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“1. Toda persona tiene derecho a la libertad de conciencia y de religión. Este derecho implica la
libertad de conservar su religión o sus creencias, o de cambiar de religión o de creencias, así
como la libertad de profesar y divulgar su religión o sus creencias, individual o colectivamente,
tanto en público como en privado.
2. Nadie puede ser objeto de medidas restrictivas que puedan menoscabar la libertad de
conservar su religión o sus creencias o de cambiar de religión o de creencias.
3. La libertad de manifestar la propia religión y las propias creencias está sujeta únicamente
a las limitaciones prescritas por la ley y que sean necesarias para proteger la seguridad, el
orden, la salud o la moral públicos o los derechos o libertades de los demás. (...)”.
En su dimensión subjetiva interna, según hemos dicho, la libertad religiosa "supone la capacidad
de toda persona para autodeterminarse de acuerdo con sus convicciones y creencias en el plano
de la fe religiosa" (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 10). En su dimensión subjetiva externa, la
libertad religiosa involucra la libertad para "la práctica de la religión en todas sus manifestaciones,
individuales o colectivas, tanto públicas como privadas, con libertad para su enseñanza, culto,
observancia y cambio de religión" (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 10), siempre que no se
"ofenda la moral ni altere el orden público" (artículo 2°, inciso 3, de la Constitución); lo que genera
el principio de inmunidad de coacción según el cual "ninguna persona puede ser obligada a actuar
contra sus creencias religiosas; es decir, que no podrá ser obligada o compelida jurídicamente a
obrar de manera opuesta a dichas convicciones" (STC 3283-2003-AA/TC, fundamento 19).
13.La Constitución también reconoce una dimensión negativa de la libertad religiosa en cuanto
derecho subjetivo, contenida en el artículo 2°, inciso 19, de la Constitución, conforme al cual toda
persona tiene derecho "a mantener reserva sobre sus convicciones ( .) religiosas".
14. De otro lado, el derecho de libertad religiosa tiene una dimensión objetiva contenida en el
artículo 50° de la Constitución, que determina por un lado el principio de laicidad del Estado y, de
otro, el principio de colaboración entre el Estado y las confesiones religiosas. Ya ha dicho este
Tribunal que la “Constitución junto con el principio de laicidad del Estado, considera importante el
componente religioso perceptible en la sociedad peruana y dispone que el Estado preste su
colaboración a la Iglesia Católica y que pueda establecer formas de colaboración con las demás
confesiones, introduciendo de este modo el principio de colaboración entre el Estado y las
confesiones religiosas" (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 29). Y también ha destacado este
Tribunal "el término "colaboración" que emplea la Constitución indica que nuestro modelo
constitucional no responde ni a los sistemas de unión, ni a los sistemas de separación absoluta
entre el Estado y las confesiones La colaboración entre el Estado y las confesiones religiosas es
un lugar de encuentro equidistante de la unión y la incomunicación entre ellos" (STC 06111-2009-
PA/TC, fundamento 31).
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La libertad religiosa, por su parte, hace referencia a la relación del ser humano con Dios. Si bien
esta libertad comprende también un sistema de creencias y convicciones, no ampara, solamente,
ese sistema de ideas; sino también la religión, esto es, la relación vital del hombre con Dios, su
capacidad de relacionarse con la divinidad, prestarle adoración y darle culto. En palabras del
Tribunal Constitucional peruano, la libertad religiosa supone "la capacidad de toda persona para
autodeterminarse de acuerdo con sus convicciones y creencias en el plano de la fe religiosa, así
como para la práctica de la religión, en todas sus manifestaciones, individuales o colectivas, tanto
públicas como privadas, con libertad para su enseñanza, culto, observancia y cambio de religión”.
Con todo, no debe perderse de vista que las tres libertades mencionadas mantienen un punto de
conexión, una raíz común, esto es, la dignidad humana, la naturaleza del ser personal en su
dimensión más profunda y específica, aquélla donde es y actúa el carácter innato, inviolable,
irrenunciable e imprescriptible de su racionalidad y de su conciencia mediante la búsqueda y el
establecimiento de su propia relación con la verdad, el bien y Dios.
24. Se aprecia del dispositivo citado que, a diferencia de lo que sucede en algunos otros modelos
constitucionales en los que puede observarse la presencia de Estados confesionales sustentados
en una determinada religión, el modelo peruano no opta por dicha variante, sino que nuestro
Estado se encuentra formalmente separado de toda confesión religiosa, y lo por tanto, no
proclama como oficial religión alguna, consagrando, en el citado artículo 50º de la Constitución, el
principio de laicidad del Estado, conforme al cual el Estado declara su “independencia y
autonomía” respecto de la Iglesia católica o cualquier otra confesión religiosa. Se trata, por
consiguiente, de un Estado típicamente laico o aconfesional, en el que si bien se proclama y
garantiza la libertad religiosa, no se asume postura a favor de ninguna confesión en particular.
25. Según el principio de laicidad, el Estado se autodefine como laico o ente radicalmente
incompetente ante la fe y la práctica religiosa, no correspondiéndole ni coaccionar ni siquiera
concurrir, como un sujeto más, con la fe religiosa de los ciudadanos.
27. Que exista un reconocimiento expreso en torno a la importancia indudable que ha tenido la
religión católica en el desarrollo de nuestras tradiciones como nación no impide, sin
embargo, que desde el Estado se proclame el pluralismo religioso, pues, como ya se ha
señalado, nuestro modelo constitucional ha optado por la aconfesionalidad, lo que supone
no sólo una postura neutral sino, y por sobre todo, garantías en igualdad de condiciones
para todas las confesiones religiosas y para quienes comulguen con ellas.
28. Es en ese matiz del principio de laicidad del Estado del que se habla en el considerando 26 de
la sentencia últimamente transcrita, fundado en una interpretación inesperada del art. 50 de la
Constitución, que se rompe el equilibrio de ese Estado que sin ser confesional tampoco debe ser
indiferente al fenómeno religioso. Decimos que se quiebra el equilibrio no simplemente porque a
través de dicho artículo constitucional se define – desde el propio texto constitucional – un
régimen de colaboración en favor de la Iglesia Católica, mientras que la colaboración a favor de
otras entidades religiosas queda condicionada a una instancia ulterior de coordinación (tema que
abordaremos en el numeral siguiente) sino porque el precepto constitucional aludido (transcrito en
el considerando 23 de dicha sentencia) es interpretado más allá de los alcances que se le debe
dar dentro de una sociedad que no simplemente respeta la libertad religiosa, sino que además se
autodefine como una sociedad . El reconocimiento a la Iglesia Católica es el presupuesto para la
colaboración que el Estado le brinda, pero no debe ser ese presupuesto la base para extraer otras
conclusiones – como veremos más adelante – para extraer conclusiones en los conflictos
constitucionales sobre libertad religiosa para inclinar la balanza en favor de lo que preferiría ese
país mayoritariamente católico y en desmedro de la armonía y reconciliación que esperaría el país
de religiosidad plural.