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MANUAL DE DERECHO
MERCANTIL
DERECHO DEL EMPRESARIO
Volumen I. 15ª
01/08/2017
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Contenido
Co n ten id o
Introducción
Lección 12. Derecho industrial (I). Las innovaciones (JUAN IGNACIO PEINADO
GRACIA)
Lección 13. Derecho industrial (II). La marca como signo distintivo de los productos
o servicios. El nombre comercial como distinción del empresario en el mercado
(JUAN IGNACIO PEINADO GRACIA)
Lección 20. Las sociedades de capital. Las acciones y las participaciones sociales.
Las obligaciones (I) (JAVIER GARCÍA DE ENTERRÍA y JUAN LUIS IGLESIAS PRADA)
Lección 21. Las sociedades de capital. Las acciones y las participaciones sociales.
Las obligaciones (II) (JAVIER GARCÍA DE ENTERRÍA y JUAN LUIS IGLESIAS PRADA)
Lección 22. Los órganos de las sociedades de capital (I). La junta general (JAVIER
GARCÍA DE ENTERRÍA y JUAN LUIS IGLESIAS PRADA)
Lección 23. Los órganos de las sociedades de capital (II). Los administradores
(JAVIER GARCÍA DE ENTERRÍA y JUAN LUIS IGLESIAS PRADA)
Lección 24. Las cuentas anuales de las sociedades de capital (JAVIER GARCÍA DE
ENTERRÍA y JUAN LUIS IGLESIAS PRADA)
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Introducción
Lección 1. Concepto, evolución histórica y fuentes del derecho mercantil (AURELIO
MENÉNDEZ y RODRIGO URÍA)
Introducción
Lec c ió n 1
AURELIO MENÉNDEZ
RODRIGO URÍA
Sumario:
El Derecho mercantil es aquel Derecho privado especial que tiene por objeto al
empresario, al estatuto jurídico de ese empresario y a la peculiar actividad que éste
desarrolla en el mercado. Por empresario se entiende aquella persona, natural o
jurídica, que ejercita en nombre propio una actividad empresarial; y por actividad
empresarial un modo especial de desarrollar, dentro del mercado, una actividad
económica cualificada. Más adelante volveremos con mayor precisión a estos conceptos.
Por el momento, procede señalar que el Derecho mercantil es Derecho privado, distinto
y separado del Derecho civil. Ese Derecho privado especial se contiene en el
ordenamiento jurídico español en el Código de Comercio de 1885 y, sobre todo, en las
leyes mercantiles posteriores. En este sentido, el Derecho español pertenece a los
denominados sistemas dualistas , caracterizados por la división interna del Derecho
privado. A todo ello hemos de añadir que, de otro lado, la actividad empresarial se
desarrolla en un determinado marco constitucional, administrativo y fiscal. Mientras en
el siglo XIX en que tiene lugar la codificación del Derecho mercantil, el Derecho público
relativo al empresario tenía muy escasa relevancia, en la época actual es el Derecho
público el que determina el modelo constitucional en el que el empresario desarrolla su
actividad (sistema de economía social y de mercado, entre nosotros), el que establece los
requisitos y los límites para operar en un determinado sector económico y el que, con el
régimen tributario, condiciona, en ocasiones, las opciones mercantiles de los
protagonistas del tráfico.
Delimitada así la cuestión, hemos de decidir cuál es el criterio para la distinción de los
actos mercantiles frente a los civiles. Dos son los sistemas seguidos para esta distinción:
el sistema subjetivo que establece la distinción en atención a que el contrato se realice o
no por un comerciante o empresario en el ejercicio de la profesión mercantil; y el
sistema objetivo o de los «actos de comercio» que atiende a la naturaleza del acto o
contrato, con independencia de la condición de comerciantes o empresarios de quienes
intervengan en él. Hemos de seguir señalando que los sistemas objetivos han utilizado
diferentes técnicas para determinar la «mercantilidad» de los actos o contratos: en unos
ordenamientos se sigue, en efecto, el criterio de la enumeración , determinando aquella
«mercantilidad» mediante el elenco de los «actos de comercio», en tanto que en otros
sistemas se sigue el criterio de la definición , intentando ofrecer un concepto del acto de
comercio recurriendo a sus características . Ni uno ni otro satisfacen plenamente: el
criterio de la enumeración , porque deja fuera los actos de comercio que surgen en el
futuro, y el criterio de la definición , por su carácter demasiado abstracto o impreciso.
El Derecho español vigente pertenece a los sistemas objetivos, pero con algunas
particularidades. En realidad, ni define, ni enumera, y sigue más bien una posición
intermedia. Para determinar la mercantilidad de los actos de comercio recurre a dos
criterios complementarios. Por un lado, al criterio de la inclusión , entendiendo que son
mercantiles todos los actos incluidos o mencionados por la Ley mercantil; y de otro lado,
acudiendo a la analogía , para estimar que son también actos de comercio los que, sin
estar incluidos en aquella Ley mercantil, son de naturaleza análoga a los comprendidos
en ella. El párrafo 2, del artículo 2 de nuestro Código de Comercio proclama, en este
sentido, que «serán reputados actos de comercio los comprendidos en este Código y
cualesquiera otros de naturaleza análoga». El criterio elegido parece claro, pero las
dificultades surgen tan pronto como tratamos de encontrar una noción positiva unitaria
del acto de comercio buscando las «notas» que caracterizan a los actos de comercio
«comprendidos en este Código»: unas veces se califican como mercantiles invocando la
participación de un comerciante (arts. 239, 244, 303, 311 y 349), otras se atiende a la
conexión del acto con el género de comercio a que se dedica dicho comerciante (art. 349),
otras, en fin, se hace caso omiso de este dato (art. 303), y siendo todo ello así, es decir, si no
es posible afirmar la existencia de unas notas comunes de los actos «comprendidos en este
Código», difícil resultará saber cuáles son los actos «análogos» .
Son precisamente las exigencias de esa actividad las que justificaron la aparición de este
Derecho especial en un determinado momento histórico, y las que explican que aún hoy
subsista. Mientras que el Derecho civil se ocupa de las personas sin ulterior calificación
de los actos jurídicos que realizan en el desarrollo de su vida particular, el Derecho
mercantil se ocupa de una clase especial de sujetos, los empresarios, y de la actividad
profesional ejercitada por ellos. Ciertamente, en algunos ordenamientos jurídicos –los
llamados sistemas unitarios – el Derecho civil ha sabido adaptarse a esas exigencias,
flexibilizando y agilizando el tráfico jurídico, produciéndose así una comercialización o
mercantilización más o menos intensa del Derecho privado; hasta tal punto que, en
algunos casos, el Derecho especial ha perdido la razón de ser. Pero en otros
ordenamientos, como es el caso del español y, en general, de los sistemas dualistas , ese
proceso apenas se ha iniciado, manteniéndose así la justificación de principios y de
instituciones especiales al servicio de las exigencias del empresario y de la actividad
empresarial.
Como sucede con otras ramas del Derecho, el Derecho mercantil se nos presenta como
un fenómeno esencialmente histórico. Con ello se quiere significar que su formación
como un ordenamiento autónomo, distinto y separado del Derecho privado general,
tiene lugar en un momento histórico determinado y queda luego sometido a los cambios
y vicisitudes propias de toda realidad de contenido histórico. El Derecho mercantil
surge, en efecto, en la Edad Media (siglos XI y XII), como consecuencia de la
inadaptación del Derecho común o del ordenamiento entonces vigente (Derecho romano
recibido, Derecho germánico y Derecho canónico) a las necesidades de una nueva
economía urbana y comercial que se va abriendo paso frente a la economía feudal y
esencialmente agraria de la Alta Edad Media.
Ese Derecho nuevo (ius mercatorum) aparece con unos caracteres muy peculiares que
conviene destacar: a) Así, en primer lugar, es un Derecho de los comerciantes ,
agrupados en gremios o corporaciones, un Derecho corporativo, creado por los
comerciantes para regular las diferencias o cuestiones surgidas en razón del trato o
comercio que profesionalmente realizaban. b) En segundo lugar, es un Derecho usual ,
en el sentido de que la costumbre, el uso de comercio (usus mercatorum) , se presenta
como fuente primordial de creación del nuevo Derecho. c) Por ello, el Derecho es, en
tercer lugar, un Derecho de producción autónoma y un Derecho de aplicación autónoma:
pues, ciertamente, el reconocimiento y elaboración de los usos comerciales a través de
los tribunales de mercaderes y los estatutos de los gremios –y eventualmente de los
estatutos u ordenanzas de las propias ciudades o municipios– consolidan la significación
del Derecho mercantil como un Derecho surgido del tráfico mismo, bien alejado
entonces de la idea de un Derecho emanado del poder legislativo del Estado. d) Un
Derecho a la vez –como vemos– de aplicación autónoma: las corporaciones –que en los
territorios españoles se denominaban «consulados»– instituyeron tribunales de
mercaderes (jurisdicción consular) , que resolvían las cuestiones o conflictos surgidos
entre los asociados, administrando justicia según los usos o costumbres del comercio. e)
Ese Derecho mercantil es, en fin, un Derecho sustancialmente uniforme , como
consecuencia tanto de la comunidad de necesidades de los comerciantes, como de las
permanentes relaciones entre ciudad y ciudad, la concurrencia general a las ferias y
mercados y el constante tráfico mercantil terrestre, fluvial y, sobre todo, marítimo.
Las líneas evolutivas de ese Derecho nuevo se van alterando poco a poco en la etapa
más moderna y próxima a la codificación (siglos XVI a XVIII). En efecto, el Derecho
mercantil de los siglos XVI a XVIII, sin dejar de ser un Derecho profesional de los
comerciantes, inicia un doble proceso de objetivación y de estatalización: a) El proceso
de objetivación consiste sencillamente en que el ordenamiento jurídico-mercantil se
aplicará a las relaciones del tráfico, no en función de la intervención de una persona
que sea comerciante, sino simplemente de que una determinada relación del tráfico
pueda ser calificada como «acto de comercio» , sean o no comerciantes quienes los
realicen; escondiéndose esta evolución bajo una fórmula artificiosa y formalista, cual es
la de presumir la cualidad de comerciante en quien no lo era (sirve de ejemplo el noble
o el clérigo) cuando realizaba alguno de los actos (actos de comercio) que debían quedar
sometidos a la jurisdicción consular (por ej. una compraventa de mercancías con
finalidad lucrativa). b) De otro lado, el proceso de estatalización significa que el Estado
reivindica para sí el monopolio de la función legislativa, pasando el Derecho mercantil a
formar parte del Derecho estatal en Ordenanzas dictadas o refrendadas por la autoridad
central. Este fenómeno de centralización es gradual y de alcance variable, según los
países, pero en todo caso repercute en el sistema de fuentes: la ley toma primacía sobre
el uso, de tal suerte que el Derecho mercantil se presenta cada vez más como un
Derecho legislativo y no como un Derecho usual o consuetudinario. Se trata de un
proceso que alcanza particular significación en las dos grandes Ordenanzas francesas
de Luis XIV, la del Comercio terrestre de 1673 y la de la Marina de 1681, ambas con un
acento estatal muy acusado y con una gran influencia en la Codificación mercantil del
siglo XIX. Es justo señalar, sin embargo, que estas Ordenanzas recogen el Derecho
elaborado por el mismo tráfico mercantil; en este sentido se sigue manifestando la
importancia de los usos como fuente creadora de las normas mercantiles, y se sigue
mostrando la significación sustancialmente uniforme del ordenamiento mercantil
sistematizado en las referidas Ordenanzas.
5. CONSIDERACIÓN GENERAL
A comienzos del siglo XIX ya es posible percibir con claridad el giro histórico del
Derecho mercantil preparado en la etapa anterior y encontrar las bases de una nueva
orientación en consonancia con la ideología liberal triunfante. La tendencia hacia la
asunción por el Estado del monopolio de la función legislativa tiene ahora una
expresión positiva de especial significación: frente a las Ordenanzas de los siglos
anteriores, surge la idea de la Codificación, que se presenta como un instrumento de la
unidad nacional y responde al ideal de transformar la razón en Ley escrita e igual para
todos: en el ámbito del Derecho mercantil, la primera codificación de la materia se
produce con el Código de Comercio francés de 1807, que tendrá una influencia decisiva
en las posteriores codificaciones mercantiles de otros países europeos y americanos.
Mientras que el Código de Comercio francés (1807) es posterior al Código Civil (1804), en
España la codificación mercantil se consigue mucho antes que la codificación civil. El
problema foral retrasó extraordinariamente la promulgación del primer y único Código
Civil (1889), al que preceden dos Códigos de Comercio: el de 1829 y el todavía vigente de
1885.
El primer Código de Comercio español, el de 1829, obra de un solo y gran jurista, Pedro
Sainz de Andino, ha sido considerado como el mejor Código de su tiempo, sigue de modo
notable la orientación del Código francés y fue objeto posteriormente a su promulgación
de un intenso proceso de elaboración de leyes especiales complementarias que
culminará en el segundo y vigente Código de 1885. Este Código se compone de cuatro
libros («De los comerciantes y del comercio en general», «De los contratos especiales de
comercio», «Del comercio marítimo» y «De la suspensión de pagos, de las quiebras y de
las prescripciones») subdivididos en títulos, secciones, párrafos y 955 artículos.
Precedido de una amplia Exposición de Motivos, en la que se dice que responde a una
concepción objetiva, es lo cierto que el articulado posterior del Código exige, con
frecuencia la participación de un comerciante para calificar como mercantiles ciertos
actos de comercio (arts. 239, 244, 303, 311 y 349).
Si se compara el Código de Comercio de 1885 con una legislación especial que iremos
viendo en su momento, se percibe un considerable incremento de la imperatividad de
las normas. Este carácter imperativo deriva de la generación de aquel postulado por
virtud del cual las normas jurídicas deben tratar de conseguir un adecuado grado de
tutela del contratante más débil (sirvan de ejemplo la Ley 7/1998, de 13 de abril, sobre
Condiciones Generales de la Contratación, y las Leyes 50/1980, de 8 de octubre, de
Contrato de Seguro, y 12/1992, de 27 de mayo, sobre el Régimen Jurídico del Contrato de
Agencia) o la tutela del consumidor (objeto fundamental del Texto Refundido de la Ley
General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes complementarias,
aprobado por Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre) o, en fin, una nueva
disciplina sobre la insolvencia del deudor sea o no empresario (Ley 22/2003, de 3 de julio,
Concursal), y sobre el derecho marítimo (Ley 14/2014, de 24 de julio, de Navegación
Marítima). Todo ello muestra la importancia de la descodificación de la «materia
mercantil», algo que da lugar a que el «desguace» del Código de Comercio sea cada vez
más rápido.
Mas, por otro lado, el Derecho mercantil de nuestros días ofrece algunos rasgos que
parecen acercarlo a su consideración como un Derecho del mercado: es decir, a la
configuración del mercado como institución central de nuestra disciplina; la progresiva
aproximación del régimen jurídico del empresario y de los regímenes jurídicos de los
distintos profesionales, la irrupción de la figura del consumidor y de las normas que lo
tutelan, la coexistencia de normas públicas y privadas de los distintos sectores del
tráfico, la incidencia de los avances tecnológicos y de los bienes inmateriales en el
mercado, la disciplina unilateral aplicable a la realidad del mercado único y la función
de la libre competencia, la conversión del mercado en objeto preferente de regulación
parecen moverse en aquella dirección. Ha de advertirse, no obstante, que el Derecho
mercantil ha sido siempre un Derecho del mercado, pero la estructura de ese mercado
ha ido variando considerablemente, acentuando progresivamente su expansión, y es en
cada etapa de su evolución en la que el eje central del Derecho mercantil ha tenido sus
distintas manifestaciones ( ius mercatorum , Derecho de los actos de comercio, Derecho
de la empresa, etc.). Por eso nos parece que en este momento no es fácil determinar si
ese llamado Derecho del mercado terminará por cristalizar en una categoría legislativa
o, al menos, científica. Pero, en medio de la polémica doctrinal abierta sobre tan
importante cuestión, no está de más constatar los nuevos hechos que parecen anunciar
una evolución del Derecho mercantil que sólo el futuro está llamado a esclarecer.
Junto a estas normas básicas, la Constitución recoge normas más alejadas de una pura
economía liberal de mercado y que vienen a establecer límites en la garantía y
protección del ejercicio de dicha libertad. Esos preceptos van dirigidos a promover: a)
las condiciones favorables a una política de estabilidad económica y pleno empleo (art.
40.1); b) la educación y defensa de los consumidores y usuarios (art. 51.1 y 2); c) el
reconocimiento de la «iniciativa pública en la actividad económica» (art. 128.2); d) la
subordinación de toda la riqueza del país al interés general (art. 128.1); e) el fomento de
las sociedades cooperativas y el establecimiento de los medios de acceso de los
trabajadores a la propiedad de los medios de producción (art. 129.2); y, f) la facultad de
planificación de la actividad económica general (art. 131).
Originado así el uso por la práctica reiterada individual de los empresarios, termina
descansando en la conciencia general de la plaza o territorio en que tenga vigencia.
Quiere decirse con ello que, en rigor, la objetivación del uso, lo que le da ciertamente
fuerza normativa, sólo se consigue cuando se practica de modo uniforme, general y
duradero o constante, y cuando a la vez existe la convicción de su obligatoriedad o la
intención de continuar un precedente cuando menos. Su importancia histórica –el ius
mercatorum fue, como ya sabemos, esencialmente consuetudinario– ha decaído
considerablemente. El uso no deja de tener ciertamente una función importante en
defecto de ley (art. 2.I, C. de C.), pero forzoso es reconocer que en la actualidad, salvo en
el comercio internacional, los usos de comercio constituyen una fuente del Derecho
mercantil en franco declive.
En cuanto a las clases de usos de comercio por la materia que regulan, pueden ser
comunes a todo género de actividad o especiales , y por razón del espacio cabe hablar de
usos internacionales , usos nacionales y usos regionales, locales o de plaza (el art. 2.I del
C. de C. se refiere a los usos de «cada plaza», uso que también puede regir en otras
plazas, reputándose entonces uso nacional o regional). Pero la clasificación más
importante –aunque equívoca– es aquella que distingue entre usos normativos y usos
interpretativos , reservando la primera denominación a los usos nacidos para suplir las
lagunas de la ley, y la segunda a aquellos otros usos que ayudan simplemente a la
interpretación de los contratos, «supliendo en éstos la omisión de cláusulas que de
ordinario suelen establecerse» (art. 1287 del CC). Mas a nuestro modo de ver, todos los
usos de comercio son normativos; por un lado, cuando la ley mercantil exige que los
contratos mercantiles se ejecuten y cumplan de buena fe, sin tergiversar con
interpretaciones arbitrarias el sentido recto, propio y usual de las palabras dichas o
escritas, viene a confirmar que los usos interpretativos son también fuente de Derecho;
y, de otro lado, al establecer que para resolver las dudas que se puedan originar en la
interpretación de los contratos mercantiles se esté a los usos se llega a la misma
conclusión (función interpretativa de la norma consagrada en los arts. 2 y 59 del C. de C.
y STS de 2 de julio de 1973).
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 2. El empresario (I) (ÁNGEL ROJO)
Lec c ió n 2
El empresario (I)
ÁNGEL ROJO
Sumario:
I. El empresario
1. Concepto de empresario
2. Empresario y profesiones liberales
II. Clases de empresarios
3. Empresarios individuales y empresarios sociales
4. Empresarios privados y empresarios públicos
5. Empresarios por razón de la actividad y empresarios por razón de la
forma
6. Pequeños y grandes empresarios. El artesano
7. Empresario aparente y empresario oculto
III. La responsabilidad civil del empresario
8. El principio de la responsabilidad patrimonial universal
9. La responsabilidad contractual del empresario
10. La responsabilidad extracontractual del empresario
11. La responsabilidad extracontractual del empresario por hechos de los
dependientes
12. La responsabilidad extracontractual del empresario industrial
13. La responsabilidad extracontractual del empresario comercial
I. EL EMPRESARIO
1. CONCEPTO DE EMPRESARIO
El Código de Comercio no define al empresario, sino que comienza el articulado con la
enumeración de los sujetos mercantiles –el comerciante individual y el empresario
social o sociedades mercantiles– y con la definición de comerciante (art. 1). Pero, en la
realidad actual, ya no existe esa correspondencia entre comercio y actividad mercantil.
El comercio es sólo un sector de esa actividad; y el comerciante una clase de empresario.
Es necesario, pues, ofrecer un concepto general de empresario que se desvincule de la
primera manifestación histórica de esta figura, el comerciante, de modo tal que ese
concepto sea válido con independencia del sector de la actividad económica –comercio,
industria o servicios– en el que el sujeto opere.
En sentido jurídico, empresario es, pues, quien ejercita en nombre propio una actividad
empresarial. Esa actividad es una actividad profesional , es decir, habitual y no
ocasional. En el propio Código de Comercio late esta idea al definir al comerciante
individual, exigiendo la dedicación habitual al comercio (art. 1-1º) y al referirse a la
«profesión mercantil» (art. 14): para el Código de Comercio habitualidad y
profesionalidad son términos sinónimos. No hay ejercicio profesional si la actividad no
es sistemática con tendencia a durar (una mercantia non facit mercatorem) . De ahí que
la realización de un singular «acto de comercio» no permita atribuir al sujeto la
condición de empresario. Ahora bien, la profesionalidad no exige que la actividad se
desarrolle de modo continuado y sin interrupciones: existen actividades cíclicas o
estacionales (v.gr.: la explotación de un hotel durante los veranos) que son
empresariales.
Esa actividad es también una actividad económica , esto es, una actividad que se realiza
con método económico, procurando al menos la cobertura de los costes con los ingresos
que se obtienen. No es, pues, la clase de actividad el criterio determinante de la
«empresarialidad» y, por ende, de la mercantilidad de la actividad, sino el modo en que
se ejercita. Así, no es empresario el ente público o la asociación privada que gestiona
gratuitamente o a precio simbólico un hospital o una clínica, pero lo es quien gestiona
esos establecimientos sanitarios con un método apto para conseguir la autosuficiencia
económica. Actividad económica no significa actividad lucrativa. Puede existir actividad
económica que no sea lucrativa en cuanto que los ingresos que se obtienen no permiten
la remuneración de los factores de producción y, en definitiva, la obtención de
ganancias por el empresario. Por supuesto, normalmente el empresario persigue el
lucro. Pero, en el Derecho español, no se niega la condición de empresario a aquella
persona natural o jurídica que opera en el mercado sin ánimo de lucro. De lo contrario,
las sociedades de base mutualista –que no persiguen la obtención de ganancias
repartibles, sino un ahorro o una ventaja patrimonial– y algunas empresas públicas no
serían empresarios en sentido técnico-jurídico.
Se trata de una actividad para el mercado , en cuanto que está dirigida a la satisfacción
de necesidades de terceros. No es concebible un empresario sin la existencia del
mercado: la actividad de producción o de distribución de bienes o de servicios se
organiza en función de un mercado concreto, que, en definitiva, determinará el éxito o
el fracaso de ese empresario. Es indiferente que el empresario tenga varios clientes o
que sólo trabaje para uno. En ambos casos la actividad se realiza para el mercado en la
medida en que está dirigida a la satisfacción de necesidades ajenas.
Precisamente por estar dirigida al mercado, la actividad debe ser actividad organizada .
No es concebible la actividad del empresario sin la planificación, sin un programa
racional en el que se contemplen los aspectos técnicos y económicos de esa actividad, y
sin la coordinación de los elementos necesarios para el ejercicio de la misma. El hecho
de que el empresario pueda no ser titular de un establecimiento mercantil no significa
que no exista organización. Así, por regla general, esos elementos organizados por el
empresario suelen ser bienes físicos (locales, maquinaria, mobiliario) que forman un
establecimiento, pero no es imprescindible que así sea: la organización puede ser
simplemente de medios financieros propios o ajenos, como sucede en determinadas
actividades de financiación o de inversión. Tampoco es necesario que la organización
incluya la prestación de trabajo ajeno. Es también empresario quien utiliza únicamente
el propio trabajo sin recurrir al auxilio de trabajadores o de cualquier otra clase de
colaboradores.
Con todo, en el Derecho español vigente todavía permanecen nítidas las diferencias
entre los sujetos mercantiles y quienes ejercen profesiones liberales. El profesional
liberal que se limita a desarrollar la actividad que le es propia no es empresario, por
muchos que sean los medios materiales que utilice (v.gr.: aparataje de un médico) y por
muchas que sean las personas que le auxilien en el ejercicio de esa actividad; y lo mismo
sucede si varios profesionales constituyen una sociedad civil con el objeto de ejercitar
dicha actividad (arts. 1665 y ss. CC). La condición mercantil únicamente se adquiere
cuando esos profesionales opten expresamente por alguno de los tipos sociales que la
Ley declara empresarios por razón de la forma (v. infra II.3). Ahora bien, tanto las
sociedades civiles profesionales (art. 8 LSP) como las mercantiles (arts. 19.2 y 119 C. de
C.) están sujetas a inscripción en el Registro Mercantil, de manera que este último se
amplía a sujetos civiles en ese proceso de convergencia antes señalado.
En los últimos años, sin embargo, algunas leyes han comenzado a utilizar el término
«emprendedor», con un contenido más amplio que el de empresario (así, Ley 11/2013,
de 26 de julio, Ley 14/2013, de 27 de septiembre y RDL 16/2013, de 20 de diciembre). El
emprendedor es aquella persona física o jurídica que desarrolla en el mercado sea una
actividad empresarial, sea una actividad profesional (v. art. 3 Ley 14/2013, de 27 de
septiembre). En este sentido, tan emprendedor es el empresario como el profesional. De
este modo, se inicia una tendencia hacia la unificación de estas dos clases de sujetos,
aplicando a ambos algunas medidas de fomento de la actividad (como, por ej., la
posibilidad de que el emprendedor que sea persona física limite la responsabilidad por
las deudas que traigan causa de la actividad que ejercite: v. arts. 7 a 11 Ley 14/2013, de
27 de septiembre).
En principio, cualquier persona natural, sin distinción de sexo, que sea mayor de edad y
no esté incapacitada para regirse por sí misma, podrá adquirir la condición de
empresario individual , desarrollando en el mercado una actividad empresarial (art. 1-1º
C. de C.). La Constitución consagra el derecho a la libre elección de profesión y oficio
(art. 35), y de ahí que cualquier persona pueda ejercer la profesión mercantil. La propia
Constitución reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado,
garantizando y protegiendo su ejercicio (art. 38).
De ahí que un segundo criterio de clasificación es aquél que distingue entre empresarios
privados y empresarios públicos. Mientras que todos los empresarios individuales son
empresarios privados, como es obvio, los empresarios sociales, por razón de la
titularidad de las participaciones sociales o acciones en que se divide el capital social,
pueden ser privados o públicos. Urge advertir, sin embargo, que el fenómeno de la
denominada empresa pública es mucho más amplio que el de las sociedades «en mano
pública»: existen también organismos administrativos que actúan en el mercado como
auténticos empresarios. No existe, pues, un estatuto jurídico unitario de la empresa
pública. Ni siquiera las sociedades públicas total o mayoritariamente propiedad del
Estado forman parte de un mismo grupo.
Junto con el empresario, individual o social, por razón de la actividad a la que se dedica
–el comercio, la industria o los servicios–, existen algunos empresarios sociales que son
sujetos mercantiles por razón de la forma social elegida, y no por razón de la actividad o
actividades que constituyen el objeto social. Así sucede con las sociedades anónimas,
con las sociedades comanditarias por acciones y con las sociedades de responsabilidad
limitada, las cuales tienen carácter mercantil cualquiera que sea su objeto (art. 2 LSC); y
así sucede también, dentro de la categoría de las sociedades de base mutualista, con las
sociedades de garantía recíproca (art. 4 LSGR). Estas sociedades son mercantiles aunque
el objeto al que se dediquen no sea mercantil y, por consiguiente, tienen la condición
legal de empresario, es decir, están sometidas a las obligaciones propias de cualquier
empresario.
A lo largo de la historia, los agricultores y los ganaderos han permanecido al margen del
Derecho mercantil. Las circunstancias económicas y sociales en que nació y se
desarrolló el ius mercatorum eran muy distintas de las que caracterizaban a la actividad
agraria. La vinculación del agricultor a la tierra y los aspectos aleatorios del resultado
de la actividad –que puede frustrarse por razones climatológicas y otras– explican la
exclusión de estos profesionales del ámbito del Derecho mercantil. El propio Código de
Comercio, fiel a esta tradición, considera no mercantiles las ventas que los agricultores y
ganaderos hagan de los frutos o productos de sus cosechas y ganados (art. 326-2º C. de
C.).
De otra parte, cada vez es más frecuente que el empresario agrícola se estructure en
forma de sociedad anónima o de responsabilidad limitada que, según hemos indicado,
son empresarios mercantiles por declaración legal. Estos empresarios mercantiles
agrarios están sometidos al mismo estatuto jurídico que los demás empresarios
mercantiles. Así, junto con las sociedades agrarias de transformación (regidas por el RD
1776/1981, de 3 de agosto, y la OM de 14 de septiembre de 1982) –que son sociedades
civiles– y junto con las sociedades cooperativas agrarias (art. 93 LCoop) y con las
sociedades cooperativas de explotación comunitaria de la tierra (arts. 94 a 97 LCoop) –
que pueden ser o no mercantiles (art. 124 C. de C.), aunque generalmente lo sean–,
coexisten sociedades anónimas o de responsabilidad limitada con un objeto agrícola,
ganadero o forestal que, por razón de la forma social elegida, tienen siempre el carácter
de sociedades mercantiles (art. 2 LSC).
Este fenómeno no plantea especiales problemas al Derecho cuando los acreedores del
empresario aparente pueden obtener satisfacción. Pero, en caso de insolvencia de éste,
los terceros que contrataron con dicho empresario se encontrarán en graves dificultades
para el cobro de sus créditos. En el plano jurídico, el riesgo de empresa no es soportado
por el empresario real y efectivo, sino que se hace gravitar sobre los acreedores. En los
supuestos más graves (como, por ej., cuando el empresario oculto es persona
incompatible para el ejercicio de la profesión mercantil), la prohibición legal del fraude
de ley permitirá hacer responsable de esas deudas al auténtico empresario (art. 6.4 CC).
En otros casos, será preciso acudir a la prohibición del abuso del Derecho (art. 7.2 CC) o
a la norma legal sobre representación indirecta en el Derecho mercantil, que, si se
prueba que el empresario aparente ha actuado por cuenta del empresario oculto,
permite que el tercero se dirija contra cualquiera de ellos (art. 287 C. de C.).
Del cumplimiento de las obligaciones personales del socio único responde el patrimonio
de esa persona, en el que figurarán todas las acciones o participaciones de las
sociedades unipersonales que le pertenezcan. Pero del cumplimiento de las obligaciones
de la sociedad anónima o de responsabilidad limitada unipersonal responde
exclusivamente el patrimonio social, salvo que la situación de unipersonalidad
sobrevenida no se hubiera hecho constar en el Registro Mercantil dentro de los seis
meses siguientes al día de la adquisición por la sociedad del carácter unipersonal. Sólo
en este caso excepcional establece la ley la responsabilidad personal, ilimitada y
solidaria del socio único por las deudas sociales contraídas durante el período de
unipersonalidad (art. 14 LSC).
Existe un caso, sin embargo, en el que se permite que una sociedad mercantil, sin
necesidad de constituir sociedades autónomas e independientes en el plano formal,
establezca «patrimonios separados», con específica limitación de responsabilidad. Nos
referimos a las sociedades de inversión, que son aquellas sociedades anónimas
especiales (art. 9.1 LIIC), de capital fijo o variable (dentro de los límites de capital
máximo y mínimo fijados en los estatutos), cuyo objeto exclusivo es «la captación de
fondos, bienes o derechos del público para gestionarlos e invertirlos en bienes,
derechos, valores u otros instrumentos, financieros o no, siempre que el rendimiento
del inversor se establezca en función de los resultados colectivos» (art. 1.1 LIIC). Estas
sociedades de inversión –al igual que los fondos de inversión (art. 3.2 LIIC)– pueden
constituir «compartimentos». En ese caso, la parte del capital de la sociedad
correspondiente a cada «compartimento» responderá exclusivamente de los costes,
gastos y obligaciones atribuidos expresamente a ese «compartimento» y, en la parte
proporcional que se establezca en los estatutos sociales, de los costes, gastos y
obligaciones que no hayan sido atribuidos expresamente a un «compartimento» (art.
9.1.II LIIC; v. también art. 15 RD 1082/2012, de 13 de julio).
Fuera del campo contractual, el empresario, al igual que cualquier persona, está
sometido al régimen general de la responsabilidad extracontractual: el empresario está
obligado a reparar el daño causado por acción u omisión en que intervenga culpa o
negligencia (art. 1902 CC). Rige, pues, el principio de responsabilidad por culpa.
Pero el empresario no sólo responde frente a terceros de los daños derivados de actos
propios, sino también de «los perjuicios causados por sus dependientes en el servicio de
los ramos en que los tuvieran empleados, o con ocasión de sus funciones» (art. 1903.IV
CC). Por supuesto, esta responsabilidad del empresario por hechos ajenos exige la culpa
o negligencia del dependiente (STS de 29 de febrero de 1996). Es indiferente que el
empresario sea el titular del establecimiento o que explote en dicho establecimiento la
actividad empresarial en virtud de cualquier otro título jurídico ( v. gr.: el
arrendamiento).
Entre las manifestaciones legales de la responsabilidad por riesgo destacan las que
afectan al industrial, es decir, al empresario, fabricante o productor de bienes para el
mercado, sea persona natural o sociedad mercantil. Los riesgos de la producción
industrial explican que la jurisprudencia, primero, y la Ley, después, hayan establecido
regímenes especiales de responsabilidad tanto por lo que se refiere a los daños causados
por el proceso de producción en sí mismo (responsabilidad por daños al medio
ambiente), como por los daños que ocasionan los productos fabricados con un defecto.
A) Por lo que se refiere a los riesgos del proceso de producción industrial, el propio
Código Civil hace responder al propietario –quizá por considerar que el empresario es
propietario de las instalaciones fabriles y de la maquinaria– por la explosión de
máquinas que no hubiesen sido cuidadas con la debida diligencia y por la inflamación
de sustancias explosivas que no estuviesen colocadas en lugar seguro y adecuado (art.
1908-1º CC), y por las emanaciones de cloacas o depósitos de materias infectantes,
construidos sin las precauciones adecuadas al lugar en que estuviesen (art. 1908-4º CC).
Mientras que en estos casos el propietario responde por culpa, en otros supuestos la
responsabilidad es objetiva, como sucede por los daños ocasionados por humos
excesivos, que sean nocivos a las personas y a las propiedades (art. 1908-2º CC). Así, se
ha obtenido indemnización por daños materiales en cultivos agrícolas a consecuencia
del humo, polvo o gases emitidos por instalaciones industriales (SSTS de 23 de diciembre
de 1952, 14 de abril de 1963, 19 de febrero de 1971, 12 de diciembre de 1980, 14 de julio
de 1982, 27 de octubre de 1983, 3 de diciembre de 1987, 16 de enero y 17 de marzo de
1989, 24 de mayo de 1993, 7 de abril de 1997, 29 de abril de 2003 y 31 de mayo de 2007),
y por los daños morales derivados del excesivo ruido de esas instalaciones, por
vibraciones o por olores (SSTS de 22 de mayo y 3 de noviembre de 1995 y 14 de
diciembre de 1996; v., sin embargo, STS de 12 de enero de 2011). Además, según la más
reciente jurisprudencia, el ruido generado por el ejercicio de una actividad empresarial
(en el caso enjuiciado, el sobrevuelo de los aviones sobre una urbanización) puede
afectar, por su importancia y duración, al derecho fundamental a la intimidad
domiciliaria y al libre desarrollo de la personalidad en el domicilio propio (STS [3ª] de
13 de octubre de 2008).
La responsabilidad del empresario por los daños que puede ocasionar el proceso de
producción se ha intensificado tras el reconocimiento constitucional del derecho a
disfrutar de un medio ambiente adecuado (art. 45 CE). Ciertamente, la tutela de los
recursos naturales y del medio ambiente se encuentra dispersa en normas de muy
distinta naturaleza. Pero, para hacer efectivo ese derecho constitucional, los supuestos
más graves se han tipificado como delito (arts. 325 a 331 CP, en la redacción dada por la
Ley Orgánica 5/2010, de 22 de junio, modificados, muchos de ellos, por la Ley Orgánica
1/2015, de 30 de marzo), con la posibilidad de que los perjudicados puedan exigir la
indemnización de los daños y perjuicios causados, sea ante la propia jurisdicción penal,
sea ante la jurisdicción civil (arts. 109 y ss. CP). Pero, al lado de casos de responsabilidad
civil derivada del delito, quienes sufran un daño por emisiones, vertidos, radiaciones,
extracciones o excavaciones, aterramientos, ruidos, vibraciones, inyecciones o depósitos
en la atmósfera, en el suelo, en el subsuelo o en las aguas, pueden acudir a las
disposiciones generales en materia de responsabilidad civil para exigir al industrial
indemnización de daños y perjuicios (arts. 1902 y 1903.IV CC), que serán aplicadas
conforme a esa línea jurisprudencial antes señalada, favorable bien a la inversión de la
carga de la prueba, bien a la aplicación del principio de la responsabilidad por riesgo (v.,
no obstante, la STS de 3 de diciembre de 2015, en la que se determinó la responsabilidad
por culpa y no por riesgo de empresas que operaban con amianto por los daños
causados a los familiares de sus trabajadores en las labores de lavado de sus ropas de
trabajo).
Pues bien, si el producto es defectuoso –es decir, si no ofrece «la seguridad que cabría
legítimamente esperar» (art. 137.1), sea por un defecto de concepción del producto o de
diseño, por un defecto de fabricación (que existirá siempre que el producto no ofrezca la
seguridad normalmente ofrecida por los demás ejemplares de la misma serie: art. 137.2)
o por un defecto de información (STS de 10 de julio de 2014)–, el fabricante responde por
los daños y perjuicios causados, salvo que pruebe alguna de las causas de exoneración
taxativamente enumeradas por la Ley. Según ésta, el perjudicado, sea o no consumidor o
usuario en sentido legal, tiene que probar la existencia del defecto, el daño y la relación
de causalidad (art. 139). Lograda esta prueba, el fabricante sólo puede liberarse de la
obligación de indemnizar los daños y perjuicios causados si prueba que no ha puesto en
circulación el producto; que, dadas las circunstancias del caso, es legítimo presumir que
el defecto no existía en el momento en que el producto fue puesto en circulación; que el
producto no había sido fabricado para la venta o cualquier otra forma de distribución
con finalidad comercial; que el defecto era consecuencia de haber elaborado el producto
siguiendo normas imperativas, legales o reglamentarias; o, en fin, que el estado de los
conocimientos científicos y técnicos existentes en el momento de la puesta en
circulación no permitía apreciar la existencia del defecto (art. 140.1).
De ese catálogo legal de causas de exoneración, la más importante es, sin duda, la
relativa al estado de la ciencia y la técnica existentes en el sector industrial concreto en
el momento de la puesta en circulación del producto: de los denominados «riesgos del
desarrollo», los defectos que, tras la inmisión en el mercado, se individualizan en un
producto como consecuencia del avance científico o técnico, el fabricante no responde si
prueba efectivamente que no eran detectables en el momento de esa inmisión. Pero ello
no significa que en tales supuestos no exista a su cargo, una vez conocida la
defectuosidad del producto fabricado, un deber de advertir de esa potencialidad dañosa
al público de consumidores o usuarios en la forma de más segura recepción y, en los
casos más graves, el deber de retirar la producción, respondiendo frente a las personas
dañadas por la infracción de esos deberes (art. 1902 CC). En todo caso, en el Derecho
español no se puede utilizar esta causa de exoneración respecto de los medicamentos,
alimentos y productos alimentarios destinados al consumo humano (art. 140.3).
El sujeto responsable no es sólo el fabricante real –sea el del producto terminado, sea el
de un elemento integrado en ese producto, sea el productor de la materia prima–, sino
también el fabricante aparente , esto es, cualquier persona que se presente al público
como fabricante, poniendo su nombre, denominación social, su marca o cualquier otro
signo distintivo en el producto o en el envase, el envoltorio o cualquier otro elemento de
protección o de presentación (art. 5, en relación con el art. 138.1). En el caso de que el
fabricante del producto no pueda ser identificado, será considerado como fabricante el
que lo hubiere suministrado o facilitado, salvo que, dentro del plazo de tres meses a
contar desde que fuera demandado o requerido para ello, indique al perjudicado la
identidad del fabricante o, al menos, de quien le hubiera suministrado o facilitado a él
dicho producto (art. 138.2). Esta posibilidad de exoneración no existe si hubiera
suministrado el producto a sabiendas de la existencia del defecto. Si varias personas
fueran responsables del mismo daño, la responsabilidad será solidaria (art. 132).
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 3. El empresario (II) (ÁNGEL ROJO)
Lec c ió n 3
El empresario (II)
ÁNGEL ROJO
Sumario:
I. El empresario individual
1. El concepto de empresario individual
2. La capacidad para ser empresario individual
3. El menor empresario
4. Las prohibiciones para el ejercicio de la actividad empresarial
5. Adquisición, prueba y pérdida de la condición de empresario individual
6. El domicilio del empresario individual
II. El ejercicio de la actividad mercantil por persona casada
7. Consideración general
8. El régimen legal de la responsabilidad patrimonial por deudas
mercantiles del cónyuge empresario: características generales
9. El ámbito de aplicación del régimen especial
10. La extensión de la responsabilidad patrimonial
11. La administración y la disposición de los bienes comunes por el
empresario casado
III. El empresario persona jurídica
12. Las sociedades mercantiles
13. El ejercicio de la actividad mercantil por asociaciones y por fundaciones
I. EL EMPRESARIO INDIVIDUAL
Tras las reformas introducidas en los Títulos II y III del Libro I del Código de Comercio
por la Ley 17/1973, de 21 de julio, algún precepto comenzó a referirse a los
«comerciantes o empresarios mercantiles individuales» como términos sinónimos (arts.
16 y 17 C. de C., en la redacción dada por la citada Ley). La muy importante reforma de
esos Títulos llevada a cabo por la Ley 19/1989, de 25 de julio, significó la definitiva
sustitución en ellos de la referencia al comerciante por la referencia exclusiva al
empresario individual (arts. 16-1.1º, 19.1, 22.1 y 24.1). Sucede así que actualmente para
referirse al mismo sujeto coexiste en el Código la añeja terminología de «comerciante»
con la más nueva y mejor adaptada a la realidad de «empresario».
El Código de Comercio establece que «tendrán capacidad para el ejercicio habitual del
comercio las personas mayores de edad y que tengan la libre disposición de sus bienes»
(art. 4, en la redacción dada por la Ley 14/1975, de 2 de mayo). Estos dos requisitos sólo
se dan en el mayor de dieciocho años (art. 322 CC) no declarado incapaz para
gobernarse por sí mismo (esto es, no sometido a tutela o curatela por alguna de las
causas legales de incapacitación: art. 200 CC). El mayor de edad no incapacitado, como
es capaz para todos los actos de la vida civil (art. 322 CC), podrá adquirir la condición de
empresario mediante el ejercicio de cualquier actividad empresarial.
El menor de edad, aunque esté emancipado (art. 314 CC) o aunque haya obtenido el
beneficio de la mayoría de edad (art. 321 CC), carece de la llamada capacidad mercantil,
porque, aunque pueda regir su persona y bienes «como si fuera mayor», tiene las
restricciones de no poder tomar dinero a préstamo, gravar ni vender bienes inmuebles
y establecimientos mercantiles o industriales u objetos de extraordinario valor sin
autorización o asistencia paterna o del curador (art. 323 CC); es decir, carece de la libre y
plena disposición de bienes. La posibilidad de defender otra interpretación más
congruente con las conveniencias de la práctica mercantil está notoriamente dificultada
por el Código de Comercio, que, con criterio absoluto, exige la mayoría de edad y la libre
disposición de los bienes propios (art. 4).
3. EL MENOR EMPRESARIO
Existen casos en los que determinadas personas, a pesar de tener capacidad para ser
empresario, tienen prohibido el ejercicio de la actividad empresarial. Las prohibiciones
se clasifican en absolutas y relativas. Son absolutas las que comprenden cualquier clase
de actividad comercial, industrial o de servicios; son relativas aquéllas cuyo ámbito se
refiere exclusivamente a un determinado género de actividad mercantil. Por lo general,
las prohibiciones, sean absolutas o relativas, no sólo lo son para actuar como
empresario, sino también para ser administrador o liquidador de sociedades
mercantiles (arts. 13 y 14 C. de C.); y, además, no se limitan a los casos de ejercicio
directo de la actividad empresarial por el incompatible, sino que abarcan el supuesto de
ejercicio a través de persona interpuesta.
Los actos realizados por personas sobre las que pesa cualquiera de estas prohibiciones
son plenamente eficaces. Las consecuencias del ejercicio de la actividad mercantil por
persona incompatible son las sanciones administrativas en los casos de prohibiciones
absolutas, y las sanciones civiles (exclusión del socio colectivo, cese del factor,
separación de los administradores) en algunos de los casos de prohibiciones relativas.
