no es una forma de
escapar a ese lenguaje directo y transparente para referir nuestros propósitos.
La redacción del Tractatus riñe claramente con algunos de sus medios. Es claro que dicha
obra está atravesada por la distinción decir/mostrar. Parece también indisputable que
aquello que se muestra está fuera del espacio lógico de lo posible. Sin embargo, la metáfora
empleada en la penúltima proposición tractariana no trata de agregar ninguna coma a lo
dicho por Wittgenstein en el ámbito de lo que se muestra, lo que pretende es arrojar una
mejor comprensión de aquello que se puede decir con claridad. ¿Pero si puede decirse con
claridad, entonces para qué agregar un elemento ilustrador que suele interpretarse como
indirecto? Puede decirse, no sin razón, que la intención de Wittgenstein es ilustrar el
sentido general del Tractatus, el propósito elucidatorio que persiguen sus proposiciones. En
este sentido, la metáfora de arrojar la escalera una vez que se ha subido por ella ilustra la
comprensión del sinsentido de las proposiciones tractarianas. Sí, es paradójico. Es una
metáfora del sinsentido, en eso radica su carácter paradójico.[2]
De entre todas las imágenes que nos brinda Wittgenstein en las Investigaciones Filosóficas,
rescato un par. Una de ellas es la que da título a este artículo. “Los Rieles al infinito” es una
metáfora que no es presentada de forma literal, pero sí es cercana a la que utiliza el autor en
el parágrafo 218 de la obra en cuestión:
¿De dónde viene la idea de que el comienzo de la serie es un trozo visible de raíles
invisiblemente tendidos hasta el infinito? Bueno, en vez de la regla podríamos imaginarnos
raíles. Y a la aplicación ilimitada de la regla corresponden raíles infinitamente largos.
La idea que trata de hacer asequible el autor es describir cómo opera nuestra convicción
para seguir nuestra práctica cotidiana sin tener una manifestación explicita del fundamento
por el cual actuamos como actuamos. En otras palabras, en la discusión acerca de cómo
seguir una regla, o cómo es que aplico los significados como justamente los aplico,
Wittgenstein dirá que una vez aprendida una palabra, de la captación de su significado,
entonces tendremos una destreza práctica que nos permitirá aplicarla con sentido en
infinidad de casos posibles futuros. La discusión es acerca del escepticismo acerca de los
significados. En este caso, la metáfora es la mejor forma de describir una capacidad dónde
la literalidad alcanza a dimensionar las intenciones, pero quizá no llega a cubrir del todo las
consecuencias de hacer claro el sentido de nuestras palabras.
Una segunda metáfora descriptiva de este segundo periodo es la que se consigna en el
parágrafo número 18 de las Investigaciones Filosóficas.
…(¿Y con cuántas casas o calles una ciudad comienza a ser una ciudad?) Nuestro lenguaje
puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas
casas, y de casas con anexos de diversos periodos; y esto rodeado por un conjunto de
barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casa uniformes.
La metáfora representa dos cosas por lo menos, y ambas corren en contra del Wittgenstein
temprano. En primer lugar, representa la descripción de una concepción nueva del lenguaje
que abrazaba en ese entonces. En buena medida como una autocrítica a su primer
concepción tractariana. En segundo lugar, el establecimiento de que el lenguaje tiene una
naturaleza dinámica, en cuya residencia conviven anacrónicos y actuales significados. Pero
cuya vitalidad esta otorgada por una necesidad de vérselas con diferentes transformaciones
y adaptaciones para bautizar, referir, describir, aludir, y al hacerlo, otorgar en cada caso una
noción suficiente de lo que pretenden significar. En la metáfora, el lenguaje puede verse
como una ciudad que no necesita destruirse para erigir una nueva que describa o represente
diáfanamente el mundo. Sino que toda ciudad es capaz de abarcar viejas acepciones y
algunas novedades que parecen reñir con lo antiguo, pero sólo quizá representen barrios
que detrás de su fachada de modernidad, esconden una tendencia a explicarse también a
través de los viejos anhelos de sentido. Es decir, sólo llegamos a nuevos conceptos por
medio de las viejas prácticas de significado.
Hay una incontable variedad de metáforas en este segundo periodo. Menciono algunas:
parecidos de familia[7], la caja con el escarabajo para detonar cualquier pretensión de darle
sentido a la ostensión privada[8]. Algunas más que tratan de ilustrar su concepción
particular de la labor filosófica. Entre algunas que le sirven para este fin están: ayudar a la
mosca a salir de la botella[9], la proclividad del filósofo a ver los problemas como una
enfermedad[10], etcétera. Sin embargo, seguramente más de un lector wittgensteiniano
deberá preguntarse, y no sin razón, dónde está la acaso más famosa, citada, y encumbrada
imagen wittgensteiniana para hablar del lenguaje. Este recurso retorico faltante es la
metáfora del juego. Esta metáfora no la he incluido en este apartado sobre las metáforas
descriptivas porque me parece que para Wittgenstein, al menos como medianamente lo
alcanzo a leer, la metáfora del juego, e incluso la metáfora del río mencionada en Sobre la
Certeza, representan un par de recursos que no solo aspiran a describir un caso o un
problema, sino que tratan de redescribir[11] aquello que creímos sólo aludían
ilustrativamente en el lenguaje metafórico.
Otra metáfora que reconozco como redescriptiva es la del río en el contexto de la obra
llamada Sobre la Certeza. Esta obra, que continuamente ha sido considerada como
perteneciente a un periodo tercero de la filosofía de Wittgenstein, discrepa de las
Investigaciones y del periodo tractariano porque está consagrada casi exclusivamente a
cuestiones epistémicas.[13] De hecho, en Sobre la Certeza, la discusión versa alrededor del
conocimiento que poseemos y nos resulta cierto. Por supuesto, la característica de ese
conocimiento es que puede articularse en proposiciones del sentido común e idiosincráticas
que resultan ser básicas para cualquier fundamentación de un conocimiento práctico. Esa es
también una respuesta al escéptico. Las proposiciones son del tipo:
89. “…Todo habla a favor, nada en contra, del hecho de que la tierra existe desde mucho
antes de mi nacimiento…”
Si coincidimos con Wittgenstein, y, por cierto, también con G.E. Moore, y admitimos que
existen proposiciones incuestionables, que la tradición exegética wittgensteiniana ha
llamado “bisagras”, entonces debemos tratar de captar el sentido de tales proposiciones y su
función en nuestro cotidiano conocer y actuar. Si la metáfora permite instruirnos sobre el
funcionamiento de un rasgo de nuestra realidad, entonces qué tipo de metáfora es la usada
por Wittgenstein para ilustrar sobre esa condición incuestionable de las proposiciones, y
cómo se describen aquellas que, en contraste, son perfectamente cuestionables. La metáfora
aparece a partir del parágrafo 95 al 99 de Sobre la Certeza.
96. Podríamos imaginar que algunas proposiciones, que tienen la forma de proposiciones
empíricas, se solidifican y funcionan como un canal para las que no están solidificadas y
fluyen; y también que esta relación cambia con el tiempo, de modo que las proposiciones
que fluyen se solidifican y las sólidas se fluidifican.
97. la mitología puede convertirse de nuevo en algo fluido, el lecho del rio de los
pensamientos puede desplazarse. Pero distingo entre la agitación del agua en el lecho del
rio y el desplazamiento de este último, por mucho que no haya una distinción precisa entre
una cosa y la otra.
La metáfora trata de ilustrar las certezas que sostienen en gran medida nuestras
convicciones prácticas. En este sentido, nuestras acciones cotidianas son una buena
evidencia frente al escepticismo cuando muestran que la mejor forma de refutar a éste es
levantarnos de cama, caminar sobre las aceras, o hacer predicciones sobre la noche y el día,
y más enigmáticas, saber que soy yo y no cualquier otro por ejemplo. La importancia de la
metáfora es de nuevo esa forma diferente de describir la realidad a partir de una concepción
de renovación y movimiento.
Es común pensar que el periodo que desemboca en las Investigaciones es aquel que
sustituye la diáfana y clara forma lógica en aras de una forma gramatical. Pensamiento
erróneo, creo yo. En todo caso, en este periodo tardío ya no hay algo como una “forma” que
subyace a nuestro lenguaje. En este caso, prescindir de la forma, es apelar a múltiples
formas que se establecen en el contexto de cada práctica. Para expresar esta diferencia con
una analogía: al principio señalé una característica que seguro me delata, expresé que el
Tractatus era una obra que guarda una particular belleza argumental. Debo ahora decir que
las Investigaciones riñen con toda autoridad con esa misma belleza argumental tractariana.
Ahora, con ello, debo también reconocer que la diferencia fundamental existente entre la
belleza argumental de las obras insignia de ambos periodos, radica en que las
Investigaciones Filosóficas reconocerían que la belleza de cualquier argumento, si acaso
hay tal, nunca se encuentra en estado puro. Pureza que en el Tractatus era una exigencia,
más que un resultado.[14]
Bibliografía
Notas:
[1] Quizá solo superada por la proposición, por cierto, siguiente en el orden del texto
del Tractatus, la famosa y no pocas veces citada arbitraria, injustificada e
inconscientemente: 7. De lo que no se puede hablar, mejor es callarse.
[2] Por supuesto, no intento reducir lo que se puede decir acerca del sinsentido de las
proposiciones tractarianas a lo que ilustra una metáfora. El tema es importante porque con
base en su discusión puede comprenderse el significado de lo que Wittgenstein llama como
sinsentidos, en contraste con lo que denomina como carente de sentido (las tautologías y
contradicciones).
[4] Es en ese sentido que puede entenderse una de las más recurrentes conclusiones
wittgensteinianas acerca de que la pureza que buscaba en el Tractatus era más una
exigencia que el resultado efectivo de sus investigaciones.
[5] Wittgenstein, “Philosophy”, en The Big Typescript; editado y traducido por C. Grant
Luckhardt and Maximilian Aue. pp. 3-39
[6] Wittgenstein, Observaciones diversas. Cultura y valor. Gredos, Madrid 2009. P. 563.
[12] Concretamente, la mención inicia justo después del parágrafo 67. En ocasión de
discutir el sentido de cualquier juego, sus características, sus elementos compartidos,
etcétera, se da cuenta de la analogía del juego como una práctica que se conforma por un
conjunto de reglas que le dan sentido a las acciones de cualquier participante del juego.
Aunque en esa seguidilla de parágrafos se menciona la metáfora no es el único lugar de
dicha obra en donde aparece. La metáfora, así como la idea que sugiere, implícita y
explícitamente, recorre el total de la obra.
[13] Por supuesto, no hay un desinterés por el lenguaje. Al contrario, la temática epistémica
se reconoce en el contexto de esta obra, a partir de proposiciones de nuestro lenguaje
cotidiano.
[14] Ésta última afirmación es una paráfrasis de la proposición 107 de las Investigaciones
Filosóficas.
El Búho de Minerva al Amanecer
Gerardo de la Fuente Lora
I. Pour Hegel
Las palabras, ha dicho Jacques Derrida, vuelven, iteran, se reiteran.[1] Ahora que me
propongo homenajear a Hegel, se impone la vuelta de un homenaje previo; uno que, si lo
analizamos con cuidado, muestra quizá el modelo general de todo elogiar en filosofía y
constituye a la vez la forma misma del sucederse los filósofos, los grandes pensadores unos
a otros. Porque hacer filosofía es siempre ya recibir y transmitir un legado, en efecto, pero
hay que encajar dicha herencia con veneración –a veces incluso con vehemencia-. Se trata
por cierto de acoger un patrimonio no trivial, un regalo envenenado, riesgoso, y hacerle
honor aún a costa del propio decir, con el cuestionamiento al límite del propio
pensamiento. ¿Cómo se homenajea, pues a un filósofo, al más grande, quizá, que es Hegel?
¿Se le hace una elegía? ¿Se le cantan himnos? Platón lo sabía: al gran filósofo se le hace
una apología. Pero esa defensa no es sólo un recuerdo elogioso, sino que es una efectuación
de su pensar, una incorporación de su palabra a la propia, un revivir, pero no en la ilusión,
sino en la práctica del conceptualizar hasta correr el riesgo de desaparecer uno mismo en el
intento. ¿Hasta dónde llega Sócrates y dónde empieza Platón? El máximo elogio, el
máximo peligro.
La que vuelve ahora, la que se impone y re-itera por sí misma en este evento, entonces; es
esa apología de G.W.F. Hegel que ofrendó Marx en el Posfacio de El Capital. Dice Marx
Hace cerca de treinta años, en una época en que todavía estaba de moda aquella filosofía,
tuve ya ocasión de criticar todo lo que había de mistificación en la dialéctica hegeliana.
Pero, coincidiendo precisamente con los días en que escribía el primer volumen de El
Capital, esos gruñones, petulantes y mediocres epígonos que hoy ponen cátedra en la
Alemania culta, dieron en arremeter contra Hegel al modo como el bueno de arremetía
contra Spinoza en tiempo de Lessing: tratándolo como a “perro muerto”. Esto fue lo que me
decidió a declararme abiertamente discípulo de aquel gran pensador, y hasta llegué a
coquetear de vez en cuando, por ejemplo en el capítulo consagrado a la teoría del valor, con
su lenguaje peculiar.[2]
¿Podría ser más contundente la metáfora de Marx? ¿Más sintomática y expresiva? Las iras
de la crueldad occidental moderna se han volcado históricamente, con toda su violencia,
contra aquellos entes que han osado aparentar, exhibir, sugerir, que poseen una interioridad,
un ámbito espiritual o mental por lo menos parecido o cercano al nuestro. Indios, mujeres,
niños, viejos, todos esos seres que semejan al adulto racional masculino, han sido y son
objeto de rabias excesivas, injustificadas, obsesivas. Poco a poco, esa humanidad que había
sido secularmente negada ha logrado desmantelar el logo-falo-centrismo de nuestra cultura,
y disminuir, o al menos hacer más inaceptables, las vejaciones gratuitas en su contra. El
último rincón intocado de nuestra crueldad acaso sea el ámbito de la animalidad. Hacia los
animales todos los excesos son permitidos y fomentados. ¿Y cuál es la falta a expiar, cuál
es el motor de la grosería, del sobajamiento? El pecado inaceptable de aparentemente
poseer un espacio interior, un alma. A un perro vivo se le puede pisotear como a un perro
muerto. Zanjar la ambigüedad de una vez por todas. No tiene alma. Es siempre ya un
fiambre, un amasijo de fibras y fluidos. No hay, no puede haber, más crueldad que esa.
Contra la máxima crueldad, el máximo respeto. Pour Hegel, hacer propias sus palabras,
traerlas a colación en el capítulo central y crucial de la propia obra. Cuando se trata de
homenajear, Marx no escatima en gastos.
¿Pero es sólo por un reclamo de respeto que Marx condesciende en usar un léxico
hegeliano? ¿Un gesto de desagravio exterior a pesar de la inevitable obsolescencia interna
de una filosofía pasada de moda? Las cosas no son tan simples. Sabido es que el autor de El
18 Brumario de Luis Bonaparte consideraba a la de Hegel como una dialéctica mistificada
que habría que voltear sobre sus pies para descubrir en ella su semilla racional. Pero había
un plus en el texto hegeliano que hacía de su recurrencia, de su re-iteración, algo más que
un cuestión diplomática y superficial referida únicamente a un vocabulario. Hablamos de
una potencia, de una suerte de martillo filosófico que el autor de El Capital quiere
reivindicar:
No son, pues sólo palabras, sonidos de un discurso pasado de moda que se recupera en un
talante caballeroso. Es un intervenir, una fuerza que se retoma del homenajeado y que se
inviste sobre sí mismo. Es la marca de una continuidad acaso no en el concepto sino en el
gesto, en el tono del filosofar, en la manera de entender el compromiso de sí con el
pensamiento. Porque no se deja intimidar por nada, Marx es y se declara hegeliano. ¿La
frase en torno al “perro muerto” sería entonces un eufemismo a través del cuál Marx
buscaría disimular su profunda continuidad con Hegel, a nivel del martillo filosófico y no
únicamente a la altura de un cierto vocabulario idiosincrático y peculiar?
¿Qué tanto hay de Hegel en Marx? ¿Hasta dónde llegó su homenaje? Hoy que tantos
gruñones y petulantes en la Academia suelen revivir al autor de La Fenomenología del
Espíritu y tratar al de la Crítica al Programa de Gotha como a un perro muerto, conviene
recordar que incluso un autor tan preocupado por separar a ambos filósofos como fue Louis
Althusser hubo de reconocer la profundidad de la influencia de uno en el otro.
“Incontestablemente –señala- Marx debe a Hegel esa categoría filosófica decisiva de
proceso”.[5] Incluso Althusser llega a atribuir a una deuda hegeliana una noción que él
considerará de las más estrictamente marxistas, a saber, el concepto de una historia sin
sujeto ni fines:
Creo poder afirmarlo: esta categoría de proceso sin sujeto, que ciertamente hace falta
arrancar a la teleología hegeliana, representa sin duda la más alta deuda teórica que liga a
Marx con Hegel.[6]
[…] hemos podido establecer, con bastantes pruebas para afirmarlo, que el discurso de
Marx es en su principio extraño al discurso de Hegel, que su dialéctica (…) es totalmente
diferente a la dialéctica hegeliana.[7]
La producción de Marx, remata Althusser, “sólo ha sido posible al precio de una ruptura
con Hegel”. [8]
Hoy que tantos petulantes, gruñones y mediocres epígonos en la Academia suelen tratar a
Louis Althusser como en su tiempo Moses Mendelssohn se refería a Spinoza, como a un
perro muerto, he de enfatizar que yo estoy de acuerdo con el autor de Para leer El Capital,
me declaro su seguidor y estoy dispuesto a emplear ampliamente su vocabulario. Hay, en
efecto, diferencias cruciales de Marx con Hegel, auténticas rupturas epistemológicas, en
varios registros, pero sobre todo en lo que se refiere a la comprensión específicamente
marxista de la contradicción como algo no sintetizable y otras cuestiones vinculadas -como
la idea de totalidad abierta y el materialismo. Diré, entonces, que Marx efectivamente
homenajea a Hegel, utiliza ampliamente su vocabulario en el capítulo inaugural de su
magna obra, y lo hace al grado de -como lo mostrará Althusser más de un siglo después-
poner en riesgo la originalidad de sus propias aportaciones teóricas y políticas. Pero hay
que subrayar que cuando el autor de la Crítica de la Economía Política, afirma que
únicamente realiza el gesto diplomático de distribuir en sus propios escritos, aquí y allá,
algo de una terminología anterior, no recurre a un expediente extraño para ocultarse o
trivializar ante sus ojos la deuda y la importancia del hegelianismo en su propia obra, sino
que sinceramente cree que se trata de una acción de superficie, vinculada a lo más a la
recuperación de un tono, de una potencia retórica, de un martillo filosófico que no se deja
intimidar; recuperación debida, por lo demás, a la inversión desmitificadora de la dialéctica
llevada a cabo por el marxismo.
Louis Althusser tiene razón al afirmar que Marx sólo surge como pensador original, con
una teoría y una filosofía propias, cuando se separa del hegelianismo. Pero si el autor de El
Capital e incluso el mismo Althusser consideran que hay ciertas continuidades o préstamos
profundos, legados cruciales de Hegel en la obra del autor del Manifiesto del Partido
Comunista, ello se debe a que ambos filósofos leen de una manera muy particular, muy
extraña, a su antecesor. ¿En verdad la de Hegel era una dialéctica que pondría a temblar
todo lo establecido? ¿Hay realmente en su obra un proceso sin Sujeto, capaz de ser
arrancado a toda teleología?
Marx y Althusser quieren encontrar en Hegel una radicalidad, un afán transformador que
difícilmente se encuentra como tal en sus páginas. Lo que hay en la Fenomenología del
Espíritu y en otras de las grandes obras hegelianas, no es un desafío revolucionario, sino
más bien la asunción realista de la inconsistencia, la contradictoriedad, de todas las cosas.
En un texto reciente Slavoj Zizek observa bien este punto. Afirma el filósofo
contemporáneo, que el paso de Kant a Hegel significó la transición de la contraposición
entre el fenómeno y la cosa, a la constatación de la inherente “inconsistencia/escisión entre
los fenómenos mismos”. Abunda sobre el punto Zizek:
En suma, el límite se transpone desde el exterior hacia el interior: hay Realidad por cuanto
la Noción es inconsistente, no coincide consigo misma (…) Es decir, las múltiples
inconsistencias de perspectiva entre fenómenos no son un efecto del impacto de la Cosa
trascendente; por el contrario, la Cosa no es nada más que la ontologización de la
inconsistencia existente entre fenómenos.[9]
La lectura que realiza Hegel del mundo es de una extraordinaria agudeza. Diagnostica, en
efecto, el intrínseco desajuste de todo, la no adecuación a sí de lo real mismo. Una suerte de
incomodidad ontológica que constituye a la sustancia. Pero ese desparejamiento del ser no
acontece como disociación tranquila, simple transcurrir de las cosas que pasan. Hay
también una violencia que recorre y empuja las contradicciones, la historia. En palabras de
Eduardo Subirats, quien equipara en este punto a Hegel y a Nietzsche:
Marx y Althusser leen a Hegel como si de su propio precursor se tratase. Hacen de él ya sea
un temible transformador del mundo o bien un estricto cuasiposmoderno del devenir sin
sujeto. Ambos crean un hegelianismo disruptor del orden social y del pensamiento que
constituye el legado que reciben o quisieran recibir de la filosofía misma. ¿No es esta la
forma de ser responsable ante los grandes filósofos que nos antecedieron? ¿Leerlos de tal
manera que se conviertan en uno con nuestras propias preocupaciones y filosofemas? ¿No
el único homenaje posible consiste en fusionarse con ellos en el peligro de desaparecer la
originalidad –si es que ella existiese- de los antecesores y sucesores? Ocurre,
probablemente, con la secuencia de los grandes filósofos, el mismo fenómeno que Harold
Bloom ha detectado en lo referente al sucederse de los grandes poetas unos a otros. El
escritor joven se ve sometido a lo que Bloom llama la “angustia de las influencias”. ¿Cómo
hacer poesía después de Milton? ¿Hay algo todavía que decir después de Shakespeare? El
principiante genial pone en juego, entonces, naturalmente, sin proponérselo
conscientemente, un mecanismo que Bloom caracteriza con el término “misreading”, es
decir, lee mal, comprende inadecuadamente a su precursor, el anterior gran poeta, y es ello
lo que le permite emprender su propia empresa de escritura con el objeto de resolver las
cuestiones supuestamente dejadas insolutas por su antecesor. Es esa mala lectura la que le
hace posible asumirse como el continuador del Maestro y desenvolver, por tanto, sus
propias alas. De cumbre en cumbre, la historia de la gran poesía constituye el devenir de
sucesivos malentendidos.[12] ¿No ocurrirá lo mismo en lo que a la historia de la filosofía se
refiere? Seguramente quien más mal comprendió a Platón fue Aristóteles; y quien leyó peor
a Kant fue Hegel; y, como era de preverse, quien captó más erróneamente a Hegel fue
Marx. Lo que es claro es que la conexión entre precursores y sucesores se teje a través de
un hilo firme de respeto que, desde luego, no se propone de ninguna forma leer mal, sino
que persigue, siempre y a cada momento, no permitir que el pensador que nos antecede sea
tratado jamás como a un perro muerto.
Por lo demás, el gesto de Marx al leer a Hegel como un transformador, como un martillo
presto a derrumbar todo, constituye una forma de misreading verdaderamente notable toda
vez que tal talante de ruptura o apertura del orden social parece expresamente prohibido por
Hegel mismo. Escuchemos sus palabras en la Introducción a la Filosofía del Derecho:
Como la razón no se satisface con la aproximación, ya que esta no es ni fría ni cálida, y es,
por lo tanto rechazada, tanto menos se satisface con la fría desesperación, la cual admite
que en esta vida temporal las cosas van más o menos, o bastante mal, pero que, justamente
en ella, nada mejor se puede tener y que sólo por eso necesita mantenerse en paz con la
realidad; pero una paz más cálida con la realidad es aquella que el conocimiento
asegura.[13]
Filosofar, pues, para mantenerse en paz con la realidad. Hegel es terminante en cuanto a la
imposibilidad en que se encuentra el filósofo para abrir otros mundos. Había señalado en la
citada Introducción:
Es insensato, también, pensar que alguna filosofía pueda anticiparse a su mundo presente,
como que cada individuo deje atrás a su época y salte más allá sobre su Rodas. Si,
efectivamente, su doctrina va más lejos que esto, y erige un mundo como debe ser,
ciertamente es posible, pero sólo en su intención, en un elemento dúctil, con el cual se deje
plasmar cualquier cosa.[14]
¿Cómo puede entonces decir Marx que la dialéctica hegeliana es “crítica y revolucionaria
por esencia” pues enfoca “todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por
tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada”? Puede decirlo porque
esa dialéctica es la que él quisiera que existiese en Hegel; y su homenaje consiste en
atribuírsela a ambos.
Y nosotros, si por nuestra parte queremos verdaderamente homenajear a Hegel,
necesitamos hacer, como quiso Marx, que el Búho de Minerva comience a volar al
amanecer. Pero sin traicionar al autor de la Fenomenología del Espíritu, sin hacernos
ilusiones, sin negar su aserto de que “la filosofía, porque es el sondeo de lo racional,
justamente es la aprehensión de lo presente y de lo real, y no la indagación de un más allá
que sabe Dios dónde estará”.[16]
Bibliografía.
5. Hardt Michael y Negri Antonio, Imperio, 1ª edición, Buenos Aires, Paidós, 2002
6. Hegel GF, Filosofía del Derecho, 1ª edición, México, Universidad Nacional
Autónoma de México, 1975
7. Marx Carlos, El Capital. Crítica de la Economía Política, 2ª edición, 13ª
reimpresión,México, Fondo de Cultura Económica,Tomo 1, 1978.
8. Subirats Eduardo, La existencia sitiada, 1ª edición, México, Fineo, 2006
9. Zizek Slavoj, El títere y el enano, 1ª edición, Buenos Aires, Paidós, 2005
Citas
4 Ibid., p. XXIV
5 Louis Althusser, Écrits philosophiques et politiques, Ed. Stock/IMEC, Paris, 1997, Tomo
II, p. 470
6 Ibid. P. 472
8 Ibidem
11 Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio, Paidós, 2002, Buenos Aires, Argentina, p. 88
12 Cfr. Harold Bloom, La angustia de las Influencias. Una teoría de la poesía, Monte
Avila Editores, 1977
14 Ibid., p, 15
15 Ibid., p. 17
16 Ibid., p. 13
Estética Darwiniana
Aníbal Monasterio Astobiza
1. Introducción.
Ahora bien, entonces, qué ha llevado al patrimonio cultural de Occidente a ejercitar una
idea equivocada de estética y no cuestionar su función y los mecanismos que la soportan
como actividad. La respuesta, quizás nos llevaría desandar todo el camino recorrido. No
obstante, una tentativa respuesta, se puede dar con el comienzo en la figura de C. Darwin
de la paulatina eliminación del antropocentrismo y la creencia de que haya habilidades
únicas y exclusivamente humanas. En este sentido, la estética no es producto sui géneris
humano, sino un fenómeno que hunde sus raíces en la biología; la cual a su vez, demuestra
que todo ha sido seleccionado para cumplir una función adaptativa. En las siguientes
páginas, intentaremos persuadir al lector de que esto es así.
2. La evolución de las preferencias estéticas.
La mente humana está equipada con una serie de mecanismos innatos, específicos de la
especie, que son resultado de adaptaciones psicológicas en nuestro entorno ancestral. Estas
adaptaciones, permitieron la supervivencia de nuestro género hace milenios, y aún siguen
operando en un entorno completamente distinto: la vida moderna. La existencia de estos
mecanismos innatos, no es una especulación, es un descubrimiento basado en estudios
clínicos, genéticos y de neuroimagen. Por ejemplo, se sabe que pacientes con lesiones
neuropsicológicas en ciertas regiones cerebrales, tienen dificultades en percibir ciertas
categorías visuales y en recordarlas (Damasio, Damasio y Tranel, 1990).
Esta visión de la arquitectura de la mente como si fuera una navaja suiza comprende
habilidades y funciones cognitivas que son cooptadas por la percepción y procesamiento
artístico. El recientemente fallecido filosofo del arte Dennis Dutton, uno de los primeros
defensores de la aplicación de la lógica evolucionista para la comprensión del fenómeno
artístico, enumera un conjunto de módulos computacionales que conforman el espacio
cognitivo de nuestra mente equipándola para poder resolver problemas (Dutton 2010). La
lista recoge competencias computacionales que crean rasgos mentales que sirven para
procesar información relevante del entorno desde que el cerebro humano evoluciono en el
pleistoceno hasta nuestros días.
