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Este Pueblo,
Sestao
Charles Rivera
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NOTA DEL AUTOR
AQUELLA ESCUELA, ESTE PUEBLO … SESTAO
es solo un libro que trata de
entretener, y mantener vivos unos hechos que
sucedieron en una época de convulsión social y
política, y que deben recogerse en la Memoria
Histórica de este país. Por lo tanto, este libro debe
considerarse como lo que es, un libro que trata de
entretener y divulgar las hazañas pasadas por el
personaje que aparecen en el libro en distintos lugares de la geografía
del país vasco y en otras ciudades del mundo;
personaje con el que cualquiera puede
identificarse. También, algunos de los nombres,
personajes e incidentes que se citan en este libro
son producto de la imaginación del autor,
intentando ser respetuoso con todas las
sensibilidades. Además, cualquier similitud con
personas reales, que estén vivas o muertas, son
mera coincidencia, y por supuesto, que los
lectores saquen sus propias conclusiones.
Mis agradecimientos a Luis Casas por su encomiable labor de
recoger y clasificar fotos antiguas de Sestao.
Capítulo
I. Las Ansiadas Cajitas de Pastas
II. Visita del Caudillo a Sestao
III. El Casco, la Fiesta de San Pedro
IV. Alquitranado de las calles de Cueto
V. La Sierra, el Sordo, la Cueva del Moro y
La Fábrica de las Canteras
VI. Nuestras excursiones de verano y los
gitanos
VII. El desarrollo Urbanístico, el Boom
Inmobiliario y FEN
VIII. Las Navidades en Familia
La Semana Santa, la Tele de Vicen y
IX. Mi “Tía” Margaret.
X. Mi Primer Verano en Londres y la
Ley Orgánica del Estado
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XI. El primer autobús directo Bilbao- Sestao
y el Patronato
XII. Recogida de la Basura, Instalaciones
Deportivas y la Disputa de Gibraltar
XIII. Masiel, Urtain, el Mayo Francés y
el Boom Inmobiliario.
XIV. La Disciplina en El Patronato
XV. Urtain y el Primer Asesinato de ETA
XVI. Llegada del Hombre a la Luna y
los Poderes Fácticos en los Institutos
XVII. El Principio, el exilio
XVIII. Travesía del Atlántico
XIX. La Isla de Ellis, Nueva York
XX. La Inspección Médica
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Capítulo I
LAS ANSIADAS CAJITAS DE PASTAS
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mayores no paraban de hablar del robo al tren de Glasgow, que nadie
o casi nadie había oído aquel nombre antes, ni tan siquiera sabían
dónde estaba Glasgow, pero que estaba en boca de todo el mundo. Así
que, ese día nos vestíamos con la ropa de los domingos, nos alineaban
como tropas militares, con el brazo derecho extendido y la mano
encima del hombro del compañero de delante, entonábamos un Cara
Al Sol frente a las fuerzas vivas del pueblo, (los poderes fácticos de hoy
en día) es decir, el clero, el gobierno municipal, encabezado por el
alcalde Sr. Jesús, y por supuesto, los representantes franquistas locales
de la O.J.E y de la Guardia Civil quienes nos daban la charla pertinente,
¡ah!, eso sí, al acabar la
susodicha charla nos
obsequiaban con aquellas
exquisitas y tan apreciadas
cajitas de pastas que
nosotros tan
apresuradamente
llevábamos a casa aquel
sabrosísimo manjar como si fuera un gran tesoro. Y por supuesto que
lo era, porque debíamos esperar otro curso para poder saborear tan
anheladas pastas.
Así que haciendo memoria, sería el siete de junio, porque todos
los chavales de Sestao estábamos absortos y centrados en la recogida
de madera, muebles viejos y cualquier material que pudiera arder en
la Sanjuanada del día 23, con el fin de competir contra los otros barrios
del pueblo. El Sol, Albiz y Rebonza eran los barrios a batir, ya que
siempre hacían las Sanjuanadas más grandes, aunque las madres de
Cueto siempre hacían el mejor chocolate y la gente de los demás
barrios siempre acababan haciéndonos una visita para degustar tan
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sabroso chocolate. Aquellas Sanjuanadas eran tan grandes que
tardaban hasta tres días en apagarse.
Por otro lado todo el mundo estaba enganchado a las
canciones pegadizas de los Beatles, que eran la atracción mundial del
momento y salían mucho por aquella tele en blanco y negro. Sus
canciones eran tan pegadizas que hasta mi abuela, mi madre y mis
hermanas las tatareaban. Y aquel día siete de junio de 1.964 no iba a
ser menos y la tele sacó a los Beatles dando un paseo en barca por los
canales de Ámsterdam, Holanda. Ni que decir tiene que la noticia no la
vimos por la tele, sino que la oímos por la radio, ya que en aquel
entonces muy pocos tenían televisor. Para nosotros Holanda era un
lugar muy lejano, maravilloso y muy democrático donde todo el
mundo era alto, guapo y rubio.
Por la mañana, sobre las nueve, como siempre, bajamos a la
escuela, sita en la parte baja del pueblo, que se llamaba como un
general de esos, que habían luchado con Franco en la Guerra Civil
Española y que murió al estrellarse la avioneta en la que viajaba hacia
Pamplona en Alcocero de Mola, Burgos, y que mis padres
mencionaban tanto, pero que yo no sabía de que iba la movida, y que
todo el mundo, incluso los maestros la llamaban como el barrio donde
está situada “Rebonza”. Y yo, pobre de mí, de camino a la escuela
siempre me preguntaba, “si todos llamamos a General Mola
“Rebonza, ¿por qué han puesto a nuestra escuela el nombre de ese
General tan odiado?.
Aquel día hacía bastante calor y el sol pegaba con fuerza en el
patio de Rebonza. A las nueve menos cinco de la mañana, antes de
subir a nuestras respectivas clases, nos alineaban por clases, en filas
militares, como en el campo de fútbol de Las Llanas, para cantar el
“Cara al Sol” y vitorear varias veces “Viva Franco, Viva España y Viva
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Cristo Rey”, y una vez concluido el “show” subíamos en fila india, en
absoluto silencio, los quince peldaños que había hasta la puerta de los
niños, ya que las niñas estaban separadas en el ala sur, y de allí
continuábamos de uno en uno, sin chistar palabra, bajo castigo severo,
hasta el aula correspondiente.
Aquella mañana transcurrió como siempre,
sin sobresaltos, bueno cuando alguien no se sabía la
lección el profesor y director Don Luis sacaba unas
varas de avellano, escogidas a posta para su
cometido, y nos asestaba unos varazos en las manos
que ni el ajo que nos untábamos en las manos para
mitigar el dolor funcionaba, mejor no recordar
aquellos “inolvidables” momentos.
A las once en punto salíamos al recreo, pero antes de salir a
aquel patio en rampa, un patio que no tenía nada, ni porterías de
fútbol, y mucho menos los aros para jugar al baloncesto, que era un
deporte relativamente seguido por muy pocas personas y que
nosotros pensábamos que era un deporte de chicas, nos daban un
vaso de leche en polvo
caliente para que nos
fortaleciera los huesos y nos
ayudara a crecer. A casi
nadie le gustaba aquella
leche, a mí en cambio me
gustaba muchísimo y
siempre pedía otro vaso.
Creo que conmigo si
funcionó aquella leche
milagrosa porque llegué al
metro ochenta y tres. Cuando llovía no nos dejaban salir al patio y nos
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dejaban jugar en los largos pasillos. Algunos nos metíamos en el baño
para llenar de agua aquellas enormes pilas y retarnos a ver quien
aguantaba más con la cabeza debajo del agua.
Salíamos a comer a casa sobre la una de la tarde, ya que
tampoco existían los comedores escolares, para volver a la escuela a
las tres de la tarde, pasando por todo el protocolo patriótico del Cara
al Sol y la referencia militarista, y así hasta las seis de la tarde que nos
íbamos a casa con los temidos y odiados deberes, aunque antes
teníamos tiempo para ir al Eusko Lorak a entrenar para salir bailando
en la Primera Bajada a Simondrogas, que se celebró en 1.967.
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Capítulo II
VISITA DEL CAUDILLO A SESTAO
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Nadie dijo nada en
contra de tal afirmación. Yo
había oído a mis padres otra
versión muy diferente y no
estaba de acuerdo, pero,
quién decía algo en Aquella
Escuela, máxime cuando
nuestros padres nos habían
instruido a no decir ni pio
fuera de casa sobre temas
políticos.
Don Luís siguió con
su charla y entonces nos dijo
que el “Caudillo” nos iba a
visitar. Hubo un estruendoso
murmullo en el aula.
Nosotros equivocadamente
pensábamos que el
mismísimo “Caudillo” iba a estar con nosotros en nuestra escuela,
pero Don Luís fue más explícito y conciso y nos comentó, “el Caudillo
viene a visitar los Altos Hornos de Vizcaya el día 10 de junio y pasará
por la carretera de Santurce a Bilbao camino de las oficinas generales
de *Altos Hornos de Vizcaya sitas en Baracaldo. Así que os voy a dar
una de estas banderolas para que vuestros padres las pongan un
mango y el día diez las ondearemos cuando el Generalísimo pase por la
carretera de camino a las Oficinas de Altos Hornos. Pasado mañana (el
9 de junio) todos debéis traer las banderas con un palo encolado”.
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Todos, chicos y
chicas, salíamos de clase
contentísimos con aquella
banderola a todo color, sin
saber lo que iba a suceder a
posteriori en la casa de
algunos de nosotros. ¡Eso
era harina de otro costal!
Después de la
escuela, como era habitual
en esos días, me quedé a
jugar a las canicas con mis
compañeros de calle.
Ganando y perdiendo los
cromos de los futbolistas de
aquella temporada. ¡Ahora
que echo la vista atrás y
recuerdo la de horas que
pasábamos jugando a las canicas y a otros juegos en la calle y veo
como han cambiado los tiempos y los gustos de los niños!
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Al llegar a casa saqué aquella banderola roja y gualda y se la
enseñé a mí “Ama”. Mi madre me preguntó mirando a la bandera con
una mirada de rabia, espanto y resignación que yo nunca antes había
visto en su semblante, “¿de dónde has sacado eso?”. Yo la expliqué lo
que Don Luís nos había
comentado esa tarde en
clase. Ella no dijo nada y
siguió con sus labores
domésticas, pero yo intuía,
conociendo a mi madre, que
aquella bandera de España
no le había gustado nada,
nada, nada en absoluto, era
muy visceral en temas políticos.
Mis hermanas aún no habían llegado a casa. Al cabo de un rato
mi hermana “Chus” llegó con otra banderola y dio la misma
explicación. Mi hermana “Loli”, la mayor, solía llegar a casa tarde
porque trabajaba para un reconocido sastre de la localidad que
posteriormente supimos que estaba muy apegado al Régimen
Franquista. Viendo que a mi madre no le había hecho mucha gracia lo
de la banderola, salí de casa con la bandera a esperar a mi padre
sentado sobre un peldaño de la antigua Cruz de Cueto.
Mi padre llegaba a casa sobre las siete y cuarto de la tarde de
trabajar. No era un hombre chiquitero y siempre tomaba un par de
vasos de vino en la cocina de casa antes de cenar. (El padre era la
figura más respetada en casa, y una bronca de tu padre era peor que
diez zapatillazos de tu madre en el culo).
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Y allí sentado sobre el
peldaño de la Cruz de Cueto, uno de
los iconos de Sestao, esperé a mi
padre como otras tantas tardes,
recordando todo lo que mi padre me
había contado de la primera Cruz de
Cueto, que se colocó, allí en lo alto
del pueblo, en el año 1.850, para
recordar a todos aquellos que se
había llevado el cólera, y para que los
que se habían curado no se olvidasen
de que aquella enfermedad infecto-
contagiosa intestinal aguda azotó
Vizcaya en los años 1.850, 1.860 y en
1.870.