Por regla general, el domicilio mercantil del empresario individual coincide con el
domicilio civil. En este sentido, el domicilio del empresario será el lugar de su residencia
habitual (art. 40 CC).
Salvo que una norma legal establezca otra cosa, el domicilio determina el fuero general
de las personas naturales (art. 50.1 LEC). Sin embargo, en los litigios derivados de la
actividad empresarial, el empresario puede ser demandado tanto ante tribunal de su
domicilio como ante tribunal del lugar en el que desarrolle esa actividad; y, si tuviere
establecimientos en distintas localidades, en cualquiera de ellas, a elección del
demandante (art. 50.3 LEC).
7. CONSIDERACIÓN GENERAL
El primer problema que plantean estos artículos del Código de Comercio sobre la
responsabilidad por deudas mercantiles del cónyuge empresario es el de determinar el
ámbito de aplicación de la normativa en ellos contenida. El Código nada señala a este
respecto, pero la mera lectura del articulado pone de manifiesto que la disciplina en él
establecida no es aplicable a los casos en los que el empresario esté casado en régimen
de separación de bienes, bien por haberlo pactado así en capitulaciones matrimoniales
(art. 1325 CC), bien por ser éste el régimen legal supletorio (art. 231-10.2 CC catalán; y
arts. 3 y ss. y 67 y ss. de la Compilación del Derecho civil de Baleares), así como tampoco
en los casos en que el régimen económico del matrimonio sea el de participación (arts.
1411 y ss. CC).
La primera tarea del intérprete es, pues, determinar cuál es el régimen económico del
matrimonio, ya que la aplicación de lo establecido en el Código de Comercio sobre la
responsabilidad por deudas mercantiles del cónyuge empresario exige que, en ese
régimen, existan bienes que, por disposición legal, tengan el carácter de bienes comunes
o gananciales. Naturalmente, el régimen económico del matrimonio (sociedad de
gananciales, sociedad de conquistas, separación de bienes, régimen de participación,
etc.) es el que convencional o legalmente corresponda en cada caso, sin que, para la
determinación de cuál sea ese régimen, tenga relevancia lo que los cónyuges hubieran
declarado al presentar la declaración del impuesto sobre la renta de las personas físicas.
a) El ámbito mínimo , es decir, aquella parte del patrimonio que siempre y en todo caso
queda sujeta al cumplimiento de las obligaciones contraídas por el empresario casado,
está constituido por los bienes propios o privativos de ese empresario y los bienes
comunes que se hubieran obtenido precisamente por el ejercicio de la actividad
empresarial. Así lo establece el Código de Comercio, al señalar que «en caso de ejercicio
del comercio por persona casada, quedarán obligados a las resultas del mismo los
bienes propios del cónyuge que lo ejerza y los adquiridos con esas resultas» (art. 6 C. de
C.). La referencia a los bienes propios del empresario no suscita problemas de
interpretación: la responsabilidad patrimonial se extiende tanto a los bienes privativos
que pertenecieran a ese empresario al comenzar el matrimonio como a los que hubiera
adquirido después a título gratuito y, en fin, a los adquiridos a costa o en sustitución de
bienes privativos (art. 1346 CC). No sucede lo mismo con la equívoca referencia a los
bienes comunes obtenidos por «resultas» del comercio y, en general, de la actividad
empresarial. Con esta expresión alude el Código a aquellos bienes comunes o
gananciales obtenidos precisamente por la actividad empresarial del cónyuge
empresario y a los adquiridos con cargo a los mismos. La responsabilidad de estas dos
masas patrimoniales –el patrimonio propio y los bienes obtenidos por el ejercicio de la
actividad empresarial– es del mismo grado: el acreedor puede dirigirse indistintamente
contra unos u otros bienes. Así, puede pretender y obtener satisfacción de los bienes
comunes obtenidos como consecuencia de la actividad empresarial del cónyuge deudor
sin necesidad de previa excusión del patrimonio privativo (art. 1369 CC).
b) El ámbito medio de responsabilidad está constituido por los demás bienes comunes.
Para que estos bienes queden obligados «será necesario el consentimiento de ambos
cónyuges» (art. 6 C. de C.). La categoría unitaria de los bienes comunes o gananciales se
divide así entre bienes obtenidos por resultas del comercio y los demás bienes comunes
o gananciales. Los primeros están sujetos en todo caso; los segundos sólo cuando
consienten ambos cónyuges.
Ahora bien, el cónyuge del empresario podrá formular oposición en cualquier momento
al ejercicio de la actividad empresarial por parte del otro cónyuge, así como revocar
libremente el consentimiento expreso o presunto que hubiera prestado, en cuyo caso los
demás bienes comunes dejarán de estar sujetos al cumplimiento de las obligaciones que
contraiga el empresario en el ejercicio de su específica actividad. Para que esa oposición
o esa revocación sean eficaces frente a terceros debe constar en escritura pública,
inscrita en el Registro Mercantil (art. 11 C. de C. y art. 87-6º RRM) y publicados los datos
esenciales de la inscripción en el Boletín Oficial de dicho Registro (art. 21.1 C. de C. en
relación con art. 386-7º RRM). Si el empresario no figurara inscrito en el Registro
Mercantil, el cónyuge podrá solicitar la inscripción de éste a los efectos de que sean
oponibles a terceros la oposición o la revocación indicadas (art. 88.3 RRM).
Naturalmente, la revocación del consentimiento no podrá, en ningún caso, perjudicar
derechos adquiridos con anterioridad al momento en que sea oponible (art. 11 C. de C.).
No tiene valor de oposición o de revocación la mera separación de hecho de los
cónyuges. De ahí que, por ejemplo, de la restitución del préstamo concedido por una
entidad de crédito, después de que hubiera tenido lugar esa separación de hecho, al
cónyuge empresario casado en régimen de gananciales, responden no sólo los bienes de
éste y los obtenidos por él en el ejercicio de la actividad empresarial, sino también los
demás bienes gananciales, como es el caso de los obtenidos por el otro cónyuge en el
ejercicio de cualquier clase de actividad o en las rentas producidas por bienes privativos
o gananciales.
Otras sociedades, como las cooperativas y las mutuas pueden tener carácter mercantil
en algunos casos. Las sociedades cooperativas son sociedades de capital variable que
asocian, en régimen de libre adhesión y baja voluntaria, con estructura y
funcionamiento democráticos, a personas que tienen intereses o necesidades
socioeconómicas comunes, para la realización de actividades empresariales (Ley estatal
27/1999, de 16 de julio, de Cooperativas). Según el Código de Comercio, las sociedades
cooperativas son mercantiles «cuando se dedicaren a actos de comercio extraños a la
mutualidad» (art. 124 C. de C.), expresión que hay que interpretar como equivalente a
que realicen «actividades y servicios cooperativizados» con terceros no socios (art. 4
LCoop). Las sociedades mutuas de seguros –que pueden actuar a prima fija o variable– se
caracterizan porque los mutualistas ostentan la doble condición de socios y de
asegurados (arts. 9 y 10 del Texto refundido de la Ley de Ordenación y Supervisión de
los Seguros Privados, aprobado por Real Decreto Legislativo 6/2004, de 29 de octubre).
Las sociedades mutuas son mercantiles cuando actúen a prima fija (art. 124 C. de C.).
Por el contrario, las sociedades de garantía recíproca –que son sociedades de base
mutualista al igual que las cooperativas y las mutuas– tienen siempre carácter
mercantil, como ya se ha señalado. Estas sociedades están dirigidas fundamentalmente
a facilitar el acceso a la financiación de las pequeñas y medianas empresas, prestando
garantía a favor de sus socios en las operaciones que éstos realicen dentro del giro y
tráfico que les es propio (Ley 1/1994, de 11 de marzo, sobre el Régimen Jurídico de las
Sociedades de Garantía Recíproca).
A) Las asociaciones , incluso las de utilidad pública, pueden desarrollar una actividad
empresarial. Por lo general, esa actividad será marginal; pero puede suceder que el
ejercicio de la actividad empresarial se realice de modo principal o aun exclusivo. Esta
circunstancia no modifica la naturaleza de la asociación misma, siempre que se realice
con carácter instrumental respecto de los fines de la asociación. No es incompatible con
la asociación la obtención de beneficios; lo que la Ley estatal prohíbe es que esos
beneficios, una vez obtenidos, se repartan entre los asociados en lugar de destinarse a
los fines de la asociación (art. 13.2 LO 1/2002, de 22 de marzo, reguladora del Derecho de
Asociación). Si ese carácter instrumental no existe, es decir, si los resultados de la
actividad empresarial no se dedican exclusivamente al cumplimiento de los fines de la
asociación, sino que se reparten, directa o indirectamente, entre los asociados, la
originaria asociación se habrá convertido en sociedad irregular.
Ahora bien, cuando una asociación ejercita una actividad empresarial con carácter
instrumental respecto de sus fines, adquiere por este mero hecho la condición de
empresario, y ello incluso en el caso de que la actividad empresarial que desarrolla sea
secundaria o accesoria. Cualquier asociación que ejercite una actividad empresarial
adquiere, como cualquier otra persona natural o jurídica que así actúe, carácter de
sujeto mercantil, si bien no podrá inscribirse en el Registro Mercantil por razón del
principio de numerus clausus de los sujetos inscribibles (art. 16 C. de C.).
En todo caso, las asociaciones, ejerciten o no una actividad empresarial, están obligadas
a llevar contabilidad «conforme a las normas específicas que le resulten de aplicación»
(art. 14.1 LA). Las cuentas anuales de la asociación se deberán aprobar anualmente por
la asamblea general (art. 14.3 LA).
B) Las fundaciones –organizaciones sin ánimo de lucro cuyo patrimonio está afecto de
modo duradero a la realización de los fines de interés general fijados por el fundador–
también pueden ejercitar actividades empresariales «cuyo objeto esté relacionado con
los fines fundacionales o sean complementarias o accesorias» (art. 24.1 Ley estatal
50/2002, de 26 de diciembre, de Fundaciones, y art. 23.2 del Reglamento de Fundaciones
de competencia estatal, aprobado por RD 1337/2005, de 11 de noviembre), y en ese caso
adquirirán la condición de empresario.
Pero es que, además, para evitar que el ejercicio de esa actividad pueda repercutir
negativamente sobre el patrimonio de la fundación, la legislación estatal y autonómica
suele restringir, a través de distintas técnicas jurídicas, la iniciación –o, incluso, la
continuación– de actividades empresariales por parte de las fundaciones. Ciertamente,
la fundación puede ser titular de establecimientos o empresas comerciales, industriales
o de servicios por figurar éstos en la dotación fundacional –la dotación puede consistir
en bienes y derechos de cualquier clase (art. 12.1 LF)– o por adquirirlos a lo largo de la
existencia del ente, y puede ejercitar con ellos actividades mercantiles. Pero si pretende
ejercer directamente tales actividades –que, naturalmente, tienen que guardar relación
con los fines fundacionales o, al menos, estar al servicio de los mismos– las distintas
Leyes autonómicas o bien exigen la previa y expresa autorización del Protectorado, o
bien dar cuenta de ese ejercicio a este órgano público de control de la fundación, o bien,
en fin, siguen un sistema mixto, exigiendo la autorización o la mera puesta en
conocimiento según los casos.
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 4. El establecimiento mercantil (I) (ÁNGEL ROJO)
IV. Los elementos del establecimiento mercantil
Lec c ió n 4
ÁNGEL ROJO
Sumario:
I. El establecimiento mercantil
1. Concepto de establecimiento mercantil
2. La naturaleza jurídica del establecimiento mercantil
II. Clases de establecimientos
3. Establecimiento comercial, establecimiento industrial y establecimiento
de servicios
4. Establecimiento principal y establecimientos secundarios: las sucursales
5. Establecimiento privativo y establecimiento ganancial
III. El establecimiento abierto al público
6. El establecimiento abierto al público
IV. Los elementos del establecimiento mercantil
7. Los elementos integrantes del establecimiento mercantil
8. El fondo de comercio
V. El local como elemento del establecimiento mercantil
9. El local como elemento del establecimiento: establecimiento en local
propio y establecimiento en local arrendado
10. El arrendamiento del local
11. La indemnización por clientela
I. EL ESTABLECIMIENTO MERCANTIL
Entre esos elementos, ocupan un lugar destacado las materias primas y los productos,
en el caso del establecimiento industrial, y las mercancías –o mercaderías, como, en
ocasiones, también son denominadas–, en el caso del establecimiento comercial. Las
mercancías son bienes muebles, manufacturados o no, afectos al tráfico mercantil. Con
el arcaísmo propio de la subordinación histórica de la industria al comercio –que era la
realidad en el momento de la formación del ius mercatorum y aun en el momento de la
codificación mercantil española–, para el Código de Comercio mercancías son tanto los
bienes que el empresario compra para revenderlos en el mismo estado en que los ha
comprado, como los bienes que el empresario compra para fabricar o producir otros
distintos (art. 325 C. de C.). En este último caso, las mercancías transformadas se suelen
denominar «productos» (art. 136 del Texto Refundido de la Ley General para la Defensa
de los Consumidores y Usuarios).
En relación con los elementos del establecimiento, dos son los principios generales a los
que conviene hacer referencia: en primer lugar, el principio de autonomía y, en segundo
lugar, el principio de mutabilidad. Por virtud del denominado principio de autonomía ,
los elementos patrimoniales integrados en el establecimiento no pierden por ello la
propia sustantividad ni sufren alteración o cambio en el régimen jurídico respectivo.
Esta autonomía debe tenerse en cuenta para la transmisión del establecimiento
mercantil (v. Lección 5, apartado II.2). Por virtud del denominado principio de la
mutabilidad , los elementos integrantes del establecimiento pueden ser separados del
establecimiento a voluntad del empresario para ser sustituidos o no por otros, según las
exigencias de la actividad empresarial a la que sirven. De ordinario, los
establecimientos empiezan su vida con unos determinados elementos y la terminan con
otros distintos porque el ejercicio de la actividad empresarial lo exige así. En el
establecimiento se sustituyen o renuevan las cosas y los servicios, sin que por ello se
rompa la unidad del mismo, en tanto no se produzca una disgregación o dispersión total
que destruya la organización. Para evitar los riesgos que esa mutabilidad ocasiona
cuando el establecimiento mercantil constituye objeto de garantía real, la Ley de 16 de
diciembre de 1954, sobre Hipoteca Mobiliaria y Prenda sin Desplazamiento de posesión,
obliga al deudor hipotecario, en caso de hipoteca del establecimiento mercantil que por
pacto expreso se extienda a las materias primas o a las mercancías, a tener en el
establecimiento hipotecado «mercaderías o materias primas en cantidad y valor igual o
superior al que se haya determinado en la escritura de hipoteca, reponiéndolas
debidamente con arreglo a los usos del comercio» (art. 22.II).
8. EL FONDO DE COMERCIO
Entre los elementos del establecimiento mercantil destaca el local, que constituye el
soporte físico del establecimiento. Aunque, como ya hemos señalado, existen
establecimientos sin local, la inmensa mayoría se encuentra instalada en un inmueble
de naturaleza urbana.
La regla general es que estos arrendamientos para uso distinto de la vivienda se rigen
por lo dispuesto por la voluntad de las partes (art. 4.3), incluido tanto lo relativo a la
duración del contrato como lo relativo a la renta y a su actualización. En efecto, frente a
lo que acontece en el arrendamiento de vivienda (arts. 9 y 18), en el arrendamiento de
local y, en general, en los arrendamientos para uso distinto del de vivienda no existe
norma alguna sobre prórroga obligatoria del contrato por plazos anuales hasta que el
arrendamiento alcance una duración mínima de cinco años (salvo que el arrendatario
manifieste oportunamente la voluntad contraria a la prórroga); y tampoco existe norma
alguna sobre actualización automática de la renta. Por supuesto, el arrendador puede
resolver el contrato por falta de pago de la renta o de cualquiera de las cantidades cuyo
pago hubiera asumido o correspondieran al arrendatario (art. 35). El pago de la renta
fuera de plazo después de presentada la demanda de desahucio, no excluye la
aplicabilidad de la resolución arrendaticia, aunque esa resolución se funde en el impago
de una sola mensualidad de renta, ya que –como señala la jurisprudencia- el arrendador
no está obligado a soportar que el arrendatario se retrase en el pago de la renta (v.,
entre otras, SSTS de 24 de julio de 2008, 10 de noviembre de 2010 y 18 de marzo de
2014).
Sin embargo, la Ley contiene dos normas imperativas que constituyen excepción a tan
amplio reconocimiento del principio de autonomía de la voluntad. Así, la relativa a la
facultad indisponible del arrendador y del arrendatario de compelerse recíprocamente
para la formalización por escrito de este contrato consensual (art. 37); y así también la
relativa a la obligatoriedad de la exigencia y de la prestación de una «fianza» en
metálico (en realidad, una prenda irregular), en el momento de la celebración del
contrato, en cantidad equivalente a dos mensualidades (art. 36.1), la cual, transcurridos
los tres primeros años de duración de ese contrato, podrá ser objeto de actualización
(art. 36.2 y 3, en la redacción dada por la Ley 4/2013, de 4 de junio). En el momento de la
extinción del arrendamiento, el arrendador está obligado a restituir la fianza al
arrendatario (art. 36.4). Esta devolución no implica renuncia a la indemnización de
daños y perjuicios por aquellas obras realizadas por el arrendatario que hubieran
deteriorado el local. Con estas dos excepciones, la autonomía de la voluntad puede
configurar el contrato en función de la mutua conveniencia de las partes.
b) Salvo que en el contrato de arrendamiento se disponga otra cosa (lo que sólo permite
la Ley si la duración del arrendamiento es superior a cinco años), el arrendatario del
local tiene derecho de adquisición preferente de ese local en el caso de que el arrendador
lo venda a un tercero. Al servicio de este derecho de preferencia, se reconocen al
arrendatario un derecho de tanteo antes de la perfección de la compraventa y un
limitado derecho de retracto sobre el local arrendado una vez perfecto e incluso
ejecutado dicho contrato (art. 31), derechos que existen aunque el arrendatario tuviera
subarrendado el local (STS de 2 de noviembre de 2006).
Las normas sobre derechos de tanteo y retracto en cuanto limitativas de las facultades
dispositivas han sido interpretadas tradicionalmente por la jurisprudencia en sentido
restrictivo (SSTS de 2 y 6 de febrero de 1991; Ress. DGRN de 5 de septiembre y 24 de julio
de 1995). Significa ello que el arrendatario del local goza de estos derechos en caso de
compraventa del local arrendado –y en caso de adjudicación judicial en procedimiento
de ejecución (SSTS de 2 de marzo de 1959, 19 de febrero de 1968 y 23 de enero de 1971;
Res. DGRN de 5 de noviembre de 1993)–, pero no en supuestos distintos a la
compraventa, como, por ejemplo, en caso de división de una comunidad sobre varios
locales con adjudicación del local arrendado a uno de los comuneros (STS de 22 de
febrero de 1994) o en caso de aportación del local arrendado a una sociedad, salvo,
naturalmente, que el arrendador aportante incurra en fraude de ley (art. 6.4 CC).
c) El arrendatario del local en el que se ejerza una actividad profesional tiene derecho
tanto a subarrendar el local como a ceder el contrato de arrendamiento sin contar con
el consentimiento del arrendador (art. 32.1). El arrendador y el arrendatario pueden
excluir o limitar en el contrato esos derechos o alguno de ellos, pero si no usan de esa
facultad entran plenamente en juego. Tanto el subarrendamiento como la cesión deben
notificarse al arrendador en el plazo de un mes desde que se hubieran concertado (art.
32.4). En el caso de que se hubiera excluido la facultad de subarrendar el local, la
jurisprudencia considera que no existe subarriendo, traspaso o cesión inconsentidos por
el hecho de que el arrendatario haya estipulado un contrato de franquicia para actuar
como franquiciado en local arrendado.
d) A fin de que el arrendatario pueda conservar el uso del local, impidiendo que
desaparezca la base física del establecimiento, la Ley establece que el contrato de
arrendamiento continúa en vigor a pesar de la declaración judicial de concurso de
acreedores del arrendatario (art. 61 LC); y que, si la acción de desahucio se hubiera
ejercitado ya por el arrendador antes de la declaración judicial de concurso, la
administración judicial, hasta el momento mismo de practicarse el efectivo lanzamiento,
puede enervar la acción así como rehabilitar la vigencia del contrato pagando con cargo
a la masa todas las rentas y demás conceptos pendientes y las costas causadas hasta ese
momento (art. 70 LC).
Los presupuestos para el nacimiento de ese derecho son dos: en primer lugar, que en
ese establecimiento se haya venido ejerciendo una actividad comercial de venta al
público durante los últimos cinco años y, en segundo lugar, que el arrendatario haya
manifestado al arrendador, con cuatro meses de antelación a la extinción del contrato,
la voluntad de prorrogar la duración del arrendamiento por un mínimo de cinco años
más y por una renta de mercado, sin aceptación por el arrendador de esa oferta de
prórroga o con aceptación de la oferta pero en condiciones diferentes (art. 34.I).
En el caso de que, dentro de los seis meses siguientes, el antiguo arrendatario no iniciase
actividad alguna o iniciase otra diferente a la ejercitada en el antiguo establecimiento,
es preciso distinguir según que el antiguo arrendador o un tercero desarrollen o no en
el mismo local la misma actividad o una afín dentro de ese mismo plazo. Si el antiguo
arrendador o un tercero desarrollan en ese tiempo cualquiera de esas actividades en ese
local, la indemnización será de una mensualidad por cada año de duración del contrato,
con un máximo de dieciocho mensualidades. Si no desarrollan actividad alguna o si la
actividad es diferente, el arrendatario que no haya iniciado actividad alguna o que haya
iniciado otra diferente dentro de los seis meses siguientes a la extinción del contrato,
carece de derecho a la indemnización (art. 34.II.2).
En caso de falta de acuerdo entre las partes, la fijación del quantum indemnizatorio
corresponde al tribunal de instancia, y no puede ser revisada en casación (STS de 18 de
junio de 2001). Naturalmente, en ningún caso la indemnización podrá superar el valor
del local (STS de 5 de junio de 1997).
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 5. El establecimiento mercantil (II) (ÁNGEL ROJO)
Lec c ió n 5
ÁNGEL ROJO
Sumario:
1. CONSIDERACIÓN GENERAL
Desde otro punto de vista, la transmisión del establecimiento mercantil puede ser
directa o indirecta . Se califica de transmisión directa a aquella transmisión en la que el
objeto del negocio es el establecimiento o los establecimientos del transmitente; y se
califica de transmisión indirecta la transmisión de la totalidad de las acciones o de las
participaciones en que se divide el capital de una sociedad cuyo patrimonio se
encuentra constituido exclusiva o principalmente por uno o varios establecimientos.
Mientras que en el primer caso, por virtud de la transmisión, cambia el titular del
establecimiento, en el segundo el titular sigue siendo la sociedad, que es la que cambia
de manos. Por supuesto, la opción entre transmisión directa o indirecta está en función
de las circunstancias de cada caso. Pero, a veces, por conveniencia de las partes, una
transmisión que, en principio, tendría que ser directa, se realiza como indirecta: el
titular del establecimiento –sea empresario individual o sociedad mercantil– constituye
una sociedad, unipersonal o no, a la que aporta el establecimiento que proyecta
transmitir y, una vez inscrita esa sociedad en el Registro Mercantil, procede a la
transmisión de la totalidad de sus acciones o participaciones.
En los casos de transmisión inter vivos indirecta del establecimiento mercantil, procede
aplicar por analogía algunas de las normas propias de la compraventa del
establecimiento, como, por ejemplo, las relativas a las garantías por evicción y por vicios
ocultos (v. infra II.4).
Esta regla general tiene, sin embargo, algunas importantes excepciones . En primer
lugar, está el caso de la subrogación convencional , es decir, aquélla que se produce
cuando las partes –transmitente y adquirente del establecimiento– acuerdan
expresamente la cesión del contrato de arrendamiento del local. En este supuesto, el
transmitente puede ceder al adquirente los derechos y obligaciones derivados del
contrato de arrendamiento del local en que se encuentre instalado el establecimiento
sin necesidad de consentimiento del arrendador. El adquirente se subroga en la
posición jurídica de arrendatario, que, hasta ese momento, correspondía al transmitente
(art. 32.1 LAU). No es menos cierto, sin embargo, que como contrapartida para el
propietario del inmueble, esta cesión del contrato de arrendamiento da derecho al
arrendador a una elevación de la renta en el porcentaje del 20 por 100 (art. 32.2 LAU).
En segundo lugar, están los casos de subrogación legal , es decir, aquellos supuestos en
los que el adquirente queda subrogado ex lege en la posición jurídica del transmitente,
con independencia de que así se hubiera previsto en el contrato o, incluso, en contra de
cualquier pacto que hubieran podido concluir las partes. Esto es lo que sucede con los
contratos de trabajo y los contratos de seguro.
a) La transmisión del establecimiento (o, como la Ley dice, de la «empresa», del «centro
de trabajo» o de una «unidad productiva autónoma» dentro de una empresa) no
extingue la relación laboral de los trabajadores que presten sus servicios en ese
establecimiento: el adquirente queda subrogado ope legis en los derechos y obligaciones
laborales del anterior titular (art. 44.1 ET, en la redacción dada por la Ley 12/2001, de 9
de julio, para adaptación del Derecho español a la Directiva 98/50/CEE, de 29 de junio).
El Estatuto de los Trabajadores entiende que existe «sucesión de empresa» cuando la
transmisión afecta a una «entidad económica que mantenga su identidad, entendida
como conjunto de medios organizados a fin de llevar a cabo una actividad económica,
esencial o accesoria» (art. 44.2). La subrogación tiene lugar tanto en aquellos casos de
transmisión de la empresa en su conjunto, como en aquellos otros en los que el objeto
de la transmisión es una parte de esa empresa, siempre que constituya una «unidad de
producción susceptible de explotación separada» (SSTS [4ª] de 6 de octubre de 1989, 23
de septiembre de 1997, 3 de octubre de 1998 y 7 de diciembre de 2011). Como ha
señalado reiteradas veces la jurisprudencia, «el trabajador se vincula a la explotación en
que presta servicios, cualquiera que sea su titular, y no al empresario que lo contrató,
sea cual sea el negocio que éste explote» (así, entre otras muchas, SSTS [4ª] de 19 de
junio de 1989, 16 de mayo de 1990 y 21 de marzo de 1992). Esta subrogación se produce
no sólo en los casos de transmisión voluntaria –sea a título definitivo, sea transmisión
meramente temporal como el arrendamiento (v., entre otras muchas, SSTS [4ª] de 12 de
diciembre de 2002 y 1 de marzo de 2004; y SSTCT de 30 de marzo de 1981 y 2 de
septiembre de 1983)–, sino también en los casos de transmisión forzosa (ant. art. 51.11
ET). Cuando la transmisión se proyecte realizar por actos inter vivos , debe ser puesta en
conocimiento de los representantes de los trabajadores antes de que tenga lugar,
expresando la fecha prevista, la causa de la transmisión, las consecuencias económicas,
jurídicas y sociales para los trabajadores y las medidas previstas (art. 44.6 a 8 ET).
En algunos casos, con total independencia de lo que hubieran pactado las partes, a la
responsabilidad del cedente se añade la responsabilidad del cesionario . Se trata de casos
de responsabilidad solidaria de origen legal. El sucesor en la titularidad del
establecimiento o de los establecimientos de que fuera titular un empresario individual
o una sociedad mercantil, responde solidariamente con el anterior titular de ciertas
deudas frente a la Hacienda pública y a la Tesorería General de la Seguridad Social,
frente a los trabajadores y frente a las entidades aseguradoras.
En primer lugar, el adquirente del establecimiento por actos inter vivos responde
solidariamente con el anterior titular de las deudas, liquidadas o pendientes de
liquidación, y de las responsabilidades tributarias derivadas del ejercicio de la actividad
empresarial [art. 42.1, letra c) , de la Ley 58/2003, de 17 de diciembre, General
Tributaria]. Para evitar dudas acerca del importe de la responsabilidad tributaria, la Ley
permite que quien pretenda adquirir el establecimiento o los establecimientos de que
fuera titular cualquier persona natural o jurídica, solicite de la Administración, antes de
proceder a la adquisición, y con la conformidad del transmitente, certificación detallada
de las deudas y responsabilidades tributarias derivadas del ejercicio de esa actividad
mercantil. En el caso de que la certificación se expida con contenido negativo o no se
facilite en el plazo de tres meses, el adquirente quedará exento de responsabilidad
respecto de las deudas tributarias para cuya liquidación fuera competente la
Administración tributaria de la que se haya solicitado esa certificación (art. 175.2 LGT).
En todos los casos de transmisión, el transmitente y el adquirente responden también
solidariamente del pago de las prestaciones de Seguridad Social causadas antes de la
transmisión (art. 168.2 RDL 8/2015, de 30 de octubre, por el que se aprueba el texto
refundido de la Ley General de la Seguridad Social; v., sin embargo, en relación con una
sociedad laboral, STS [3ª] de 15 de julio de 2003).
Las negociaciones pueden iniciarse con una sola persona o con varias simultáneamente
ofreciendo a todos los interesados la oportunidad de conocer los datos esenciales del
objeto de la transmisión mediante la exposición de distintos juegos de documentación
en la denominada data room . A veces quienes desean acceder a esa información deben
satisfacer una determinada cantidad, que cumple así la función de disuadir a aquéllos
que no tengan suficiente interés en la operación. Cuando las negociaciones se inician
simultáneamente con varios interesados, existe el deber de comunicar a cada uno de
ellos la existencia de los demás; pero sin facilitar la identidad de los concurrentes, salvo
que se haya establecido diversamente por el oferente al fijar las condiciones de la oferta
para negociar. También es posible iniciar las negociaciones pactando la exclusividad, de
modo tal que el que desea vender se obliga a no negociar con otros interesados durante
un tiempo determinado o en tanto se mantengan las negociaciones con el firmante del
pacto de exclusiva.
En estas negociaciones, quien pretende comprar asume necesariamente un deber de
confidencialidad , de manera que la información que recibe sobre el establecimiento o
los establecimientos objeto posible de la compraventa ( v.gr.: cifra de ventas de cada uno
de ellos, renta de los arrendamientos de los locales en que se encuentran instalados,
etc.) tiene que mantenerse en secreto incluso en la eventualidad de que esas
negociaciones no lleguen a buen fin. La violación de este deber de secreto, al igual que
la ruptura injustificada de las negociaciones, genera la obligación de indemnizar los
daños y perjuicios causados (art. 1902 CC).
En esas negociaciones es posible que las partes firmen una «carta de intenciones» (letter
of intent) o un «acuerdo de intenciones» (memorandum of understanding) o cualquier
otro documento de denominación análoga o similar. En ocasiones, en caso de ruptura de
las negociaciones, se plantea la duda de si esos documentos recogen o no un auténtico
precontrato. Por regla general, estos acuerdos o cartas de intenciones son meros
documentos privados en los que las partes –o una de ellas, con posterior aceptación de
la otra en documento independiente– manifiestan la voluntad de negociar y alcanzar un
contrato de compraventa de la empresa o establecimiento mercantil –o de las acciones o
participaciones sociales en que se divide el capital de la sociedad titular de ese
establecimiento– y establecen el objeto y las reglas de la negociación, así como los
límites temporales para negociar. Se trata, pues, de un acuerdo de voluntades que se
distingue, con absoluta claridad, tanto de la figura del precontrato, como del propio
contrato que las partes intentan conseguir; y que, por tanto, genera como obligación
esencial la de negociar de buena fe sobre ese objeto, conforme a esas reglas prefijadas y
dentro del tiempo establecido (SSTS de 4 de julio de 1991 y 3 de junio de 1998). En
algunos casos, estas «cartas» o estos «acuerdos de intenciones» pueden contener el
precio de la operación, excluyendo la posibilidad de discusión sobre este extremo
(binding clause) , pero esta circunstancia no altera la anterior conclusión. En todo caso,
es habitual que estas cartas de intenciones contengan una cláusula que excluya la
vinculación de las partes a realizar necesariamente la operación, lo que facilita la
determinación del alcance de los compromisos asumidos.
Sin embargo, existen casos en los que, bajo esa misma denominación u otra semejante,
se albergan figuras que en modo alguno pueden reconducirse al modelo descrito. No
faltan supuestos, en efecto, en los que el acuerdo o memorandum de intenciones recoge
un «acuerdo de principio» sobre el objeto del contrato y sobre el precio, aunque
pendiente de desarrollo mediante la continuación de la negociación entre las partes.
Ahora bien, el hecho de que exista acuerdo sobre el objeto y el precio no siempre
significa que exista acuerdo sobre todos los aspectos esenciales del contrato. Con
frecuencia, determinados aspectos (contingencias fiscales, posible incidencia del
Derecho de la competencia, régimen de la distribución interna de las responsabilidades
por la contaminación generada por la fábrica que se proyecta transmitir, etc.) son de
tanta importancia que en modo alguno puede afirmarse que el consentimiento para
obligarse sea definitivo.
Por lo que se refiere a los elementos personales del contrato, tanto vendedor como
comprador serán generalmente empresarios individuales o sociedades mercantiles;
pero esta cualidad no constituye condición necesaria. Es perfectamente imaginable, por
ejemplo, un supuesto en el que una persona que ha heredado de otra un establecimiento
mercantil sin actividad alguna y cerrado al público, lo vende a otra persona que desea
iniciarse en la actividad mercantil precisamente mediante la explotación de este
establecimiento; o el caso del empresario que se jubila y transmite el establecimiento a
los trabajadores (que, por lo general, constituirán una sociedad laboral para que sea ésta
la que efectúe la adquisición).
Más dudas puede suscitar la materia relativa a la capacidad de las partes para proceder
a la enajenación en los supuestos en que ha de contarse con la naturaleza del
establecimiento como bien ganancial o con la condición de menor del empresario. Si el
establecimiento es ganancial, la enajenación requerirá el consentimiento de ambos
cónyuges (art. 1375 CC), salvo cuando ese establecimiento se haya constituido o
adquirido con lo obtenido por uno de ellos en el ejercicio de la actividad empresarial
(art. 6 C. de C.). Si la administración de los bienes gananciales se hubiera atribuido a uno
solo de los cónyuges por ministerio de la Ley o por decisión judicial, la enajenación del
establecimiento mercantil requerirá autorización judicial (art. 1389.II CC). Si el
establecimiento pertenece a menor no emancipado o a incapacitado, la enajenación
exigirá la concurrencia de causa de necesidad o de utilidad y la autorización del juez del
domicilio del menor, con audiencia del Ministerio Fiscal (arts. 166.I y 271-2º CC). Si el
establecimiento pertenece a menor emancipado, la enajenación exige consentimiento de
los padres y, a falta de ambos, del curador (art. 323 CC).
Cuando el titular del establecimiento sea una sociedad mercantil –y, en particular, una
sociedad anónima o de responsabilidad limitada–, es tema debatido el de si la
transmisión exige acuerdo de la junta general de socios o si, por el contrario, decidir la
transmisión pertenece a la esfera de competencia propia de los administradores. En la
enumeración de las materias que son competencia de la junta, se incluyen la
adquisición, la enajenación o la aportación a ototra sociedad de «activos esenciales»
[art. 160, letra f), LSC, en la redacción dada por la Ley 31/2014, de 3 de diciembre],
presumiéndose el carácter esencial del activo cuando el importe de la operación supere
el veinticinco por ciento del valor de los activos que figuren en el último balance
aprobado. De esta forma, cuando el valor del establecimiento que se pretenda transmitir
supere dicho porcentaje, se presumirá su carácter esencial y la competencia para
acordar su transmisión corresponderá a la junta. Sin embargo, nada obsta a que,
cuando el valor del establecimiento cuya transmisión se pretende no supere el
porcentaje anterior, la competencia también corresponda a la junta. En tales casos, sin
embargo, el carácter esencial del activo ( i.e., del establecimiento) deberá acreditarse.
Por lo que se refiere a los elementos objetivos , la compraventa tiene como objeto el
establecimiento como conjunto de bienes y de servicios. Las partes pueden, no obstante,
transmitir y adquirir respectivamente un único establecimiento, conservando el
transmitente el resto de los que integran la empresa; y pueden también excluir de la
transmisión algunos bienes integrados en el único establecimiento objeto del contrato,
siempre y cuando no se destruya con ello la capacidad funcional del establecimiento por
tratarse de elementos esenciales. En otro caso, lo que se transmitiría no sería un
establecimiento como unidad compleja, sino una serie de elementos inertes,
desconectados entre sí.
Existen también casos en los que el «comprador» no se obliga a pagar y no paga precio
alguno por el establecimiento, sino que se pacta que el «vendedor», además de obligarse
a entregar el establecimiento mercantil, se obliga también a entregar al «comprador»
una suma de dinero a determinar por auditor o por experto independiente, para
equilibrar así el déficit que eventualmente resulte de la auditoría o de la due diligence .
En tales supuestos, el contrato no puede ser calificado, en rigor, como de compraventa.
10. LA APORTACIÓN DE ESTABLECIMIENTO MERCANTIL
El arrendamiento del establecimiento se distingue del arrendamiento del local (o, según
terminología de la LAU, del «arrendamiento para uso distinto del de vivienda») en el
que dicho establecimiento se encuentra instalado: mientras que en este último el objeto
del arrendamiento es el local, en el arrendamiento del establecimiento lo que se
arrienda es el negocio. En estos arrendamientos –que se suelen denominar de
«industria» (por ser ésta la terminología de la derogada LAU) o de negocio–, lo cedido es
«un todo patrimonial autónomo» en el que, además del local, figuran los elementos
necesarios para el ejercicio de una actividad empresarial (SSTS de 20 de septiembre de
1991 y 21 de febrero de 2000; sobre la inaplicabilidad de la LAU a los arrendamientos de
industria, STS de 21 de febrero de 2015). También pertenecen a la categoría del
arrendamiento del local los denominados «arrendamientos de centros de negocios», en
los que el objeto del arriendo son uno o varios espacios amueblados, destinados a servir
de despachos o de consultorios, teniendo derecho el arrendatario, en las condiciones
que se establezcan, a domiciliar las actividades en dicho lugar, a utilizar los servicios de
teléfono y de telefax, las fotocopiadoras y los ordenadores que el arrendador pone a su
disposición, siendo de cuenta del arrendador el pago del personal común del centro y
del servicio de limpieza. La existencia de estas prestaciones accesorias no desnaturaliza
el contrato, que sigue siendo básicamente un arrendamiento de local.
Por lo que se refiere a las obligaciones de las partes, el arrendador tiene la obligación de
entregar el establecimiento en buen estado de funcionamiento, la de hacer las
reparaciones necesarias en los elementos de que se compone y la de mantener al
arrendatario en el uso pacífico del mismo (art. 1554 CC). Si en todo arrendamiento es
esencial que el arrendador mantenga al arrendatario en el goce pacífico de la cosa
arrendada, en el de establecimiento mercantil las exigencias de la buena fe (arts. 1258
CC y 57 C. de C.) impiden que con posterioridad a la entrega pueda el arrendador
desplegar actividades que perturben el buen desarrollo de la empresa del arrendatario,
y, muy especialmente, aquellas actividades que puedan ocasionar una desviación de la
clientela del establecimiento arrendado. De ahí que la prohibición de hacer
competencia al arrendatario deba reputarse inherente a estos arrendamientos en los
mismos términos que en el contrato de compraventa del establecimiento mercantil,
siempre que no se pacte lo contrario (v. STS de 6 de abril de 1988), si bien, el límite
temporal de esta prohibición será el de la duración del arrendamiento.
El contrato se extingue por las causas generales. De modo principal, por el transcurso
del tiempo (STS de 24 de mayo de 1993) –si bien cabe tácita reconducción (art. 1566 CC;
STS de 20 de septiembre de 1991)–, por el mutuo acuerdo de las partes, por resolución
en caso de incumplimiento, sea del arrendador (como, por ej., en caso de cierre del
establecimiento por resolución judicial o administrativa por no tener el establecimiento
las licencias necesarias: SSTS de 3 de noviembre de 1993 y 24 de enero de 2002), sea del
arrendatario. Extinguido el contrato, el arrendatario deberá devolver el establecimiento
tal como lo recibió (art. 1561 CC). Ciertamente, algunos de los elementos que componían
el establecimiento en el momento de pactarse el arrendamiento –así, las mercaderías–
habrán sido enajenados por el arrendatario en el ejercicio de su actividad empresarial;
pero, para cumplir con la obligación de devolución, deberá figurar en el establecimiento
otro tanto de la misma especie y calidad.
El usufructo no se extingue por el «mal uso» del establecimiento mercantil, que ocasione
una pérdida de valor; pero, si el quebranto fuera «considerable», el nudo propietario
tiene derecho a solicitar la entrega del establecimiento, obligándose a pagar anualmente
al usufructuario las ganancias líquidas, con deducción de las cantidades que
correspondan al nudo propietario por la administración efectuada (art. 520 CC). En todo
caso, extinguido el usufructo por muerte del usufructuario, por expiración del plazo por
el que se hubiera constituido o por cualquier otra causa (v. art. 513 CC), el
establecimiento debe entregarse al propietario (art. 522), facilitándole toda la
información necesaria para que pueda continuar sin interrupción el ejercicio de la
actividad mercantil desarrollada por el usufructuario.
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 6. La contabilidad (I). Introducción. El deber de contabilidad. El secreto
contable. La contabilidad como medio de prueba (ÁNGEL ROJO)
Lec c ió n 6
ÁNGEL ROJO
Sumario:
I. Introducción
1. Las funciones de la contabilidad
2. El derecho contable
II. El deber de contabilidad
1. El deber de contabilidad
4. Libros obligatorios y libros potestativos
5. La llevanza de los libros de contabilidad
6. El valor jurídico de los asientos contables
7. El deber de conservación
8. La inobservancia de las normas legales en materia de contabilidad
III. El secreto contable y sus excepciones
9. El secreto contable
10. Las excepciones al secreto contable
IV. La contabilidad como medio de prueba
11. La comunicación y la exhibición de la contabilidad
12. La eficacia probatoria de la contabilidad
I. INTRODUCCIÓN
Pero la contabilidad no sólo cumple esta función interna o técnica al servicio del interés
del propio empresario o sociedad mercantil. Al lado de esta función –que es la que
primero aparece en el curso de la historia–, la contabilidad ha ido asumiendo una
función externa , que es propiamente la que interesa al Derecho, en la medida en que la
llevanza de los libros contables satisface también exigencias de terceros. De un lado, la
contabilidad interesa a los socios (en el caso de que el empresario sea sociedad
mercantil) y a los acreedores, que necesitan contar con la garantía de una gestión
ordenada; de otro, la contabilidad también está al servicio del interés público. Al Estado
importa conocer, por razones fiscales y de otro tipo (v.gr.: subvenciones o ayudas
públicas) la marcha de la empresa y los resultados de la actividad económica. Y ese
interés público se manifiesta también con toda intensidad en caso de concurso de
acreedores, situación en la que el examen de la contabilidad es fundamental para la
determinación del activo y del pasivo, así como para la eventual depuración de
responsabilidades. Éstas son las razones que condujeron a declarar obligatoria la
contabilización diaria de las operaciones mercantiles y a regular esta materia con
normas jurídicas de carácter necesario.
2. EL DERECHO CONTABLE
1. EL DEBER DE CONTABILIDAD
La Ley impone a todo empresario, sea persona natural o jurídica, la llevanza de «una
contabilidad ordenada», que, además, tiene que ser «adecuada a la actividad de su
empresa» (art. 25.1 C. de C.). Se trata de un deber legal que no conoce excepciones:
cualesquiera que sean las dimensiones de la empresa y cualquiera que sea el sector
económico en el que se desarrolle la actividad empresarial, el empresario debe llevar
una contabilidad.
Al regular este deber legal, el Código de Comercio establece dos exigencias que
ineludiblemente la contabilidad tiene que cumplir. En primer lugar, tiene que ser
ordenada. En rigor, no hay contabilidad sin orden. Si la contabilidad es desordenada no
será posible lograr ese doble fin que la propia Ley trata de conseguir con la imposición
del deber: «el seguimiento cronológico de todas sus operaciones y la elaboración
periódica de balances e inventarios» (art. 25.1 C. de C.). En segundo lugar, la
contabilidad tiene que ser adecuada a la actividad de la empresa. La adecuación se
refiere tanto a la dimensión de la empresa como al género de actividad que desarrolla.
El libro Diario es aquél en el que se recogen todas las operaciones relativas a la actividad
de la empresa (art. 28.2 C. de C.). Se trata, pues, de un registro contable de carácter
cronológico y analítico. Aunque el Código afirma, inicialmente, que las operaciones
deben ser registradas día a día, las dificultades que ello puede acarrear para
determinados negocios (por ej., bancos, grandes almacenes, etc.) justifican que se
autorice al empresario a realizar en el libro Diario anotaciones conjuntas de los totales
de las operaciones por períodos no superiores al trimestre, «a condición de que su
detalle aparezca en otros libros o registros concordantes» (art. 28.2 C. de C.).