La lista es la siguiente:
a) Una física intuitiva que permite explicar y predecir el comportamiento de los objetos
cuando caen, se rompen, se doblan o interactúan con otros objetos.
b) Una biología intuitiva que nos sirve para comprender y explicar nuestra especial
querencia por los animales y las plantas y nuestra inherente capacidad a dividirlas en
categorías con límites naturales marcados.
c) Una psicología popular (de lo que ha tratado en términos generales toda esta tesis) que
nos permite conocer a las personas y sus estados mentales. Un conocimiento que nos dice
que los demás también tienen mente como nosotros pero que sus creencias e intenciones
pueden diferir de las nuestras.
d) Una cognición espacial o sensación intuitiva del espacio que nos permite trazar
la localización de los objetos e imaginar las perspectivas de las cosas incluso cuando una
percepción visual está ausente.
i) Habilidades lógicas
y finalmente,
Porque, alguien puede imaginar, qué beneficio adaptativo reporta a un homínido de hace
40.000 años, la pérdida de tiempo en encontrar la inspiración, la búsqueda de pigmentos y
la pared de la cueva adecuada para plasmar una serie de figuras geométricas más o menos
inteligibles, mientras los bisontes “reales” su alimento; pastan fuera de la cueva y no los
caza. La única explicación es que nuestras preferencias estéticas sean una adaptación que
ha sido seleccionada para otras funciones directamente necesarias para la supervivencia, y
que posteriormente han sido utilizadas para el gusto por la belleza en el arte.
La estética tradicional nos dice por activa y por pasiva, que el arte está dirigido hacia la
belleza y no la utilidad, algo así como el clásico adagio: el arte por el arte. Pero esto no es
cierto. La belleza, es una de las variadas formas que la utilidad toma, y según la corriente
principal en los estudios darwinianos de las funciones cognitivas al servicio de la
neuroestética; nuestras preferencias estéticas evolucionaron como un modo de resolver la
elección de pareja (Perrett et al., 1999).
Tenemos las preferencias estéticas que tenemos, porque estas han surgido de la presión
selectiva que tuvimos en nuestro hábitat ancestral para elegir a la pareja “más guapa”. La
belleza es en este sentido, una señal que informa sobre las condiciones cualitativas de
nuestros congéneres, y por tanto, sirve a la utilidad. La belleza, se refleja en la simetría de
las características físicas. Pero esto, no es absolutamente nuevo. En la antigua Grecia, el
número áurico (un ratio de 1:1.6) representaba las proporciones de las partes físicas de los
objetos que agradaban la sensibilidad y eran considerados bellos. Así, los arquitectos
construían sobre la base del número áurico, edificios como el Partenón y los cánones de las
esculturas.
Como vemos, las preferencias estéticas han emergido de nuestra necesidad de encontrar la
pareja “más guapa”, dado que esto nos permite un mayor éxito reproductivo utilizando la
belleza como un indicador de la cualidad de nuestros congéneres; al mismo tiempo que de
la elección del entorno más adecuado para la supervivencia. Pero, los mecanismos que
subyacen a dichas preferencias, no sólo tienen por objeto elementos naturales; también se
extrapolan a la percepción y diseño de los objetos manufacturados. De igual modo que
preferimos un rostro simétrico, y nos da lugar a la belleza física, y preferimos un entorno
verde y acuático, y nos lleva a la belleza paisajística; hay ciertos objetos con ciertas
estructuras que son preferidos frente a otros. Y esto es así, porque los objetos culturales
manufacturados, encajan dentro del molde perceptual de la preferencia estética;
desarrollada para resolver el problema de la elección de pareja y el entorno.
3. Neuroestética.
Entre uno de sus promotores, se encuentra el neurocientífico Semir Zeki. Uno de sus
representantes más destacados es Bevil Conway, que tiene la característica de ser pintor y
artista además de investigador postgraduado en neurobiología de la Escuela Medica de la
Universidad de Harvard en el 2003. Nuestro cerebro, es un sistema complejo que nos
proporciona información del mundo sensorial, y se da la característica que el arte y su
estructura, o formato de presentación, está basado en los principios que rigen el
procesamiento de la información sensorial en nuestro cerebro.
Si, por ejemplo, un pintor escoge una paleta de colores suaves para realizar su obra, sin
lugar a dudas éste pintor se puede beneficiar de la ciencia del cerebro que conoce que la
sensación hedónica es mucho mayor durante la percepción de un espacio cromático claro.
Si, otro pintor, quiere que ciertos elementos de su obra, por ejemplo, una figura humana, un
objeto… centren la atención del espectador durante la percepción de la obra artística; se
puede beneficiar de las ciencias del cerebro que conocen los límites de la atención y
factores en juego (como la orientación, contraste, luminosidad y saliencia los cuales
facilitan el procesamiento atencional).
La historia de la filosofía del arte y de la estética, dos ramas de la filosofía que investigan
que es una obra de arte y que no lo es, y el juicio y valor (cognitivo y afectivo) de una obra
de arte, respectivamente, han estado modernamente fundamentadas en una tradición que se
remonta al filosofo I. Kant, donde la posición que se sigue es deductiva de “arriba-abajo”
guiada por razones. Dicha posición niega que se pueda investigar cuantitativamente y
empíricamente, con técnicas de medición, las respuestas estéticas ante el arte.
Aún más, se ha llegado a decir que toda investigación distorsiona la experiencia estética
Esta concepción antiempírica de la estética ha conducido a posiciones reaccionarias y
radicales en cuanto a la discusión en filosofía del arte se refiere. Desde estos principios se
ha dicho que el arte es el fruto del temperamento único del artista, y por tanto, todo arte es
único e inconmensurable, imposible de juzgar, comparar, y estudiar bajo criterios objetivos.
En definitiva, la estética se ha considerado siempre provincia de las humanidades porque la
complejidad semántica del arte no puede condensarse en experimentos.
Pero este enfoque de la estética fue pronto contestada por la psicología experimental y sus
pioneros (Gustav Fechner entre otros) que defendieron un visión empírica de la percepción
del arte. La filosofía de la ciencia, filosofía de la mente, con sus líneas de investigación
naturalistas que tratan de estudiar los qualia (el termino técnico en filosofía para referirse a
la experiencia de sentir como sentimos lo que sentimos) y la conciencia como fenómenos
del mundo físico rechazando el dualismo metafísico, y abogando por una integración del
clásico problema mente-cuerpo; también unen sus esfuerzos a la hora de intentar ofrecer
una visión de la estética y del arte más empírica
En este estudio y siguiendo esta gran tradición que ha ofrecido un notable conocimiento
sobre los mecanismos de la percepción del arte, Tschacher et al. (2011) notando una
limitación en los estudios en laboratorio del arte, su escasa validez ecológica, porque no es
lo mismo presentar un estimulo artístico ya sea una escultura, pintura o edificio en la
pantalla de un ordenador que ver su “aura” en el contexto y espacio de un museo; han
registrado y medido las respuestas fisiológicas de visitantes de un museo mientras veían
libremente obras de arte. En un museo suizo 76 obras de arte modernas y contemporáneas
(Monet, Le Corbusier, Andy Warhol…) expuestas en un espacio de 380 metros cuadrados
se extrajo datos de la fisiología (conductancia galvánica de la piel y variabilidad del ratio
cardiovascular) de 517 visitantes.
Con respecto a la variabilidad del ratio cardiovascular es preciso mencionar que el corazón
esta inervado dualmente por el sistema nervioso autonómico (subsistema simpático y
parasimpático) y también por proyecciones que llegan a la corteza cerebral y recibe inputs
del sistema endocrino. Por ponerlo simplísticamente, el incremento de la actividad cardíaca
viene a estar producido por estados afectivos excitatorios como alegría, tristeza, miedo que
pueden ser provocados por obras de arte que conllevan componentes expresivos. En cuanto
a la conductancia galvánica de la piel, está inervada solamente por el subsistema simpático.
La activación del sistema simpático lleva a una conductancia galvánica en las manos y los
pies. La activación del sistema simpático está asociada y es indicativa de activación mental
y emocional independientemente de su valor (positivo o negativo).
5. Discusiones.
Para poder entender el arte como una práctica pancultural desde un marco integrador que
explique el porqué de su existencia y las capacidades cognitivas que están detrás de sus
distintas expresiones, la estética darwiniana es la respuesta.
La estética darwiniana, no es una escuela, tesis o doctrina dentro de la estética como lo
pueda ser el realismo, institucionalismo, romanticismo… Es la base fundacional de la
misma actividad estética. Desde la estética darwiniana, la estética o el arte, se interpretan
adaptativamente y funcionalmente; y esto permite olvidarnos de las disquisiciones sin
sentido acerca de la obra de arte y la belleza ingenuamente concebida. De este modo, se
comprende la verdadera naturaleza de la estética y su papel en la vida humana.
Bibliografía.
* Aníbal Monasterio Astobiza, profesor del Institute for Logic, Cognition, Language and
Information, Universidad del País Vasco
De la teoría del caos y del desorden a la
estética
Manuel Esperón Rodríguez & Diego Esperón Rodríguez
1. Introducción
Pero ¿hacia dónde nos dirige este caos del que no podemos escapar y que se encuentra
sujeto a leyes físicas universales? Tratar de proponer un camino o una dirección al caos no
es una tarea fácil, a pesar de que dentro del caos podemos incluso encontrar un orden; y
más aún, que dentro de la naturaleza podemos ver fuerzas que se oponen a la entropía, y
sistemas que se resisten a éste fluir. Éstos son los organismos compuestos por materia
orgánica, y se contraponen a esta tendencia natural, a pesar de que constituyen sólo una
ínfima parte de la materia y la energía del universo; organismos que nacen, crecen,
envejecen y mueren.
El hombre, al ser un organismo compuesto por materia orgánica, ha cruzado los límites del
orden y del desorden de manera esporádica y libre durante toda su existencia y en este
ensayo se trata de trazar, si no una línea recta, si una línea punteada del caos hacia la
estética.
Con el desarrollo científico y el paso del tiempo, la humanidad acogió de manera amplia la
mecánica newtoniana, lo cual originó paradigmas para la interpretación causal de los
fenómenos naturales. Posteriormente, surgió la geometría euclidiana, que representaba la
interpretación de un orden a través de figuras basadas en cuerpos regulares.1 Sin embargo,
mientras el hombre trataba de explicar ciertos procesos y fenómenos, iban quedando otras
lagunas que no podían ser explicadas; como por ejemplo la forma de las montañas y de las
nubes, el crecimiento irregular de las plantas, por mencionar algunos ejemplos.
Los pueblos antiguos creían que las fuerzas del caos y el orden formaban parte de una
tensión inestable, una armonía precaria. En ellos, el mito era la forma representativa de esa
relación entre orden y caos. Como por ejemplo, los antiguos egipcios concebían el universo
primitivo como un abismo sin forma llamado Nut; o en China, un rayo de luz pura, ying,
surge del caos y construye el cielo, mientras la pesada opacidad restante, yang, configura la
Tierra. Por otro lado, el mundo religioso cristiano también encuentra una reminiscencia
mítica para definir esta relación entre orden y caos, a pesar de su carácter monoteísta dónde
el universo bíblico comienza sin forma y vacío, hasta que Dios crea u ordena. En el mito se
conjugan las fuerzas del orden y el desorden, en un juego que intenta abordar la realidad,
describiéndola a través de signos, imágenes y reflejos de su percepción del mundo.2
Pero conforme el hombre fue evolucionando, empezó a complejizarse su visión del mundo,
y en su incansable búsqueda por entender el universo, ya no era admisible la idea de
entender los fenómenos en función de sus relaciones causales a través de un orden lógico.
Nuevas ideas y teorías eran necesarias para explicar no sólo los fenómenos naturales, sino
también incluso, los sociales.
Y fue así, de estas necesidades e inquietudes, que surgió una teoría que se alejó de la
búsqueda de la realidad y de la visión clásica de la ciencia, e introdujo nuevos e
innovadores factores que revolucionarían no sólo las ciencias duras, sino que alcanzarían a
todas las ciencias: la Teoría del Caos.
Esta teoría, no sólo constituyó una nueva perspectiva para comprender “la turbulencia
dentro de la naturaleza, las caprichosas formas que exhibe y los patrones de conducta a los
que obedece”4; sino que también se yergue como una poderosa herramienta para entender
la etología humana y social, los fenómenos económicos, y la evolución de la ciencia y de la
tecnología, así como de los avances industriales.
La Teoría del Caos se fundamentó en los años sesentas, con el trabajo de Edward Lorenz.
Su desarrollo empezó con Ilya Prigogine, ganador del premio Nobel de química en 1977,
quien mostró que las estructuras complejas podrían resultar siendo las más simples. Esto es
como si el orden viniese del caos. Henry Adams describió previamente esto con su frase:
“el caos frecuentemente cría la vida, cuando el orden cría lo habitual”.
Muchos han sido los científicos que han aportado valiosos conocimientos a la formación de
esta teoría, la cual en nuestro días, comienza a convertiste en una ciencia fundamentada en
si misma. Y más aún, con los nuevos descubrimientos que sugieren que tanto el caos como
la irregularidad, son elementos que tienen leyes propias: el orden se desintegra en caos y el
caos construye el orden.
Para entender un poco más los fenómenos caóticos, Cazau señala que:
Los sistemas son predecibles, nos dice Cazau, pero de repente y sin previo aviso, ni señales
o advertencias, empiezan a desordenarse y caotizarse (donde se imposible formular
predicciones), con la posibilidad de regresar a un nuevo estado de equilibrio o reposo. Este
fenómeno ha provocado la necesidad de investigar el por qué ocurren estas inestabilidades;
por qué el orden puede llevar al caos y el caos al orden y, eventualmente crear modelos
para determinar, aunque sea paradójicamente, si dentro del mismo caos hay también un
orden. La tercera acepción fue la elegida por quienes desde entonces, se concentraron en la
teoría del caos, y por ende en diversas disciplinas científicas.6
2.1.1. La expansión de la Teoría del Caos
De esta manera, al ir ampliando sus ámbitos, crecer y enriquecerse, la Teoría del Caos
incursionó en ambientes de investigación científica como la económica, la biología, las
matemáticas, etcétera. Ever Uzcátegui escribe:
Aparentemente, la Teoría del Caos presentó un eslabón perdido en la ciencia, que como nos
dice Cornejo-Álvarez: “prometía brindar una nueva perspectiva y una explicación para los
eventos en ambientes dinámicos y turbulentos, haciendo a un lado los modelos mentales
para administrar las organizaciones, típicos de la visión mecanicista”, y así, continua
diciendo que el desarrollo de la teoría del caos “emergió precisamente en el momento en el
que por el alto nivel de complejidad que guardan los sistemas en los que estamos inmersos,
era imposible tratar de establecer relaciones causales entre eventos”. En donde sus
principios describen principalmente el comportamiento dinámico de los sistemas, y en
mucho menor grado, las relaciones causales, las cuales se tornan imposibles de medir.8
Con estos avances y alcances, en nuestros días, esta teoría empezó a enseñarnos que la
naturaleza pretendía revolucionar la forma en la cual entendíamos la realidad, apegándose
más a cómo es, y no a cómo pensábamos que era. Y, como menciona Alvarado-Planás, la
aceptación e importancia de la teoría del caos radica en que, una gran parte de la naturaleza
está invadida de desorden y de caos; sus sistemas son dinámicos y de tipo caótico,
desordenado, impredecible e indeterminable.9
La visión del mundo, de la naturaleza y del cosmos entero cambió drásticamente. Ya no era
necesaria la búsqueda de un orden esquemático que diera las respuestas a todos los
fenómenos naturales, sociales y económicos, por mencionar algunos; el caos brindaba
explicaciones más lógicas y más plausibles que permitían, irónicamente, acercarnos más al
conocimiento de nuestro universo.
García-Margalejo propone que el caos en nuestros días es visto bajo una visión más clara,
donde ya no es un elemento del cual hay que escapar o escondernos, sino que se reconoce
como una actitud generadora de lo imprevisible, una cualidad deseable de nuestra sociedad
posmoderna.10 Además, con el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, se han traspasado
las fronteras de las diferentes ramas del conocimiento, lo que ha ocasionando que el
desorden tenga repercusiones en todos los campos.
Así, de repente nos encontramos en un escenario donde el desorden es el artista central para
las teorías contemporáneas, porque éste ofrece un abanico de posibilidades, casi
infinitas, para evadir las estructuras del orden y de lo cotidiano, las cuales son percibidas
cada vez más, como coercitivas. Pero al privilegiar el desorden, Hayles explica que en
algunos casos, los teóricos no pueden librarse del peso de sus tradiciones disciplinarias, aun
cuando quieran hacerlo (a pesar de que la mayoría de los científicos no quieren); de esta
manera surgen estratos complejos en los que las evidencias y rastros de los antiguos
paradigmas se sobreponen a los nuevos, y donde las resistencias al dominio están envueltas
en impulsos hacia el mismo dominio. Evidentemente, al encontrarse en un mundo donde el
orden limitaba la coherencia de los actos, aquellos que se atrevían a infringir las normas
eran excluidos, criticados o eliminados, y esto tuvo como resultado, que algunas áreas
(incluyendo la estética) se propusieran a sí mismas como transgresoras constantes de las
normas, con el caos y el desorden como conceptos explicativos.11
Nuestro sentido de la belleza, y nuestra estética por tanto, nos lo inspira la coexistencia
armónica del orden y del desorden, tal como existe en los objetos físicos: en las nubes, en
los árboles, en las montañas y en los cristales de nieve. Las formas de todas estas cosas son
procesos dinámicos que se han realizado en formas físicas, donde coexisten de modo
inmanente, combinaciones concretas de orden y desorden.12
Al final, descubrimos que la teoría del caos tiene mucho más que ver con la estética que
con la ciencia. La teoría del caos no es arte, pero apunta en una dirección similar: la
dirección que encontramos con las consoladoras imágenes de la naturaleza, la dirección
hacia la que apunta nuestro esfuerzo para contactar con ese secreto ingrediente del universo
al que llamamos espíritu.13
Así pues, si vemos el significado etimológico de la palabra, llegamos a una idea diferente.
Es aquí donde nos damos cuenta de que esta palabra griega nos habla de sensaciones y de
sentimientos, no de belleza; y estas sensaciones son precisamente las que se ven alteradas
por el caos. Así, este término prejuzga un alto nivel de subjetividad de la belleza, y pone el
acento en las sensaciones que provoca su contemplación. Sin embargo, el hombre sigue
viéndose en la necesidad de justificar su comportamiento a través de teorías que dicen que
nuestras acciones se basan en la búsqueda de la belleza y no de la satisfacción por sí misma.
Definida fuera de la belleza, Arnal nos dice que “la estética encuadra mejor en la psicología
que en el arte, del que pretende ser la filosofía”. Y ése es el fundamento estético de la
percepción de cada uno, porque, continua diciendo, “al fin y al cabo las cosas son para
nosotros como las percibimos, tanto si coincide nuestra percepción con la realidad, como si
no”. Pero no se detiene ahí, continua: “la estética se ve obligada a estudiar y definir qué
formas han de tener las cosas para que sean percibidas como bellas por la mayoría”. Y aquí
interviene un nuevo distractor, ya que la sensación o experiencia que percibe cada persona,
tiene más garantía de objetividad, mientras más coincidan en una misma forma de
percepción.
Fue en la Ilustración (1750) cuando Baumgarten definió por primera vez a la estética como
“todo lo perteneciente o relativo a la percepción o apreciación de la belleza”, era la ciencia
que trataba de la belleza y la teoría fundamental y filosofía del arte. Aunque desde el siglo
V a.C., la idea de una estética bella prevalecía en el arte, donde Sócrates introdujo el bien y
la verdad como valores absolutos, y el valor moral de la belleza; mientras que Aristóteles
implantó a la perceptibilidad, alegando que lo que no se puede percibir a la vista no es
bello, ampliando este concepto a los conceptos de Dios, los cuerpos celestes, el hombre,
etcétera.
Y con estas ideas el concepto de estética se vinculo a la belleza a través de la
perceptibilidad. Y para bien o para mal del hombre, este vínculo ha perdurado hasta
nuestros días.
Sin embargo, durante el Romanticismo (finales del siglo XVIII) evolucionó el realismo
grotesco con una formalización de las imágenes grotescas carnavalescas. El grotesco
romántico se presenta como terrible, la risa se atenúa, la muerte se muestra trascendente. Lo
grotesco se empieza a ver ajeno al hombre, exterior al igual que la muerte. De igual
manera, en el romanticismo se define lo “sublime” como extraordinario y fuera de lo
normal. Para los románticos, es una belleza grandiosa y oscura, que se opone al equilibrio y
serenidad neoclásicas; puede ser un ”horror agradable”, o algo que hace empequeñecer al
hombre, causando su estupor, admiración, reverencia o respeto.16 Este concepto introdujo al
arte una nueva visión, más cercana a la definición original de la estética, la cual se
encuentra presente hasta el arte contemporáneo.
***
Y es entre las ideas del orden y del caos que se balancea la estética moderna del siglo XX.
Desde las artes plásticas, las artes visuales, la literatura, la música, el teatro, el cine y la
fotografía, se han manifestado conceptos que surgen de las nociones de lo amorfo, de lo
inestable, de lo caótico, la fragmentación, por mencionar algunos. En el cubismo, el
dadaísmo, el surrealismo, se creaban piezas desde la concepción del caos y lo monstruoso,
con multiplicidad de visiones, que se oponían a la uniformidad y homogeneidad del orden y
de la belleza. Así, el desorden resulta atractivo precisamente porque es lo contrario a las
representaciones estereotipadas y recurrentes que nos encontramos cotidianamente.
En cuanto a la ciencia, Birkhoff nos dice que “en la medida en que la estética tenga éxito en
sus aspiraciones científicas, debe proveer alguna clase racional para realizar comparaciones
intuitivas.”17 Aquí el problema fundamental de la estética consiste en delimitar a qué clase
de objetos estéticos pertenecen atributos específicos de los que el valor estético depende.
Mandoki define a la estética como la disciplina que se ocupa del análisis y la investigación
de las relaciones de intercambio o comunicación que establece el hombre con su contexto
social, conceptual y objetual en términos de su facultad de sensibilidad; así la idea de una
estética bella es inadmisible.18
Por su lado, Birkhoff señala que la experiencia estética típica puede considerarse como
integrada por tres fases sucesivas: 1) un esfuerzo preliminar de atención, requerido por el
acto de la percepción, y que aumenta en proporción la complejidad del objeto; 2) el
sentimiento del valor o cuantía estética que recompensa tal esfuerzo, y 3) la observación o
comprobación de que el objeto se caracteriza por cierta armonía u orden, más o menos
encubierto, que parece necesario para el efecto estético.19
***
Ahora bien, Birkhoff alude que aunque tales ajustes automáticos se realizan sin la
intervención de ideas motoras, existe un bien conocido esfuerzo de atención, de tensión
variable en el curso de la realización de tales ajustes. Éste constituye una parte definida e
importante del sentimiento general característico del estado de atención.
Asimismo, el hecho de que se requiera algún tipo de interés para mantener la atención
podría revelar que este sentimiento no tiene un tono positivo (agradable), sino más bien
negativo. Si recordamos además que, los actos automáticos son resultado de actos idénticos
realizados habitualmente, podemos convencernos de que quedan vestigios de las ideas
motoras aplicadas originalmente, y de que ellas motivan esta sensación de esfuerzo.21
Estas ideas sobre la estética y la percepción alejan los conceptos subjetivos de belleza, y en
su lugar nos llevan a una idea de alterar los sentidos; esto nos recuerda las palabras de
García-Melgarejo: “así, algunas áreas de la estética se proponen a sí mismas como
transgresoras constantes de las normas, llegando a proponer al caos y al desorden como
fines de expresión plástica.”22 La labor artística debe despertar sensaciones, lo que es
realmente la estética, sin importar si lo que presenta es “bello” o no.
Nos gustaría comparar esto con la metáfora que propone Lema sobre el caos y el rizoma
(parte subterránea, generalmente horizontal, de un entretejido de raíces de ciertas plantas),
donde menciona que “ésta puede enlazar figuras, materialidades, textos
extraordinariamente distintos y lejanos, excéntricos, re-agenciar contextos, ambientes y
reflexiones”. Continua diciendo que “la armonía de la faz de la tierra, de la mente, del
contexto, del cosmos, el reencantamiento del planeta, podrían resurgir en los nuevos re-
agenciamientos.”23 Aquí haríamos referencia al re-agenciamiento casi poético entre el caos
y la estética.
No es un camino sencillo ni unidireccional. Partir del caos significa caotizar los conceptos
y desordenarlos. Sin embargo, consideramos que la mejor manera de tratar de entender y
comprender nuestro universo caótico es a través de la vía estética, donde nuestros sentidos
perciben y aprecian el caos que nos rodea. Nos gustaría terminar con la propuesta de
García-Margalejo, que propone al desorden como un “nuevo orden no determinado aún.” Y
aquí agregaríamos que a través de la estética sería la mejor táctica para tratar de determinar
dicho orden a través del trabajo multidisciplinario al que en la actualidad nos vemos
sometidos. Científicos, artistas, incluso financieros, por mencionar algunos ejemplos,
podemos trabajar y crear nuevos conceptos, teorías, obras de arte, etcétera, a través de estas
interrelaciones que hemos mencionado.
Instituto de Ecología, UNAM, Ciudad Universitaria, UNAM 04510 México, D.F. Circuito
exterior s/n anexo al Jardín Botánico Exterior. México, Distrito Federal
orcacomefoca@yahoo.com.mx
*Autor de correspondencia
2
Diego Esperón Rodríguez
Colegio Forger, Av. Ignacio Comomfort 395, C.P. 52177, Metepec, Estado de México
diego.esperon@yahoo.com.mx
Bibliografía
Alvarado-Planás, J, La Estética del Caos. Revista Nueva Acrópolis, Malaga, España, No.
207, en:
(http://www.nuevaacropolismalaga.org/archives/la_estetica_del_caos000523.php),
consultado el 5 de septiembre de 2013.
(http://www.elalmanaque.com/medicina/lexico/estetica.htm) consultado el 5 de
septiembre de 2013.
Bajtín, M, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de
Francois Rabelais, Alianza Editorial, Madrid, 1987.
Briggs, J, y Peat, DF, Espejo y reflejo: Guía ilustrada de la teoría del caos y la ciencia de la
totalidad, Editorial Gedisa, Barcelona, 1994.
(http://antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=152), consultado el 5 de
septiembre de 2013.
García-Melgarejo, MA, “El desorden y el caos visual como constante en el diseño gráfico y
su enseñanza: ¿culpa de la tecnología?”, Revista del Centro de Investigación, México,
8(29):39-46, 2008.
Hayles, NK, La evolución del caos. El orden dentro del desorden en las ciencias
contemporáneas, 2ª edición, Editorial Gedisa, España, 1998.
Lema, R, “Caos, complejidad, creatividad: jugando con imágenes”, Revista del Centro de
Ciencias del Lenguaje, 25:87-111, 2002.
Prigogine, I, ¿Tan solo una ilusión? Una exploración del caos al orden, 4ª edición,
Trusquets Editores, España, 1997.
Notas
[6] Ibid.
Que Welles era un nostálgico lo prueba el tema recurrente de la lucha entre la tradición y el
progreso, lo viejo y lo nuevo, el orden y el desorden, la forma de contarlas y su especial
fascinación por lo clásico y los temas de sus producciones, que fluctuaban entre los dramas
de Shakespeare y los thrillers norteamericanos.
El elemento nostálgico como motor de la acción dramática (o lo contrario, la absoluta
negación del pasado) lo podemos ver algunas de sus producciones. En el presente artículo
se analizará el sentimiento nostálgico en Campanadas de Medianoche a través del
personaje Falstaff de Shakespeare.
Sir John Falstaff aparece como compañero del joven príncipe Hal, primogénito y sucesor de
la corona del Rey Enrique IV en las obras Enrique IV parte 1 (publicada en 1598) y
Enrique parte 2 (publicada en 1600); posteriormente se menciona su muerte en Enrique V
(publicada en 1600), pero no tiene líneas y no aparece en escena; y más adelante, reaparece
como personaje principal en Las alegres comadres de Windsor (publicada en 1602).1
Shallow: O sir John, do you remember since we lay all night in the Wind-mill, in Saint.
Georges Field
Shallow: Nay, she must be old, she cannot choose but be old: certain she’s old: and had
Robin Night-work, by old Night-work, before I came to Clements Inn. Jesus, the days that
we have seen. Hah, Sir John, said I well?
Shallow: That we have, that we have, that we have; in faith, Sir John, we have. Jesus, the
days that we have seen.
Quien recuerda el pasado es Shallow, que cuenta los hechos vividos e insiste sobre ellos
mientras que Falstaff responde lacónicamente, dice que aquellos tiempos no volverán
reconociendo la propia vejez con una alegoría.
Estas líneas, colocadas al principio del filme, exageran la sensación nostálgica que
conllevan. El hecho de que toda la acción transcurra como un flashback de “aquellos días”
que vivieron convierte el resto del film en una evocación melancólica. Al terminar la
introducción, se reafirma la intención de plantear el relato como una evocación del pasado
con la elección del título.
Para marcar la diferencia entre el mundo real y el de Falstaff, se recurre al uso de planos
cortos grabados con focales largas, y el uso de las focales cortas se reserva para abarcar la
totalidad del paisaje o acentuar su profundidad.3 En el universo de Falstaff, en cambio, se
usan focales cortas para deformar las caras de los personajes y los espacios – como la
taberna de Miss Quickly y la casa de Shallow– y exagerados picados y contrapicados que
dan una sensación de irrealidad y falta de equilibrio propia de los excesos alcohólicos.