Citando las explicaciones de
mi padre, esta emblemática cruz, tan querida por el pueblo, fue
derribada varias veces por distintas razones políticas. Una de ellas fue
que las fuerzas vivas del pueblo estaban divididas entre Carlistas,
Republicanos y Anarquistas, y unos defendían la cruz como símbolo
divino y otros querían otra clase de símbolo más apropiado a sus
creencias políticas. Así que en 1.873 se colocó una nueva de hierro
forjado que fue derribada en 1.933 por Crispiño, uno de Simondrogas,
quién la hizo pedazos y se la llevó a la chatarrería de Simondrogas a
lomos de su burro. Posteriormente se levantó una nueva en 1.944, que
también fue retirada. ¡Pobre Cruz de Cueto! La que actualmente
campea en lo alto del barrio de Cueto es la última que se colocó hace
ya unas décadas.
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Sentado en aquel
escalón de la Cruz de
Cueto, mirando fijamente
hacia Rebonza, un poco
más abajo, donde hoy está
sita la escuela de Cueto,
estaba el Barracón, una
especie de hospital
utilizado, según se decía,
para leprosos y/o
tuberculosos. En aquel
entonces desde la Cruz de
Cueto hasta la escuela de
Rebonza solo había
huertas, aparte del
Barracón. A mi derecha
tenía el túnel de
herradura, utilizado
durante la guerra civil como refugio contra los bombardeos, que
alguien utilizaba para sembrar
champiñones, a mi espalda estaba el
grupo de casas de la Humanitaria y la
Protectora, y el inolvidable puesto
verde de “chuches” de la “Abuela
Paula” al que todos los niños de la zona
íbamos a comprar, y allí, a lo lejos,
detrás de mí, estaba el Ayuntamiento
de Sestao; y a mi izquierda estaba el
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Gran Lavadero que en verano utilizábamos como “piscina”. A esa hora
de la tarde había varias mujeres
lavando y otras se dirigían hacia él con
aquellos enormes baldes de ropa sobre
sus cabezas.
Al poco rato, vi a mi padre
asomar por el asilo. Mi padre era más
paciente en temas políticos, quizás
porque había estado exiliado en
Inglaterra durante la Guerra Civil
cuando era un niño y no había sufrido como mi madre, en sus propias
carnes, los avatares, penurias, odios, escaseces, la entrada de los
Nacionales y todas aquellas tropelías que ambos bandos llevaron a
cabo durante la contienda. Puedo asegurar que la gente que paso
aquella atrocidad quedó señalada de por vida.
Así que antes de que subiera a casa le expliqué a mi padre lo de
la banderola intentando conseguir un aliado.
“¿Qué pasa con una bandera de España que el “chiquillo” tiene
que llevar pasado mañana a la escuela?”, preguntó mi padre.
Mi madre le explicó lo que mi hermana “Chus” y yo le
habíamos contado y categóricamente dijo, “mis hijos no van a llevar
esa bandera por nada del mundo”.
A mí, en cambio, me hacía ilusión ondear la banderola, y de vez
en cuando intervenía diciendo, “pues la gente tiene banderas para
animar a la Selección Española en el Campeonato de Europa”.
Mi madre hacía caso omiso y seguía diciendo tozudamente,
“estos dos (refiriéndose a mi hermana y a mí) esta semana van a estar
malos; les llevo al médico y se quedan en la cama.”
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Yo empecé a llorar y
mi padre dijo, “mejor voy a
la Sierra a por unas ramas
para hacer dos mangos”,
convenciendo a mi madre
de lo arriesgado que era
hacer lo que ella pretendía.
Mi madre al oír a mi padre
decir que iba a ir a la
“Sierra” a coger una rama
para las banderolas dijo,
“los chiquillos no van a
llevar ninguna bandera
franquista a la escuela.
Tíralas a la chapa”. Mi
hermana y yo cogimos las
banderas y nos fuimos a la
sala. Conociendo a nuestra
madre sabíamos que podían acabar en el fuego.
Aquel día presencié la primera discusión entre mis padres por
un papel pintado de rojo y amarillo. Al final mi padre y yo bajamos a la
Sierra, cogimos unas ramas y las pegamos a las banderolas. Y como mi
madre no estaba muy convencida, por si las moscas, las pusimos a
buen recaudo.
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En la escuela los profesores nos preguntaron si nuestros padres
habían puesto alguna objeción.
Todos dijimos que no. (Una
mentirijilla para salir del trance, y
de la malvada pregunta).
El 10 de junio de 1.964
llegó, y desde Rebonza salimos,
clase por clase, y en fila india, con
nuestros respectivos maestros
hacia la calle Chávarri, llamada así en memoria de los socios
fundadores de lo que posteriormente sería A.H.V.
Nos colocaron un poco más allá del antiguo cuartel de la
Guardia Civil y de la Escuela de Aprendices de A.H.V., frente a la Casa
de Socorro, hoy un tanto abandonada. Esperamos estoicamente un
larguísimo rato a que llegara aquel impuntual Caudillo. Casi todos los
que estábamos en la acera éramos niños, niñas (debido al “boom” de
natalidad que gratamente
campeaba por la zona), maestros,
maestras, alguna que otra curiosa
mujer y jubilados. En la carretera,
a un par de metros de distancia
entre sí, había guardias civiles
colocados con sus metralletas que
nos decían lo que teníamos que
decir y hacer. Solamente he
vuelto a ver tanto guardia civil junto en Cataluña.
Después de casi una hora de espera oímos un griterío, por lo
que supusimos que se trataba del mismísimo Caudillo. Y allí, por la
curva del antiguo Cuartel de la Guardia Civil, apareció un gran cochazo
negro escoltado por unos moros a caballo, más tarde supe que se
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trataba de un Rolls Royce. Del Caudillo no vi nada, bueno, si, miento,
una mano que salía por la ventanilla de aquel lujoso coche
saludándonos. Y pasó por delante de mis narices sin más. ¡Todos
regresamos a nuestras escuelas muy decepcionados porque el Caudillo
no se había parado a saludarnos!
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fue Pereda. Esta creencia se debió a que la imagen del centro no fue
grabada por Televisión Española porque en ese instante el cámara
estaba recreándose con la imagen de Franco. Esa fue la razón por la
que se montaron unas imágenes sobre un centro de Amancio.
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Capítulo III
EL CASCO y LA FIESTA DE SAN PEDRO
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llevado para refugiarnos del rocío que caía sobre nuestras cabezas
hasta que acabase la
película de turno.
Y así, entre
muchos juegos y pelis
todos queríamos que
acabara el mes de junio
para que llegaran las
fiestas de San Pedro, que
en aquel entonces se
alargaban durante un par
de días, o como mucho
tres.
Durante el día se
organizaban muchos
juegos para la chavalería.
Durante una de esas
fiestas se organizó un
campeonato de comer
pipas, para ver quién comía más pipas en un tiempo dado. No
recuerdo quién quedó
campeón de Sestao aquel
año, pero seguro que fue
alguno “comepipas” de la
calle del Sol o de la
Galana. El broche final de
las Fiestas de San Pedro
era, sin lugar a dudas, la
comida en familia en las
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campas que rodean la iglesia de Santa María antes del partido de
fútbol entre Gordos y Delgados donde las charangas y las banda de
cartón no dejaban de tocar, en esta comida no faltaban el plato típico
de caracoles, y la música matinal que nos obsequiaba la Banda
Municipal. Después, ya por la tarde, salían los Gigantes y Cabezudos
para hacer correr un poco a la chavalería, y por la noche, quién se
perdía el toro de fuego y la Gran Verbena que se celebraba en la Plaza
del Casco, de estilo Victoriano, con algún grupo “Ye-Ye” de la época
que la amenizaba desde lo alto del quiosco de la música, de estilo neo-
clásico, que se encontraba en el centro de la que fue una hermosa
plaza apodada el “Tontodromo” porque todos los jóvenes del pueblo
hacían “futin” dando vueltas
como tontos para ver a las
chicas. Los chicos dábamos
vueltas en el sentido
opuesto a las agujas del reloj
para poder ver, dos veces
por vuelta, y hacer ojitos a
las chicas que nos gustaban.
Esta bonita plaza estaba
flanqueada por árboles
plátano, todavía sobrevive
alguno de los de antaño, que
daban mucha sombra y nos
protegían contra los
aguaceros y el interminable
sirimiri. ¡Ah! No quisiera
olvidarme de aquellos
bancos de madera donde
nos sentábamos para descansar y charlar de vez en cuando. Alguien
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calculó los kilómetros que podíamos hacer dando vueltas en una tarde,
y creo que el resultado fue unos ocho kilómetros por tarde. Y casi
siempre al pasar por enfrente del ayuntamiento hablábamos de la
casa-torre de Sestao, que yo no vi, pero de la que mi padre hablaba
tanto.
Mi padre decía que estaba situada en la
parte norte de la plaza del Casco y que
se construyó para que los Señores
Feudales de Sestao se defendieran de
sus enemigos durante las Guerras
Feudales o de Bandos que tuvieron lugar
en la Vizcaya feudal. Era de piedra de
sillería, tenía diecisiete metros de altura
y cuatro almenas góticas. Esta casa-torre
la compró el Conde de Valmaseda, y en
ella se podía ver su escudo de armas,
tallado en piedra. La casa-torre fue
derribada en 1931, con el fin de ensanchar y embellecer la plaza del
Casco, según la versión oficial. Mi padre me contó otra versión muy
distinta. Él aseguraba que el ayuntamiento republicano de la época la
derribó porque representaba a la nobleza y a la oligarquía. Antes de
ser derribada la casa-torre, que era uno de los tesoros arquitectónicos
de Vizcaya, el ayuntamiento de la época discutió tal derribo y alguien
que no estaba de acuerdo con su derribo sugirió, sin ningún éxito, que
se trasladase a ella la Biblioteca Municipal.
Esta casa-torre estuvo habitada por una familia que la tenía
arrendada, los Gutiérrez, que, por supuesto, no querían que se
derribase, ya que era su hogar y tenían una especie de taller de
carpintería. Esta familia llevó a cabo una parodia diciendo que la casa
estaba encantada ya que en ella habitaban brujas y fantasmas que no
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encontraban el descanso eterno. Así que ni cortos ni perezosos
pusieron en práctica su plan para que no fuese derribada, haciendo
ruidos de cadenas, aullando y gritando cuando la gente pasaba por allí.
Su estratagema no les sirvió de mucho ya que la torre se derribó
igualmente. La piedra de sillería fue reciclada por las mujeres del
pueblo para arenar los suelos de las casas y caseríos del lugar, incluso
mujeres de los pueblos cercanos se acercaban para comprar las
preciadas bolsas de arena que alguien vendía.
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Capítulo IV
ASFALTADO DE ALGUNAS CALLES DE CUETO
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Creo que el alcalde
de aquella época, el Sr.
Jesús, decidió, no se sabe si
por mandato del Régimen
o porque una mañana tuvo
una brillante idea, asfaltar
algunas de las calles de
Sestao, porque cuando
llovía, y mira que llovía,
nuestras “calles” se
convertían en auténticos barrizales, como en el Lejano Oeste.
La empresa
concesionaria del asfaltado
de estas calles se presentó
a primeros de julio con
unos cuantos camiones
Pegaso, que transportaron
hasta el barrio unos cien
enormes bidones de brea.
Esta empresa decidió
almacenar los bidones de
galipó en la zona alta de la
Sierra, donde había un
gran hoyo, entre el número
6 y el ocho de lo que hoy
en día es la calle Pablo
Sarasate, en aquellos
tiempos parte de la
inolvidable Sierra y de las
campas del Sordo.
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Una calurosa tarde
de julio, como de
costumbre, salí de casa de
mis abuelos, Dolores y
Manuel, que vivían en el
Grupo La Protectora, que
fue edificado en 1.930, y
llamé a mi amigo de
correrías, Abelín, para subir
a investigar aquellos
extraños bidones que
aquellos camionazos habían
depositado en la Sierra.