Además de los libros obligatorios de contabilidad, los empresarios podrán llevar los
demás libros o registros que estimen convenientes, según el sistema de contabilidad que
adopten o la naturaleza de la actividad que desarrollen. Aunque el Código de Comercio
ya no imponga obligatoriamente la llevanza de un libro Mayor , la práctica contable
generalizada así lo aconseja. En el libro Mayor se agrupan y sistematizan las
operaciones de la empresa en diversas cuentas. Así, las operaciones registradas en el
libro Diario se reagrupan en cuentas separadas e independientes (cuenta de capital, de
caja, de bancos, de mercancías, de efectos a pagar o al cobro, de maquinaria, de
comisiones, etc.) abiertas por «Debe» y «Haber». Este sistema de contabilidad se basa en
la técnica de la partida doble , de larga tradición en el tráfico mercantil. De acuerdo con
este sistema, cada operación se registra dos veces en el libro Mayor: una, en la cuenta
que reciba el valor (cuenta de «Debe») y otra en la cuenta de que haya salido (cuenta de
«Haber»). Por ejemplo, si se compra al contado una mercancía, se adeudará su importe
en la cuenta de mercancías y se abonará en la cuenta de caja o en la cuenta del banco
que lo pagó.
El libro de Inventarios y Cuentas Anuales y el libro Diario no son los únicos obligatorios
a que se refiere el Código de Comercio, aunque sí los únicos libros obligatorios de
contabilidad cuya llevanza se exige a toda clase de empresarios. Al lado de ellos,
también como libro obligatorio, es menester hacer referencia al libro o a los libros de
actas (art. 26.1 C. de C.). Las sociedades mercantiles, cualquiera que sea la forma social,
deben llevar un libro de actas, en el que transcribirán, al menos, los acuerdos adoptados
por las juntas o asambleas generales o especiales de socios y por los demás órganos
colegiados que pudiera tener la sociedad (consejo de administración, comisión delegada
o ejecutiva). La Ley exige que toda sociedad lleve, cuando menos, un libro de actas; pero
permite que, en lugar de uno, lleve dos o más (v.gr.: uno para los acuerdos adoptados
por las juntas o asambleas de socios y otro para los acuerdos del consejo de
administración).
También son libros obligatorios para las sociedades anónimas y comanditarias por
acciones con acciones nominativas el denominado libro registro de acciones
nominativas (art. 116 LSC) y para las sociedades de responsabilidad limitada el libro
registro de socios (art. 104 LSC). Las sociedades unipersonales, sean anónimas o de
responsabilidad limitada, deben llevar, además, un libro-registro en el que se
transcriban los contratos celebrados entre el socio único y la sociedad (art. 16 LSC).
En segundo lugar, esos libros deben ser presentados para su legalización en el Registro
Mercantil del lugar donde el empresario tenga su domicilio: la legalización judicial –que
ya exigía el primer Código de Comercio español (art. 40 C. de C. de 1829) y que continuó
exigiendo el Código de Comercio de 1885 (art. 36 C. de C., en la redacción originaria)
hasta que entró en vigor la Ley 19/1989, de 25 de julio– ha sido sustituida por
legalización registral (art. 27 C. de C., en la redacción vigente, y arts. 329 a 337 RRM). La
legalización de los libros otorga a éstos una presunción de legitimidad en la medida que
impide que la contabilidad se reconstruya por el empresario en función de la
conveniencia de una situación determinada (v.gr.: la solicitud de concurso de
acreedores). En cada Registro Mercantil existe un libro de legalizaciones en el que
constan los datos correspondientes a los libros legalizados (art. 27.4 C. de C.; art. 27
RRM).
No sólo tienen que ser objeto de legalización los libros obligatorios de contabilidad:
también tienen que ser legalizados los demás libros de llevanza obligatoria (art. 27.3 C.
de C.).
En cuanto a los requisitos intrínsecos , la Ley exige que, cualquiera que fuere el
procedimiento utilizado, todos los libros y documentos contables sean llevados «con
claridad, por orden de fechas, sin espacios en blanco, interpolaciones, tachaduras ni
raspaduras». Los errores u omisiones de las anotaciones contables deben ser salvados
en cuanto sean advertidos. En aras de la necesaria claridad de la contabilidad, no se
permite la utilización de abreviaturas o símbolos cuyo significado no sea preciso con
arreglo a la Ley, el reglamento o la práctica mercantil de general aplicación (art. 29.1 C.
de C.).
6. EL VALOR JURÍDICO DE LOS ASIENTOS CONTABLES
La respuesta a la espinosa cuestión del valor jurídico de los asientos contables está
determinada por el criterio que se siga en relación a la naturaleza de la contabilidad. La
contabilidad es, ante todo, un sistema de información; por ello, no constituye la realidad
económica de la empresa, sino que tan sólo la refleja. A pesar de que este planteamiento
parece tender a la negación del valor jurídico de la contabilidad, no puede subestimarse
la trascendencia jurídica que la Ley ha atribuido a los asientos contables. En efecto,
aunque los documentos contables no hacen sino informar adecuadamente sobre la
realidad económica de la empresa, dicha realidad sólo despliega todos sus efectos
jurídicos gracias a su reflejo contable. La contabilidad es algo más que simple
aritmética. Por ejemplo, la existencia de los beneficios empresariales de una sociedad no
es consecuencia de la contabilidad, sino de las operaciones realizadas por la propia
sociedad. Sin embargo, para proceder al reparto o capitalización de los beneficios será
preciso que éstos se deriven de los documentos contables debidamente elaborados. Los
ejemplos son innumerables: la determinación contable del saldo al tiempo de cerrar una
cuenta corriente lo convierte en exigible; o incluso el balance de una sociedad mercantil
puede obligar a que ésta tome medidas tendentes a evitar o a acordar su disolución [art.
221-2º C. de C. y art. 363.1, letra e) , LSC]. En definitiva, aunque los asientos contables
contengan, fundamentalmente, declaraciones de conocimiento sobre hechos, actos o
negocios jurídicos, la Ley les atribuye consecuencias jurídicas propias, diversas de las
consecuencias jurídicas de los hechos, actos o negocios reflejados en la contabilidad.
7. EL DEBER DE CONSERVACIÓN
La duración del deber de conservación se fija por la Ley en seis años «a partir del último
asiento realizado en los libros» (art. 30.1 C. de C.). En cuanto al dies a quo para el
cómputo del plazo, señalaremos que es común a los libros y a los documentos y
justificantes. Significa ello que el empresario está obligado a conservar esa
documentación no sólo durante seis años a contar desde la fecha del documento, sino
durante seis años a contar desde la fecha del último asiento realizado en aquel libro en
el que se hubiera efectuado un asiento contable del que ese documento o justificante
constituya soporte. Naturalmente, si antes de que finalice ese plazo se hubiera iniciado
un procedimiento judicial o arbitral en el que pudiera exigirse al empresario la
exhibición de libros y de documentos, el deber de conservación se extiende en tanto
dure ese procedimiento. Incluso aunque no se haya iniciado un procedimiento, el
empresario tiene la «carga» –y no el deber– de conservar en su propio interés la
documentación relativa al nacimiento, a la modificación y a la extinción de los derechos
y las obligaciones que le incumban, durante el período en el que, según las normas
sobre prescripción, pueda resultarle conveniente promover el ejercicio de los primeros
o serle exigido el cumplimiento de las segundas.
9. EL SECRETO CONTABLE
La Ley establece que la contabilidad de los empresarios es secreta. Lógicamente, el
empresario tiene interés en que los libros y los documentos contables no sean accesibles
a terceros. Y el Ordenamiento jurídico, que, a lo largo de la historia no ha sido insensible
a ese interés (art. 49 C. de C. de 1829 y art. 45 C. de C. de 1885, en la redacción
originaria), lo tutela ahora mediante el reconocimiento expreso del derecho al secreto
contable (art. 32.1 C. de C.).
En el plano penal, la tutela del secreto de la contabilidad se garantiza a través del tipo
general de la revelación de secretos (arts. 197 a 201 CP). Pero, además, las violaciones
del secreto contable, en cuanto suponen violación de un secreto empresarial, pueden ser
reprimidas en ciertos casos con las normas sobre competencia desleal (art. 13 LCD). Si la
violación del secreto se realiza por un trabajador, el empresario podrá proceder a la
extinción del contrato de trabajo por transgresión de la buena fe contractual y abuso de
confianza [art. 54.2, letra d), TRLET].
Las excepciones al secreto contable pueden calificarse en dos categorías según operen
erga omnes o frente a sujetos determinados, públicos o privados. El conocimiento de
ciertos datos contables por parte de los terceros en general presupone la existencia de
un deber de publicidad de esos datos a cargo del empresario. En rigor, no se accede a la
contabilidad del empresario, que sigue siendo secreta, sino que se accede a datos
contables publicados por ese empresario o que consten en Registros públicos. Así, por
ejemplo, las cuentas anuales de las sociedades de capital tienen que ser depositadas en
el Registro Mercantil, pudiendo solicitar cualquier persona certificación o nota simple
informativa de esas cuentas (arts. 279 y 281 LSC).
La segunda categoría agrupa los casos en los que el secreto de la contabilidad no opera
frente a la Administración pública, sea por razones fiscales (art. 142 LGT) o por el
control público a que están sometidas determinadas entidades por razón del sector en
que operan (como sucede con las entidades de crédito por parte del Banco de España o
con las entidades de seguros por parte de la Dirección General de Seguros). Pero
también se incluyen en este grupo los casos en los que son los particulares quienes
acceden al conocimiento de toda contabilidad de un empresario o parte de ella en la
fase de prueba de un procedimiento judicial mediante la comunicación o la exhibición
de la contabilidad.
Cuando hayan de utilizarse como medios de prueba los libros de los empresarios, la
legislación procesal civil se remite a las leyes mercantiles (art. 327 LEC). Según el Código
de Comercio, la utilización en juicio de la prueba de libros y de los soportes informáticos
se hace mediante la comunicación o la exhibición de los mismos (art. 32.2 y 3). El criterio
distintivo básico entre estas dos figuras se funda en el ámbito del reconocimiento: la
comunicación es un reconocimiento general o universal, mientras que, por el contrario,
la exhibición constituye un reconocimiento parcial, es decir, de asientos o de
documentos contables determinados.
En todo caso, una contabilidad llevada conforme a Derecho puede servir como indicio
para probar la existencia de un determinado acto o negocio, especialmente cuando la
parte que alega la prueba de los documentos contables es aquélla que no los ha
redactado. En este sentido, la contabilidad se asemeja a una confesión extrajudicial, que
se presume verdadera contra el confesante, salvo que se pruebe su error, y que será
valorada libremente por los tribunales (STS de 24 de abril de 2014).
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 7. La contabilidad (II). Las cuentas anuales. Los principios contables y la
auditoría de cuentas (ÁNGEL ROJO)
Lec c ió n 7
ÁNGEL ROJO
Sumario:
2. EL BALANCE
El activo del balance comprende con la debida separación el activo fijo o no corriente y
el activo circulante o corriente. Para determinar la adscripción de los elementos
patrimoniales del activo a una u otra categoría, se estará al criterio de la afectación: es el
empresario el que, en función de las características de la actividad empresarial,
determina qué elementos se integran en el activo fijo y cuáles en el circulante. El activo
circulante o corriente comprende los elementos del patrimonio que se espera enajenar,
consumir o realizar en el transcurso del ciclo normal de explotación, así como, con
carácter general, aquellas partidas cuyo vencimiento, enajenación o realización, se
espera que se produzca en un plazo máximo de un año contado a partir de la fecha de
cierre del ejercicio. Los demás elementos del activo deben clasificarse como fijos o no
corrientes (art. 35.1 II C. de C.).
Además del activo y del pasivo, en el balance debe figurar el patrimonio neto ,
diferenciando, al menos, los fondos propios de las restantes partidas que lo integran
(art. 35.1 IV C. de C.).
Del balance del ejercicio o balance ordinario deben distinguirse claramente los balances
especiales o extraordinarios, que se confeccionan con una estructura y conforme a unos
principios que, en mayor o menor medida, no son los propios del balance de ejercicio.
Ejemplo de estos balances especiales es el balance final de liquidación (art. 390 LSC).
Al igual que respecto del balance, las sociedades anónimas, comanditarias por acciones
y de responsabilidad limitada pueden formular en algunos casos cuenta de pérdidas y
ganancias abreviada (art. 258 LSC). Esta posibilidad no existe para aquellas sociedades
cuyos valores estén admitidos a negociación en un mercado regulado de cualquier
Estado miembro de la Unión Europea, las cuales no pueden formular cuenta de pérdidas
y ganancias abreviada (art. 536 LSC).
El denominado «estado que muestre los cambios en el patrimonio neto» (ECPN) –que es
complementario de la cuenta de pérdidas y ganancias, y no será obligatorio para
aquellas sociedades que puedan formular balance en modelo abreviado (art. 257.3 LSC)–
recoge el registro de ciertos «ingresos» ocasionados por las variaciones de valor
derivadas de la aplicación del criterio del «valor razonable». Este documento tiene dos
partes: la primera refleja exclusivamente los ingresos y gastos generados por la
actividad de la empresa durante el ejercicio, distinguiendo entre los reconocidos en la
cuenta de pérdidas y ganancias y los registrados directamente en el patrimonio neto; y
la segunda contiene todos los movimientos habidos en el patrimonio neto, incluidos los
procedentes de transacciones realizadas con los socios o propietarios de la empresa
cuando actúen como tales. Este documento también debe informar de los ajustes al
patrimonio neto debidos a cambios en criterios contables y correcciones de errores (art.
35.3 C. de C.).
El «estado de flujos de efectivo» (EFE) –que únicamente tiene que formularse por
aquellas sociedades que no puedan formular balance abreviado (art. 257.3 LSC)– pondrá
de manifiesto, debidamente ordenados y agrupados por categorías o tipos de
actividades, los cobros y los pagos realizados por la empresa, con el fin de informar
acerca de los movimientos de efectivo producidos en el ejercicio (art. 35.4 C. de C.).
El último de los documentos que integra las cuentas anuales es la memoria. Se trata de
un documento accesorio o complementario que completa, amplía y comenta la
información contenida en los demás (art. 35.5 C. de C.). Frente al carácter esencialmente
numérico del balance y de la cuenta de pérdidas y ganancias, la memoria es un texto
que facilita información numérica y no numérica sobre algunos de los datos contenidos
en los otros documentos que componen las cuentas anuales. La flexibilidad de la
memoria, en comparación con la relativa rigidez de la estructura de los demás
documentos, permite que puedan incluirse en ella todas las informaciones que no
tienen cabida en otros documentos contables. Por excepción, la Ley impone a las
sociedades de capital un contenido mínimo de la memoria (art. 260 LSC).
Las sociedades que formulen balance abreviado pueden formular también memoria
abreviada (art. 261 LSC), cuyo contenido obligatorio ha sido reformado íntegramente
por el Real Decreto 602/2016, de 2 de diciembre.
El Derecho contable, por detalladas que sean sus reglas, no puede prever todas las
situaciones que han de ser reflejadas en la contabilidad y que afectan a cada uno de los
empresarios. Ello no quiere decir que, en ausencia de norma contable expresa, pueda el
empresario interpretar a discreción la forma de hacer constar un determinado hecho en
la contabilidad. Existen principios contables generalmente aceptados a los que las
disposiciones legislativas han reconocido carácter obligatorio (art. 38 C. de C.). Se ha
pasado así de un sistema de aplicación voluntaria de esos principios a un sistema de
aplicación obligatoria. Se trata de instrumentos técnicos dirigidos a la consecución de la
imagen fiel del patrimonio, de la situación financiera y de los resultados de la empresa.
Los principios contables obligatorios son los que se enumeran a continuación (art. 38 C.
de C.):
2.º Principio de devengo . De acuerdo con este principio, han de imputarse al ejercicio los
gastos y los ingresos que afecten al mismo, con independencia de la fecha de su pago o
de su cobro. Así, la imputación de ingresos y gastos deberá hacerse en función de la
corriente real de bienes y servicios que los mismos representan y con independencia del
momento en que se produzca la corriente monetaria o financiera derivada de ellos.
4.º Principio de prudencia . De acuerdo con este principio –que es uno de los más
importantes–, sólo los beneficios realizados a la fecha del cierre del ejercicio habrán de
ser contabilizados, mientras que los riesgos previsibles y las pérdidas eventuales con
origen en el ejercicio o en otro anterior deberán contabilizarse tan pronto sean
conocidos aunque todavía no se hayan materializado. En las cuentas anuales existirán,
así pues, dos clases de pérdidas: las ya realizadas o irreversibles y las potenciales o
reversibles. La técnica contable para reflejar estas pérdidas está en función del carácter
de la pérdida: en unos casos se procederá a crear cuentas de amortización y en otros
cuentas de provisión ( v.gr.: provisión para insolvencias). Las provisiones constituyen
expresiones contables de las correcciones de valor motivadas por pérdidas reversibles,
mientras que las amortizaciones corresponden a pérdidas de valor efectivamente
producidas.
6.º Principio del precio de adquisición . El principio del precio de adquisición señala que
los activos se contabilizarán por el precio de adquisición (bienes adquiridos) o por el
coste de producción (bienes producidos por la propia empresa); y los pasivos por el
valor de la contrapartida recibida a cambio de incurrir en la deuda, más los intereses
devengados pendientes de pago. Asimismo, las provisiones se contabilizarán por el
valor actual de la mejor estimación del importe necesario para hacer frente a la
obligación, en la fecha de cierre del balance.
Para corregir los efectos de la inflación en relación con la contabilidad se han ensayado
a lo largo de la historia distintas soluciones: la simple revalorización contable, para
reajustar las cifras contables a los aumentos de valor de los bienes; el llamado balance-
oro, que reduce a moneda oro las cifras contables de cada ejercicio; el criterio de tomar
el valor útil de reposición en la revalorización de los activos, etc. En el Derecho vigente
las consecuencias que sobre la contabilidad tiene la inestabilidad monetaria sólo
pueden corregirse cuando por disposición de rango legal se autoricen rectificaciones a
los valores contabilizados con arreglo al principio del coste histórico. Se permite
entonces lo que se denomina la actualización de balances. Pero estas disposiciones
suelen distanciarse en el tiempo. En España la Ley 76/1961, de 23 de diciembre, de
Regularización de Balances (Texto Refundido aprobado por Decreto 1985/1964, de 2 de
julio), autorizó a los empresarios a revalorizar determinados activos de acuerdo con una
escala de coeficientes, e incluso a incluir partidas hasta entonces no contabilizadas –y de
ahí que la Ley se denominara de «regularización»–, y sin que la revalorización de los
activos o el afloramiento de los mismos se tradujese en una significativa carga fiscal.
Tras la actualización autorizada por la Ley 9/1983, de 13 de julio, de Presupuestos
Generales del Estado, el Real Decreto-ley 7/1996, de 7 de junio, que permitió una
moderada actualización de balances con el pago de un tres por ciento sobre las
revalorizaciones de activos del inmovilizado material previamente contabilizados,
conforme a una tabla de coeficientes máximos de actualización (RD 2607/1996, de 20 de
diciembre, y OM de 8 de enero de 1997). Y posteriormente, la Ley 16/2012, de 27 de
diciembre, por la que se adoptan diversas medidas tributarias dirigidas a la
consolidación de las finanzas públicas y al impulso de la actividad económica, ha
dispuesto nuevas reglas sobre actualización de balances y revalorizaciones contables,
estableciendo, igualmente, una nueva tabla de coeficientes de actualización (art. 9).
7.º Principio del valor razonable . El Código de Comercio introduce el principio de valor
razonable como principio opuesto al de precio de adquisición, y limitado solamente a
ciertos elementos de las cuentas anuales (art. 38 bis C. de C.). En sustancia, el valor
razonable se contrapone al precio de adquisición por su variabilidad, frente a la cifra
invariable e histórica que representa el precio de adquisición. El valor razonable no es
sino aquél que pueda ser calculado con referencia a un valor de mercado fiable, por lo
que se acerca al concepto general de valor de mercado, y por tanto susceptible a
oscilaciones.
El criterio del valor razonable se aplica a los activos y pasivos en los términos que
reglamentariamente se determinen, dentro de los límites de la normativa europea. En
ambos casos, deberá indicarse si la variación de valor originada en el elemento
patrimonial como consecuencia de la aplicación de este criterio debe imputarse a la
cuenta de pérdidas y ganancias, o debe incluirse directamente en el patrimonio neto.
Las cuentas anuales deberán ser firmadas por el propio empresario, si se trata de
persona natural; por todos los socios ilimitadamente responsables por las deudas
sociales sean o no administradores, en caso de sociedad colectiva o comanditaria; y por
todos los administradores, en caso de sociedad anónima o de responsabilidad limitada,
cualquiera que sea la estructura del órgano de administración (art. 37.1 C. de C.).
Mediante la firma, los firmantes asumen la autoría jurídica de las cuentas y responden
de su veracidad (art. 37.1 C. de C.). Si faltare la firma de alguno de los legalmente
obligados, se señalará en los documentos en que falte, con expresa mención de la causa
(art. 37.2 C. de C.). En la antefirma, deberá figurar la fecha de formulación de las
cuentas (art. 37.3 C. de C.).
Una vez formuladas, las cuentas –junto con el informe de auditoría, si la verificación
fuera obligatoria o se hubiera realizado aun no siéndolo– se someterán a la aprobación
de la junta general de socios (art. 272.1 LSC). La junta general puede aprobar las cuentas
o abstenerse de hacerlo, pero lo que no puede es modificarlas.
8. LA AUDITORÍA DE CUENTAS
La auditoría de las cuentas anuales y del informe de gestión no es obligatoria para todos
los empresarios. La regla general es, pues, el carácter meramente voluntario de la
verificación contable. Frente a esta regla general, existe una larga serie de excepciones
legales, que determinan el carácter obligatorio de la verificación contable. Estas
excepciones pueden ser clasificadas en cuatro grandes categorías: en primer lugar, por
razón del género de actividad a la que se dedique la entidad, como es el caso de las
cuentas anuales y del informe de gestión de las entidades de crédito y de seguros y, en
general, de las entidades que se dediquen de forma habitual a la intermediación o a la
actividad financiera (disp. adic. 1.ª LAC); en segundo lugar, por razón de la cotización
bursátil: deben ser objeto de auditoría obligatoria las cuentas anuales y el informe de
gestión de las sociedades que tengan valores admitidos a negociación en mercado
secundario oficial (art. 118 TRLMV, aprobado por el Real Decreto Legislativo 4/2015, de
23 de octubre) y también las de las entidades que emitan obligaciones en oferta pública;
en tercer lugar, por razón de subvenciones públicas o de las relaciones con la
Administración pública: deben auditarse las cuentas de las entidades de cualquier clase
que reciban subvenciones, así como las que realizan obras o suministros al Estado o a
organismos públicos; y, en fin, en cuarto lugar, por razón de la forma jurídica ,
cualquiera que sea la actividad a la que se dedique la entidad: las cuentas anuales y el
informe de gestión de las sociedades anónimas, comanditarias por acciones y de
responsabilidad limitada tienen que ser revisados por auditores de cuentas (art. 263.1
LSC). Ahora bien, esta última excepción no tiene carácter absoluto: la Ley excluye de la
obligación de hacer verificar las cuentas anuales a aquellas sociedades de capital que
puedan presentar balance abreviado (art. 263.2 LSC).
Junto con estas excepciones legales tiene también carácter obligatorio la auditoría si así
lo acuerda el letrado de la Administración de Justicia (con arreglo al procedimiento
previsto en la Ley de la Jurisdicción Voluntaria, arts. 120 a 123) o el Registrador
mercantil (con arreglo al procedimiento previsto en el Reglamento del Registro
Mercantil) del domicilio social del empresario, acogiendo la petición fundada de quien
acredite un interés legítimo. La sociedad solo podrá oponerse al nombramiento
aportando prueba documental de que no procede o negando la legitimación del
solicitante (art. 40.1 C. de C.). Tanto el letrado de la Administración de Justicia como el
Registrador mercantil deben exigir al solicitante de la auditoría que adelante los fondos
necesarios para el pago de la retribución del auditor. Si el informe contuviera opinión
denegada o desfavorable, se acordará que el empresario satisfaga al solicitante las
cantidades que hubiera anticipado. Si el informe contuviera una opinión con reservas o
salvedades, se dictará resolución determinando en quién deberá recaer y en qué
proporción el coste de la auditoría. Y si el informe fuera con opinión favorable, el coste
de la auditoría será de cargo del solicitante (art. 40.2 C. de C.).
La auditoría de cuentas es una actividad que sólo puede ser realizada por aquellos
profesionales titulados o por aquellas sociedades profesionales autorizadas para el
ejercicio de esa actividad. Esa autorización se obtiene por la inscripción en el Registro
Oficial de Auditores de Cuentas (ROAC) que se lleva por el Instituto de Contabilidad y
Auditoría de Cuentas (art. 8 LAC), organismo autónomo de carácter administrativo,
adscrito al Ministerio de Economía y Competitividad, al que corresponde el control y
disciplina del ejercicio de la actividad auditora y el control técnico de las auditorías de
cuentas (art. 46 LAC). La Ley fija los requisitos de aptitud profesional que deben reunir
los auditores personas naturales que soliciten esa autorización: haber obtenido una
titulación universitaria, haber seguido programas de enseñanza teórica y adquirido una
formación práctica y haber superado un examen de aptitud profesional organizado y
reconocido por el Estado (art. 9 LAC). El ejercicio de la función auditora puede ser
desarrollado también por sociedades de auditores de cuentas, que igualmente deberán
inscribirse en el citado Registro administrativo. Se trata de sociedades profesionales
especiales (v. disp. ad. 1.ª LSP) en las que la mayoría de los derechos de voto deben
corresponder a auditores o a sociedades de auditoría y en las que la mayoría de los
miembros del órgano de administración deben ser igualmente auditores o sociedades de
auditoría (art. 11 LAC).
Tras la verificación y revisión de las cuentas, el auditor debe emitir y firmar el informe
de auditoría.
La parte más importante de este informe es la opinión técnica del auditor. La opinión
puede ser favorable, contener salvedades, ser desfavorable o ser denegada. La opinión
favorable –o «informe limpio»– se emitirá cuando las cuentas anuales expresen la
imagen fiel del patrimonio, de la situación financiera y de los resultados obtenidos en el
ejercicio. La opinión con salvedades tiene lugar cuando el auditor considera que existen
algunas circunstancias que pueden condicionar o limitar la conclusión de que esas
cuentas expresan la imagen fiel: el informe es favorable pero se hacen constar
individualizadamente las salvedades que pudieran afectar a ese juicio positivo. La
opinión desfavorable o con reservas significa que el auditor manifiesta que las cuentas
anuales no representan la imagen fiel de conformidad con los principios y con las
normas de contabilidad generalmente aceptadas. Por último, la no emisión del informe,
u opinión denegada , se produce cuando el auditor se abstiene de emitir opinión técnica,
bien por limitaciones al alcance de la auditoría, bien por incertidumbres de importancia
y magnitud muy significativas (v. SSTS de 17 de mayo de 2000 y de 20 de octubre de
2011).
Las infracciones leves prescriben al año, las graves a los dos años y las muy graves a los
tres años desde su comisión. La prescripción se interrumpe por la iniciación, con
conocimiento del interesado, del procedimiento sancionador, volviendo a correr el
plazo si el expediente permaneciera paralizado durante más de seis meses por causa no
imputable al auditor de cuentas o a la sociedad de auditoría sujetos al procedimiento
(art. 85 LAC). Como es natural, las sanciones son más o menos importantes según la
clase de infracción cometida. Las más frecuentes son las multas; pero, en los casos de
infracciones graves o muy graves, el Instituto puede sancionar con la baja provisional o,
si la infracción fuera muy grave, con la baja definitiva en el Registro Oficial de Auditores
de Cuentas (v. art. 76 LAC).
Por último, cabe que la responsabilidad del auditor tenga carácter penal cuando, en el
ejercicio de la actividad auditora, haya incurrido, como autor o cómplice, en alguno de
los delitos o de las faltas tipificadas como tales [v.gr.: la falsedad documental (arts. 390 y
ss. CP].
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 8. El registro mercantil (I). Organización y funcionamiento (ÁNGEL ROJO)
Lec c ió n 8
ÁNGEL ROJO
Sumario:
I. El Registro Mercantil
1. La publicidad legal
2. El registro mercantil como instrumento técnico de la publicidad legal
II. Sujetos y actos inscribibles
3. Sujetos y actos inscribibles
4. El principio de la inscripción obligatoria
III. La organización y el funcionamiento del Registro Mercantil
5. Los registros mercantiles territoriales
6. El sistema de hoja personal: apertura y cierre
7. El proceso de inscripción
8. Las relaciones entre registro mercantil y registro de la propiedad
IV. Los asientos registrales
9. Las inscripciones y sus clases
10. La publicidad de los asientos registrales: certificaciones y notas
informativas
V. El acto inscrito
11. La presunción legal de exactitud y validez
12. La oponibilidad del acto inscrito
13. La discordancia entre inscripción y publicación
I. EL REGISTRO MERCANTIL
1. LA PUBLICIDAD LEGAL
Ahora bien, la publicidad puede tener distinto carácter. En unos casos, lo que se
persigue con la publicación en boletines o periódicos oficiales o con la inscripción en un
registro público es que los terceros puedan conocer determinados datos relativos a los
sujetos a que esa publicación o esa inscripción se refieren. De este modo se facilita el
conocimiento de esos datos por los terceros que lean la publicación o que consulten el
registro. En esos supuestos, el Derecho no establece consecuencias jurídicas, positivas o
negativas, para los terceros por el hecho mismo de la publicación o de la inscripción, si
bien puede sancionar a los sujetos obligados a esa publicidad que incumplan el deber
legal. Se trata de una publicidad legal por el origen, en cuanto derivada de un deber
impuesto por la Ley, pero que carece de efectos o consecuencias jurídicas para los
terceros.
En otros casos, por el contrario, los datos que se ofrecen al dominio público se
consideran conocidos por los terceros, con independencia de que ese conocimiento
jurídico se corresponda o no con el conocimiento real . Se trata de una publicidad legal
no sólo por el origen, sino también por sus efectos: los datos publicados o inscritos son
oponibles a los terceros sin que éstos puedan alegar ignorancia. La cognoscibilidad, es
decir, la mera posibilidad de conocer, equivale al conocimiento: por el hecho de la
publicación o de la inscripción en un registro público, el Derecho considera que los
terceros conocen los datos publicados e inscritos.
No todo registro público constituye instrumento técnico de la publicidad legal. Para que
los datos anotados o inscritos en un registro sean oponibles a terceros, con
independencia de que efectivamente los conozcan, se requiere que el Ordenamiento
jurídico así lo establezca de modo expreso. Entre los registros públicos dotados de
publicidad legal destaca por su importancia el Registro Mercantil .
El Registro Mercantil es aquel Registro público que tiene por objeto la publicidad de los
empresarios, de las sociedades mercantiles y demás sujetos inscribibles, así como de
determinados hechos y actos relativos a esos sujetos.
El Registro Mercantil es una institución esencialmente dirigida a los terceros. Como las
exigencias de la vida económica harían inviable un sistema en que los sujetos inscritos
tuvieran que acreditar el conocimiento de los asientos registrales por esos terceros, ese
conocimiento se objetiva de tal modo que la oponibilidad del contenido del registro no
está en función del conocimiento real y efectivo de los asientos, sino en función de una
presunción legal de conocimiento.
La aparición del Registro Mercantil es obra del Código de Comercio de 1829. Es entonces
cuando nace propiamente el Registro Mercantil, dividido en dos secciones: de un lado, la
matrícula general de comerciantes , descendiente de las viejas matrículas, y, de otro, el
registro de documentos (arts. 22 a 31). Aunque de modo incipiente, en el primer Código
de Comercio español ya está presente la idea de que el Registro Mercantil es una
institución destinada a desplegar efectos sustanciales en relación con los terceros (arts.
22, 29, 328 y 335). Con todo, es preciso esperar a la promulgación del Código de
Comercio de 1885 para que el Registro Mercantil aparezca como instrumento técnico de
publicidad legal.
C) La configuración actual del Registro Mercantil debe servir de base para una
potenciación de este Registro público, que, en rigor, tiene que orientarse en un triple
sentido: en primer lugar, ampliando decididamente los sujetos inscribibles. Si pretende
ser una institución útil, el Registro Mercantil debe aspirar a ser el Registro público de los
«operadores económicos», es decir, de cualquier clase de personas naturales y jurídicas
que participen en el tráfico como oferentes o como demandantes de bienes y servicios,
con superación de la actual fragmentación registral. En segundo lugar, el Registro debe
prescindir del «soporte papel» y sustituirlo por un «soporte informático». En este
sentido, la Directiva 2003/58/(CE), de 15 de julio, ha procedido a modificar la Directiva
68/151/(CEE), de 9 de marzo, de modo tal que los interesados puedan acceder con mayor
facilidad y rapidez a la inscripción y al conocimiento de lo inscrito. En este contexto, la
citada Directiva persigue, entre otras finalidades, que las sociedades puedan elegir entre
realizar la presentación de documentos en papel o por medios electrónicos; que el
contenido del Registro se convierta progresivamente al formato electrónico; que los
interesados puedan obtener una copia, bien en papel, bien en formato electrónico,
según soliciten, del contenido del Registro y de los documentos en él depositados; que
los Estados puedan decidir entre mantener el Boletín, bien editado en papel o en
formato electrónico, o suprimir esta publicación siempre que establezcan «otra medida
de efecto equivalente que implique, como mínimo, la utilización de un sistema que
permita consultar las informaciones publicadas en orden cronológico a través de una
plataforma electrónica central». La mayor parte de estas medidas de electronificación
del Registro Mercantil ya ha sido puesta en práctica en el Derecho español. En tercer
lugar, el Registro Mercantil debe proporcionar la posibilidad de acceso e intercambio de
información de manera transfronteriza en el ámbito de la Unión Europea. En este
sentido, en un futuro próximo, el Registro Mercantil deberá estar interconectado con la
plataforma registral central europea creada con el fin de facilitar a los interesados la
obtención de información sobre las indicaciones relativas al nombre y forma jurídica de
las sociedades inscritas, el domicilio social de las mismas y el Estado miembro en el que
se encuentren inscritas y su número de registro (nuevo ap. V. del art. 17 C. de C.,
introducido por la disp. final primera de la Ley 19/2015, de 13 de julio, de medidas de
reforma administrativa en el ámbito de la Administración de Justicia y del Registro Civil,
de transposición de la Directiva 2012/17/UE, relativa a la interconexión de los registros
centrales, mercantiles y de sociedades).
En cuanto a los actos inscribibles, éstos están en función de la clase de sujeto de que se
trate (art. 16.1-8º C. de C. y 81.2 RRM). En el caso del empresario individual, los
principales actos o resoluciones judiciales inscribibles son los relativos a la capacidad
del empresario y al régimen económico del matrimonio (como el consentimiento, la
oposición y la revocación al ejercicio de la actividad empresarial, las capitulaciones
matrimoniales y las sentencias firmes en materia de nulidad del matrimonio,
separación y divorcio), la cesión global de activo y pasivo, así como los poderes
generales (incluida su modificación, revocación y sustitución), la apertura, el cierre y
demás actos relativos a las sucursales, y la declaración judicial de concurso de
acreedores, la intervención o la suspensión de las facultades de administración y
disposición que hubiera decretado el juez y el nombramiento de los administradores
concursales (art. 22.1 C. de C., art. 24.2 LC y art. 87 RRM). En el caso de las sociedades
mercantiles y demás entidades inscribibles, el acto constitutivo y sus modificaciones, el
nombramiento y cese de administradores, liquidadores y auditores, los poderes
generales (incluida su modificación, revocación y sustitución), la apertura, el cierre y
demás actos relativos a las sucursales, la rescisión, disolución, reactivación,
transformación, fusión y escisión de la sociedad, así como la declaración judicial de
concurso de acreedores de la sociedad, la intervención o la suspensión de las facultades
de administración y disposición y el nombramiento de los administradores concursales
y, en el caso de sociedades anónimas o entidades autorizadas para ello, la emisión de
obligaciones u otros valores negociables agrupados en emisiones, salvo que la emisión
se realice por sociedades cotizadas y revista determinadas características (arts. 22.2 C.
de C., art. 24.2 LC y 94.1 RRM). Las sociedades cotizadas deberán inscribir, además, en el
Registro Mercantil el reglamento de la junta general de accionistas y el reglamento del
consejo de administración (arts. 513.2 y 529.2 LSC).
A) En relación con los sujetos, este principio de la inscripción obligatoria tiene dos
importantes excepciones:
B) En relación con los actos, el principio de la inscripción obligatoria tiene también dos
importantes excepciones:
Cada Registro Mercantil territorial tiene uno o varios titulares. En las provincias de
mayor actividad económica, el Registro Mercantil cuenta con una pluralidad de
Registradores mercantiles, los cuales llevarán el despacho de los documentos con
arreglo al convenio de distribución de materias o sectores que acuerden, que deberá ser
sometido a la aprobación de la Dirección General de los Registros y del Notariado (art.
15.1 RRM). En las provincias de menor actividad económica, el titular del Registro
Mercantil suele tener también la titularidad de un Registro de la Propiedad.
El Reglamento del Registro Mercantil determina qué libros y legajos debe llevar cada
Registro Territorial y las formalidades comunes de esos libros (arts. 23 a 32 RRM).
El Registro Mercantil se lleva por el sistema de hoja personal (art. 3 RRM), a diferencia
del Registro de la Propiedad que, en cuanto Registro de bienes inmuebles y de derechos
relativos a ellos, se lleva por el sistema de hoja real. Significa ello que, al practicar la
primera inscripción de un sujeto inscribible, se abre una hoja numerada en el Registro,
en la que, en los folios que sean necesarios, se practicarán todos los asientos posteriores
relativos a ese sujeto.
Pero el cierre de la hoja puede ser simplemente provisional , ya sea parcial, ya sea total.
El cierre provisional es parcial cuando, a pesar del cierre, se autoriza la práctica de
algunas inscripciones que específicamente enumera la Ley o el Reglamento. Así, en los
supuestos de falta de depósito de las cuentas anuales (art. 378 del RRM; v. Ress. DGRN de
27 de febrero de 2012 y 7 de julio de 2016) o de falta de adaptación oportuna de los
estatutos de las sociedades anónimas (disp. trans. 6ª.14 de la Ley de 25 de julio de 1989).
Y es total cuando ya no cabe practicar inscripción alguna en la hoja abierta a ese sujeto
en tanto no se regularice la situación que motivó el cierre de esa hoja. Así, en el
supuesto de inscripción de la resolución judicial por la que se reduzca el capital a una
cifra inferior al mínimo legal en caso de amortización de acciones propias
permaneciendo cerrada la hoja hasta que se inscriba la escritura de aumento de ese
capital en la medida necesaria, la escritura de transformación o la escritura de
disolución de la sociedad (art. 173.2 RRM); o en el caso de inscripción de la sentencia
que ordene a una sociedad o entidad inscrita el cambio de la denominación, durando el
cierre hasta que no se inscriba la nueva denominación (art. 417.2 RRM).
Especial consideración merece el cierre provisional del Registro Mercantil por impago
de impuestos estatales. En cada Delegación de la Agencia Estatal de la Administración
Tributaria se lleva un índice de entidades en el que figuran inscritas las que tengan el
domicilio fiscal dentro del ámbito territorial de la Delegación (art. 118 de la Ley 27/2014,
de 27 de noviembre, del Impuesto sobre Sociedades). Cuando los débitos tributarios
para con la Hacienda pública del Estado de la entidad sujeta al impuesto de sociedades
sean declarados fallidos, o cuando la entidad no haya presentado la declaración
correspondiente al impuesto de sociedades durante tres períodos impositivos
consecutivos, la Agencia Estatal de la Administración Tributaria, previa audiencia de los
interesados, dictará acuerdo de baja provisional que notificará al Registro Mercantil si
la sociedad o entidad figura inscrita en ese Registro procediendo el Registrador al cierre
provisional de la hoja mediante nota marginal en la que hará constar que, en lo
sucesivo, no podrá realizarse ninguna inscripción que a dicha hoja concierna sin
presentación de certificación de alta en el índice de entidades (art. 119 LIS; v. también
art. 62 RGR). El cierre provisional de la hoja registral establecida en la norma legal
tributaria –norma que la Dirección General de los Registros y del Notariado ha
calificado como «perturbadora de la seguridad del tráfico jurídico»– cuenta, sin
embargo, con algunas excepciones: pueden extenderse los asientos ordenados por la
autoridad judicial y aquellos otros que hayan de contener los actos necesarios que sea
presupuesto para la reapertura de la hoja, así como los relativos al depósito de las
cuentas anuales (art. 96 RRM; Res. DGRN de 10 de febrero de 1999), pero no los relativos
a la disolución de la sociedad y al nombramiento de liquidadores (Ress. DGRN de 7 de
mayo de 1997 y 23 de octubre de 2003).
7. EL PROCESO DE INSCRIPCIÓN
En los casos en los que la presentación a inscripción por vía telemática no es obligatoria,
hay que entender que el plazo para la presentación telemática es el mismo que el de la
presentación material, es decir, dos meses a contar dese la fecha del otorgamiento (art.
32 LSC).
En todo caso, tiene que realizarse por persona legitimada o por su representante; pero –
como antes hemos señalado– quien presente un documento inscribible será considerado
representante de quien tenga la facultad o el deber de solicitar la inscripción,
facilitándose así este trámite (art. 45 RRM).
Como los únicos medios o instrumentos que puede utilizar el Registrador para realizar
la calificación son los propios documentos presentados y los asientos del Registro con
ellos relacionados (art. 18.2 C. de C.), el Registrador, al calificar, sólo puede fundarse en
lo que conste en los documentos presentados en el Registro. Naturalmente, debe tomar
en consideración no sólo el documento aisladamente presentado sino también aquellos
otros que, obrando en el Registro –incluso aunque estén pendientes de calificación–
tengan relación con el acto cuya inscripción se solicita, aunque sean incompatibles entre
sí. Frente a aquellas resoluciones que afirman que, con el fin de lograr un mayor acierto
en la calificación, el Registrador debe tomar en consideración todos los documentos
presentados, aunque lo hayan sido con posterioridad (Ress. DGRN de 22 de octubre de
1945, 31 de marzo de 1950 y 28 de diciembre de 1992, 13 de febrero y 25 de julio de 1998,
28 de octubre de 1999, 28 de abril de 2000 y 31 de mayo de 2001), y por distintos
presentantes (Ress. DGRN de 17 de mayo de 1986, 25 de junio de 1990, 11 de diciembre
de 1991 y 2 de enero de 1992), existen otras en las que, con invocación del principio de
prioridad, se afirma el carácter excepcional de la consideración de documentos
presentados con posterioridad al que es objeto de calificación, limitando la posibilidad a
aquellos casos de situaciones de conflicto entre socios que se traducen en documentos
de contenido contradictorio que no permiten comprobar si se ha alcanzado o no un
determinado acuerdo o cuál debe prevalecer entre los que se pretenden logrados por los
respectivos presentantes (Ress. DGRN de 13 de octubre de 1998, 5 de abril de 1999, 13 de
noviembre de 2001, y 6 de julio y 14 de diciembre de 2004).
En el caso de que un Registro Mercantil esté a cargo de dos o más Registradores, la Ley
establece el deber de procurar, en lo posible, la uniformidad de los criterios de
calificación. Con esta finalidad, exige que el despacho de los documentos se realice con
arreglo al convenio de distribución de materias o sectores que éstos acuerden (convenio
que, al igual que las modificaciones posteriores, está sometido a la aprobación de la
Dirección General de los Registros y del Notariado). Cuando el Registrador al que
corresponda la calificación apreciare defectos que impidan practicar la inscripción
solicitada, tiene el deber de poner el hecho en conocimiento del cotitular o cotitulares
del mismo sector o del sector único, con traslado de la documentación antes de que
transcurra el plazo máximo establecido para la inscripción del título. Si el cotitular o
alguno de los cotitulares considerasen que la inscripción es procedente, la practicará
bajo su responsabilidad antes de que expire ese plazo. A fin de garantizar el
cumplimiento de este deber, se establece que el Registrador a quien corresponda debe
expresar en la calificación negativa que se ha extendido con la conformidad de los
cotitulares. Si falta esta indicación, la calificación se entenderá incompleta, pudiendo los
legitimados recurrirla, instar la intervención del sustituto o solicitar que se complete
(art. 18.8 C. de C., en la redacción dada por la Ley 24/2005, de 18 de noviembre).
El plazo máximo para practicar la inscripción es de quince días contados desde la fecha
del asiento de presentación. Si el título hubiera sido retirado antes de la inscripción, si
tuviera defectos subsanables o si existiera pendiente de inscripción un título presentado
con anterioridad, ese plazo de quince días se computará respectivamente desde la fecha
de la devolución del título, desde la fecha de la subsanación o desde la fecha de la
inscripción del título previo (art. 18.4 C de C., en la redacción dada por la Ley 24/2005, de
18 de noviembre). Si la calificación no se hubiera realizado dentro del plazo señalado, el
interesado puede optar entre instar del Registrador que la practique en el término
improrrogable de tres días o solicitar la aplicación del cuadro de sustituciones; y, si
únicamente hubiera pedido que se practique la inscripción en ese plazo improrrogable,
una vez transcurrido ese plazo sin que hubiera tenido lugar, podrá solicitar la aplicación
del cuadro de sustituciones (art. 18.5 C. de C., en la redacción dada por la Ley 24/2005, de
18 de noviembre). La calificación sustitutoria –importa advertirlo– es una auténtica
calificación, y no un recurso especial (Ress. DGRN de 12 de febrero de 2010 y de 26 de
septiembre de 2011).
