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Pérez Flores, Edwin Guillermo

Literatura Española II
Semestre 2018-2
Continuidades y rupturas: la realidad y la apariencia en el Amor y La Celestina

Con el siguiente comentario comparativo pretendo relacionar los rasgos fundamentales de dos obras
muy significativas para la literatura española: el Libro de Buen Amor y La Celestina; con la finalidad
de profundizar y, por tanto, comprender aquel pensamiento dualista que motivó y otorgó la forma y
el contenido a tales escritos fascinantes que “no son dos reliquias históricas (…) [sino] dos libros
vivos”1. Por lo anterior, la siguiente opinión está compuesta por cuatro niveles de interpretación: el
literal, el alegórico, el moral y el anagógico; debido a que el carácter medieval de aquellas creaciones
literarias, y aún más su oculta esencia religiosa, me obligan a desarrollar mis apreciaciones con base
en las categorías antes enumeradas.
Primeramente, en el nivel literal, observé dos dicotomías, en la oscuridad generada por su
indómito carácter multinterpretativo, que resplandecieron tanto porque me revelaron el alto valor
estético como las rupturas y continuidades entre la obra de Juan Ruiz y la de Fernando de Rojas: la
primera, la lucha, casi espontánea, que libraron los romanos con los griegos, con el objetivo de
conseguir esas leyes, núcleo de la civilización griega, que les permitirían obtener una vida ‘óptima’;
para ello, emplearon “A un gran bellaco astuto”2, el cual, preparado para la batalla contra el más
eximio de sus contrincantes dijo: “—«Ya pueden venir griegos con su sabiduría»” 3; el resultado
(obtenido por un malentendido): la constitución para los romanos.
En contraste, está aquella lucha examinada y desarrollada minuciosamente por la ingeniosa y
avisada Celestina, la cual tuvo que acudir a “Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de
la corte dañada”4, a fin de conseguir las palabras y artilugios hechizados que le ayudarían a originar
en el corazón y psique de Melibea esta pregunta: “¿Cómo dizes que llaman a este mi dolor, que así
se ha enseñoreado de lo mejor de mi cuerpo?”5; para la cual, naturalmente, la vieja poseería la
respuesta: el “Amor Dulce”6 de Calisto.
La otra oposición se materializó en los discursos agudos y vehementes que emitieron
respectivamente el Arcipreste y Pleberio en contra de Don Amor y la Fortuna: el primero, acaeció

1 María Rosa Lida de Malkiel, Dos obras maestras españolas: El libro de Buen Amor y La Celestina, Buenos Aires, Editorial
Losada S.A., 1983, p. 13.
2 Juan Ruíz, Libro de Buen Amor, Pról. de María Brey, Madrid, Castalia, 2015, p. 50.
3 ibíd., P. 51.
4 Fernando de Rojas, La Celestina, Ed. de Dorothy S Severin., Madrid, Cátedra, 2016, p. 148.
5 Ibíd., P. 246.
6 Ídem.

1
cuando el Arcipreste amonestó a Don Amor porque “siempre [trae consigo] los mortales pecados”7
y porque da encarcelamiento a quienes recurren a él:
Te suplican en vano, no te apiadas de nada
Y, tan presos, los tienen tu cadena pesada
Que no pueden huir de esa vida amargada8