La música también marca una separación clara entre ambos mundos. El mundo real carece
de música, la sensación de vacío y soledad son transmitidas por el tono imperativo en la
voz del rey y los ecos de los sonidos del palacio, mientras que las piezas que componen la
música extra-diegética, inspiradas –aunque algunas lejanamente– en música medieval,
acentúan el carácter frenético del mundo de Falstaff.
Al establecer estos contrastes queda claro el partido que el director toma frente a la
dialéctica que plantean los personajes principales.
Hotspur ansioso de comenzar la batalla sin esperar refuerzos encarna el elogio melancólico
a la caballería en las siguientes líneas:
Caballeros, la vida siempre es corta, pero gastada cobardemente, sería demasiado larga
aunque sólo durara una hora. Si vivimos, vivimos para pisar cabezas de reyes. Si morimos,
hermosa muerte si con nosotros mueren príncipes;
cuando Worcester le miente negándose a contarle la oferta de paz por parte del Rey:
¡Armaos, deprisa! Amigos, soldados, camaradas, que cada uno haga lo que pueda. ¡Juro
enrojecer esta espada con la mejor sangre que encuentre!
y después de que éste mismo – otra vez mintiendo – le cuente del deseo del príncipe de
Gales –Hal– de batirse personalmente con él:
Después de la batalla las emociones del triángulo Enrique IV-Hal-Falstaff se oscurecen con
pensamientos de muerte: el rey siente la angustia de la posible pérdida de su reino por las
costumbres disolutas de su hijo, y desea la muerte que siente cercana. Hal hace una
premonición de su próxima reformación al reconocerse cansado y Falstaff, en la taberna,
está muy triste: no tiene un céntimo.
Cuando Hal regresa al palacio y toma la corona de su padre, creyéndolo muerto, reaparece
la escena inicial de la conversación de Falstaff y Shallow sobre las glorias pasadas y la
muerte. En el palacio el rey despierta para escuchar las promesas de enmendarse de su hijo
y sucesor y muere en paz. Hal es coronado. Ahora es Enrique V. De vuelta en la posada de
Shallow, continúa el recuento de glorias de juventud. Falstaff, callado mientras escucha los
recuerdos de Shallow, condena la manía de los viejos de contar mentiras. En este punto se
cierra el bucle de la historia, lo que existe para ser recordado como gloria pasada: ha
terminado la evocación melancólica. Terminadas la vivencia gloriosa y su evocación, sólo
queda la muerte.
La melancolía de Welles
Santos Zunzunegui4 llama la atención sobre “el paradigma melancólico” descrito por
Walter Benjamin en El origen del drama barroco alemán y luego retomado por Susan
Sontag en Bajo el Signo de Saturno aplicándolo a Orson Welles. En este libro se describe la
naturaleza de la “melancolía sublime” aplicable a los métodos de trabajo del cineasta y
sobre todo al impulso que lo llevaba a comenzar producciones que nunca llegaba a
terminar. Me permito hacer una cita larga que justifica la caótica forma de trabajo de
Welles con su temperamento saturnino:5
[…] la melancolía es contradictoria y que en ella conviven (como lo han hecho ver tantos y
tantos símbolos acuñados pacientemente desde la antigüedad) la perseverancia y la
indolencia, el disimulo y el secreto con el mayor exhibicionismo, la lentitud con el mayor
impulso. (…) Benjamin (como Welles, diría yo) intentará vivir cada uno de sus proyectos
sumergiéndose profundamente en ellos, con total concentración, a riesgo de que, en caso
contrario, ésta se disperse, como será el caso, en uno y otro, tantas y tantas veces. Por eso
intentará, convencido, como Welles, de que “la voluntad es débil”, realizar todo tipo de
esfuerzos por perseverar, dando lugar a “una compulsiva dedicación al trabajo. De nuevo,
Benjamin, como Welles, ante la falta de sentido práctico que le caracterizaba, caía en el
desatino por el hecho de observar y querer manejar demasiadas posibilidades.6
Con respecto al tema de la niñez, posible base para una búsqueda de un pasado glorioso en
la vida de Orson Welles, André Bazin considera que “sería falso ver en ella [la obra de
Welles] una rebelión contra una infancia difícil o desgraciada”7 pero no duda en llamar la
atención sobre la obsesión por la infancia en Citizen Kane y El Cuarto Mandamiento,
entendida como una proyección de su propia nostalgia de niño excepcional, que al tener
“demasiadas hadas sobre su cuna, le impidieron ser un niño como los otros.”8
Si se hace una revisión del éxito obtenido por las primeras producciones de Welles y la
creciente pérdida de fe de las productoras hollywoodenses en su capacidades de realizar
éxitos de taquilla o incluso de terminarlas, y la cada vez más difícil tarea de obtener
financiación para realizarlas, encontramos a Welles desterrado de su antigua gloria en la
profesión en Estados Unidos, lo que lo orilla a buscar vías no muy ortodoxas para financiar
sus proyectos fuera de su país, urdiendo tretas para obtener ayudas estatales europeas y
llegando a asociarse con personajes de la más extraña índole para convencerlos de producir
sus películas.
La interpretación nostálgica deducible de la frase se ve anulada por el tono irónico con que
lo pronuncia. Se adivina entonces una plena conciencia del saberse desterrado, sin la carga
de pena que supondría dicho destierro, porque fue planeada deliberadamente. La tristeza es
atenuada por la aceptación estoica de lo que no se puede cambiar.
La proyección de Welles en Falstaff
Frente a la negación de Falstaff por Hal, Welles toma partido por el caballero y niega la
conducta del recién proclamado monarca. Comparte la opinión de Coleridge, Hazlitt,
Morgann, Tolman y demás defensores del personaje al proponerlo como alegoría de lo
bueno y el pasado frente a la pretensión y la ambición orígenes del mal. En Orson Welles.
España Como Obsesión, Juan Cobos recuerda la desconfianza de Welles hacia Hal:
Y su defensa de Falstaff:
[…] se centró en su propio personaje de Falstaff diciendo que la comedia muestra las
grandes faltas que le adornan, pero que esas faltas eran triviales, como el pan y el vino.
Ante todo destacaba su amor y que pedía tan poco que al final se quedaba sin nada.10
Aquí se oponen las dos visiones del mundo en lucha, la tradición frente al ineludible
advenimiento del progreso. Welles atribuía a Shakespeare “una preocupación hacia
Camelot, que es la gran leyenda inglesa,” según Peter Conrad11, esta preocupación era más
americana que arquetípicamente inglesa, posible razón del gran interés de Welles en ella. El
enfoque que da la obra está influido por su lectura de The Once and Future King, de T.H.
White protagonizada por Lanzarote que vivía el ocaso de la caballería en Ginebra. La
caballería es recordada como una época dorada, en la que: “cada uno era esencialmente él
mismo; y estaba furiosamente ocupado satisfaciendo los caprichos de la naturaleza
humana.”12 Aún así, este ocaso no era comparable con el del siglo XX, en el que el hombre
ha sido despojado de su individualidad para convertirse en un pequeño engranaje de la
sociedad de masas, idea que Welles defiende principalmente en El proceso y El cuarto
mandamiento.
Welles despreciaba profundamente la moral burguesa propia del siglo XIX y XX, y le
oponía la moral aristocrática, caballeresca, propia de “unas ideas europeas muy viejas.”13
Prefiere la moral nitzscheana del antihéroe a la hipocresía sentimental del burgués, y en
este sentido defiende a Falstaff equiparándolo a un árbol de navidad adornado de muchos
vicios y a Heston de Sed de Mal, “no porque sea un buen mozo o esté en el candelero (…)
[sino] debido a que es una persona civilizada y tiene una cultura más honda.”14
El tramposo Falstaff era sin duda el escorpión que defendía Welles, pero su final no es
glorioso como el del escorpión y la rana, sino que es arrastrado por la rana-Hal hacia la
virtud e imposibilitado de continuar siendo quien es, muere. De ahí la sensación de pérdida
que impregna el relato: el anti-héroe aristocrático y caballeresco de Welles es vencido por
el héroe de la moral burguesa, la virtud y la obediencia.
Conclusión
Campanadas de Medianoche, desde el flashback que abre la historia nos remite a las
glorias pasadas vividas por Falstaff en compañía de su amigo Hal. Este flashback, al no ser
parte de la pieza original de Shakespeare da una clave para entender la intencionalidad de
renovar el tema de Falstaff a partir de su elemento melancólico y plantearlo de esa forma
como la tan ya citada defensa del pasado glorioso asociado a la antigua tradición inglesa.
Welles deja su intención clara de plantear este filme como eminentemente melancólico al
combinar los elementos de la puesta en escena para transmitir su preferencia por lo antiguo
y el combinar el tratamiento de la melancolía de Falstaff al menos en dos niveles, el
primero, la melancolía en el plano de lo real que siente Falstaff por sus tiempos gloriosos y
el segundo, la melancolía en el plano metafórico que deja el advenimiento del progreso y
que significa la muerte de la tradición caballeresca inglesa.
1. Por la dificultad para establecer con precisión las fechas en las que se escribieron las
obras, tomaré como referente su fecha de publicación.
2. Transcribo las líneas de la película. Es una ligera variación del original.
3. Berthomé, Jean-Pierre; Thomas, Françoise. “Orson Welles en Acción”. Ediciones
Akal, S.A. 2007. Madrid. Pág. 261
4. Zunzunegui, Santos. “Orson Welles”. Colección Signo e Imagen. Cineastas.
Ediciones Cátedra. Madrid. 2005. Pág. 19
5. Parafraseando a Zunzunegui en ídib: El temperamento saturnino es uno de los
cuatro temperamentos identificados en el siglo XII por Constantino el Africano.
Bajo esta concepción Saturno era el planeta más distante de la vida cotidiana.
6. Íbid. Pág 19-20.
7. Bazin, André. “Orson Welles”. Fernando Torres Editor. Valencia. 1973. Pág 28.
8. ibíd. Pág 58
9. Cobos Sáinz, Juan. “Orson Welles. Vol 2. España como obsesión” Colección
Documentos (Filmoteca de la Generalitat Valenciana), 4. Valencia: Filmoteca de la
Generalitat Valenciana, 1993. Pág. 121.
10. ibíd.
11. Conrad, Peter. “Orson Welles. Historias de su vida” Madrid. Ediciones Jaguar.
2005. Pág. 322
12. ibíd. Citando a White. Pág 324.
13. André Bazin. Orson Welles. Pág 165.
14. ibíd.
15. ibíd. Pág. 177.
16. ibíd. Pág. 178.
17. ibíd. Pág. 179-180.
Slavoj Zizek: Ideología y plus del goce
Fernando Bustos Gorozpe
Hablar sobre los signos y la relación que surge con el significado y significante nos lleva a
caminos difíciles de transitar. No se puede realmente ligar el significado con el significante
y tenemos que dejar un poco atrás aquella noción nostálgica y metafísica de que la palabra
evoca la cosa en sí. Parece que la única forma de acercarnos más a las cosas es a partir de
conceptos nuevos que traten de brindar una irrupción con lo establecido (también pareciera
que entre más nos acercamos a las cosas estas se deforman más y más… se ‘pixelean’). La
metáfora se vislumbra como la única salida posible a este problema, pero no sólo la
metáfora en un sentido estético sino como aquella palabra que surge desde el ‘sin-lenguaje’,
desde fuera del castillo de las construcciones lingüísticas convencionales. La metáfora será
entonces aquella palabra libre de las categorías sociales e históricas, la que rompe con la
tradición y evoca nuevas maneras de decir y entender las cosas, es la evocación del
lenguaje como polisémico.
El lograr este tipo de afirmaciones y aceptarlas como ciertas presupone la idea de la “no
necesidad” y de la contingencia, esa misma contingencia en la que estamos insertos.
Nuestro léxico, con el que describimos el mundo y los hechos que en él suceden, es
meramente fortuito, es producto de una convención histórica contingente -no necesaria-.
Esto nos pone en un nuevo horizonte interpretativo del mundo y de su lenguaje. Nos sitúa
en un horizonte irónico en tanto que reconocemos lo que nos rodea y somos capaces de
negar la univocidad. Richard Rorty
empleará el término ironista “para designar a esas personas que reconocen las contingencias
de sus creencias y de sus deseos más fundamentales: personas lo bastante historicistas y
nominalistas para haber abandonado la idea de que esas creencias y esos deseos
fundamentales remiten a algo que está más allá del tiempo y del azar.”[1] Tal pareciera que
la aceptación de la contingencia de las creencias en la actualidad nos lleva al problema del
poco compromiso hacia con ellas, la cultura actual es una “cultura light” en tanto que no se
toma las cosas como reales:
“Cultura” es el nombre para todas esas cosas que hacemos sin creer en realidad en ellas, sin
tomarlas muy en serio. Por esa razón menospreciamos a los creyentes fundamentalistas por
“bárbaros”, por anticivilizados, por ser una amenaza para la cultura –son los que se atreven
a tomar sus creencias con seriedad-.[2]
La metáfora nos sitúa en el campo del rompimiento, en el de la sustitución del uno por el
otro. La metáfora va ligada con la noción de ironía en tanto irrupción con el discurso
habitual, “la ironía parece ser el tropo de los tropos”.[3] La ironía así al igual que la
metáfora presupone un cambio en el diálogo que permite decir cosas nuevas porque
lo dice a través de nuevos recursos, y “un desplazamiento ‘epistemológico’ en el punto de
vista del sujeto refleja siempre un desplazamiento ‘ontológico’ en el objeto mismo”.[4]
Si tratamos de partir de la noción de ironista planteada por Rorty podremos elucidar que
nos habla sobre la aceptación de un horizonte pero también de la aceptación de
características que le son ajenas. Paul de Man postulará que una de las formas en que puede
ser abordada la ironía es reduciéndola a una dialéctica del yo como una estructura
reflexiva,[5] esto es, conocer al yo mediante su negación; la postulación de yo evidencia y
hace sugerente la postulación del no-yo. El reconocimiento del yo en el no-yo es una
implicación dialéctica que desemboca en la limitación de un concepto.
Sociedad e ironia
[…] lo que Occidente busca en Europa del Este son sus propios orígenes perdidos, su
experiencia original perdida de la ‘invención democrática’. En otras palabras, Europa del
Este cumple, en relación con Occidente, el papel del Yo ideal [Ich-Ideal]: el punto a partir
del cual Occidente se ve así mismo en una agradable forma idealizada, como digno de ser
amado.”[6]
El neoliberalismo domina el mercado, por eso vemos a China preocupada por insertarse a
este ritmo de vida aún cuando no tenga una democracia; China es un país globalizado que
manda sus productos a todo el mundo y su idioma. Hay chinos en todo el mundo y gente de
todo el mundo en china, eso es globalización. Hoy en día, nos es más fácil pensar –por lo
menos desde el cine- el fin del mundo que un cambio de sistema socio-económico (Zizek
plantea esto en su filme “Zizek: The Elvis of cultural theory).
La tradición nos interpela. No podemos imaginar el fin del capitalismo aún cuando nos
sintamos inconformes ante la desproporcional diferencia económica que ésta representa a
mucha gente. Lo que aquí se trata de problematizar se puede rastrear desde Marx cuando
habla de la relación que establecimos con las cosas (productos, tecnología, etc.), las cuales
han rebasado el control que el humano tiene sobre ellas. Así la sociedad (en casos la
tecnología) ya no es un constructo social sino natural, de igual forma sucede con el
mercado. Pensamos al mercado, al capitalismo, como algo natural de lo cual no podemos
imaginar aún qué es lo que le sigue, de algún modo es una especie de quimera que no
concebimos derribar: “Todos sabemos que la burocracia no es todopoderosa, pero nuestra
conducta ‘efectiva’ en presencia de la maquinaria burocrática está ya regulada por una
creencia en su omnipotencia…”.[7] Los tufos de comunistas se han visto un tanto opacados
ante la ineficiencia de sus postulados de Libertad e Igualdad. El Capitalismo ha sido muy
puntual en marcar las diferencias imponiendo la ilusión de libertad.
Zizek retoma la teoría de Lacan de que fue Marx quien inventa la noción de síntoma que
planteó Freud y que es en su definición de “fetiche de mercancía” que pueden ser
entendidos los términos psicoanalíticos freudianos. El concepto de fetiche es una figura
que engloba la presencia y la ausencia, la presencia en un sentido fantasmal, es decir cree
que hay algo pero en realidad no hay nada y a la vez lo que sí está se niega, no se quiere
aceptar; para explicar lo anterior Agamben recurre al ejemplo del niño que no admite la
ausencia del pene en la madre porque esto representa una amenaza de castración para él, al
representarle esto una amenaza su inconsciente crea un mecanismo de defensa y el niño
trata de situar su objeto de deseo (el pene ausente) en un objeto cualquiera (mediante una
transferencia). Lo anterior se dará debido a que el niño está situado siempre en el campo de
lo “demasiado pronto” y lo “demasiado tarde”, esto es, el niño llega al mundo sin capacidad
de cuidarse a sí mismo y esta capacidad se desarrollará “demasiado tarde” y a la vez su
encuentro con el Otro sexuado se da siempre “demasiado pronto”.[8] “El espacio del
fetiche es precisamente esta contradicción por la cual éste es al mismo tiempo la presencia
de aquella nada que es pene materno y el signo de su ausencia; símbolo de algo y de su
negación”.[9]
Zizek nos habla de la noción del síntoma en Marx a partir del concepto de plusvalía, que es
el valor que se le da a la fuerza de trabajo y hace la pregunta: ¿Por qué el trabajo se expresa
en valor y por qué la medición del trabajo mediante la duración del mismo se expresa en
magnitud de valor del producto?[10] Encontrar la respuesta a esta pregunta supondrá
encontrar una especie de formula pura que nos permita comprender el porqué de la
estructura de cualquier tipo de fetiche.
Ahora bien, ¿Cómo entender lo anterior expuesto en nuestra sociedad actual? ¿Cómo hilar
esto y decir que estamos inmersos en una sociedad irónica?
Actualmente parece que estamos cada vez más inmersos en esta relación de fetiche hacia
las cosas y que seguimos teniendo un consumo sobre esa fantasmal plusvalía: “Parece
como si en todos los niveles viviéramos cada vez más una vida desprovista de sustancia. Se
consume cerveza sin alcohol, carne sin grasa, café sin cafeína, y eventualmente, sexo
virtual… sin sexo”.[12] Los objetos, las cosas, la tecnología, están situados en el pedestal
de la vida humana, parecieran el medio para la felicidad, para el goce. La estructura del
capitalismo sigue girando sobre ese “plus” que se vuelve objeto plus del goce y ahora es
más común encontrarnos con los contrarios al mismo tiempo: acción y reacción
coinciden… lo que me causa daño es el contra-agente. El mercado actual nos dice
constantemente: ¡Goza! ¡Goza sin restricción! La clave es apuntar a ese fantasmal “plus”;
los epicureistas postulaban un goce racional, en tanto que los excesos siempre terminaban
causando dolor y esto era indeseable. La fórmula del capitalismo es: No hay restricción,
puedes gozar todo lo que quieras porque la mercancía está desprovista de su negatividad.
La fuerza del trabajo ha quitado el exceso de lo negativo ¿No es esto la ironía en una forma
cotidiana?
Estamos situados en una sociedad enigmática, entendiendo éste concepto desde Aristóteles
como el conectar cosas imposibles. Esa plusvalía nos está desproveyendo de substancia, ese
“plus” funciona a manera de negatividad de lo natural y ha terminado desvirtuando las
cosas como en su momento del paso del feudo al capitalismo le quitó el valor real al
trabajo, ahora ese plus nos desprovee de lo natural y el plus del goce sólo lo encontraremos
en el mercado como mercancía. Lo anterior parece que se vive en mayor medida entre más
inserto se esté en una sociedad capitalista, así medimos la civilidad y el desarrollo tomando
como referencia el goce de la mercancía, el otro (por ejemplificar, algunos países de
Latinoamérica como Ecuador) está subdesarrollado –jodido desde el punto de vista de
algunos hedonistas modernos- en tanto que no posee los mismos medios para gozar que el
primer mundo: No gozan como yo. Es esto mismo lo que ha dado pauta no sólo para
marcar la civilidad sino el racismo y la intolerancia. Lo que despreciamos del otro es la
manera excesiva de su goce -o su falta-, el hecho de que no goce de la misma forma en que
yo “civilizado moderno” lo hago. Vemos al Otro, lo filtramos, a través de nuestro marco del
goce.
Como sociedad capitalista estamos marcados por el tropo, por la re-negación, por la ironía.
A propósito de lo anterior Zizek hace una crítica a Umberto Eco sobre su obra “El nombre
de la rosa”: “Lo que tendría que incomodarnos de este libro es su tesis fundamental: la
fuente del totalitarismo es un vínculo dogmático con la palabra oficial: la falta de risa, de
separación irónica”.[13] Completando más adelante en este mismo texto que: “Lo que
perturba de El nombre de la rosa, sin embargo, es la creencia subyacente en la fuerza
liberadora y antitotalitaria de la risa, de la distancia irónica. Nuestra tesis aquí es casi
exactamente lo opuesto a esta premisa subyacente en la novela de Eco: en las sociedades
contemporáneas, democráticas o totalitarias, esa distancia cínica, la risa, la ironía, son, por
así decirlo, parte del juego”.[14] Lo vemos a diario en la risa enlatada de la TV, La TV se
ríe constantemente en vez de nosotros espectadores reales, tanto que en ocasiones uno se ríe
sólo como consecuencia de que la TV se rió. En el chat, en los mensajes por teléfono (la
palabra escrita es importante para la tecnología) la risa siempre aparece como acompañante,
un: jaja, haha, jeje… La risa está presente en nuestro discurso habitual a manera irónica y
de continuidad.
La ironía se ha vuelto fundamental en nuestra cotidianidad, los contrarios se presentan
juntos por todas partes a manera de mercancía y los consumimos como plus del goce. Es en
este punto donde pareciera que esto se liga a esa concepción de ironista de Rorty que citada
al principio del texto, vivimos plagados de ironía en tanto que consumimos objetos negados
en sí, ideologías que aparentemente no compartimos, somos capaces –algunos- de
reconocer la contingencia de nuestras creencias pero sin embargo seguimos eligiendo
funcionar con base en ellas (no vamos a la iglesia, no somos practicantes reales del
catolicismo, pero elegimos casarnos por la iglesia, bautizar a los hijos, etc.), es tal cual
como en la película de Trainspotting de Danny Boyle (basada en una novela de Irving
Welsh), al principio escuchamos la voz de Renton haciendo una crítica a todas la ideología
a la que estamos insertos:
Choose life. Choose a job. Choose a career. Choose a family. Choose a fucking big
television, Choose washing machines, cars, compact disc players, and electrical tin can
openers. Choose good health, low cholesterol and dental insurance. Choose fixed-interest
mortgage repayments. Choose a starter home. Choose your friends. Choose leisure wear
and matching luggage. Choose a three piece suite on hire purchase in a range of fucking
fabrics. Choose DIY and wondering who the fuck you are on a Sunday morning. Choose
sitting on that couch watching mind-numbing spirit-crushing game shows, stuffing fucking
junk food into your mouth. Choose rotting away at the end of it all, pissing your last in a
miserable home, nothing more than an embarrassment to the selfish, fucked-up brats you
have spawned to replace yourself. Choose your future. Choose life… But why would I want
to do a thing like that? I chose not to choose life: I chose something else. And the reasons?
There are no reasons. Who needs reasons when you’ve got heroin?
Renton es un ironista en todo el sentido al que Rorty elude, es por ello que ante la
contingencia de las creencias (que parecen ya establecidas por el sistema capitalista) él
decide no elegir, esa es su opción, una renuncia al establishment. Lo mejor del filme es el
final, cuando Renton después de todo decide elegir, insertarse en el sistema:
So why did I do it? I could offer a million answers, all false. The truth is that I’m a bad
person, but that’s going to change, I’m going to change. This is the last of this sort of thing.
I’m cleaning up and I’m moving on, going straight and choosing life. I’m looking forward
to it already. I’m going to be just like you: the job, the family, the fucking big television,
the washing machine, the car, the compact disc and electrical tin opener, good health, low
cholesterol, dental insurance, mortgage, starter home, leisurewear, luggage, three-piece
suite, DIY, game shows, junk food, children, walks in the park, nine to five, good at golf,
washing the car, choice of sweaters, family Christmas, indexed pension, tax exemption,
clearing the gutters, getting by, looking ahead, to the day you die.
Renton se vuelve un sujeto cínico, reconoce que hay un grupo de personas que realmente
creen en algo, reconoce no creer “realmente” pero opta por insertarse, por aparentar creer,
por adoptar aparentemente una ideología.
El sujeto cínico está al tanto de la distancia entre la máscara ideológica y la realidad social,
pero pese a ello insiste en la máscara. La fórmula, como la propone Sloterdijk, sería
entonces: “Ellos saben muy bien lo que hacen pero aun así lo hacen”. La razón cínica ya no
es ingenua, sino que es una paradoja de una falsa conciencia ilustrada: uno sabe de sobra la
falsedad, está muy al tanto de que hay un interés particular oculto tras una universalidad
ideológica, pero aún así, no renuncia a ella.[15]
Vivimos en una sociedad enigmática, el síntoma nos subyace y es ahí donde buscamos el
plus del goce, y será también en ese momento cuando lo imaginario cobre más fuerza,
como se apuntaba en la época de la fantasmagoría: “bien sé que los fantasmas no existen,
pero de todos modos”. El objeto está plagado de una entidad fantasmática que lo desprovee
de su exceso negativo: La New Age y el multiculturalismo se empañan en ironizar todo (en
tanto negación de la substancia), en pensar que es posible habitar el planeta sin consumir
sus recursos, en pensar a la naturaleza como armonía, en tratar de asemejarnos a ese ritmo
armonioso. Habría que pensar de dónde viene el petróleo, cómo se originó el universo
según los físicos teóricos.
Como apunta Zizek: “love is evil”, el amor es el mal en tanto que conflicto, en tanto que
continua pugna (a manera de Heráclito); la naturaleza es lo más violento que podemos
percibir. No puede haber guerras sin bajas, focos para la casa que en realidad no
contaminen, no puede haber un consumo excesivo sin repercutir en un mal. Nuestra
contemporaneidad manejada por el comercio del producto, de la cosa, se maneja en este
nivel fantasmático: El objeto desprovisto de su negatividad, de su esencia. Hay un
fantasma habitando nuestra sociedad, y aunque los fantasmas no son reales, en ocasiones
funcionan como si lo fueran. Para Hamlet el fantasma de su padre era real y funcionó de
marco para entender su entorno. Habría que hacer una reflexión en torno a este fantasma a
partir de la realidad virtual: “Instead of talk about virtual reality we must talk about the real
of the virtual” (Conferencia de Slavoj Zizek: The reality of the virtual). Ese fantasma
aunque no es real, estructura nuestra vivencia cotidiana como si fuera Real. Estamos
insertos en un mercado de la continua negación, como se menciona en Matrix[16]:
“Welcome to the desert of the real”.
Bibliografía.
Eagleton Terry, Ideología. Una introducción, Tr. Jorge Vigil, Paidós Surcos 9, 2005
Rorty Richard, Contingencia, ironía y solidaridad, Tr. Jorge Eduaro Sinnot, Paidós, 1991.
Zizek Slavoj, El sublime objeto de la ideología, Tr. Isabel Vericat, Siglo veintiuno
editores, 2001.
—————- El acoso de las fantasías, Tr. Clea Braunstein, Siglo XXI, 1999.
—————- Visión de paralaje, Tr. Marcos Meyer, Fondo de Cultura Económica, 2006.
—————- Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a
preguntar a Hitchcock, Tr. Jorge Piatigorsky, Manantial, Buenos Aires, 2010.
Artículos
“Óptica e imaginación” de Max Milner en La fantasmagoría, Revista Luna Córnea,
Número 28, 2004.
“Las perversiones del amor”, Asunción Sainz, Revista La tempestad, julio-agosto 2010,
volumen 12, no 73.
Films
NOTAS
12. “La medida del verdadero amor es: puedes insultar al otro”. Entrevista realizada a
Slavoj Zizek.
Introducción
Este artículo se propone señalar algunas notas alrededor del clientelismo político a partir de
los primeros resultados arrojados por una investigación de más largo aliento que tiene como
propósito hacer foco en las modalidades, potencialidades y límites que adquiere la
militancia participativa de las mujeres en los movimientos sociales territoriales en la
Argentina contemporánea. Pese a que el fenómeno del clientelismo político no ha sido el
centro de nuestra indagación, el hecho de constituirse en una preocupación y temática
presente en el discurso de los actores nos impulsó tanto a detenernos en él, como a realizar
ciertas reflexiones e intervenir en este debate.
A partir del análisis de los datos construidos en el trabajo de campo -que se estructuró a
partir de conversaciones informales, observaciones participantes y no participantes y
entrevistas semi-estructuradas-, realizado a lo largo de los primeros ochos meses del año
2009 en un local barrial de la Federación de trabajadores por la Tierra, La Vivienda y el
Hábitat (en adelante, FTV), ubicado en la localidad de Pañuelos[1] (Buenos Aires,
Argentina), proponemos reconstruir y dar cuenta de la perspectiva en torno del clientelismo
político de los referentes barriales y participantes de base que confluyen en el local
señalado.