Aun cuando la calificación ha de ser global y unitaria (art. 59.2 RRM), se permite en
ciertos casos la inscripción parcial del título: si los defectos atribuidos por el Registrador
afectaren sólo a una parte del título y no impidieren la inscripción del resto, podrá
practicarse la inscripción parcial, siempre que se hubiera previsto en el título mismo o
se hubiere solicitado por el interesado mediante instancia (art. 63 RRM). La inscripción
parcial del título no exime al Registrador de especificar razonablemente los defectos,
subsanables o insubsanables, que aprecie en la parte no inscrita.
De otro lado, es preciso llamar la atención sobre el hecho de que, al autorizar las
escrituras públicas otorgadas por administradores de sociedades mercantiles y por
apoderados de toda clase, el Notario no está obligado a consultar por vía telemática el
Registro Mercantil. En el Derecho vigente, el «juicio de suficiencia» se realiza, pues, al
margen del Registro Mercantil. La consecuencia es que se pueden presentar a
inscripción en el Registro de la Propiedad actos y contratos otorgados en escritura
pública por personas que han sido cesadas como administradores de la sociedad en
cuyo nombre actúan o por pretendidos apoderados cuyos poderes han sido revocados.
Según la interpretación tradicional –claramente criticable–, si los Registradores de la
propiedad denegasen la inscripción alegando cualquiera de estas circunstancias,
procedería la revocación de la calificación, obligando al Registrador a inscribir el acto o
contrato, ya que, en el ejercicio de la función calificadora, el Registrador de la propiedad
no puede consultar el Registro Mercantil (art. 18 I LH). Es menester advertir que
recientemente algunas resoluciones de la Dirección General no sólo autorizan, sino que
parecen imponer el deber de esa consulta del Registro Mercantil, pero sin identificar en
norma legal o reglamentaria el fundamento de este pretendido deber.
B) Según el Reglamento del Registro Mercantil, los asientos tienen que redactarse en
castellano, como lengua oficial del Estado (art. 36.1 RRM), a fin de que la publicidad
registral sea accesible a todos los españoles, sin distinción. El Tribunal Constitucional
tiene declarado expresamente que el Estado es competente para determinar la lengua
en que deben redactarse los asientos del Registro Mercantil (STC 87/1997), por cuanto
que entre las materias reservadas a la competencia estatal figura la relativa a los
Registros públicos. La inscripción se practicará, pues, en lengua castellana. En este
sentido, podría ser declarada inconstitucional la norma contenida en la Ley catalana de
Política Lingüística que establece la obligación de redactar los asientos en el idioma
oficial en que estuviera redactado el documento (art. 17 Ley 1/1998, de 7 de enero).
La inscripción en castellano no significa que el título que se presenta tenga que estar
siempre y en todo caso redactado en esa misma lengua. El sistema registral mercantil
español es el propio de un «sistema de inscripción», y no de un «sistema de
transcripción». El registrador no transcribe la totalidad o parte del título, sino que
inscribe la constitución de la sociedad.
El Registro es público y, por tanto, cualquier persona tiene acceso a él para adquirir
conocimiento de cuantos asientos registrales o de cuantos documentos archivados o
depositados en el Registro puedan interesarle (art. 23.1 C. de C.). A diferencia de lo que
acontece respecto del Registro de la Propiedad y del Registro de Bienes Muebles, no se
exige al solicitante acreditar un interés legítimo para acceder al contenido del Registro
Mercantil (art. 12 RRM y Ress. DGRN de 29 de julio de 2010 y de 16 de septiembre de
2011).
En el Derecho vigente, los dos únicos medios para hacer efectiva la publicidad son las
certificaciones y las notas informativas o copias . Las certificaciones son el único medio
de acreditar fehacientemente el contenido de los asientos del Registro o de los
documentos archivados o depositados en él (art. 23.1 C. de C. y art. 77.2 RRM). La
certificación puede solicitarse bien mediante escrito entregado directamente, bien
mediante escrito enviado por correo, por telefax o por comunicación electrónica. La
facultad de certificar corresponde exclusivamente al Registrador, el cual deberá firmar
y expedir la solicitud en el plazo máximo de cinco días a contar desde la fecha en que se
hubiera presentado la solicitud (art. 77.1 y 6 RRM).
Las copias –también denominadas notas simples informativas– presentan frente a las
certificaciones la ventaja de que tienen que expedirse en el plazo máximo de tres días
desde la solicitud (art. 78.2 RRM); pero, a diferencia de las certificaciones, no cumplen la
función de acreditar el contenido del Registro.
Pero los terceros, además de estos medios, pueden conocer los datos esenciales de los
asientos practicados en los Registros territoriales, a través del Registro Mercantil Central
y a través del Boletín Oficial del Registro Mercantil. El Registro Mercantil Central no
expide más certificaciones que las correspondientes a la Sección de denominaciones
(art. 23.3 C. de C.). Con esta única excepción, la publicidad de los datos esenciales que
figuran en ese Registro se hace efectiva a través de copias o notas simples informativas.
V. EL ACTO INSCRITO
El contenido del Registro se presume exacto y válido (art. 20.1 C. de C. y art. 7.1 RRM).
Inscrito un acto en el Registro, previa calificación de legalidad por el Registrador (art.
18.2 C. de C. y 58 y ss. RRM), ese acto se presume legítimo, es decir, dotado de exactitud y
de validez. Precisamente por ello la Ley declara que los asientos del Registro «están bajo
la salvaguarda de los Tribunales» (arts. 20.1 C. de C. y 7.1 RRM).
Ahora bien, la inscripción no tiene eficacia convalidante o sanatoria, es decir, no
convalida los actos y contratos que sean nulos con arreglo a las Leyes (arts. 20.2 C. de C.
y 7.2 RRM). De ahí que la presunción de exactitud y de validez pueda ser destruida
mediante resolución judicial; pero en tanto esa resolución no acceda al Registro la
presunción continúa desplegando sus efectos: los asientos del Registro producen los
efectos que les son propios mientras no se inscriba la declaración judicial firme de su
inexactitud o de su nulidad (arts. 20.1 C. de C. y 7.1 RRM). Esa declaración de inexactitud
o de nulidad de los asientos registrales no perjudica los derechos de terceros de buena fe
adquiridos conforme a Derecho (art. 8.1 RRM).
En algunos casos, sin embargo, el juez puede suspender los efectos del acto inscrito en
tanto se dilucida la validez del mismo. Así acontece en los casos de impugnación de
acuerdos de sociedades anónimas, comanditarias por acciones y de responsabilidad
limitada cuando, a solicitud de la minoría, se decrete por el juez la suspensión de los
efectos del acuerdo impugnado. La resolución judicial firme que acuerde la suspensión
de los efectos del acuerdo inscrito y, por ende, la suspensión de los efectos de la
inscripción debe ser objeto de anotación preventiva en la hoja abierta a la sociedad (art.
157 RRM).
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 9. El registro mercantil (II). Registro mercantil central. La sección de
denominaciones. Otras funciones del registro mercantil (ÁNGEL ROJO)
Lec c ió n 9
ÁNGEL ROJO
Sumario:
Es ésta la función capital del Registro Mercantil Central. Colocado en el vértice del
sistema registral mercantil, este Registro coordina, articula y da unidad al sistema en sí.
Precisamente por la importancia de esta función, el Reglamento del Registro Mercantil
regula minuciosamente la remisión y el tratamiento de datos al Registro Mercantil
Central (arts. 384 a 394 RRM; v. también arts. 21 y ss. de la Orden Ministerial de 30 de
diciembre de 1991).
Pero, al lado de esta función básica, el Registro Mercantil Central cumple una función
informativa en la medida en que esos datos remitidos por los distintos Registros
territoriales son accesibles al público. Mientras que la publicidad formal de los Registros
Mercantiles territoriales se hace efectiva mediante certificaciones o por simple nota
informativa o copia de los asientos (art. 23.1 C. de C.), la publicidad formal del Registro
Mercantil Central está limitada a las notas informativas, no pudiendo expedir
certificaciones (salvo en el caso que luego se dirá: art. 23.3 C. de C. y art. 382.1 RRM).
Ahora bien, el Registro Mercantil Central no facilita notas informativas de las
inscripciones y demás asientos que se hayan practicado en los Registros territoriales,
sino de los datos esenciales de esos asientos, es decir, de lo que figura en el Registro
Mercantil Central. Por eso, en las notas que se expidan existe el deber de advertir acerca
de las limitaciones relativas a la información que se facilita (art. 382.1 RRM).
Además de estas dos funciones esenciales, el Registro Mercantil Central se ocupa del
archivo y de la publicidad de las denominaciones de sociedades y demás entidades
jurídicas [art. 379, letra b) , RRM]. Para el desarrollo de esta función, el antiguo Registro
General de Sociedades, dependiente de la Dirección General de los Registros y del
Notariado, se ha convertido en la Sección de denominaciones del Registro Mercantil
Central.
Entre las funciones del Registro Mercantil Central figura, como hemos señalado, la
publicación en el «Boletín Oficial del Registro Mercantil» del extracto de los actos
inscritos en los distintos Registros territoriales [arts. 18.3 C. de C. y 379, letra c) , RRM]. El
Registro Mercantil Central remite los datos al organismo editor (art. 425 RRM), pero no
se ocupa de la edición electrónica del Boletín, que es competencia de la Agencia Estatal
«Boletín Oficial el Estado» (art. 423 RRM y art. 4 Real Decreto 1979/2008, de 28 de
noviembre). Además de la edición electrónica, existe una edición impresa de unos pocos
ejemplares que deben ser conservados por la propia Agencia y por la Dirección General
de los Registros y del Notariado. El «Boletín Oficial el Registro Mercantil» es una
publicación diaria (excepto sábados, domingos y días festivos en Madrid), en la que no
sólo se publican los extractos de los actos inscritos remitidos por el Registro Mercantil
Central (Sección 1ª), sino también anuncios y avisos legales remitidos directamente al
organismo editor por los empresarios, sociedades y demás sujetos inscritos (Sección 2ª).
En el sistema registral mercantil este Boletín constituye una pieza fundamental por
cuanto que la oponibilidad de los actos sujetos a inscripción a los terceros de buena fe
tiene como presupuesto que los datos esenciales de dichos actos, una vez inscritos, sean
objeto de publicación en este periódico oficial (v. Lección 8, núm. 12). Una vez remitidos
los datos esenciales –o extractos– al Registro Mercantil Central por los distintos Registros
Mercantiles territoriales y verificadas por dicho Registro la regularidad y la autenticidad
de los envíos (art. 385 RRM), el Registrador mercantil central entregará diariamente al
Organismo autónomo «Boletín Oficial del Estado» un soporte informático conteniendo
los datos objeto de publicación (art. 425 RRM). Estos datos se publican en la Sección 1ª
del Boletín, que se compone de dos apartados: «actos inscritos» y «otros actos publicados
en el Registro Mercantil» (arts. 420 y 421 RRM).
Al igual que las personas físicas o naturales, en esta materia rige el principio de la unidad
de la denominación (art. 398.1 RRM): cada persona jurídica tiene un nombre, y sólo uno.
No son admisibles sociedades o entidades con dos o más denominaciones. Pero, a
diferencia de lo que acontece respecto de las personas naturales, que tienen restringido
el cambio del nombre y de los apellidos (art. 57 LRC y arts. 205 a 218 RRC), rige para las
personas jurídicas el principio de la modificabilidad de la denominación –que es
derivación del principio de libre elección (v. núm. 4)– de modo tal que una persona
jurídica, a lo largo de su existencia, puede modificar la denominación originaria o la ya
jurídica, a lo largo de su existencia, puede modificar la denominación originaria o la ya
modificada, aunque la elegida no guarde relación alguna con la anterior.
Un caso especial es el de la denominada sociedad Nueva Empresa (arts. 434 y ss. LSC).
En la constitución de esta clase de sociedades, la denominación debe estar formada por
los dos apellidos y el nombre de uno de los socios fundadores seguidos de un código
alfanumérico que permita la identificación de la sociedad de manera única e inequívoca
(art. 435.1 LSC; v. también Orden ECO/1371/2003, de 30 de mayo, por la que se regula el
procedimiento de asignación del código ID-CIRCE que permite la identificación de la
sociedad limitada Nueva Empresa).
4. LA COMPOSICIÓN DE LA DENOMINACIÓN
A) Las limitaciones relativas al contenido se refieren tanto a los signos que se pueden
utilizar en la composición como al significado de esos signos. En cuanto a los signos, las
denominaciones deberán estar formadas por letras del alfabeto de cualquiera de las
lenguas oficiales españolas, aunque no formen sílabas. El idioma es indiferente: salvo la
indicación de la forma social, son admisibles no sólo las denominaciones en castellano o
en alguna de las demás lenguas oficiales de las distintas Comunidades Autónomas, sino
también en cualquier otra lengua. Pero el principio de unidad de denominación impide
que una misma sociedad o entidad tenga dos denominaciones, una en una lengua y la
segunda, mera traducción de la anterior, en otra distinta. No se permite formar la
denominación exclusivamente con números , pero es posible incluir en la
denominación, antes, en el medio o a continuación de las letras, expresiones numéricas
en guarismos árabes o en números romanos (art. 399 RRM; v.gr.: «Velázquez 207, S.L.»).
Por excepción, son admisibles denominaciones con identidad relativa cuando la persona
que solicite una denominación relativamente idéntica a otra ya registrada sea la titular
de esta denominación o acompañe a la solicitud la autorización de la sociedad afectada
por la nueva denominación que pretende la solicitante (art. 408.2 RRM). Con esta
excepción se facilita que una sociedad o entidad inscrita pueda elegir como nueva
denominación una relativamente idéntica a la que ya ostentaba, y también que
sociedades del mismo Grupo puedan tener denominaciones muy próximas. Así, por
ejemplo, al no constar esa autorización, no ha podido acceder al Registro Mercantil una
sociedad denominada «Rioja Vivienda Ocasión, S.L.» por existir ya inscrita otra sociedad
con la denominación «Vivienda Ocasión, S.L.» ya que el término «Rioja» es un topónimo
de escasa relevancia identificadora (Res. DGRN de 12 de abril de 2005).
5. LA SECCIÓN DE DENOMINACIONES
Entre las funciones del Registro Mercantil Central figura el archivo y la publicidad de las
denominaciones de sociedades y entidades jurídicas inscritas [art. 379, letra b), RRM].
Para el cumplimiento de esta función se ha constituido en dicho Registro una Sección
especial: la Sección de denominaciones (arts. 395 a 419 RRM y arts. 3 a 20 de la Orden
ministerial de 30 de diciembre de 1991), que cuenta con una subsección especial para
las denominaciones de las sociedades Nueva Empresa (art. 435.3 LSC y Orden
ministerial de 30 de mayo de 2003). La finalidad de esta Sección es la de impedir que
pueda inscribirse en el Registro Mercantil una sociedad o, en general, un sujeto
inscribible con una denominación idéntica a la de otro sujeto ya inscrito. Si la
denominación es manifestación del derecho subjetivo que tiene toda persona jurídica a
la propia identidad, lógico es que el Derecho arbitre los medios necesarios para impedir
que otra persona jurídica, al constituirse, elija la misma denominación.
La certificación negativa tiene una vigencia de tres meses a contar desde la fecha en que
hubiera sido expedida (art. 414.1 RRM). Transcurrido ese plazo, caduca la certificación
pero no los derechos del solicitante respecto de esa denominación. En efecto, cuando la
certificación es negativa, el solicitante tendrá una «reserva temporal de denominación»:
durante seis meses podrá solicitar una nueva certificación negativa de la denominación
y, si la primera solicitud se refiriera a varias, de la primera respecto de la cual se
hubiera emitido certificación negativa. Transcurridos esos seis meses caducará la
reserva, cancelándose de oficio en la Sección de denominaciones (art. 412 RRM).
Para garantizar la efectividad de la sentencia firme que, por cualquier causa, ordene el
cambio de denominación, el Derecho español contiene dos importantes medidas. La
primera es el cierre del Registro: inscrita en el Registro Mercantil la sentencia firme que
ordene dicho cambio, no pueden acceder a la hoja abierta a la sociedad nuevas
inscripciones en tanto no se inscriba la nueva denominación de la sociedad (art. 417.2
RRM). La segunda –que es desmesuradamente dura– consiste en que, transcurrido un
año a contar desde la firmeza de la sentencia que hubiera ordenado el cambio de
denominación sin que éste hubiera tenido lugar, «la sociedad quedará disuelta de pleno
derecho, procediendo el Registrador mercantil de oficio a practicar la cancelación»
(disp. adic. 17ª LM). De este modo, la sociedad que no hubiera cambiado la
denominación social y que continúe actuando en el tráfico, deviene irregular, con todas
las consecuencias negativas que comporta esta calificación.
En todo caso, para evitar los muy frecuentes problemas de conflicto entre
denominaciones sociales y signos distintivos sería deseable la coordinación entre la
Sección de denominaciones del Registro Mercantil Central y la Oficina Española de
Patentes y Marcas (cuya inexistencia ha lamentado en reiteradas ocasiones la Dirección
General de los Registros y del Notariado: v., entre otras, Ress. DGRN de 24 de febrero, 24
de junio y 25 de noviembre de 1999, 10 de junio de 2000, 4 de octubre de 2001 y 24 de
febrero de 2004).
7. CONSIDERACIÓN GENERAL
A) Como sabemos, los empresarios individuales y sociales están obligados a legalizar los
libros de llevanza obligatoria (art. 27 C. de C.). Se trata de una obligación legal con la que
se intenta conseguir el mayor grado de autenticidad de la contabilidad y de las actas,
evitando que se adapten a conveniencia en función de circunstancias posteriores.
La legalización es competencia del Registro Mercantil del lugar del domicilio del
empresario o sociedad mercantil. El posterior cambio de domicilio no afecta a la
legalización: la legalización efectuada por el Registro de origen antes de ese traslado del
domicilio conserva pleno valor (art. 27.1 C. de C.). La legalización se practica a solicitud
del empresario o de la sociedad mercantil, acompañando los libros que pretendan
legalizarse (art. 330.1 y 2 RRM). Los empresarios individuales pueden formular y
obtener la solicitud aunque no se encuentren inscritos en el Registro Mercantil. Al ser
meramente potestativa esa inscripción, salvo en el caso del naviero y del armador que
dedique el buque a la navegación con fines empresariales (arts. 19.1 C. de C. y 146 LNM),
la legalización no exige que figuren inscritos. Por el contrario, las sociedades
mercantiles, en cuanto sujetos sometidos a inscripción obligatoria, sólo podrán solicitar
la legalización una vez presentada a inscripción la escritura de constitución,
realizándose la legalización después de que la inscripción se practique (art. 330.3 RRM).
Si la solicitud se hubiera realizado en debida forma y los libros reunieran los requisitos
legal y reglamentariamente establecidos, el Registrador procederá a la legalización
dentro de los quince días siguientes a la presentación (art. 335 RRM), devolviendo los
libros al solicitante (art. 336.2 RRM). Si los libros no fueran retirados en el plazo de tres
meses a contar desde la presentación, el Registrador podrá remitirlos con cargo al
solicitante de la legalización (art. 336.3 RRM).
Entre las funciones del Registro Mercantil figura también la relativa al nombramiento
de expertos independientes y de auditores de las sociedades. Se trata de una
competencia que se ejerce siempre a solicitud de legitimado –y nunca de oficio– cuya
finalidad es la del nombramiento de un profesional independiente –experto o auditor,
según los casos–, ajeno a la sociedad, para el desarrollo de una determinada actividad
fijada por la Ley, y no por el Registrador, con emisión de informe.
A) En las sociedades de capital, el capital social es la única garantía con que cuentan los
terceros. De ahí que la Ley se preocupe de arbitrar distintas técnicas para asegurar la
realidad y la valoración de las aportaciones no dinerarias que constituyan el
contravalor del capital social en la constitución de la sociedad o en los aumentos de ese
capital. En las sociedades anónimas, la técnica de tutela es el informe del experto
independiente , en el que se describe cada una de las aportaciones y en el que se emite
un dictamen profesional sobre los criterios de valoración adoptados por los fundadores
o por los administradores, expresando si los valores a que esos criterios conducen
corresponden al número y valor nominal y, en su caso, a la prima de emisión de las
acciones que se emiten como contrapartida (art. 67.1 LSC). En las sociedades de
responsabilidad limitada la técnica de tutela es la responsabilidad solidaria de los socios
y de los administradores frente a la sociedad y frente a los acreedores sociales de la
realidad y de la valoración de las aportaciones no dinerarias (art. 73 LSC); pero, para
evitar el rigor de este sistema de responsabilidad, la Ley admite que los socios excluyan
esa responsabilidad solidaria cuando las aportaciones no dinerarias se sometan a
informe pericial en los mismos términos establecidos para las sociedades anónimas (art.
76 LSC). El informe de experto independiente tiene carácter obligatorio en la
constitución o el aumento del capital de una sociedad anónima que se realice total o
parcialmente con cargo a aportaciones no dinerarias, mientras que tienen carácter
facultativo cuando se trata de una sociedad de responsabilidad limitada. En las
sociedades comanditarias por acciones, aunque existen socios personalmente
responsables de las deudas sociales, el informe del experto independiente, al igual que
en las sociedades anónimas, es igualmente obligatorio (arg. ex art. 3.2 LSC).
Por excepción al carácter obligatorio del informe, no será necesaria la elaboración del
mismo en los casos de fusión simplificada, es decir, cuando la sociedad absorbente fuese
titular, de forma directa o indirecta de todas las acciones o participaciones sociales en
que se dividiera el capital de la sociedad absorbida (arts. 49.1-2º LME) o cuando la
sociedad absorbente fuera titular directa del noventa por ciento o más, pero no de la
totalidad, del capital de la sociedad que vaya a ser objeto de absorción, siempre que se
ofrezca por la sociedad absorbente a los socios de la absorbida la adquisición de sus
acciones o participaciones sociales, estimadas en su valor razonable, dentro de un plazo
determinado que no podrá ser superior a un mes a contar desde la fecha de la
inscripción de la absorción en el Registro Mercantil (art. 50.1 LME). La misma regla será
de aplicación cuando la sociedad absorbente estuviera íntegramente participada, de
forma directa, por la sociedad absorbida, y cuando la sociedad absorbente y la
absorbida estuvieran íntegramente participadas, de forma directa, por una tercera (art.
52.1 LME). El informe de expertos será siempre necesario cuando la sociedad absorbida
fuese titular de forma indirecta de todas las acciones o particiones sociales en que se
divide el capital de la sociedad absorbente o cuando las sociedades absorbida y
absorbente estén participadas indirectamente por el mismo socio (art. 52.2 LME).
El estatuto jurídico del auditor nombrado por el Registrador mercantil tiene algunas
especialidades si se compara con el del auditor nombrado por la junta general. En
primer lugar, por lo que se refiere al período de nombramiento del auditor nombrado
por el Registrador, la auditoría a realizar está limitada a las cuentas anuales y al
informe de gestión correspondientes al último ejercicio (art. 360 RRM); y, en segundo
lugar, en lo relativo a la retribución del auditor, es el propio Registrador mercantil
quien, al efectuar el nombramiento, debe fijar esa retribución para el período de
nombramiento o, al menos, los criterios para su cálculo (arts. 267.III LSC, 40 C. de C. y
362 RRM). No obstante, ante la ausencia de normas que determinen la cuantía específica
de los honorarios de los auditores –ni siquiera de manera orientativa- o que establezcan
criterios para su determinación, la obligación del Registrador en relación con este
aspecto se entenderá cumplida con la remisión, con carácter puramente informativo, al
Boletín del Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas en el que se haya insertado
el último informe sobre la facturación media por hora de los auditores, advirtiendo que
el importe concreto de los honorarios a devengar dependerá de la complejidad de la
tarea que se le encomiende y del número de horas empleadas en la misma (Instrucción
DGRN, de 9 de febrero de 2016, sobre cuestiones vinculadas con el nombramiento de
auditores, su inscripción en el Registro Mercantil y otras materias relacionadas).
Los auditores designados por el Registrador mercantil disponen de cinco días a partir de
la notificación para decidir sobre la aceptación del encargo (art. 344.II RRM). Este plazo
es ampliable por el Registrador a solicitud del auditor (Instrucción de la DGRN de 9 de
febrero de 2016). Si el auditor nombrado por el Registrador mercantil no pudiera
desarrollar su tarea por impedírselo directa o indirectamente la sociedad (como, por ej.,
cuando la sociedad le niega el acceso a la sede social, cuando no le facilita los
antecedentes documentales necesarios, o incluso cuando no realiza la provisión de
fondos solicitada por el auditor), emitirá informe con opinión denegada por limitación
absoluta en el alcance de sus trabajos y entregará el original al solicitante remitiendo
copia a la sociedad (art. 361 RRM). En tales casos la sociedad no podrá depositar en el
Registro Mercantil las cuentas correspondientes al ejercicio que hubiera debido ser
auditado (arts. 279.1 y 380 LSC y 366.1-5º RRM), lo que, además de multa, acarrea el
cierre parcial del Registro (arts. 282 y 283 LSC y 378 RRM).
No son éstos, sin embargo, los únicos casos en los que la Ley atribuye al Registrador
mercantil del domicilio social la competencia para el nombramiento de auditor. Pero
mientras en los supuestos hasta ahora señalados el Registrador procedía al
nombramiento del auditor para la verificación de las cuentas anuales y del informe de
gestión, estos otros casos se refieren a nombramiento de auditor para muy concretas
actuaciones (v. art. 363 RRM). Así, para la determinación del valor de reembolso de las
acciones y de las participaciones sociales en caso de separación o de exclusión de socios
(art. 353 LSC), para la determinación del valor razonable de las participaciones sociales,
cuando la transmisión proyectada fuera a título oneroso distinto de la compraventa o a
título gratuito y las partes no hubieran fijado de común acuerdo el precio de adquisición
[art. 107.2, letra d), LSC] o para la determinación del importe a abonar por el nudo
propietario al usufructuario en concepto de incremento del valor de las acciones o
participaciones sociales (art. 128.3 LSC), así como para la certificación de determinados
datos contables en los casos de aumento del capital de una sociedad anónima por
compensación de créditos (art. 301.3 LSC), en los casos de aumento de dicho capital con
cargo a reservas (art. 303.2 LSC), en las emisiones de obligaciones convertibles (art.
414.2 LSC) y en los casos de exclusión del derecho de preferencia en los aumentos de
capital y en las emisiones de obligaciones convertibles [arts. 308.2, 417.2, letra b), LSC].
Se trata de supuestos taxativos: fuera de los casos legalmente previstos –y de los que
puedan añadir los Estatutos sociales (v. art. 123.7 RRM)–, el Registrador mercantil carece
de competencia para el nombramiento de auditor.
Entre las funciones del Registro Mercantil figura igualmente la relativa al depósito y
publicidad de las cuentas anuales. El Registro Mercantil del lugar del domicilio del
depositante asume así la doble función de oficina en la que se archivan y conservan las
cuentas anuales y demás documentos complementarios y de oficina encargada de la
publicidad de las cuentas y de esos documentos. Más que de «depósito» de las cuentas
en sentido técnico-jurídico se trata de una presentación de las cuentas y de esos otros
documentos al Registro Mercantil, presentación que puede ser obligatoria o meramente
voluntaria. La presentación obligatoria ha experimentado un acelerado proceso de
expansión. Cada vez son más los sujetos obligados a depositar las cuentas anuales en el
Registro Mercantil.
En cuanto a los documentos a depositar, la Ley exige que se depositen una certificación
de los acuerdos de la junta general de aprobación de las cuentas anuales y de aplicación
del resultado expedido por administradores con facultad certificante que tengan los
cargos vigentes (Res. DGRN de 18 de marzo de 2001), haciendo constar en la
certificación si algún administrador no ha firmado las cuentas y la causa de esa falta de
firma (Res. DGRN de 4 de enero de 2013); un ejemplar de cada una de dichas cuentas; y,
en su caso, el informe de gestión y el informe de auditoría tanto cuando la sociedad esté
obligada a hacer auditar las cuentas anuales como cuando ésta se hubiera practicado a
solicitud de la minoría (art. 279 LSC y art. 366 RRM). Aunque se haga constar en la
certificación que no se deposita el informe del auditor, siendo obligatorio, por falta de
medios para pagar al auditor, el Registrador tendrá por no efectuado el depósito por
faltar dicho informe (Res. DGRN de 23 de febrero de 2013). Si la minoría ha solicitado el
nombramiento de auditor, no es procedente el depósito en tanto no se resuelva
definitivamente si procede o no el nombramiento, así como tampoco, cuando, una vez
efectuado dicho nombramiento, el auditor designado por el Registrador mercantil no ha
podido emitir el correspondiente informe por causas imputables a la sociedad. En fin, si
la sociedad puede presentar balance abreviado, aunque tenga nombrado e inscrito un
auditor con carácter voluntario, no está obligada a depositar el informe de auditoría
(Res. DGRN de 10 de julio de 2007).
Los Registradores mercantiles deben conservar las cuentas anuales y los documentos
complementarios durante seis años (art. 280.2 LSC y art. 377 RRM). Cualquier persona
puede solicitar y obtener certificación o copia simple del Registro Mercantil en el que se
hubiesen depositado las cuentas y los documentos complementarios (art. 281.2 LSC y
art. 369 RRM).
Dentro asuntos que han sido separados del ámbito competencial de los jueces y
magistrados, destacan los expedientes atribuidos, en régimen de competencia
compartida y alternativa , a Secretarios judiciales y a Registradores mercantiles. Así
ocurre con la convocatoria de juntas generales (arts. 169, 170 y 171 LSC) o de la
asamblea general de obligacionistas (art. 422 LSC); la reducción de capital social,
amortización o enajenación de las participaciones o acciones (arts. 139 y 141 LSC); el
nombramiento o revocación del auditor (arts. 265 y 266 LSC); el nombramiento y
separación de liquidadores (arts. 377, 380, 389 LSC), etc. La intervención de los
Registradores mercantiles en régimen de alternatividad se justifica por la especialidad
material de tales expedientes. En efecto, respecto de estas cuestiones, los Registradores
mercantiles cuales gozan de un elevado grado de preparación y experiencia técnica.
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 10. La representación del empresario (ÁNGEL ROJO)
Lec c ió n 1 0
ÁNGEL ROJO
Sumario:
I. Introducción
1. Representación voluntaria, representación legal y representación
orgánica
2. La representación voluntaria en el derecho mercantil
3. La naturaleza de la relación entre el empresario y el personal de la
empresa
II. El apoderado general o factor
4. El factor
5. Los deberes del factor
6. El poder de representación
7. El ámbito del poder de representación
8. Los efectos de la representación: eficacia directa y eficacia indirecta
9. El factor interesado
III. Los apoderados singulares
10. Los dependientes y los mancebos
11. Los representantes de comercio
IV. La modificación y la extinción del poder
12. La modificación del poder
13. La extinción del poder
14. Las especialidades de la extinción del apoderamiento del factor
V. Las relaciones entre la representación voluntaria y la representación orgánica
15. El problema de la coexistencia entre la representación voluntaria y la
representación orgánica
I. INTRODUCCIÓN
1. REPRESENTACIÓN VOLUNTARIA, REPRESENTACIÓN LEGAL Y REPRESENTACIÓN
ORGÁNICA
Como sucede con cualquier otra persona natural o jurídica, el empresario individual o
social puede conferir poderes generales o especiales para ampliar así a través de
apoderados las posibilidades de actuación en el tráfico. Estos apoderados pueden
pertenecer al personal de la empresa o, por el contrario, no ser personas vinculadas al
empresario por una relación laboral.
Ahora bien, mientras que los dependientes y los mancebos se encuentran ligados al
empresario por una relación laboral ordinaria, los factores pueden estar vinculados por
una relación de las mismas características o, por el contrario, por una relación laboral
especial cuando son integrantes del personal de alta dirección. En el primer caso se
aplicarán las normas generales sobre el contrato de trabajo, mientras que en el segundo
las que rigen esa relación laboral especial, las cuales reconocen un amplio margen a la
autonomía de la voluntad (art. 3 RD 1382/1985, de 1 de agosto). Determinar cuándo la
relación laboral es general o tiene carácter especial es cuestión que debe decidirse
atendiendo a la posición jurídica del factor en la organización de la empresa.
4. EL FACTOR
Precisamente porque este apoderado general tiene facultades para concluir los
contratos relativos al giro y tráfico de un establecimiento, la Ley exige para ser factor
capacidad para obligarse y poder de la persona por cuya cuenta ha de hacer el tráfico
(art. 282 C. de C.).
Al igual que los demás miembros del personal, el principal deber positivo del factor es el
de desempeñar las funciones que el empresario le hubiera encomendado. En el
desempeño de esas funciones, los factores actuarán con la diligencia de un buen
empresario, por lo que responderán frente al principal de cualquier perjuicio que le
causen por haber procedido con malicia, negligencia o infracción de las órdenes o
instrucciones que hubieren recibido (art. 297 C. de C.). En este sentido, cabe destacar
que, tras la reforma de 2014, la Ley de Sociedades de Capital extiende todas las
disposiciones sobre deberes y responsabilidad de los administradores «a la persona,
cualquiera que sea su denominación, que tenga atribuidas facultades de más alta
dirección de la sociedad, sin perjuicio de las acciones de la sociedad basadas en su
relación jurídica con ella», cuando no exista delegación permanente de facultades del
consejo en uno o varios consejeros delegados (art. 236.4 LSC). Se trata, en todo caso, de
deberes de cumplimiento personal. A diferencia de lo que sucede en el ámbito civil (art.
1721 CC), el factor no puede, sin consentimiento del empresario, delegar en otro el
encargo recibido. Si contraviniera esta prohibición, responderá directamente el factor
de las gestiones del sustituto y de las obligaciones contraídas por éste (art. 296 C. de C.,
aplicable también a los dependientes y a los mancebos).
En las negociaciones y contrataciones que tuvieren con terceros, los factores tienen el
deber de expresar que actúan en nombre del empresario individual o sociedad
mercantil que representan (art. 284 C. de C.). El empresario tiene derecho a que el
tercero con el que negocia y contrata el factor conozca la condición de éste.
En esa actuación por cuenta del principal, el factor no puede aprovechar para sí una
determinada oportunidad de la que deba beneficiarse el principal. La Ley protege al
empresario, haciendo gravitar sobre este apoderado general la prohibición de hacer
concurrencia al principal: el factor no puede realizar por cuenta propia operaciones del
mismo género de las que constituyen el giro y tráfico del establecimiento, a menos que
esté expresamente autorizado para ello. El incumplimiento de esta prohibición se
sanciona dejando a favor del principal los beneficios que la operación produzca y
dejando a cargo del factor las eventuales pérdidas (art. 288.I y II C. de C.).
6. EL PODER DE REPRESENTACIÓN
Para que el poder general pueda acceder al Registro Mercantil, se requiere escritura
pública (arts. 18.1 C. de C. y 5.1 RRM). No obstante, como excepción a este principio de
titulación pública, se permite el acceso telemático al Registro de los denominados
«apoderamientos privados electrónicos», es decir, aquéllos otorgados por
administradores o apoderados de sociedades mercantiles o por «emprendedores» de
responsabilidad limitada en documento electrónico y con firma electrónica reconocida
del poderdante (art. 41 de la Ley 14/2013, de 27 de septiembre). Asimismo, interesa
destacar que la inscripción de los poderes generales en el Registro Mercantil puede
realizarse en base a una o a dos o más escrituras públicas. En el primer caso, se practica
una única inscripción registral con identificación del apoderado y de las facultades que
se le han conferido. En el segundo caso, se practican dos o más inscripciones: una
primera para la identificación del cargo con enumeración de las facultades que le son
propias y una segunda u otras ulteriores para la identificación del apoderado titular de
ese concreto cargo. Este segundo sistema es muy útil cuando existe una amplia red de
sucursales o una compleja estructura territorial del poderdante, como es el caso de los
bancos y de las cajas de ahorro: en la primera inscripción se hacen constar las
facultades de los distintos cargos ( v.gr.: director regional, director provincial, director
de plaza, director de sucursal) y en la segunda la identidad de los distintos apoderados.
De este modo, los sucesivos nombramientos y ceses de apoderados no obligan a
reproducir las facultades conferidas, sino simplemente a identificar a las personas que
ostentan los cargos, remitiéndose a una inscripción precedente para la determinación
de las facultades. Esa segunda inscripción no puede practicarse en base a una simple
certificación de la entidad poderdante, sino que exige una nueva escritura pública (Ress.
DGRN de 13 de mayo de 1976 y 26 de octubre de 1982).
Por consiguiente, actuando el factor dentro del giro y tráfico del establecimiento, obliga
al principal; y, a la inversa, «no podrá entenderse obligado el principal –empresario
mercantil individual o social– cuando el gerente ha contratado fuera de aquel círculo de
operaciones propias de la empresa, rompiendo flagrantemente los límites de una
normal administración» (STS de 7 de mayo de 1993; v. también SSTS de 19 de abril y 5 de
julio de 1984 y 25 de abril de 1986). Así, en los casos de la denominada «banca paralela»,
la jurisprudencia ha declarado que una entidad de crédito está obligada a la devolución
al cliente de las cantidades ingresadas por éste de las que se había apropiado el director
de la sucursal para operar al margen, aunque en paralelo, a la actividad de dicha
entidad, y ello incluso a pesar de la «irregularidad» de la operación ( v.gr.: utilización de
impresos distintos de los que correspondían a esa operación; vencimiento del depósito a
plazo en día festivo, intereses notoriamente superiores a los del mercado, etc.; v., entre
otras muchas, STS de 10 de julio de 2003).
En todo caso, por aplicación de los principios generales del Derecho privado (arts. 1719.I
y 1727.II CC), también quedará obligado el principal, aunque el factor actúe fuera del
giro y tráfico de la empresa, si «resultare que el factor obró con orden de su comitente»
–es decir, siguiendo sus instrucciones–, o si hubiera aprobado su gestión «en términos
expresos o por hechos positivos» (v. art. 286 C. de C.).
Ahora bien, dentro de ese ámbito, el poder de representación del factor puede ser objeto
de limitaciones . El empresario, al otorgar el poder o con posterioridad, puede limitar o
restringir las facultades del factor, y puede también, después de establecidas esas
limitaciones, suprimirlas o eliminarlas. El Código de Comercio así lo prevé cuando,
refiriéndose al gerente de un establecimiento, dice que está «autorizado para
administrarlo, dirigirlo y contratar sobre las cosas concernientes a él, con más o menos
facultades , según haya tenido por conveniente el propietario» (art. 283). Y de acuerdo
con ese precepto legal, habrá que admitir la posibilidad de que el empresario limite el
poder general del factor, sin perjuicio de que el poder siga siendo general; porque poder
general no quiere decir poder ilimitado, sino poder extensivo a la generalidad de las
operaciones propias de un establecimiento determinado. Aun contando con la
colaboración de uno o varios factores, el principal o empresario puede reservar para sí
la realización de determinadas operaciones que, por su importancia o por otras razones,
no considere conveniente delegar en nadie, con tal de que esas reservas no
desnaturalicen la figura del factor , que siempre deberá estar dotado de aquellas
facultades necesarias para desarrollar el tráfico de ese establecimiento (SSTS de 19 de
abril de 1974, 26 de junio de 1978, 28 de junio de 1984, 7 de mayo de 1993 y 28 de
octubre de 2001).
Naturalmente, para que las limitaciones sean oponibles al tercero de buena fe, se
requiere que figuren inscritas en el Registro Mercantil (arts. 87-2º y 8º, 94-5º y 13º, 297-
4º y 302-2º RRM). Como las eventuales limitaciones no son objeto de específica
publicación en el Boletín Oficial del Registro Mercantil (arts. 386-5º y 10º, 388-9º y 11º y
389-1º y 2º RRM), la oponibilidad opera desde la publicación del apoderamiento mismo.
Por el contrario, en caso de poder no inscrito, esas limitaciones no pueden oponerse al
tercero de buena fe (art. 21.1 C. de C.; v. también art. 286 del mismo cuerpo legal).
A) Como antes hemos señalado, en los asuntos relativos al giro y tráfico del
establecimiento, la Ley impone al factor el deber de actuar no sólo por cuenta o en
interés del empresario –presupuesto de todo actuar representativo–, sino también a
nombre de éste. Tanto para el apoderado general como para el tercero con el que
negocia debe estar fuera de duda la existencia de la representación. Por eso se exige que
así lo manifieste el factor al negociar y que así lo haga constar expresamente al
contratar ( contemplatio domini expresa): en todos los documentos que los factores
suscriban en tal concepto «expresarán que lo hacen con poder o en nombre de la
persona o sociedad que representan» (art. 284 C. de C.).
Actuando en esta forma (alieno nomine) , la actuación del factor representante tiene
eficacia directa para el empresario representado. Como dice el Código, contratando los
factores a nombre de sus principales «recaerán sobre los comitentes todas las
obligaciones que contrajeren» (art. 285.I). En esta materia no existe, pues, desviación
alguna respecto de los principios generales del Derecho privado, que pueden
considerarse comunes al Derecho civil (art. 1725 CC) y al mercantil (v. art. 247.II C. de
C.). Significa ello que el empresario queda obligado frente al tercero con el que en su
nombre hubiera contratado el factor. Los efectos del contrato concluido por el factor en
nombre del empresario se producen de modo inmediato en el patrimonio o en la esfera
jurídica de éste, como si hubiera sido realizado por el propio empresario. Por eso, la
acción para exigir el cumplimiento «se hará efectiva en los bienes del principal», y no en
los del factor (art. 285.II C. de C.).
Ahora bien, el Derecho mercantil conoce una excepción a la regla general según la cual
el tercero con el que ha contratado el factor en nombre del empresario no tiene acción
contra este representante con poder. El Código de Comercio concede acción al tercero
cuando los bienes del factor «estén confundidos» con los bienes del empresario (art.
285.II). En todos los casos de confusión de patrimonios entre los del empresario y los del
factor, aunque la confusión no sea total –esto es, aunque subsistan algunos bienes no
confundidos–, el tercero también tiene acción contra el factor para exigir el
cumplimiento de la obligación por éste contraída en nombre del empresario.
En todos estos casos, el hecho de que el tercero ignore el carácter representativo con que
ha actuado el factor no significa que el representado no pueda beneficiarse de esa
actuación. Al empresario asisten las correspondientes acciones para exigir al
representante que realice todos los actos jurídicos necesarios a fin de que los efectos de
esa actuación representativa repercutan definitivamente en el patrimonio del
representado; y de ahí que la forma de producción de efectos de la actuación del factor
respecto del empresario se denomine indirecta o mediata . Con esta solución sigue el
Código una línea inexcusable en materia de representación sin separarse de la solución
civil (art. 1717 CC), que también aquí puede considerarse común a todo el Derecho
privado (v. art. 246 C. de C.).
Pero la regla de la eficacia indirecta de la actuación del factor en nombre propio cuenta
en el Derecho mercantil con dos excepciones. La primera excepción es la relativa al
factor notorio . Ya hemos señalado que la doctrina mercantil clásica distinguía entre el
factor con nombramiento expreso, inscrito en la matrícula, y aquel otro nombrado
tácitamente que administra el negocio «con ciencia y paciencia del señor, sin él lo
contradecir» (domino sciente et patiente) , añadiendo que «esta ciencia y paciencia se
prueba por la notoriedad o fama pública que de ella hay en el pueblo». Y, siguiendo esta
tradición, el Código se refiere a aquel factor que «notoriamente pertenezca a una
empresa o sociedad conocidas» (art. 286). Si nos atenemos a los antecedentes de la
figura, resulta claro que el concepto jurídico de factor notorio no puede coincidir con el
concepto vulgar. Se necesita, de un lado, la nota positiva de la notoriedad, entendida
como conocimiento público, en el ámbito territorial en el que opere, de la condición de
apoderado general de un determinado empresario individual o colectivo (STS de 4 de
abril de 2014); y se requiere también, como característica negativa, que el
apoderamiento haya sido tácito o, cuando menos, que de haber sido expreso no conste
en el Registro Mercantil. Un factor inscrito, por mucha que sea la notoriedad de que
goce, no es factor notorio en sentido jurídico (v., sin embargo, la ya citada STS de 7 de
octubre de 2014).