Por ello, el de Hita utilizó, además de bellas palabras para injuriarlo justificadamente, ejemplos
irrefutables (en específico el del alano que perdió su trozo de carne en el río, y el del águila asesinada
por un cazador), los cuales reafirmaron la catastrófica presencia de aquél personaje.
En contraste, en la tragicomedia, Pleberio, después de sucedidos los acontecimientos mortíferos
que le quitaron la vida a su única hija y heredera, él consternado, expresó: “¡O fortuna variable,
ministra y mayordoma de los temporales bienes! ¿Por qué no executaste tu cruel yra, tus mudables
bienes?”9.
El nivel alegórico me dirigió por los intrincados caminos que construyeron aquellos escritores
españoles con sus letras con el fin de mostrarme parcialmente qué significaban los binomios
descritos: la segunda oposición, la de los discursos, dibujó en mi pensamiento dos lugares: una cárcel
y un laberinto. El primero corresponde al sitio donde suele llevar Don Amor a quienes se dejan
seducir por sus encantos efímeros, es decir, los pecados capitales; por lo anterior se comprende que,
si un hombre era cautivado por los dones del Amor, estaría condenado a cometer algún delito contra
Dios (como la codicia), lo cual lo llevaría a infringir más leyes divinas (“De todos los pecados es
raíz la codicia”10). No obstante, el acusado tiene el derecho de pagar su sentencia gastando el
sufrimiento que le regaló su yerro debido a que, como dijo el Arcipreste, “Que probemos las cosas
no siempre es lo peor, / el bien y el mal sabed y escoged lo mejor”11. En otras palabras, el
encarcelamiento, el dolor es temporal, necesario.
Mientras que el laberinto, edificado a partir del discurso desesperado de Pleberio provocado por
la cruel Fortuna, obliga a los capturados (Calisto, Melibea, etc.) a vagar eternamente por sus pasillos
embrollados, es decir, si el Amor permite construir vida a partir de los errores mortales del
enamorado, la fortuna le niega esa oportunidad y, por lo tanto, lo único que conoce es la destrucción
de su propia vida; por ello las muertes continuas e inexorables de los personajes de la obra dramática:
ellos intentan, al recorrer los recovecos del laberinto, llegar a su centro (el amor que no se ha

7 Ruíz, Libro…, p. 75.


8 Ibíd., p. 74
9 Fernando de Rojas, La Celestina, p. 339.
10 Ruíz, Libro…, p. 75.
11 Ibíd., p. 54

2
contaminado por el humano), en el cual se resguardó su salvación, más aquél viaje iniciático no se
concluye y, en consecuencia, sólo caminan imparablemente hasta que la dura miseria del hado los
alcanza.
Por otro lado, la primera dicotomía, la de la lucha espontánea vs. la lucha con estrategia, exhibe
como la espontaneidad (simbolizada en el romano salvaje) convierte la apariencia (la inteligencia
superior que posee el bellaco ante la filosofía griega) en realidad y viceversa (el agudo pensamiento,
que erigió una cultura ‘brillante’, es falsa o se convirtió momentáneamente en apariencia, lo cual
está en total consonancia con el pensamiento dinámico-ambivalente de Juan Ruiz), es decir, muestra
el flujo interminable de la paradoja ‘realidad-apariencia’: todos tienen la probabilidad de vivir y
remediar sus pecados. Mientras que la laboriosidad (simbolizada en la experiencia y preparación de
Celestina en su oficio de alcahueta y hechicera) demuestra los límites de la dualidad ‘apariencia-
realidad’ pues ella —aunque ostenta un aspecto (inferido por los diálogos de los otros personajes)
senil, demoníaco, ignominioso, deletéreo— interrumpe aquél vaivén de la apariencia puesto que La
Celestina señala tétricamente la infructuosidad de una dicotomía muy especial del pensamiento
dualista del de Hita y del Medioevo (el amor-desamor) con la muerte de los Calisto y Melibea: no
hay cura para el pecado, la laboriosidad, el aferrarse a la vida sólo prolonga, por poco tiempo, lo
ineludible, la muerte.
En el nivel moral me enseñó dos personalidades intelectualmente símiles: los dos conocían la
literatura de su época y la de anteriores: “Para Juan Ruiz [para Fernando], como para todo autor
medieval, la lectura no es una actividad aparte y opuesta a la experiencia vital (…). Por eso se
complace en exhibirla: gusta de citar la Biblia, (…) el Arte de Amar de Ovidio (…) [las cuales
incorporaron, citaron y enriquecieron evidentemente con sus escritos]”12 (los conflictos sociales,
políticos, religiosos (pero, sobre todo, espirituales) que aquejaban a los habitantes de la Edad Media.
Sin embargo, ese último término, el dogma religioso, es el que provocó la patente ruptura (por la
que se entiende su peculiar modo de asimilar y reflejar el entorno que percibieron) entre ambos
puesto que el de Hita fue “un poeta prendado de la realidad concreta”13; es decir, fue un intelectual
que comprendió la complejidad de las ideas y el instinto que rigieron el hacer de las personas de la
España del S. XIV, las cuales sólo podían cumplir la leyes de Dios (impuestas por la Iglesia) y, por
consiguiente, terminaban criminalizando esa otra mitad del ser humano que les brindaría ese
conocimiento olvidado (por ser considerado un pecado) que, paradójicamente, posibilitaría conocer