El artículo intentará, desde la propia perspectiva de los actores, responder preguntas tales
como: ¿Cuál es, y cómo se configura, la especificidad del vinculo clientelar?, ¿todo vínculo
social entre un líder local que actúe como gestor de las políticas públicas y los
simpatizantes de base de la organización puede ser pensado como clientelar?, ¿cuándo
“comienza” y/o cuándo deja de ser una relación clientelar? Con el objetivo de alcanzar una
mayor claridad en el exposición de las ideas del texto, en primer lugar señalaremos cuál es
nuestra perspectiva de análisis del fenómeno del clientelismo, en segundo lugar, haremos
una breve semblanza de la historia de la FTV, posteriormente efectuaremos una
“descripción etnográfica” del local territorial por nosotros visitado, para por último, indagar
en la perspectiva de los actores.
La FTV se constituye formalmente como tal en el año 1998 en el marco de la Central de los
Trabajadores Argentinos (CTA)[3], aunque sus gérmenes organizativos se encuentran en el
proceso de tomas de tierras efectuadas en La Matanza en la década de 1980, las que dieron
lugar a los primeros asentamientos en el Gran Buenos Aires. A partir de dicha toma de
tierras que dio lugar a la conformación del asentamiento, y luego el barrio, El Tambo, se
constituye en su seno como espacio comunitario y de trabajo la Cooperativa Unión,
Solidaridad y Organización (U.S.O.). Con la Cooperativa U.S.O. como centro político-
organizativo, se inicia entre los años 1992-1993 un proceso de conformación de redes
barriales y comunitarias integradas por diversos grupos y organizaciones de base como
cooperativas de trabajo, jardines maternales, comedores populares, guarderías infantiles,
entre otras, y que en muchos casos fueron creadas ipso facto y en otros ya eran parte de El
Tambo o pertenecían a los barrios aledaños, pero que en todo caso tienen por objeto común
la resolución de necesidades materiales inmediatas.
Los últimos años de la década de los noventa no sólo representan para la FTV el comienzo
de una etapa caracterizada por el sostenido crecimiento territorial y organizacional sino
también de permanente instalación pública de las demandas de sus bases (trabajo, planes
sociales, alimentos, etc.) frente al Estado -a escala municipal, provincial y/o nacional-
mediante acciones contenciosas (piquetes en rutas, cortes de calles, marchas, etc.). Es la
etapa en que se produce una “piqueterización” de la organización, dado que sus bases se
conforman principalmente por trabajadores desocupados y/o precarizados y que el
piquete[4] se constituye como el recurso de protesta privilegiado.
La asunción de Néstor Kirchner como presidente de la nación en el año 2003 abre una
nueva etapa en la organización. En efecto, ante la necesidad de ampliar sus bases de apoyo
y de controlar el conflicto social, el gobierno buscó sostén en el conjunto de organizaciones
populares más movilizadas, con el objeto de mermar su conflictividad y encuadrarlas en el
marco de su proyecto de poder a cambio de ciertos privilegios en la distribución de recursos
e incluso de “abrir” ciertas dependencias del Estado a las mismas.
La afinidad ideológica entre la FTV (la cual tiene una fuerte impronta nacional-popular) y
el nuevo gobierno, sumado a la puesta en marcha de la estrategia gubernamental ya
señalada, cambiaron radicalmente los términos de la relación de la FTV con los gobiernos
precedentes. Si hasta entonces esa relación se encontraba atravesada por momentos de
confrontación y momentos de negociación (negociación como resultado de la confrontación
previa en la mayoría de los casos), a partir de la administración de Kirchner comenzará una
nueva etapa en la historia de la FTV, caracterizada por el apoyo y la cooperación con el
gobierno.
“En el 2003 con Kirchner, o sea, se abrió otra etapa, la realidad era otra (…). Llega un
momento en que la situación cambia y hay que adaptarse a la nueva situación política que
existe en el país, y registrar que esto pasó, darte cuenta que cambió la pantalla, no es la
misma. Bueno, creo que hoy a los movimientos sociales nos cuesta, o sea, construimos bien
la protesta pero a la hora de ser parte de construir nos cuesta un poco más, porque hoy lo
que está planteado, para mí, como síntesis, es construir dos cuestiones fundamentales:
construir el Estado y construir el movimiento popular. Quien habla de distribución del
ingreso en la Argentina y no se plantea construir el Estado, uno se pregunta: ‘¿Desde
dónde?’. Bueno, a ver, el que se plantea hoy cambios y no se plantea reconstruir el Estado,
y se plantea redistribuir la riqueza ‘¿De dónde se distribuye la riqueza si no es desde el
Estado?’ (…) Construir el movimiento nacional-popular, y construir el Estado creo que son
los dos ejes importantes de todo esto a trabajar a lo largo de este año y de los que vienen”.
Como lo subraya el testimonio, la llegada del “kirchnerismo” al gobierno generó una nueva
agenda política en la organización; si antes el eje de la misma era la “lucha” contra el
“modelo neoliberal”, a partir del año 2003 será tanto la “construcción del movimiento
nacional-popular” como la “reconstrucción del Estado”. A partir de su sostenida política de
cooperación y apoyo con el gobierno de Néstor Kirchner, la FTV logró incorporar muchos
de sus cuadros al Estado con el doble objetivo de reconstruir y poner al “servicio del
pueblo” el aparato Estatal, y de “construir” y apuntalar “desde arriba” el movimiento
nacional-popular. En ese marco, la inserción de numerosos cuadros de la organización en
diversos espacios institucionales al interior del Estado le ha facilitado considerablemente el
acceso a determinados recursos estatales (planes sociales, programas de ayuda social, etc.).
La estación de tren en la que hemos bajado es contigua a una plaza tras atravesarla y luego
al cruzar una avenida asfaltada nos encontramos frente a una puerta de reja; dos metros más
atrás hay un portón de chapa con su puerta abierta. Ubicado en la parte superior de este
último, un cartel que se destaca en que se lee “FTV CTA Pañuelos” y dos pequeñas
banderas celestes colgadas de la reja que enuncian “FTV Pañuelos” dan cuenta que estamos
en el lugar correcto.
Al ver mi presencia se acerca Francisca, quien luego de mi presentación, nos invita a entrar.
Mientras hablo con Francisca observo el interior del local. Éste se encuentra estructurado a
partir de dos espacios diferenciados, apenas uno ingresa al local hay una primera sala, la
sala de reunión. En ella sorprende la enorme cantidad de sillas plegadas y apiladas al lado
derecho contra la pared. En el centro hay una mesa amplia y a un costado ésta un ventilador
de pie que no deja de girar. A la izquierda vemos un “roperito” lleno de ropa como también
una pequeña biblioteca en la que hay textos tan heterogéneos como las obras escogidas de
Lenin, un par de libros de Octavio Ianni, como también literatura infantil, entre otros
muchos libros. Sobre las paredes se ven numerosos carteles colgados, en algunos de estos
pueden verse recortes de diarios zonales sobre las actividades publicas que ya ha realizado
la FTV Pañuelos; en otros, puede leerse un listado de los barrios que están representados en
la asamblea o un afiche de la Secretaria de la Mujer de la Nación que trata acerca de la
temática de la violencia de género.
Amablemente Francisca me invita a pasar al cuarto que se encuentra atrás de la primer sala,
allí pueden verse dos sobadoras, tres bombos, banderas y “flameadores” naranjas con
inscripciones que dicen “FTV Pañuelos”, y una canilla junto a una mesada.
Ya ha pasado más de media hora y ya han comenzado a llegar las primeras mujeres de los
distintos barrios de la zona, quienes despliegan las sillas y se sientan alrededor de la mesa.
La asamblea esta prevista para las 15 hs me dice Francisca. En ese momento llega el
referente principal del local, su nombre es Martín. Tras la presentación de rigor seguida de
una breve charla, me siento y espero. La sala se encuentra llena, han llegado alrededor 50
personas. Llama la atención la abrumadora mayoría de mujeres, que en la mayor parte de
los casos han llegado solas, aunque algunas han arribado con sus hijos. Ellas tienen entre 20
y 60 años. Hay tres hombres en la sala. A las 15:15 hs el referente toma la palabra e
interviene para abrir la asamblea. Es la primera asamblea del año, las mujeres y hombres
presentes toman mate mientras se acomodan en las sillas. Tras hablar unos minutos, Martín
me presenta y me pide que diga algunas palabras para explicar mi presencia a las y los
presentes. Luego el referente retoma su discurso. En la primera parte del mismo hace
hincapié en las actividades que propone que sean el eje de militancia para el año por venir:
continuar luchando y manifestándose contra la venta y el consumo de paco de los jóvenes,
manifestarse colectivamente en actos públicos contra la criminalización de los jóvenes,
movilizarse para obtener más planes sociales y otros recursos, entre los principales ejes
posibles de “lucha” para ese año.
En el momento en que un bebé comenzó a gritar, hizo una pausa y preguntó a sus oyentes si
estaban de acuerdo con su propuesta. Muchas de las mujeres presentes asintieron con un
gesto mientras que algunas tomaron la voz para mencionar que estaban de acuerdo como
también para insistir en lo importante de poner el cuerpo y asumir un compromiso con la
militancia.
Martín retomó su discurso para reafirmar esa idea al hacer foco en la necesidad de que
todos y todas se comprometan más con la militancia y con el grupo. Después de que se
abriera un pequeño momento de debate, en el que intervinieron tres mujeres, y dado que ya
no había nadie más que quisiera intervenir, se cerró la asamblea con aplausos de parte de
todos para todos. Martín, en su última intervención les recordó a los participantes que el
próximo martes (como todos los martes) habría una nueva reunión.
Una vez finalizada la asamblea algunas mujeres se fueron rápidamente, mientras que otras
se quedaron charlando entre sí. Con ellas me quedé conversando acerca de su parecer y su
opinión sobre la reunión, así como de otros aspectos diversos sobre su militancia. Luego
me acerqué a Martín para despedirme y me dijo que me esperaba en la próxima asamblea.
Tras agradecerle, me fui caminando a la estación de tren. La misma estación que me vio
pasar todos los martes a lo largo de los primeros meses del último año.
El aparato clientelar no es que murió pero ellos perdieron la calle porque lo cambiaron por
la caja, (…) ahora, el clientelismo existe entre nosotros también, es algo que hay que tratar
de erradicar, yo creo que cuando conseguimos programas, conseguimos planes,
conseguimos un recurso por mínimo que sea, y no compartimos con la gente cómo se peleó
y que sólo peleando y luchando es posible conseguir más recursos e incluso construir un
cambio social, nos estamos traicionando y estamos haciendo clientelismo.
Su relato deja entrever que, desde su punto de vista, no todo intercambio de bienes o
recursos por apoyo político entre un “cliente” y un “patrón” puede ser considerado como
una práctica o intercambio clientelar. Como el mismo Martín lo señala:
A veces hacemos clientelismo, repartimos cosas sin concientizar y no sirve porque tiene
que ser en el marco de un proyecto, porque las cosas también las reparten aquellos que
quieren volver a los años noventa[5]. Las cosas las reparte Mauricio Macri[6], que hace
clientelismo repartiendo cosas para controlar a la gente, las puede repartir cualquiera. El
tema es que, muchas veces nosotros conseguimos algo de un programa que está bien,
bárbaro, pero también es una excusa, es un instrumento. Ahora cuando el programa es
visualizado por su beneficiario y por los otros participantes de la organización como un fin
en sí mismo, ese mismo plan que se consigue no sirve, y además a la larga tiene poca vida.
La oposición ellos/nosotros organiza el relato de Martín. En tal sentido subraya que “ellos”
(Mauricio Macri, etc.) hacen clientelismo dado que “reparten cosas” con el objetivo de
“controlar a la gente”. Mientras que, por el contrario, en el local territorial en donde él es el
referente principal, el clientelismo es un hecho o práctica excepcional, que se configura
sólo cuando los bienes y los recursos que se “consiguen” son observados y percibidos por
los participantes de base de la organización como un fin en sí mismo, y, por lo tanto, no
logran devenir en un instrumento de politización. Cuando los recursos logran constituirse
en un elemento de concientización política, es decir, en el momento en que son meramente
“un instrumento”, una mediación para concientizar políticamente, se cierra la relación
clientelar para abrir paso a un vínculo pedagógico-político. Por lo tanto, desde la mirada de
Martín, el elemento que define el lazo clientelar no es en si mismo el hecho de que se
produzca un intercambio de bienes o favores por apoyo político, sino, el sentido mentado
que asume ese intercambio. De allí que la manera y forma de dar adquiere suma relevancia,
aunque es el fin que orienta la acción del intercambio el elemento que traza la línea
divisoria entre aquello que Martín considera que es clientelismo político y lo que no lo es.
El puntero le da cosas a la gente para que no se rebele, para que con eso se conforme y no
luche, no es un medio para lograr un cambio, se las dan y listo. Nosotros, como militantes,
a veces conseguimos recursos tanto por la vía institucional como marchando y protestando
en la calle, pero siempre la idea es que quien recibe un plan u otro recurso sienta que fue
producto de la lucha de todos, y que con la lucha se pueden cambiar las cosas. Por eso te
digo, los recursos son un medio para crear conciencia y seguir creciendo como
organización y como proyecto, porque queremos construir un proyecto nacional y popular.
Cuando estaba del otro lado, con el PJ y los punteros políticos, ellos nos decían que estar en
la FTV y cortar calles o rutas era peligroso, y todo lo contrario, como te cuidan acá, te
cuidan un montón. Nuestro referente es un ejemplo, es un verdadero ejemplo, ¿Por qué?
Porque el siempre esta adelante, con la agrupación, con todos ahí, y nos cuida a nosotros,
los punteros políticos no hacen eso, no hacen eso para nada. Acá [se refiere a la FTV] yo
voy a las marchas porque es importante manifestarse, porque es importante también apoyar
a nuestro referente y a la organización. Además siempre la paso muy bien, camino un poco,
aunque a veces se hacen muy largas (ser ríe).
Yo me siento siempre muy segura en las marchas, siempre estamos protegidas por el grupo
y por nuestro referente (…) Y yo acá voy siempre a las asambleas porque me parece que
son importantes y son buenas, siempre aprendo cosas. Pero a las marchas no voy siempre,
voy cuando me parece que estoy de acuerdo, cuando la idea de la marcha es buena. Martín
siempre nos pide que vayamos, es lógico, pero nunca nos obliga a ir, nunca nos dice que si
no vamos perdemos el plan o algo así. Antes [se refiere a su paso “hace unos años” por otra
organización social territorial] tenía que ir siempre porque si no ibas no sabías si te seguían
manteniendo el plan: pero ahora no, voy si estoy de acuerdo. Casi siempre voy”.
Francisca tiene un plan social por medio de Martín. También ingresó en un programa social
de la provincia de Buenos Aires mediante la intervención de Martín en la Secretaria de
Bienestar Social provincial. En referencia a su habitual participación en las marchas de la
FTV, dice: “A mi me encanta participar de las marchas, me gusta porque yo me llevo bien
con todo el mundo, muchísima gente me saluda, muchísima gente viene a hablar conmigo.
Cuando salimos es la forma de encontrarnos que tenemos”.
Ninguna de las mujeres con las cuales hemos tenido charlas informales o hemos
entrevistado siente que en el marco del local territorial de la FTV en el que participa
políticamente sean “manipuladas” -tal como una porción de la bibliografía sobre
clientelismo parece insinuar[8]- y que sean “llevadas” a las marchas o las asambleas, así
como tampoco vinculan su participación en las mismas con el hecho de que reciben algunos
recursos (un plan social, por ejemplo) por intermedio de la organización. Por el contrario,
explican su asistencia en términos de acuerdo y/o apoyo con el reclamo o “la idea” que se
pretende instalar públicamente a través de la marcha a la que asisten, o porque simplemente
marchar les permite encontrarse con personas que tal vez de otra forma no verían. Al
contrario de las imágenes estereotipadas que suelen reproducir los medios de
comunicación, los bienes no se constituyen en el eje fundamental de su asistencia a las
asambleas, marchas u otro tipo de reuniones públicas colectivas.
Conclusiones
A lo largo del trabajo hemos intentado dar cuenta del punto de vista de los actores
investigados en torno al fenómeno del clientelismo político y/o a ciertos aspectos del
mismo. En tal sentido, es dable remarcar que los testimonios que hemos recogido nos
parece que impulsan a reflexionar alrededor de los límites de una concepción que se
circunscriba a pensar y entender al clientelismo político simplemente como el intercambio
personalizado de bienes, favores y servicios por apoyo político y votos entre un “patrón” o
“mediador” y un “cliente”.
En efecto, la distinción entre “medio para” o “fin en si mismo” que introduce desde sus
prácticas cotidianas Martín, el referente barrial que hemos entrevistado, tanto como las
razones que expresan Francisca o Mariana para asistir a las marchas (que las demuestra
lejanas a la imagen de actores manipulados como marionetas a partir de la promesa de la
obtención de recursos) permiten subrayar que es menester entender la forma que asume el
intercambio, así como también, cómo y con qué fines se da y se intercambia, y la naturaleza
de los incentivos que se ponen en juego. De lo contrario se corre el riesgo de hacer tabula
rasa y borrar las diversidades divergentes que existen empíricamente entre los distintos
tipos de vínculos y transacciones que pueden producirse entre un líder local de una
organización que actúe como gestor de las políticas públicas y los simpatizantes de base de
ésta.
Utilizar una perspectiva de análisis como la señalada permitiría reconstituir toda su riqueza
a los denominados “clientes”, los cuales, como ya hemos señalado, en ciertos análisis son
despojados de toda capacidad de acción y autonomía al ser reducidos a una simple
manipulación de tipo instrumental. En definitiva, se trata de abordar el clientelismo político
sin caer en ese y otros tipos de reduccionismos.
* Marcelo Barrera es Licenciado y profesor en Sociología, Universidad de Buenos Aires
(UBA), magister en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales
(EHESS). Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
https://www.google.com.mx/search?q=fotograf%C3%ADa+estenopeica&sa=N&hl=es&tb
m=isch&tbo=u&source=univ&ei=jO4fUv7DLsjJsATc4YC4Bw&ved=0CEQQsAQ&biw=
1243&bih=702
Bibliografía:
AUYERO, Javier, La política de los pobres. Las prácticas clientelistas del peronismo.
Buenos Aires: Manantial, 2001.
COMBES, Hélène, Desacatos. Revista de Antropología Social, núm 36, México, Ciesas,
2011, pp 13-32.
ESCOBAR, Carlos, “Clientelismo y protesta social: política campesina en el norte de
Colombia” en Auyero, Javier (Compilador), ¿Favores por votos? Estudios sobre
clientelismo político contemporáneo, Buenos Aires, Losada, 1997.
MAZZEO, Miguel, Piqueteros. Notas para una tipología. Buenos Aires: FISyP-Manuel
Suárez Editor, 2004.
Notas
1. Este como todos los nombres de lugares como de personas se han ficcionado a fin
cumplir con el contrato de confidencialidad que hemos acordado con las personas
entrevistadas.
Introducción. El lenguaje
Nunca se ha visto una gramática que se modificara por sí sola, ni un diccionario que se
enriqueciera por su propia cuenta. Y libre de los llamados <<factores externos>> se halla
sólo la lengua abstracta, consignada en una gramática y un diccionario. La que cambia es la
lengua real en su existir concreto.[4]
¿¿Por qué en femenino?? Esta es una pregunta que me he estado haciendo durante mucho
tiempo y me parece algo totalmente patético, ridículo, denigrante, deplorable, absurdo y
garrafal escuchar a un homosexual llamar a otro “perra, zorra, mana, loca, etc.” o lo que es
peor verlos travestidos, como si renunciaran a su masculinidad, a su hombría, que tristeza
y enojo causa ver y escuchar eso. Y sobre todo que después esos mismos homosexuales
que hablan en femenino encasillan a los demás, cuando pueden existir diferencias muy
grandes entre ellos.
¿¿Como pretender lograr esa igualdad si salen con esas cosas?? Para mí es como denigrarse
a sí mismos y dan mucha lástima y pena ajena.[5]
Habría que responderle a Boarman que los diccionarios tampoco se escriben solos, que los
hablantes del español no son autómatas y que esa hombría que se adjudica indirectamente
se apoya en el género como arma ofensiva.[6] Asimismo, sea por referencia, sentido o uso,
el lenguaje tiene, además de la historicidad, otra condición ontológica: la semántica.[7]
Dice algo. Las palabras traen consigo su sentido y su historia. Y que, en esto insistiré
mucho, la manera de referirse a alguien significa. Si, aunado al “nombrar es referir”[8] que
ocupó a Russell, se añaden el contexto y el uso, es porque referir es significar.
Veamos.
El desfile de insultos. La historia de las locas
Así las cosas, al “baile de los 41” que en 1901 culmina en escándalo policiaco y escarnio, le
siguen nuevas persecuciones sistemáticas que comportan brutales sanciones físicas y
morales: ninguna de estas concebible sin la mediación del lenguaje, que refiere y significa
sí, pero también que insulta y deshumaniza. El yo que habla, ya lo dijo Benveniste, se dirige
a tú, y, repito, al hablar también construyo al otro. Referir es significar. Si el “pinche joto
maricón” ratifica la sentencia, joto eres y en joto te convertirás, condición inexorable, la
gradación no es menos ilocutiva: el “rarito”, precisa Monsiváis,[19] condensa lo más
excéntrico de aquellos que han cometido el pecado irremisible: renunciar al género
masculino que es en sí mismo Norma y Naturaleza; o a mí se me hace que ése es del club
de los 41. Para la década de 1920, en la capital del país, no obstante, surgen los primeros
espacios de resistencia o guetos urbanos; es decir, redes sociales clandestinas que
constituyen un refugio y que “responde[n] a la necesidad de toda minoría de construir sus
propios espacios de ‘normalidad’, donde [sea posible] soltar sin restricciones los
amaneramientos del cuerpo y el habla propios”.[20] Lugar físico y metafísico en donde, en
compensación psíquica por el fingimiento constante y obligado, aflore (y nunca mejor
dicho) la verdadera personalidad. En ninguna época es fácil vivir transgrediendo la norma
social. Con todo, en la clase media se da una irrupción o estallido, esto es, los primeros
hombres en la historia de México en asumir públicamente su disidencia sexual; poetas y
escritores a la cabeza con Salvador Novo (1904-1974) como el más transgresor de
todos.[21] ¿Qué orígenes tiene el travestimo verbal o lingüístico en México?
Como en el caso de toda minoría, al ambiente lo distinguen las técnicas de reconversión del
insulto. Los gays adoptan los insultos y al “deconstruirlos” los vuelven referencias
indispensables, adoptan las expresiones hirientes y al hacerlo aíslan las contundencias de la
homofobia.[22]
Si, como sostiene Xabier Lizarraga, opera un “espíritu contracultural […] que busca dejar
desarmado al homofóbico”[23] es precisamente porque la lengua del español es funcional
(antes que estructural), existe en un orden precario y metaestable (por tanto histórico),[24]
se adapta a las necesidades del hablante, y sigue funcionando (del latín functio, functionis;
ejecución, cumplimiento) como lengua en la medida en que se adapta.[25] Es
isofuncional.[26] Cambia. Cuando la ampliación de sentido del léxico comulga con una
intención consciente, es más factible articular un mecanismo de resistencia; y como
después de la década de 1930 el ambiente también extiende sus redes (y en con ello sus
prácticas jotas)[27] hacia otros países en América Latina, el forista anticristo responde
contundentemente a las quejas de Boarman:
Que pena que pienses de este modo, vas a sufrir mucho así porque no pudiste darte cuenta
de que “hombre” y “mujer” son conceptos históricos, sociales y arbitrarios, es decir
opresivos. Si “hombre” y “mujer” no fueran conceptos históricos entonces nadie estaría
fuera de la NORMA… la misma palabra te lo dice. El lenguaje también es arbitrario y
define a las personas mucho más de lo que suponemos… […] Si el lenguaje contiene el
poder en su interior, desde el lenguaje saldrá el potencial liberador que hará de los sujetos
encasillados en una norma (ser “hombre”) para discurrir en sujetos diversos (múltiples,
heteróclitos, en tránsito e inclasificables). Ojalá todas nos tratásemos más en femenino, sin
dudas nos haría ver más claramente que existe una relación arbitraria entre las palabras y
nuestra subjetividad que es necesario torsionar.[28]
Las hablas que inducen el cambio lingüístico, es decir aquellas en las que se elige uno entre
los distintos “contendientes sincrónicos”,[34] entrañan ya las circunstancias y los motivos
del hablante que no pueden inteligirse fuera de su contexto enunciativo (e interlocutivo) ni,
en terminología de Austin, sin perlocución. ¿Qué hace que se prefiera una variante del
español y no otra? ¿Por qué se escoge una designación y no otra? El cambio es multicausal,
aunque Coseriu advierta que el devenir en la lengua no deba plantearse en esos términos.
En todo caso, el factor que me interesa destacar es el de pertenencia vs. diferenciación. En
repetidas ocasiones, un hablante se encuentra en la situación de querer formar parte de una
comunidad lingüística (y por tanto hablar como sus miembros) u optar por “parecer
distinto”:[35] y esto en todos los niveles de la lengua (fonético, morfológico, sintáctico,
semántico y pragmático), siempre interrelacionados. Hablamos con y para los otros. La
secuencia de fonemas, los suprasegmentos, el sociolecto, la finalidad comunicativa,[36] el
estilo lingüístico,[37] la base léxica, el sufijo gramatical femenino, la secuencia de palabras
(sintaxis), el “lenguaje escénico”,[38] siempre se ajustan al interlocutor o al tú: “Óyeme,
loca, ¿por qué no me acompañaste?”[39]
https://www.facebook.com/david.szauder
visto por última vez el 7 de septiembre de 2013
Bibliografía
BENVENISTE, Émile. Problemas de lingüística general I, 10ª ed., trad. Juan Almela,
México, Siglo XXI, 1982.
____________. Problemas de lingüística general II, 18ª ed., trad. Juan Almela, México,
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LÓPEZ García, Ángel y Ricardo MORANT. Gramática femenina, Madrid, Cátedra, 1995.
____________. Que se abra esa puerta. Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual,
presentación de Marta Lamas y pról. de Alejandro Brito, México, Paidós, 2010.
____________. Reflexiones sobre Estética a partir de Andre Bretón, 2ª ed., México, IIFL-
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____________. La metáfora viva, trad. de Agustín Neira Calvo, Madrid, Europa, 1980.
____________. Sí mismo como otro, 2ª ed., trad.de Agustín Neira Calvo, México, Siglo
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línea]. Consultado el 6 de septiembre de 2012. Disponible en:
enhttp://personal.us.es/alporu/histsevilla/homosexualidad_sodomia.htm#nota3
Notas
4. Ibid., p. 16.
6. Ángel López García y Ricardo Morant. Gramática femenina, p. 148. O sea que en esta
clase de insulto existe una discordancia entre el improperio o insulto y la persona ofendida.
El ejemplo paradigmático es el de la adolescencia, etapa en la cual los varones se vuelven
especialmente homofóbicos –no seas vieja, no seas joto- con tal de demostrar su incipiente
hombría. Marina Castañeda. La nueva homosexualidad, p. 173.
9. Sobre este término, siguiendo a John Boswell (1998), José Ricardo Chaves precisa que
la sodomía era un término lingüístico que también incluía a la herejía, idolatría, islamofilia,
etc. Era una categoría escurridiza, como hoy lo es “diversidad sexual”. Chaves,
“Elaboraciones literarias cultas y populares sobre lo “homosexual” en el cambio del siglo
XIX al XX en México”, pp. 428-429.
13. Guillermo Núñez Noriega. Masculinidad e intimidad: identidad, sexualidad y sida, pp.
192 y 253.
14. El primero tiene sus orígenes en la crujía “J” de la antigua cárcel de Lecumberri
(Palacio Negro), donde se mandaban a los hombres afeminados o de apariencia muy
excéntrica, mientras que el segundo proviene del arresto de 42 hombres (luego serán 41)
durante un baile clandestino celebrado el 17 y 18 de noviembre de 1901. La prensa (El
popular, El Universal, El hijo de Ahuizote, entre otros) le llamó al hecho el “baile de los
41”. Monsiváis. “La homofobia y sus prejuicios”, p. 26.
23. Lizarraga. Op. cit., p. 35. Un ejemplo con el que ilustra este antropólogo es el de las
bardas que a fines de los setenta y comienzos de los ochenta se veían en la ciudad de
México –una de ellas, concretamente en Havre casi esquina con Paseo de la Reforma- con
la consigna: “Soy puto y qué”.
24. Coseriu. Op. cit., pp. 19 y 121. Cf. María Rosa Palazón. Filosofía de la Historia, p. 86.
30. María Rosa Palazón. Reflexiones sobre Estética a partir de André Breton, p. 477.
34. Para que se produzca un cambio es indispensable que coexistan distintas posibilidades
en algún punto de la lengua. Company Company, Concepción. “¿Qué es un cambio
lingüístico?”, p. 14.
37. Al respecto, Yolanda Lastra siguiendo a Labov y Herzog (1968), documenta casos en
los que el individuo se adapta a la comunidad, pues las redes son un mecanismo regulador
del comportamiento (y por tanto del habla). Para elegir un determinado estilo (en un
mismo hablante coexisten distintos estilos) concursan factores como el tópico en cuestión,
los participantes, o bien, la amplitud del canal o contexto. Sociolingüística para
hispanoamericanos: Una introducción, p. 273.