Pues bien, los contratos concluidos por un factor notorio en el sentido que acabamos de
exponer «se entenderán hechos por cuenta del propietario de dicha empresa o sociedad,
aun cuando el factor no lo haya expresado al tiempo de celebrarlos», pero «siempre que
estos contratos recaigan sobre objetos comprendidos en el giro o tráfico del
establecimiento o si, aun siendo de otra naturaleza, resultare que el factor obró con
orden de su comitente o que éste aprobó su gestión en términos expresos o por hechos
positivos» (art. 286 C. de C.). La notoriedad de la condición de factor en persona cuyo
nombramiento no consta inscrito permite reconocer eficacia directa a la actuación de
este apoderado (contemplatio domini presunta o ex facta concludentia) , haciendo
innecesario que el factor haya expresado al contratar que actuaba en nombre del
principal. Siendo notoria en quien contrata la condición de apoderado general de un
empresario y recayendo el contrato sobre asuntos comprendidos en el giro y tráfico de
la empresa, se producen los mismos efectos que si el factor hubiera actuado en nombre
de ese empresario. Para poder dirigirse contra el empresario, al tercero será suficiente
con acreditar que, a pesar de no figurar inscrito en el Registro Mercantil como factor de
un empresario, se le reconoce públicamente esta condición, y acreditar igualmente la
actuación del factor dentro del ámbito del poder de representación o, si el factor
hubiese actuado fuera de ese ámbito, bien la existencia de órdenes o instrucciones del
empresario, bien la ratificación expresa o tácita de la actuación realizada.
9. EL FACTOR INTERESADO
El Código de 1829 no reconocía más figuras de colaboradores del empresario que los
factores y los mancebos, pero, en cambio, el vigente intercala entre esas dos categorías
la del dependiente. La terminología es equívoca: para el Código de 1885, mancebo es
aquella persona que, en terminología vulgar, denominamos dependiente de comercio,
mientras que bajo este nombre se designa por dicho Código a todo apoderado singular
para el desempeño constante de las operaciones propias de un determinado ramo del
tráfico o giro del establecimiento ( v.gr.: un jefe de ventas o un jefe de compras). A
diferencia del poder del factor, el poder del dependiente es necesariamente un poder
limitado.
En cuanto a la forma del poder, puede ser verbal o escrito (art. 292 C. de C.), y, aunque el
empresario figure inscrito en el Registro Mercantil, este apoderamiento singular o
especial no es de inscripción obligatoria en ese Registro. Por toda publicidad quiere el
Código que se comunique a los particulares por avisos públicos o por medio de
circulares (art. 292).
A pesar del nombre con el que son designados, los representantes de comercio pueden
tener poder de representación o carecer de él. Por regla general, suelen limitarse a
promover pedidos por la clientela –pedidos que el empresario podrá aceptar o no–; pero
en algunos casos en los que les ha sido atribuida la correspondiente facultad concluyen
ellos mismos en nombre de principal los contratos que promueven.
Estos auxiliares del empresario no deben confundirse con los agentes comerciales , que
son auténticos empresarios dedicados de manera continuada o estable a cambio de una
retribución a promover actos u operaciones de comercio por cuenta ajena o a
promoverlos o concluirlos por cuenta y en nombre ajeno (art. 1 de la Ley 12/1992, de 27
de mayo, sobre Contrato de Agencia). La distinción no se basa en el género de actividad
de unos y de otros, en el sistema de retribución o en el poder de representación: tanto
los representantes de comercio como los agentes pueden tener poder para concluir en
nombre del empresario las operaciones promovidas. La distinción se basa
esencialmente en la relación jurídica que une a unos y otros con el empresario:
mientras que la relación de los representantes de comercio con el empresario es una
relación de carácter laboral, aunque sometida a un régimen especial, los agentes
comerciales se encuentran vinculados al empresario por un contrato de agencia,
ostentando ellos mismos la condición de sujetos mercantiles como titulares de una
organización empresarial autónoma [art. 1.2, letra b), RD 1438/1985, de 1 de agosto].
Los poderes atribuidos por el empresario o por la sociedad mercantil, sean expresos o
tácitos, pueden ser objeto de modificación , bien ampliando las facultades del apoderado
más allá de las que son propias del giro y tráfico del establecimiento, bien eliminando
las eventuales limitaciones existentes, bien, en fin, reduciendo las facultades
representativas. Así, por ejemplo, en el caso de un dependiente que pasa a ser factor se
produce de forma automática esa ampliación de las facultades representativas; y lo
mismo sucede respecto del director de una sucursal que pasa a ser el director general de
todas las que tiene el empresario individual o la sociedad mercantil. Mientras que la
ampliación no tiene límites, la reducción de facultades de un apoderado general o factor
no puede ser de tal entidad que desvirtúe el carácter general del poder (v. núm. 7); y,
además, si el poder estaba inscrito, para que sea oponible a terceros de buena fe, se
exige inscripción de la misma en el Registro Mercantil y publicación del dato de la
reducción en el Boletín Oficial de dicho Registro (arts. 21.1 C. de C., 87.2º y 94.5º RRM).
Los poderes otorgados por un empresario o por una sociedad mercantil pueden serlo sin
duración de tiempo –como suele ser normal en el tráfico– o tener una duración concreta
y determinada. Si fueran poderes temporales, se extingue transcurrido el tiempo del
apoderamiento.
Sean indefinidos o temporales, los poderes pueden ser revocados en cualquier
momento. La extinción del poder por voluntad de empresario se denomina revocación .
En principio, la forma de la revocación está en función de la forma del apoderamiento:
si la concesión del poder fue verbal, la revocación también puede ser verbal; si la
concesión del poder se hizo por medio de documento, la revocación necesita también de
constancia documental. Los poderes otorgados en escritura pública deben revocarse
mediante una nueva escritura pública. Pero no es suficiente con que el empresario
revoque el poder. Es necesario, además, que esa revocación se ponga en conocimiento
del apoderado. Para que surta efecto en las relaciones del apoderado con el principal, la
revocación habrá de ser puesta por éste en conocimiento de aquél (art. 291 C. de C.). Al
revocar un poder conferido en escritura o en cualquier otro documento, el empresario
puede compeler al apoderado a la devolución del documento en el que conste (art. 1733
CC). Respecto de los terceros, los efectos de la extinción del poder comenzarán cuando se
haya inscrito y publicado la revocación, si se trata de poder inscrito (art. 291.II en
relación con el art. 21.1 C. de C.).
La revocación puede ser individual –es decir, de un poder determinado– o general, sea
de todos los poderes concedidos a una o varias personas, sea de todos los poderes
concedidos desde una determinada fecha. Así, por ejemplo, en las sociedades
mercantiles, cuando se produce un cambio del control es frecuente que los nuevos
administradores revoquen todos los poderes que hubieran sido otorgados antes de que
ese cambio haya tenido lugar. En estos casos, el problema que se plantea es si es
inscribible esa revocación general o, si, por el contrario, el asiento tan sólo puede
realizarse respecto de los poderes que figuren inscritos, y no de los que, por una u otra
causa, no hayan accedido al Registro Mercantil. La cuestión tiene especial importancia
porque, en el Derecho español, los nuevos administradores no tienen medios seguros de
conocer todos y cada uno de los poderes que se hubieran otorgado por la sociedad antes
de ese cambio de control, existiendo, pues, grave incertidumbre acerca de cuáles han
sido los otorgados y cuáles de entre ellos se encuentran vigentes. Por esta razón, en la
práctica es opinión generalizada que la regla general según la cual, para inscribir actos
modificativos o extintivos de otros otorgados con anterioridad es precisa la previa
inscripción de éstos (art. 11.2 RRM) únicamente es de aplicación a las revocaciones de
poderes singulares, y no impide la inscripción de revocaciones generales, que afectarán
tanto a los inscritos como a los que, habiendo sido otorgados con anterioridad, no
consten en el Registro Mercantil.
El poder del factor se extingue también en caso de enajenación del establecimiento del
que sea director. Se parte de la idea de que el poder del factor descansa sobre la
confianza del principal en el apoderado. Por eso, en el caso de la transmisión del
establecimiento dirigido por ese factor, la Ley considera extinguido el poder a él
concedido, salvo que expresamente se hubiera pactado lo contrario. En este supuesto, el
mero hecho de poner en conocimiento del factor la enajenación del establecimiento
produce los mismos efectos que la comunicación de la revocación (art. 291.I C. de C.).
A diferencia de lo que acontece con los poderes civiles (art. 1732 CC), la muerte, la
declaración de fallecimiento o la incapacitación del empresario individual no es causa
de extinción del apoderamiento del factor (art. 290 C. de C.). Esta especialidad mercantil,
que se explica para facilitar la continuidad de la empresa, significa que, no obstante la
muerte o la incapacitación del principal o del poderdante, subsisten las facultades del
factor, obligando con sus actos y contratos al patrimonio hereditario. No obstante, cabe
que el poder sea revocado por los herederos, sin que la revocación tenga
necesariamente valor de aceptación tácita de la herencia, pudiendo ser considerada
mero acto de administración provisional (art. 999.IV CC), o que sea revocado por el
representante legal del incapacitado.
Además de las causas de extinción del poder por voluntad del principal o de sus
herederos, el apoderamiento del factor finaliza por renuncia, muerte o inhabilitación
del propio factor (v. art. 280 C. de C.). El factor puede renunciar al poder, poniéndolo en
conocimiento del principal. Si éste sufriere daños y perjuicios por la renuncia, el factor
estará obligado a indemnizar al empresario, salvo que la causa de esa renuncia sea la
imposibilidad de continuar en el desempeño de las funciones encomendadas «sin grave
detrimento suyo» (art. 1736 CC). En el caso de muerte o incapacitación del factor, los
herederos o el representante legal de éste están obligados a poner el hecho en
conocimiento inmediato del principal (art. 1739 CC).
Ahora bien, la aplicación de esta regla general exige algunas matizaciones que limitan
su alcance. En este sentido, no es admisible que un administrador único otorgue un
poder en favor de sí mismo (Res. DGRN de 24 de noviembre de 1998); y, si la sociedad
estuviera administrada por dos administradores mancomunados, tampoco es admisible
que éstos desvirtúen el sistema legal de representación [art. 233.2, letra c) , LSC]
otorgando conjuntamente un poder voluntario de carácter solidario a favor de cada uno
de ellos (v., sin embargo, Res. DGRN de 12 de septiembre de 1994).
Pero, sobre todo, cuando el tercero haya confiado legítimamente en que está
contratando con la sociedad a través de un administrador con poder de representación
orgánica, aunque el administrador actúe como mero representante voluntario de la
sociedad –y así lo haga constar en el acto o contrato en el que intervenga en nombre de
ésta–, la sociedad no podrá alegar eficazmente que ese representante se ha excedido en
el uso de las facultades concedidas, ya que, en ese caso, será ineficaz cualquier
limitación de las facultades representativas, aunque figuren inscritas en el Registro
Mercantil. Si la condición de representante orgánico resulta del Registro Mercantil, la
existencia de esa confianza legítima se presume en el tercero. El doble representante –
orgánico y voluntario– podrá elegir el título de representación; pero la opción es
inoperante frente a quien conozca la condición de representante orgánico de esa
persona y haya confiado en ella.
En fin, la extinción del poder de representación orgánica como consecuencia del cese
del administrador no produce la extinción del poder o de los poderes voluntarios que la
sociedad hubiera conferido a esa persona, antes o después de ser nombrado
administrador. El cese no equivale a una revocación implícita de esos poderes. El cesado
deja de ser representante orgánico si tuviera ese poder de representación, pero, para
evitar que pueda seguir obligando a la sociedad, será preciso que se revoquen
expresamente los poderes voluntarios que le hubieran sido conferidos y, además, que
esa revocación se inscriba en el Registro Mercantil.
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 11. La propiedad intelectual: derechos de autor y derechos afines (JUAN
IGNACIO PEINADO GRACIA)
Lec c ió n 1 1
Sumario:
Pues bien, la cada vez mayor diferenciación entre los ámbitos de la propiedad
intelectual e industrial, no se aprecia en la normativa de los países de nuestro entorno,
donde el término de propiedad intelectual abarca los dos ámbitos, tanto el industrial
como el de derechos de autor. Así, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual
(OMPI), al establecer su principal objetivo: «desarrollar un sistema de propiedad
intelectual internacional, que sea equilibrado y accesible y recompense la creatividad,
estimule la innovación y contribuya al desarrollo económico, salvaguardando a la vez el
interés público» , establece dos categorías dentro de esta propiedad intelectual: la
propiedad industrial y los derechos de autor. Cumpliendo funciones cercanas, teniendo
idéntica naturaleza y respondiendo a las mismas estrategias e instrumentos jurídicos,
nuestro ordenamiento da hasta el momento un tratamiento diferenciado a estos
ámbitos. La primera ha sido incluida tradicionalmente en el Derecho mercantil, por
cuanto es el fenómeno del mercado el que da sentido a las instituciones que lo
conforman. Dentro de la propiedad industrial incluimos dos tipos de derechos o
intereses de diversa naturaleza y distinto nivel de protección. En cuanto a la propiedad
intelectual en el sentido de derechos de autor, nada impide su inclusión igualmente en
el ámbito mercantil dada la importancia que este tipo de derechos tienen en el actual
entorno de mercado y debido a la configuración de estos derechos inmateriales como
auténticos derechos reales de propiedad. La materia ha sufrido además un cambio en
los principios inspiradores de su régimen jurídico. Sin perjuicio de su tradicional
configuración como un atributo de la personalidad, cuyo titular tiene derecho a
proteger, oponiéndose al plagio, la deformación etc., hoy cobra importancia el carácter
netamente patrimonial al considerar la obra literaria, artística o científica como un bien
con cuya explotación comercial, el autor puede obtener beneficios económicos. A su vez
se empieza a presentar la materia de los derechos de autor como fronteriza, de la que
también se ocupan los estudiosos del Derecho mercantil (además de los civilistas), pues,
como se ha dicho con acierto, el fenómeno socioeconómico del mercado afecta en la
sociedad postindustrial en que vivimos a los bienes culturales. Así, junto con la
dimensión humanista de la cultura, desde mediados del siglo XX hablamos, con los
pensadores ADORNO y HORKHEIMER de industria cultural, subrayando los elementos jurídico
económicos de la producción y consumo masivos de bienes culturales.
Como se decía, en nuestro país hablar de propiedad intelectual implica una remisión
exclusivamente a la normativa de derechos de autor, que en concreto se regula en el
Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de abril, por el que se aprueba el Texto Refundido de la
Ley de Propiedad Intelectual, regularizando, aclarando y armonizando las disposiciones
legales vigentes sobre la materia (LPI en adelante), cuya última modificación se ha
llevado a cabo por la Ley 21/2014, de 4 de noviembre, por la que se modifica el texto
refundido de la Ley de Propiedad Intelectual, aprobado por Real Decreto Legislativo
1/1996, de 12 de abril, y la Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil). Existen
normas de desarrollo sobre copia privada (RD 1434/1992), el canon digital (Orden
PRE/1743/2008, de 18 de junio, declarada nula en SAN de 22 de marzo de 2011).
Actualmente, la situación se ha complicado en el asunto de la compensación por copia
privada, pues tras la Sentencia de STS, Sala de lo Contencioso-Administrativo, de 10
noviembre 2016, este Tribunal anula el Real Decreto 1657/2012, de 7 de diciembre, por el
que se regula el procedimiento de pago de la compensación equitativa por copia privada
con cargo a los Presupuestos Generales del Estado. Por otro lado, la Orden
ECD/1649/2016, de 10 de octubre, por la que se determina la cuantía de la compensación
equitativa por copia privada correspondiente al ejercicio 2015 con cargo a los
Presupuestos Generales del Estado y su distribución entre las tres modalidades de
reproducción referidas legalmente (BOE de 12.10), se dicta al amparo del Real Decreto
1657/2012, por lo que está por ver cuál va ser finalmente el modo en que quede regulada
la cuestión y remunerados los autores por este concepto legalmente reconocido.
También conviene hacer referencia al Real Decreto 624/2014, de 18 de julio, por el que
se desarrolla el derecho de remuneración a los autores por los préstamos de sus obras
realizados en determinados establecimientos accesibles al público. Es de señalar
también el Real Decreto 281/2003, de 7 de marzo, por el que se aprueba el Reglamento
del Registro General de la Propiedad Intelectual.
La publicación por parte de la Comisión Europea del Libro verde sobre «Derechos de
autor en la economía del conocimiento» [COM (2008) 466 final, Bruselas, 16/7/2008]
supone un especial interés desde instancias europeas por el nuevo concepto de
«economía del conocimiento» entendida como actividad económica no basada en
recursos naturales sino en recursos intelectuales como los conocimientos técnicos y
especializados. Sin duda los conocimientos procedentes de las obras científicas y de
investigación están en un lugar destacado de este tipo de recursos intelectuales, por lo
que la mencionada publicación pretende promover un debate sobre el mejor
instrumento para la difusión de los resultados de la investigación, la ciencia y la
educación a la vez que plantea diferentes cuestiones sobre el papel que los derechos de
autor tienen en esta economía del conocimiento. En este sentido se abordan los
problemas que se están generando por la aplicación en los Estados miembros de las
excepciones a los derechos de autor a raíz de la trasposición de la Directiva 2001/29/(CE)
sobre la armonización de derechos de autor y afines, así como la Directiva 96/9/(CE)
sobre la protección jurídica de las bases de datos. El principal hecho que genera la
necesidad de publicar el Libro es la reflexión sobre dos aspectos diferentes pero
estrechamente relacionados: por un lado, tratar de controlar si el avance de las nuevas
tecnologías está conllevando de algún modo la conculcación de los derechos de autor de
los investigadores, y, por otro, recabar información sobre el sentir de la comunidad
investigadora en relación a las nuevas formas de entrega de los contenidos digitales.
Tienen también importancia la Directiva comunitaria del Consejo 2004/48, de 29 de abril
de 2004, que amplía los medios de tutela de los derechos de propiedad intelectual
incorporada ya a nuestra Ley de Propiedad Intelectual.
De gran importancia ha sido la Directiva 2011/77, del Parlamento Europeo y del Consejo,
de 27 de septiembre de 2011, por la que se modifica la Directiva 2006/116 (CE) de 12 de
diciembre, relativa al plazo de protección del derecho de autor y de determinados
derechos afines, donde cabe destacar la ampliación del plazo de protección de los
derechos de los artistas, intérpretes o ejecutantes, y de los productores de fonogramas,
que pasa de los 50 a los 70 años. También hace referencia la Directiva a los derechos de
autor, para armonizar la duración de la protección de las obras musicales con letra. Así,
dicha duración será de 70 años contados desde la muerte de la última de las siguientes
personas en sobrevivir, sean o no consideradas como coautores: autor de la letra y autor
de la composición musical. Es también destacable que intérpretes o ejecutantes gozarán
de dos nuevas facultades irrenunciables sobre alquiler, radiodifusión y comunicación
pública, a los efectos de que dicha ampliación del período de protección de sus derechos
se haga efectiva. Para la transposición de esta directiva a nuestro ordenamiento jurídico
se elevó, el 22 de marzo de 2013, al Consejo de Ministros la propuesta de Anteproyecto
de Ley de modificación del Texto Refundido de la Ley de Propiedad Intelectual,
aprobado por Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de abril, y de la Ley 1/2000, de 7 de
enero, de Enjuiciamiento Civil, y tras la aprobación del Consejo de Ministros, se
convertiría en un nuevo Proyecto de Ley, publicado en el Boletín Oficial de las Cortes
Generales, el 21 de Febrero de 2014. Finalmente se aprobó la Ley 21/2014, de 4 de
noviembre, por la que se modifica el texto refundido de la Ley de Propiedad Intelectual,
aprobado por Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de abril, y la Ley 1/2000, de 7 de
enero, de Enjuiciamiento Civil, entrando en vigor el pasado 1 de Enero de 2015,
excepción hecha de algunas concretas disposiciones de esta normativa señaladas por la
Disposición Final Quinta. Con esta Ley se arbitran una serie de medidas que pueden
agruparse en tres bloques según su finalidad: por un lado el límite de copia privada a los
derechos de propiedad intelectual y límite de la ilustración en la enseñanza. Por otro
lado, medidas para asegurar una mayor transparencia y una mejor eficacia de la gestión
llevada a cabo por las entidades de gestión de derechos de propiedad intelectual y por
último la eficacia de los mecanismos para la protección de los derechos de propiedad
intelectual frente a las vulneraciones que puedan sufrir en el entorno digital en línea.
Muchos de estos aspectos son contemplados en una nueva Directiva que retrasó la
aprobación de la nueva Ley de Propiedad Intelectual. Se trata de la Directiva
2014/26/(UE) del Parlamento Europeo y del Consejo, de 26 de febrero de 2014, relativa a
la gestión colectiva de los derechos de autor y derechos afines y a la concesión de
licencias multiterritoriales de derechos sobre obras musicales para su utilización en
línea en el mercado interior.
Y finalmente hay que hacer mención a que en septiembre de 2016 fue presentado por la
Comisión Europea un borrador de nueva Directiva de propiedad intelectual, esto es, la
Propuesta de Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo sobre los derechos de
autor en el mercado único digital, en la que se explican los principales motivos por el
que se hace necesaria la actualización de la actual regulación en el sentido de que en el
entorno digital, se han intensificado los usos transfronterizos, y han surgido nuevas
oportunidades para que los consumidores puedan acceder a contenidos protegidos por
derechos de autor y aunque los objetivos y principios establecidos por el marco de la UE
sobre derechos de autor siguen siendo válidos, es preciso adaptar ese marco a estas
nuevas realidades.
Nuestra Ley aboga así por un criterio del todo favorable para el autor en referencia al
nacimiento del derecho sobre la obra, pues nace con ella, siendo la atribución
inmediata. Se convierte en el único titular originario posible mediante la creación
intelectual y las posibles transmisiones posteriores jamás alcanzarán la plenitud de
facultades que conlleva dicha creación pues los derechos morales sólo a él le
corresponderán (aunque sí es cierto que algunos de ellos pueden ejercerse por los
herederos tras su muerte).
En cuanto al objeto del derecho de autor, pueden serlo todas las obras originales,
analizándose este hecho desde dos puntos de vista: objetivo, en tanto que un resultado
estético diferente a lo ya existente y subjetivo, en tanto que permite apreciar la
impronta del autor sobre la obra protegida. Además será requisito indispensable la
creatividad entendida como resultado del intelecto humano. No constituye requisito
para la protección a través del derecho de autor que la obra haya alcanzado un
determinado nivel de «calidad» o «mérito» (lo que constituye una diferencia relevante
con el régimen de la propiedad industrial, en el que la utilidad del invento es
condicionante para obtener la protección).
La Ley enumera con carácter abierto supuestos de obras protegidas por el derecho de
autor (art. 10 LPI): libros, folletos, impresos, epistolarios, escritos, discursos y
alocuciones, conferencias, informes forenses, explicaciones de cátedra; composiciones
musicales, con letra o sin ella; obras dramáticas y dramático-musicales, coreografías,
pantomimas, o cualesquiera obras teatrales; obras cinematográficas o audiovisuales;
esculturas, pinturas, dibujos, litografías, historietas, ensayos, bocetos y obras plásticas;
proyectos, planos, maquetas, diseños de obras arquitectónicas o de ingeniería; gráficos,
mapas, diseños relativos a la geografía; obras fotográficas y análogas; programas de
ordenador. Este carácter abierto (no estamos ante un numerus clausus ) se recoge de
forma expresa por el propio artículo 10.1 de la Ley de Propiedad Intelectual, que alude a
la protección en general de cualquier obra literaria, artística o científica expresada por
cualquier medio o soporte actualmente conocido o que se invente en el futuro. Tienen
también el concepto de obra a efectos de ser objeto de protección las obras derivadas:
traducciones, revisiones, actualizaciones, anotaciones, compendios, resúmenes,
extractos, arreglos musicales o, en general, la transformación de una obra (art. 11 LPI).
En estos supuestos es necesario contar con el consentimiento del autor de la obra
originaria, no tanto para la transformación u obtención por algún medio de la nueva
obra, que estaría dentro del derecho fundamental de la libre expresión, sino para la
explotación económica del resultado de tal tratamiento. Quedan excluidos de la
protección por la propiedad intelectual el texto de las disposiciones legales o
reglamentarias, los proyectos normativos, resoluciones de órganos jurisdiccionales y los
actos, acuerdos, deliberaciones y dictámenes de los organismos públicos (art. 13 LPI).
En cuanto a la duración de los derechos morales, hay que diferenciar por un lado
aquéllos que jamás se extinguirán como son el de paternidad y el de integridad, y que en
ausencia del autor podrán ser ejercidos por sus herederos o personas naturales o
jurídicas designadas a tal efecto por el propio autor (art. 15.1). Por otro lado el derecho
de divulgación que se extinguirá tras 70 años del fallecimiento de su autor, período en
que puede ser ejercido por los mismos sujetos que acaban de mencionarse (art. 15.2). Y
por último el resto de los derechos morales reconocidos en el artículo 14, que se
extinguirán con el fallecimiento del autor.
El transcurso del plazo de duración fijado en la Ley para los derechos de explotación,
determina el ingreso de la obra en el dominio público, pudiendo ser utilizada por
cualquiera, siempre que se respete su autoría e integridad (derechos morales que
permanecen pese la extinción de los patrimoniales en virtud de los arts. 15 y 16 LPI). Al
margen de la fijación de plazos de duración del derecho, la Ley establece también un
régimen de acciones y medidas cautelares urgentes, recogido en los artículos 138 y
siguientes, reformados por la Ley 23/2006, siendo el artículo 138 nuevamente reformado
por las modificaciones operadas en la Ley de Propiedad Intelectual, por la Ley 21/2014,
de 4 de noviembre, y que supone una aproximación de los derechos de autor al régimen
de patentes, marcas y diseño industrial.
La conculcación de los derechos morales reconocidos por los derechos de autor traen
consigo el derecho de indemnización por daño moral, en cuyo caso la prueba del
perjuicio económico no es necesaria y la cuantía se fijará teniendo en cuenta una serie
de criterios establecidos en el propio artículo 140.2.a) segundo párrafo de Ley de
Propiedad Intelectual (v. en este sentido la importante SAP de Vizcaya, de 10 de marzo
de 2009 –asunto Zubi Zuri–, en la que se indemniza por daños morales por conculcación
del derecho moral a la integridad de la obra de un famoso arquitecto, despejando al
mismo tiempo las posibles dudas sobre los derechos que la LPI concede a la obra
arquitectónica y no solo a los planos o maquetas que puedan anteceder a la realización
de la misma).
Los derechos de explotación de la obra pueden transmitirse mortis causa o inter vivos .
Los derechos morales tienen un régimen específico de transmisión mortis causa ,
dependiendo de la voluntad del causante (arts. 15 y 16 LPI), según se exponía antes,
correspondiendo, en defecto de disposición de última voluntad, a los herederos, y en
defecto de éstos, en virtud del artículo 16 de la Ley de Propiedad Intelectual, el Estado,
las Comunidades Autónomas, las Corporaciones locales y las instituciones públicas de
carácter cultural están legitimadas para ejercer dichos derechos. Como es natural, no es
posible transmitir inter vivos las facultades morales del autor, dado su carácter
personalísimo, intransmisible e inembargable. Solamente los derechos morales de
divulgación, reconocimiento de autoría sobre la obra (paternidad) e integridad de la
misma, se transmiten mortis causa . El resto se extinguen con la muerte del autor. Por
otro lado, señalar que al derecho moral de divulgación se le impone límite temporal (70
años desde la muerte del autor) en cuanto al ejercicio por parte de los herederos, pues
se estima que existe un interés social en que la obra sea conocida y entre a formar parte
del acervo cultural común.
Volviendo a los límites de los derechos de explotación hay que hacer remisión a los
artículos 31 a 40.bis de la Ley de Propiedad Intelectual, donde se establecen límites a los
derechos de reproducción, comunicación pública, distribución y transformación de las
obras protegidas en determinadas circunstancias. De estos artículos, el 31 y 32 son
modificados y aumentados en su contenido, y el 37 bis se añade para regular las obras
huérfanas, todo ello a través de la Ley 21/2014, de 4 de noviembre. En concreto, sobre
las obras huérfanas hay que destacar la reciente publicación del Real Decreto 224/2016,
de 27 de mayo, por el que se desarrolla el régimen jurídico de las obras huérfanas, que
tiene por objeto el desarrollo de la regulación sobre este tipo de obras, esto es, que
estando protegidas por derechos de autor o derechos afines, no han sido identificados o
localizados sus autores. Se establece así, el procedimiento de búsqueda diligente previoa
dicha consideración, y la fijación de las condiciones para poner fin a la condición de
obra huérfana y, en su caso, abonar la oportuna compensación equitativa al titular
legítimo de los derechos sobre la misma. Así las obras ya divulgadas pueden
reproducirse, comunicarse públicamente o distribuirse sin autorización del autor en los
siguientes casos según el artículo 31 bis: 1º cuando se realiza dichos actos con fines de
seguridad pública o para el correcto desarrollo de procedimientos administrativos,
judiciales o parlamentarios. 2º cuando se realicen en beneficio de personas con
discapacidad, siempre que los mismos carezcan de finalidad lucrativa, guarden una
relación directa con la discapacidad de que se trate, se lleven a cabo mediante un
procedimiento o medio adaptado a la discapacidad y se limiten a lo que ésta exige. El
apartado segundo del artículo 31, se modifica con la nueva Ley 21/2014, para aclarar en
qué circunstancias ha de considerarse que se produce el límite legal de copia privada.
Así mismo se añade un nuevo apartado 3 en el que precisamente se delimitan las
exclusiones de casos para que éstos no puedan ser considerados como límites a los
derechos de reproducción del autor. Existen previsiones específicas para el derecho de
cita de fragmentos de obras ajenas en el artículo 32 de la Ley de Propiedad Intelectual,
que precisamente es uno de los más reformados por la Ley 21/2014, añadiéndose tres
nuevos apartados y reconociendo un nuevo derecho irrenunciable a percibir de las
entidades usuarias de las obras reproducidas parcialmente, distribuidas y comunicadas
públicamente una remuneración equitativa, que se hará efectiva a través de las
entidades de gestión, y que tanta polémica ha suscitado, provocando la retirada por
parte de Google en nuestro país de su servicio « Google news ». Se dan otras previsiones
en la Ley en torno a los límites como puede ser en relación a trabajos de actualidad (art.
33 LPI); para la reproducción de obras situadas en vías públicas (art. 34 LPI), para la
reproducción sin finalidad lucrativa en museos, bibliotecas, fonotecas, hemerotecas,
archivos de titularidad pública o integradas en instituciones de carácter cultural o
científico, siempre que la reproducción sea para fines de investigación (art. 37.1 LPI);
para el préstamo bibliotecario (art. 37.2 LPI); para la ejecución de obras musicales en el
curso de actos oficiales del Estado, de las Administraciones Públicas y ceremonias
religiosas, siempre que sean de asistencia gratuita y los artistas que intervengan en las
mismas no perciban una remuneración específica por su interpretación (art. 38 LPI).
Otro límite al derecho de autor es la posibilidad de parodia de la obra divulgada,
siempre que no implique riesgo de confusión con la misma ni se infiera un daño a la
obra original o a su autor (art. 39 LPI), límite que se refiere al derecho de
transformación y donde quizás el legislador no tiene en cuenta que a diferencia de los
demás derechos de explotación a los que se aplican las excepciones, en el caso de la
parodia se transforma una obra para crear otra que puede ser considerada obra
derivada de la que se pretende obtener un lucro y del que en modo alguno se hace
partícipe al autor de la obra originaria.
Los artículos 147 a 159 de Ley de Propiedad Intelectual versan sobre las entidades de
gestión de los derechos de propiedad intelectual. Son entidades de las que se valen los
titulares de derechos de propiedad intelectual para una más adecuada gestión de los
mismos, hasta el punto de que algunos de esos derechos dejarían de ser efectivos sin la
mediación de estas entidades. Los costes de vigilancia de forma individual superarían
habitualmente a los beneficios generados por lo que se desincentivaría el ejercicio de
derechos por parte de los autores. Es más, la complejidad que implica una adecuada
administración de los derechos de propiedad intelectual convierte a estas entidades en
una alternativa frente a la gestión individual por parte del autor que en la mayoría de
los casos no ostenta la cualificación necesaria a tales efectos.
Los derechos que administran han de ser de carácter patrimonial, es decir los derechos
de explotación básicos: reproducción, distribución, comunicación pública y
transformación, así como otros reconocidos en la propia Ley: derecho de participación,
derecho de compensación equitativa y derecho de remuneración equitativa. Los
derechos morales quedan fuera de su ámbito de actuación a no ser que sean
expresamente designadas mandatarias o que se les confiera legitimación activa mortis
causa vía artículo 15 de la Ley de Propiedad Intelectual.
También podemos destacar que existen derechos de gestión colectiva obligatoria que se
encuentran señalados en diferentes artículos de la Ley: 20.4.b), 25.7, 90.7, 108.4, etc., o el
nuevo derecho irrenunciable a percibir de las entidades usuarias de las obras
reproducidas parcialmente, distribuidas y comunicadas públicamente en los centros
docentes universitarios o centros de investigación por su personal y con sus medios
propios, para los casos de libros de texto, manuales universitarios, artículos de revistas
o publicaciones asimiladas, que se recoge en el actual apartado 4 que se añade al
artículo 32, junto a los apartados 3 y 5. También con el carácter de derecho de gestión
colectiva obligatoria, se presenta el nuevo derecho a percibir una compensación
equitativa por parte de los editores y otros titulares de derechos, ante la puesta a
disposición del público por parte de los prestadores de servicios electrónicos mediante
publicaciones periódicas o en sitios Web. Se trata de la polémica "tasa Google", según se
la viene denominando por parte de los medios de comunicación y que se presenta como
un nuevo límite a los derechos de autor que lleva aparejada su correspondiente
compensación ante la imposibilidad de negativa del titular de los derechos sobre los
contenidos utilizados, a que éstos sean divulgados bajo las condiciones que señala la
norma. En los casos de gestión colectiva obligatoria, las funciones de la entidad de
gestión se ejercen sin necesidad de contrato de gestión alguno por lo que el titular está
desapoderado para ejercitar de modo individual su derecho. Actualmente existen ocho
entidades de gestión en nuestro país, de las que sin duda sigue siendo la más importante
aunque ya no en monopolio la Sociedad General de Autores y Editores. Son además de
ésta: el Centro Español de Derechos Reprográficos (CEDRO), la Asociación de Gestión de
Derechos Intelectuales (AGEDI), Artistas Intérpretes o Ejecutantes (AIE), Entidad de
Gestión de Artistas Plásticos (VEGAP), Entidad de Gestión de Derechos de los
Productores Audiovisuales (EGEDA), Artistas e Intérpretes Sociedad de Gestión (AISGE) y
Derechos de Autor de obras Audiovisuales Entidad de Gestión (DAMA). De particular
interés sobre el monopolio legal de la gestión de derechos de propiedad intelectual es la
sentencia de la Audiencia Nacional, de 8 de febrero de 2008, en la que se validaban
entidades gestoras voluntarias al margen de las amparadas por la Ley de Propiedad
Intelectual.
10. CONCEPTO
Sea cual fuere la finalidad para la que se utiliza, las páginas web se han hecho común.
La navegación por internet y el acceso a páginas webs y sus contenidos precisa de la
identificación y localización de la propia web . Facilitar esto es del común interés del
titular de la web y del usuario o navegante. El nombre de dominio es un instrumento
que permite ambas funciones de forma sencilla. En realidad los llamados nombres de
dominio suponen una facilidad de uso. Cada uno de esos sitios web , interfaces, se
identifica mediante un sistema numérico, el llamado número IP. Si bien técnicamente lo
definitivo es el número IP que permite a un PC dirigirse al interfaz deseado, los usuarios
carecen de capacidad de retentiva de estos números complejos. El llamado nombre de
dominio es esa misma identificación pero en términos estables y utilizando palabras o
abreviaturas con su propia sintaxis y significado. Por ejemplo: si queremos visitar la
web de la entrañable población de Puerto Hurraco, es más fácil identificar y localizar
www.puertohurraco.es que la dirección IP:.84.20.17.240. Si la dirección IP es esencial
técnicamente, el valor comercial como signo distintivo lo tiene el nombre de dominio.
Red.es tiene autoridad para ejecutar la decisión resultante del procedimiento, excepto
en el caso en que las partes en conflicto inicien un procedimiento judicial. Esto implica
que el sistema arbitral no cierra la vía judicial tras la resolución de dicha entidad.
Además este sistema no atiende sólo a los conflictos entre estos dos ámbitos, pues el
texto se expresa en los términos de resolución de conflictos «entre otros, los de
propiedad industrial...» Judicialmente la vía de protección contra un dominio que pueda
afectar a un derecho de signo distintivo encuentra su fundamento jurídico en el artículo
34.3.e) de la Ley de Marcas según el cual el titular de una marca española tiene la
facultad de prohibir el uso del signo registrado como marca en redes telemáticas lo que
hace referencia al uso de marca ajena en páginas y portales de Internet y como nombre
de dominio. Merece especial atención la sentencia del Tribunal Supremo de 26 de
febrero de 2016, en la que el Alto Tribunal analiza de manera detallada, con
fundamento en la doctrina del Tribual de Justicia de la Unión Europea, la infracción de
derechos marcarios que supone la utilización de marcas registradas como palabra clave
en motores de búsqueda en internet, así como la delimitación de los requisitos que
permitirían afirmar la licitud de dicho uso.
© 2017 [Thomson Reuters (Legal) Limited / Aurelio Menéndez / Ángel Rojo y otros]© Portada: Thomsom Reuters (Legal)
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 12. Derecho industrial (I). Las innovaciones (JUAN IGNACIO PEINADO GRACIA)
Lec c ió n 1 2
Sumario:
1. LA PATENTE
El artículo 4.1 de la Ley de Patentes establece que «son patentables, en todos los campos
de la tecnología, las invenciones nuevas que impliquen una actividad inventiva y sean
susceptibles de aplicación industrial» de donde se obtienen los requisitos de
patentabilidad de cualquier invención: 1º ha de tratarse de innovaciones técnicas; 2º
han de ser fruto de una actividad inventiva; y 3º deben ser susceptibles de aplicación
industrial.
1º. Innovación técnica, novedad y el estado de la técnica . Es este uno de los requisitos
fundamentales sobre el que pivota la figura de la patente. El invento es siempre fruto de
la aplicación del ingenio y el estudio al logro de un resultado que ha de ser novedoso
para la colectividad técnica o científica en cuyo sector de conocimientos se inserta. Del
modo en que se redacta nuestro artículo 6 de la Ley de Patentes se infiere que esta
novedad es absoluta y a nivel mundial pues la invención no ha podido ser divulgada
antes de la fecha de solicitud ni en España ni en el extranjero. Y es así como adquiere
forma el concepto del estado de la técnica como delimitador, como término de
referencia para la valoración de la novedad de una invención. Podría definirse así dicho
concepto como «todo aquello que antes de la fecha de presentación de la solicitud de
patente se ha hecho accesible al público en España o en el extranjero por una
descripción escrita u oral, por una utilización o por cualquier otro medio» (art. 6.2 LP).
En el concepto quedarían incluidas las solicitudes de patentes anteriores ya que al ser
éstas públicas quedarían subsumidas en el concepto tal como se ha expuesto.
2º. Fruto de una actividad inventiva : lo que implica, en virtud del artículo 8 de la Ley de
Patentes, que la invención no debe deducirse de manera evidente del estado de la
técnica para un experto en la materia. Es por ello que quedaría fuera de la
patentabilidad aquello que no suponga un verdadero progreso técnico notable.
3º. Aplicación industrial : con este requisito se vinculan los conceptos de invención
procedente del intelecto humano con el de utilidad como rasgo diferenciador de este
tipo de creaciones humanas con aquéllas otras que son protegidas a través de los
derechos de autor. En efecto no será patentable una creación que no tenga utilidad, la
cual desde el punto de vista del derecho industrial se vincula de forma inescindible a la
utilización de la invención en cualquier clase de actividad industrial y a su posible
repetición o ejecución en un proceso industrial. Hay que aclarar que para cumplir este
requisito ha de probarse la mera aptitud para la aplicación industrial para lo que es
determinante la posibilidad de que la invención sea ejecutable de forma repetitiva con
obtención de un resultado siempre cierto y similar, lo que excluiría las invenciones cuya
realización industrial fuera sólo posible ocasionalmente o de forma imprevisible.
Si bien con la anterior normativa de patentes existían dos procedimientos posibles para
la concesión del derecho a la patente que nace con la expedición del título
correspondiente, con la actual Ley de Patentes, se reduce a uno sólo, que incluye
necesariamente un examen sustantivo sobre el objeto de la patente. Se trata de una de
las principales novedades de la nueva normativa. La solicitud y procedimiento de
concesión de la patente, están regulados con sumo detalle en los artículos 1 a 35 del Real
Decreto 316/2017, de 31 de marzo, por el que se aprueba el Reglamento para la ejecución
de la Ley 24/2015, de 24 de julio, de Patentes, esto es, los artículos contenidos en el Título
I, Capítulo I sobre la solicitud de la patente y Capítulo II sobre el procedimiento de
concesión, así como en la Orden ETU/296/2017, de 31 de marzo, por la que se establecen
los plazos máximos de resolución en los procedimientos regulados en la Ley 24/2015, de
24 de julio, de patentes. (BOE 1 DE ABRIL DE 2017). En la solicitud de patente han de
constar una serie de datos recogidos en el artículo 23 de la Ley y desarrollados
convenientemente en el Real Decreto 316/2017 (Reglamento en adelante), entre los que
como no podía ser menos se hace obligada una descripción del invento así como las
llamadas reivindicaciones a través de las que se define el objeto para el que se solicita la
protección según señala el artículo 28 de la Ley. Desde este momento comienza el
procedimiento administrativo regulado en los artículos 32 al 42 de la Ley de Patentes,
así como el Reglamento. Tras un examen de oficio por la Oficina Española de Patentes y
Marcas en el que se pondrían de manifiesto si el objeto de la patente no está
manifiestamente y en su totalidad excluido de la patentabilidad por aplicación de los
artículos 4.4 y 5 de la Ley, o si no se cumplen los requisitos relativos a la representación
y a la reivindicación de prioridad en su caso, así como cualquier otro referido a la
regularidad formal de la solicitud cuya comprobación haya de realizarse, de acuerdo
con lo establecido en el Reglamento, antes de la publicación de la solicitud, dicha Oficina
(OEPM), emitirá un informe sobre el estado de la técnica donde se hará mención a los
elementos que determinan la novedad y actividad inventiva del objeto para el que se
solicita la patente, así como una opinión escrita, preliminar no vinculante, acerca de si
la invención objeto de la solicitud de patente cumple aparentemente los requisitos de
patentabilidad establecidos en la Ley, y en particular, con referencia a los resultados de
la búsqueda. Dicho informe así como la solicitud, son publicados en el Boletín Oficial de
la Propiedad Industrial (BOPI), ante lo que cualquier tercero podrá presentar las
observaciones que considere oportunas, debidamente razonadas y documentadas, sobre
la patentabilidad de la invención objeto de la misma, sin que se interrumpa la
tramitación. Estos terceros no se considerarán parte en el procedimiento.
Hay que señalar, que la actual Ley de Patentes presenta como principal novedad frente
a la anterior normativa, la de establecer un único procedimiento de concesión para
simplificar y agilizar la protección de la innovación mediante patentes y reforzar la
seguridad jurídica, contemplando como único sistema para la concesión de patentes: el
de examen previo de novedad y actividad inventiva, que ahora pasa a denominarse
según puede apreciarse en la redacción del artículo 39, examen sustantivo y cuya
implantación gradual era lo inicialmente previsto en la Ley de Patentes de 1986. Se
elimina, por tanto, el sistema opcional o «a la carta», introducido en la reforma llevada a
cabo por el Real Decreto-ley 8/1998, de 31 de julio, de medidas urgentes en materia de
propiedad industrial, acabándose por tanto con la concesión de patentes «débiles» y
debiendo todas las solicitudes tramitarse a través del examen sustantivo de novedad y
actividad inventiva llevado a cabo por la Oficina Española de Patentes y Marcas tras el
informe de la técnica. Y es que nada justifica, tal como señala la Exposición de Motivos
de la Ley de Patentes, en el apartado IV, la concesión de una patente cuando el informe
sobre el estado de la técnica revela que la invención que es objeto de la misma no es tal,
por carecer de novedad o actividad inventiva. Dentro del modelo de concesión con
examen sustantivo generalizado actual se pasa directamente a la fase de búsqueda para
todas las solicitudes, como ocurre en los procedimientos internacionales, de manera que
su iniciación no estará sujeta a otras condiciones que las imprescindibles para la
realización de la búsqueda misma. Se sustituye por tanto el anterior procedimiento por
otro que integra la búsqueda con el examen técnico, y cuyas conclusiones se plasmarán
en la opinión escrita. Ésta será ya una primera comunicación del examinador a cuyas
observaciones y objeciones, si las hubiere, podrá contestar el interesado al pedir el
examen sustantivo si decide continuar con la tramitación, modificando en su caso la
solicitud en la medida necesaria para ajustarse a las exigencias legales. Con estas y otras
modificaciones que se recogen en la nueva y actual Ley de Patentes, se pretende
acelerar el procedimiento de concesión, así como evitar el traslado a los competidores
del coste y la carga de anular patentes que nunca debieron ser concedidas, y que
propician falseamientos de la competencia basados en títulos cuya presunción de
validez sólo puede ser destruida en vía judicial.