Los bidones de
galipó (así es como
llamábamos a la brea o alquitrán) estaban colocados al borde del
hoyo. Había un muro, parecido al que existe hoy en día, como
protección para que nadie pudiera caerse por la cantera. Al cabo de
unos años en este mismo hoyo se instaló un gran tubo que era
utilizado para tirar y quemar toda la basura producida por la población
de Sestao que aumentaba día a día. La quema de estos “residuos
sociales” producía un humo pestilente. Por la noche salían a pasear las
ratas, y cuando hacía calor la zona se llenaba de insectos,
principalmente mosquitos, y la contaminación de la zona casi se podía
mascar. Todo esto mezclado con el polvo blanco que emitía la fábrica
de cementos Zuirrena que dejaba los tejados de las casas de Sestao
“nevados”.
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hice rodar un bidón hasta el borde del terraplén y lo dejé caer. Abelín,
entonces se subió al bidón fingiendo ser un avión, y me gritó, “Tira
otro”. Yo obedientemente empuje otro y lo dejé rodar. Abelín estaba
entusiasmado con aquellos vaivenes y movimientos, y cada vez que un
bidón chocaba contra los otros moviendo así el bidón sobre el que él
estaba, él se reía sin parar colocándose como un avión, y me pedía que
tirara otro, y otro, y otro. Repetí la hazaña como unas doce veces. Yo,
ya cansado del esfuerzo, le dije, “Bueno, tú, el último, y luego me toca
a mí”. Él consintió y dijo, “Vale, el último. Bajas, te subes encima de un
bidón y te tiro unos cuantos. Ya verás que cojonudo es esto”. De tal
manera que hice rodar el que estaba cerca de mí y lo solté terraplén
abajo. Bajó como una bala, dando saltos y llevándose por delante
piedras y arbustos, tan desafortunadamente que cuando chocó contra
el bidón en el que Abelín estaba subido, el bidón literalmente
“estalló”. Nos podemos imaginar cómo de “negro” quedó mi amigo.
Brea por todos lados, cara, piernas, pantalones, camiseta, cabeza,
pelo. Bueno creo que no se salvaron ni los dientes. Abelín al verse tan
manchado de brea empezó a llorar. Bueno a decir verdad desde
entonces no he visto a nadie llorar tanto. Yo no estaba seguro si
lloraba por la brea o por los zapatillazos que le iba a dar su madre Juli
cuando lo viera.
Abelín, despavorido, negro como el azabache, parecía un
músico negro de Jazz, echó a correr cuesta abajo llorando hacía su
casa. Yo, por si las moscas, desaparecí, creyendo que todas las culpas
iban a recaer sobre mí. Al poco rato decidí ir a ver que le estaban
haciendo a mí amigo, y trepando por los muros de los patios de la
Protectora, llegué hasta el muro de la casa de enfrente donde vivía
Abelín. Su madre había mandado a uno de sus hermanos a comprar
cuatro o cinco botellas de aguarrás para quitarle todo el alquitrán que
tenía pegado al cuerpo. Y allí, en medio de la cocina, estaba Abelín,
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desnudo como Dios le trajo al mundo, y su madre frotando y
maldiciéndome, y de vez en cuando diciendo, “Hijo, eres tonto. No sé
por qué te dejas embaucar por el nieto de la Dolores que ha llegado
hace cuatro días”. Y para que espabilara, de vez en cuando, le daba
una coñeja.
Al día siguiente,
sobre las diez de la mañana,
estando jugando en el patio
de la casa de mi abuela vi
entrar al Grupo de La
Protectora al “aguacil” del
pueblo. Intuí que venía a
investigar el destrozo del bidón y la misteriosa caída de tantos bidones
al hoyo. Nadie dijo ni una palabra, y el alguacil se fue como vino. O
quizás no quiso investigar en profundidad el “negro” asunto.
Así que
afortunadamente para
unos, y
desafortunadamente para
otros, muchas zonas verdes
vírgenes iban
desapareciendo ante
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nuestros propios ojos. Otras cosas iban a aparecer, unas buenas como
la minifalda, el bikini, y otras malas como la droga.
La minifalda
apareció en Londres en este
año de 1964. Recuerdo que
estaba viendo la tele con
mis hermanas y apareció la
primera minifalda en Kings
Road, Chelsea, Londres. La
moda o la tradición en
España decía que las niñas y adolescentes llevaran las faldas por
debajo de la rodilla, y por supuesto las mujeres casadas también, y los
chavales debíamos llevar pantalones cortos hasta los quince o dieciséis
años, y sin rechistar. Y recuerdo que viendo a aquellas inglesas con
minifalda en alguna revista mi hermana mayor, Loli, le dijo a mí otra
hermana, Chus, “¡oh! ¡Que horror!, yo no me pongo eso ni aunque me
paguen dinero”. Al cabo de unos meses mis hermanas y todas las
chicas jóvenes de Sestao llevaban minifaldas para el horror de
nuestros padres y de las autoridades y para el gozo de los chavales.
Estaba claro que aquella sociedad, la de mi generación, empezaba a
cambiar.
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Capítulo V
LA SIERRA, EL SORDO, LA CUEVA DEL MORO y LA FÁBRICA DE LAS CANTERAS
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Paul, George, John y Ringo vendían LPs de vinilo como
rosquillas de Santa Águeda. Y entonces llegó la noticia a Sestao de que
Mandela había sido condenado a cadena perpetua en Sudáfrica por
sabotaje, y que en los EE.UU. se había televisado, por primera vez, el
veredicto de un jurado popular, que casi nadie sabía que era eso, pero
que aquel jurado popular había condenado a Jack Ruby a morir en la
*silla eléctrica por el asesinato de Harvey Oswald, quien
presuntamente había asesinado al presidente de los EE.UU. John F.
Kennedy el 22 de noviembre de 1963. El asesinato de aquel atractivo
presidente, según las mujeres de la época, fue televisado por
Televisión Española, cuando este presidente de los EE.UU. circulaba en
el coche presidencial descapotable con su mujer Jackie por la Plaza
Dealey de Dallas, Texas.
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Los chavales de
aquella generación
éramos unos auténticos
exploradores y nos
gustaba explorar aquellos
lugares prohibidos por
nuestras madres y padres,
aunque a decir verdad,
poco caso hacíamos a
aquellas prohibiciones, y a la menor oportunidad nos “perdíamos” por
esos lugares tan atractivos y maravillosos que Sestao escondía y que
tanta curiosidad despertaban entre nosotros. Sestao, aunque
pequeño, poco más de 3 Km2, pero…… tenía, y sigue teniendo, lugares
encantadores que nos atraían muchísimo. Yo, pobre de mí, no era una
excepción, y sin duda, era
la excepción que
confirmaba la regla, era en
labios de mi madre “un
culo inquieto”.
Algunos de
nuestros lugares favoritos
eran la Sierra y las
canteras, que utilizábamos como parques naturales de esparcimiento,
exploración, caza y escapismo, con sus “bichos”, lagartijas, lagartos,
culebras, halcones, mariposas, mantis religiosas, enánagos, etc., y sin
olvidarnos de las chabolas, y de las innumerables huertas, con sus
árboles frutales, campos de borona, tomates, etc. En una palabra la
Sierra nos era tan atractiva, tan tentadora, que nos “invitaba” a que la
exploráramos una y otra vez, desde la mañana hasta el anochecer.
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Como mi padre sabía que me gustaba jugar por la Sierra solía
llevarme a pasear por las laderas de las *canteras, cosa que me
encantaba, y entre campa y huerta, mi “viejo” me contaba lo que
hacían los niños de su generación.
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facilitaba tantísimos pormenores, ya que los tenía grabados en la
retina, ocurrieron a los pocos meses de comenzar la contienda porque
muchos “Niños y Niñas de la Guerra” fueron expatriados del País Vasco
a diferentes países tales como Rusia, Francia, Bélgica, etc. Mi padre
con su hermano Pascual fueron llevados desde Santurce a
Southampton, Inglaterra, en el mítico barco a vapor “Habana” el 23 de
mayo de 1937.
37
verduras; legumbres y hortalizas, tenía hasta un campo de borona, y
por supuesto unos tomates que nos los rifábamos. Cuando nos
aburríamos, y no sabíamos que hacer, cruzábamos la Gran Vía para ver
al “Sordo” dormitando, sentado en un banco del patio de su casa de la
Humanitaria. Siempre tenía unos cuantos enánagos (luciones) muertos
colgados de los barrotes del muro del patio de la Gran Vía, otros en
cambio los mantenía vivos en una jaula. Y los grandes los llevaba
colgando del cuello para
asustarnos y para que
echáramos a correr. Y de
verdad que corríamos,
muertos de miedo,
creyendo que eran
víboras. Cuando el
“Sordo” estaba echando
la siesta era inofensivo,
y era entonces cuando “visitábamos” su gran huerto donde guardaba
aquellos apetecibles y sabrosísimos tomates. Con la navaja los
troceábamos y les echábamos la sal que llevábamos de casa, y allí
sentados, entre la borona, para que el “Sordo” no nos viera, nos
dábamos el atracón padre. Pero después de la merienda de tomates
teníamos que salir de nuestro escondrijo, y por arte de magia, casi
siempre aparecía él tirándonos terrones de tierra como si fuera un
avión de caza dejando caer sus bombas.
Salíamos por patas, corriendo entre las boronas, como almas que lleva
el diablo, hasta que llegábamos al borde de las canteras donde nos
escondíamos entre las rocas o en las chabolas que aún quedaban en
pie, las cuales eran el lugar de reunión de la chavalería de Cueto, y que
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utilizábamos como campamento para planear las aventuras, juegos,
etc. que después llevábamos a cabo.
Más allá, cruzando las vías del tren, estaban los restos de la
fábrica de cemento de la “Ziurrena” o “Zurrena” como nosotros la
40
llamábamos. Ahora estos terrenos están ocupados por las
instalaciones de la Depuradora de Aguas Residuales del Gran Bilbao.
En el mismo centro de los esqueletos de esta fábrica, de lo que fue una
prospera fábrica, yacía una altísima chimenea, que para nosotros era
como la Aguja de Cleopatra, y en medio de todo esto se encontraban
los “Lagos del Mapamundi”, llamados así porque se trataba de dos
estanques circulares unidos, y que a falta de piscinas municipales los
chavales de Sestao utilizábamos como piscinas naturales, por supuesto
sin el consentimiento de nuestros padres. Era un espacio del que la
naturaleza se había apropiado y en el que habitaba diversa flora y
fauna. Estos lagos recibían el agua filtrada del rio Galindo o Ballonti,
que bordeaba toda esta zona y donde incluso había hasta un
embarcadero para que las gabarras atracasen. Muchos de nosotros
aprendimos a nadar en el rio Galindo, en la zona del embarcadero,
otros en la Punta o en la playa de Las Arenas. En estos “Lagos del
Mapamundi” no solo aprendimos a nadar sino a pescar con latas de
conservas los coloridos peces que pululaban por sus cálidas aguas.
41
pelao”. Subíamos de peñasco en peñasco, rápidamente, y al llegar
arriba te caían los primeros zapatillazos, que no servían de mucho
porque aquella cantera, nuestra cantera, era como un gran imán y en
cuanto teníamos la oportunidad nos “escapábamos” de nuevo.
Y ahora al recordar el Sestao de mí infancia, aquel polvillo
blanco que se apoderaba de los tejados, de las calles, y que entraba en
nuestras casas proveniente de las canteras de Ellacuría y la fábrica de
cementos Portland, me pregunto, “¿Hubiera sido Sestao mejor sin
esta industrialización?”
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Capítulo VI
NUESTRAS EXCURSIONES DE VERANO y LOS GITANOS
43
disfrutaban en la Rioja, lugares muy lejanos para los que no salíamos
de Sestao, o íbamos a pasar unos días al Regato o a Alonsotegui, como
mucho.
Algunas veces
nuestros padres nos
llevaban a las fiestas de los
pueblos limítrofes.
Portugalete era una
constante, con las alegres y
espectaculares fiestas
patronales de San Roque,
con sus “barracas”, donde
siempre “caía” algún que
otro viaje en los “tiovivos”, y algunas veces, después de insistir mucho,
nos compraban aquel algodón de azúcar que era mágico y que tanto
nos gustaba.