40. Coseriu prefiere llamarle, más que <<límite>>, condición necesaria de la libertad
creativa. Op. cit., p. 45.
41. Ferdinand de Saussure. Curso de lingüística general, III, § 9, p. 139. Coseriu respalda
la idea de que existe un lanzamiento primero e hipotético (difícilmente rastreable) de la
innovación, pero será un cambio si y sólo si se adopta (por cierto número de individuos,
dijo el suizo en su Curso…) y posteriormente se generaliza: sea el caso de alteración de un
modelo tradicional (perra en su extensión metafórica), creación sistémica (de mana a
manigüis), o préstamo de otra lengua (gay). Op. cit., pp. 79-80.
46. El término “mana” proviene del metaplasmo por supresión “mano” (de hermano). Por
aféresis se suprimió la sílaba “herm-”, pues la vocal ‘a’ –abierta y central en el triángulo de
Hellwag- es más fuerte que la ‘e’; pero permanece el núcleo vocálico. El uso del término
se extendió en varias regiones en el habla común de la ciudad de México: “mana” por su
parte tiene varias realizaciones entre las comunidades gay: “manita” (con morfema
gramatical diminutivo y femenino), “manis” y, más recientemente, “manigüis”.
50. Ibid., p. 5.
59. Ibid.
valdrá si de ti te espantas”.
Friedrich Nietzsche
El paseante y su sombra
Y ahora, yo creo, ha dejado de resultarnos oscuro el sentido del desarrollo cultural. Tiene
que enseñarnos la lucha entre Eros y Muerte, pulsión de vida y pulsión de destrucción, tal
como se consuma en la especie humana. Esta lucha es el contenido esencial de la vida en
general, y por eso el desarrollo cultural puede caracterizarse sucintamente como la lucha
por la vida de la especie humana
Sigmund Freud
El Malestar en la Cultura
Hace pocos días, mientras pensaba en un texto de Jacques Lacan, no podía evitar
someterme a una especie de auto-cuestionamiento con respecto a la idea que, hasta hace
todavía algún tiempo, tenía de poder contribuir en la construcción de “un mundo mejor”.
Las palabras de Lacan regresaban una y otra vez a invadir mis pensamientos, como si
hubiese en ellas algo que de antemano ya sabía, pero que me callaba y guardaba como un
secreto, incluso para mí misma:
El fool es un inocente, un retardado, pero de su boca salen verdades, que no sólo son
toleradas, sino que además funcionan, debido al hecho de que ese fool está revestido a
veces con las insignias del bufón. El valor del intelectual de izquierda, en mi opinión,
consiste en esa sombra feliz, en esa foolery fundamental.[1]
No pude evitar preguntarme ¿Hasta qué punto el quehacer educativo puede tener la máscara
de una esperanza prometedora, que en el fondo no hace más que encubrir su naturaleza de
“foolery fundamental”? ¿Hasta qué punto nuestros sueños de reformas y transformaciones
educativas se han convertido en el ideal que nos arranca de la Tierra y de nuestra verdad?
Tal vez, soñar se ha vuelto más que un vicio, nuestro oficio, y bajo tal pretexto justificamos
nuestra presencia en el mundo. ¿Será acaso que la humanidad no tiene remedio, o
simplemente el remedio que queremos imponer (fruto de nuestra irracionalidad a la hora de
pensar soluciones) no es el que debiera ser? Y si no hay salida, entonces ¿para qué educar?
Luego, en buena medida gracias a la revisión del material que me ha servido como apoyo
para la construcción de este ensayo, empecé a pensar en aquello que quisieron decirnos
Nietzsche y Freud con respecto a las posibilidades que tiene todavía la tarea educativa.
A lo largo de la más reciente historia de la humanidad, hemos sido testigos de una serie de
sistemas diversos que conciben a la educación de diferente manera, tal es el caso, por
ejemplo, de la escuela activa de Freinet, de Montessori, de Waldorf, etc. E incluso hemos
sido testigos de tipos de educación que se distinguen por su particular forma de coaccionar
al educando, como lo que conocemos como escuela tradicional y hasta la pedagogía
negra.[2] En el fondo cada sistema se justifica a sí mismo, buscando formar un “ideal” de
hombre que responda a los requerimientos que los autores de dichos sistemas consideran
necesarios en el niño para su mejor inserción en la sociedad.
Con respecto a lo anterior, la postura más difundida entre los educadores consiste en formar
a un niño con base en la llamada “Educación en Valores”, es decir, un niño que cuando
crezca sea capaz de comportarse como un “buen ciudadano”, que respete por encima de
todo, valores como la tolerancia y el respeto, y además sea capaz de inscribirse en las filas
de un régimen democrático perpetuando la tradición de la igualdad de derechos. Una
educación que lo aísle de la violencia y la agresividad, que asegure por completo el
sometimiento de toda pulsión que se oponga a lo legitimado por el engranaje social.
Además, hay lugares, sobre todo en la educación pública de nuestro país, en donde se
pretende que los niños y niñas sean capaces de comportarse como verdaderos figurines,
damas y caballeros de una impecable conducta. Se espera así, la utopía de “un mundo
feliz”, al más puro estilo Huxley. Tampoco falta quien desea educar individuos “críticos”,
cuya capacidad de cuestionamiento sólo sirva para utilizarlos como carne de cañón en el
propósito de derrocar regímenes de derecha. Al final, “el ideal del hombre” parece ser lo
más complejo posible, puesto que está concebido a partir de muchos proyectos subjetivos.
Lo interesante aquí es que ninguna de esas concepciones parece tomar en cuenta las
posibilidades que tiene el fenómeno educativo para lograr los objetivos que se propone; de
lo contrario, habrían tenido el éxito rotundo que todavía siguen esperando. La Cultura y la
Educación son dos fenómenos que han sido pensados por sí mismos en varias ocasiones,
pero pocos han sido los hombres que para analizarlos han logrado desprenderse de toda
máscara moral. Es aquí donde las mentes lúcidas y claras de Nietzsche y Freud pueden
venir en nuestra ayuda, para repensar el papel de la educación en nuestros días. No se
espera del Padre del Psicoanálisis y del Filósofo del Martillo, una respuesta halagadora,
dirigida a mantener nuestra esperanza de hacer cambiar a la humanidad en la forma en la
que los educadores de hoy quisieran que cambie. Al contrario, en Nietzsche y Freud
encontraremos sin duda, la hora más amarga, el abismo más profundo, pero al mismo
tiempo, la luz más intensa.
El siglo XIX, sin duda fue cuna de algunas de las mentes más espléndidas que la
humanidad ha visto pasar en sus filas. Es en este siglo donde el pensamiento del hombre se
muestra revolucionario e irreverente con lo respecta a los valores establecidos y a todo lo
que hasta ese momento había permanecido como algo sagrado. La modernidad encuentra su
fin a manos del naciente hombre posmoderno que se revelará contra toda restricción al
pensamiento. La recta final de ese siglo, agradecido por algunos y padecido por otros, vio
nacer a dos personalidades que cambiarían para siempre la imagen que el hombre tiene de
sí mismo.
En efecto, Freud desentrañó muchos de los secretos que por siglos habían ocupado el
pensamiento humano: ¿qué hay en realidad en nuestra mente? Desde tiempos
inmemoriales, el hombre se había preguntado qué era el alma, de qué estaba hecha, dónde
estaba. Con Freud, este conocimiento llega a uno de sus puntos más altos (con la reserva de
que aun falta mucho por decir y por aclarar), pues nos revela sus escondites más
custodiados. El alma, que no es otra cosa más que la psique humana, no está hecha de
ninguna materia divina, ni es “buena por naturaleza”. La mente humana alberga en sus más
oscuros rincones, revelaciones que le parecerán inconcebibles a todo aquel que no esté
preparado para entender sus secretos: el hombre moderno es enfermo, enajenado y no ha
logrado resolver del todo el conflicto que le oponen las exigencias sociales y las exigencias
pulsionales.
En un principio, la esperanza de encontrar en la educación un mecanismo de profilaxis para
las neurosis, lleva a un Freud optimista a seguir indagando. Sin embargo, años después, la
búsqueda culminó en lo inesperado: la constitución del hombre no lo hace apto para la
felicidad y no hay posibilidad de prevenir las neurosis… entonces ¿qué queda?
Hay una serie de categorías que necesitamos cubrir para exponer de mejor forma el
pensamiento de Nietzsche y Freud, así como sus similitudes y quizá lo que encontremos
como divergencias. Estas categorías giran en torno a los siguientes conceptos:
El Libre albedrío.
El Inconsciente.
La Sexualidad.
La moral.
Estas categorías representan ejes de pensamiento que siempre están presentes en las obras
de Nietzsche y Freud, y que en ocasiones convergen de manera asombrosa. Esto se debe a
muchos factores.
El Libre albedrío.
Nietzsche criticó fuertemente ese afán del hombre por creerse dueño de su destino. Ananké
no sólo puede hallarse en Freud sino también en la filosofía nietzscheana, que nos dice que
la necesidad está presente en todos de muy diversas maneras. El hombre se ha esforzado
por asirse al único consuelo posible [además de Dios]: el saberse tan libre como para
decidir lo que ha de ser de él y no estar sujeto a ningún otro tipo de control. Con base en
esto, se siente lo suficientemente capaz de adjudicar responsabilidad a quien le haga mal, y
lo que es peor aun, se siente con la facultad divina de poder perdonar a quien le hace daño,
como si ése que hubiera dañado en un principio hubiese sido libre para elegir no hacer
ningún mal.
¿De dónde nace esta doctrina del libre albedrío? Nietzsche responde: el hombre se siente
más libre, precisamente ahí, donde es más esclavo, y todo esto es tan ridículo –señala-
como si un gusano de seda buscase su libre albedrío precisamente en su devanar. Esto se
debe a que el ser humano se siente más libre donde su sensación de vivir es mayor: en la
pasión, en el conocimiento, en el trabajo, en el deber, etc.[5] Ahí donde el individuo se
siente más fuerte, es precisamente donde encuentra la fuente de su libertad, al menos eso es
lo que el hombre cree. La doctrina del libre albedrío es un hallazgo de estamentos
dominantes, pues eran los hombres fuertes los que podían sentirse libres, mientras que los
débiles habían sido dominados, oprimidos, esclavizados. Y es que el hombre es un ser
ávido de dominio, allí donde no domina nada es donde quiere dominarse a sí mismo.
Esa presunción que se hace con el delincuente punible, que ha descuidado su intento de
razón…, esa precisamente queda cancelada con aceptar el ‘libre albedrío’. ¡No os es lícito
castigar, defensores del libre albedrío, no según vuestros propios postulados!: pero éstos, en
el fondo no son más que una mitología conceptual sumamente asombrosa; y la gallina que
ha incubado se ha sentado sobre su propio huevo, aparte de toda realidad.[6]
Con esto Nietzsche nos adelanta que hay en el hombre otro tipo de fuerzas que se oponen
con mayor resistencia al peso de su voluntad, reduciendo a ésta nada más que a un
espejismo de libertad. ¿De qué naturaleza son esas fuerzas?
Las operaciones fallidas son fenómenos psíquicos de pleno derecho y en todos los casos
poseen un sentido y una tendencia. Sirven a determinados propósitos que a consecuencia de
la situación psicológica imperante en cada caso no pueden expresarse de otro modo. Estas
situaciones son, por regla general, las de un conflicto psíquico en virtud de la cual la
tendencia subyacente es forzada a apartarse de la expresión directa y empujada por vías
indirectas.[7]
Sin embargo, la negación del libre albedrío, tanto en Nietzsche como en Freud, supone
entonces, entre otras cosas, la existencia de una instancia psíquica que controla lo que
somos más allá de lo que vemos, es decir, la existencia de algo que está en nosotros, pero
que no conocemos y que se adueña hasta del más pequeño capricho de nuestra “voluntad”.
Me refiero al Inconsciente, que es una parte de nosotros que no vemos y que no podemos
palpar pero que, sin embargo, existe. En él, las experiencias de vida que tenemos olvidadas
desde que llegamos a este mundo se encuentran acumuladas en combinaciones complejas
cuya huella determina lo que somos, lo que pensamos, lo que sentimos y hasta lo que
vemos y cómo lo vemos, es decir, determinan la lectura que hacemos de nosotros y de
nuestro lugar en el mundo.
El Inconsciente en Nietzsche y Freud.
Ya en Sobre Verdad y Mentira en Sentido Extramoral, Nietzsche deja ver sus sospechas de
que existe algo en el hombre que está y no está, es decir, que existe pero no es asequible a
la conciencia. Ésta misma, la conciencia, desvirtúa constantemente los impulsos que recibe
de la zona del inconsciente, los disfraza a través de nuestros actos cotidianos y mucho de lo
que somos se debe más a lo que hay en esta región inconsciente que a lo que hay en la
conciencia. Así, un lapsus siempre quiere decir algo.
Por su parte, Freud llega a estas conclusiones observando la vida anímica del niño, y de ella
deriva la del adulto, para lo cual nos recuerda el aforismo que dice que “el niño es el padre
del hombre”. Para el adulto, posee una notoria significatividad todo lo que viviera de niño,
aunque paradójicamente, las más significativas impresiones no las conservará en la
memoria en su vida posterior. Freud afirma también que los numerosos enigmas de la vida
amorosa del hombre adulto sólo pueden encontrar la solución si uno se remite a los factores
infantiles que conforman la disposición y la predisposición al amor: fenómenos de
transferencia, conflictos edípicos, etc. Y a pesar de que el tiempo se muestre inclemente a
su paso, nada logra que el resquicio de todo lo vivido permanezca en el individuo como la
huella que determinará para siempre su constitución. Todos los recuerdos, las mociones
pulsionales, las reacciones y actitudes del niño pueden hallarse todavía en el hombre adulto
debido a que nunca fueron destruidos, sólo quedaron sepultados en el olvido, que a decir de
Freud, viene a ser “la memoria del inconsciente”.
El Inconsciente ratifica una vez más que la doctrina del libre albedrío no puede ser más que
una mera ilusión. Y será también en esta instancia, en el inconsciente mismo, en donde se
alberguen toda una serie de factores que son decisivos en la forma en la que el individuo se
conduce a lo largo de toda su vida: las pulsiones, la libido, el complejo de Edipo, las
transferencias, la figura del Padre, etc. son los entramados de la vida inconsciente que
tienen relación con el factor más importante de todos: la sexualidad, cuyo concepto amplió
Freud, de tal manera, que pudiéramos comprenderla mejor como una instancia que engloba
aspectos que van más allá de la pura genitalidad.
La dimensión de la Sexualidad.
Que un desenfreno del sentimiento como el que en este caso suele recetar el sacerdote
ascético a sus enfermos (…) realmente haya sido de provecho para algún enfermo, ¿quién
tendría ganas de sostener una afirmación de este tipo? Al menos habría que entenderse
sobre la palabra “provecho”. Si con ella quiere expresarse que ese sistema terapéutico ha
mejorado al hombre, entonces no me opongo: sólo añadiría lo que para mí significa
“mejor”: significa tanto como “domado”, “debilitado”, “desanimado”, “refinado”,
“afeminado”, “castrado” (es decir, casi lo mismo que perjudicado…).[8]
Como vemos, cuando Nietzsche habla de lo sexual, en realidad se está refiriendo a lo que
tiene que ver directamente con lo genital, mas ello no quiere decir que no logre hacer las
conexiones entre esto último y lo primero; en realidad, el tema de la sexualidad, desde el
concepto que amplía Freud, puede verse en Nietzsche también reflejado en función de sus
concepciones acerca del cuerpo. El Cuerpo para Nietzsche va mucho más allá de ser un
simple catálogo de impulsos, como lo entendería la fisiología de corte positivista. Para
Nietzsche, el cuerpo es el hilo conductor de toda interpretación, pues a raíz del cuerpo
puede entenderse la lógica del crecimiento y decadencia de la voluntad de poder, de ahí que
no se pueda interpretar la vida a partir exclusivamente del mundo consciente, pues el
cuerpo en su estado consciente no es más que una pequeña parte.
Para Nietzsche, la sabiduría del cuerpo es mucho más grande que la sabiduría del Yo
consciente. El punto de partida del filósofo es el ser humano integral, de tal manera que
cualquier filosofía debe partir de la experiencia que el hombre tiene del dolor y el placer. Al
profundizar en su interrogante sobre el sentido, ciertamente desea ver y entender al hombre
como una unidad viviente, tal y como el ser humano se comporta ante la existencia en su
totalidad físico – espiritual. Con el cuerpo, concebido como la carne con alma, Nietzsche
también refiere a la unidad de las fuerzas internas y externas.[9]
Sin embargo, a pesar de todos los descubrimientos que Freud realizó con respecto a esta
determinación psíquica de la sexualidad en el individuo, es posible ver cómo la orientación
de la salud anímica varía, aunque sea en mínima instancia, en función del contenido
simbólico que se fabrique el hombre a partir de sus concepciones morales, mismas que han
de orientar el proceso educativo de las sociedades, sobre todo occidentales. Para abordar
este tema, es necesario remitirnos a la categoría de la moral, analizada desde las
perspectivas de Freud y Nietzsche.
Por su parte, Sigmund Freud no realiza el mismo análisis de la moral, pero sí toma en
cuenta las formas que adopta ésta en la cultura occidental. En la genealogía que realiza
Freud,[13] los sentimientos morales se instauran con la aparición de la Ley. En Tótem y
Tabú, Freud no sólo retoma el problema de la antinomia entre sexualidad y civilización,
sino que se remite al origen de las cosas para encontrar una explicación satisfactoria que dé
cuenta de la naturaleza moral que orienta a la sociedad. La moral civilizada y la educación
parecen entrar en combinación favoreciendo la represión, provocándola, reforzándola y
llegando a chocar con el objetivo de adaptación a la realidad que les es propio. La cultura
está edificada sobre una primera represión y la humanidad está obligada de generación en
generación a repetirla.
Freud se remite al problema de la prohibición del incesto, ubicándolo como el centro de la
vida anímica, ya sea en el hombre enfermo o bien en el sano. Para aclarar este punto, Freud
recurre a una analogía basada en el totemismo y en el concepto que elabora acerca del
Tótem, que viene a representar la figura del padre. Según Freud, los hermanos miembros de
la horda primitiva, se rebelaron contra la tiranía del padre, se unieron para matarlo y
comérselo con el fin de incorporarse su fuerza. La comida totémica, nos dice Freud, fue la
primera fiesta de la humanidad y significó el punto de partida de las organizaciones
sociales, las restricciones morales y las religiones, pues después de matar al padre, los
hermanos se dijeron entre ellos “¡Nunca más!”.
El asesinato del padre llevó a los hijos a expiar esa culpa renunciando a las mujeres de la
horda. Además, el problema del poder del padre representaba una dificultad que decidieron
resolver con un pacto, en el cual, cada uno renunciaba a sus deseos de omnipotencia, a la
posesión de todas las mujeres de la horda y a acaparar el poder. Este pacto culminó con el
reemplazo del padre real y omnipotente, por la Ley, que al mismo tiempo establecía la
igualdad de derechos en todos los miembros de la horda. La instauración de la Ley se
retradujo en el tabú: la prohibición de pensar siquiera en lo prohibido:
Así nace la Ley, así nacen las instituciones sociales, la moral y con ello, la civilización, que
tiene por objetivo primario proteger a los hombres contra la naturaleza, organizar la
satisfacción de las necesidades vitales y regular las relaciones de los hombres entre sí. Sin
embargo, todo lo anterior suscita la hostilidad del individuo, pues le reclama enormes
sacrificios. Como la moral sobre la cual halla su base la civilización moderna es,
precisamente, la moral cristiana, Freud emite el mismo juicio que Nietzsche y concluye que
la religión es el consuelo de los hombres. Para Freud, la religión le ofrece al individuo una
compensación a los sacrificios que le impone la civilización. La religión busca reconciliar
al hombre con aquello que sale de su dominio, sobre todo con la muerte, a la cual le da una
connotación de recompensa divina por los sufrimientos padecidos en vida. Todos estos
procesos de interiorización de la norma tienen lugar en una instancia que Freud denominó
Superyó, lugar en donde se contienen los valores éticos, y que también actúa de manera
inconsciente.
Las enseñanzas religiosas son, en palabras de Freud, relictos neuróticos, que debieran ser
sustituidos por el trabajo intelectual. Las verdades que albergan las doctrinas religiosas,
sobre todo las del cristianismo se encuentran ya muy desfiguradas, al punto en que los
individuos no pueden discernirlas en su carácter de verdades. En este punto se encuentra el
eje alrededor del cual gira el tema del presente trabajo: En El Porvenir de una Ilusión,
Freud escribe lo siguiente con respecto a las doctrinas religiosas: “Hemos llegado a la
conclusión de que es mejor abstenerse de comunicar tales disfraces simbólicos de la verdad
y no denegar al niño el conocimiento de los hechos reales, adecuándolos a su nivel
intelectual”.[15]
Con estas últimas reflexiones, damos por cierto que hemos recopilado un buen material
para proceder al análisis de la viabilidad de la tarea educativa, desde la perspectiva del
psicoanálisis y de la filosofía nietzscheana.
Era necesaria esta exposición, pues el camino recorrido nos señala el horizonte al cual
queremos llegar: ¿qué podemos esperar de una educación que fomente en el niño la
creencia en el libre albedrío, la ignorancia y la coartación de toda manifestación de su
sexualidad, así como también una moral que debilite sus más poderosas pulsiones de vida?
Pues bien, este tipo de educación que se deriva de la doctrina cristiana, es la que se
inmiscuye todavía en nuestras filas, producto de la ideología que sostiene un pueblo
religioso como el nuestro, y también de los lineamientos educativos que, aunque se
abanderen con el estandarte de la laicidad, lo cierto es que están dictados por lo que
Nietzsche se diera en llamar “ateos intoxicados de Dios”.
El objetivo de las páginas anteriores consiste propiamente en formarnos, como diría Miriam
Weyland, una nueva imagen del hombre, a saber: el reflejo más fidedigno de lo que es el
ser humano, diseccionado por estas dos mentes maravillosas, con asombrosa precisión y sin
miramientos.
Partimos aquí de un supuesto especial: la Educación ha querido ocupar el lugar
omnipotente del Padre en la vida del individuo. La Pedagogía se concibe a sí misma como
el instrumento mágico que por antonomasia tiene en sus manos el mejor conocimiento de la
Educación, y con ello también asume que puede transformar al hombre con simples
métodos didácticos. ¿De dónde proviene tal pretensión de la Pedagogía? Probable y
paradójicamente proviene del desconocimiento.
El hombre sádico, el masoquista, el narcisista por excelencia, ¿a caso puede cambiar por
completo sus pulsiones y sus destinos de pulsión como por arte de magia a través de la
educación? Y ¿quién educa? ¿Qué garantiza que el educador esté tan sano como el ideal
que pretende formar? La humanidad no tendrá el remedio que busca, simplemente porque
lo busca donde no lo va a encontrar. He ahí la imposibilidad de la Educación, que pierde
todo su efecto cuando espera dar a luz a un santo y que el mundo se llene de criaturas
nobles, amables, pacíficas y decentes. ¿Qué pasa, por ejemplo, con el sistema Montessori?
Hasta donde yo tengo entendido, este sistema casi no pone límites a los niños, pues espera
no coartar su creatividad. Freud deja muy en claro que el niño mimado que crece sin límites
demandará siempre todo el amor para él, pues como ve que, haga lo haga, los padres le
siguen demostrando su devoción, llegará el día en que espere esa misma devoción por parte
de una mujer, de los hijos, de los amigos, de un pueblo, una nación o la humanidad entera.
Y sufrirá amargamente al ver que alguien, de quien desee la devoción, no responde en la
forma que espera… en la forma en la que le enseñaron a esperar algo que ni siquiera se
puede inscribir en las filas de la reciprocidad.
Asimismo, trasladándonos al sistema tradicional, vemos que al niño se le empieza a educar
desde pequeño para que reprima sus pulsiones agresivas, para que vea en la agresividad
algo abominable, algo que no es natural. Y que hasta el más mínimo pensamiento que lo
aleje del “amor al prójimo” le origine una conciencia de culpa. Es muy conocido el caso de
los maestros y padres de familia que se indignan ante los videojuegos violentos. El
problema aquí, es que estos educadores no se indignan por el simple hecho de la
enajenación que producen estos medios de diversión en sí mismos, sino que lo que los
“horroriza” es el hecho de ver que sean violentos, como si en el ser humano estuviese
prohibido siquiera pensar en la violencia y en la muerte, como si estas actitudes fuesen
contra la naturaleza. Hasta el pensamiento se ve constreñido por los valores cristianos, pues
ellos dictan que no se debe pecar ni siquiera imaginando.
¡Y no hablemos de la sexualidad! Ése es el tabú que se erige por encima de todos. Si bien
es cierto que ya no estamos en los tiempos en que vivieron Freud y Nietzsche, también es
cierto que sigue prevaleciendo una actitud negadora del cuerpo y la sexualidad, al grado
que aun hoy en día se sigue desvirtuando al psicoanálisis, argumentando que es una teoría
pansexualista. Lo que espera la Educación de nuestro tiempo (aunque parezca mentira), es
situar al hombre por encima de sus instintos, más allá de sus pulsiones, pues todavía se le
sigue dando a la sexualidad una significación que la subordina al mero acto de la
reproducción.[16] Con esto no quiero decir que el problema se circunscriba únicamente a la
represión que impone la civilización. Gracias a Freud, sabemos que el goce es mortal, es
imposible. Y gracias a Nietzsche sabemos que la felicidad es sólo una utopía, su búsqueda
es más propia de los hombres débiles que de los hombres fuertes.
Ahora bien, lo que he querido ejemplificar con estas reflexiones, consiste propiamente en la
irracionalidad de la educación que se nos presenta en la actualidad. Sobre todo porque está
muy en boga esto de “hacer felices a los niños para que cuando crezcan sean adultos
felices”, etc., etc. Lo único que pareciera que estamos logrando con estas concepciones
idealistas, es precisamente aumentar la frustración que conduce a la irracionalidad en el ser
humano. Por otra parte, el “sepultamiento del Edipo” no puede ser controlado por los
educadores, pues encierra en sí mismo una independencia de las circunstancias reales. El
educador no es dueño de los procesos inconscientes del niño y con ello se ven limitadas
todas las esperanzas que las reformas educativas quisieran entrañar en sí mismas.
Pero… ¿entonces? ¿Será que la única posibilidad que tiene la educación es la misma que ha
tenido hasta ahora de mostrarse como un elemento efectivo que logra contribuir a la
instauración del principio de realidad en el niño? Digamos que sí, pero en ello no se agota
toda esperanza. Pues este principio de realidad puede estar orientado por una educación que
efectivamente legitime lo verdadero.
La educación para la realidad que Freud propone no es la educación que logrará prevenir
neurosis, eso es imposible, sino más bien es la educación que preparará al ser humano para
darle mayor peso a su razón, y con ello, proporcionará las bases para que el hombre cumpla
con el único deber que le es impuesto desde que viene a este mundo: el deber de conocerse
a sí mismo, en la mayor medida posible, y el deber de confrontar a sus propios deseos. Ése
es el superhombre de Nietzsche. El superhombre (el hombre que supera lo que hasta ahora
ha sido el hombre) no es aquél que se deshace de su constitución pulsional, por el contrario,
es el hombre que emprende “una vuelta a sus instintos”, no para dar rienda suelta a todo lo
que se le venga en gana en el momento, de manera irracional; sino para que valore al
mismo tiempo el placer y el displacer, que no sienta remordimientos por albergar “malos
pensamientos”. El superhombre será el que entienda en qué medida debe conocerse mejor,
y aun después de saber lo que es la vida sea capaz de decir: “¿Es esto la vida? Venga,
pues… ¡Otra vez!”.
El hombre está muy bien defendido contra sí mismo, contra todo espionaje y todo asedio a
sí mismo; de ordinario, no puede percibir de sí mismo apenas más que sus obras exteriores.
La ciudadela propiamente dicha le es inaccesible, incluso inviable, a menos que amigos y
enemigos no hagan de traidores y le introduzcan a él mismo por un camino secreto.[17]
Bibliografía
LACAN, Jacques, Seminario VII: La Ética del psicoanálisis, Capítulo XVI: “El amor al
Prójimo”.
WEYLAND, Miriam, Una nueva imagen del hombre: A través de Nietzsche y Freud.
Editorial Losada. Buenos Aires, 1953.
Notas
1. LACAN, Jacques. Seminario VII: La Ética del psicoanálisis. Capítulo XVI “El amor al
Prójimo”. P.221.
3. WEYLAND, Miriam. Una Nueva Imagen del Hombre, a través de Nietzsche y Freud. P.
18.
13. Al igual que Nietzsche, Freud sostiene la hipótesis de que la conciencia moral nace por
una reacción del hombre primitivo frente al antepasado común que se traduce en un
sentimiento de culpa.