Como es natural, los derechos de exclusiva concedidos por la patente no son derechos
absolutos y están sometidos a unos límites recogidos en los artículos 61 a 66 de la Ley de
Patentes, entre los que podemos hablar de «agotamiento del derecho de patente» -de
indudable similitud con el agotamiento sobre el derecho de marca- por el que una vez
que un producto fabricado al amparo de una patente ha entrado regularmente en el
tráfico mercantil, su titular no podrá esgrimir derechos derivados de la misma respecto
de vicisitudes que el producto experimente en el futuro (art. 61.2). El alcance de este
agotamiento se produce a nivel comunitario, por lo que la Ley de Patentes recoge
expresamente el agotamiento comunitario (en el Espacio Económico Europeo), en
coherencia con los pronunciamientos del Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea
al respecto. También supone un límite al derecho exclusivo de patentes, no poder
impedir el titular la utilización de objetos o procedimientos patentados para el propio
consumo o con fines experimentales según el art. 61.1 c) de la Ley de Patentes,
modificado por la disposición final segunda de la Ley 29/2006, de 26 de julio, de
garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios, y cuyo contenido
vuelve ahora a modificarse según recoge el artículo 61 de la Ley, donde se separan como
supuestos distintos, la excepción de uso experimental y la llamada «cláusula Bolar», que
tienen distinto origen y finalidad, como ha sido reconocido por la jurisprudencia del
Tribunal Supremo. Por último se encarga también el legislador de regular diferentes
casos en que la patente entra en situaciones de conflictos con terceros que venían
utilizando el objeto de la patente antes de ser concedida a su titular (art. 63), conflicto
con la explotación de otras patentes de fecha anterior (art. 64), posibles conflictos entre
patente anterior de la que es necesario hacer uso para explotar una patente posterior
(art. 65), etc.
No sólo tiene derechos el titular de la patente sino que habrá de hacer frente a una serie
de obligaciones cuyo incumplimiento conlleva la pérdida del derecho exclusivo sobre la
misma. En concreto, la principal de las obligaciones consistiría en la explotación dentro
de los tres años desde la concesión o de los cuatro desde la solicitud, con aplicación
automática del plazo que expire más tarde, como contraprestación al monopolio
reconocido (art. 90.2 LP) lo que tiene cierto efecto disuasorio sobre aquéllos que han
hecho de los llamados patent trolls un negocio lucrativo, al adquirir derechos de
patente, no con el fin de explotarla, sino de accionar por infracción de tales derechos
frente a otras empresas o forzar acuerdos beneficiosos.
La explotación de la patente tal como la recoge nuestra normativa podrá llevarse a cabo
bien por el propio titular, bien por tercero debidamente autorizado para ello y será
efectiva tanto si se produce en territorio español como en cualquier Estado miembro de
la Organización Mundial del Comercio (OMC), siempre que dicha explotación resulte
suficiente para abastecer la demanda en el mercado español (art. 90.1). Si el titular de la
patente no desea explotarla pero desea conservar sus derechos, puede acudir al
expediente de la llamada licencia de pleno derecho, regulado en los artículos 87 a 89 de
la Ley de Patentes, y que consiste en un ofrecimiento permanente, inscrito en el
correspondiente Registro, para que cualquier interesado pueda constituirse en
licenciatario no exclusivo de la misma, debiendo cursar su aceptación a través de la
Oficina Española de Patentes y Marcas, que, salvo acuerdo directo entre las partes,
actuará también como árbitro para determinar la retribución que debe abonar el
licenciatario o para modificar la cuantía a lo largo de su vigencia.
Ningún sentido tiene la concesión de una serie de derechos sin la adecuada protección
judicial (ante los Juzgados de lo Mercantil para la materia que nos ocupa y que recoge
sin ambages la Ley en el artículo 118) ante una conculcación de los mismos por parte de
terceros. Pues bien, esta tutela es recogida por la propia Ley de Patentes que concede al
titular de la patente la posibilidad de reclamación consistente, en virtud del artículo 71
de la Ley en la redacción según la Ley 19/2006 por la que se amplían los medios de tutela
de los derechos de propiedad intelectual e industrial y se establecen normas procesales
para facilitar la aplicación de diversos reglamentos comunitarios, en la inmediata
cesación de la violación y adopción de medidas para evitar que se repita; embargo y
ulterior destrucción (con posibilidad de adjudicación resarcitoria) de los objetos en que
se materialice la transgresión; indemnización de daños y perjuicios y publicidad de la
sentencia que se dicte.
a) Cesión de la patente
b) Licencia de la patente
Tras la concesión de una patente, la vigencia de la misma tal como es regulada por
nuestra Ley de Patentes, puede estar bien condicionada a la concurrencia de
determinados hechos que no tengan que ver con la voluntad de su titular, o bien al
cumplimiento de algunos deberes del mismo. La declaración de la caducidad de la
patente se da por la Oficina Española de Patentes y Marcas que habrá de dar publicidad
a tal hecho a través del Boletín Oficial de la Propiedad Industrial. Además, cuando la
caducidad se deba a la falta de explotación tras los dos años de la concesión de una
licencia obligatoria, la declaración de caducidad procederá tras la instrucción del
correspondiente expediente administrativo (art. 108.4 LP). El efecto de dicha
declaración es la extinción de la patente que hasta ese momento era plenamente válida
y eficaz y se produce ante la concurrencia de alguna de las causas recogidas por el
propio artículo 108 de la Ley de Patentes. La principal consecuencia es que la invención
objeto de la patente pasa a ser de dominio público y por ende de libre utilización por
parte de cualquiera. Asimismo y por razones evidentes, una vez que esto ocurra, dicha
invención no podrá volver a ser nuevamente objeto de patente.
El supuesto más frecuente de caducidad es la expiración del plazo de veinte años para el
que la patente se concede. Pero cabe también la caducidad por renuncia, en aplicación
del principio general de renunciabilidad de derechos, siempre que queden a salvo los
intereses de terceros, esto es, titulares de derechos reales o licenciatarios o cuando se
halle pendiente una reivindicación por tercero, como aclara el artículo 110 de la Ley de
Patentes. Es también causa de caducidad la falta de pago de los derechos y tasas
anuales, mas con la posibilidad del pago en el plazo dentro de los seis meses de demora
en los que habrá que pagar la sobretasa o la tasa de regularización según corresponda
(art. 108.3). Si bien la anterior normativa contemplaba la posibilidad de rehabilitación
de la patente cuando se justificara que el impago de la tasa se debió a causa de fuerza
mayor, la actual Ley de Patentes no hace referencia alguna a este supuesto. En cambio
(no se recogía esto anteriormente), sí que se regula en el artículo 109 la diversa
casuística en que las anualidades de la patente no son pagadas: situaciones de embargo
o acciones de reivindicación sobre el derecho, permitiendo el pago de dichas tasas fuera
de plazo y evitándose así la caducidad de la patente. Finalmente, la falta de explotación
de la patente durante los períodos que, en cada caso, marca la Ley, es igualmente causa
de caducidad según se desprende del propio artículo 108.1 d) y e), mostrándose en este
último punto respetuoso el legislador con las disposiciones establecidas al respecto en
los Convenios internacionales.
En cuanto a la nulidad hay que señalar que una vez concedida la patente tras el
correspondiente procedimiento administrativo -más allá de las vicisitudes que se hayan
podido dar en el transcurso de éste como pueda ser recurso ante la resolución de la
Oficina Española de Patentes y Marcas o incluso procedimiento judicial contencioso-
administrativo- el único modo de atacar la validez de una patente será a través de la
acción de nulidad ante los tribunales del orden civil. Cuando la patente se concede tras
el procedimiento de examen sustantivo, el juicio de nulidad supondrá la vuelta sobre el
examen a fondo de los extremos que ya fueran analizados por la Oficina de manera
especialmente exhaustiva a través del informe resultante del examen previo de
novedad y actividad inventiva. Puesto que la inscripción de la patente en el Registro de
la Oficina Española de Patentes y Marcas implica solamente una presunción iuris
tantum de la validez de la misma, no quedará ésta convalidada ante una concesión que
adolezca de alguna de las causas de nulidad legalmente recogidas a modo de numerus
clausus en la Ley de Patentes. La declaración de nulidad por la jurisdicción civil
implicará que la patente a pesar de haberse concedido nunca fue válida, por lo que los
efectos de esta nulidad se retrotraerán al momento de dicha concesión (art. 104.1 LP),
sin que por ello el legislador deje de prestar atención a la salvaguarda de los intereses
legítimos de los terceros de buena fe que pudieran ostentar algún tipo de derecho sobre
la patente controvertida, como pueden ser los licenciatarios (v. art. 104.3 LP). La nulidad
puede ser total, si afecta a todas sus reivindicaciones, o parcial, si sólo se refiere a
algunas. En la Ley de Patentes, se suprime la prohibición de anular parcialmente una
reivindicación (art. 102 LP), y prevé que el titular de la patente pueda limitarla
modificando las reivindicaciones, de manera que la patente así limitada sirva de base al
proceso, como ya ocurre con las patentes europeas y se extienden los efectos de la
nulidad a los certificados complementarios de protección, en la medida en que afecte al
derecho sobre el producto protegido por la patente de base que fundamentó la
concesión de aquéllos. El artículo 102 de la Ley de Patentes, recoge también las causas
de nulidad: a) carencia de los requisitos de patentabilidad recogidos en el título II de la
Ley; b) la defectuosa descripción del invento en el expediente de concesión; c) la
concesión que exceda de la solicitud; d) cuando se haya ampliado la protección
conferida por la patente tras la concesión; e) la concesión a persona distinta del
aspirante legítimo. En cuanto a la legitimación activa, la acción de nulidad es ejercitable,
durante toda la vida de la patente e incluso dentro de los cinco años siguientes a la fecha
de caducidad de la patente, por cualquier interesado así como por la Administración
pública. La Ley en su artículo 103, reconoce la legitimación para el ejercicio de la acción
de nulidad, además de a los titulares de los derechos inscritos, a quienes acrediten
haber solicitado debidamente la inscripción del acto o negocio jurídico del que traiga
causa el derecho que se pretende hacer valer, siempre que tal inscripción llegue a ser
concedida. Cuando se trate de patente concedida a persona distinta de la facultada para
obtenerla, solo esta última podrá reclamar la nulidad. La legitimación pasiva
corresponde al titular según el Registro aunque de existir licencias u otros derechos
inscritos a favor de tercero, deberá notificarse también a éstos la demanda interpuesta.
No pueden invocarse ante la jurisdicción mercantil, que es la competente para conocer
de las acciones de nulidad, los argumentos que fueron ya esgrimidos y rechazados en
vía contencioso-administrativa (art. 103.5 LP).
En el ámbito internacional existe una amplia regulación sobre las patentes, destacando
en primer término, el Convenio de la Unión Internacional para la protección de la
Propiedad Industrial, de 20 de marzo de 1883, y conocido de forma generalizada como
«Unión de París» (CUP). Ha sido revisado varias veces y en España está vigente desde
1974 el texto de Estocolmo, de 14 de julio de 1967. Tiene una especial importancia el
establecimiento por esta normativa de dos principios en la materia de patentes. Son los
principios de trato nacional y de prioridad unionista que serán respetados por todos los
países parte del Convenio. Por otro lado el Tratado de Cooperación en materia de
Patentes (PCT de Washington, 1970, cuyo Reglamento de desarrollo en su última versión
se da, tras las modificaciones al Reglamento del Tratado de cooperación en materia de
patentes (PCT) adoptadas por la Asamblea de la Unión Internacional de cooperación en
materia de patentes (Unión PCT) en su 47.ª reunión (20ª Sesión ordinaria), celebrada en
Ginebra el 14 de octubre 2015,publicado en el «Boletín Oficial del Estado» nº 288, de 29
de noviembre de 2016. Hay que incluir igualmente el Instrumento de Adhesión del
Tratado sobre el derecho de patentes (PLT), Reglamento del tratado sobre el derecho de
patentes, y Declaraciones concertadas por la Conferencia Diplomática relativas al
Tratado y al Reglamento, hechos en Ginebra el 1 de junio de 2000 (BOE de 9 de octubre
de 2013).
En definitiva hay que destacar los rasgos de la patente europea con efecto unitario:
carácter unitario, protección uniforme y efectos idénticos en todos los Estados
miembros participantes del Acuerdo. Con ello, como puede leerse en la exposición de
motivos del Reglamento 1257/2012, en su apartado 4, se pretende estimular el progreso
científico y técnico y el funcionamiento del mercado interior, al facilitar el acceso al
sistema de patentes y hacerlo menos costoso y en condiciones de mayor seguridad
jurídica. Asimismo, implicará una mejora en el nivel de protección mediante patente
puesto que posibilitará la obtención de una protección uniforme de las patentes en los
Estados miembros participantes, y la eliminación de costes y trámites complejos para las
empresas en toda la Unión. Es importante señalar que España en principio no quedaría
afectada directamente por la normativa referida a la patente unitaria, pues por diversas
razones entre las que destaca la idiomática, nuestro país no forma parte de los acuerdos
hasta ahora firmados en torno a esta patente que han dado como resultado los citados
Reglamentos.
2. CONCEPTO
Puesto que ambas figuras, la patente y el modelo de utilidad, recaen sobre igual objeto,
esto es, una invención, la diferencia entre ellas hay que buscarla en el ámbito de los
derechos que ostenta su titular. En muchas ocasiones, desde un punto de vista teórico, la
tarea diferenciadora no resulta fácil pero la misma puede ser más llevadera atendiendo
al modo en que ambas quedan configuradas en la Ley de Patentes. Y es precisamente a
través de las diferencias entre ambas figuras que se infieren además los requisitos para
la protección del modelo de utilidad. Si bien en la anterior normativa de patentes el
ámbito territorial para determinar el requisito de novedad para el caso del modelo de
utilidad era el nacional frente al internacional exigible al invento patentable, la Ley de
Patentes actual equipara ambas figuras en lo que respecta a este punto, mediante el
requisito de novedad mundial también para el modelo de utilidad. Y es que a día de hoy,
con los medios de divulgación existentes, el requisito de novedad y su valoración, no
deja de ser muy discutible, teniendo en cuenta la novedad nacional. En cuanto a la
actividad inventiva, como requisito que ha de reunir, es menos exigente para con el
modelo de utilidad pues es suficiente con que no resulte del estado de la técnica de un
modo muy evidente para un experto en la materia, frente a la mera evidencia en el caso
de las patentes.
Con todo, no siempre será fácil trazar la línea divisoria entre una patente de producto y
un modelo de utilidad. Por ello, es frecuente que solicitudes presentadas para obtener
una patente acaben logrando la protección que interesan a través del modelo de
utilidad. No es solo este el caso en que se difumina la frontera con el modelo de utilidad
y otra figura del ámbito industrial. Así, puesto que la forma está indisolublemente
vinculada a la ventaja o resultado útil que reporta el modelo de utilidad, no siempre
será fácil su distinción del diseño industrial. Habrá de constatarse que al variar la forma
se anula el resultado técnico esperado para afirmar que efectivamente estamos ante un
modelo de utilidad y obtener la tutela prevista por la Ley para esta figura. En efecto, a
través del diseño industrial ninguna ventaja se obtiene en cuanto al uso o fabricación
del producto, sino la mera estética que lo diferencie en el mercado de otros productos
similares como se verá posteriormente.
Por último, no podemos por menos que señalar el punto de vista ofrecido por la
Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia en el Informe IPN/DP/004/14, sobre
la Propuesta de Anteproyecto de modificación de la Ley de Patentes, actual Ley, en el
que centra la atención en la figura del modelo de utilidad y tras analizar las
modificaciones previstas en dicho Anteproyecto, se recomendaba como primera opción,
que se efectúe una evaluación del mantenimiento de la figura de los modelos de utilidad
desde la óptica de los principios de necesidad, proporcionalidad y mínima restricción.
En caso de que no supere dicha evaluación, de forma que quede acreditado que estemos
ante un régimen de protección excesivamente intenso para una actividad inventiva de
escasa transcendencia técnica, se recomendaría su eliminación. Subsidiariamente, si se
considerase que el interés general justifica la concesión de una exclusiva durante diez
años a invenciones de bajo nivel inventivo, y por tanto se decide su mantenimiento, se
recomienda que su concesión se someta a examen previo obligatorio, al igual que las
patentes. Recomendación que no se ha seguido a resultas de la redacción de la Ley de
Patentes, que sigue sin contemplar examen sustantivo (o examen previo) para el modelo
de utilidad.
En cuanto al contenido del derecho del modelo de utilidad, en lo que no impidan sus
diferencias esenciales, a los modelos de utilidad serán de aplicación las disposiciones
sobre las patentes de invención (art. 150 LP).
Por lo demás la propia normativa remite para completar el contenido del derecho del
modelo de utilidad a las disposiciones relativas a la patente, ya que el artículo 148.1 de
la Ley afirma que al titular del modelo de utilidad se le conceden los mismos derechos
que al de la patente de invención, hecho indicativo de hasta qué punto estamos ante
figuras afines de propiedad industrial.
Para ser protegido por la Ley 3/2000, de 7 de enero, de Régimen Jurídico de las
Obtenciones Vegetales, una variedad vegetal ha de diferenciarse por las características
que se desprenden de un cierto genotipo o combinación de ellos y ser posible su
propagación sin alteración. De manera concreta el artículo 5.1 de la Ley se refiere a que
la variedad ha de ser nueva, distinta, homogénea y estable. La novedad es un concepto
legal referido al hecho de que no se haya entregado o vendido para su explotación sin
que ninguna vinculación se produzca con el criterio de lo desconocido o nuevo que
tanta importancia tiene en el ámbito de la patente. Como se decía antes la
homogeneidad se refiere a la suficiencia de uniformidad en cuanto a las características
que presenta la variedad, esto es, a que tras su multiplicación se dé homogeneidad de
características de modo que sea diferenciable de otras variedades vegetales, lo que
precisamente supone el otro requisito necesario, esto es, la distintividad que supone un
término relativo al valorarse respecto de las características de cualquier otra variedad
vegetal notoriamente conocida en la fecha de presentación de la solicitud del
certificado. A estos efectos la propia Ley de Obtenciones Vegetales se encarga de
establecer lo que se considera como notoriamente conocido: una variedad vegetal será
notoriamente conocida desde que se haya presentado su solicitud de inscripción en un
Registro oficial llegando a inscribirse en éste, o bien desde que se haya presentado en
cualquier país una solicitud de concesión de Título de Obtención Vegetal (TOV) y éste
llegue a concederse. Dándose estas circunstancias será el actual Ministerio de
Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, el que ante la solicitud entregada
directamente en la sede del órgano competente de la Comunidad Autónoma en la que
esté establecido el solicitante (para la realización del examen de forma), conceda la
inscripción y otorgamiento del correspondiente Título de Obtención Vegetal, que
confiere el derecho para esta obtención por un tiempo de 25 años o de 30 en caso de
variedades de vid y de especies arbóreas. Una vez se obtiene el Título, la Ley de
Obtenciones Vegetales recoge en el artículo 12, estas facultades: a) La producción o la
reproducción (multiplicación). b) El acondicionamiento a los fines de la reproducción o
de la multiplicación. c) La oferta en venta. d) La venta o cualquier otra forma de
comercialización. e) La exportación. f) La importación, o g) La posesión para cualquiera
de los fines mencionados en los apartados a) a f). Como límites al derecho del obtentor
son destacables aquéllas en beneficio del agricultor entre las que destaca la posibilidad
de utilizar con fines de propagación en sus propias explotaciones el producto de la
cosecha obtenido de la siembra en ellas de material de propagación de una variedad
protegida que haya sido adquirida lícitamente y no sea híbrida ni sintética, beneficio
que el propio artículo 14 que lo regula se encarga de someter a una serie de reglas,
donde la determinación del pequeño agricultor deviene fundamental a los efectos de
evitar la remuneración al obtentor por la propagación de la variedad en las condiciones
previstas. Conviene tener en cuenta la anulación del Tribunal Supremo (Sala Tercera)
mediante su sentencia de 5 de junio de 2007, por la que se anulan los artículos 7.1 y 18
del Real Decreto 1261/2005, de 21 de octubre, que aprobó el Reglamento de Protección
de las Obtenciones Vegetales («B.O.E.» 18 diciembre), y que guarda relación directa con
la necesidad de recabar la autorización del obtentor, así como con los límites a su
derecho.
Este fruto de la innovación presenta, cuando nos acercamos por primera vez a él una
dificultad inicial: su propio nombre no nos permite identificar apriorísticamente qué es
lo que se protege. Por ello quizás sea mejor, comenzar este epígrafe diciendo que este es
el título legal por el que se protegen los circuitos integrados o chips con los que el
mundo de la informática tanto nos ha familiarizado (y la telefonía móvil, y los
microondas...). Su protección es esencial para la investigación en el hardware y las
posibilidades de procesar información, guardar memoria y realizar funciones que
dependen de la capacidad de estos elementos y sin embargo en sus componentes nada
hay de original pues están formados por circuitos electrónicos fotolitografiados donde
se integran transistores conectados sobre una base semiconductora. La capacidad
semiconductora permite la conducción de impulsos eléctricos y, por ello, en una visión
simple, es idónea para trabajar con sistemas binarios.
Esta figura para ampliar la vida de las patentes sólo opera en ciertas materias como son
los productos farmacéuticos y los productos fitosanitarios. La ampliación pretende ser
una compensación por el período de tiempo transcurrido desde la inscripción a las
pruebas necesarias para que se autorice la comercialización de estos productos cuya
concesión puede demorarse varios años. Esto supone una importante reducción del
plazo restante para la explotación de la patente por lo que si no se diera la posibilidad
de prorrogar el plazo de protección, las posibilidades de recuperar la inversión
realizada serían menores. Y es que a diferencia de las patentes sobre productos no
pertenecientes a estas materias, el titular de una patente sobre un producto
farmacéutico o producto sanitario no puede explotar de forma inmediata el objeto de
dicha patente, pues por razones de interés sanitario, las autoridades públicas
competentes en la materia exigen una serie de verificaciones, comprobaciones y
controles, tras los cuales se obtendrá en su caso la autorización de comercialización que
en España es expedida por la Agencia Española de Medicamentos y Productos sanitarios,
perteneciente al actual Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Dicha
autorización habrá de ajustarse a las disposiciones de la Ley 29/2006, de 26 de julio, de
garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios. Además habrá que
tener en cuenta el Real Decreto 1091/2010, de 3 de septiembre, por el que se modifica el
Real Decreto 1345/2007, de 11 de octubre, por el que se regula el procedimiento de
autorización, registro y condiciones de dispensación de los medicamentos de uso
humano fabricados industrialmente, y el Real Decreto 1246/2008, de 18 de julio, por el
que se regula el procedimiento de autorización, registro y fármacovigilancia de los
medicamentos veterinarios fabricados industrialmente. Todo lo anterior a su vez ha de
respetar lo establecido por la Directiva 2010/84/(UE) del Parlamento Europeo y del
Consejo, de 15 de diciembre de 2010, que modifica, en lo que respecta a la
fármacovigilancia, la Directiva 2001/83/(CE) por la que se establece un código
comunitario sobre medicamentos para uso humano, incorporada a nuestro
ordenamiento jurídico español por la Ley 10/2013, de 24 de julio, por la que se
incorporan al ordenamiento jurídico español las Directivas 2010/84/UE del Parlamento
Europeo y del Consejo, de 15 de diciembre de 2010, sobre farmacovigilancia, y
2011/62/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 8 de junio de 2011, sobre
prevención de la entrada de medicamentos falsificados en la cadena de suministro legal,
y se modifica la Ley 29/2006, de 26 de julio, de garantías y uso racional de los
medicamentos y productos sanitarios. Además la Directiva 2012/26/(UE) del Parlamento
Europeo y del Consejo de 25 de octubre de 2012 por la que se modifica la Directiva
2001/83/(CE) en lo referente a la fármacovigilancia, así como los Reglamentos de
ejecución (UE) nº 520/201 y nº 1027/2012. A su vez, Real Decreto 577/2013, de 26 de julio,
por el que se regula la fármacovigilancia de medicamentos de uso humano. actualiza y
adapta al progreso técnico la regulación hasta ahora vigente en esta materia, recogida
en el Real Decreto 1344/2007, de 11 de octubre, por el que se regula la fármacovigilancia
de medicamentos de uso humano, que ahora se deroga, y se incorporan al
ordenamiento jurídico interno las novedades introducidas por la Directiva 2010/84/UE
del Parlamento Europeo y del Consejo, de 15 de diciembre de 2010, y por la Directiva
2012/26/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 25 de octubre de 2012 antes
señalados.
Los requisitos del producto sobre el que recaerá el certificado complementario son los
siguientes: el producto debe estar protegido mediante una patente en vigor, debe poseer
la autorización de comercialización preceptiva, no puede haber sido objeto de un
certificado complementario de protección anteriormente y la autorización de
comercialización ha de ser la primera.
8. REGULACIÓN Y CONCEPTO
El diseño industrial es una figura jurídica regulada actualmente por la Ley 20/2003, de 7
de julio, sobre Protección Jurídica del Diseño Industrial (modificada por la Ley 19/2006,
de 5 de junio, por la que se amplían los medios de tutela de los derechos de propiedad
intelectual e industrial y se establecen normas procesales para facilitar la aplicación de
diversos reglamentos comunitarios), así como el Reglamento de Protección Jurídica del
Diseño Industrial (RD 1937/2004, de 27 de septiembre, modificado por el RD 1431/2008,
de 29 de Agosto), que vinieron a incorporar al ordenamiento jurídico español la
Directiva 98/71 del Parlamento y del Consejo, de 13 de octubre. A su vez la Ley del
Diseño Industrial ha sido modificada en algunos aspectos de carácter administrativo por
la Ley de Patentes actual, modificaciones que entraron en vigor, al igual que esta Ley,el
1 abril de 2017.
Los requisitos exigibles al diseño para ser protegido como tal se refieren principalmente
a la novedad y el carácter singular en virtud del artículo 4 de la Ley del Diseño
Industrial. La novedad es un concepto delimitado legalmente como el aspecto del diseño
que no es idéntico a otro que haya sido accesible al público antes de la fecha de
presentación de la solicitud de registro, o si se reivindica prioridad, antes de la solicitud
de la misma. Ante esto puede surgir la duda sobre qué ha de estimarse como idéntico
según la Ley, cuestión que se encarga de aclarar el artículo 6 al establecer que dos
diseños son idénticos cuando sólo difieren en detalles irrelevantes, de lo que se colige
que no se trata de identidad absoluta con las repercusiones que ello tiene a la hora de
valorar hasta qué punto hay identidad por ser los detalles diferenciadores simplemente
irrelevantes. En cuanto al requisito de la singularidad se vincula éste a la impresión
general que produce el diseño a un usuario informado, de forma que permite a éste
diferenciarlo de otro diseño hecho accesible al público antes de la fecha de presentación
de la solicitud de registro. Por ello puede decirse que la singularidad es siempre, no sólo
un concepto provisto legalmente de un claro matiz subjetivo, sino de la relatividad que
permite diferenciar un diseño de otro. La accesibilidad al público o falta de la misma
que determina la novedad ha de interpretarse como la publicación, exposición,
comercialización o divulgación del diseño aunque se trata de una presunción que según
el artículo 9 de la Ley de Diseño Industrial permite prueba en contra para los casos en
que se pueda probar que a pesar de que se han dado alguna de dichas circunstancias, el
diseño no pudo conocerse por los círculos especializados en el sector. En otros casos en
cambio, la propia Ley se encarga de considerar que ciertos casos en que se dan las
circunstancias anteriores no implican la pérdida del requisito de la novedad. Son las
llamadas divulgaciones inocuas que se dan cuando el autor del diseño, sus
causahabientes o un tercero con la información facilitada por el autor, divulgan el
diseño en los doce meses anteriores a la presentación de solicitud de registro según
establece el artículo 10 de la Ley.
Terminada la fase anterior, se inicia la fase de oposición donde los interesados podrán
oponerse fundándose solo en alguno de los motivos previstos en el artículo 33, entre los
que están la contradicción con los artículos 5 al 11 de la propia Ley, etc., que se refieren
por ejemplo a que el diseño carece del requisito de novedad (art. 6 LDI), o del de
carácter singular (art. 7 LDI). Una vez presentada la oposición, la Oficina Española de
Patentes y Marcas dará traslado al solicitante para que formule las alegaciones que
estime conveniente. A la vista del expediente, la Oficina Española de Patentes y Marcas
dictará una resolución motivada, estimando o desestimando, en todo o en parte, las
oposiciones presentadas. Esta resolución es susceptible de un recurso de alzada y, una
vez agotada la vía administrativa, de un recurso contencioso-administrativo.
Las acciones protectoras de este derecho pueden ser tanto civiles como penales según se
regula en los artículos 52 y siguientes de la Ley del Diseño Industrial, teniendo en cuenta
las modificaciones operadas por la Ley 19/2006, de 5 de junio, por la que se amplían los
medios de tutela de los derechos de propiedad intelectual e industrial y se establecen
normas procesales para facilitar la aplicación de diversos reglamentos comunitarios;
modificaciones realizadas sobre los artículos 53 y 55 referidas a la adopción de las
medidas necesarias para evitar que prosiga la actividad infractora y, en particular, que
se retiren del tráfico económico los productos en los que se haya materializado la
violación de su derecho y el embargo o la destrucción de los medios principalmente
destinados a cometer la infracción (art. 53), y por otro lado a los criterios para fijar las
cantidades correspondientes a los daños perjuicios causados por la conducta infractora
(art. 55). En cuanto a las acciones civiles, a través de éstas se puede reclamar la cesación
de los actos de violación, indemnización de daños y perjuicios, adopción de medidas
encaminadas a evitar que prosiga la actividad infractora, la destrucción de los
productos en que se hubiera materializado la conculcación del derecho, etc. De especial
importancia por aplicación de la normativa europea es la protección extra registral que
se otorga al diseño industrial español, según reconoce la Exposición de Motivos de la
Ley de Protección Jurídica del Diseño Industrial que se expresa en los siguientes
términos: «En la aprobación de esta Ley se ha tenido en cuenta que la normativa sobre
protección nacional del diseño industrial coexistirá con la comunitaria, establecida
mediante el Reglamento (CE) 6/2002, del Consejo, de 12 de diciembre de 2001, sobre los
dibujos y modelos comunitarios, que incluye tanto el diseño registrado como el no
registrado, con efectos uniformes en toda la Unión Europea».
La Ley regula con disposiciones también similares a las establecidas para las restantes
modalidades de propiedad industrial lo concerniente al diseño industrial como objeto
de negocios jurídicos, ya que por su indudable valor económico, el diseño ha de tener la
posibilidad de ser objeto de garantía (art. 59 LDI), transmisión y licencia (arts. 60 a 62
LDI), embargo, opción de compra, licencia y otros negocios jurídicos. También se regula
la cotitularidad en el artículo 58 de la Ley. Como ocurría en el ámbito de las patentes, la
transmisión, licencia y constitución de gravamen han de constar por escrito para su
validez y que hayan sido registradas para su oposición a terceros de buena fe (art. 59.2).
Por último, la Ley del Diseño Industrial regula tanto la nulidad como la caducidad del
diseño industrial en los artículos 65 y siguientes. La Ley del Diseño Industrial, en
términos parecidos a como lo hace la normativa de patentes en cuanto al significado de
estos conceptos y a las consecuencias jurídicas que de ellos se derivan. Así, el registro
del diseño puede declararse nulo mediante sentencia judicial cuando a pesar de su
concesión concurre alguna de las cusas de denegación recogidas en el artículo 13 de la
Ley. El efecto de dicha declaración implica que el registro del diseño nunca fue válido,
aunque el artículo 68 limita los efectos retroactivos de la declaración de forma que no
incide ésta sobre los contratos concluidos antes de la misma. En cuanto a la caducidad,
se estaría ante un registro válido y eficaz que se extingue por el acaecimiento de
determinadas circunstancias entre las que está el transcurso del tiempo máximo por el
que el derecho sobre un diseño puede concederse una vez agotadas todas las prórrogas
posibles. También se da la caducidad tras la renuncia del titular del derecho o cuando el
mismo deje de cumplir las condiciones de Registro recogidas en el artículo 4 de la Ley
referentes a la legitimación para el registro del diseño. Para este último caso la
caducidad ha de ser declarada por los tribunales mientras que en los casos anteriores
dicha declaración es efectuada por la Oficina Española de Patentes y Marcas.
Es de resaltar que tal como se pretende en el ámbito de las patentes (patente unitaria),
una única solicitud de registro del diseño comunitario lo protege de forma unitaria en
todo el territorio de la Unión Europea. Para obtener tal amparo habrán de superarse los
requisitos de novedad y carácter singular que la norma exige.
De especial importancia es la doble vía que el Reglamento ofrece como protección del
diseño comunitario. Por un lado el modo habitual mediante la presentación para el
registro ante la Oficina de Armonización del Mercado Interior en Alicante. Registro que
otorgará un plazo de protección de cinco años (en todo el territorio de la Unión Europea
según se indicaba antes), prorrogables hasta los veinticinco años.
Por último, este Reglamento tiene relación en lo que a protección del Diseño
comunitario se refiere, como figura de propiedad industrial, con el Reglamento (UE) n°
608/2013 del Parlamento Europeo y del Consejo de 12 de junio de 2013, relativo a la
vigilancia por parte de las autoridades aduaneras del respeto de los derechos de
propiedad intelectual y por el que se deroga el Reglamento (CE) n° 1383/2003 del Consejo
(EU187). Mencionar igualmente el reciente Reglamento que afecta al Diseño en lo que a
las tasas se refiere. Es el Reglamento (UE) 2015/2424 del Parlamento Europeo y del
Consejo, de 16 de diciembre de 2015, por el que se modifican el Reglamento (CE) n°
207/2009 del Consejo sobre la marca comunitaria, y el Reglamento (CE) n° 2868/95 de la
Comisión, por el que se establecen normas de ejecución del Reglamento (CE) n° 40/94 del
Consejo sobre la marca comunitaria, y se deroga el Reglamento (CE) n° 2869/95 de la
Comisión, relativo a las tasas que se han de abonar a la Oficina de Armonización del
Mercado Interior (marcas, diseños y modelos).
Limited
2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 13. Derecho industrial (II). La marca como signo distintivo de los productos o
servicios. El nombre comercial como distinción del empresario en el mercado (JUAN
IGNACIO PEINADO GRACIA)
Lec c ió n 1 3
Sumario:
I. La marca
1. Regulación, concepto y clases
2. Requisitos del signo para constituirse en marca. Las prohibiciones
absolutas y relativas
3. Procedimiento para el registro de la marca
4. Titular de la marca: facultades y obligaciones. Acciones para la
protección de la marca registrada o usada
5. La marca como objeto de negocios jurídicos. La licencia y la transmisión
6. Extinción de la marca: nulidad y caducidad
7. La marca de la Unión Europea y su régimen jurídico
II. El nombre comercial
8. El régimen jurídico
9. Concepto y función
10. Nombre comercial y denominación social: ámbitos diferentes de
identificación de la empresa y el empresario
III. La identificación del origen geográfico como derecho de propiedad industrial
11. Denominaciones de origen e indicaciones geográficas de productos:
normativa, concepto y función
12. Contenido del derecho
I. LA MARCA
1. REGULACIÓN, CONCEPTO Y CLASES
Según el artículo 4 de la Ley de Marcas, la marca es el signo que sirve para diferenciar
en el tráfico mercantil productos o servicios procedentes de un empresario (o grupo de
empresarios) de otros, procedentes de los demás. Se colige de ello la principal función
que tiene esta figura: identificación del origen empresarial de los productos y servicios,
así como de la calidad de los mismos según las expectativas de los consumidores que
confían en dicho signo distintivo creándose el goodwill empresarial de la persona que la
utiliza. La función publicitaria es trascendental para este signo distintivo y hay que
destacar además que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha sentado la realidad
de una nueva función marcaria como es la de «inversión». Ésta, aun solapándose en
cierto sentido con la función publicitaria, tiene unas características que la hacen
diferenciable. En este sentido, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (Sala
primera), en su sentencia de 22 de septiembre de 2011 [TJCE 2011, 284] (S. TJUE C-323/09
- Interflora e Interflora British Unit. , Rec. I-08625), establece que además de su función
de indicación del origen y, en su caso, de la función publicitaria, una marca también
puede ser empleada por su titular para adquirir o conservar una reputación que
permita atraer a los consumidores y ganarse una clientela fiel. En efecto, el uso de la
marca para adquirir o conservar una cierta reputación no sólo se lleva a cabo a través
de la publicidad, sino también por medio de diversas técnicas comerciales. Así, cuando
el uso por un tercero –como un competidor del titular de la marca– de un signo idéntico
a dicha marca para productos o servicios idénticos a aquellos para los que esté
registrada supone un obstáculo esencial para que dicho titular emplee su marca para
adquirir o conservar una reputación que permita atraer a los consumidores y ganarse
una clientela fiel, debe considerarse que dicho uso menoscaba la función de inversión
de la marca. Sin quedar recogido en la definición de marca, la referencia a la identidad
o similitud de los productos respecto de otros existentes en el mercado, tiene un
importante significado al configurar el principio de especialidad propio del ámbito
marcario. En efecto, cuando se trata de productos o servicios de naturaleza diferente
pueden distinguirse con el mismo signo, aun perteneciendo a empresarios
independientes, pues la finalidad última es la información al consumidor por lo que el
efecto distintivo se produce en categorías de productos o servicios determinados no
siendo necesario cuando no hay peligro de confusión por parte del consumidor.
Excepción hecha de la marca renombrada (dado por hecho que está registrada) para la
que se da la absoluta superación del principio de especialidad de forma que no cabrá el
registro de marca coincidente o similar para ningún tipo de productos por muy
diferentes que sean de los identificados por la marca renombrada. Dicha superación del
principio de especialidad se da igualmente en las marcas notorias registradas aunque
para éstas se da de una forma progresiva, dependiendo del grado de notoriedad de las
mismas. Posteriormente se aclarará esto con más detalle. Véase la sentencia del
Tribunal Supremo (Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 3ª) por la que se
anula el registro del nombre comercial «VIAJES ZARATOURS VACACIONES Y OCIO» para
distinguir actividades en la clase 39 del Nomenclátor Internacional de Marcas, esto es,
organización de viajes, por generar riesgo de confusión con la marca «ZARA». La marca
ZARA reúne todas las circunstancias para que pueda ser considerada como marca
renombrada. En tal caso, dado ese renombre de la marca prioritaria, la prohibición
relativa no puede aplicarse mediante una mera comparación nominal entre los signos y
gráficos enfrentados, como se hace en otros casos, para deducir si lo aportado por la
marca solicitante en conflicto implica la suficiente fuerza identificadora que excluya,
razonablemente, los riesgos que para el prestigio y reputación de una marca concreta el
derecho de marcas trata de evitar, sino que ha de tenerse en cuenta la superación del
principio de especialidad que caracteriza a las marcas renombradas.
En referencia al tipo de objetos o servicios a los que se refiere la marca, existe una
clasificación denominada Clasificación de Niza, que explica en qué clase se encuadra
cada uno de aquéllos. En la actualidad existen 45 clases diferentes, 34 de productos y 11
de servicios. Esta Clasificación internacional se revisa continuamente por un Comité de
Expertos convocado en el marco del Arreglo de Niza. La EUIPO -European Union
Intellectual Property Office- (antigua Oficina de Armonización del Mercado Interior)
venía aplicando desde el 1 de enero de 2013 la Décima Edición de la Clasificación de
Niza en su versión 2013 (NCL [10-2013]) con los cambios adoptados por el Comité de
Expertos de la Unión de Niza en su vigésima segunda sesión, celebrada en Ginebra, del
23 al 27 de abril de 2012. Actualmente, se encuentra en vigor, desde el 1 de Enero de
2017, la Clasificación NCL(11-2017).
La Ley de Marcas dedica los capítulos II y III del Título II a la determinación de signos
que no pueden registrarse como marcas, sea por razones de índole general
(prohibiciones absolutas), sea porque lesionan derechos de terceros amparados por la
legislación en la materia (prohibiciones relativas).
Las prohibiciones absolutas son enumeradas en el artículo 5.1 de la Ley de Marcas.
Entre los supuestos allí recogidos, cabría formular una clasificación en los términos
siguientes: 1.º Prohibiciones derivadas de no ser un signo idóneo para su utilización
como marca por no cumplir lo previsto por el artículo 4.1, esto es, o no se pueden
representar gráficamente (esto terminará por desaparecer teniendo en cuenta la
eliminación del requisito de susceptibilidad de representación gráfica establecido por la
Directiva Directiva (UE) 2015/2436 y el Reglamento (UE) 2017/1001 del Parlamento
Europeo y del Consejo, de 14 de junio de2017, sobre la marca de la Unión Europea, y así
se recoge en el actual Anteproyecto de Ley de Marcas llamada a sustituir a la actual,
remitido recientemente por la OEPM a los organismos representativos en el sector de la
propiedad industrial) o no tienen la capacidad de distinguir en el mercado los productos
o servicios de una empresa de los de otras [apartados a) y b) art. 5.1 LM] 2.º Signos que
carezcan de virtud diferenciadora porque al ser utilizado no distinguen a un concreto
producto o servicio, sino a una especie o clase de los mismos, a su procedencia o
características, a su naturaleza o forma, o porque el signo se ha convertido en el
habitual para referirse a un tipo de productos o servicios en el lenguaje común o en la
costumbre, etc., según los apartados c), d) y e) del artículo 5.1. 3.º Los que sean
contrarios al correcto funcionamiento del mercado pues pueden inducir a error al
consumidor sobre algún aspecto del producto o servicio como la calidad o procedencia
de los mismos [apartados g) y h) del art. 5.1]; 4.º Los que contravengan el orden público,
bien por contradecir las leyes o buenas costumbres, bien porque guardan relación con
símbolos identificativos del Estado, Comunidades Autónomas, etc. [apartados f), i), j), k)
del art. 5].
La casuística en relación con estos supuestos es muy abundante, viéndose obligados los
tribunales a resolver multitud de conflictos entre la Administración que deniega la
inscripción y el particular solicitante, cuya resolución no siempre ha dado lugar a una
línea jurisprudencial uniforme. Especial interés revisten las prohibiciones absolutas que
tienen por objeto impedir la protección de patentes o diseños industriales a través del
Registro de Marcas. La prohibición de la protección por las normas de signos distintivos
de otros bienes inmateriales tiene su fundamento en la posibilidad de renovar de forma
indefinida el registro de una marca, mientras que las patentes o diseños industriales
terminan pasando al dominio público una vez transcurrido el plazo legal previsto según
señala el artículo 5.1.e) de la Ley de Marcas. Ahora bien, nada impide que un signo
distintivo pueda ser, en ocasiones, también protegido por la normativa de propiedad
intelectual (al reunir los requisitos de originalidad y creatividad necesarios y sin
necesidad de estar registrado) o diseño industrial (al conferir el propio signo
constitutivo de la marca una apariencia tal a un producto que facilite su
comercialización) y, en menor medida, por la normativa de patentes. Véanse las
diferentes sesiones del Comité Permanente sobre el Derecho de Marcas, Diseños
Industriales e Indicaciones Geográficas, donde se tratan con frecuencia los conflictos
surgidos de la superposición de sistemas de protección de las diferentes figuras de
propiedad industrial e incluso de éstas con los derechos de autor como por ejemplo la
Décimo Sexta Sesión celebrada en Ginebra del 13 a 17 de noviembre de 2006, donde
unos de los temas de discusión fueron según el punto 5 de la orden del día en sus
apartados 123 y siguientes, « Las marcas y su relación con las obras literarias y artísticas
».
Por su parte las llamadas prohibiciones relativas aparecen recogidas en los artículos 6 a
10 de la Ley de Marcas. Como de preferencia absoluta figuran aquellos casos en que el
signo elegido guarde identidad con otra marca anterior para productos idénticos
(principio de especialidad) o por razones de semejanza exista un riesgo de confusión o
asociación con la marca precedente. Lo mismo se predica de la identidad o semejanza
con nombres comerciales anteriores. En ambos casos, marca y nombre comercial, la Ley
es minuciosa para determinar cómo debe entenderse la prioridad. Otro caso de
prohibición relativa tiene lugar cuando la identidad o semejanza se produce con marcas
o nombres comerciales notorios y renombrados que figuren registrados con
anterioridad (v. art. 8 LM). De forma breve, pues posteriormente volveremos sobre el
tema, por marca notoria entendemos aquella que es generalmente conocida en el sector
concreto de los productos o servicios que distingue. Mientras la marca renombrada es la
que se conoce incluso en sectores que nada tengan que ver con el de los productos o
servicios distinguidos por la misma. En estos supuestos, la protección conferida está
reforzada y se extiende, incluso, a aquellos supuestos en los que los productos o
servicios que identifican los signos confrontados no sean semejantes (superación del
principio de especialidad para estos casos). Además, y como se ha expuesto con
anterioridad, la protección de las marcas notoriamente conocidas y renombradas, se
produce incluso en el supuesto en que no haya sido objeto de registro. Así para las
marcas con renombre, aun sin estar registradas-y aunque hay que reconocer que para
el caso de las renombradas la Ley no contempla la falta de registro de la misma como sí
ocurre para las marcas notorias en el artículo 6.2 d) de la Ley de Marcas-, cabrá
oposición frente a otra posible marca idéntica para productos absolutamente diferentes.