Para que no nos aburriéramos demasiado durante el verano
casi todos los padres organizaban alguna que otra “excursión”. El día
de excursión, para comer, siempre llevábamos las tortillas de patatas
con pimientos verdes que nuestras madres, con tanto esmero, habían
cocinado la víspera, y aquellos melones tan sabrosísimos que nuestros
“viejos” compraban en algún tinglado de la plaza de San Pedro que los
fruteros, que venían de provincias tan lejanas como Madrid, solían
montar para pasar el verano vendiendo melones y sandías.
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Casi todos los agostos hacíamos las mismas excursiones. De
pesca a Zierbena o a hacer alguna travesía por el monte Argalario o a
bañarnos en las playas de los pueblos vecinos.
Las excursiones más atractivas y especiales eran los “viajes” a
las playas de Ereaga o de las Arenas o un largo paseo por el monte
Argalario, descendiendo las canteras de Arnabal hasta llegar al caserío
de mis tíos, Begoña y Miguel, sito en el Regato, donde casi siempre
veníamos cargados de frutas, hortalizas, y si era a últimos de junio o
principio de julio de cerezas. Estas excursiones siempre se hacían
andando, con nuestras zapatillas de lona azul y la puntera de goma
blanca, que mi madre nos compraba a principios de primavera.
45
mineral de hierro, “all iron” que decían aquellos ingleses que
explotaban las minas de Gallarta y Triano. (El “alirón” que cantamos
cuando gana el Athletic). Aquellas vagonetas colgadas de aquellos
cables nos parecían OVNIS que venían de otro planeta y que
descargaban su preciado botín en las bodegas de los barcos anclados
en la dársena de la Benedicta y que regresaban de nuevo vacías hacia
los montes de Triano.
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olvidarnos de aquellos gigantescos barcos entrando y saliendo sin
parar por la barra del puerto, o de las gabarras transportando carbón
y otras muchísimas mercancías, ría arriba, ría abajo, sin cesar, como las
hormigas. Al acercarnos al muelle de hierro de Portugalete
divisábamos la línea del horizonte y el grisáceo mar Cantábrico que se
teñía con el azul plomizo del cielo.
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del Nervión nos parecía fascinante. ¡Y sin olvidarnos de aquellas
entrañables vistas! A la derecha teníamos los Altos Hornos. Un poco
más allá, los innumerables astilleros que poblaban las riberas de esta
mítica ría, con sus muelles repletos de barcos en construcción. A la
izquierda teníamos el estuario del Abra. Y allí, en lo más alto del
Puente Colgante, estaba el maquinista del Puente Colgante encerrado
en su cabina pilotando la barquilla de un lado a otro de la ría.
Al llegar tanto a la playa de Las Arenas como a la de Ereaga
siempre nos embriagaba aquel inolvidable olor a mar. La playa siempre
estaba llena de gente, mayor y pequeña. ¡Como le gustaba a la gente ir
a estas playas! Sus aguas cristalinas y calmadas y aquella arena fina y
dorada, que nunca se borrarán de las retinas de los que tuvimos el
privilegio de conocerlas en aquella época.
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de San Francisco. Inmediatamente se nos prohibió salir del barrio bajo
pena de unos cuantos zapatillazos en el culo, y decirnos que los gitanos
“robaban” niños y los vendían. Pero nuestra curiosidad era más
perspicaz que otra cosa. Así que unos pocos colegas, los más
“valientes” y yo acordamos ir a echar un vistazo a la caravana de
gitanos, que tanto temor despertaba en nuestros vecinos y madres.
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los dragones que veíamos en el cine de los Hermanos (que valía una
pela (Peseta) los domingos a las tres de la tarde, la matinal era algo
más barata). Más allá, a lo lejos, se movían las grúas de La Naval sin
descanso, parecían mantis religiosas gigantes devorando aquellas
enormes piezas de hierro que servían para hacer los formidables
barcos que salían y siguen saliendo de estos astilleros. Al llegar a
Chavarri cruzamos la carretera. No había semáforos o pasos de cebra,
pasaban poquísimos coches, y la carretera normalmente se utilizaba
para jugar al fútbol poniendo dos piedras o las carteras de la escuela a
modo de porterías. Desde allí nos dirigimos hacia la calle Rivas.
Pasamos por delante del Cuarto de Socorro. A nuestra izquierda surgía
la inolvidable fábrica de la Aurrera,
donde se forjaron las cruces de Cueto. Al
cabo de un rato llegamos a las escuelas
y al juzgado de Urbínaga. Pasamos por
debajo del Arco de San Francisco, que
nos anunciaba la entrada al barrio del
Carmen, adentrándonos hasta la Iglesia
del Carmen (Bonita iglesia aquella de
estilo neogótico). Y justo allí, detrás de la
iglesia del Carmen, a unos metros de
distancia, vimos tres carruajes, a ambos
lados de los mismos los gitanos tenían
colgados muchos chismes y cachivaches,
como cacerolas, sartenes, cuchillos, vasos, etc., todo hecho de chapa
de hojalata o latón. Ante aquella estampa tan inusual para nosotros
decidimos acercarnos aún más. Temerosos de ser vistos por aquellos
“malvados” *quinquis reptamos por la hierba y nos situamos detrás de
unos arbustos para no ser vistos y poder vigilar mejor el campamento
de los gitanos. Vi un arbusto y le dije a Felixín, “Vamos todos hasta allí
50
y así vemos lo que están haciendo”. Felixín dijo, “Vale, pero tu
primero.” Eché a correr y me oculté detrás del arbusto. Le hice una
señal a Felixín y él me siguió. Los dos sudando como cerdos, más por el
miedo que por el calor, nos quedamos en silencio, sin hacer el mínimo
ruido. Les hicimos la señal a los otros, pero no vinieron. Pensaron que
era más seguro quedarse donde se encontraban, lejos de los gitanos,
por si las moscas. Uno de los gitanos debió ver u oír algo. Se levantó y
desapareció de nuestra vista. Echamos un vistazo para saber que
hacían nuestros amigos pero habían desaparecido los muy “cobardes”.
Les vimos dar pedales como almas que lleva el diablo. Felixín dijo,
“¡Que cabrones son!” En ese momento oímos unos pasos en la hierba
seca, miramos hacia atrás y allí,
ante nosotros, estaba un gitano
grandísimo, o eso me pareció a
mí, con bigote, unas patillas
larguísimas, moreno, o más bien
me parecía negro, que me agarró
del hombro y me dijo, “¿Qué
hacéis por aquí chavales?”
51
Entonces me contó que eran *quincalleros nómadas, y que fabricaban
utensilios de cocina y que los vendían de pueblo en pueblo y que la
Guardia Civil solo les dejaba estar allí acampados durante veinticuatro
horas aplicando la ley de “Vagos y Maleantes” que databa de la
república y que en la etapa franquista se aplicó muy severamente para
obligarles a fijar un domicilio fijo, y favorecer su calidad de vida e
integración. En aquellos años se oía en la tele y en la radio lo
conflictivos que eran estos quinquis y mercheros. De esta etnia se sabe
muy poco. Todo lo que sabemos de ellos se lo debemos a las andanzas
de “El Lute”.
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es ese?” A lo que él respondió, “hablamos español pero utilizamos
muchas palabras del Romaní, que es nuestra verdadera lengua”.
53
Ni que decir que aquel vaso de hojalata vivió conmigo muchos
años hasta que se desgastó por el culo y lo tuve que tirar, muy a mi
pesar, a la basura en mi querida Inglaterra.
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Capítulo VII
EL DESARROLLO URBANÍSTICO y LA FORMACIÓN DEL ESPÍRITU NACIONAL
55
de un día para otro. Las casas viejas se derribaban y en su lugar se
edificaban otras. La actividad inmobiliaria era frenética, aunque el
negocio estaba acotado para unos pocos. Ya se sabe, “Muchos serán
los llamados, pero pocos los elegidos”.
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quedara herméticamente cerrada y finalmente encendíamos la mecha
que al entrar en contacto con el compuesto químico producía una
pequeña explosión, haciendo que la lata saliera disparada por encima
de los tejados de las casas.
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hacer de nuevo. ¡Mira que era difícil escribir con aquellas plumillas!
Hasta que cogías el tranquillo de escribir medianamente bien a
plumilla pasabas un tiempo completando aquellos cuadernos de
caligrafía de Rubio.
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llevaba a rajatabla. Cuando D. Luis, “el dire”, nos decía, “mañana
preguntaré las capitales del mundo y el que falle una capital se llevará
diez varazos de avellano en cada mano”. Al día siguiente casi todos nos
habíamos aprendido las capitales del mundo, aunque por si las
moscas, siempre teníamos en nuestros bolsillos algunos dientes de ajo
porque creíamos que si nos untábamos las manos de ajo los varazos
dolían menos. ¡Como olíamos a ajo! Y cuando jugábamos a pelota
mano después de la escuela en el frontón de los Hermanos contra el
“Belga” siempre creíamos que las manos no nos dolían tanto por el ajo
que nos habíamos dado en clase. ¡Y como le dábamos a la pelota!
Creíamos que la rompíamos.
59
ponerte en las manos unos libros, sin menospreciar los coscorrones y
tirones de las patillas que dolían un montón, además de las collejas. El
campeón de las collejas era Don Matías. Don Matías, el profesor de
lengua, era ya mayor, a punto de retirarse cuando topó con mi
generación. Pequeño, enjuto, con un bigotillo y aquellas gafas
redondas. Tenía tanta mala leche que no la podía aguantar en su
cuerpo. ¡Que collejas arreaba!
Un día Don Matías escribió un párrafo en la pizarra y en vez de
escribir “cajón” escribió “cojón”. Todos nos mirábamos y nos reíamos
pero nadie se atrevía a decírselo por si las moscas. Salva, que era muy
echado para adelante, se levantó y se lo comentó. ¡Que colleja recibió
el chaval!
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mucho con tan escasos medios. Por supuesto que erradicaría castigos
corporales o ridiculizar a los alumnos. Cada individuo es diferente y
reacciona de diferente modo. La enseñanza no es una carrera de
velocidad, más bien de fondo o de obstáculos, que hay que ir salvando
día a día, lección a lección, el profesor y el alumno de la mano.
Reconozco que aquella generación aprendió muchísimo con aquellos
métodos, no siempre los más idóneos, pero que de algún modo
funcionaron.
Las semanas
pasaban rápidamente y
los meses también. En
un abrir y cerrar de ojos
el “skyline” de Sestao
cambió drásticamente.
Cada vez que mirábamos
alrededor nuestro solo
veíamos grúas y
trabajadores de la
construcción levantando bloques de pisos para que los ocuparan
aquellas personas que venían de todas partes de España, los más
numerosos de Castilla y Galicia, con su Caldo Gallego, su pulpo a la
gallega, y su peculiar acento, sin olvidarnos de los andaluces, con su
gracia al hablar, y no menos importantes, asturianos, extremeños, etc.
Así, poco a poco, Sestao se convirtió en el crisol de culturas que
actualmente es. Con aquella inmigración también llegó la prosperidad,
se abrían bares, tiendas, carbonerías, Spars, restaurantes, zapaterías,
etc. que hicieron de Sestao un pueblo pujante y atractivo para echar
raíces en él.
61
Como no había sitio para albergar a tantísima gente en Sestao,
y los pisos eran carísimos, era muy habitual que varias familias
estuvieran de alquiler en el mismo piso con derecho a cocina. Los pisos
patera no es algo del presente sino del pasado. La gente con posibles
compraba pisos y casas para alquilárselos a las familias de “maquetos”
(inmigrantes de otras regiones de España) que venían en busca de un
porvenir mejor.
62
Capítulo VIII
LAS NAVIDADES EN FAMILIA
El verano finalizó con más
sirimiri que sol y los meses
precedentes a la Navidad pasaron
rápidos y nos encontramos en un
Sestao con ambiente
navideño…..los típicos villancicos
que salían de la megafonía del
ayuntamiento, el belén que se
montaba en la entrada del
ayuntamiento y algunas luces
navideñas que adornaban parte de
la Gran Vía, pero para nosotros
aquello era como la Quinta
Avenida engalanada en Navidad.