16. Podemos observar este hecho, cuando constatamos lo que el curriculum formal de
educación básica, sobre todo en educación primaria, propone. El libro de quinto año de
primaria, al abordar el tema de la sexualidad, lo subordina al tema de la reproducción y
señala, en último término que el ser humano debe tener relaciones sexuales cuando se
encuentre en condiciones de formar una familia. Asimismo, también existe una actitud
detractora de la genitalidad y la sexualidad en libros que, aunque no forman parte del
curriculum formal de educación básica, sí están al alcance de millones de adolescentes. Tal
es el caso del libro que escriben Jordy Rosado y Gaby Vargas: “Quióbole para chavos” y
“Quióbole para chavas”, que promueven la abstinencia sexual entre adolescentes
argumentando que las chicas que optan por ella son “más respetadas”. Lo preocupante de
este asunto es que estos libros ocupan el cuarto lugar de ventas a nivel nacional.
Un Homero que se imaginó una Troya entre unitarios y federales, siendo él un Ulises
atrapado en sus propios laberintos espejados, sin Penélope que espere por él. Borges es un
orfebre del Lenguaje[3], en la palabra encuentra, el medio y el fin.
Sabia que las Sirenas (mujeres) le ofrecían el saber a cambio de la vida, por eso se amarro
al mástil de las letras navegando las costas de lo fantástico. Se pregunto si era él o el otro,
un doble que lo siguió en sus itinerarios de lengua como una sombra mágica[4], y él
intentando ver su rostro en un espejo de tinta. Sus noches fueron mil y una.
Un hombre que buscó el regazo de los libros para arroparse y soñar la inmortalidad de
todos los hombres, invento su propio Buenos Aires, dándole otros aires, desde su Palermo
chico, hombre que sintió la voz de Macedonio Fernández en los cafés itinerantes, el eco de
época de Leopoldo Lugones y el rugir del tigre, tras el paso marcial de sus ancestros,
fantasmas que habitan una y otra vez sus cuentos. Un hombre que confesó que su pecado
fue no ser feliz y que hizo de la escritura La forma estética por excelencia. Respeto a sus
mayores y a la vez se convirtió en el Padre de las Letras Argentinas.
Borges intenta anudar lo real de un acto de escritura[5], desde una estructura de ficción que
lo rodea, haciendo pliegues desde sus bordes, arrojando metáforas a ese agujero existencial.
Para él lo que los hombres llaman casualidad, es la ignorancia acerca de esa voluntad
invisible de los dioses que lo ordenan todo. Borges nos enfrenta a lo siniestro en sus relatos
de espejos y cópulas (lo más familiar al decir de Freud), porque nos multiplican a la vez nos
hacen ingresar a un laberinto habitado por un fantasma que nos devora, en un tiempo
aterrador, por ser incesante y circular, es allí donde el sueño se torna pesadilla. Una
repetición que insiste en volver al mismo lugar, a un centro descentrado de nosotros
mismos. Un eterno retorno que no tiene rostro. Son leños de un Druida porteño encendidos
con los robles de la Biblioteca Nacional, sus estantes enredados en muérdagos y palabras.
Quizás, si no fuera por las circunstancias que los rodean (Cuento; Juan López y John
Ward), podrían ser hermanos, el mismo nombre en dos lenguas diferentes, un juego de
espejos, que en el decir no se entiende, la Babel de las acciones tras el lenguaje.
Es otros cuentos es el capricho absurdo que los enfrenta, el capricho de esa hembra cruel y
feroz; la daga. El objeto mágico (daga) al que le rinden culto los hombres de los márgenes,
los compadritos, el malevaje, los conduce a un animismo en donde se refleja su Tótem, el
de Borges, el tigre, el que ruge en las noches de su soledad, rondando sus sueños eternos,
acechando sus metáforas, siguiendo el rastro de aquel que siempre deseo ser y no pudo, al
que le faltó valor para ser feliz. El tigre, un animal bello y feroz, audaz, temerario y sobre
todo solitario[6].
Se imaginó poderoso en ese territorio universal de las letras, sin mirar, alucinado en su
visión fantástica, no por eso menos real. Una ilusión de territorialidad que se desvanecía
cuando alguien dejaba de leer sus escritos, entonces dormía hasta el próximo lector, el que
aguijoneado por la curiosidad se arriesgaba a deslizarse en sus letras quedando atrapado en
los senderos de azogue de sus espejos.
Para ingresar al laberinto borgiano, hay que tomar su aliento y es allí donde su Deimon[7]
nos habita. El mundo Borgiano es un mundo totémico, son machos que pelean por una
hembra, en un ritual animal, primitivo, violento y estéticamente pasional, que el tango[8] lo
baila en el drama de un abrazo íntimo y feroz.
Un abrazo envolvente en donde el varón es tal porque va hacia delante y ella se cierra
abriéndose a una geometría sagrada (extimidad, dibuja una banda de Moebius, ella
retrocediendo ante el avance del varón hace ochos que son un infinito envolvente).
¿Qué se baila en el tango? Lo que se elude sin rechazar, permitiéndole así al hombre el
próximo y más cercano paso, hasta el momento de la estocada final y luego todo vuelve a
comenzar. Milonga que aún resuena en ese otro tiempo (mítico, circular), en el que un
hombre aún espera por ser feliz. Un mundo en donde un hombre debía demostrar lo que
era ser un hombre, un acto ético de valor individual, por el valor mismo, el coraje como
ideal. Es un mundo ciego[9] en donde el está continuamente matando a su doble y
colocando de testigo (en su referencia etimológica; mártir) al lector.
La libertad individual en tensión con la masa, Borges no creía en las ideologías (esa forma
de Maía) se lo puede ubicar en un grupo social al que remite su pertenencia, también es
verdad que sus ‘opiniones’ eran polémicas, especialmente irritantes, pero, si reducimos a
Borges a una lectura ‘ideológica’ nos perdemos la cruel belleza esférica de su obra. La
libertad es para perderla, es la distancia que nos señala la falta.
Borges es el gran caminante de la palabra, en sus derroteros de los destinos inciertos, busca
la Ley de su laberinto en la apoteosis del silencio, trabaja en orfebrería cada metáfora, su
intención es engarzarla al recuerdo. El hombre tiene el compromiso de recordar (anamnesis
platónica), viviendo su destino (a cada uno en todos, nos toca vivir el peor de los tiempos
posibles) con el mandato social de ser feliz. Un imperativo cruel e insostenible.
¿Cómo se sale del laberinto? Todo hombre vive en un laberinto de pasiones ¿Cuál es el hilo
de Ariadna para salir?
No es una posición moral la de Borges, sino una posición estética, cercana a la de la bella
muerte de los griegos, el alma es joven mientras se mantiene ardiendo en el deseo, el
tiempo es una ilusión y el yo la materialización de tal ilusión.
Borges tiene Stilo, marca una posición al hablar, un modo en que su ser se manifiesta y a la
vez se oculta, esa pura excentricidad colmada de vacío infinito tras el velo de las mil y una
noches, en donde el se trasmuta en un hombre de arena que se desgrana en el tiempo, un
desierto que es el laberinto mas sutil y atroz que un Dios pueda ingeniar y que ningún
hombre aún pudo superar.
Así relata en uno de sus cuentos una disputa en donde un poderoso soberano somete a un
hombre a la prueba de salir con vida de un cruel laberinto inventado por él, luego el azar o
quizás Dios, quiere que el otro hombre enfrenta a este soberano a un laberinto,
verdaderamente atroz, lo deja solo a mitad de un desierto y lo invita a salir de el con vida,
un laberinto de dunas que no ha sido inventado por el hombre, un laberinto creado por la
divinidad en su inmortal capricho. Dunas que cambian de forman al soplo de la divinidad,
círculos mágicos que la Cábala intenta descifrar ¿Curvas de la femineidad que se tornan
infinitas? Se detiene tras esa caravana de hombres azules que no le temen al tiempo, ni al
desierto, ni a sus demonios (Efrit), son los que aún pueden mirar a las estrellas y al fuego,
escuchar su rumor y luego relatar historias fantásticas para que estas sean esparcidas por las
sombras, en el murmullo, en el eco dulce y áspero del sonido del viento (Ese Dios invisible,
del mundo hebreo y del islámico, los que portan un mismo padre; Abraham, hermanos
diferenciados en madre; Sara – Agar / Isaac – Ismael).
Y nosotros simples mortales sin poder evocar la sonrisa de la divinidad, sin poder retornar a
la vida, tras la mueca absurda y fatal de lo cotidiano.
Borges juega con la idea del doble, ese otro que soy yo, ese yo de mi otro, la sombra, el Ka
de los egipcios, eso que pareciera acompañarnos y que nosotros insistimos en desconocer,
esa parte no reconocida, ese aliento que se desvanece al dormirnos y retorna en el sueño en
forma de deseo. En su etimología una de las acepciones de Psijé es “sombra de un cuerpo”.
Esa sombra que es carne en la mujer (al decir de Lacan, la mujer se anuda entre lo real y lo
imaginario – La mujer es en el cuerpo.).
¿Cómo hacer para que el esclavo diga la verdad, tras su desconocimiento de saber?
Para que la ‘carta-letra, robada’ llegue a destino, tras el remitente del olvido. Así como
Sócrates reconoce servir a Eros para servirse de él, Borges sirve al Lenguaje para servirse
de todas las lenguas posibles, buscando unir todas las lenguas en una y así lograr un Aleph
(biblioteca de Babilonia, un antes y después de la dispersión de las lenguas). En la tradición
hebrea Dios es donador del lenguaje, su lengua, , por lo que esta es la “madre” de todas las
lenguas, no es casual que Borges busque en una letra hebrea el origen. En Sócrates hay algo
del orden de la falta que lo instaura como diferente aunque aquellos que habían consultado
el oráculo confirmaban el vaticinio de que era el hombre más sabio de Grecia. ¿Era Borges
el más sabio? ¿O solo el más erudito? Sócrates pone en duda el lugar del Otro; Ciencia,
Dios, Filosofía, Política, – (Borges considera a la teología y al psicoanálisis como parte de
la literatura fantástica) lo que allí quiera colocarse, reconoce y le da dignidad al otro con
minúscula, al semejante, al que intenta sacar de la lucha imaginaria (especular) a muerte,
Sócrates es el conciudadano que se ubica como apoyo e incluso como ‘ideal’. En la polis él
tiene la generosidad de donar.
Donar la nada, el vacío (el no saber), al igual que el Psicoanálisis (ambos guardan una
técne, una manera de acceder a ese no saber), la diferencia es que en el Psicoanálisis tiene
un costo, se paga con la falta. A Sócrates (Apología) se le busca una falta para hacerlo caer,
para que ya no sea ese ‘objeto’ de saber. Y su falta es producir la continúa falta en el Otro,
aguijón de tábano que hace arder.
Sócrates tenía un doble oficio; partero como su madre y escultor como su padre, su stylo, al
igual que Borges,[11] era la palabra con la que ayudaba a nacer a la verdad. Invitación
socrática al banquete del saber, conocimiento que siempre abre el apetito; primero, la
ironía, mostrando que en el conoci-miento, el sentido miente.[12] “En el celoso, lo sentido
miente de manera no reciproca”. Kelos (ardor) de la Polis que lleva a Sócrates a un juicio
de muerte, ya que el con ese objeto tercero “saber” les robaba el amor de los semejantes,
alguien que por su singularidad era distinto al resto y hacia un resto, una parte que no podía
ser reconocida y a la vez era inso-portable, al decidirse portar algo del orden de la verdad.
En Parménides la dialéctica es; el ser o la nada, tensión que en la neurosis trasmuta en; la
impotencia o lo imposible, vivo o muerto, mujer o varón. En Sócrates como en Borges,
encontramos otro alternativa; las posibilidades de lo imposible.
Es una ilusión la lucha simulada por la igualdad, que nos conduce a la denegación de toda
diferencia. Lo que no excluye que: “Un hombre es todos los hombres”, siempre en relación
con su historia singular, (juego filosófico entre lo uno y lo múltiple, lo particular y lo
general de la ciencia), incluyendo los ancestros: no por no estar, dejan de presentificarse,
pues pre-existen y persisten en otra instancia psíquica que Freud llamó inconsciente, he allí
a un soñador que sueña y a la vez es soñado por Otro. Relato de las ruinas circulares,
Borges nos dice que: “él escribe con la sangre de sus ancestros, con los idiomas que lo
habitan y con la influencia del mundo exterior”.
La escena fantasmática[13] con las que nos envuelve Borges, es la épica de un fracaso (¿El
del amor?), el intento del hombre de querer dominar el mundo con su razón, nos señala lo
que insistentemente lo desvela, la magia de un sueño, la posibilidad del todo en la infinita
parte, el Aleph de un instante de eternidad, la simultaneidad del tiempo.
Este soñar encadenándose, sutil árbol genealógico (y ginecológico), no es más que el deseo,
el juego del deseo que hace metonimia, Freud nos dice que el sueño tiene esta función de
“realización de deseos”, solo posible a nivel alucinatorio, por ello se lo compara con el
delirio en la locura ( Texto de La Gradiva de Jensen), porque en ese deseo hay algo atroz
(Para Borges el Minotauro, pero, señala que seria más atroz que el laberinto no tuviese un
centro.), Monstruosa copula – pecado original – Escenas originarias; castración, seducción,
coito parental, asesinato del padre. El neurótico se aferra a su fantasma, así como el
psicótico a su delirio. Zeus en forma de toro rapta a Europa, luego devendrá la potencia de
lo divino sin la mujer y la mujer reclamando por ser divina.
Lo que marca la diferencia en el modo de existencia de unos y otros, él héroe es el que sabe
que todos los valores están en relación a un solo bien; su deseo a realizar.
Todo acto de creación es una violencia, implica un asesinato por eso ciertos artistas caen
bajo el peso de su propio acto, una verdad que es insoportable para sus conciudadanos y
que en ocasiones la estética no alcanza a hacerle de semblante.
A ellos se lo devora un banquete de mudo silencio, la historia (después del pasaje de esa
‘generación’) rescatará sus huesos[15] (su cadáver exquisito). Y quizás alguien surge como
vengador desde sus huesos…
Al decir de Lacan; “El inconsciente está estructurado como un Lenguaje”; allí la metonimia
es el deslizamiento, el corrimiento de lugar (ciencia, filosofía, el intento de saber racional)
y la metáfora es la combinación, la creación de nuevos sentidos, el encuentro con la verdad
(el arte en general, pintura, música, poesía, etc.), así Lacan expresa que el saber (desde la
conciencia) se resiste a la verdad (ubicada en lo inconsciente), la metáfora es la que nos
traslada, nos permite trans-portar (y en el portar el donar) de un lugar a otro, y en ese
movimiento portar un nuevo sentido.
El Psicoanálisis entre la ciencia y el arte, esa banda de Moebius que sigue deslizándose,
una[16] extimidad. Para Lacan, el Psicoanálisis es una inciencia, es la ciencia del
Inconsciente.
Cuanto saber desplegado para no saber, todo un decir que no puede pasar del campo de la
insinuación al de la iniciación (lugar del recuerdo encubridor, lugar del síntoma), al decir de
Borges; “ El olvido es la más fiel de las memorias” y en su cuento de Funes el memorioso,
nos muestra algo de lo insoportable de esa memoria que todo lo recuerda, al invertirse los
términos, el personaje sufre por no poder olvidar, recordarlo todo es un tormento
insoportable (una metonimia constante). Este personaje esta en intimidad con su vida, Dios
tiene una ironía muy delicada, otorga un don, pero, pide algo a cambio, una facultad que se
pierde, Funes debe perder algo para obtener la memoria del tiempo, es un guardián, un
bibliotecario de hechos, así como Homero pierde su vista para obtener la visión, Borges es
tocado por ese Dios, tan buscado por la Cábala.
Pero Funes porta una mal-dicción, el no poder olvidar, lo que implica estar excluido de la
posibilidad de sustituir, de hacer metáfora, Funes, solo se incluye en el campo de la
metonimia, un discurrir incesante, fatigosamente insoportable.
Borges nos dice que Dios con sutil ironía le otorga a la vez los libros y la ceguera. Borges,
un Tiresias de la tradición hebrea que copula con el Lenguaje, es tan activo y a la vez
receptivo en lo pasivo que descubre los enigmas cifrados en las letras, los números y la
música y en el todo que las conjuras; la forma. Expresión exquisita de la estética. Borges
para ser un hombre proteico, tiene que renunciar a lo cotidiano y allí se abre uno de los tres
tiempos de la lógica; el instante de ver[17]
¿Es el hombre un laberinto que él mismo crea para sí?, sin saberlo, un autoengaño que le es
ajeno a su conciencia y en el cuál puede estar atrapado de por vida.
El recurso técnico del mensaje invertido, es su decir en la voz de otro que le retorna en un
eco de interrogación que lo hace vacilar.
Lo reprimido está destinado a retornar, y si algo del amor se juega en su vida (la función de
Zoe en la Gradiva) el puede encontrarse, evitando el acto de la repetición en un registro
simbólico de la palabra, transferir, para ello es necesario un pasador y el pase que uno
mismo se da.
El Psicoanálisis lo nomina; “Un saber no sabido”, un “saber sin sujeto”. Ese laberinto
inconsciente tiene una lógica que la filosofía y la ciencia ha rehusado aceptar, solo los
artistas en sus diferentes géneros se han acercado a su verdad, a ese centro atroz. Para Freud
no era Dedalo el artífice de lo monstruoso, sino (el ‘sino’ de la humanidad) Layo y Yocasta.
Epistemología lacaniana que con un mismo trazo describe la formula (matema) del sujeto y
la del fantasma, allí donde el objeto se desvanece en el vacío, siendo el vacío el objeto
mismo. Flecha de la pulsión que siempre retorna…la que necesita de un “montaje” para
abordar lo inaccesible e inexistente del objeto perdido, fantasma que abona el imaginar, el
ficionar.
Freud al igual que Teseo pudo ingresar al laberinto gracias a la mujer. Ella tenía el ovillo
(la histeria) el que él fue desenvolviendo en su hilo (Síntoma) con la gracia de un maestro.
Martimonio entre el Psicoanálisis y la histeria, puesta en escena de un cuerpo gozoso que
busca la letra tras el silencio (historización – histerización). Momentos del encuentro entre
el Amo y la histérica: [18] “Seducción – magisterio – cachetada – caída”.
En la traición la destitución, cruel destino del Amo-r, del que ama la histeria. Si es un varón
el que toma este lugar (Amo) le cabe este sino, si es una mujer, está destinada al doble
juego a un mismo tiempo lógico.
La histeria es esa Ariadna que por siglos dejó el hilo de su ovillo a la puerta de; la Magia, la
Ciencia, la Filosofía, la Religión… La que invitó por siglos a que alguien se acercara al
centro de su sufrimiento, al vacío de su centro, a su Tedium Vitae, la misma que fue
Pitonisa en Grecia, bruja en el medioevo (y ardió en la hoguera desde el deseo de los
inquisidores) y que en la modernidad fue recluida por la psiquiatría que postulaba la idea de
la herencia degeneración y despedazada por la medicina para hallar la respuesta en lo literal
de sus órganos, los que nunca dejan de hablar. Y que en su fachada posmoderna se puede
mostrar tanto como: actriz, política, docente, empresaria, rea o anoréxica…
El Neurótico está atado a él (Falo), amarrado, “sujeto”, para poder seguir navegando, es el
que rema con los oídos tapados en cera (para insistir que lo cotidiano no tiene nada de
maravilloso, de esa impericia nos rescata Borges con su poética fantástica), en cambio
Ulises puede escuchar a las sirenas (su deseo); pero, para no sucumbir o terminar en
tragedia (Edipo) debe anudarse para evitar asistir inmediatamente a su realización. Esa
mujer que tiene cola de pez (Esfinge acuática) o al decir del pincel de Magritte, cabeza de
pez (y que todo lo devora en su misterioso silencio).
Mujeres que simulan no estar partidas, divididas, abiertas y que por eso puede ser tan
generosas de otorgar el saber a cambio de la vida, el mito nos dice la verdad de lo fatal, del
fatum, de la fatalidad, de la femineidad (rizoma de una misma raíz).
El de Ítaca en su travesía desafía al gran Dios (Otro) del mar, Poseidón, desconoce al Otro
(al igual que Sócrates) esto le cuesta terribles sufrimientos e incluso naufragar (hay que
perderse para encontrar algo, no buscar para hallar); pero, él no retrocede, sigue en su deseo
y va más allá que los otros navegantes, por ello es un gran hombre (supera al padre) es un
hombre griego, a diferencia de Eneas que le tendrá que preguntar al Padre (muerto) que
hacer y dónde fundar la nueva ciudad, la que invertida lleva el nombre del Amor (Roma).
Borges y ese Otro Borges[19] … ese que quiso ser y no pudo, ese otro Borges que se
materializo en sus cuentos (para el toda escritura era autobiográfica).
Odisea, lo que tendría que haber llevado dos semanas, lleva diez años, casi el mismo
tiempo que la toma de Troya, para luego tener que irse nuevamente, un movimiento que
siempre nos lleva a otra parte (el destino para los griegos era “hacer la parte”, la parte que a
cada uno le toca, algunos la saben, otros consultan al oráculo). Báculo de Tiresias en forma
de serpiente (aquél que podía responder; ¿Qué quiere una mujer? Al otorgársele la vivencia
de las dos naturalezas). La realización está en el viaje mismo (es un viaje).
La tragedia griega no hace otra cosa que dar cuenta de esto, Edipo y el encuentro oracular
con su destino – deseo, pero, en el acto (no en el sueño, para luego olvidar como el resto de
los mortales) ello se torna una pesadilla (cuando se cumplen nuestros deseos sin conciencia
de ello, allí donde el yo no adviene). En esta distinción se abre lo que Lacan llamó los
registros; lo soñado, fantaseado (sueños diurnos para Freud, fantasma para Lacan) tenemos
lo Imaginario. El pasaje a la acción, el encuentro con el vacío (mutilación o muerte) la
alucinación diurna, registro de lo Real (campo de lo imposible), y el movimiento de ese
pasaje al acto de la palabra es el campo de lo Simbólico, posibilidad de hablar, de que
“ello” se enuncie en la voz, instancia terapéutica, cura por la palabra en el amor (de
transferencia) campo de la invención freudiana. Freud en su artículo de “Introducción al
Psicoanálisis” de 1915, nos dice que la palabra aún guarda la magia de lo primitivo y que a
través de ella, curamos o enfermamos, mantica que lleva el vuelo de una voz.
La mentira es una de las formas de decir de la verdad, solo hay que saber escucharla y con
esto se disipa la lógica binaria que hace girar al mundo en pares antitéticos, dialéctica que
se devora en un solo movimiento.
Escritura que hace una síntesis ente juego, sueño y fantasía. Por ello (por esa inteligencia
inconsciente) el psicoanálisis se esfuerza en ser una práctica para la libertad, permite que el
“sujeto” se encuentre con su deseo, no en la alucinación, el sueño o en la tragedia, sino que
pueda des – velarlo (sin quitarle sus sueños) por medio de la asociación libre, tras el velo de
lo simbólico. Velo que es letra en Borges.
Originalidad propia que hace que Padre del psicoanálisis inaugure un nuevo campo, el del
‘inconsciente’ y sus efectos en sus afectos. Supera el postulado kantiano de que no se podía
conocer la ‘la cosa en si’ por lo que la ciencia solo debía atenerse a los ‘fenómenos’. Freud
integra y supera la estructura binaria, al demostrar que en los fenómenos está la cosa en si,
el inconsciente y su obra se constituye a partir de estos cinco grandes campos de trabajo:
Vía regia; Sueño – Lapsus – Chiste – Acto Fallido – y lo más suscrito a su antiguo orden
medico, el Síntoma.
“Ese oscuro objeto de deseo”. Borges inventa una escritura, el sujeto[20] borgeano, es un
hombre que puede ser todos los hombres, es excéntrico y por eso es un ciudadano
universal. Un modo de posicionarnos en la vida, insistir en creer que somos. ¿Un juego de
niños? O el niño y sus juegos. La escritura un juego de niños, jugado tan seriamente por los
poetas que pueden sublimar su pulsión en placer para así otorgarles goce a otros. Aquí
Sócrates es un maestro; aquí Borges[21] es el artista de los espejos, ensambles de cristales
en luz de metáforas. Borges decía que toda la escritura se reducía a la búsqueda de unas
pocas metáforas, quizás una sola, la de la luz.
Un acto de valor solitario que justifica en el valor el acto. Borges contradice a Aristóteles,
él no es un animal político, menos gregario, descree de esas formas del engaño (las
estadísticas y las clasificaciones – Clasificaciones de los perros) que unos se dan a otros, en
donde se entrampa una humanidad que no cesa en caer.
El azar[22] y la fortuna son temas a-bordados por Borges en sus escritos, es el orfebre que
hilvana con hilo de oro el pensamiento en letras. El Laberinto tiene una urdimbre: El
método de “asociación libre “o la libre asociación puesto que no existe la casualidad sino la
“causalidad”, el camino puede ser extenuante, hay un espacio perdido entre el efecto y la
causa.
Relato del Aleph en donde el tiempo y el espacio retornan a la lógica del infinito y en
donde Freud nos dice que el ‘deseo es inmortal’. Necesidad de la represión antes que la
posibilidad de recordarlo todo, Funes el memorioso, atado a una sucesión que lo transforma
en Sísifo cargando la piedra de su memoria, en la cuesta de la vida, que tanto cuesta.
El inconsciente nos ofrece enigmas a descifrar tras el rostro velado de los sueños. En el
centro de la Neurosis eso monstruoso que hace que nos alejemos cada vez más de nosotros
mismos, esa verdad insoportable, esa ‘cosa’ familiar que se torna siniestra, extrañamente
familiar. Articulando los tres registros en Borges; lo simbólico es su herramienta, (su
hermenéutica) la palabra escrita, en este caso, aquello que marca, que hace huella y que
perdurará, de lo cual Borges no se desprenderá, porque está prendado por ella. Lo
imaginario es toda su creación de formas, de ilusiones, de posibilidades de posibles, de
“espejos” que se suceden infinitamente. Su arte en el cuento fantástico y fantasmatico. Lo
real (lo imposible) es lo que no puede ser alcanzado por los otros dos registros (sexualidad
– vida y muerte). Su ceguera, lo imposible en su sexualidad.
A medio camino entre la poética y la lógica encontramos a Platón, balanza que inclinara su
peso en principios, juicios y razonamientos en Aristóteles. La cicuta del tiempo, Crono (el
tiempo, lo que nos devora) – logia, lógica para sostenernos y logia para agruparnos.
Cofradía que cristaliza saberes. En Borges, el legado, la tradición, la Cábala.
Tribus totémicas la de los Psicoanalistas, en este sentido Freud dejó sus rastros; el hombre
de los lobos, el hombre de las ratas, Juanito y caballo (quizás el que Freud le regalo)…De
esos hombres al hombre de los tigres.
Y la referencia principal Pan – Dora (regalo), su fracaso princep, su Paradigma, aquella que
teje el corazón de la trama, antiguas hilanderas que mudan en Esfinges. Es difícil hablar –
escribir de lo “inconsciente”, Freud encontraba allí la dificultad, en lo que dio a llamar el
problema de la transmisión, por lo que ubicó al Psicoanálisis fuera del ámbito universitario,
ya que no es una representación del mundo, un universo conceptual (filosofía); muy al
contrario se trata de otra instancia, se trata del valor de la “experiencia” de lo inconsciente y
allí no hay como la experiencia artística, su calidad está en la excelencia de ejecutar el arte,
“praxis”, oficio, un saber hacer, una Techne. Se trata de la vida, de saber vivir, de cómo
asumir un modo existencial, realidad vivencial y a la vez mortificante.
Es esa forma de conocimiento que nos propone Heidegger en sus senderos del Bosque, la
‘percepción vivencial’, solo transmisible a través de un pensamiento poetizante (las ultimas
producciones del maestro francés van en ese sentido).
En la energía del rechazo está la fuerza de la verdad. Freud descubre una inteligencia
inconsciente hasta llegar a desvelar otra lógica (totalmente opuesta a la aristotélica). El
tiempo es otro (no es lineal) los principios son otros y para ser preciso, más que de lógica,
de lo que se trata es de una topo-logía, espacios diferentes; en el que hay una “geografía”
psíquica (una cartografía – una carta, letra- robada – es suspenso, en espera…mortificada y
mortificante), que tiene su recorte en el “cuerpo” y que lo transforma (le da otra forma –
imagen inconsciente del cuerpo – estadio del espejo) en erógeno, pero, cuyo impulso –
“pulsión”, Freud ubica en el límite entre lo psíquico y lo somático. En el Psicoanálisis hay
una meta-psicología que nos abre a más de un uni-verso. Enroscados entre un adentro y un
afuera, libido que alimenta el molino del deseo tras la fuerza del viento de la pulsión. Aquel
que no pasó por el pase – pasaje de un análisis, no puede aceptar como posible la existencia
de lo inconsciente, siempre le resulta dudoso el todo de esto, que es un resto. Y
curiosamente a muchos psicoanalistas también…
¿Quién se atreve a navegar por las aguas del Leteo y luego poder recordar? El camino del
infierno puede no tener retorno y está plagado de buenas intenciones… No hay saber sin
prueba (remitiendo a su origen latino del termino “sabor”). Navegar por las aguas del
inconsciente tiene su riesgo; ¿Por qué?
Debido a que este pasaje implica una crisis, una ruptura, angustia, sufrimiento psíquico y
corporal, Freud demostró el dolor del conocimiento en su trabajo sobre Leonardo Da
Vinci. El cuerpo amordazado, la escritura como un cuerpo amordazado, allí el análisis que
en su etimología remite a desligar, desatar, disolver en el volver.