En el caso de las marcas notorias, sólo será posible esta superación del principio de
especialidad si están registradas, haciéndose depender en tal caso, del grado de
conocimiento que tenga la marca en el sector concreto y en los sectores relacionados.
El artículo 34.1 de la Ley de Marcas señala que «el registro de la marca confiere a su
titular el derecho exclusivo de utilizarla en el tráfico económico». Se refiere ello al
contenido positivo de la marca. A continuación, el legislador presenta el aspecto o
vertiente negativa estableciendo un sistema de prohibiciones. En realidad, las facultades
dimanantes de la marca son, más bien, las de prohibir la utilización por los demás ( ius
prohibendi ) que las de autorizar dicho uso.
Conviene también recordar que aunque las facultades de prohibición nacen tras la
concesión del registro, el artículo 38 de la Ley de Marcas dispensa un sistema de
protección provisional cubriendo así el período transitorio de la tramitación, a partir de
la publicación de la solicitud de la marca en el Boletín Oficial de la Propiedad Industrial
(BOPI), pues solo a partir de este momento se da una publicidad sobre la existencia de
una expectativa de concesión de la marca. Es entonces cuando dicha expectativa es
oponible frente a terceros. Más limitada, pues sólo es oponible inter partes , es la
notificación hecha a tercero (art. 38.2 LM) sobre la solicitud de concesión de la marca a
los efectos de que éste tenga constancia de la prioridad registral y la eventualidad de
que finalmente se conceda la marca.
Especial importancia tienen también los temas de «agotamiento del derecho de marca»
y de las limitaciones de este, extremos que aborda la Ley de Marcas en los artículos 36 y
37, respectivamente. Por «agotamiento» hay que entender la pérdida de control sobre
productos distinguidos con una marca que experimenta su titular, luego de haber
entrado regularmente el producto en el tráfico mercantil.
Ello significa, por ejemplo, que el fabricante titular de una marca tiene derecho a
organizar, pongamos por caso, el primer escalón de la distribución de los productos
marcados; pero no puede inmiscuirse en las ulteriores transmisiones del producto hasta
su llegada al consumidor, salvo –como expresa el párrafo 2 del art. 36 LM– «cuando
existan motivos legítimos que justifiquen que el titular se oponga a la comercialización
ulterior de los productos», en especial cuando su estado se haya alterado respecto a la
inicial puesta en el mercado. Conviene, en todo caso, precisar que el «agotamiento» del
derecho a la marca se genera respecto a productos comercializados dentro del Espacio
Económico Europeo. El «agotamiento del derecho de marca» ha sido desarrollado y
concretado por la jurisprudencia comunitaria y su objeto es que el derecho de marca
nacional no pueda utilizarse para limitar la libre circulación de un producto que ha sido
comercializado en otro Estado miembro del Espacio Económico Europeo (v. SSTJCE en el
asunto Hoffman-La Roche/Centrafarm , de 23 de mayo de 1978; 8 de abril de 2003, caso
Van Doren v. Q. GmBH ). Desde un punto de vista territorial este agotamiento será, en
cualquier caso, comunitario y no internacional (v. STS 965/2008, de 20 de octubre de
2008), a pesar de las dudas y discusiones doctrinales mantenidas a partir de la sentencia
del Tribunal Supremo de 28 de septiembre de 2001. Deben tenerse también presentes
los pronunciamientos en torno al tema en dos casos fechados el mismo día (el 20 de
noviembre de 2001). Uno es el caso Davidoff (caso C-414/99) y el otro es el caso Levi
Strauss (caso C-416-99, Levi Strauss & Tesco Stores c./ Levi Strauss ). De especial interés y
en referencia a las importaciones paralelas en el ámbito de los medicamentos es la
sentencia de 26 de abril de 2007, del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, Sala
Segunda (proc. C-348/2004). Además y en materia de importaciones paralelas resulta de
especial interés la sentencia de 13 de octubre de 2009, del Juzgado de lo Mercantil y
Marca comunitaria número 1 de Alicante, en el caso Honda , así como la sentencia del
Tribunal Supremo, de 18 de octubre de 2012, donde se considera que la fragmentación
voluntaria de la titularidad a través de cesiones de una marca para diferentes países no
implica la existencia del consentimiento exigible para el agotamiento sobre el derecho
de marca, siendo posible la oposición a la comercialización de productos iguales con
idéntica marca en el país en el que se ostenta la titularidad, ya que el origen empresarial
de dichos productos no es el mismo, quedando desvirtuada la principal función de la
marca.
La limitación del derecho sobre la marca viene fijada por los usos leales del comercio y
la industria, específicamente invocados en el artículo 37 de la Ley de Marcas. Con
arreglo a aquellos, nadie puede ser privado de usar su nombre y dirección, tampoco de
indicaciones relativas a especie, calidad, cantidad, destino, valor, origen, época de
producción, etc.; ni, finalmente, incluso de la marca ajena, cuando sea necesario indicar
el destino de un producto o servicio (por ej. recambios y accesorios).
En cuanto a las acciones que protegen el derecho de marca la Ley indica las que asisten
al titular de la marca y las pretensiones que puede sustentar en el marco judicial,
reconociendo (art. 40 LM) que pueden ser penales y civiles. Estas últimas abarcan un
amplio campo de posibilidades que incluye la cesación del acto lesivo; la adopción de
medidas tendentes a su evitación en el futuro; la indemnización de daños y perjuicios y
la publicación de la sentencia favorable, como instrumento para desvirtuar cualquier
equívoco que se haya podido generar en el mercado (v. art. 41 LM). El régimen se
completa con el establecimiento de reglas sobre nacimiento y cuantificación de la
indemnización por daños y perjuicios (arts. 42 a 44 LM), y con la fijación del plazo
prescriptivo, que se fija en cinco años (art. 45). Nótese que la materia fue objeto de
reforma, efectuada por Ley 19/2006, de 5 de junio, que da nueva redacción a los
artículos 41 y 43, de manera que el titular ve reforzada la protección al incorporarse las
reformas propuestas por la legislación europea en la Directiva 2004/48/(CE) del
Parlamento y del Consejo de 2004, relativa a derechos de propiedad intelectual
(entiéndase propiedad intelectual en sentido amplio incluyendo tanto propiedad
intelectual como industrial).
Una vez se configura la titularidad sobre la marca como un derecho real de propiedad,
no ofrece dudas la posibilidad de su transmisión (cambio del titular de la marca), así
como la constitución sobre la misma de derechos reales de garantía o la celebración de
contratos concernientes a su uso (licencia). Del mismo modo es posible hablar de
condominio o copropiedad de la marca. La propiedad indivisa se regula en el artículo
46.1 de la Ley de Marcas, con una disposición que presenta bastante similitud con el
régimen de condominio del Código Civil, al que, además, invoca como supletorio y
remite para ciertos aspectos. Así la propiedad indivisa se regirá por lo acordado por las
partes, en lo no acordado se hará según establezca la propia Ley de Marcas y por último
y a falta de las anteriores por el Código Civil. Incluso se recogen en el propio apartado
primero del artículo 46, los derechos de tanteo y retracto, con plazos para su ejercicio de
un mes.
En lo tocante a la transmisión, puede ésta afectar tanto a la marca una vez registrada,
como a la que se halla en trámite de concesión; en el primer caso, es posible hablar de
compraventa, permuta, donación, transmisión hereditaria, etc., según la naturaleza del
negocio traslativo, mientras en el segundo, nos hallaremos ante un caso de cesión de
derechos. Es de resaltar que el ordenamiento español, anteponiendo el interés del
titular marcario al de los intereses de consumidores y usuarios, permite la transmisión
«con independencia de la totalidad o una parte de la empresa» (art. 46.2 LM),
acentuando con ello el carácter patrimonial del derecho sobre la marca, frente a una
configuración menos subjetiva, respetuosa con eventuales intereses de consumidores y
usuarios, que exigiría condicionar la facultad de transmitir la marca a la correlativa
cesión del entero establecimiento o, al menos, de la maquinaria, procesos e
instalaciones con los que se elaboran los productos con ella distinguidos, pues
precisamente en ello se basa el derecho de marcas, en la distinción de un producto por
su calidad y origen empresarial. La posición de nuestra legislación, es la acogida en el
ámbito comunitario europeo. No obstante, la transmisión total de la empresa implica,
naturalmente, la de las marcas a ella ligadas (art. 47.1 LM), debiendo especificarse
cuando no se quiera producir ese efecto.
Otro de los negocios jurídicos de especial trascendencia en este ámbito del derecho
industrial es la licencia de marca. Ésta implica cesión temporal en el uso (que no en la
titularidad que sigue ostentando el licenciante) en favor de un tercero o licenciatario.
Tampoco precisa de la correlativa entrega de la empresa, ni de las instalaciones
necesarias para la generación del producto, ni tan siquiera de las técnicas o procesos de
fabricación. El contrato de licencia varía en su naturaleza y en su contenido, aunque
verse sobre el mismo objeto. Si la cesión es retribuida en función del tiempo se darán las
respectivas obligaciones a cargo del licenciante de garantizar al licenciatario el uso
pacífico de la cosa cedida en arrendamiento y de este último de servirse de ella con
arreglo a su naturaleza, manteniendo, por la calidad y características de los productos
que distingue, el prestigio que la marca hubiera consolidado en el mercado. Más
cercana al concepto de contrato de colaboración es la situación en que la retribución se
establece en función del número de unidades lanzadas al mercado con el distintivo
objeto de licencia o consiste en una participación del cedente en los beneficios
empresariales del cesionario ( royalties ).
La cesión en virtud del artículo 48 de la Ley de Marcas, puede ser total o limitada (en
función del producto o servicio o en un determinado territorio) y con exclusiva o sin ella
(permitiendo, en el segundo caso, la presencia de otros licenciatarios o el uso por el
propio licenciante). Este mismo artículo confiere al licenciante, frente a su licenciatario
incumplidor, las mismas acciones que tendría frente a un usurpador de la marca
protegida, sin que preste el legislador especial atención al diferente carácter contractual
y extracontractual de la relación entre actor y demandado según el caso. Por lo demás,
la Ley de Marcas exige que los contratos entre licenciante y licenciatario accedan al
Registro, al igual que los de transmisión, «para que produzcan efectos frente a terceros»
(de buena fe según puntualización añadida por la actual Ley respecto de la anterior
normativa marcaria). Por último, la marca puede ser objeto de cesión en garantía, «con
independencia de la empresa», tal como recoge el artículo 46.2 de la Ley de Marcas, que
a su vez hace referencia a la posibilidad de constituir sobre la misma hipoteca
mobiliaria. Para todas estas situaciones, como también para el caso de embargo, ordena
la Ley su registro y publicación en el Boletín Oficial de la Propiedad Industrial. La
incidencia en este punto de disposiciones de otra procedencia (arts. 1.911 y ss. CC sobre
concurrencia y prelación de créditos; disposiciones de la Ley de Hipoteca Mobiliaria y
Prenda sin Desplazamiento, de 16 de diciembre de 1954 (modificada por última vez por
la Ley 13/2009, de 3 de noviembre, de reforma de la legislación procesal para la
implantación de la nueva Oficina judicial) y el Reglamento para su aplicación.
Los artículos 51 a 61 de la Ley de Marcas Ley regulan la extinción del derecho sobre la
marca, distinguiendo entre nulidad y caducidad. Al seguir la distinción recogida en el
Título II entre prohibiciones absolutas y prohibiciones relativas, la Ley de Marcas recoge
los conceptos de nulidad absoluta y relativa, artículos 51 y 52 respectivamente, que
guarda poca semejanza con los supuestos de nulidad y anulabilidad del Derecho común.
La nulidad absoluta, si bien es imprescriptible en cuanto a la acción para denunciarla,
no es insanable, como advierte el apartado 3 del artículo 51. La nulidad relativa sí
prescribe (excepto en caso de mala fe según el art. 52.2), tras cinco años consecutivos de
tolerancia de la situación por el reclamante, lo que supone introducir un elemento
subjetivo de medición, altamente inseguro. Fuera de este extremo, el régimen de
declaración entre los supuestos de nulidad de una y otra naturaleza no es demasiado
diferente: se precisa declaración judicial mediante sentencia firme (arts. 51.1 y 52.1 LM);
los efectos se retrotraen, si bien con importantes excepciones, al momento de la
inscripción (art. 54 LM); la legitimación para plantearlas es amplia, sobre todo en la
nulidad absoluta (art. 59 LM); cabe anotación preventiva de demanda en ambos casos
(art. 61 LM), y no pueden invocarse causas de nulidad por quien ya las hubiera
planteado sin éxito en vía contencioso-administrativa (art. 53 LM). Es interesante
señalar en este momento y relacionando la oposición con la nulidad relativa, como el
Tribunal Supremo ha modificado la jurisprudencia recientemente con la sentencia núm.
520/2014 de 14 octubre, para admitir que el titular de una marca protegida en España
pueda prohibir a cualquier tercero el uso en el tráfico económico de signos idénticos o
similares a ella, siempre que hubieran sido registrados con posterioridad, sin necesidad
de una declaración previa de nulidad -al igual que sucede con las patentes y los diseños
industriales-. Se fundamenta en la sentencia de 21 de febrero de 2013, del Tribunal de
Justicia, donde éste decide respecto de un supuesto en que se había alegado la infracción
de una marca comunitaria por el uso de otra del mismo tipo. Señala el Tribunal que «el
artículo 9, apartado 1, del Reglamento (CE) nº 207/2009 del Consejo, de 26 de febrero de
2009, sobre la marca comunitaria, debe interpretarse en el sentido de que el derecho
exclusivo del titular de una marca comunitaria de prohibir a cualquier tercero el uso en
el tráfico económico de signos idénticos o similares a su marca se extiende al tercero
titular de una marca comunitaria posterior, sin que sea necesaria una declaración
previa de nulidad de esta última marca». Principalmente basa esta decisión en que el
artículo 9, apartado 1, del Reglamento no establece una diferencia según que el tercero
sea o no titular de una marca comunitaria.
En cuanto a los supuestos de caducidad son recogidos, en el artículo 55. Tres de ellos
(falta de renovación, renuncia y falta de uso) son objeto de ulterior desarrollo en los
artículos siguientes. No así los otros tres: pérdida de virtud diferenciadora, inducción a
la confusión y cesión a persona carente de legitimación. La falta de renovación y la
renuncia (parcial o total) las declara la Oficina Española de Patentes y Marcas. Los otros
cuatro supuestos exigen pronunciamiento judicial, en procedimiento similar al previsto
para la nulidad. (V. por ejemplo la STS de 9 de Julio de 2013, en la que se estima la
caducidad de la marca «Caja del Sol» perteneciente a la entidad Unicaja, por lo que la
que fuera en su momento Cajasol puede utilizar la marca «Cajasol» sin conculcar los
derechos marcarios de la primera entidad). Además es posible la caducidad parcial de
una marca, de modo que una marca que se registra para una serie de productos o
servicios, puede ser considerada caduca para los productos o servicios para los que no
se utilizó real y efectivamente, quedando vigente para aquellos otros para los que la
marca cumplió su función identificativa del origen empresarial.(V. en este sentido la STS
de 2 de diciembre de 2013, donde se termina por estimar la caducidad de la marca
«Maestro» por desuso, excepto para «licores de orujo y aguardiente de orujo». Téngase
en cuenta que la marca estaba registrada para los productos «vinos, espirituosos y
licores».
Se trata de algo diferente a una marca internacional que se hubiera solicitado para cada
uno de los países de la Unión Europea. Tiene como principio fundamental el de unidad
entendiéndose por ello que sólo se puede solicitar y conceder una marca comunitaria
para la totalidad del territorio de la Unión Europea. Una única solicitud, una única tasa
y una sola oficina, la Oficina de Armonización del Mercado Interior ante la que se
tramita el registro.
Hay que tener en cuenta que la marca de la Unión Europea se rige exclusivamente por
normas comunitarias, aunque lo cierto es que para determinados aspectos no faltan las
remisiones a los Derechos internos de cada Estado. En ellos se encuentran los
Tribunales de marcas de la Unión Europea de primera y segunda instancia que se
encargarán de resolver los posibles conflictos entre las normas de estas marcas y las
internas cada Estado. Por otro lado hay que tener en cuenta que el registro de una
marca de la Unión puede fracasar por la oposición del titular de una marca anterior en
un Estado miembro, quien estaría igualmente legitimado para solicitar la nulidad de la
marca de la Unión registrada. Y el principio que fundamenta estas posibilidades es el de
coexistencia de las marcas nacionales con las de la Unión Europea. La posibilidad de
denegación de registro de la marca de la Unión puede tener su origen en prohibiciones
absolutas al carecer la marca de carácter distintivo, ya sea por estar ante signos
genéricos, ya sea por estar constituidos dichos signos por formas necesarias o bien
formas que afecten al valor intrínseco del producto. Junto a éstas, otras prohibiciones
absolutas quedan recogidas en el artículo 7 del Reglamento 2017/1001, teniendo
bastantes similitudes con las prohibiciones absolutas en nuestro país. En el artículo 8
del citado Reglamento quedan recogidas las prohibiciones relativas. Ambos artículos
sufren modificaciones respecto de la antigua redacción en relación a los signos
constituidos por la forma del producto en el caso de aquél y en relación a la oposición de
titulares de denominaciones de origen o indicaciones geográficas en el caso del artículo
8, al que se le añade un apartado 4 bis, y se modifica el texto del apartado 5 en
referencia a la marca registrada anterior que siendo, bien de la Unión o bien nacional,
ostente el carácter de renombrada.
La marca de la Unión se concede por diez años, pudiéndose dar la prórroga indefinida
por iguales períodos. Ha de usarse sin que se dé una interrupción de más de cinco años,
y ha de comenzar su uso en el plazo de cinco años desde su registro. Si no se respetan
estas disposiciones la consecuencia será la caducidad de la marca. Igual consecuencia se
desprende de la renuncia o de la falta de renovación. Por último se puede observar la
llamada caducidad «por tolerancia», que es la adaptación comunitaria de la doctrina del
estoppel que ya contemplara nuestra propia Ley de Marcas en su momento. No se trata
de una caducidad en sentido estricto. Simplemente quien tolere el uso de una marca
comunitaria en el Estado donde su propia marca está protegida, perderá la posibilidad
de entablar las acciones defensivas que en otro caso le habrían correspondido.
La nulidad relativa regulada en el artículo 60 del Reglamento traerá causa como se decía
de los motivos de denegación relativos y ciertos derechos de autor y de la propiedad
industrial. Al artículo se le añade por parte del Reglamento 2015/2424, una letra d) en
relación y coherencia al añadido que el propio Reglamento hace del apartado 4.bis en el
artículo 8, y que con la redacción del actual Reglamento 2017/1001, se convierte en el
apartado 6 de dicho artículo, sobre las denominaciones de origen e indicaciones
geográficas. Obsérvese que estos derechos de autor y de propiedad industrial son causa
de nulidad pero no pueden ser alegadas por terceros como causas relativas de
denegación, cosa que sí es posible en nuestro Derecho español de Marcas donde pueden
ser alegadas en el momento de la concesión de la marca.
8. EL RÉGIMEN JURÍDICO
9. CONCEPTO Y FUNCIÓN
Cercanas a las marcas colectivas y de garantía, están las denominaciones de origen y las
llamadas indicaciones geográficas protegidas, que abarcan una más variada gama de
productos. La materia fue objeto de regulación en la Ley 24/2003, de 10 de julio, llamada
de la Viña y del Vino (LVV), y el Real Decreto 1651/2004, de 9 de julio de 2004, por el que
se establecen normas de desarrollo para la adaptación de los reglamentos y órganos de
gestión. Hay que tener en cuenta que el Reglamento (CE) 479/2008 (DOUE L 148, de 6 de
junio de 2008, estable la organización del mercado vitivinícola e implanta una nueva
regulación para los nombres geográficos de vinos, desapareciendo los «vinos de calidad
producidos en regiones determinada» (CPRD) e incorporando la «denominación de
origen protegida» (DOP) y la «indicación de origen protegida» (IGP). A partir de ese
momento, el reconocimiento no era realizado por los Estados miembros, sino por la
Comisión. También es importante recalcar, que el procedimiento de inclusión en el
registro comunitario se hace semejante al de DOP/IGP de los productos
agroalimentarios, regulado en el Reglamento (UE) n.º 1151/2012, al que a continuación
hacemos mención. Las denominaciones geográficas son pues signos distintivos que
indican el lugar geográfico del que proceden los productos o servicios amparados por
ellas.
En cuanto a las características que tanto los productos vitivinícolas como los agrarios o
alimenticios, deben reunir para poder quedar protegidos bajo una Denominación de
Origen Protegida o por una Indicación Geográfica Protegida, las podemos encontrar en
los artículos 34 del Reglamento (CE) 479/2008 y artículo 5 del Reglamento (UE) n.º
1151/2012 respectivamente.
Los nuevos preceptos establecidos por normativa europea en materia de control oficial
y por la específica para las denominaciones de origen y las indicaciones geográficas
protegidas, unidos a los múltiples cambios experimentados en el sector agroalimentario,
ha dado como resultado el establecimiento de un nuevo y único marco normativo
nacional a través de la Ley 6/2015, de 12 de mayo, de Denominaciones de Origen e
Indicaciones Geográficas Protegidas de ámbito territorial supraautonómico. En ésta
encontramos un nuevo régimen jurídico, complementario a la regulación europea,
aplicable a las DOP e IGP, cuyo ámbito territorial se extienda a más de una comunidad
autónoma y delimite claramente las funciones de sus entidades de gestión y el ejercicio
del control oficial por parte de la autoridad competente. La Agencia de Información y
Control Alimentarios, organismo autónomo del Ministerio de Agricultura, Alimentación
y Medio Ambiente, según establece esta nueva Ley, realizará funciones de control oficial
antes de la comercialización de las denominaciones de origen y las indicaciones
geográficas cuyo ámbito territorial se extienda a más de una comunidad autónoma. En
definitiva, lo que se pretende a través de esta nueva norma, tal como establece el
artículo 2 de la misma, es fundamentalmente: 1-regular la titularidad, el uso, la gestión y
la protección de las denominaciones de origen y las indicaciones geográficas vinculadas
a un origen cuyo ámbito territorial se extiende a más de una comunidad autónoma. 2-
garantizar la protección de las denominaciones de origen y las indicaciones geográficas
como derechos de propiedad intelectual. 3-Proteger los derechos de los productores y de
los consumidores, garantizando el cumplimiento del principio general de veracidad y
justificación de la información que figure en el etiquetado de los productos amparados
por una denominacion de origen o o indicacion geográfica cuyo ámbito territorial se
extiende a más de una comunidad autónoma y por último 4-Favorecer la cooperación
entre las Administraciones Públicas competentes.
Por último relación a esta Ley, tener en cuenta que deroga título II de la Ley 24/2003, de
10 de julio, de la Viña y del Vino, esto es, lo referente al sistema de protección del origen
y la calidad de los vinos, así como otras disposiciones del mismo texto legal relacionadas
con la citada materia, ya que buena parte de su contenido cabe considerar incompatible
con el Reglamento (UE) n.º 1308/2013 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 17 de
diciembre de 2013, por el que se crea la organización común de mercados agrícolas y
por el que se derogan los Reglamentos (CEE) 922/72, (CEE) n.º 234/79, (CE) n.º 1037/2001
y (CE) n.º 1234/2007. Ahora bien seguirá vigente con rango de Ley, según las
Disposiciones Segunda, Tercera y Cuarta de la Ley 6/2015, de 12 de mayo, la parte de la
Ley de la Viña y el Vino correspondiente, relativa a las características de los vinos y la
regulación de los términos tradicionales de los vinos, de forma coherente con lo
dispuesto en las normas de la Unión Europea sobre dichas materias en los Reglamentos
607/2009 y 479/2008, de la Comisión y del Consejo respectivamente y referidos a las
denominaciones de origen e indicaciones geográficas protegidas, a los términos
tradicionales, al etiquetado y a la presentación de determinados productos vitivinícolas.
Las dudas que se plantean en este campo se refieren principalmente a la posibilidad del
empleo de denominaciones geográficas como marca. Pues bien, prácticamente no cabe
la posibilidad de que sea empleada como tal a la vista de las prohibiciones absolutas que
se recogen en la Ley de Marcas, entre otras, tratarse de signos que se compongan
exclusivamente de aquello que indique la procedencia geográfica del producto. Además
no se aplica la doctrina de la distintividad sobrevenida para el caso de las prohibiciones
del artículo 5.1.g) y h) que hacen referencia a las procedencias geográficas. Así las cosas,
con la nueva regulación de la Ley de Marcas es muy difícil que una denominación
geográfica pueda llegar a ser registrada como marca. Ahora bien, esta Ley no excluye el
carácter de marca de garantía que las denominaciones de origen tienen, y las regula en
sus artículos 62 a 73, pudiendo inferirse de tal regulación la posibilidad de que una vez
reconocida la denominación de origen por las autoridades agrícolas, pudiera acceder al
Registro de Marcas de la Oficina Española de Patentes y Marcas como marca colectiva o
de garantía. En cuanto al conflicto que pueda suscitarse entre una marca y una
denominación de origen o indicación geográfica, cabe señalar que el nuevo Reglamento
2015/2424 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 16 de diciembre de 2015, añade tal
como apuntábamos anteriormente, un apartado 4 bis en el artículo 8 del Reglamento de
Marca Comunitaria, que ahora es el apartado 6 del artículo 8 en el Reglamento
2017/1001, relativo a las prohibiciones relativas de registro de marca. Este apartado se
incorpora para hacer mención expresa al posible conflicto entre denominaciones de
origen o indicaciones geográficas con una marca que pretenda registrarse
posteriormente. Según este nuevo apartado, mediando oposición de cualquier persona
autorizada en virtud de la legislación aplicable para ejercer los derechos que se derivan
de una denominación de origen o una indicación geográfica, se denegará el registro de
la marca solicitada siempre que se cumplan las condiciones establecidas a continuación
por el propio apartado 6 i),ii).
La denominación de origen que se regula en la Ley de la Viña y del Vino se trata del
nombre de un determinado lugar que se emplea para designar un producto obtenido en
el mismo. Este producto tiene unas características diferenciadoras precisamente
debidas al medio natural o a la elaboración efectuada en el lugar en cuestión. Los
productores establecidos en el mismo tienen un derecho exclusivo a utilizar el
toponímico como nombre distintivo de los productos de esa zona, cerrándose
jurídicamente la posibilidad por los artículos 39.1.f) y 40.2.a) (téngase en cuenta que se
derogan los apartados 2, 3 y 4 del art. 40, aunque podrán seguir siendo de aplicación
para las comunidades autónomas que no hayan desarrollado la materia regulada en los
mismos, según establece la disp. derogatoria única.1 de la Ley 6/2015, de 12 de mayo) de
la Ley de la Viña y del Vino del uso de toponímicos idénticos, similares o dotados de
términos deslocalizadores. Las denominaciones de origen son controladas por el
Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente en coordinación con las
Consejerías de Agricultura, y el uso se disciplina por reglamentos específicos y Consejos
Reguladores. Una vez resuelta por el Ministerio una solicitud de inscripción en los
respectivos Registros comunitarios de las denominaciones de origen y de las
indicaciones geográficas de los productos agrícolas y alimenticios, incluidos los
productos vinícolas, y de las indicaciones geográficas de bebidas espirituosas, tras las
diferentes fases en las que se resuelven las posibles oposiciones presentadas por quien
pueda considerarse afectado, el Ministerio transmitirá la solicitud de inscripción o de
modificación del pliego de condiciones a la Comisión Europea, a través del cauce
establecido, y que finalmente se encargará de la correspondiente inscripción en el
Registro comunitario si se cumplen todas las condiciones previstas, publicándose a
continuación en el Diario Oficial de la Unión Europea.
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 14. Derecho de la competencia (I) (RICARDO ALONSO SOTO)
Lec c ió n 1 4
Sumario:
I. Introducción
1. La dualidad del derecho de la competencia
II. La defensa de la competencia
2. La legislación sobre la libre competencia
3. Las prácticas prohibidas
A. Prácticas colusorias
B. Abuso de posición dominante
C. Falseamiento de la libre competencia por actos desleales
4. Supuestos especiales de dispensa de las prohibiciones
A. Cuando exista un amparo legal
B. Cuando se trate de conductas de importancia menor
C. En caso de existencia de una declaración de inaplicabilidad
5. Órganos de defensa de la competencia
A. Órganos nacionales de defensa de la competencia
B. Órganos autonómicos de defensa de la competencia
C. Coordinación entre los organismos de competencia
nacionales y comunitarios
6. Procedimientos
7. Sanciones y políticas de clemencia
A. Infracciones y sanciones
B. Política de clemencia
8. Aplicación privada del derecho de la competencia
9. El control de las operaciones de concentración económica
A. Concepto de concentración
B. Ámbito de aplicación de control
C. Procedimiento de control
10. El control de las ayudas públicas
11. El derecho comunitario europeo de la competencia
I. INTRODUCCIÓN
En nuestro país, al igual que sucede en la mayoría de los países de nuestro entorno, el
Derecho de la competencia se ha desarrollado a través de dos diferentes sistemas
normativos: a) El regulador de la libertad de competencia, cuyas normas tienen como
finalidad la defensa de la libertad de competencia y, por tanto, prohíben o someten a
control los comportamientos de los operadores económicos que impiden la existencia de
competencia en el mercado. b) El regulador de la competencia desleal, cuyas normas
persiguen la corrección en la realización de actividades competitivas en el mercado. En
definitiva, la competencia es un bien que el Derecho viene a tutelar y defender desde
una doble vertiente: la libertad y la lealtad.
La libertad de competencia fue regulada por primera vez en nuestro país por la Ley
110/1963, de 20 de julio, de Represión de las prácticas restrictivas de la competencia.
Esta Ley, surgida fundamentalmente al amparo de los planes de desarrollo económico
impulsados por el Gobierno de la época y pensada también para adaptar nuestro
aparato legislativo al de la Comunidad Económica Europea, a la que España tenía
intención de adherirse, no pudo, sin embargo, desplegar todos sus efectos y funcionar
de una manera eficaz en el marco de un sistema económico proteccionista y
fuertemente intervenido por el Estado. Diversas circunstancias acaecidas en la década
de los ochenta, tales como el cambio de régimen político, la implantación de un sistema
económico basado en la economía de mercado, la transformación experimentada por
nuestra economía y la incorporación definitiva de nuestro país a la Comunidad
Económica Europea, aconsejaban un cambio legislativo en esta materia, que finalmente
se produjo con la promulgación de la Ley 16/1989, de 17 de julio, de Defensa de la
Competencia, la cual se ha mantenido en vigor, con algunas modificaciones, hasta el 1
de septiembre de 2007. Finalmente, tras un largo proceso de elaboración, que ha
comprendido un amplio período de información y discusión pública que se abrió con la
publicación por el Ministerio de Economía y Hacienda del Libro Blanco para la Reforma
del Sistema Español de Defensa de la Competencia en el mes de enero de 2005, se ha
promulgado la Ley 15/2007, de 3 de julio, de Defensa de la Competencia que deroga y
sustituye a la anterior de 1989. La Ley ha sido desarrollada por un Reglamento,
aprobado por Real Decreto 216/2008, y modificada por la Ley 3/2013, de 4 de junio, de
creación de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. La regulación se
completa con el Real Decreto 657/2013, que aprueba el estatuto orgánico de la Comisión
Nacional de los Mercados y la Competencia y el Reglamento de funcionamiento interno
aprobado el 4 de octubre del 2013.
A. Prácticas colusorias
El concepto de colusión abarca una amplia gama de figuras: En primer lugar, los
acuerdos , que son los pactos escritos o verbales a través de los cuales varios operadores
económicos coordinan sus comportamientos para falsear o restringir la competencia; a
estos efectos, habrá acuerdo siempre que exista intercambio de voluntades entre varias
personas que puedan ser consideradas como operadores económicos independientes.
Entre los diversos tipos de acuerdos figuran los cárteles que son acuerdos secretos entre
competidores cuyo objeto es la fijación de precios, cuotas de producción o de venta, el
reparto de mercados, incluidas las pujas fraudulentas en los concursos públicos, o la
restricción de las importaciones o exportaciones (disp. ad. cuarta.2). A los acuerdos se
equiparan las decisiones o recomendaciones colectivas, esto es, los acuerdos adoptados
por las asociaciones o corporaciones en el seno de sus órganos directivos, porque, en
este caso, se considera que se trata de acuerdos adoptados por los asociados y no de
actuaciones propias de dichas personas jurídicas. En segundo lugar, las prácticas
concertadas , que son aquellas prácticas homogéneas que, al no justificarse de un modo
natural por las condiciones de competencia que se derivan de la estructura del mercado,
inducen a pensar en la existencia de acuerdos tácitos o formas de coordinación entre los
operadores económicos que no pueden ser probados; se trata, en definitiva, de la
utilización de la técnica procesal de la prueba de presunciones para demostrar la
existencia de pactos restrictivos de la competencia. Y, finalmente, las conductas
conscientemente paralelas , que consisten en actuaciones de los operadores económicos
que, sin mediar ningún tipo de acuerdo, ajustan deliberadamente sus comportamientos
a los de los otros con ánimo marcadamente anticompetitivo.
La determinación del mercado nacional como ámbito territorial donde las restricciones
de la competencia producen sus efectos de un modo real o potencial conforma el tercer
elemento del tipo. De conformidad con este requisito, la Ley española se aplicará
exclusivamente a las prácticas anticompetitivas que produzcan o puedan producir
efectos en el mercado español o en una parte sustancial del mismo (art. 1.1), aunque
dichos hechos se hayan realizado en otros países o sus autores sean operadores
económicos extranjeros (efecto extraterritorial). Este requisito se convierte en un
elemento decisivo para determinar, de un lado, cuándo se aplica el Derecho español o el
Derecho comunitario de la competencia y, de otro, la atribución de competencia en el
ámbito de nuestro país a las autoridades nacionales o autonómicas de defensa de la
competencia para el enjuiciamiento de dichas prácticas, como más adelante veremos.
La Ley sanciona con la nulidad de pleno derecho a los acuerdos o prácticas descritos con
anterioridad que no se encuentren amparados por alguna de las exenciones previstas
en la misma (art. 1.2).
Sin embargo, no todas las prácticas colusorias van a resultar prohibidas, la nueva Ley de
Defensa de la Competencia ha optado en este punto por acomodar nuestro sistema al
sistema comunitario europeo implantado por el Reglamento (CE) núm. 1/2003 y declara
exentos de la prohibición a aquellos acuerdos restrictivos de la competencia que
contribuyan a mejorar la producción o comercialización de bienes o servicios, o a
promover el progreso técnico o económico, sin que sea necesaria ninguna decisión
administrativa previa al respecto, siempre que reúnan los siguientes requisitos: a)
Permitan a los consumidores o usuarios participar adecuadamente de sus ventajas; b)
No impongan a las empresas interesadas restricciones que no sean indispensables para
la consecución de aquellos objetivos; y c) No consientan a las empresas partícipes la
posibilidad de eliminar totalmente la competencia respecto de una parte sustancial de
los productos o servicios contemplados (art. 1.3). La evaluación de la concurrencia en
cada caso concreto de los citados requisitos para que un acuerdo pueda gozar del
beneficio de la exención se deja en manos de los propios operadores económicos
(sistema de autoevaluación), aunque existirá siempre la posibilidad de un control a
posteriori de la corrección de dicho análisis por parte de los órganos de defensa de la
competencia.
No será necesario este proceso de evaluación cuando los acuerdos o las prácticas
cumplan las condiciones establecidas en los Reglamentos comunitarios de exención por
categorías, que se aplican en España aun cuando las conductas a enjuiciar no afecten al
comercio intracomunitario (art. 1.4), o en los Reglamentos de exención por categorías
que pueda aprobar el Gobierno español (art. 1.5). Actualmente existen reglamentos
comunitarios de exención por categorías para los acuerdos verticales de distribución en
general y de distribución y venta de automóviles y piezas de recambio, los acuerdos de
transferencia de tecnología, los acuerdos horizontales de especialización e investigación
y desarrollo y para determinados acuerdos en el sector seguros. Asimismo, el Real
Decreto 602/2006, de 19 de mayo, ha establecido una exención por categorías para los
acuerdos de intercambio de información sobre morosidad.
En cuanto a la existencia de una posición dominante, hay que señalar que la norma no
contiene un concepto jurídico de posición dominante y deja, por tanto, su definición a la
ciencia económica. Desde este punto de vista, se considera que un operador económico
se encuentra en posición de dominio en un mercado cuando puede actuar de manera
independiente en el mismo, sin tener en cuenta a sus competidores, proveedores o
clientes. La determinación de la existencia de una posición dominante, sin embargo, no
puede hacerse en abstracto ni con carácter general, sino que ha de hacerse con respecto
a un supuesto concreto y pasa necesariamente, en primer lugar, por la delimitación de
los mercados relevantes de producto y geográfico y, en segundo lugar, por la
delimitación de la posición que ocupa la empresa en el mercado definido como
relevante. A estos efectos, se considera como mercado geográfico relevante aquel que
presenta unas condiciones homogéneas y diferentes de otras áreas vecinas (por ej., en el
caso de los libros, el mercado catalán a causa del idioma). Para delimitar el mercado
relevante de producto, habrá que atender especialmente al grado de sustituibilidad
existente entre los diversos tipos de productos que existan, de modo que se considerará
que integran un mismo mercado de producto todos aquellos que son similares por la
función que cumplen, el precio y los atributos (por ej., la televisión de pago por cable,
por satélite y por Internet). En segundo lugar, para determinar la posición que un
determinado operador económico ocupa en el mercado, no habrá que fijarse sólo en la
cuota de mercado que tiene, sino que habrá que considerar también otros factores,
entre los que destaca la existencia de barreras que dificulten la entrada de algún nuevo
competidor que pudiera ejercer una presión competitiva (normas legales o técnicas,
ventajas tecnológicas, marcas de renombre, ventajas en cuanto a costes, como es el caso
de los costes de instalación o costes de transporte, recuperación de las inversiones,
dificultades de acceso a materias primas o redes de distribución etc.) o la existencia de
demandantes con poder de mercado. La norma contempla también a estos efectos la
posibilidad de la existencia de una posición de dominio colectiva, esto es, aquella
situación en la que el poder de mercado se detenta no por una sola empresa, sino por
varias conjuntamente.
Por último, se exige, como tercer elemento del tipo, la afectación del mercado nacional
en los términos anteriormente expuestos.
Entre las conductas prohibidas se incluyen, por último, los actos de competencia desleal
que, por falsear la libre competencia, afecten al interés público (art. 3). El interés
público consiste, en este caso, en la preservación del funcionamiento concurrencial del
mercado. Los requisitos para que proceda la aplicación de esta norma serán los
siguientes: que exista un acto de competencia desleal en los términos establecidos en las
normas reguladoras de esta materia, que dicho acto afecte a la libertad de competencia
en el mercado y que esta afectación cause una grave perturbación en los mecanismos
que regulan la competencia en el mercado. En otro caso, los interesados deberán acudir
a la jurisdicción civil en los términos que se establecen en la Ley de Competencia
Desleal.
Esta norma no trata de regular, con carácter general, la competencia desleal, sino que
pretende, por una parte, coordinar la aplicación de todas aquellas leyes que tienen por
objeto la regulación de la competencia (fundamentalmente la Ley de Defensa de la
Competencia, la Ley de Competencia Desleal y la Ley General de Publicidad), de ahí su
naturaleza de norma de habilitación, y, por otra, solucionar el problema técnico de la
aplicación de la legislación de defensa de la competencia a aquellas conductas, de
carácter unilateral, realizadas por empresas, que no se encuentran en posición
dominante, pero que, teniendo un cierto poder de mercado, buscan a través de
determinadas prácticas desleales el falseamiento de los mecanismos concurrenciales
(por ej., la utilización de precios predatorios).
Las prohibiciones establecidas en la Ley para las conductas de colusión (art. 1), abuso de
posición dominante (art. 2) y falseamiento de la libre competencia por actos desleales
(art. 3) no se aplicarán en los siguientes casos:
La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia está compuesta por los órganos
de gobierno, que son el Consejo y el Presidente, y los órganos de dirección, integrados
por cuatro direcciones de instrucción entre las que se encuentra la Dirección de
Competencia (arts. 13 y 25 Ley 3/2013). Las Direcciones de instrucción ejercerán sus
funciones con independencia del Consejo (art. 25.2 Ley 3/2013).
b) Por lo que se refiere a los mercados y sectores regulados, ejercerá las funciones de
supervisión y control del mercado de las comunicaciones electrónicas (art. 6 Ley
3/2013), del sector eléctrico y de gas natural (art. 7 Ley 3/2013), del mercado postal (art. 8
Ley 3/2013), del mercado de comunicación audiovisual (art. 9 Ley 3/2013) del sector
ferroviario (art. 11 Ley 3/2013) y de las tarifas aeroportuarias (art. 10 Ley 3/2013), así
como las de resolución de conflictos en los citados mercados (art. 12 Ley 3/2013).
El Consejo está integrado por diez miembros. Los miembros del Consejo, incluidos el
Presidente y el Vicepresidente, serán nombrados por el Gobierno a propuesta del
Ministerio de Economía, Industria y Competitividad entre juristas, economistas y otros
profesionales de reconocido prestigio, por un período de seis años con la garantía de la
inamovilidad durante su mandato y sin posibilidad de renovación (art. 15 Ley 3/2013) y
quedarán sometidos a un severo régimen de incompatibilidades tanto durante el
período para el que fueron nombrados como durante los dos años posteriores a su cese
(art. 22 Ley 3/2013). Siguiendo la pauta marcada por la legislación anterior, para dotar al
sistema de garantías sobre la profesionalidad de los integrantes de los citados órganos,
evitar la utilización de criterios de nombramiento basados en las afinidades personales
o políticas o en cupos partidistas y, consecuentemente, fortalecer la imagen de
independencia de la Comisión, la nueva Ley establece que los nombramientos irán
precedidos de una comparecencia de los candidatos ante la comisión correspondiente
del Congreso de los Diputados, la cual dispondrá del plazo de un mes para vetar al
candidato propuesto, si se alcanza un acuerdo adoptado por mayoría absoluta (art. 15.1
Ley 3/2013). El Consejo de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia
actuará en Pleno y por Salas. El Pleno estará integrado por todos los miembros y
presidido por el Presidente de la Comisión y conocerá de los siguientes asuntos: a) los
que la Ley califica de indelegables (art. 14.1 Ley 3/2013 con la excepción de lo dispuesto
en el art. 5.4 Ley 3/2013); b) aquellos en los que se manifieste una divergencia entre las
distintas Salas; c) los que por su importancia recabe para si el Pleno (art. 21 Ley 3/2013).
Las Salas serán dos, una de competencia, que estará compuesta por cinco consejeros y
presidida por el Presidente de la Comisión y otra de supervisión regulatoria, que estará
compuesta por cinco consejeros y presidida por el Vicepresidente de la Comisión. La
adscripción de los consejeros a las Salas será rotatoria. Las Salas conocerán de los
asuntos que no estén expresamente atribuidos al Pleno (art. 21 Ley 3/2013).
Son los constituidos por las Comunidades Autónomas con competencias en materia de
comercio interior. Su composición y funcionamiento se rigen por las respectivas normas
autonómicas. La nueva Ley ha tratado de potenciar su actividad en el ámbito de la
defensa de la competencia, equiparando a dichos organismos en cuanto a sus funciones
a la extinguida Comisión Nacional de la Competencia y atribuyéndoles, en consecuencia,
plena competencia sobre aquellas prácticas prohibidas que producen sus efectos en un
ámbito territorial autonómico y legitimación para la impugnación de actos y
disposiciones administrativas de las Administraciones autonómicas, provinciales y
locales, así como competencias consultivas o de informe en los procedimientos
sancionadores de carácter nacional y de control de concentraciones que afecten de
forma importante al territorio de la respectiva comunidad autónoma. Asimismo se les
reconoce la competencia para la emisión de los preceptivos informes sobre la apertura
de grandes establecimientos comerciales en aquellos casos en los que los efectos de su
instalación se produzcan exclusivamente en el ámbito autonómico.
6. PROCEDIMIENTOS
Las resoluciones del Consejo podrán contener además: a) La orden de cesación de las
conductas prohibidas. b) La imposición de condiciones u obligaciones, así como también
medidas estructurales contra los autores de prácticas restrictivas de la competencia, lo
que significa conceder a la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia la
facultad de ordenar la venta de activos o incluso la fragmentación de la empresa
infractora, en los mismos términos establecidos en el Derecho antitrust americano o en
el Derecho comunitario europeo de la competencia. Las medidas estructurales, sin
embargo, sólo podrán ser impuestas en defecto de otras de comportamiento de eficacia
equivalente o cuando, a pesar de ser posibles condiciones de comportamiento, éstas
resulten más gravosas para la empresa en cuestión que las condiciones estructurales. c)
La orden de remoción de los efectos de las prácticas contrarias al interés público. d) La
imposición de multas. e) El archivo de las actuaciones (art. 53). Antes de dictar la
resolución el Consejo deberá informar a la Comisión Europea de conformidad con lo
previsto en el artículo 11.4 del Reglamento (CEE) núm. 1/2003 (art. 51.5).