Estábamos en Navidad y la
Navidad era harina de otro costal. Todo el mundo sacaba provecho de
las fiestas navideñas, y los
poderes fácticos de la época no
eran una excepción.
La Falange Española
(OJE) encontraba su mejor
aliado en la Navidad para hacer
alarde de su poder, y
organizaban, desde su sede en la calle La Iberia, lo que ahora es el
Centro de Información Juvenil, todos los actos y eventos de la Navidad.
63
Este local estaba equipado con billares, ping-pong, juegos de mesa y
otros entretenimientos para atraer a la juventud de Sestao a formar
parte de su organización. Otro reclamo de la OJE era el campamento
de verano que organizaba en Espinosa de los Monteros, Burgos, donde
se realizaban diferentes actividades al aíre libre, así como marchas por
los montes de la zona. La competencia se la hacía el Patronato
(Colegio Diocesano de
Berriocochoa) que organizaba
sus “colonias” de verano en
Puentearenas, Burgos.
64
La víspera de los Reyes Magos repetían el mismo desfile, estos
desfiles eran habituales durante el año, dependiendo de la fiesta u
onomástica que se celebrase. En estos desfiles y
actos sacaban sus estandartes y banderas. El
emblema de la OJE era un “León rampante
amarillo sobre cruz potenzada roja”. Su lema
“Vale quién sirve”. Su patrón es el rey Fernando
III de León y Castilla, “el Santo”.
65
Durante las navidades todas las familias de la localidad se
reunían en el hogar de
los abuelos, que eran los
anfitriones. Mis abuelos
paternos anhelaban la
Navidad y disfrutaban
compartiéndola con su
familia. Tuvieron cuatro
hijos, el mayor, Daniel,
que murió combatiendo
en el lado republicano durante la Guerra Civil en Santander, y los otros
tres hijos les habían dado siete nietos.
Mi infancia
transcurrió influenciado
por los cuentos e
historias que me contaba
mi abuelo paterno,
analfabeto él, que había
cogido un tren desde su
aldea natal en Doncos,
Lugo, Galicia, y que se
vino a trabajar a las
minas de la Arboleda a la temprana edad de nueve años, porque un tío
suyo trabajaba allí. Según nos relataba él se subió a un tren y con la
ayuda de una paisana llegó hasta la Arboleda donde encontró a su tío
que le procuró un trabajo de botijero. Allí, tiempo después, se
enamoró de mi abuela, Dolores.
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Ser analfabeto en aquel entonces en España no era algo inusual
o de que avergonzarse, sino más bien normal, y mis abuelos paternos
eran analfabetos. Y siempre que les llegaba alguna carta de sus
parientes en Argentina o en Cuba nos pedían que se las leyéramos.
Pero su afán por tener a la familia unida era desmesurado. Criaban
conejos, gallos y gallinas en el sótano de la casa. Aquellos animales
eran criados con gran esmero y a la antigua usanza, como lo habían
visto hacer toda la vida en sus casas de pueblo. Compraban los pollitos
y conejos en el mercadillo y desde entonces eran alimentados con
borona, trigo y comida especial que mi abuelo traía de la huerta que
trabaja en las Camporras.
67
la Protectora. Los animales que comíamos eran manjares, con aquel
exquisito sabor inconfundible de haber sido criados con mimo y
cocinados en la chapa de carbón a fuego lento.
Aquellos días de
Noche Buena, Día de
Navidad, Noche Vieja y Año
Nuevo siempre acababan
con mi padre, madre, tíos y
tías cantando Rancheras y
canciones de la tierra a las
cuales todos nosotros nos
uníamos. Estas noches
acababan con las típicas partidas de cartas.
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además de ser dueño de una fábrica de gaseosa y tener la franquicia
de una patente de lejía.
El día 1 de enero de
1.965 Franco aprobó y
permitió que el Evangelio y las
epístolas se leyesen en las
lenguas vernáculas. Lo cual era
un signo del aperturismo
político que se empezaba a
vivir en el País Vasco, muy a
pesar de algunas fuerzas
reacias a dicho aperturismo.
Aquella Escuela no había cambiado en lo más mínimo a pesar
del aperturismo del régimen franquista. Si que notamos que en la misa
dominical, Don Anastasio, el párroco de la iglesia del Patronato, que
unos años después sería mi director y amigo, hablaba, a veces, un
tanto raro, cambiando de idioma, porque parte de la misa la decía en
vascuence. ¡Pero solo era cuestión de acostumbrarse a los cambios!
Y mientras esperábamos a que las vacaciones de Semana Santa
llegaran, que aquel año cayó en abril, nos íbamos enterando por la tele
que aquel año de 1965 Winston Churchill, premio Nobel de Literatura,
muere el 24 de enero a los 90 años de edad y que su funeral se celebró
el 27 de enero con los honores que le correspondía como Primer
69
Ministro del gobierno de la reina Isabel II; que el 30 de enero de ese
mismo año nace la Organización Para La Liberación De Palestina; que a
un tal Martin Luther King, del movimiento negro anti-apartheid, había
sido arrestado y soltado; que la Guerra de Vietnam seguía su curso;
que en Bilbao se inaugura la primera Feria de la Industria Eléctrica y
Maquinaria de Elevación y Transporte; que EE.UU. comienza a utilizar
el gas Nepalm (gas mostaza) en Vietnam; y que se produce el
“Domingo Sangriento” y que el presidente Lyndon Johnson prepara la
Ley de Derecho a Voto de los Negros para que la aprobara el Congreso
y que Nicolae Ceausescu es nombrado jefe del estado de Rumanía.
70
Capítulo IX
LA SEMANA SANTA, LA TELE DE VICEN y MÍ TÍA MARGARET
En abril estudiábamos
bastante más la Historia Sagrada
que otros meses, y TVE, la única
que había, solo televisaba
películas religiosas. En la radio, la
mayor parte del tiempo, solo se
escuchaba el “Ángelus” y música sacra. Las procesiones de Semana
Santa eran interminables. Procesiones por doquier, y las discotecas y
cines cerrados a cal y canto.
71
Por una parte las vacaciones eran divertidas, porque no había
escuela, pero por otro lado eran aburridas, y aquella teleserie de mi
infancia, “El Fugitivo”, que tanto nos gustaba, y que nos hacía soñar
con mil y una aventuras, dejaba de emitirse hasta que pasara la
Semana Santa.
Si la memoria no me falla,
Vicen, y su marido Victor,
entrañables personajes de mi
infancia, compraron la primera
o segunda televisión de la
Protectora, y como buenos
samaritanos la compartían con
los críos de su amada Protectora
todas las noches que el “Doctor
Kimble”, protagonizado por
David Janssen, y perseguido por
aquel implacable policía,
aparecía en aquella televisión
Phillips, en blanco y negro, de 21 pulgadas. Para las nueve y media
todos habíamos cenado e íbamos invadiendo el salón de la casa de
Vicen y Victor, sentándonos en el suelo, para ver el correspondiente
capítulo semanal que comenzaba después del “parte” (Telediario). El
evento era un ritual, ya que los chavales y chavalas de la Protectora
nos reuníamos en aquel improvisado cine de barrio con Vicen y su
marido, Victor, además de sus tres hijos, Vitorchin, Araceli y Maite.
72
No solamente Vicen y su marido, Víctor, compartían su
televisor con los más jóvenes del barrio, sino que en verano la
compartían con los mayores, para que los aficionados a los toros no se
perdieran aquellas vistosas corridas de toros protagonizadas por los
toreros de moda, el “Cordobés” y el “Viti”.
Aquel acontecimiento
social y familiar, que iba a reunir
a dos seres que no se habían
visto durante mucho tiempo, y
que uno de ellos venía de un
país tan democrático, donde
votaban hasta las mujeres, era
digno de presenciar y de saber lo
que pensaba del nuestro. Y por supuesto, yo no me lo quería perder.
Llegó a casa la tan ansiada y querida tía con mi padre en el taxi
de Emilio padre, que luego heredó su hijo, también llamado Emilio, y
tras la muerte de Emilio hijo, Conchi, la esposa de este que siguió con
76
el negocio. Creo que el taxi era un Seat Mil Quinientos negro con una
raya transversal roja. Quizás el único taxi de Sestao.
La llegada de mí tía Margaret fue un evento en el barrio porque
ninguno de mis vecinos había visto a una inglesa antes. Bueno, había
un alguacil de tráfico en Baracaldo, que por aquel entonces era la
atracción popular porque era negro, pero una inglesa, una súbdita del
Imperio Británico, que nos había robado Gibraltar, nunca.
77
Una mañana, para ser más exacto el viernes 13 de agosto, me
levanté, fui a la sala de estar y allí estaba Margaret hablando con mis
padres de mí. Margaret y su marido, Mr. Cecil, no tenían hijos, y
Margaret estaba proponiendo a mis padres llevarme con ellos a
Londres todos los veranos. En cuanto lo oí, dije que si inmediatamente
a esa excelente proposición.
Al finalizar agosto Margaret, que había llegado blanca como la
leche, y durante su estancia se había puesto roja como lo que era, una
78
“guiri”, regresó a Londres con un bronceado que le resaltaba, aún
más, el pelo rubio y aquellos
bonitos ojos azules, no muy
comunes por aquí, que ocultaba
detrás de las gafas. ¡Que contaría
a sus amigos y conocidos de la
España que había visto!
79
del cromo y lo sellábamos con un poco de jabón Chimbo para jugar en
la calle a la Vuelta Ciclista a España. Otras veces nos entreteníamos
jugando al hinque o haciendo silbatos con los güitos de los albérchigos.
80
Cápitulo X
MÍ PRIMER VERANO EN LONDRES y LA LEY ORGÁNICA DEL ESTADO
Enero de 1.966
comenzó con varias
noticias, algunas buenas y
otras malas. Una de las
buenas fue que dos jóvenes
estadounidenses, Simon y
Garfunkel, editaban su
segundo álbum “Los
Sonidos del Silencio”, que
resultó ser un gran hit
(éxito musical) y una de las malas que dos aviones estadounidenses
chocan y cinco bombas atómicas cayeron en Palomares, Almería, con
el consiguiente baño del Ministro de Información y Turismo, Don.
Manuel Fraga Iribarne, en las aguas de Palomares para tranquilizar la
ciudadanía de que el entorno no estaba contaminado por la radiación.
Francia, con el general De Gaulle, como presidente, y al frente del
gobierno, abandonaba la OTAN. El grupo británico “The Beatles” da
una conferencia de prensa en Chicago, EE.UU. en la que John Lennon
se disculpa por su frase “Somos más populares que Jesús”.
82
que llegamos. Pero los cursos no duran para siempre y al acabarlos
siempre están las deseadas vacaciones de verano, y este no era una
excepción. Y así, entre estos y otros avatares de mi corta vida, llegó
aquel ansiado y esperado verano de 1.966 en el que yo iba a viajar a
Londres.
Al llegar a Heathrow
bajé la escalinata de aquel
avión, y allí estaban Margaret
y Cecil. En aquel entonces no
había las medidas de
seguridad existentes
actualmente en todos los
aeropuertos y la gente que
esperaba a alguien le daba la
bienvenida de aquella guisa.
83
Viajamos hasta el
centro de Londres en
autobús. Yo miraba todo
aquello con ojos de lince, no
me quería perder ni el más
mínimo detalle. Me di
cuenta de que los ingleses
conducían por la izquierda.
Nos bajamos en la parada
de autobuses de la estación de trenes de Charing Cross, donde
cogimos un tren hasta Crystal Palace. Durante el trayecto me quede
perplejo y boquiabierto al ver a chavales de todas las edades jugando y
disfrutando de los campos de fútbol de hierba, de las canchas de
tenis, e instalaciones deportivas que se veían desde el tren. ¡Aquellos
ingleses ya me empezaban a gustar! ¡Qué tíos!
84
muy osadas venían a comer de mi propia mano las “cookies”
(galletitas) que Margaret me daba. Aquello me parecía algo irreal, que
jamás pensé que podía suceder, pero estaba pasando delante de mis
propias narices.