Nos muestra como vuelve una y otra vez y hace síntoma lo imaginario, lo que captura a los
sujetos que luchan por destruir un supuesto enemigo exterior, siendo que el impulso es
interno (no se puede escapar de la pulsión). Desvelado esto, la cuestión es de matices, entre
la comedia y la tragedia, ya que ambas tienen un mismo origen en Dionisios, una es su risa
(comedia), la otra es su llanto (tragedia).
Borges toma el tercer sendero, de los senderos que se bifurcan, sublima en la creación y
dice que es el único camino posible en la vida e invita a que lo sigan, como Sócrates en su
vejez. Caos (vacío – bostezo) en la Teogonía de Hesiodo, a partir de ese vacío, Eros da sus
frutos. En ese vacío (castración) el ser hablante se precipita.
Borges no tiene vergüenza en denunciar ciertos velos y por ello insiste en la imagen de que
el hombre es una sombra, en ocasiones un Golem[25] “…se inscribe en la frente del golem
la palabra EMET, que significa verdad (…) El Golem se inclina y el rabino sopla y logra
borrarle el aleph o primera letra de EMET. Queda Met, muerte. El Golem se transforma en
polvo”. La luz en las letras hebreas, escritura y significante. Mito que encierra una verdad
por fuera de la academia y de los claustros, entre la verdad y la muerte, la distancia es el
infinito de una letra, el vacío de una realización.
Una verdad que la humanidad sin el mito no puede soportar. El mito es imposible de decir o
sostener por la ciencia positiva (no es lógico – aristotélico) el Psicoanálisis en el trazo de
Freud siguió el camino de los mitos. Los colocó en el centro de su teoría – experiencia
(praxis); entonces, cabe decir que el Psicoanálisis no es una ciencia[26] (en el sentido
tradicional) aunque sí se sirve de ella; es una práctica social en la que tienen lugar; la
paradoja, encrucijada, anagrama, estigma, aporías, formas de decir una verdad. Un saber
paradojal que se escribe en el ensayo y que requiere como método lo indiciario (como
modo argumentativo de la retórica del inconsciente) de la existencia, inscribiéndose en la
singularidad de lo irrepetible y irreducible de cada uno.
Es un saber abierto que parte de la realidad y vuelve a ella una y otra vez. No olvidemos
que toda teoría es un universo “artificioso” conceptual. Seré mas claro: una cosa es leer a
Kierkeggard y plantear el problema de la angustia existencial y discutir sobre ella, luego
leer otros autores y más autores para volver una y otra vez a dialogar, problemática tras
problemática, todo lo que le compete al que filosofa (o cree que le compete). Otra situación
muy diferente es estar sentado frente a un sujeto melancólico, a un sujeto depresivo y casi
tocar esa angustia, densa, pesada, soportar largos silencios, tiempos …más tiempos y poder
hacer algo allí con ese amor muerto, lograr producir allí un saber hacer, al sentido del
artesano, allí hay que estar ¿De qué sirven los conoci-mientos en esta situación? Hay que
intervenir desde el cuerpo de la teoría una vez que esta se hizo cuerpo en uno y así poner el
cuerpo en alma a través de un soplo.
El hombre de los tigres dice que hay un solo libro y allí todos escriben su historia, desde el
Psicoanálisis diremos que este libro es el lenguaje y dentro de estas hojas cada uno escribe
su historia – Discurso – (si hay un solo idioma) “cárcel del alma”, a diferencia de poder
desplegar el decir en otras lenguas. Juego entre Diacronía y Sincronía, relación entre la
lengua y el Lenguaje. Este Legein, esta casa del hombre o morada, que es el Lenguaje,
puede que se transforme en un “infierno” (hasta en un parásito) como lo demostró James
Joyce y como se verifica en la práctica de los hospicios psiquiátricos.
Esa lengua lenguajera que lo hace extranjero del Lenguaje forzando al psicótico a un
discurso propio, sin lazo social. Apalabrado por el Otro, sucumbe a ser su objeto de goce.
Todo está reglado, reglas convencionales y arbitrarias, pues al cambiar de un idioma a otro
se verifica su limite, el lenguaje es algo artificioso y de esto daba cuenta Borges, estas letras
que se trans-forman en signos para intentar capturar la realidad, esa red invisible ya
agujereada, en donde el pez del inconsciente siempre se escabulle.
Borges conduce toda esta energía (libido) hacia lo intelectual, dice que el estudio debe
otorgarnos el “goce”, darnos la posibilidad de la felicidad. Cuerpo gozoso en las letras, la
histeria le dará consistencia, insistencia y existencia en la carne y allí, otra, pondrá a hablar
sus órganos; la hipocondría.
Repito: En Borges aparecen personajes marginales que imitan la idea platónica del
arquetipo, h – Ero – es, una existencia en el amor y su elemento suele ser la “daga”, al decir
de Borges; “Esa caprichosa hembra”, copula entre la hoja y la vaina siendo en ocasiones
el cuerpo del otro la vaina para la hoja, en vez de penetrar, perfora; un cuchillo en danza,
una hembra semidesnuda y un compadrito que baila entremezclando las piernas entre roces
y rosas, erótica de la intimidad (sexualidad y muerte). La hoja erecta buscando su vaina,
tango al desnudo. Al decir del Poeta “los hombres están hechos de la misma madera que los
sueños”, es decir, constituidos en el deseo y es este el que les permite la vida y los lanza a
una búsqueda sin fin, a una ilusión, a un nuevo salto al vacío.
Nos recordaba Borges que el hombre al prometer tenía algo de divino (La presunción de
manejar el tiempo), es un poder que se ejerce sin prever sus consecuencias. El Amor
también tiene algo de divino, al decir de Lacan: “Dar lo que no se tiene a alguien que no
es”. El artificio del Psicoanálisis permite este pasaje y encuentro sin que ello se transforme
en tragedia, liberándolo de la cadena de la repetición devolviéndole así su propio bien
(Sócrates).
Borges al igual que el Psicoanálisis rescata el valor de la realidad psíquica, que luego desde
las letras constituirá el “realismo mágico”, Borges el escritor de relatos fantásticos, él que
señala que psicoanálisis una rama de la literatura fantástica…una paranoia lograda.
Hasta que el hombre no le ponga “nombre” a las cosas, estas no existen en su universo
conceptual, persistirá como un innombrable en su mundo simbólico, ignominia que nos
abre a lo real del goce. Hypnos es el hermano menor de Thanatos; “Somnus imago mortis”
y los dioses solían usarlo de intermediario, para revelarles en sueños a los hombres su
deseo, en “La Ilíada” Apolo lo utiliza para engañar a Héctor. Esa pequeña muerte,
necesaria para restituir y fortalecer al sujeto, así vamos por la vida, desconociendo nuestro
propio saber. Borges hace mención al río de Leteo de los griegos: nosotros llevamos en
nuestro interior el río de Leteo, pues al morir – soñar, bebemos de su aguas para olvidar
(Un recuérdame como despertar), el poeta ex_presa que es una bella metáfora; beber y
olvidar. Liber Pater, el vino era ese padre liberador para los romanos.
El poeta, aquel que sabe al precio de desconocer, el que no sabe lo que dice, nos dice Freud
(él que preferirá seguir el camino indirecto de la ciencia, renunciando a este goce para
obtener el placer de poseer lo que conoce). Lo que nos ata entre dos muertes, la real y la
simbólica, sacro oficio, ritual de hacer lo sagrado, un ritual que el escriba respecta tras la
exigencia del acto de cada palabra, mágico en su creación, el fuego del espíritu en moldes
de letras.
Borges conjuga antiguos demonios, en el sentido del Daimon griego, antiguas lenguas que
responden al ser convocadas y que esperan por la cifra (lo que se cifra en el nombre) y el
peso justo, lo que se sopesa, y se hace sorpresa en su pensamiento y así nos sorprende con
un decir que siempre esta en otra parte, buscando su destino.
Daimon que trasmuta a Demiurgo. Pausa que generosamente ofrece al lector para atraparlo
en la música de sus palabras, el Lenguaje es la lira de Orfeo en sus manos, primacía del
objeto de deseo, aristocracia en donde reina Eros, Señor que elige a su reina.
Orfeo desafiando el Averno para retornar a Eurídice. Cuanto más cerca se está de una
verdad, mayor es la euforia del rechazo, Freud lo vivenció al postular la sexualidad infantil,
amor y odio, odioenamoramiento, dos caras de una misma moneda, no aceptable por la
dialéctica occidental (separar – dividir y enfrentar para entender, mundo fragmentado del
neurótico que muy bien denuncia la esquizofrenia).
Para entender mejor la cuestión sobre el problema del tiempo planteado en la obra de
Borges, tenemos que pensar que el tiempo es otro (es del Otro) es importante remitirse a lo
inconsciente, el tiempo no es “cronológico” sino “lógico – afectivo”, porque lo que afecta
marca y determina la permanencia de los hechos, el presente, lo complejo es que esté
presente, es un continuo que se hace pasado y futuro. La historicidad del sujeto hace que el
pasado e incluso el supuesto por – venir sólo sean presente historizado o futuro
presentificado.
Ir hacía el destino en nombre propio. ¿Qué es el oráculo? ¿Está en el lugar del estigma
(picadura, marca con hierro candente, tatuaje, rastro, huella de sufrimiento)?.
Pregunta del Neurótico: ¿Qué es lo que el Otro quiere de mí? No es más que anunciar la
“encrucijada” (en cruz, signo tan afecto a nuestra cultura) de un deseo, aún se señala en
Tebas la cruz de caminos, donde Edipo se encuentra con su padre, cruce de caminos,
senderos que se bifurcan. ¿Cuál tomar? Olvido del ser.
La dimensión literaria del peculiar manejo del tiempo que nos ofrece Borges es tomada de
la cultura oriental, más precisamente de la obra “Los cuentos de las mil y una noches”, en
donde se inspira Calderón de la Barca para escribir; “La vida es un sueño”.
Para Borges tendríamos que poder saber todos los idiomas, poder pasar por la experiencia
de todos lo hombres, algo irrealizable, pero, infinitamente abierto a poder re-
crear. Paradójicamente, Homero (el ciego) es el que ve y los otros, los videntes, están
ciegos (ciegos en sus conceptos). Borges sin pasar por los ritos académicos fue nombrado
profesor en la Facultad de Filosofía y Letras. La academia pudo reconocer a alguien que
portaba un saber, aunque estaba por fuera de sus estatutos.
Al dividirse la filosofía de las letras, esta comienza (sus transmisores) a cerrar el círculo
sobre si y no es casual que se excluya a la literatura, a la cual se la quiere sub – vertir, en
algo “menor” (Platón y su desprecio por la poesía), también se excluyen las lenguas, se
ignora el griego y el latín, “madres” del decir (se desconocen los orígenes) los conceptos
cambian de significado, se pierde este sentido primario y su di – mención, queda excluida.
Inicio de un balbuceo autista, intento de articular un habla desde el aula, desde el
“claustro”, y es allí donde se enclaustran unos y otros. Retorna el viejo sofismo, grupos de
poder que comercian con el saber, poder de la palabra vaciada de verdad, pura palabra
vacía, búsqueda del triunfo sobre el opositor, politización del discurso, la fuerza en la
ideología y no en la idea, antigua sofistica, la retórica del vencedor en el rencor…dialéctica
del odio desde la pasión de la ignorancia montada en la estructura del desconocimiento.
El peor mal del maestro siempre han sido sus discípulos. Salvo Sócrates que fue el único en
evitarlo al negarse a escribir, los otros sucumbieron a su vanidad y su búsqueda se
transformó en dogma, sectas que solo repiten y repiten tras el pesado aliento de devorarse al
padre muerto, cuidando esa escuela – iglesia, al viejo – presente estilo de la Inquisición.
Si alguien se anima a pensar o decir algo diferente, se reúnen los iniciados para deliberar
sobre la forma de ejecución, luego de la humillación y el desprestigio. Acto que suelen
ejecutar las ‘viudas’ e ‘hijas’ de ese muerto, por más que ya el tiempo hiciera polvo de sus
huesos. Allí se colegian los que deniegan la prohibición del incesto en la paradoja de la
moral, tras la endogamia de la teoría devenida en ideología.
¿Quién está dispuesto a pagar ese costo? El precio de inaugurar, de inventar, de ir más allá
del padre. Freud decía en su época “… lo malo no está en la Psiquiatría, sino en algunos de
los hombres que se usan de ella y no son dignos”. Se podría decir lo mismo en relación al
Psicoanálisis, este decir que es aplicable a todos los órdenes de la vida profesional y de los
oficios.
A Sócrates le costó la vida interrogar a los poderosos y desvelar que en verdad no sabían
nada, invirtió el orden, es la palabra la que debe ganarse el lugar de poder y no el poder el
que otorga la palabra, porque la palabra tiene su propio poder. Un mito griego sostiene que
la verdad es una bella estatua, que tiene una propiedad muy especial: siempre cambia de
lugar, por lo que nadie puede poseerla.
“Laberinto particular compuesto por líneas que corren paralelas”. Ninguna obra de arte
puede ser juzgada más que por el propio autor. Tratar de hacer Psicoanálisis aplicado es un
error, es un acto salvaje; todas las obras de arte están fuera de análisis. Lo que intento es
acercar un discurso a otro y desvelar las diferencias para evitar caer en un saber
“hegemónico”, cerrado cual mónada de Leibniz.
El discurso de la ciencia positiva deja fuera al sujeto, niega la afanesis (su fructífera
desaparición), niega lo inconsciente y lo inconsistente de lo conciente, repudia la búsqueda
del arte por medio de la metáfora. La literatura, los mitos, el psicoanálisis, es allí, donde es
necesario continuar buscando. Demos juntos ese primer paso…luego cada uno continuará
en su peregrinar.
Notas
1. Roland Barthes – Ensayos Criticos – Editorial Seix Barral – Barcelona – 1967 – pg.9
2. Yankelevich Héctor – Del Padre a la letra – Editorial Homo Sapiens – Rosario – 1998 –
página 35 “ …al escribir que la biblioteca del padre es el principal acontecimiento de su
vida, hace del lugar la matriz del tiempo. Esta elección primitiva y fundadora seguirá
siendo razón seminal de un tiempo siempre y para siempre circunscrito por el lugar. Desde
entonces, el tiempo no podrá franquear el límite impuesto por el cerramiento que lo funda.
De ser atravesados estos límites, el tiempo habría podido existir como duración. En ese
interior, es prisionero de la identidad del instante que lo hizo caer, y de la eternidad que se
le concedió a modo de testimonio e ilusión de existencia”.
4. Roland Barthes – Ensayos Criticos – Editorial Seix Barral – Barcelona – 1967 – Pg. 15
“…la retórica es la dimensión amorosa del escribir”.
5. Yankelevich Héctor – Del Padre a la letra – Editorial Homo Sapiens – Rosario – 1998 –
página 43
6. A diferencia de los leones, a los que Borges los comparaba con los perros, porque eran
alimentados por las hembras.
7. Yankelevich Héctor – Del Padre a la letra – Editorial Homo Sapiens – Rosario – 1998 –
página 76 “…sería oportuno arriesgar una definición del genio: es quien ocupa – durante un
cierto tiempo – el lugar imposible – e inexistente – de sujeto de la lengua.”
8. Borges distinguía entre el tango y la milonga, son tiempos diferentes, uno de tragedia
otro de alegría y fiesta, Borges consideraba que el espíritu de la milonga era el que
favorecía al hombre en su transito por la vida.
9. Yankelevich Héctor – Del Padre a la letra – Editorial Homo Sapiens – Rosario – 1998 –
página 68
11. Yankelevich Héctor – Del Padre a la letra – Editorial Homo Sapiens – Rosario – 1998
– página 79
“Lacan, en una de sus hipótesis mayores sobre la escritura de Joyce, remarcaba que éste
tenía una relación con la palabra que se imponía cada vez más, a tal punto que terminaba
por disolver el lenguaje, imponiéndole una suerte de fisura, de descomposición para que ya
no tuviese identidad fonatoria. Resulta ambiguo saber si se trata de liberarse del parásito
que le da letra o de liberarse de algo que se deja invadir por las propiedades fónicas de la
palabra, por su polifonía. Borges por su parte, tuvo un miedo paralizante a hablar en
público hasta su renuncia, en 1946, a su puesto de bibliotecario que ocupaba obligado por
el régimen de Perón”.
14. Jorge Luís Borges – Obras Completas – Tomo II – Editorial Emecé – Bs As – 1989 –
Página 146.
19. Yankelevich Héctor – Del Padre a la letra – Editorial Homo Sapiens – Rosario – 1998
– página 84. “ Por su práctica de la letra logra construir un lugar de sujeto allí dónde no
había más que dolor del vacío, sentimiento de ser nadie. Pero este nuevo sujeto no es aquel
que aparece al desaparecer en la cadena del habla, no es el del Unverborgenheit, aquel que
nos avisa que ya no está allí. Y tampoco es el sujeto de la effacon, que borra el trazo,
instaurando así la existencia del inconsciente. El nuevo sujeto en Borges – como también en
Joyce – está relacionado no con el objeto como tal, si el cual a la estructura le falta el lastre
y el anclaje en lo real, sino con aquello que llama en sus poemas en inglés; the kernel of
myself: la letra. Letra cuyo régimen de caída, al ser análogo al del objeto hace nacer la idea,
verdadera y paradójica a la vez, de que, sólo en su pura y simple desaparición, residiría la
única chance de inmortalidad. La letra, he aquí el nuevo sujeto instaurado por la escritura.”
23. Jorge Luís Borges – Obras Completas – Tomo I – Editorial Emecé – Bs As – 1989 –
Página 566.
25. Jorge Luis Borges – Obras Completas – Tomo III – Editorial Emecé – Bs As – 1989 –
Página 274
Si bien cabe aclarar Bernstein y Kekes jamás discutieron sobre estos temas, ni se han
escrito correspondencia epistolar sobre la cuestión del mal, sus respectivos trabajos hablan
de dos maneras antagónicas de comprender el fenómeno. Si para Bernstein, el mal es
radicalmente ajeno al sujeto, idea que en consecuencia con Arendt presupone la existencia
de un mal de naturaleza, si se quiere banal, para Kekes es todo lo contrario. No se puede
hablar de un mal ajeno al sujeto, el cual lo toma y domina en forma activa, sino
simplemente de hechos malignos, acciones cometidas por el hombre, quien también a su
vez debe ser considerado, un agente moral.
El presente trabajo conceptual se encuentra inserto en una discusión profunda sobre las
causas y orígenes del mal, según dos exponentes de dos corrientes antagónicas de
pensamiento, la liberal y la conservadora. Ambas con sus aciertos y limitaciones proveen
un argumento diverso sobre las motivaciones que predisponen la maldad en el hombre. Aun
cuando, el terrorismo se visualiza como una faceta política ajena a la democracia, la
literatura vigente revela todo lo contrario. Existen fuertes evidencias que el terrorismo ha
nacido como una respuesta a ciertos resortes democráticos que han cercenado la expresión
de una minoría.[1] Los regimenes donde se da una desestabilización política importante, en
mayor o menor medida, son proclives a ataques que vulneran la integridad de ciertos
grupos en beneficio de otros. El mal se hace, políticamente, comprensible desde la figura
del terrorismo, empero tiene muchas caras. A diferencia de las posturas de Bernstein y
Kekes, nuestra tesis es que el mal exhibe un cambio radical en los valores éticos de una
sociedad, en pos de los roles y funciones de cada grupo. En realidad Nietzsche equivoca
radicalmente su diagnóstico del problema.[2] No es el mal ni el bien, resultado del ejercicio
de poder por parte de quienes se encuentran dominan o son subyugados, sino una estricta
expresión de la función del dominador. Partiendo de la base que el bien denota la
posibilidad de elegir no hacer un daño (aún teniendo la potestad para hacerlo), el mal opera
en el carril contrario. Es aprovecharse de una situación favorable para movilizar un daño
real o potencial sobre otra persona, grupo ético o sociedad. La desviación de por sí no es
causa de un acto maligno, sino de crimen o delito. Esperamos del ladrón que robe, o del
enemigo que nos mate en batalla, pero no de nuestros compañeros que nos asesinen por la
espalda o mientras dormimos. El mal se encuentra inevitablemente ligado a “la corrupción
de la función original”.
Por una cuestión de tiempo y espacio no vamos a dedicar una revisión a todos los
exponentes que han abordado el tema del mal. Nos detendremos sólo en aquellos
contemporáneos como Slavoj Zizek quien ha considerado a la posmodernidad como una
gran fuerza que ha tergiversado los valores éticos de lo que es bueno o malo. Un asesino
puede donar una cantidad de dinero abundante a una cadena rápida convirtiéndose en un
héroe mediático. La caridad, en tanto instrumento de adoctrinamiento político, tiene como
única función construir las bases de producción de las sociedades capitalistas. En este
sentido, el mejor curso de acción para un filósofo es no tomar partido por ninguna forma
subyacente de política.[3] Esta forma de ver la moral, le vale a Zizek la crítica de Pía-Lara,
quien argumenta que la sociedad debe evolucionar moralmente por medio de un juicio
reflexionante. Claro ésta, cualquier memoria sobre hechos traumáticos se encuentra
elaborada y sesgada, pero eso no impide observar que las contribuciones de Arendt no
fueron en vano. Según su postura, el juicio reflexionante no solo ayudaría a las sociedades a
comprender hechos que por su extrema maldad se encuentra fuera de toda comprensión,
sino que además sentaría las bases para que no vuelvan a repetirse.[4] Eso plantea la
cuestión sobre si el terrorismo puede ser considerado un mal.
Franco Ferraz utiliza las contribuciones de Zizek para afirmar que el terrorismo es un gran
“productor” de inseguridades, y temores que funcionan irespectivamente de cualquier
amenaza real. El fundamentalismo islámico, lejos de tratarse de un verdadero sentimiento
que intenta retornar a los fundamentos de su fe, representa la expresión más fiel del
capitalismo globalizado. Una de las características del capitalismo tardío es el intento de
eliminar todo tipo de amenazas contra la vida. Se puede hablar de una producción sin
riesgo. Por ejemplo, consumimos cerveza sin alcohol, café sin cafeína, y el estado mayor
conjunto de Estados Unidos, apela a una guerra sin bajas. Por lo tanto, no hay diferencia
entre McDonald y la Jihad, ambas son parte de la misma moneda.[5]
Alex Bellamy sugiere que el terrorismo debe ser considerado un crimen debido a que
desafía todos los códigos y las reglamentaciones vigentes respecto a como debe ser llevada
una guerra, para evitar el mayor daño posible. Si bien, los terroristas no necesitan aniquilar
a toda una población, sus tácticas de ataque a civiles debe ser moralmente condenables por
todas las sociedades constituidas; aunque sus reivindicaciones puedan ser justas (ius ad
bellum), la forma de llevar a cabo sus objetivos es injusta (ius in bellum).[7] Sin embargo,
no todos los especialistas adhieren a esta postura. Para Jean Baudrillard, los terroristas
islámicos no se mueven por odio, ni por venganza, sino por un sentimiento mucho más
corrosivo, por la humillación sufrida por Occidente.[8] El ataque al World Trade Center y
al Pentágono adquiere una fuerza simbólica que exhibe el grado de humillación al que
fueron sometidos las comunidades árabes, en parte porque Occidente les ha dado todo sin
pedir nada a cambio. L. Howie, en esta misma línea, considera que el terrorismo administra
el miedo de una forma paralizante. Los terroristas no desean exterminar a toda una
civilización, sino someter a toda esa civilización al imperio del terror. Una forma eficiente
de concretar dichos objetivos, es generar un impacto visual de gran envergadura empleando
la fortaleza occidental en su contra.
El estilo de vida industrial, con sus miles de lujos y conexiones, representa un campo fértil
para la planificación de ataques en un futuro cercano. Lo que aterra a las sociedades
occidentales, no es el ataque en sí, sino la impotencia de no poder controlar y precisar
cuando será el próximo golpe.[9] Si una guerra clásica identificaba a los enemigos de un
lado y del otro de la muralla, la acción terrorista pone al ciudadano frente a su otro-igual de
manera de reducir al máximo posible la confianza entre ambos. Los grupos “terroristas” son
excelentes administradores de la “incertidumbre”. Lo significativo parece ser la gradual
perdida de las garantías democráticas que experimentan los estados en proceso de
convulsión y/o clivaje. Enraizada en una relación previa de odio, el terrorismo implica dos
grupos en pugna, una facción que intenta imponer un mensaje político por la fuerza y un
estado que incapaz de ejercer los mecanismos necesarios para preveer el próximo golpe,
apela a la tortura como única arma. Pilar Calveiro (2009) ha explicado que en los últimos
años, los países industriales han cercenado las libertades individuales de sus propios
ciudadanos legalizando y ampliando las penas por delitos internos, a la vez que han
fortalecido las fronteras para detener a los supuestos “grupos terroristas”. En particular,
existe una tendencia a introducir definiciones abstractas y laxas sobre el terrorismo y el
crimen con el fin de lograr el mayor nivel de adoctrinamiento posible. La gran cantidad de
detenidos por actos de terrorismo dentro y fuera de US, no son declarados ni se les brinda la
minima asistencia según los reglamentos firmados. A la vez que se auto-proclama como
cuna de la democracia, los Estados Unidos no solo no ratifican los convenios que ellos
mismos imponen, sino que caen en violaciones sistemáticas a los derechos humanos. El
terrorismo es funcional a los intereses políticos y económicos de las elites burguesas.[10]
Por último y no por ello menos importante, Nilo Batista llama la atención sobre la
jurisprudencia legal que cae sobre un acto terrorista. La regulación vigente contempla al
fenómeno como un acto político que atenta el orden de lo instituido pero no depara en otra
clase de crímenes que se cometen dentro del estado mismo.[11] Adentrarse, entonces en el
tema de los derechos humanos, es indagar en las causas sociopolíticas de la tortura en
contexto de emergencia.
La tortura
El liberal Michael Ignatieff propone reducir los efectos negativos del terrorismo, por medio
de su tesis del mal menor. Una de las cuestiones que más aterra a los americanos no solo es
el terrorismo y sus consecuencias imprevisibles, sino que ellos mismos pueden
transformarse en lo que más detestan. Desde su visión, sólo la democracia, por ser auto-
regulativa, puede subsanar los abusos de poder por parte del estado en momentos de
incertidumbre. Es un hecho, que sólo a veces, los estados estarán tentados a cortar ciertas
libertades. Si ninguna sociedad puede evitar los crímenes injustos, la regulación
institucional es la única herramienta ética de la democracia para corregir los abusos.
Partiendo de la base que los derechos se pierden según los actos (derecho a la libertad),
Ignatieff propone que los derechos humanos pueden ser definidos, como aquellos que
independientemente de la atmósfera política o los sentimientos de la opinión pública siguen
siendo parte del sistema jurídico de una nación, aplicables a todos los grupos que
conforman ese colectivo. No obstante, los derechos tienden a desvanecerse en momentos de
inestabilidad. El cuidado de la mayoría implica pequeños sacrificios sobre las minorías.
a) Nacional: se suspenden todas las garantías constitucionales hasta nuevo aviso, caso de
las dictaduras latinoamericanas o los toques de queda.
M. Ignatieff resalta que no es extraño que ante la decisión de intervenir sobre el próximo
ataque terrorista, los estados (incluso los democráticos) recurran a la tortura. El resultado,
sin embargo, puede tener consecuencias que a largo plazo son impredecibles. Puede lograr
resentimiento por parte de las víctimas, o incluso las minorías que hasta ese momento
cooperaban con el gobierno, pueden negarse a seguir haciéndolo.
La tesis del mal menor provee en la discusión, un elemento moral nuevo que puede resolver
la disputa entre puristas morales y realistas. Si el deber máximo de la democracia es
garantizar la deliberación como forma de relación política, entonces, se asume que por un
lado, tratan de construir instituciones libres que garantizan la libertad por la aplicación del
miedo y la coacción; pero por el otro, pone ciertos reparos para reducir al mínimo los
efectos de su adoctrinamiento sobre las personas libres. A la vez, dicho en otros términos,
que da una libertad (sujeta al temor), pone en funcionamiento toda una serie de derechos
que controlan, regulan, y reducen ese grado de coacción a lo estrictamente necesario.[12]
La pregunta que Ignatieff no se hace, ¿es hasta que punto la tortura es un instrumento útil al
bienestar de la mayoría?
Desde una perspectiva innovadora, S. Parker trae a la discusión el tema de la tortura como
una cuestión instrumentalista. El torturador tiene la esperanza de poder terminar con el
terrorismo y poder conseguir información certera que evite el próximo ataque. Desde el
momento, en que el “terrorista” es desprovisto de todo derecho y sentido de humanidad,
entonces el estado considera que la misión del torturador es loable. Pero esta quimera
instrumentalista se derrumba cuando el torturador falla en su misión. Primero porque en la
mayoría de los casos, el torturado para frenar la agonía da información incorrecta, en otras
porque puede optar por morir y no decir nada. Como es de esperar, el ataque se produce y
el torturador cae en desgracia ya que es torturado por su propia culpa.[13] El terrorismo y la
guerra tienen la particularidad de tergiversar todas las relaciones sociales. Uno de los
problemas centrales de los países industriales es que no saben cuando y como será el
próximo ataque.[14] El terrorismo, opera por medio del temor pero sobre escenarios
siempre futuros o pseudo-eventos, tal vez no dejando claro el panorama de lo que es “lo
estrictamente[15] necesario”. Este sentimiento de indeterminación conlleva a la creación de
una dialéctica en donde el estado recurre a la violencia y represión para poder identificar a
los “insurgentes” quienes a su vez son empujados por el sistema parlamentario a la
clandestinidad.[16]
De manera forma convincente, en antropólogo francés Marc Augé afirma que a diferencia
de la batalla, la guerra desdibuja sus causas reales alimentando la sensación que lo peor está
realmente por suceder. Nadie sabe cuando y porque empieza una guerra ya que ella se
mueve por sus efectos o consecuencias.[18] En forma complementaria, G. Skoll advierte
que en la historia, el adoctrinamiento, la dictadura y el miedo han sido viejos conocidos.