A. Infracciones y sanciones
En relación con las sanciones, la nueva Ley de Defensa de la Competencia trata de dar
solución a dos problemas que se habían planteado con la anterior regulación: De un
lado, la falta de graduación de las sanciones y, de otro, la responsabilidad de las
asociaciones o corporaciones frente a la imposición de multas. Por otra parte, hay que
señalar que la Ley mantiene el requisito de la intencionalidad como elemento esencial
para que proceda la imposición de una multa, aunque no forme parte de los elementos
del tipo de prohibición, tal y como ha venido exigiendo la jurisprudencia (art. 63.1) y
considera como infractores tanto a las personas físicas como a las jurídicas,
permitiendo, en este último caso, imponer sanciones complementarias a los
administradores o directivos que hayan participado de forma decisiva en la infracción,
consistentes en multas de hasta 60.000 euros (art. 63.2).
Las infracciones se sancionan de la siguiente forma: las leves con multa de hasta el 1 por
100 de la cifra anual de negocios, las graves con multa de hasta el 5 por 100 de la cifra
anual de negocios y las muy graves con multa de hasta el 10 por 100 de la cifra anual de
negocios (art. 63.1). Las sanciones se gradúan en función de criterios tales como la
modalidad o los efectos de la infracción, la dimensión del mercado afectado, la cuota de
mercado de los infractores, la duración, la reiteración, los efectos de la práctica sobre los
consumidores, los beneficios ilícitos obtenidos y otras circunstancias agravantes o
atenuantes. Existen también algunas reglas especiales en esta materia: Así, en el caso de
que la sanción recaiga sobre personas físicas o entidades que no tienen cifra de
negocios, las multas oscilarán entre 100.000 y más de 10.000.000 de euros, dependiendo
de la gravedad de la infracción, sin que se haya determinado un tope máximo para las
muy graves (art. 63.3). Por otra parte, cuando los infractores sean asociaciones o
uniones de empresas, la responsabilidad del pago de las multas corresponderá, en
primer lugar, a la asociación y subsidiariamente a los socios por el sistema de derrama;
si la multa no fuera pagada, será exigible, en tercer lugar, a cualquier empresa que
forme parte del órgano de dirección y, por último, a cualquier socio (art. 61.3).
La multa a imponer a los representantes legales o personas que integran los órganos
directivos que intervinieron en el acuerdo o decisión objeto de sanción será una
cantidad que oscilará entre el 1% y el 5% del volumen de ventas del infractor
relacionado con la infracción, en función del grado de responsabilidad de dicha persona
en la comisión de la infracción, sin sobrepasar el límite legal de los 60.000 euros.
Finalmente, como plazos de prescripción tanto para las infracciones como para las
sanciones se establecen los siguientes: las muy graves prescribirán a los cuatro años, las
graves a los dos años y las leves al año (art. 68).
B. Política de clemencia
La Ley española, siguiendo las pautas marcadas por la Comisión Europea y, en buena
medida, forzada por aquélla, ha establecido un sistema similar al comunitario europeo
que se articula en torno a los siguientes ejes: En primer lugar, se limita su ámbito de
aplicación a algunos tipos de acuerdos horizontales de especial gravedad desde el punto
de vista de la restricción de competencia (cárteles). En segundo lugar, se arbitran dos
mecanismos alternativos y complementarios de clemencia: la dispensa del pago de las
multas y la reducción del importe de las multas.
Dispensa del pago de las multas : Este primer mecanismo supone eximir completamente
a una empresa infractora del pago de la sanción pecuniaria que le hubiera
correspondido si ésta coopera con la Comisión Nacional de los Mercados y la
Competencia aportando elementos de prueba suficientes de la existencia de un cártel de
los anteriormente descritos (art. 65).
En este sentido, para que una empresa pueda beneficiarse de la dispensa del pago de las
multas será necesario que concurra alguno de los siguientes presupuestos: a) Que la
empresa sea la primera en aportar elementos de prueba que, a juicio de la Comisión,
permitan iniciar una investigación en relación con un presunto cártel. b) Que la
empresa sea la primera en aportar elementos de prueba que, a juicio de la Comisión,
permitan constatar una infracción. Pero, para que proceda la exención será preciso que
la Comisión, en el momento de aportarse los citados elementos, no disponga de
elementos de prueba suficientes para establecer la existencia de la infracción y que no
se haya concedido, además, una dispensa condicional de pago a ninguna otra empresa
de conformidad con el presupuesto anterior. En definitiva, será necesario que la
empresa en cuestión aporte material probatorio sustancial del que no dispone la
Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (pruebas de cargo o datos o
indicios que permitan obtener pruebas de cargo a través de una acción de verificación)
y además que sea la primera en aportarlo.
Reducción del importe de la multa : A diferencia del anterior, este segundo mecanismo
no exime del pago de la sanción a la empresa infractora que colabora con la Comisión
Nacional de los Mercados y la Competencia en la detección y desmantelamiento de un
cartel, pero la permite beneficiarse de una reducción del importe de la multa que le
hubiera correspondido (art. 66). Pero, para que una empresa pueda acogerse al
beneficio de la reducción de la cuantía de la sanción pecuniaria, será necesario que
facilite a la Comisión elementos de prueba que aporten un valor añadido significativo a
los que anteriormente ya tenía la Comisión. Además, al igual que sucedía con el
mecanismo anterior, se exigen también, como requisitos imprescindibles, que la
empresa en cuestión coopere en la investigación, ponga fin a su participación en la
presunta infracción como máximo al tiempo de aportar las pruebas y no destruya
pruebas ni comunique a terceros su intención de solicitar clemencia. Se considera que
una prueba tiene valor añadido cuando aumenta la capacidad de la Comisión para
probar los hechos relativos a la infracción de las normas de competencia bien sea por la
propia naturaleza de la prueba o bien por su nivel de detalle o por ambos conceptos.
Por otra parte, la normativa establece que las exenciones o reducciones que se concedan
a las empresas infractoras arrepentidas beneficiarán también a sus administradores y
directivos, lo que supondrá un importante incentivo para que dichas personas
contribuyan a impulsar las solicitudes de clemencia. Sin embargo, el hecho de que la
concesión de una exención o de una reducción del importe de las multas no exima a las
empresas de las consecuencias civiles o penales que puede acarrear su participación en
la realización de las prácticas prohibidas, operará en el sentido contrario.
Esta aplicación implica, por una parte, la necesidad de congruencia entre las sentencias
dictadas por los jueces civiles y la jurisprudencia comunitaria (que a estos efectos está
integrada tanto por las decisiones de la Comisión Europea como por las sentencias del
Tribunal de Justicia de la UE) y, por otra, el establecimiento de una cooperación entre la
Comisión Europea, las autoridades nacionales de competencia y los jueces y tribunales
nacionales, que deberá operar tanto a instancia del juez como a instancia de las
autoridades de competencia comunitarias y nacionales. Para alcanzar estos objetivos, la
Comunicación de la Comisión Europea, de 27 de abril de 2004, sobre cooperación de la
Comisión Europea con los órganos jurisdiccionales de los Estados miembros, establece
las siguientes pautas de actuación: a) Los órganos jurisdiccionales nacionales no podrán
aplicar «de oficio» estas normas porque, en virtud del principio de justicia rogada que
preside el procedimiento civil, tienen el deber de pasividad; b) La aplicación de las
normas comunitarias de competencia por los órganos jurisdiccionales nacionales se
hará según la ley procesal nacional y siempre en función de un interés privado; c) Si
surgiera un conflicto entre lo dispuesto en una norma nacional y el Derecho
comunitario, prevalecerá este último; d) La sentencia que dicten los jueces o tribunales
nacionales en aplicación de los artículos 81 y 82 Tratado de la Comunidad Europea
(actualmente arts. 101 y 102 TFUE) deberá ser coherente con el Derecho comunitario; e)
En el caso de aplicación concurrente por parte de la Comisión Europea y un órgano
jurisdiccional nacional, se establece una doble regla: Si el órgano judicial prevé
anticiparse en su resolución a la Comisión Europea, deberá consultar su decisión con
ésta o bien suspender el procedimiento hasta que la Comisión adopte la correspondiente
decisión para evitar la contradicción entre los pronunciamientos; por el contrario, si la
Comisión resolviera antes que el órgano judicial, la sentencia que dicte este último no
podrá ser contraria a la Decisión de la Comisión y, si el juez no compartiera el criterio de
la mencionada Decisión, deberá plantear una cuestión prejudicial. Asimismo, la
Comunicación arbitra una serie de mecanismos de cooperación procesal entre los
órganos jurisdiccionales nacionales y las autoridades nacionales y comunitarias de
competencia que se resumen en los siguientes: a) Tanto la Comisión Europea como las
autoridades nacionales de competencia de cada país pueden intervenir en los procesos
civiles de aplicación de los artículos 81 y 82 del Tratado de la Comunidad Europea
(actualmente arts. 101 y 102 TFUE), como amicus curiae , presentando, en defensa del
interés público y siempre de forma neutral y objetiva, observaciones escritas u orales
que, en ningún caso, tendrán carácter vinculante; b) El órgano jurisdiccional nacional
podrá solicitar a la Comisión Europea un dictamen sobre cuestiones no resueltas
anteriormente por la jurisprudencia comunitaria; c) La Comisión Europea tiene la
obligación de transmitir al órgano jurisdiccional nacional, en el plazo de un mes, toda la
información y los documentos, incluidos los de carácter confidencial, que éste les
requiera, salvo cuando se trate de información confidencial y no haya suficientes
garantías de que permanecerá secreta; d) Los órganos jurisdiccionales nacionales
deberán comunicar sus sentencias a la Comisión Europea.
Nuevas normas reguladoras de las acciones de daños por infracciones del derecho de la
competencia . La publicación de la DIRECTIVA 2014/104/UE relativa a determinadas
normas por las que se rigen las acciones por daños en virtud del Derecho nacional, por
infracciones del Derecho de la competencia de los Estados miembros y de la Unión
Europea supone la culminación de un proceso normativo en torno al derecho al pleno
resarcimiento que tiene cualquier persona física o jurídica que haya sufrido un
perjuicio ocasionado por una infracción del Derecho de la competencia, que se inició
con la doctrina jurisprudencial sobre el efecto directo de los artículos 101 y 102 del
Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, se consagró legislativamente en el
Reglamento (CE) 1/2003 (arts. 5 y 6) y se completó con la Recomendación de la Comisión
Europea, de 11 de junio del 2013, sobre los principios comunes aplicables en los Estados
miembros a los mecanismos de recurso colectivo de cesación o de indemnización en
caso de violaciones de los derechos reconocidos por la normativa de la Unión Europea y
la Comunicación de la Comisión Europea, de 13 de junio del 2013, sobre la
cuantificación del perjuicio en las demandas por incumplimiento de los artículos 101 y
102 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.
El Título II del citado Real Decreto-ley se refiere al ejercicio de las acciones de daños por
infracciones del derecho de la competencia y comprende dos artículos: El primero de
ellos (artículo tercero del RDL) se refiere a la parte sustantiva del ejercicio de la acción
de daños y el segundo (artículo cuarto del RDL) a la parte procesal relativa a la práctica
de la prueba y especialmente al acceso de las pruebas en poder de la Administración, el
demandado o los terceros.
Uno. Se modifica la letra c) del número 3 del artículo 64 que queda redactada como sigue: c)
La realización de actuaciones tendentes a reparar el daño causado. Se considerará atenuante
calificada el efectivo resarcimiento del daño con anterioridad a que se dicte la resolución .
Dos. Se añade un nuevo Título VI, De la compensación de los daños causados por las
prácticas restrictivas de la competencia, que regula las siguientescuestiones:
2. A efectos de lo dispuesto en esta ley se entiende por cártel todo acuerdo o práctica
concertada entre dos o más competidores cuyo objetivo consista en coordinar su
comportamiento competitivo en el mercado o influir en los parámetros de la competencia
mediante prácticas tales como, entre otras, la fijación o coordinación de precios de compra o
de venta u otras condiciones comerciales, incluso en relación con los derechos de propiedad
intelectual e industrial; la asignación de cuotas de producción o de venta; el reparto de
mercados y clientes, incluidas las colusiones en licitaciones, las restricciones de las
importaciones o exportaciones o las medidas contra otros competidores contrarias a la
competencia.
1. «acción por daños»: toda acción conforme al Derecho nacional, mediante la cual
una parte presuntamente perjudicada, o una persona en representación de una o
varias partes presuntamente perjudicadas cuando el Derecho de la Unión o
nacional prevean esta facultad, o una persona física o jurídica que se haya
subrogado en los derechos de la parte presuntamente perjudicada, incluida la
persona que haya adquirido la acción, presente ante un órgano jurisdiccional
nacional una reclamación tendente al resarcimiento de daños y perjuicios;
Finalmente, el Real Decreto Ley incorpora las siguientes disposiciones sobre esta
materia:
A. Concepto de concentración
b) Que el volumen de negocios global en España del conjunto de los partícipes supere en
el último ejercicio contable la cantidad de 240 millones de euros, siempre que al menos
dos de las empresas partícipes en la operación realicen individualmente en nuestro país
un volumen de negocios superior a 60 millones de euros (art. 8).
C. Procedimiento de control
Lo establecido en esta norma se entiende, claro está, sin perjuicio de las competencias
de la Comisión Europea y de los órganos jurisdiccionales comunitarios en materia de
control de las ayudas públicas (art. 11.6).
Esta normativa, que se contiene fundamentalmente en los artículos 101 a 109 del
Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, puede dividirse en dos grandes
grupos: el derecho aplicable a las empresas, que está integrado, a su vez, por las normas
que prohíben las prácticas colusorias y el abuso de posición dominante y las normas
sobre control de las operaciones de concentración económica; y el derecho aplicable a
los Estados, que comprende la prohibición y el control de las ayudas públicas
concedidas a las empresas. Las normas del Tratado aplicables a las empresas se
completan con el Reglamento (CE) núm. 1/2003, de aplicación de los artículos 101 y 102
del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea y el Reglamento (CE) núm.
139/2004, de control de concentraciones entre empresas y las disposiciones que los
desarrollan.
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2018 - 05 - 01
Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 15ª ed., agosto
2017
Primera parte. El empresario
Lección 15. Derecho de la competencia (II) (RICARDO ALONSO SOTO)
Lec c ió n 1 5
Sumario:
I. La competencia desleal
1. La lealtad en la concurrencia mercantil y la Ley de Competencia Desleal
2. Finalidad y ámbito de aplicación de la Ley de Competencia Desleal
3. Concepto de competencia desleal: La cláusula general de prohibición y la
tipificación de los actos de competencia desleal
4. Clasificación y análisis de los actos de competencia desleal
A. Actos de engaño
B. Actos de confusión
C. Prácticas agresivas
D. Actos de denigración
E. Actos de comparación
F. Actos de imitación
G. Actos de explotación de la reputación ajena
H. Actos de violación de secretos
I. Actos de inducción a la ruptura contractual
J. Actos de violación de normas
K. Actos de discriminación
L. Actos de explotación de la situación de dependencia
económica
M. Actos de venta con pérdida
N. Publicidad ilícita
5. Prácticas comerciales desleales en relación con los consumidores
A. Prácticas engañosas
B. Prácticas de venta piramidal
C. Prácticas agresivas
6. Acciones derivadas de la competencia desleal
7. Cuestiones procesales
A. Legitimación activa para el ejercicio de las acciones de
competencia desleal
B. Legitimación pasiva
C. Prescripción
D. Procedimiento
8. Códigos de conducta
A. Fomento de los códigos de conducta
B. Acciones frente a los códigos de conducta
I. LA COMPETENCIA DESLEAL
Sin perjuicio de la libertad de concurrencia, la lucha por la conquista del mercado tiene
que ser leal. Cada empresario tiene derecho a ampliar el ámbito de sus negocios y el
círculo de sus clientes compitiendo libremente en el mercado, aunque con ello
perjudique a otros empresarios, pero la ley procura que esa competencia se desarrolle
de una forma debida y no de modo incorrecto en perjuicio del mercado.
Por último, hay que señalar que la nueva Ley tiene una vocación unificadora, en el
sentido de establecer una normativa general y unitaria de la competencia desleal,
incluyendo la que se realiza a través de la publicidad, aunque este propósito se ha visto
traicionado por la Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del Comercio Minorista
(recientemente modificada) y por diversas leyes de comercio de las Comunidades
Autónomas, que han regulado diversas cuestiones relacionadas con la competencia
desleal, tales como las ventas promocionales, la venta a pérdida o las rebajas, y lo han
hecho en muchas ocasiones de forma contradictoria con lo establecido en la Ley de
Competencia Desleal.
Por lo que se refiere al ámbito de aplicación, la Ley delimita en dos normas separadas
los ámbitos objetivo y subjetivo. En relación con el ámbito objetivo , la Ley establece una
doble condición para poder hablar de acto de competencia desleal: en primer lugar, que
el acto se realice «en el mercado» y, en segundo lugar, que se realice «con fines
concurrenciales» (art. 2.1); aclarando, acto seguido, que se presume la finalidad
concurrencial del acto cuando se revele objetivamente idóneo para promover o
asegurar la difusión en el mercado de las prestaciones propias o las de un tercero (art.
2.2). Ha de tratarse pues de un acto típicamente competitivo que se realiza en el
mercado y que puede afectar al funcionamiento de éste; por el contrario, no pueden ser
considerados actos de competencia desleal los actos aislados desarrollados con una
finalidad distinta de la concurrencial. Además, la reciente reforma normativa ha
añadido una precisión que completa el ámbito objetivo al establecer que la ley será de
aplicación a cualesquiera actos de competencia desleal, realizados antes, durante o
después de una operación comercial o contrato, con independencia de que éste llegue a
celebrarse o no (art. 2.3). En cuanto al ámbito subjetivo , hay que indicar, por una parte,
que la Ley se aplicará «a los empresarios, profesionales y a cualesquiera otras personas
físicas o jurídicas que participen en el mercado» (art. 3.1), lo que significa que quedan,
por tanto, sometidos a esta normativa los denominados operadores económicos,
concepto más amplio que el de empresario y que comprende a todas aquellas personas
que intervienen en el mercado con posibilidad de incidir sobre el mismo, como por
ejemplo, los profesionales liberales (v. en este sentido la Ley 7/1997, de 14 de abril, de
Medidas Liberalizadoras en materia de Colegios Profesionales), los entes públicos, los
sindicatos, etc. y, por otra, que esa aplicación «no podrá supeditarse a la existencia de
una relación de competencia entre el sujeto activo y el sujeto pasivo del acto de
competencia desleal» (art. 3.2); esto es, que, para que pueda calificarse una conducta de
desleal, no será preciso que el perjudicado sea un competidor directo o indirecto del
autor del acto desleal, sino que podrá serlo tanto un consumidor como otro empresario
que no compita con el autor de la conducta.
Siguiendo la pauta marcada por las legislaciones más modernas sobre la materia, la Ley
3/1991 delimita conceptualmente la competencia desleal acudiendo, por un lado, a la
formulación de una cláusula general prohibitiva (art. 4) y, por otro, a una extensa
tipificación de los actos de competencia desleal (arts. 5 a 18). La necesaria transposición
a nuestro ordenamiento jurídico de la Directiva 2005/29, ha motivado que, en la reciente
modificación normativa, se haya ampliado, por una parte, el alcance de la cláusula
general y, por otra, la tipificación establecida añadiendo una nueva categoría de
prácticas desleales: las prácticas comerciales engañosas o agresivas con los
consumidores y usuarios (arts. 19 a 31).
La Ley de Competencia Desleal, en su capítulo II, considera ilícitos una serie de actos
que, sin duda, pueden ser considerados como los más habituales o los que más
frecuentemente se presentan en la práctica: actos de confusión, engaño, denigración,
comparación, imitación, explotación de la reputación ajena, violación de secretos,
inducción a la ruptura contractual, violación de normas, discriminación, explotación de
la dependencia económica y venta con pérdida, así como también determinadas
prácticas agresivas y conductas publicitarias. Cabe preguntarse, sin embargo, la razón
de esta larga enumeración cuando el legislador se ha preocupado previamente, en las
disposiciones generales, de precisar la finalidad y el alcance de esta normativa, de
definir lo que se entiende por acto de competencia desleal y de establecer tajantemente
su prohibición. Aunque, en principio, pudiera aducirse, como razón justificativa de la
enumeración, el seguimiento de los modelos normativos imperantes en el Derecho
comparado en el que las leyes de competencia desleal son fundamentalmente leyes de
actos prohibidos, sin embargo –como pone de manifiesto el «preámbulo» de la propia
Ley– el motivo determinante de esa amplia enumeración no ha sido otro que el de dotar
de certeza o de seguridad jurídica a esta nueva legislación; una materia que, en nuestro
país, no tiene una gran tradición comercial y ha estado siempre insuficientemente
regulada. Así pues, podemos decir que resultaba necesario y conveniente que se
clarificaran en nuestro Derecho los comportamientos ilícitos y los términos en que ha de
operar su prohibición. Hemos de destacar también a este respecto una característica
singular de la Ley de Competencia Desleal, consistente en que junto a la lista de los actos
prohibidos, aparece una declaración negativa de comportamientos que no se consideran
desleales per se . En efecto, tan importante como la enumeración de los actos de
competencia desleal resulta la declaración que se realiza en diversos preceptos de la Ley
sobre determinadas conductas empresariales –como por ej., la comparación (art. 10), la
imitación de prestaciones ajenas (art. 11.1), la aplicación a los usuarios de diferentes
condiciones de venta (art. 16.1) o la venta con pérdida (art. 17.1)– que son
perfectamente lícitas y no impugnables, por tanto, a través de los mecanismos
procesales establecidos en la misma, salvo cuando se da alguna de las circunstancias
que en la propia norma se señalan. Se trata de evitar con ello que cualquier acto o
práctica que pueda resultar incómodo para los integrantes de un sector o para los
comerciantes o usuarios en general, pueda ser calificado como desleal y sancionado
como tal.
A. Actos de engaño
El artículo 5 de la Ley de Competencia Desleal los define como «cualquier conducta que
contenga información falsa o información que, aun siendo veraz, por su contenido o
presentación induzca o pueda inducir a error a los destinatarios, siendo susceptible de
alterar su comportamiento económico, siempre que incida sobre alguno de los
siguientes aspectos: a) La existencia o la naturaleza del bien o servicio; b) Las
características principales del bien o servicio, tales como su disponibilidad, sus
beneficios, sus riesgos, su ejecución, su composición, sus accesorios, el procedimiento y
la fecha de su fabricación o suministro, su entrega, su carácter apropiado, su utilización,
su cantidad, sus especificaciones, su origen geográfico o comercial o los resultados que
pueden esperarse de su utilización o los resultados y características esenciales de la
pruebas o controles efectuados al bien o servicio; c) La asistencia postventa al cliente y
el tratamiento de las reclamaciones; d) El alcance de los compromisos del empresario o
profesional, los motivos de la conducta comercial y la naturaleza de la operación
comercial o el contrato, así como cualquier afirmación o símbolo que indique que el
empresario o profesional o el bien o servicio son objeto de un patrocinio o una
aprobación directa o indirecta; e) El precio o su modo de fijación, o la existencia de una
ventaja específica con respecto al precio; f) La necesidad de un servicio o de una pieza,
sustitución o reparación; g) La naturaleza, las características y los derechos del
empresario o profesional o su agente, tales como su identidad y su solvencia, sus
cualificaciones, su situación, su aprobación, su afiliación o sus conexiones y sus
derechos de propiedad industrial, comercial o intelectual, o los premios y distinciones
que haya recibido; h) Los derechos legales o convencionales del consumidor o los
riesgos que éste pueda correr». Esta modalidad de actos no ha alcanzado realmente
notoriedad y trascendencia hasta la generalización de la actividad publicitaria en el
mundo empresarial.
En definitiva, para que un acto de esta naturaleza sea calificado como desleal será
preciso que concurran las siguientes circunstancias: En primer lugar, que se realicen
unas aseveraciones o indicaciones que no correspondan exactamente con la realidad, es
decir, que sean incorrectas o falsas; el punto de referencia en este caso será la verdad o
la realidad objetivamente demostrable; sin embargo, será considerada lícita la
denominada publicidad superlativa , esto es, la utilización de determinadas
exageraciones o extravagancias publicitarias que pretenden simplemente llevar al
ánimo del consumidor la excelencia o superioridad de unos determinados productos sin
llegar a afirmar una situación de hecho precisa (tal es el caso del anuncio de un
producto como el mejor del mundo, el único en su género, etc.). En segundo lugar, se
precisa de un acto externo de utilización o difusión de esos datos (lo que puede hacerse
con o sin publicidad) para que la conducta sea relevante. Por último, se requiere
también que las aseveraciones que se formulen sean capaces de inducir a error a las
personas a las que las mismas se dirigen o alcanzan; en este sentido cabe indicar, una
vez más, que el supuesto no sólo incluye la difusión de datos falsos, sino también de
aquellos que, siendo verdaderos, pueden inducir a error por su forma de presentarlos
(citemos, como ejemplo al respecto, la banda de un libro que dice PREMIO X y en letra
muy pequeña «finalista».).
B. Actos de confusión
La regulación legal de estos actos presenta además, como nota destacable, la presunción
de la deslealtad. En efecto, la confusión, por el mero riesgo que crea, se considera ya
desleal sin que sea preciso recurrir a otras notas o elementos para fundamentar su
ilicitud. La deslealtad se produce, por tanto, en cuanto se da la identidad o similitud de
los distintos elementos que se utilizan para diferenciar a las empresas, a sus actividades
o a sus productos (imagen, nombre, efecto visual, efecto sonoro, etc.) y no desaparece
por el hecho de que el error se desvanezca si se observan simultáneamente ambas
imágenes o se escuchan seguidamente los dos sonidos, pues el consumidor no puede
realizar habitualmente estas comparaciones por no tener ante sí todos los elementos.
C. Prácticas agresivas
Para determinar la existencia de una práctica de esta naturaleza será preciso, por tanto,
acreditar, en primer lugar, la existencia de una conducta de las que se califican de
reprobables (acoso, coacción o influencia indebida) y que dicha conducta ha influido de
forma significativa en el comportamiento económico del consumidor. En este sentido,
una conducta de acoso consistirá en perseguir e incomodar al consumidor para obtener
una decisión de compra, como sucederá en los casos de envío de publicidad o de objetos
no deseados, de requerimientos improcedentes para que el consumidor pueda ejercitar
sus derechos o de una utilización de las relaciones personales de amistad, vecindad,
parentesco o trabajo que colocan al consumidor en una situación embarazosa. La
coacción consistirá en una actuación que comporta el uso de fuerza física, psíquica o de
otro tipo para determinar el comportamiento económico del consumidor, como por
ejemplo, en el caso de utilización de un lenguaje amenazante o de creación de una
sensación de que no se podrá abandonar el establecimiento sin la realización de una
compra. Finalmente, se considera influencia indebida la utilización de una posición de
poder en relación con el destinatario de la práctica para ejercer presión, incluso sin usar
fuerza física ni amenazar con su uso.
La Ley establece que, para determinar si existe acoso, coacción o influencia indebida se
tendrá en cuenta; a) El momento y el lugar en que se produce, su naturaleza o su
persistencia; b) El empleo de un lenguaje o un comportamiento amenazador o
insultante; c) La explotación por parte del empresario o profesional de cualquier
infortunio o circunstancia específicos lo suficientemente graves como para mermar la
capacidad de discernimiento del destinatario, de los que aquél tenga conocimiento, para
influir en su decisión con respecto al bien o servicio; d) Cualesquiera obstáculos no
contractuales onerosos o desproporcionados impuestos por el empresario o profesional
cuando la otra parte desee ejercitar derechos legales o contractuales, incluida cualquier
forma de poner fin al contrato o de cambiar de bien o servicio o de suministrador; e) La
comunicación de que se va a realizar cualquier acción que legalmente no pueda
ejercerse (art. 8.2).
Por otra parte, será preciso que la conducta influya en la decisión del destinatario de la
misma, lo que exige que merme su libertad de elección o pueda incidir en su
comportamiento.
D. Actos de denigración
E. Actos de comparación
F. Actos de imitación
En materia de marcas resulta procedente hacer una distinción entre actos de imitación,
que buscan una similitud con una marca existente, y actos de falsificación de marcas de
productos de reconocida calidad, los cuales son objeto de una diferente regulación
jurídica: los primeros se consideran como actos constitutivos de competencia desleal y
se sancionan como tales por infringir el deber de concurrir lealmente en el mercado o
por integrar una conducta de abuso del derecho, mientras que los segundos, se califican
como delitos de defraudación de un derecho de propiedad y se sancionan por violar los
derechos de exclusiva derivados de la titularidad de una marca.
Se trata de una modalidad especial de los actos de engaño o confusión, que aparece
regulada en el artículo 12 de la Ley, y que consiste en el aprovechamiento indebido de
las ventajas de una reputación industrial, comercial o profesional adquirida por otra
persona en el mercado. En particular, se encuadran en esta clase de actos el empleo de
signos distintivos ajenos, denominaciones de origen falsas, indicaciones inexactas sobre
la naturaleza y cualidades del producto o sobre homologaciones o marcas de calidad, o
el uso de expresiones tales como «modelo», «sistema», «tipo», «clase» y similares.
En este precepto se distinguen dos tipos diversos de comportamientos que reciben una
misma calificación de antijuridicidad: la obtención de datos por medios ilegítimos (como
el citado espionaje) y la divulgación de secretos industriales y comerciales a los que se
ha tenido acceso legítimamente pero con la obligación de guardar reserva sobre los
mismos (infracción del deber de secreto). Ambos son considerados actos de competencia
desleal aun cuando dichos actos no se realicen en el mercado ni con fines
concurrenciales. En este punto, el legislador ha sido consciente de que la mayoría de
estos actos no tienen objetivos anticompetitivos aunque de su divulgación se pueden
derivar ventajas importantes para los competidores; por ello, y muy especialmente para
desincentivar su realización, les ha exonerado de la concurrencia de los requisitos
establecidos en el artículo 2 relativos al ámbito objetivo para su calificación como actos
de competencia desleal (realización «en el mercado» y «con fines concurrenciales»). De
este modo esta calificación se ve sustituida por la exigencia de una especial
intencionalidad: que la violación de secretos haya sido efectuada con ánimo de obtener
provecho propio o de un tercero o de perjudicar al titular del secreto.
I. Actos de inducción a la ruptura contractual
Se trata de una categoría de actos que se presenta bajo tres diferentes modalidades: la
inducción a trabajadores, proveedores o clientes para que incumplan un contrato con
un competidor, la inducción a la terminación regular de un contrato y el
aprovechamiento en beneficio propio o de un tercero de una infracción contractual
ajena. Las principales manifestaciones de este tipo de actos se dan, de un lado, en
relación con los contratos personales de trabajo o de arrendamiento de servicios y, de
otro, con referencia a contratos empresariales de obra, prestación de servicios o
suministro. Por lo que respecta a estas modalidades de comportamiento hemos de tener
en cuenta que, en un mercado libre ningún operador económico tiene un derecho a
retener a sus empleados, clientes o proveedores; antes al contrario, éstos pueden acudir
al reclamo de unas mejores condiciones contractuales. La atracción por parte de un
empresario de trabajadores, directivos o clientes es lícita siempre que no se utilicen
procedimientos incorrectos para ello, como por ejemplo, el soborno, la incitación a la
ruptura del contrato en vigor o la apropiación de las listas de clientes. Cuando se
produzcan estas últimas circunstancias habremos pasado de lo lícito a lo desleal. En
consonancia con estas ideas, el artículo 14 considera desleal la inducción a trabajadores,
proveedores o clientes para que infrinjan los deberes contractuales básicos que han
contraído con los competidores. Pero la inducción a la terminación regular de un
contrato o la explotación en beneficio propio o de un tercero de una infracción
contractual sólo será desleal cuando tenga por objeto la difusión de un secreto industrial
o comercial o vaya acompañada de circunstancias tales como el engaño, la intención de
eliminar a un competidor del mercado u otras análogas.
El precepto se completa con una referencia a que la simple violación de normas que
tengan por objeto la regulación de la actividad concurrencial tendrá también la
consideración de desleal a los efectos de esta Ley, algo que parece dar a entender que el
legislador ha querido atribuir dicho carácter, tanto a las infracciones de las normas
sobre ordenación del comercio (como, por ej., en materia de horarios comerciales o
rebajas) o las que regulan sectores concretos de la actividad mercantil (banca,
transporte, seguros, etc.), como a las específicas de defensa de la competencia.
K. Actos de discriminación
El artículo 16.2 de la Ley, bajo la rúbrica común de discriminación, engloba también los
actos de explotación de una situación de dependencia económica. Se trata de un
supuesto de naturaleza diferente a la discriminación, puesto que dicha explotación no
siempre se produce a través de aquélla. La explotación de la situación de dependencia
es una práctica que, a diferencia de la anterior, se refiere fundamentalmente a las
relaciones comerciales entre las pequeñas y las grandes empresas. Supone, de un lado,
la existencia de una situación de dependencia o subordinación de los clientes o de los
proveedores de una empresa con respecto a la misma, situación que se da cuando no
tienen en ese mercado una alternativa equivalente hacia la que poder canalizar sus
pedidos o sus suministros (citemos, como ejemplos ilustrativos de esta situación, el
reparador de aparatos frente al proveedor de recambios o componentes, el distribuidor
en régimen de exclusiva frente al fabricante o concedente de la exclusividad, o el
empresario que fabrica sus productos con marca blanca con respecto a la gran
superficie o cadena de distribución titular de dichas marcas); y exige, de otro, una
explotación abusiva de esa situación, es decir, una actuación contraria a derecho como
sucede, por poner algunos ejemplos, en la imposición de la compra de gamas o surtidos
completos de productos, la exigencia de reducción de los precios pactados, el
requerimiento de prestaciones gratuitas o la dilación excesiva de los plazos de pago.
La Ley 52/1999 ha añadido un tercer apartado a esta norma, que califica de desleales
otros dos tipos de comportamientos que tienen la misma justificación que la figura de la
explotación de la situación de dependencia económica y que deben considerarse
relacionados con ella: (i) la ruptura de una relación comercial sin preaviso escrito con
una antelación de seis meses, salvo que se deba a incumplimientos graves de las
condiciones pactadas o a fuerza mayor [art. 16.3 a) ] y (ii) la obtención de ventajas
económicas adicionales a las pactadas en las condiciones generales de venta bajo
amenaza de ruptura de las relaciones comerciales [art. 16.3. b) ].
La Ley de Ordenación del Comercio Minorista ha regulado también la venta con pérdida
en los siguientes términos: en primer lugar, define la citada venta como aquella en la
que el precio aplicado a un producto sea inferior al de adquisición según factura
(deducida la parte proporcional de los descuentos que figuren en la misma), al de
reposición si éste fuese inferior a aquél o al coste efectivo de producción si el artículo
hubiese sido fabricado por el propio comerciante, incrementados en las cuotas de los
impuestos indirectos que graven la operación (art. 14.2 LOCM). Se trata de un concepto,
que podríamos denominar matemático, al que se llega partiendo de un precio base: el
precio de adquisición según factura o el coste de producción si la mercancía ha sido
fabricada por el comerciante (se trata de evitar, en este último supuesto, que el
comerciante fije arbitrariamente los precios internos de transferencia, desplazando de
este modo la pérdida al precio de fabricación). Excepcionalmente se tomará como
precio base el precio de reposición si éste es inferior al de adquisición o al coste de
producción. A este precio base se le restan los descuentos realizados por el vendedor
con respecto a la mercancía en cuestión, pero únicamente si figuran en la factura y
siempre que no sean consecuencia de una retribución o compensación por
determinados servicios prestados por el comerciante (art. 14.3 LOCM), y, finalmente, se
le suman los impuestos indirectos que graven la compraventa. Pues bien, si el precio
resultante de estas operaciones matemáticas es superior al de venta aplicado al
producto, existirá venta a pérdida. En segundo lugar, se prohíbe esta modalidad de
venta salvo en los siguientes casos: ventas de saldos, ventas en liquidación, ventas de
artículos perecederos en las fechas próximas a su inutilización y ventas realizadas con
la finalidad de alcanzar los precios de uno o varios competidores con capacidad para
afectar, significativamente, a su negocio (art. 14.1 LOCM). Esta última excepción, al
introducir el elemento subjetivo de la intencionalidad en la realización de las ventas a
pérdida y determinar, en consecuencia, que la prohibición no se aplica a aquellos casos
en los que la actuación del comerciante no pretende alterar el mercado ni expulsar a los
competidores del mismo, sino que se debe pura y simplemente a una pérdida de
competitividad que le impide establecer un precio equivalente al de sus rivales, legitima
la venta con pérdida como una estrategia competitiva más de las que dispone el
empresario para hacer frente a sus competidores. En tercer lugar, se establece la
prevalencia de la Ley de Competencia Desleal sobre la nueva regulación del comercio
minorista (art. 14.1, in fine LOCM), lo cual no deja de resultar sorprendente ya que la
única justificación que se ha dado a la reiteración de la regulación de la venta a pérdida
en la nueva Ley de Ordenación del Comercio Minorista es precisamente la insuficiencia
de la anterior legislación. Esta prevalencia significa, como ya se ha indicado, la licitud de
la venta con pérdida salvo en los casos de precios predatorios. En cuarto lugar, se prevé
también, como cautela, que, en ningún caso, las ofertas conjuntas o los obsequios a los
compradores podrán utilizarse para evitar la aplicación de lo dispuesto en el presente
artículo (art. 14.4 LOCM).
N. Publicidad ilícita
Las principales prácticas comerciales desleales con los consumidores y usuarios son las
siguientes:
A. Prácticas engañosas
(i) Prácticas engañosas por confusión . Pueden revestir las tres modalidades siguientes:
(ii) Prácticas engañosas sobre códigos de conducta . Se reputan también desleales por
engañosas aquellas prácticas comerciales que afirmen sin ser cierto:
- Afirmar o crear por otro medio la impresión de que un bien o servicio puede ser
comercializado legalmente no siendo cierto (art. 23.1 LCD).
- Afirmar no siendo cierto, que el bien o servicio sólo estará disponible durante un
período de tiempo muy limitado o que solo estará disponible en determinadas
condiciones durante un período de tiempo muy limitado a fin de inducir al
consumidor o usuario a tomar una decisión inmediata, privándole de la
oportunidad o el tiempo suficiente para hacer su elección con el debido
conocimiento de causa (art. 23.4 LCD).
(v) Otras prácticas engañosas . Se consideran igualmente desleales por engañosas las
prácticas comerciales que:
C. Prácticas agresivas
Se trata de prácticas comerciales que utilizan una presión indebida sobre el consumidor
para que adquiera determinados bienes o servicios o que, sin utilizar dicha presión,
resultan especialmente incómodas o molestas para el consumidor. El fundamento de la
deslealtad de esta modalidad de prácticas se encuentra, en el primero de los supuestos,
en la incidencia que la mencionada presión tiene sobre la conducta del consumidor en
el mercado y, en el segundo de ellos, en la invasión de la esfera privada del consumidor
al convertir el ámbito privado de su vida, su domicilio o su trabajo en un escenario apto
para la pugna competitiva.
Para que pueda afirmarse la existencia de una práctica agresiva será preciso que
concurran los siguientes requisitos: Un medio o instrumento a través del cual se
canalice la presión sobre el consumidor, como por ejemplo, el acoso o la coacción. Una
finalidad o aptitud para menoscabar la libertad de elección del consumidor. Las
prácticas agresivas están también conceptuadas como desleales per se .
(i) Por coacción . Se consideran agresivas las prácticas comerciales que hagan creer al
consumidor o usuario que no puede abandonar el establecimiento del empresario o
profesional o el local en el que se desarrolle la práctica comercial hasta haber
contratado, salvo cuando dicha conducta sea constitutiva de una infracción penal (art.
28 LCD).
(ii) Por acoso . También se consideran desleales por agresivas las siguientes prácticas de
acoso:
(iii) Por su relación con menores . Se reputa desleal por agresivo incluir en la publicidad
una exhortación directa a los niños para que adquieran bienes o usen servicios o
convenzan a sus padres u otros adultos de que contraten los bienes o servicios
anunciados (art. 30 LCD).
a) La acción declarativa de la deslealtad del acto . Esta acción tiene por objeto la
obtención de una sentencia judicial que confirme la deslealtad y consiguiente ilicitud
del acto de competencia en cuestión. Su finalidad, por consiguiente, es conseguir que el
juez reconozca que un determinado empresario está realizando actos de competencia
desleal. Aunque la Ley permite su ejercicio de forma autónoma, hemos de reconocer, sin
embargo, que se trata de una acción de carácter adjetivo que generalmente sólo se
utilizará como presupuesto para el ejercicio de otras pretensiones o cuando no puedan
utilizarse otras acciones. Para el ejercicio de esta acción será necesario, de un lado, que
el acto se haya realizado o esté a punto de realizarse y, de otro, la persistencia de sus
efectos.
Por último, señalaremos que en nuestro Derecho no cabe la acción negatoria, esto es,
una acción solicitando una declaración negativa de que el acto en cuestión no es desleal.
Esta acción resultaría un medio de defensa particularmente útil en aquellos casos en los
que los competidores o los consumidores acusan a un empresario de la realización de
actos desleales.
Finalmente, hay que señalar que en las sentencias estimatorias de las acciones
declarativas, de cesación, de remoción y de rectificación, el juez o tribunal, si lo estima
procedente, podrá acordar la publicación total o parcial de la sentencia a cargo del
infractor o una declaración rectificadora cuando los efectos de la infracción puedan
mantenerse a lo largo del tiempo.
7. CUESTIONES PROCESALES
B. Legitimación pasiva
Las acciones de competencia desleal se dirigirán contra cualquier persona que haya
realizado u ordenado la conducta desleal o haya cooperado en su realización (art. 34).
La acción de enriquecimiento injusto solamente podrá dirigirse contra el beneficiario
del enriquecimiento.
C. Prescripción
D. Procedimiento
En relación con esta materia hay que destacar las siguientes particularidades:
(i) Que la tramitación de los procesos en materia de competencia desleal se hará con
arreglo a lo dispuesto por la Ley de Enjuiciamiento Civil para el juicio ordinario, siendo
competentes los juzgados de lo mercantil [art. 86 ter 2. a) de la Ley Orgánica 6/1985,
modificada por la Ley Orgánica 8/2003 para la reforma concursal].
(ii) Que, como consecuencia de la inclusión de la publicidad ilícita entre los actos de
competencia desleal, la Ley 29/2009 ha procedido a unificar las acciones que se pueden
ejercitar contra los actos de competencia desleal, derogando la normativa específica
existente en materia publicitaria y, suprimiendo, por tanto, las exigencias
extrajudiciales de procedibilidad que se contenían en la Ley General de Publicidad.
(iv) Que, en garantía del demandante afectado por el acto de competencia desleal, se
consagra una especialidad procesal consistente en la posibilidad de solicitar al juez la
realización de determinadas diligencias preliminares dirigidas a facilitar al demandante
la comprobación de aquellos hechos cuyo conocimiento resulta objetivamente
indispensable para preparar el juicio (art. 36 LCD). Estas diligencias sólo proceden a
solicitud de parte interesada, entendiéndose por tal la persona legitimada para el
ejercicio de la acción de competencia desleal de cuya preparación se trate, y deberán ser
solicitadas antes de presentar la demanda. Las diligencias preliminares se sustanciarán
de conformidad con lo previsto en los artículos 129 a 132 de la Ley 11/1986, de Patentes
y podrán extenderse a todo el ámbito interno de la empresa. Por otra parte, hay que
añadir que corresponderá al solicitante probar su necesidad y proporcionalidad y
además, si se conceden, deberá prestar la correspondiente caución para responder de
los daños y perjuicios que su adopción pudiera causar al demandado.
8. CÓDIGOS DE CONDUCTA
Los códigos de conducta deberán cumplir los siguientes requisitos: (i) Garantizar la
participación en su elaboración de las organizaciones de consumidores; (ii) Respetar la
normativa de defensa de la competencia; (iii) Permitir que sean asumidos
voluntariamente por los empresarios o profesionales; (iv) Dotarse de órganos
independientes de control para asegurar el cumplimiento eficaz de los compromisos
asumidos por las empresas adheridas; (v) No imponer la renuncia a las acciones
judiciales previstas en el artículo de la 32 Ley de Competencia Desleal ni impedir o
dificultar su ejercicio; (vi) Disponer de una publicidad suficiente para su debido
conocimiento por los destinatarios.
Los códigos de conducta podrán incluir, entre otras, medidas individuales o colectivas
de autocontrol previo de los contenidos publicitarios y deberán establecer sistemas
eficaces de resolución extrajudicial de reclamaciones que cumplan los requisitos
establecidos en la normativa comunitaria y sean notificados, como tales a la Comisión
Europea de conformidad con lo previsto en la Resolución del Consejo de 25 de mayo de
2000, relativa a la red comunitaria de órganos nacionales de solución extrajudicial de
litigios en materia de consumo o cualquier disposición equivalente (art. 37.4 LCD).
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