Desde aquel mismo instante decidí que lo del tiragomas y los
arcos de flechas que nos hacíamos en Sestao para matar pájaros y
otros animales sería agua pasada. Y que tenía que convencer a mis
amigos de fatigas al volver a Sestao que matar animales a flechazos y
tiragomazos no era de recibo, aunque muy dentro de mí sabía que
convencerles, y aún más, que me creyeran, era harina de otro costal.
85
Sabía que había
una reina, Isabel II, que la
monarquía dirigía el país
junto con el parlamento,
pero lo que no sabía es
que los niños y niñas
ingleses no tuvieran una
asignatura parecida, o
que no cantarán a su
reina antes de entrar a
clase.
86
comunicaciones de la Post Office (Oficina de Correos), explicándome
cosas relevantes e interesantes.
87
sociedad británica no se había olvidado aún del “Gran Robo al Tren de
Glasgow”.
Llegó el nefasto
septiembre y empecé las clases en
mi nuevo colegio, de gran
renombre, El Patronato de Sestao.
Lo primero que noté, y creo que
también mis colegas de primero
de bachiller, es que no teníamos
que cantar el “Cara Al Sol” en el
patio antes de entrar a clase,
aunque la disciplina y los castigos
corporales eran iguales o peores
que en la escuela pública de
Rebonza. Y al ser un colegio
religioso cambiaban los elogios al
Caudillo por las alabanzas al “Todo
Poderoso”. ¡Ah! y misa por aquí y misa por allá. Pero tenía sus
alicientes, participar en los campeonatos de fútbol contra los cursos
superiores, jugar en el frontón a pelota mano, ir al gimnasio y comer
durante el recreo aquellos
bocadillos de chorizo de
Pamplona que
comprábamos en la tienda
de la esquina de la calle
Chavarri.
Teníamos un
profesor o profesora para cada asignatura, y un libro con fotos a todo
88
color para cada una de ellas, algo que nos sorprendió, porque hasta la
fecha nos habíamos manejado bien con la enciclopedia Álvarez y nos
había ido de fábula. Y lo que más gratamente nos sorprendió fue que
tres mujeres nos dieran clase, la de matemáticas (La Pitus), la de
francés y la de geografía, de quién todos estábamos enamorados.
89
hacía un frio que pelaba. Para depositar el voto tenía que mostrar el
carnet de identidad para que le dieran el justificante que debía
presentar en la fábrica con el fin de que le abonaran el día.
90
Capítulo XI
EL PRIMER AUTOBÚS DIRECTO BILBAO-SESTAO y EL PATRONATO
91
Entre otras cosas también se hablaba de la guerra biológica, al
saberse que el New York Times había sacado una información diciendo
que el ejército de los EE.UU. estaba llevando a cabo experimentos
secretos en el campo de la guerra biológica.
Todo el mundo
en Sestao opinaba,
echando la imaginación
a volar. Que si con estos
experimentos
aparecerían monstruos
en miniatura que
matarían a grupos de
población seleccionados, a quienes irían dirigidos estos soldados
diminutos invisibles. Posteriormente, aparecería el SIDA.
92
creencia popular, muy sabia ella, dice que el SIDA se inventó como
arma biológica dirigida a los homosexuales.
94
todavía funcionan por otros lares de España, y sin olvidarnos de los
economatos dirigidos por las empresas punteras como Altos Hornos de
Vizcaya, la Babcock Wilcox, la Naval y la Cooperativa de Trabajadores
Vascos, entre otros, que ofrecían comestibles y productos más
baratos. Este tejido comercial, que se montó en el municipio, generó
mucha riqueza en la localidad, creó puestos de trabajos, y lo que es
más importante, felicidad y seguridad en la población.
95
eran presos rojos) solían compraban fresca porque sus maridos
ganaban más. Yo a decir verdad, cuando tocaba merluza para comer
en casa, y mi madre, toda
orgullosa, nos decía, “no es
merluza congelada, es fresca. Ya
veréis que rica. Venga comed,
comed”. Al comerla yo no notaba
la diferencia, la verdad, pero no
decíamos ni pio y nos la
comíamos pensando que una
chuleta estaría más apetitosa. Pero a ver quien no se comía la dichosa
merluza fresca mirando a las zapatillas de mi madre.
96
Eurovisión”. En la escuela hablábamos de la cantante que
representaba al Reino Unido, Sandie Show, con su canción
“Marionetas en la Cuerda” (Puppets On A String), que era muy guapa
y que cantaba como los ángeles, y además descalza. Todo el mundo se
preguntaba por qué cantaba descalza.
97
mundial de los Pesos Pesados. Pero él alegaba que eso era mejor que
ir a la Guerra de Vietnam. ¿Valentía o traición?
El Patronato no
participaba en los juegos
escolares de Sestao, debido
a las connotaciones políticas
que había entre el Colegio
Diocesano de Berriochoa (El
Patronato), perteneciente al
Obispado de Bilbao, y la
O.J.E., que era la que
organizaba los juegos
escolares de Sestao en las
instalaciones deportivas del
Colegio de la Salle (Los
Hermanos).
El nombre Patronato
proviene del siglo XIX, al fundarse por toda Francia una red de colegios
religiosos y educativos que la gente llamaba Patronatos, inspirados en
la obra de “Timon David”. Este tipo de obra educativa y religiosa llegó
a Vizcaya. El primer Patronato de Vizcaya fue el de Iturribide en Bilbao,
posteriormente se fundaría el de la Arboleda en Trapagaran, luego el
98
de Gallarta y por último, pero no menos importante, el nuestro, el de
Sestao.
99
Capítulo XII
RECOGIDA DE BARURA, INSTALACIONES DEPORTIVAS y GIBRALTAR
Mí ansiado verano
en Londres llegó, y en esta
ocasión en vez de viajar en
avión iba a viajar en barco.
Mis padres ya habían
comprado mi pasaje para el
lujoso Patricia, un ferry, que
hacía la ruta Santurce –
Southampton en 37 horas y
podía albergar a 792
pasajeros y 210 coches, con una velocidad de crucero de 18 nudos.
¡Toda una pasada para la época!
100
El taxista miraba perplejo a las maletas, pensando que no le
iban a caber en el taxi. Las metió como pudo y nos llevó hasta la
estación de trenes de Southampton.
Y así, viendo la
maravillosa campiña
inglesa y hablando de
cosas muy interesantes
con aquel inteligente
sacerdote, llegamos a la
estación de Victoria
después de más de dos
horas de viaje donde
fuimos recibidos por
nuestros respectivos anfitriones; él por dos monjes vicencianos, y yo
por Margaret, quién estaba pacientemente esperándome en el andén
para llevarme a Crystal Palace.
Por el camino hablamos de la disputa entablada entre el
gobierno de España y el del Reino Unido, ya que en aquel entonces
había una cierta tensión entre los dos países por el tema gibraltareño.
Esta tensión de alguna manera se reflejaba en la calle, y algunos
vecinos sacaban el tema y me hacía preguntas sobre el problema
existente en la punta más meridional de Europa. El gobierno español
planteó la situación de Gibraltar ante el comité de descolonización de
101
las Naciones Unidas, siendo
adoptadas por la Asamblea General
las resoluciones 2231, de 1.966, y
2353, de 1.967, por las que se
instaba al inicio de conversaciones
entre España y el Reino Unido para
poner fin a la situación "colonial" de
Gibraltar, salvaguardando los
intereses del pueblo gibraltareño. En
respuesta a estas resoluciones, las
autoridades de Gibraltar apelaron al
derecho a la autodeterminación y el
Reino Unido organizó un
referéndum, al año siguiente, en
1.967, para los gibraltareños.
Conocí algunos de
aquellos gibraltareños al
comenzar la otra escuela, la
inglesa, la de verano. Me
agradó muchísimo ver
algunas caras conocidas. Una
de ellas era la de mi profesora
del año anterior.
102
explicado alguna vez el proceso de la reproducción humana en tu
escuela de España? (A mí en casa me llamaban Charles o Charlie
porque mis padres cuando nací quisieron darme ese nombre pero el
gobierno de Franco no se lo permitió) Yo, me puse muy rojo y no sabía
que contestar y respondí negativamente. Mis compañeros de clase
murmuraban y hablaban entre sí. La profesora pidió silencio y
comenzó su explicación, la cual era muy interesante, pero mi mente
estaba en otra parte, concretamente en Sestao, tratando de
imaginarme que estarían haciendo mis amigos. Pensaba, y creo que
daba en el clavo, que se estarían levantando y planeando alguna
escapada a los Lagos del Mapamundi o a coger peces espinados de
colores llamativos que metíamos en una botella y que después
vendíamos en el barrio por una perra gorda. O tirándolos al estanque
circular que había en el patio de las casas de la Gran Vía 47, enfrente
de las escuelas de Cueto. O cogiendo ranas o sapaburos (renacuajos),
que cuando se hacían grandes resultaban ser sapos y se los tirábamos
a las chicas. Y allí en aquel lago artificial, que quedaba de las ruinas de
la Zurrena, hacía a mis amigos entre juncos, saltando de piedra en
103
piedra, o empujándose para ver quien se caía al agua, y darse un
chapuzón. O bajando a la
calle Chavarri número 45 a
explorar las cuevas que se
habían utilizado durante la
guerra civil, que tanto
morbo nos daba a los
chavales de entonces. O
cogiendo calamarros
(cangrejos) en la Benedicta
para después cocerlos y comerlos, medio escondidos en algún patio de
la Protectora. O cruzando de la Benedicta hasta Galindo por el túnel de
las Camporras para subir por las
canteras hasta casa. Sin olvidarnos
de las pelis que veíamos en el cine de
la Iberia, en la Amézaga, Los
Hermanos o en el Patronato. O bajar
hasta los baños para contemplar a la
gente entrar al hermoso edificio de
Artes y oficios. O cuando bajábamos
a los perros a darles la vacuna contra
la rabia al veterinario que estaba en
el antiguo matadero. ¡Dios! ¡Como
echaba de menos aquellos veranos!
Pero cuando la imaginación me
teletransportaba a Sestao y me estaba regocijando en aquellas
aventuras mentales oí decir a la profesora algo sobre un documental
de la Reproducción Humana que me hizo volver enseguida a Londres.
¡Una película de las que no podían verse en España! Aquellas que
posteriormente, en los años setenta, llamarían de “Arte y Ensayo”. ¡Y
104
eso lo iba a ver en clase! Debía estar muy atento para no perderme ni
una coma para contárselo a mis amigos.
Sobre todo en invierno cuando hacía un frío que pelaba. Así que mi
“cruzada” al volver a casa iba a ser conseguir que mi madre me
comprara pantalones largos. Pero en aquel entonces la puesta de largo
se dilataba hasta los quince años. ¡Nada más ni nada menos!
105
Las tiendas de “Do-iT-
Yourself” (Bricolaje) funcionaban
a las mil maravillas en las
grandes ciudades, y Londres era
una de ellas.
106
Algunos sábados por la mañana paseando por el parque de
Anerley me preguntaba cómo podíamos llamar parque al
“Tontodromo”. El
parque de Anerley
era algo distinto e
inédito para mis
pupilas. En primer
lugar, era un parque
extenso, lleno de
flora y fauna, muchos
árboles y zonas
verdes, innumerables
ardillas que vivían en ese parque, como en otros muchos parques de
Londres, que además venían a comer de tu mano. Las veías por todos
los lados, trepando y bajando, saltando de un árbol a otro y jugando,
como si de monos se tratara. Pero lo que más me llamó la atención es
que había una pista de esquí en las laderas de los montículos de
hierba. Habían puesto una especie de alfombra hecha de paja sintética
y la gente bajaba por las laderas esquiando. El parque de Anerley
alojaba un gran lago artificial con varias islas donde íbamos a pescar
sin muerte, en estas islas se alzaban y se siguen alzando unos enormes
dinosaurios hechos de hormigón.
107
habilidades balonpédicas y me llevaban a todos los partidos que
jugaban contra otras pandillas. Por supuesto que disfrutaba muchísimo
jugando con ellos y en aquellos espléndidos campos de hierba, pero yo
notaba que me faltaba algo. Me di cuenta que aquellos partidos no
eran tan intensos como los partidos que jugábamos en Los Hermanos.