Empujado en una dicotomía insalvable, el capitalismo moderno como el Imperio romano
está entre extenderse hegemónicamente y desaparecer o implosionar. La arquitectura del
temor se basa en el pánico que genera la repetición del evento traumático desde donde el
mundo político teje su discurso.[19] Preguntarse sobre si la democracia puede subordinarse
a intereses corporativos es casi una tautología, ya que ella misma es un producto residual de
las corporaciones capitalistas. ¿Puede hablarse entonces de una ilusión de la
democracia?[20]
El texto de G Skoll nos es útil para discutir en los términos que Ignatieff intenta postular su
guerra contra el terror. Su tesis sobre el mal menor se encuentra sobre dos errores
fundamentales. El primero y más importante, parece ser la condición por la cual se declara
la guerra, y por lo tanto sus efectos a largo plazo. G Friedman en este sentido, sugiere que
el ius ad bellum requiere de un objeto cierto y claro sobre el cual se gestiona la declaración
de guerra. No solo tener claras las causas de la movilización, sino los objetivos, los
enemigos. Cuando la administración Bush declara la guerra contra el terror, no solo está
desdibujando los objetivos sino también los medios para alcanzar dichos objetivos.
Declararle la guerra al terror puede ser equiparable a intentar combatir a temas universales
como el amor, la injusticia o la libertad. El terror, en este caso, adquiere una naturaleza
difusa y abstracta. Curiosamente, Ignatieff acepta la guerra contra el terror como una
realidad per se. Este hecho lo lleva a contradecir su propio discurso, sobre todo cuando
sugiere que la emergencia necesita límites finos y temporales que definan de ante mano las
atribuciones del ejecutivo para interpelar posibles sospechosos. Si el mismo objeto sobre el
cual se declara la guerra no tiene fronteras, ni mucho menos forma específica, es difícil
prever cuanto tiempo durará la guerra.[21]
Auschwitz y los horrores perpetrados contra la población civil luego de la segunda guerra
no escapan a la esencia humana, pero de alguna forma marcaron un antes y un después en
la vida de Europa. Comprender que es y como opera el mal, es para el filósofo americano
Richard Bernstein,[23] no solo abordar los espantos del genocidio sino además la
construcción del “mal radical”. Centrando en el legado de la filosofía de H. Arendt,[24]
Bernstein argumenta que existe una gran dicotomía respecto a la idea del mal. Podemos ver
en el ser humano una creación buena destinada a corromperse con el tiempo, o todo lo
contrario. El hombre no es ni bueno ni malo, sino que se aferra a buenas o malas máximas
que condicionan su comportamiento. Son nuestras inclinaciones, creadas por la voluntad
personal y no las reglas culturales las que nos llevan a la maldad. Esta disposición no se
encuentra determinada causalmente, sino que comprende una naturaleza azarosa. El malo
puede ser definido como aquel que sacrifica el orden moral en manos de los incentivos
mientras el bueno, desoye los mandatos del deseo personal en pos de la moral; pero agrega
Bernstein, no basta con ello, se requiere de una desarrollo superador.
Una persona puede dejar de ser malo y transformarse en bueno, o lo que es más complejo
puede manipular la ley a su favor. “Un canalla” puede hacer lo que está escrito en la ley a la
vez que una buena persona puede transgredirla para ayudar a los demás. La ley, de ninguna
forma, es condición de moral. Esta idea estará presente no solo en la mayoría de los
pensadores alemanes de los siglos XIX y XX, sino que sentará las bases para la
transformación política del orden ético que posibilitará el Tercer Reich. En su propia
definición, el hombre no era ni bueno ni malo por naturaleza, sino que accedía a esas
categorías en base a dos conceptos claves, la decisión (orientación) y la volición
(predisposición).
Las condiciones del mal pueden ser dos, la primera y escondida en su texto es, Auschwitz
sólo podría haber sido posible gracias a relativismo moral de la filosofía germana, iniciado
por Kant y culminado por los existencialistas. Segundo, nuestra concepción del mal está
construida en cimientos débiles, la mayoría de ellos prejuicios que nos llevan a condenar
aquello que no comprendemos, o a demonizarlo. La dificultad del pensamiento humano
para definir y comprender al mal.
A un mal radical se le yuxtapone un mal banal, caracterizado por la falta de pensamiento
crítico y la superficialidad. Bernstein, acertadamente, retoma la discusión sobre la
intencionalidad que el mal despierta como la única solución posible a aprender las
lecciones encriptadas en la historia. No hay que subestimar la influencia ni nuestra
propensión al mal, cada acto trágico requiere esfuerzos particulares para comprender las
circunstancias y alcances de ese evento.
Berel Lang argumentó que no se puede decir que Auschwitz sea un ejemplo de maldad
extrema. En principio, porque todo mal se constituye como una categoría extra humana
nacida de la especulación. Hablar de una historia del mal es banalizarlo. El pasado está
compuesto por hechos, los cuales se interpretan de tal o cual forma, a veces hasta formar
construcciones ideológicas como la memoria. Si queremos aprender de los errores u
horrores morales como Auschwitz u otras violaciones a los derechos humanos, debemos
crear una historia basada en hechos reales, cometidos por personas reales. Todo mal es
siempre absoluto, irreductible a las variables del hombre por lo tanto permanece fuera de la
historia. No puede darse un mal menor a otro; el mal es siempre extremo en su génesis. Al
conferirles a los genocidios el aura de la maldad extrema, estamos implícitamente
demonizando hechos perpetrados por seres humanos, repudiables y condenables desde la
ley secular. La paradoja señalada por Lang que Bernstein no puede resolver, es que, si
Auschwitz representa al mal radical entonces no es punible desde el punto de vista legal, y
si lo es, entonces es sólo una cuestión de tiempo que vuelva a repetirse. Auschwitz como
hecho histórico tiene una causa que conlleva a una consecuencia. Por ese motivo, Lang
advierte que todo hecho registrado en un pasado, por más honorífico que pudiera parecer y
dadas ciertas condiciones, vuelve a repetirse a lo largo del tiempo. Por el contrario, si
Auschwitz fuese un producto del mal extremo, entonces no habría responsables sobre lo
sucedido. Si el mal habita en todos, entonces no habita en nadie.[25] De este tema, se
ocupará otro “filósofo senior” desde una perspectiva legal-conservadora, John Kekes,
emérito de Universidad de Albany, en Estados Unidos.
Berel Lang
A diferencia de Bernstein, John Kekes considera que el mal es toda aquella acción que
atente contra el bienestar universal humano. Kekes no solo explora la relación del hombre
con el mal, sino con las consecuencias de sus propios actos. Si el efecto es dañino para
otros, entonces el acto es maligno.[26]
Desde la perspectiva conservadora, Kekes explica que el mal es una cuestión multi-causal,
enraizado en la naturaleza misma del hombre, añadiendo un componente más. Los hombres
cometen actos horribles, pensando, convencidos, que están haciendo lo correcto.
Particularmente, describe al mal como una “contradicción permanente” al bienestar
humano determinado por la misma acción del hombre. El mal opera tanto en las
propensiones humanas como el odio, el temor, la codicia, como en los respectivos esfuerzos
para atacarlo. Cuando la acción del hombre se encuentra cegada por la fe (aceptación
ciega), la cual se limita sólo a aceptar el plan de todas las cosas, entonces sus consecuencias
pueden ser imprevisibles. Kekes, vale aclarar, no afirma que el mal nace de la religión, ni
mucho menos, sino que en la fe (tanto religiosa como secular) los “hacedores del mal”
encuentran una justificación última a sus actos, ya que los mismos no pueden ser
cuestionados por la razón. Cuando la fe se encuentra bajo amenaza, o se auto-percibe en
peligro es proclive a desarrollar contra-reacciones violentas. ¿Cómo podemos entender que
personas preparadas para la protección de una nación pueden llevar a cabo crímenes
horrendos contra quienes deben proteger?[27]
Siguiendo este razonamiento, los militares argentinos no obedecían órdenes como pretende
demostrar la tesis de la “obediencia debida”, sino que según los testimonios, un gran
número de ellos estaba convencido que la lucha contra la guerrilla debía hacerse en sus
mismos términos y condiciones, violando la legislación vigente (tesis del mal menor). Más
aún, los militares argentinos se autoproclamaban protectores últimos del orden nacional,
decididos custodios del bienestar colectivo. Sus actos aunque condenables estaban
justificados porque según ellos salvaban la vida de otros miles de argentinos. El golpe de
estado era una herramienta persistente en la historia argentina, para mover de la discusión a
aquellos grupos políticos que según los círculos castrenses atentaban contra el orden social
(ideal caballeresco). Segundo, al haberle declarado la guerra a la “subversión”, se cayó en
la peor de las ilusiones, la falta de un enemigo claro. Esta falta de objetivos mensurales
prolongó las condiciones necesarias para que la tortura, y el asesinato clandestino se
transformaran en prácticas sistemáticas inherentes pero escondidas al resto de la
ciudadanía. Tercero, la sub-humanización de los prisioneros llamados “subversivos”
capturados permitió romper el cuestionamiento moral de los propios militares respecto a la
tortura. Si la tortura alcanzaba las metas de conseguir la información necesaria para evitar
los próximos golpes, entonces toda violencia estaba justificada. No se hablaba de asesinatos
en términos legales propiamente, sino de métodos que deberían prevenir un mal mayor. En
perspectiva, Kekes se pregunta ¿podría un militar rehusarse a torturar a un prisionero,
corriendo él mismo el riesgo de ser torturado?
La pregunta así formulada parece ilustrativa, pero es falsa. A diferencia de algunos nazis,
los militares argentinos estaban convencidos que su causa era la correcta, y que el otro
representaba la corrupción y el mal que congeniaban para desestabilizar la paz social.
Siendo ellos mismos protectores del orden, el militar estaba preparado para “hacer lo que
hay que hacer” cuando la patria lo demanda. Ser militar ofrecía no solo una forma moral de
vida, sino una mentalidad específica de camaradería y dedicación conjunta. La idea de un
bien común, exige pensar en su contralor, un mundo externo corrupto y amenazante.
Obviamente, que no había ninguna diferencia con la forma de pensar de los grupos
separatistas. Además, muchos grupos militares de otras naciones son socializados en estos
valores, eso no implica que cometan los mismos crímenes. De pasar a ser la séptima
economía del mundo en 1910 a un país periférico para la década del 70, los argentinos
estaban acostumbrados a todo tipo de frustraciones. Para ese entonces, el país se encontraba
muy politizado y dividido por varias clases (que pugnaban entre sí sin un rumbo fijo) como
ser la Iglesia Católica, los sindicatos, los políticos, profesionales urbanos, industriales y
militares. Todos estos grupos luchaban entre sí por mayores cuotas de poder, pero sin
intereses definidos. A diferencia de otros países donde los sistemas económico productivos
estaban determinados por aristocracias, estos colectivos habían adquirido una consciencia
de clase, pero habían fallado en formar una aristocracia. Sus alianzas eran temporales y por
lo general se fracturaban. El otro era concebido como un enemigo que debía ser aniquilado;
la lucha por el poder no se llevaba a cabo en términos económicos de mercado, sino desde
una perspectiva moral. En estado de conflicto permanente, la política argentina estaba
determinada en puntos opuestos donde los buenos peleaban contra los malos. Cada grupo se
reservaba para sí la figura del héroe, defendiendo sus propias concepciones pero atacando
al otro, como portador de la inmoralidad. Aun cuando se pueda comprender las causas que
llevaron a estas personas a cometer actos horrendos, no se los puede deslindar de
responsabilidad alguna. El mal tiene muchas raíces: el egoísmo, la fe ciega, la ideología, la
complacencia, la frustración constante, el resentimiento, y como en el caso de los militares
argentinos, el sentido del honor. Si la maldad a menudo, requiere talento, independencia,
fortaleza y dedicación, como cualquier persona, los hacedores del mal quieren ser buenos
en lo suyo, que es infligir sufrimiento a otro.
En estos términos, entonces es imposible discutir fuera del decisionismo político. Digamos
que si Kekes acepta que los Nazis hicieron el mal por sus consecuencias, entonces asume
que muchos de los oficiales tenían noción de lo que estaban haciendo, eran conscientes de
sus actos y de los efectos; y si no lo eran, como el caso documentado de Eichmann, la
condena moral se corresponde por lo que han hecho y no con lo que pensaban sobre lo que
hacían (acuerdo/desacuerdo). La pregunta que Kekes no puede responder es ¿qué hubiese
pasado si los nazis o los militares argentinos continuaban ejerciendo el poder en forma
interrumpida hasta nuestros días?
El efecto es el resultado visible del acto maligno; empero, aquí nace el problema sustancial
en su argumento. Si la consecuencia de un acto se constituye en tanto exista testimonio del
efecto, esa forma de pensar lleva a una idea de por si peligrosa, no existe acto criminal sin
cuerpo. ¿Puede un acto sin efecto maligno ser considerado en calidad de tal?, ¿es el mal
algo inherente a la acción?. Indubitablemente, el racionalismo nos hace creer que sí, pero
nos sitúa en un dilema de difícil resolución. Además, como replica Frankfurt, ¿puede una
persona cuya decisión está condicionada por la coacción ser responsable de los efectos que
genera esa decisión? Por ejemplo, si un prisionero de guerra es obligado a asesinar a otro,
bajo de amenaza de perder la vida si desobedece, ¿puede ser responsable moral por el
asesinato?. Un borracho que atropella a una persona mientras conduce su auto puede elegir
embriagarse pero no asesinar, aún así es responsable por el asesinato, porque simplemente
ha elegido en libertad absoluta tomar alcohol. Empero, cuando se coacciona a una persona
para que logre determinado fin, esa persona no es libre de elegir tal o cual curso de
acción.[29] La intención y las condiciones sobre las cuales se toma la decisión son dos
aspectos trivializados por Kekes. Argumentando, sobre la aleatoriedad de los eventos,
Kekes dice, no todas las personas que están bajo coacción acceden a dañar a otro. Pero, si
yo, como agente moral, condeno una actitud por su efecto, no por su intención, caigo en la
quimera de evitar juzgar la voluntad. Según la postura de Kekes, no queda del todo claro si
los ideólogos de los campos de concentración tienen la misma responsabilidad que los
ejecutores. Inocentemente, Kekes supone que los ideólogos (aun cuando no hayan matado a
nadie con sus manos) estaban convencidos de su decisión, de la misma forma que los
ejecutores.
Ética y angustia: el problema del crimen
Un análisis profundo nos muestra que Kekes confunde dos términos que poco tienen que
ver entre sí, el mal con la criminalidad. El criminal es responsable por sus actos, pero
Kierkegaard ya nos ha enseñado en Temor y Temblor que no todo crimen es un acto
maligno. Abraham se dispone a cometer un crimen, el asesinato de su propio hijo que es
dado en sacrificio a dios, pero no en búsqueda de un bien personal como Agamenón, sino
porque Dios mismo se lo pide. ¿Puede acusarse a Abraham de asesinato?, reflexiona
Kierkegaard en voz alta. Para la ley secular de hecho lo es, ¿empero cuales son las
motivaciones psicológicas de Abraham? [30]
Kierkegaard afirma que “los límites de la fe” van más allá de la locura o de la angustia;
usando como ejemplo a Abraham quien casi sacrifica a su propio hijo en honor a Dios,
Kierkegaard sugiere que
[…] la conducta de Abraham desde el punto de vista moral se expresa diciendo que quiso
matar a su hijo, y, desde el punto de vista religioso, que quiso sacrificarlo; es en esta
contradicción donde reside la angustia capaz de dejarnos entregados al insomnio y sin la
cual, sin embargo, Abraham no es el hombre que es.[31]
De esta cita, se desprenden dos interpretaciones: en su naturaleza no estética la fe no
permite mirar a la imposibilidad de frente sino que presupone la propia resignación ante lo
trágico, ante la desgracia. La fe es una especie de consuelo frente a la finitud y la
limitación; en un punto, utilizo mis fuerzas para renunciar al mundo y por eso no puedo
recobrarlo; pero a la vez recibo lo resignado en “virtud de lo absurdo”. El temor y la
ansiedad surgen como respuestas cuando el sujeto se releja frente a lo individual y
subjetivo. La razón paulatinamente comienza a declinar frente al advenimiento de la fe. Si
el sujeto reivindica su singularidad frente al universo, entonces cae en pecado, lo cual no es
otra cosa más que un reclamo por lo propio contradiciendo las reglas universales.[32]
¿Entonces como podríamos tipificar el sacrificio de Abraham?
A diferencia del rey griego Agamenón, Abraham no pide nada a cambio, no quiere
negociar, sólo acata la orden del máximo creador. No teme ni se angustia, su destino no
tiene alternativa. Kierkegaard, entonces, nos recuerda que el temor y la ansiedad surgen
como respuestas al momento en que el sujeto se abandona a lo individual y en consecuencia
se desprende de lo infinito, lo niega o lo anula temporalmente. La fe le confiere al hombre
una expectativa por la cual no debe abandonarse a sus deseos individuales. Ahora bien, si
partimos de la base que la fe se disocia de la esfera ética, entonces entramos en un nuevo
dilema filosófico. ¿Es el pecado ajeno a la voluntad de Dios?, ¿podemos matar sólo porque
Dios lo dice?, ¿y en tal caso, quien interpreta su voluntad?, ¿no es eso una clase de
fundamentalismo religioso?. Estas preguntas, así formuladas, sugieren que la fe implica un
declinar de la razón. Abraham no peca por querer matar a su hijo, ya que no es presa de su
propia voluntad, sino por un designio de su creador; no tiene manera de poder evitar el
mandato de quien ha creado el mundo. Si héroe es conducido y admirado por su virtud
moral, el caballero suspende la esfera moral para saltar hacía la última fase de evolución, la
religión. En consecuencia, el héroe trágico necesita llorar su pérdida por tanto que renuncia
a lo cierto por lo más cierto; en cambio el caballero de la fe no lamenta su acción.
La tensión entre la esfera ética y estética se resuelve por medio del secreto. Si Abraham
hubiese revelado a Sara que iba a asesinar a Isaac en sacrificio, seguramente ella lo hubiera
evitado. Lo demoníaco, para Kierkegaard se encuentra subordinado a los siguientes
aspectos:
a) Una tendencia a rehusarse a ser compadecido por una falta que no es propia
Hay dos preguntas que ni Bernstein ni Kekes se formulan en sus respectivos debates.
¿Porque amamos a Dios y tememos al demonio?. Una lectura simplista se sitúa en la
afirmación que el primero busca nuestro bienestar, mientras el segundo la ruina. Para poder
responder a estas preguntas, vamos a combatir en el mismo territorio de Kekes, tomando
como ejemplo la rebelión de Lucifer. Si uno quiere, un mito cuya significación revela la
razón que los cristianos y muchas otras religiones monoteístas, dan al mal. Cuenta la
leyenda que Lucifer se revela contra Dios objetándole no solo la formas en las cuales éste
organizaba el universo, sino la posición preponderante que el amor tenía respecto a la razón
(Ver Capitulo 64 Libro de Urantia). El ángel rebelde le increpa a Dios que el universo se
encontraba en un completo caos, debido a la preponderancia de lo emocional sobre lo
racional. En parte, Lucifer podría de haber tenido razón, pero su argumento se transforma
en excusa (válida) respecto a la antesala del mal. Cabe aclarar, Lucifer era uno de los
ángeles más perfectos, bellos y amados por Dios, cae en la contradicción de su propio
resentimiento (como bien explica Kekes) por creerse más que el creador, pero ese no es,
necesariamente, el origen del mal. Lucifer había sido encomendado a cuidar a la humanidad
como Querubín Protector. Desde que se revela hasta su final caída en manos de Miguel,
Lucifer añora la destrucción de quien en principio era benefactor, del hombre. Esta lectura,
que Kekes diría es religiosa y especulativa sobre mal, es también científica y antropológica.
El protector y el protegido están unidos por el vínculo de la debilidad. Quien protege goza
de cierta fortaleza, de la cual adolece quien debe ser protegido. El mal no está determinado
por el resentimiento que Lucifer siente, por el amor de Dios al hombre, sino por el hecho de
verse vulnerado por quien en los papeles es inferior. Lucifer ya no desea proteger al
hombre, misión encomendada por Dios, sino destruirlo. Su razón original de ser ha mutado,
se transformado, se ha corrompido en algo nuevo. La perversión de los valores éticos por
medio del cual el protector se transforma en victimario, es no solo en el cristianismo sino
en casi todas las religiones, la característica esencial del mal. Los antiguos poetas griegos
describen como maligno el hecho de aprovecharse de un huésped o de asesinarlo en
condición de indefensión. En la literatura del derecho romano, el agravante que lleva a que
un crimen sea aceptable o repugnante es la posición del victimario, y la indefección de
quien es la víctima. El mal radica en la tergiversación de los valores éticos que llevan a que
el protector utilice su posición dominante para infligir un daño a quien queda subordinado.
A la vez que el cristianismo considera bueno a Dios porque teniendo todos los recursos
para destruir a la humanidad elige no hacerlo, considera malo a Lucifer, por la corrupción
de su rol original. Podemos esperar de nuestros enemigos lo peor, pero no de nuestros
amigos. Durante muchos años muchos filósofos vieron en la rebelión de Lucifer muchas
cosas. Algunos cuestionaron la omnipresencia de Dios, mientras otros la idea de un amor
benefactor. En forma elocuente, si Dios era tan poderoso porque no ha eliminado a Lucifer
luego de su traición?, ¿siendo Dios el creador mismo del mal, deberíamos admitir que en
Dios también habita el mal?, tal vez, admitían algunos ¿no estamos hablando de una
entidad todopoderosa, sino de un dios impotente?
En un trabajo que combina filosofía con teoría etnológica, M. Korstanje explica que la
antigua creencia religiosa que indica, Dios decide no exterminar a Lucifer a pesar de su
ofensa, tiene que ver con esta misma idea. Dios da la vida a Lucifer, su rol original es dar
vida, no quitarla. Si Dios hubiese accedido a su impulso natural de destruir a su propia
creación (como lo hubiese hecho Zeus u otro dios), hubiese sucumbido ante la esencia
misma del mal (como aquel padre que asesina a su propio hijo). Aun teniendo las
posibilidades técnicas de hacerlo, decide perdonarle la vida desterrándolo fuera de los
límites del centro ejemplar. Las sociedades respetan los roles originalmente asignados para
poder funcionar correctamente. Cualquier aspecto que atente contra el funcionamiento,
como las hambrunas, la muerte de los hijos, la infertilidad u otro problema demográfico
serio, es simbolizado bajo el arquetipo del mal.[36]
Conclusión
Nuestra tesis, apela a que el mal es una construcción humana por medio de la cual las
sociedades pueden darle funcionalidad a sus sistemas de producción. Las personas, los
grupos y las clases funcionan sólo sí adquiere para si el rol que les ha sido asignado. El
policía protege a la ciudadanía, a la vez que el médico busca el bienestar de su paciente, el
clérigo ofrece la salvación eterna, y científicos están a disposición de la verdad. El mal
radica en la subversión, la corrupción (por la causa que sea) de los roles fundamentales y
originales de la sociedad. Precisamente, cuando a favor del rol que ejercen, el policía roba,
el científico miente en sus hallazgos, el médico enferma a sus pacientes, estamos en
presencia del mal. Según el rol, los efectos sobre el resto del tejido social pueden ser de
mayor o menor impacto.
*Maximiliano E. Korstanje
Las fotografías son propiedad de Damon Winter que hemos tomado para ilustrar el artículo:
http://www.damonwinter.com/
Bibliografía General
Notas:
[1] Skoll, G. “Meaning of Terrorism,”. International Journal for The Semiotics of Law.
Vol. 20, pp. 107-127, 2007. – Ignatieff, M. El Mal Menor. Ética Política en una Era de
Terror. Taurus, Bogota, 2005. Korstanje, M. “¿Por qué a la industria del turismo le
preocupa el terrorismo?”. Revista Turismo y Sociedad (Anuario). Vol XII, 2011a: 147-167.
– Piazza, J.. “Rooted in Poverty?: terrorism, poor economic development, and social
Cleavages”. Terrorism and Political Violence. Vol 18, 2006, pp. 159-177.
[2] Nietzsche, F. Más Allá del bien y del Mal. Alianza Editorial, Barcelona, 2005
[3] Zizek, S. (2009). Violencia. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2009.
[4] Pia Lara, M. Narrating Evil: a post methaphysical theory of Reflexive judgement.
Gedisa, Barcelona, 2009.
[5] Franco-Ferraz, M. C “Terrorismo: nos, o inimigo, e o outro”. En Terrorismos. Editado
por Pasetti y Oliveira: EDUC, San Pablo, 2006, pp. 37-55
[6] Glucksmann, A. El Discurso del Odio. Taurus, Bogotá, 2005.
[7] Bellamy, A. Guerras Justas, de Cicerón a Iraq. FCE, México, 2009.
[8] Coulter, G. Jean Baudrillard: from the Ocean to the desert or the Poetics of Radicality.
New Smyrna Beach, Intertheory Press, Florida, 2012.
[9] Howie, L. Witnesses to Terror: Understanding the Meanings and Consequences of
Terrorism. Palgrave Macmillan, Hampshire, 2012
[10] Calveiro, P. Violencias de Estado. La Guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen
como medios de control Global, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009
[11] Batista, N “Reflexoes sobre Terrorismos”, en Terrorismos Editado por Pasetti y
Oliveira: EDUC, San Pablo, 2006, pp. 13-36
[12] Ibidem, pp. 70
[13] Parker, S. “Almas Torturadas”. En Kaye S. La Filosofía de Lost, la isla tiene sus
razones. Libros el Zorzal, Buenos Aires, pp. 137-148, 2010
[14] Johnson, C. Blowback. Costes y Consecuencias del Imperio Americano. Laetoli
Editorial, Barcelona, 2004.
[15] Baudrillard, J. “Virtuality and Events: the hell of power”. Baudrillard Studies. Vol. 3
(2). July. Availabe at http://www.ubishops.ca/BaudrillardStudies/. Bishop´s University,
Canada. Version translated by Chris Turner, 2006
[16] Piazza, J.. “Rooted in Poverty?: terrorism, poor economic development, and social
Cleavages”. Terrorism and Political Violence. Vol 18, pp. 159-177, 2006
[17] Schmid, A. “Frameworks for Conceptualizing Terrorism”. Terrorism and Political
Violence. Vol. 16, Número 2, pp. 197-221, 2004
[18]Augé, M. Diario de Guerra. El Mundo después del 11 de Septiembre. Gedisa,
Barcelona, 2002.
[19] Skoll, G. “Meaning of Terrorism,”. International Journal for The Semiotics of Law.
Vol. 20, pp. 107-127, 2007
[20] Friedman, G. The Next Decade. Doubleday, New York, 2011.
[21] Idem, p 35
[22] Castoriadis C. Lo que Hace a Grecia. De Homero a Heráclito. FCE, Buenos Aires
2006.
[23] Bernstein, R. El Mal Radical. Una indagación filosófica. Ediciones Lilmod, Buenos
Aires, 2004.
[24] Arendt, H. Los Orígenes del Totalitarismo: antisemitismo. Volumen I. Alianza,
Madrid, 1987a. – Arendt, H. Los Orígenes del Totalitarismo: Imperialismo. Volumen II.
Alianza, Madrid, 1987b. – Arendt, H. Los Orígenes del Totalitarismo: Totalitarismo.
Volumen. III. Alianza, Madrid, 1987c. – Arendt, H. Responsibility and Judgment. Shocken
Books, New York, 2005 – Arendt, H. Eichmann en Jerusalén. Editorial Debolsillo,
Barcelona, 2006.
[25] Lang, B. The Future of Holocaust, between history and memory. Cornell University
Press, Ithaca, 1999
[26] Kekes J. Las Raíces del mal. El Ateneo, Buenos Aires, 2006
[27] Ibidem, p. 19
[28] Ibidem, Capítulo III
[29] Frankfurt, H. La Importancia de lo que nos preocupa. Katz, Buenos Aires, 2006.
[30] Kierkegaard, S. Temor y Temblor. Losada, Buenos Aires, 2003.
[31] Ibidem p. 35
[32] Ibidem. P 66
[33] Maldonado-Ortega, R. “Kierkegaard y la Filosofía existencial”. Psicología desde el
Caribe. Num. 7, 2001, pp. 103-108.
[34] Zizek, S. Violencia. FCE, Buenos Aires, 2009
[35] Levinas, E. Dios, la Muerte y el tiempo. Catédra, Madrid, 1994