Vous êtes sur la page 1sur 160

Aquella Escuela,

Este Pueblo,

Sestao
Charles Rivera

1
NOTA DEL AUTOR
AQUELLA ESCUELA, ESTE PUEBLO … SESTAO
es solo un libro que trata de
entretener, y mantener vivos unos hechos que
sucedieron en una época de convulsión social y
política, y que deben recogerse en la Memoria
Histórica de este país. Por lo tanto, este libro debe
considerarse como lo que es, un libro que trata de
entretener y divulgar las hazañas pasadas por el
personaje que aparecen en el libro en distintos lugares de la geografía
del país vasco y en otras ciudades del mundo;
personaje con el que cualquiera puede
identificarse. También, algunos de los nombres,
personajes e incidentes que se citan en este libro
son producto de la imaginación del autor,
intentando ser respetuoso con todas las
sensibilidades. Además, cualquier similitud con
personas reales, que estén vivas o muertas, son
mera coincidencia, y por supuesto, que los
lectores saquen sus propias conclusiones.
Mis agradecimientos a Luis Casas por su encomiable labor de
recoger y clasificar fotos antiguas de Sestao.

¡Mi más sincera admiración por Don Anastasio!


2
Índice

Capítulo
I. Las Ansiadas Cajitas de Pastas
II. Visita del Caudillo a Sestao
III. El Casco, la Fiesta de San Pedro
IV. Alquitranado de las calles de Cueto
V. La Sierra, el Sordo, la Cueva del Moro y
La Fábrica de las Canteras
VI. Nuestras excursiones de verano y los
gitanos
VII. El desarrollo Urbanístico, el Boom
Inmobiliario y FEN
VIII. Las Navidades en Familia
La Semana Santa, la Tele de Vicen y
IX. Mi “Tía” Margaret.
X. Mi Primer Verano en Londres y la
Ley Orgánica del Estado
3
XI. El primer autobús directo Bilbao- Sestao
y el Patronato
XII. Recogida de la Basura, Instalaciones
Deportivas y la Disputa de Gibraltar
XIII. Masiel, Urtain, el Mayo Francés y
el Boom Inmobiliario.
XIV. La Disciplina en El Patronato
XV. Urtain y el Primer Asesinato de ETA
XVI. Llegada del Hombre a la Luna y
los Poderes Fácticos en los Institutos
XVII. El Principio, el exilio
XVIII. Travesía del Atlántico
XIX. La Isla de Ellis, Nueva York
XX. La Inspección Médica

4
Capítulo I
LAS ANSIADAS CAJITAS DE PASTAS

Vagamente recuerdo 1964 fue un año bisiesto y que tenía


unos nueve años, porque había hecho la comunión y porque faltaba
muy poco para que acabara el curso escolar. Para ser exacto era el
veinte de junio, y las autoridades locales nos iban a dar las anheladas
vacaciones de verano, y con la llegada de las vacaciones todas las
escuelas del pueblo se concentraban en el centro del campo de fútbol
del pueblo, Las Llanas, sito en la Alameda de las Llanas, y que los