¡Qué intensidad! Acabábamos un partido y comenzábamos otro. Eso
por la mañana, por la tarde repetíamos. O cuando jugábamos en la
Campa del Sordo, o en el campo circular (patio interno) de Albiz o
bajábamos hasta Simondrogas a retar a los de Simondrogas.
Todos los años tienen algo de especial. ¡1.968 iba a ser muy
intenso con la aparición de Masiel y Urtain en escena, así como el
Mayo Francés!
108
Capítulo XIII
MASIEL, URTAIN, EL MAYO FRANCÉS y EL BOOM INMOBILIARIO
109
Por todos los rincones de los municipios del País Vasco se
construían bloques de viviendas, fábricas y talleres. Sestao no fue
ajeno a estos cambios inmobiliarios e industriales y zonas
emblemáticas para los chavales, y no tan chavales, como la Sierra, y
con ella nuestra querida Campa del Sordo, desaparecieron para alojar
al instituto nacional de enseñanza, la Campa del Indiano dio paso a
bloques de pisos y con ella nos llegó la Biblioteca, lugar de estudio,
lectura y encuentro de chicos y chicas, que fue trasladada desde la
calle de La Iberia hasta la plaza del Casco. Otros edificios
emblemáticos, que tampoco aguantaron la embestida inmobiliaria y
que cayeron, fueron los Baños Públicos, el Arco de la Campa de San
Francisco, el edificio de Artes y Oficios, y la zona de la Benedicta, que
se utilizó como desguace de barcos para alimentar los hornos altos de
Sestao y Baracaldo.
110
Se edificaba por cualquier rincón
de la geografía de nuestro minúsculo
pueblo. Se dinamitaba todos los días de la
semana. Siempre había algún peñasco
que quitar del medio para construir una
casa, una calle, el depósito de aguas o
para construir otras instalaciones
necesarias para satisfacer las necesidades
de una población que día a día
aumentaba por doquier.
111
En primer lugar España gana su primer Festival de Eurovisión
con la canción “La, la, la”, canción que debía haberla cantado Joan
Manuel Serrat, pero Serrat se enfrentó al régimen porque quería
cantar la canción en catalán y el régimen de Franco no se lo permitió.
Serrat perdió el pulso y la canción escogida por el jurado de Televisión
Española se la ofrecieron a Masiel, apodada “La Tanqueta de Leganés”.
Masiel salió al escenario del Royal Albert Hall de Londres la noche del 6
de abril dispuesta a cautivar los corazones de todos los europeos
occidentales, ya que la Europa del este, con la autocracia impuesta por
Leonid Brézhnev, no podía participar en dicho certamen. Aquel
memorable 6 de abril todo el país estaba delante del televisor para ver
ganar a la jovial y alegre Masiel, vestida por el diseñador Courregues.
Según los expertos musicales de la época Masiel era una de las
favoritas junto a Cliff Richard, y España con Masiel jugó la final y la
ganó. Masiel derrotó con 29 votos a Cliff Richard, que para muchos
entendidos, había sido mejor que “La Tanqueta de Leganés” con aquel
“Congratulations”. Pero para nosotros, todavía con la tele en “blanco y
negro”, aunque aquel Festival de Eurovisión ya se retransmitió en color
en algunos países, fue la mejor. Durante todo el verano, en las fiestas
populares, verbenas y guateques no se paraba de cantar el “La, la, la”.
Pero tras la victoria de Masiel nos llegó el Mayo Francés y la
Primavera de Praga. En España y en el País Vasco esta Revolución del
68 no pasó de huelgas y manifestaciones que los trabajadores y la
lucha obrera intentaban organizar; lucha que fue fuertemente
reprimida por el gobierno de Franco. Algunos grupos de izquierda
intentaron agrupar a las movilizaciones universitarias que se estaban
llevando a cabo y que tenían vínculos y contactos con jóvenes
españoles residentes en París, Londres y Estados Unidos, a los que
unos pocos años después yo me uniría.
112
Aquel Mayo Francés ya había comenzado en España unos años
antes, concretamente en 1.965, cuando Enrique Tierno Galván, el que
fuera alcalde de Madrid, entre otros muchos, fue expulsado de su
cátedra por pedir derechos democráticos y mejoras para los
trabajadores españoles. Y no empezó en París como muchos creen. Sin
lugar a dudas París fue el ojo del huracán, y donde se consiguió la
deseada victoria. El Mayo Francés significó la rebelión mundial de
1.968 contra el autoritarismo y las costumbres. Los jóvenes de los
países del mundo se rebelaron contra los gobiernos de aquella época
por diferentes razones. En España, y concretamente en el País Vasco,
contra el Régimen Franquista, y en pro de las mejoras y libertades de
la clase obrera oprimida. En Polonia supuso el comienzo de la caída de
los soviets. Los jóvenes de Estados Unidos se manifestaron contra la
Guerra de Vietnam. Y en París, el foco de la movida, se originó dentro
de la propia universidad, en aras a conseguir la reforma universitaria.
113
Pero no iba a ser todo tan “gris” en aquel 1.968. Un tal
“Urtain”, de Zestona, que levantaba pesadas piedras con sus dos
manos y que le daba un tortazo a un buey y lo dejaba KO apareció en
escena para convertirse en boxeador profesional. La gente del País
Vasco y del resto de España se encandilaría con este púgil. Y entre
tanto Este Pueblo crecía como la espuma.
114
Capítulo XIV
LA DISCIPLINA DEL PARTRONATO
115
sin mediar palabra nos echó al pasillo. Sin rechistar salimos al pasillo,
temerosos del “monitor de disciplina”, porque ¡daba unas leches!
116
a la taza del inodoro, en cuclillas, por si las moscas, y por si Javi miraba
por debajo de la puerta … ¡Era el temible Javi!, y se oyó, “Salid de ahí
por donde habéis entrado ahora mismo”.
117
mesa, y allí firme, como un buen soldado, le dije, “no se la voy a dar a
mis padres, si quieres se la das tú o la mandas por correo”.
El vino hacia mí y me arreó tal sopapo que resonó por todo el
colegio. Volvió a coger la carta, me la quiso dar, yo no la cogí y me dio
otra hostia. Y así hasta catorce tortazos. Y yo allí de pie estoicamente,
recibiendo hostias a diestro y siniestro, y sin llorar. Sabía que eso le
jodía. Al darme la última hostia rompió la carta despacito en mil
pedazos y me dijo, “vale, no se la vas a entregar a tus padres, de
momento, pero como en el próximo examen de mate no saques un
siete o más, te doy el doble de hostias y se la entregas a tus padres
aquí, delante de mí”.
Ni que decir que en el siguiente examen no saqué un siete, sino
un ocho, y calladito durante las clases.
118
Pero en esta vida todos estamos de paso y el tiempo lo cura
todo. Y así llegó otro verano en Inglaterra.
119
Capítulo XV
EL PRIMER ASESINATO DE ETA
121
nacional, y por supuesto en el ídolo vasco del momento, del quién yo,
allí en Londres, me sentía muy orgulloso cuando me preguntaban si
aquel “morrosko” hacía las cosas que la tele decía de él. Yo a veces las
exageraba y decía que llegaría a ser campeón del mundo de los Pesos
Pesados batiendo a Cassius Clay.
122
Vasco era frecuentado por muchos exiliados españoles y vascos, que
durante los años venideros aflorarían por diferentes caminos de la
vida.
123
Capítulo XVI
LLEGADA DEL HOMBRE A LA LUNA y EL INSTITUTO
1.968 acabó sin pena ni gloria. Los tres meses y medio que
habían transcurrido de curso fueron suficientes para ver lo que se
cocía en el Instituto.
124
El Instituto de Sestao estaba jerarquizado por miembros de la
Falange Española, y en las aulas, algunos de nuestros compañeros
pertenecían a dicha organización. Algunos de aquellos que salían a
desfilar por el pueblo con la camisa azul, con sus tambores y
trompetas, estaban allí, junto a mí, devotos al Caudillo y a su régimen.
125
«destemplado, poco humilde, mal educado, desdeñoso y sin mano
derecha».
126
llevas ahí?” Nosotros les mostrábamos la correa del reloj, y casi
siempre dábamos la misma respuesta, “Es la bandera italiana”.
127
Un buen día decidí no asistir a su clase nunca más. Lo cual fue
aún peor. Hablé con mis padres, quienes no estaban de acuerdo
porque sabían lo que pasaría. Lo pensé durante unos días y tiré para
adelante y dejé de asistir a la susodicha clase. Al cabo de unas cuantas
faltas el jefe de estudios, el Señor “Torquemada”, me llamó a su
despacho. Al entrar vi que me estaba esperando un panel de
“inquisidores”. Este grupo de profesores estaba compuesto por la
mujer del jefe de estudios, profesora de Lengua y Literatura, el
profesor de gimnasia, él “rubio”, bien parecido, casi todas las chicas
estaban enamoradas de él, el director del centro, el profesor de
Plástica, un aliado mío junto con la mujer del jefe de estudios, y por
último, pero no menos importante, el profesor de FEN. El jefe de
estudios se dirigió a mí, como siempre, muy exaltado y nervioso, y me
preguntó, “¿Por qué no asistes a clase de FEN? ¿Sabes que te podemos
expulsar del Instituto y te podemos meter en el Libro Negro de
Educación? Permanecí en silencio un buen rato mirando y observando
aquellas caras, que no pretendían nada más que asustarme, aunque
no lo consiguieron. Allí, firme, como en el ejército, permanecí mirando
fijamente al profe de FEN y a los demás y dije, “Creo que no debo
asistir a esa clase más y así lo he decidido con el beneplácito de mis
padres. Por consiguiente, hagan lo que quieran pero no voy a asistir a
esa clase nunca más. Además creo que vulnera mis derechos
personales”. Decir esto y el jefe de estudios se me echó encima, y con
las manos abiertas, empezó a abofetearme. El jefe de estudios tendría
unos sesenta años, un hombre pequeño, falto de músculos y fuerzas,
muy nervioso, y que siempre estaba gritándonos y dándonos órdenes.
No paraba de darme bofetadas, así que al cabo de unas bofetadas le
agarré de las manos y le dije, “Oiga si me vuelve a dar una bofetada
más le parto la cara”. Antes de soltarle las manos su mujer se levantó
128
apresuradamente al ver el tinte que tomaba aquella situación, y le dijo,
“estás loco, el chaval no te ha hecho nada, para quieto, por Dios”.
129
cantando" por España, la británica Lulu con el tema "Boom Bang-a-
bang", la holandesa Lenny Kuhr con "De Troubadour" y, finalmente,
Frida Boccara por Francia con "Un Jour, un Enfant". Fue la primera vez
que tenía lugar un empate por el primer puesto, y no existía ningún
tipo de reglamento al respecto. Por ello, se consideró a los cuatro
países vencedores, lo que originó dificultades a la hora de otorgar los
galardones a los vencedores. En directo se dio el trofeo a cada una de
las cuatro intérpretes ganadoras, y los respectivos premios para los
compositores que fueron entregados una vez finalizado el festival.
Todo esto motivó la queja de muchos de los países participantes.
Vi la llegada del
hombre a la Luna en
130
Londres el 21 de julio de 1.969. Observé en aquel televisor Phillips
como el comandante Neil Armstrong, y Buzz Aldrin, de la misión Apolo
11, caminaban por la Luna.
131
pensaban que aquellos chavalotes no hacían más que ruido, que
aquello no era música, que la música de verdad eran los pasodobles y
las rancheras. Y tampoco llevaría el uniforme de gimnasia del instituto,
camiseta roja y pantalón azul para correr alrededor del instituto o para
hacer deporte en el gimnasio. Ni jugaría a pelota mano en el frontón
de los Hermanos para después, bien sudado, oír aquellas historias tan
fabulosas que Serafín, sentado en una esquina, haciendo pelotas de
mano, nos contaba y que nosotros escuchábamos muy atentos. Y lo
más tremendo y peor de todo era no poder disfrutar de la vida
familiar.