12 Lida de Malkiel, Dos obras…, p. 13. (las negritas son mías)


13 Ibíd., p. 19.

3
la esencia de Dios. En ese sentido, el Juan Ruiz se sintió oprimido por las normas que controlaban
su existencia; inconformidad que anuló escribiendo el Libro de Buen Amor.
Por otro lado, está Fernando de Rojas un judío converso al cristianismo, el cual “desde su
angustiosa atalaya de hombre en conflicto con la tradición de sus mayores, a la que ha tenido que
renunciar por fuerza, y con la tradición impuesta, en la que no halla fácil entrada, el converso Rojas
observa la sociedad en que no puede integrarse subrayando sarcásticamente sus contrasentidos, sus
prejuicios y sus convenciones”14. Por lo anterior se infiere la causa por la que el autor de La Celestina
atacó fascinantemente con su tragicomedia el convencionalismo de su época: la exclusión e
incomprensión de Fernando de aquella sociedad española de finales del S. XV.
Por último en el nivel anagógico se muestra la ruptura más interesante entre las obras artísticas
estudiadas: primamente, está mi interpretación global del Libro, la cual se sustenta en el verso
siguiente: “Bajo la espina crece la noble rosa flor”15. Esta línea compuesta de una imagen poética
fascinante, sintetiza todo el pensamiento ambivalente de Juan Ruiz, aquel por el que los sinsentidos
ya no son un misterio, aquel por el que, aquel que impulsa a la humanidad a “buscar una posibilidad
de hacer llevadero el peso de este mundo”16.
No obstante, esa búsqueda, casi inacabable, a ojos de Fernando carece de sentido. Sus penetrantes
razonamientos y su sensualidad incontrolable le otorgaron las herramientas para continuar (extender
a petición del público) y terminar La Celestina. Para tal hazaña Rojas, orgulloso de sí mismo,
obsequió a sus lectores un indicio con el cual sus lectores podrían descifrar su tragicomedia:
Como el doliente que píldora amarga
o la recela o no puede tragar,
métenla dentro de dulce manjar,
engáñese el gusto, la salud se alarga
desta manera mi pluma se embarga,
imponiendo dichos lascivos, rientes,
atrae los oýdos de penadas gentes,
de grado escarmientan y arrojan su carga.17

En ellos, en resumen, explica que su obra dramática cumple la función horaciana de “deleitar para
enseñar”18, es decir, elaboró los hermosos y funestos diálogos de sus personajes con la finalidad no

14 Ibíd., p. 19.
15 Graciela Cándano Fierro, La espina y la rosa. La ambivalencia en torno al ‘dogma’ y al ‘instinto’ en el libro de buen amor,
México, UNAM, 1990.
16
Ibíd., p. 25.
17 Fernando de Rojas, La Celestina, p. 75.
18
Miguel Ángel Garrido Gallardo. “¿Qué es la literatura?”, en El lenguaje literario: vocabulario crítico. Madrid,
Síntesis, 2009. págs. 16-17.
4
sólo de advertir a su sociedad del desgaste irreparable del pensamiento dualista (al burlarse de todos
los códigos culturales y dogmáticos de su período temporal), sino que le dio una salida a sus
contemporáneos de aquel encarcelamiento auspiciado por la paradoja ‘apariencia-realidad’, la cual
se encontraba en el arte: Fernando de Rojas escapó de su funesto destino, al legar a la humanidad
un objeto por el que sería recordado perpetuamente, de tal modo que la superación a la dicotomía
tan mencionada, por ser sincrónica (es decir, que actúa en el presente del hombre), está en la
eternidad. Los ejemplos más claros: La Celestina y Libro de buen amor.

Bibliografía

CÁNDANO Fierro Graciela, La espina y la rosa. La ambivalencia en torno al ‘dogma’ y al


‘instinto’ en el libro de buen amor, México, UNAM, 1990.

FERNANDO DE ROJAS, La Celestina, Ed. de Dorothy S Severin., Madrid, Cátedra, 2016.


LIDA DE MALKIEL, María Rosa, Dos obras maestras españolas: El libro de Buen Amor y La
Celestina, Buenos Aires, Editorial Losada S.A., 1983.

RUÍZ, Juan, Libro de Buen Amor, Pról. de María Brey, Madrid, Castalia, 2015.

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