5
mayores no paraban de hablar del robo al tren de Glasgow, que nadie
o casi nadie había oído aquel nombre antes, ni tan siquiera sabían
dónde estaba Glasgow, pero que estaba en boca de todo el mundo. Así
que, ese día nos vestíamos con la ropa de los domingos, nos alineaban
como tropas militares, con el brazo derecho extendido y la mano
encima del hombro del compañero de delante, entonábamos un Cara
Al Sol frente a las fuerzas vivas del pueblo, (los poderes fácticos de hoy
en día) es decir, el clero, el gobierno municipal, encabezado por el
alcalde Sr. Jesús, y por supuesto, los representantes franquistas locales
de la O.J.E y de la Guardia Civil quienes nos daban la charla pertinente,
¡ah!, eso sí, al acabar la
susodicha charla nos
obsequiaban con aquellas
exquisitas y tan apreciadas
cajitas de pastas que
nosotros tan
apresuradamente
llevábamos a casa aquel
sabrosísimo manjar como si fuera un gran tesoro. Y por supuesto que
lo era, porque debíamos esperar otro curso para poder saborear tan
anheladas pastas.
Así que haciendo memoria, sería el siete de junio, porque todos
los chavales de Sestao estábamos absortos y centrados en la recogida
de madera, muebles viejos y cualquier material que pudiera arder en
la Sanjuanada del día 23, con el fin de competir contra los otros barrios
del pueblo. El Sol, Albiz y Rebonza eran los barrios a batir, ya que
siempre hacían las Sanjuanadas más grandes, aunque las madres de
Cueto siempre hacían el mejor chocolate y la gente de los demás
barrios siempre acababan haciéndonos una visita para degustar tan

6
sabroso chocolate. Aquellas Sanjuanadas eran tan grandes que
tardaban hasta tres días en apagarse.
Por otro lado todo el mundo estaba enganchado a las
canciones pegadizas de los Beatles, que eran la atracción mundial del
momento y salían mucho por aquella tele en blanco y negro. Sus
canciones eran tan pegadizas que hasta mi abuela, mi madre y mis
hermanas las tatareaban. Y aquel día siete de junio de 1.964 no iba a
ser menos y la tele sacó a los Beatles dando un paseo en barca por los
canales de Ámsterdam, Holanda. Ni que decir tiene que la noticia no la
vimos por la tele, sino que la oímos por la radio, ya que en aquel
entonces muy pocos tenían televisor. Para nosotros Holanda era un
lugar muy lejano, maravilloso y muy democrático donde todo el
mundo era alto, guapo y rubio.
Por la mañana, sobre las nueve, como siempre, bajamos a la
escuela, sita en la parte baja del pueblo, que se llamaba como un
general de esos, que habían luchado con Franco en la Guerra Civil
Española y que murió al estrellarse la avioneta en la que viajaba hacia
Pamplona en Alcocero de Mola, Burgos, y que mis padres
mencionaban tanto, pero que yo no sabía de que iba la movida, y que
todo el mundo, incluso los maestros la llamaban como el barrio donde
está situada “Rebonza”. Y yo, pobre de mí, de camino a la escuela
siempre me preguntaba, “si todos llamamos a General Mola
“Rebonza, ¿por qué han puesto a nuestra escuela el nombre de ese
General tan odiado?.
Aquel día hacía bastante calor y el sol pegaba con fuerza en el
patio de Rebonza. A las nueve menos cinco de la mañana, antes de
subir a nuestras respectivas clases, nos alineaban por clases, en filas
militares, como en el campo de fútbol de Las Llanas, para cantar el
“Cara al Sol” y vitorear varias veces “Viva Franco, Viva España y Viva