132
Capítulo XVII
EL PRINCIPIO: EL EXILIO
134
camino de vuelta hasta Sestao por el mismo paraje que la ida. Al llegar
a la Protectora le contó a mi madre lo que le había dicho su amigo.
135
de Inglaterra. Mi padre estaba bien considerado en la fábrica y todo el
mundo le apreciaba, jefes y obreros. En aquel entonces la Babcock &
Wilcox de Sestao fabricaba cámaras espirales de turbinas hidráulicas,
tractores, camiones, todo tipo de calderas, vagones de trenes y
aquellas impresionantes locomotoras negras a vapor que parecían
seres de otra galaxia. Llegó a la fábrica cuando estaba saliendo el turno
de noche y el de mañana estaba entrando. Esperó en el taller donde
trabajaba hasta las nueve de la mañana hasta que este jefazo llegó.
Cuando la secretaria le comentó que mi padre quería hablar con él no
dudo ni un segundo en recibirle. Le dijo a mi padre que no se
preocupara, que le iba a echar una mano en todo lo que pudiera y que
estaría en contacto con mi abuelo, Manuel.
136
escalas en varios puertos. Los del sindicato han estado hablando con el
capitán y está de acuerdo en llevaros a ti y a tu mujer, pero no a las
niñas. De verdad, convencerle para que lleve a tu mujer ha sido muy
difícil, créeme. Cuando le comentamos que estaba embarazada de
cinco meses se cerró en banda y dijo que no”. A mi padre se le partió el
alma al oír esto, y se echó a llorar.
Lorenzo recalcó, “Bigotes, da gracias que le pudimos convencer
de que lleve a Petra”. Mi padre le dio las gracias y marchó pensativo,
preocupado y triste de vuelta a Sestao. ¡Dejar a sus hijas! Él estaba tan
unido a sus hijas que el mundo que intentaba construir se le vino
abajo. Mil preguntas se le vinieron a la cabeza. ¿Qué pensaría mi
madre? ¿Con quién se quedarían las niñas? ¿Qué trauma les
provocaría esto? ¿Querría mi madre irse con él? ¿Sería peor irse? Si no
lograban llegar al barco y les cogían, ¿a qué penal les mandarían? ¿Qué
iba a suceder a su familia?
137
Babcock & Wilcox, y a mi tío Pascual, que también trabajaba en dicha
empresa como calderero, que en cuanto se incorporaran al trabajo
hablaran con aquel jefe de la Babcock & Wilcox con el fin de informarle
de que el barco que mis padres debían coger no iría a Inglaterra sino a
América. Por fortuna la B&W tenía la fábrica matriz en Nueva Jersey,
EE.UU. y tenía talleres en el puerto de Nueva York para dar salida a los
muchos pedidos de calderas para barcos que se montaban en dicho
puerto.
138
de las Canteras hasta el Barracón, y de allí hasta la Cruz de Cueto
donde uno de los hermanos de mi padre, Arturo, estaría vigilando por
si había moros en la costa. El otro, Pascual, estaría apostado a la
entrada de La Protectora para dar la señal, si hubiere o notare algo
extraño encendiendo un cigarro.
Mi abuelo, sentado
en una esquina, tenía la
oreja pegada a aquella radio
de madera tratando de
sintonizar y oír Radio
Pirenaica. Allí en aquel
sótano, rodeados de jaulas
de conejos y gallinas,
permanecieron durante un buen rato sin hablar, mirándose y tratando
de darse ánimos. Al llegar la hora mis cuatros tíos junto con mis padres
se despidieron de mis abuelos y de mis hermanas que lloraban
desconsoladas. Las pobres no entendían porque mis padres se iban sin
ellas. Aunque les habían dicho que era durante unos días ellas no se lo
creían, habían visto y oído mucho.
139
De casa de mis abuelos se dirigieron al puerto de Santurce por
la ruta que había trazado mi tío Arturo, a través de la Plaza de San
Pedro, bajando por las campas de Markonzaga, cruzando la cuesta de
Galindo y adentrándose en Las Camporras, buscando el cobijo de los
árboles y las mil y una huertas que las Camporras alojaban. Al Llegar a
Cabieces bajaron hasta Mamariga, también entre campas y huertas. La
estación de trenes, donde serían introducidos en un tren de
mercancías que les llevaría hasta las entrañas del puerto, no estaba
lejos. Al llegar a la estación dicho tren estaba llegando y tenía que
hacer el cambio de vías manualmente. En cuanto el tren paró mis
padres besaron a sus hermanos y cuñados y subieron al tren para
abordar el barco que les llevaría a la libertad.
Aquel lunes fue muy largo, sobre todo para mi madre, que me
llevaba en sus entrañas, capeando el vendaval, no solo político, social y
policial sino también el meteorológico, padeciendo aquel temporal de
lluvia y frío que arreciaba en toda la península Ibérica.
Todo lo que sucedió dejó a la familia muy marcada. Todas las
Navidades posteriores que pasaríamos todos juntos las disfrutábamos
como si fuese la última.
140
tuvieron que poner a él y a su hermano Pascual en aquel barco rumbo
a un destino desconocido: Rusia, Bélgica, Francia, Inglaterra…
141
Capítulo XVIII
LA TRAVESÍA DEL ATLÁNTICO
143
la fábrica de Galindo para la República de Uruguay. La GEE en aquel
entonces empleaba a más de cuatro mil obreros.
144
Todo aquel tiempo que estuvieron en aquel navío, el “Cabo No
Sequé”, porque la mayoría de los barcos de aquella naviera
empezaban por “Cabo …”, mi padre le enseñaba a mi madre algo de
inglés. Mi madre decía que era muy difícil pero lo intentaba con ansias
porque los Estados Unidos iban a ser su nuevo hogar.
Ya cansados se dirigieron al
camarote, aunque no pudieron
pegar ni ojo aquella noche.
Nerviosos por lo que iban a
encontrar en aquella isla. Mi
madre no paraba de decir, “¿y si
nos devuelven a España?”. Mi
padre la respondía, “no creo que
nos devuelvan a España. Ya te ha
comentado el capitán que
tenemos muchos puntos a favor,
además tu estas a punto de dar a
luz, y el representante de la B&W
estará en esa isla esperándonos.
145
No te preocupes y duerme un poco que mañana nos espera un día
duro”.
146
Mi madre, agarrada fuertemente al brazo de mi padre, no
dejaba de mirar a aquella pobre gente, que como ellos habían dejado
su hogar, por la causa que fuere, para empezar una nueva vida. En la
barcaza no había más de veinte personas, la mayoría europeos.
147
Capítulo XIX
LA ISLA DE ELLIS, NY
148
unos diez mil emigrantes al día. La Isla de Ellis se cerró en noviembre
de 1.954, apenas un mes después de que mis padres pasaran por ella.
Permaneció abandonada hasta que en 1.965 el presidente Lyndon
Johnson la declaró Monumento Nacional bajo la jurisdicción del
Departamento de Parques Naturales, fue rehabilitada y se abrió al
público en 1.990 como museo a la emigración por la importancia que
esta ha tenido en todos los ámbitos de los Estados Unidos.
Los emigrantes, entre ellos mis padres, debían pasar una serie
de inspecciones médicas y legales antes de pisar los muelles de
Manhattan Sur, si no pasaban las susodichas inspecciones eran
deportados a sus países de origen en caliente. La mayoría de estos
emigrantes huían de la persecución religiosa, la opresión política y de
las penurias económicas que reinaban en Europa, sobre todo en el sur
de Europa. Algo que nos es familiar actualmente.
149
convencidos de que no pasarían dicha inspección y que serían
devueltos a sus países de origen.
La treintena de personas que iban en la barcaza
desembarcaron al llegar al pequeño muelles de la Isla de Ellis. En tierra
había un funcionario de emigración que no paraba de decir, “women
and kids on this side, and men on the other side”. Casi nadie entendía
lo que aquel hombre decía salvo mi padre. Mi madre preguntó a mi
padre, “Luciano, ¿Qué dice? Mi padre la respondió que estaba diciendo
que las mujeres y niños se pusieran a la derecha y los hombres a la
izquierda, a lo cual mi madre se echó a llorar. “¿Por qué nos separan?
Pregúntale. Yo no quiero separarme de ti”. Mi padre se acercó al oficial
de emigración y le preguntó. El hombre muy amablemente, al tiempo
que escribía en la solapa del abrigo de mi madre las iníciales “PG”, le
explicó a mi padre que iban a pasar unas inspecciones que durarían
entre tres y cinco horas, que era algo rutinario, que no se
preocupasen, que las iníciales significaban “Embarazada”. Mi padre
también le comentó a aquel amable policía que mi madre no hablaba
inglés y que si podía estar con ella para traducir lo que la preguntaban
con el fin de calmarla. El oficial de emigración, quién estaba
gratamente contrariado por el buen inglés de mi padre, le dijo que eso
no era posible. Siguió hablando con mi padre durante unos minutos
más hasta que otro oficial de emigración les llevó hasta la Secretaría
donde empezaba la inspección.
En dos filas, hombres y mujeres con niños, iban pasando por las
diferentes dependencias donde unos doctores, doctoras y enfermeras
comprobaban el estado de salud y mental de los emigrantes. Al acabar
las pruebas mentales y médicas pasaban a otras dependencias donde
la policía de emigración, la “Migra”, comprobaba el estado social de
los emigrantes.
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Las pruebas que se realizaban eran varias y a los emigrantes se
les ponía los correspondientes signos con tiza en la solapa de los
abrigos para que los doctores supieran en que condición llegaban.
Tales inspecciones comenzaban nada más llegar los emigrantes. Ya en
la cola los policías comprobaban si las personas cojeaban al subir las
escaleras hasta el primer piso, donde se llevaban a cabo las
inspecciones, comprobaban si se cansaban y respiraban mal
acarreando su equipaje. Si veían que algún emigrante tenía algún
problema ocular, cojera, problemas de piel, cuero cabelludo,
respiraban mal, o si las mujeres estaban embarazadas, el caso de mi
madre, les marcaban con tiza un signo en la solapa y eran sacados de
la cola y llevados a un cuarto especial, y si la enfermedad era grave o
contagiosa les enviaban al hospital. El oficial o el médico que estaba a
cargo de la inspección de la fila india solamente disponían de seis
segundos por persona para observar a los emigrantes. Si el inspector
médico decía que se trataba de una enfermedad incurable o crónica el
emigrante era devuelto al puerto de origen.
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resolvieran problemas aritméticos sencillos, o que contaran hacia
atrás, comenzando desde 20. Que sumaran dos más tres. A las mujeres
les preguntaban de qué manera fregarían las escaleras, si de arriba
hacia abajo o de abajo hacia arriba. Si no daban la respuesta correcta
se les retenía para una segunda inspección.
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Capítulo XX
LA INSPECCIÓN MÉDICA
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nómina, también le dio un sobre con dinero, un adelanto hasta que
cobrara la primera paga.
Después de unos cuarenta minutos llegaron a Bay Street donde
se encontraba el susodicho piso. El Sr. Williams les llevó hasta la
tercera planta, ¡era la primera vez que subían en un ascensor!
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Uno de los ingenieros que lo diseñaron, Alejandro Goicochea
(Posteriormente diseñaría el vanguardista tren Talgo), con la
colaboración del Teniente Coronel Alberto Montaud Noguerol, artífice
del proyecto, y Pablo Murga, se pasó al bando Nacional entregando los
planos, y con ellos la posición y localización exacta de todos las
baterías antiaéreas y cañones. La Legión Cóndor alemana y la Aviación
Legionaria italiana aprovecharon aquella detallada información para
destruir el Cinturón de Hierro. Muchos de los soldados del “Eusko
Gudarostea” cayeron en aquellos ataques aéreos. Nadie comprendía
cómo durante tantos meses el Cinturón de Hierro había sido
inexpugnable aguantando un ataque aéreo tras otro y en tan solo unos
pocos días cayó.
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El Sr. Williams le dio a mí padre un mapa con la dirección en la
que tenía que presentarse a las seis de la mañana al día siguiente, la
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cual estaba a unas pocas manzanas calle abajo.
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