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Luego dio unas palmadas. Esto último atrajo la Seguí a mi padre y entramos en otro restaurante.
atención del camarero, que se dirigió hacia nuestra mesa Esta vez no armó tanto alboroto. Nos trajeron las bebidas,
arrastrando los pies. y empezó a someterme a un verdadero interrogatorio
sobre la temporada de béisbol. Al cabo de un rato golpeó
– ¿Esas palmadas eran para llamarme a mí? -
el borde de la copa vacía con el cuchillo y empezó a gritar
preguntó.-
otra vez:
Cálmese, cálmese, sommelier -dijo mi padre-. Si no
– ¡Garçon! ¡Cameriere! ¡Kellner! ¡Oiga usted! ¿Le
es pedirle demasiado, si no es algo que está por encima y
molestaría mucho traernos otros dos de lo mismo?
más allá de la llamada del deber, nos gustaría tomar dos
gibsons con ginebra Beefeater. – ¿Cuántos años tiene el muchacho? -preguntó el
camarero.
– No me gusta que nadie me llame dando palmadas
-dijo el camarero. – Eso no es en absoluto de su incumbencia -dijo mi
padre.
– Debería haber traído el silbato -replicó mi padre-.
Tengo un silbato que sólo oyen los camareros viejos. Ahora – Lo siento, señor, pero no le serviré más bebidas
saque el bloc y el lápiz y procure enterarse bien: dos alcohólicas al muchacho.
gibsons con Beefeater. Repita conmigo: dos gibsons con
– De acuerdo, yo también tengo algo que
Beefeater.
comunicarle -dijo mi padre-. Algo verdaderamente
– Creo que será mejor que se vayan a otro sitio -dijo interesante. Sucede que éste no es el único restaurante de
el camarero sin perder la compostura. Nueva York. Acaban de abrir otro en la esquina. Vámonos,
Charlie.
– Ésa es una de las sugerencias más brillantes que he
oído nunca -señaló mi padre-. Vámonos de aquí, Charlie.
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Pagó la cuenta y nos trasladamos de aquél a otro – Creí que quizá le gustaría saber dónde se encuentra
restaurante. Los camareros vestían americanas de color -dijo el camarero.
rosa, semejantes a chaquetas de caza, y las paredes estaban
– Si hay algo que no soporto, es un criado
adornadas con arneses de caballos. Nos sentamos y mi
impertinente -declaró mi padre-. Vámonos, Charlie.
padre empezó a gritar de nuevo:
El cuarto establecimiento en el que entramos era
– ¡Que venga el encargado de la jauría! ¿Qué tal los
italiano.
zorros este año? Quisiéramos una última copa antes de
empezar a cabalgar. Para ser más exactos, dos bibsons con – Buongiorno -dijo mi padre-. Per favore, possiamo
Geefeater. avere due cocktail americani, forti fortio. Molto gin, poco
vermut.
– ¿Dos bibsons con Geefeater? -preguntó el
camarero, sonriendo. – No entiendo el italiano -respondió el camarero.
– Sabe muy bien lo que quiero -replicó mi padre, muy – No me venga con ésas -dijo mi padre-. Entiende
enojado-. Quiero dos gibsons con Beefeater, y los quiero usted el italiano y sabe perfectamente bien que lo entiende.
de prisa. Las cosas han cambiado en la vieja y alegre Vogliamo due cocktail americani. Subito.
Inglaterra. Por lo menos eso es lo que dice mi amigo el El camarero se alejó y habló con el encargado, que se
duque. Veamos qué tal es la producción inglesa en lo que acercó a nuestra mesa y dijo:
a cócteles se refiere.
– Lo siento, señor, pero esta mesa está reservada.
– Esto no es Inglaterra -repuso el camarero.
– De acuerdo -asintió mi padre-. Denos otra.
– No discuta conmigo. Limítese a hacer lo que se le
– Todas las mesas están reservadas -declaró el
pide.
encargado.
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– Ya entiendo. No desean tenernos por clientes, ¿no – Tengo que irme, papá -dije-. Es tarde.
es eso? Pues váyanse al infierno. Vada all’ inferno. Será
– Espera un momento, hijito -replicó-. Sólo un
mejor que nos marchemos, Charlie.
momento. Estoy esperando a que este sujeto me dé una
– Tengo que coger el tren -dije. contestación.
– Lo siento mucho, hijito -dijo mi padre-. Lo siento – Hasta la vista, papá -dije; bajé la escalera, tomé el
muchísimo. -Me rodeó con el brazo y me estrechó contra tren, y aquélla fue la última vez que vi a mi padre.
sí-. Te acompaño a la estación. Si hubiéramos tenido
tiempo de ir a mi club…