7
Cristo Rey”, y una vez concluido el “show” subíamos en fila india, en
absoluto silencio, los quince peldaños que había hasta la puerta de los
niños, ya que las niñas estaban separadas en el ala sur, y de allí
continuábamos de uno en uno, sin chistar palabra, bajo castigo severo,
hasta el aula correspondiente.
Aquella mañana transcurrió como siempre,
sin sobresaltos, bueno cuando alguien no se sabía la
lección el profesor y director Don Luis sacaba unas
varas de avellano, escogidas a posta para su
cometido, y nos asestaba unos varazos en las manos
que ni el ajo que nos untábamos en las manos para
mitigar el dolor funcionaba, mejor no recordar
aquellos “inolvidables” momentos.
A las once en punto salíamos al recreo, pero antes de salir a
aquel patio en rampa, un patio que no tenía nada, ni porterías de
fútbol, y mucho menos los aros para jugar al baloncesto, que era un
deporte relativamente seguido por muy pocas personas y que
nosotros pensábamos que era un deporte de chicas, nos daban un
vaso de leche en polvo
caliente para que nos
fortaleciera los huesos y nos
ayudara a crecer. A casi
nadie le gustaba aquella
leche, a mí en cambio me
gustaba muchísimo y
siempre pedía otro vaso.
Creo que conmigo si
funcionó aquella leche
milagrosa porque llegué al
metro ochenta y tres. Cuando llovía no nos dejaban salir al patio y nos
8
dejaban jugar en los largos pasillos. Algunos nos metíamos en el baño
para llenar de agua aquellas enormes pilas y retarnos a ver quien
aguantaba más con la cabeza debajo del agua.
Salíamos a comer a casa sobre la una de la tarde, ya que
tampoco existían los comedores escolares, para volver a la escuela a
las tres de la tarde, pasando por todo el protocolo patriótico del Cara
al Sol y la referencia militarista, y así hasta las seis de la tarde que nos
íbamos a casa con los temidos y odiados deberes, aunque antes
teníamos tiempo para ir al Eusko Lorak a entrenar para salir bailando
en la Primera Bajada a Simondrogas, que se celebró en 1.967.

9
Capítulo II
VISITA DEL CAUDILLO A SESTAO

Aquella tarde de junio, al entrar en clase, vimos


unas banderas españolas a todo color, en DIN A4,
encima de la mesa de Don Luis. Todo el mundo se
preguntaba si íbamos a tener un “guateque” o una fiesta de fin de
curso. Se hacían apuestas de todo tipo, incluso alguien dijo que las
banderolas eran para la fiesta de San Pedro, patrón del
pueblo, que se celebra el veintinueve de junio. ¡Nada
más lejos de la realidad!
Cuando Don Luís abrió la puerta y entró todo el
mundo se levantó respetuosamente, como era habitual y
obligatorio, y esperamos a que Don Luís se sentara para
posteriormente sentarnos nosotros. Entonces, Don Luís cogió las
banderolas y preguntó a Alfonso, “¿para qué crees que son estas
banderolas, Alfonso?”. Alfonso, mi compañero de pupitre, corpulento,
fuerte, y un tanto bruto, respondió, “para ponerlas en las tapas de los
libros, creo, Don Luís”. Don Luís se levantó y se dirigió al encerado.
Escribió en el encerado la palabra “Caudillo” y tras una breve pausa
nos preguntó si sabíamos quién era el “Caudillo”. Todo el mundo, en
ese instante, se rió. Javier, cuyo padre había luchado en la Guerra Civil,
con el bando franquista dijo, “el Caudillo es el General Franco que ganó
la Guerra Civil contra los Rojos y que ha traído tanta prosperidad y paz
a España y a Sestao”.

10
Nadie dijo nada en
contra de tal afirmación. Yo
había oído a mis padres otra
versión muy diferente y no
estaba de acuerdo, pero,
quién decía algo en Aquella
Escuela, máxime cuando
nuestros padres nos habían
instruido a no decir ni pio
fuera de casa sobre temas
políticos.
Don Luís siguió con
su charla y entonces nos dijo
que el “Caudillo” nos iba a
visitar. Hubo un estruendoso
murmullo en el aula.
Nosotros equivocadamente
pensábamos que el
mismísimo “Caudillo” iba a estar con nosotros en nuestra escuela,
pero Don Luís fue más explícito y conciso y nos comentó, “el Caudillo
viene a visitar los Altos Hornos de Vizcaya el día 10 de junio y pasará
por la carretera de Santurce a Bilbao camino de las oficinas generales
de *Altos Hornos de Vizcaya sitas en Baracaldo. Así que os voy a dar
una de estas banderolas para que vuestros padres las pongan un
mango y el día diez las ondearemos cuando el Generalísimo pase por la
carretera de camino a las Oficinas de Altos Hornos. Pasado mañana (el
9 de junio) todos debéis traer las banderas con un palo encolado”.

11
Todos, chicos y
chicas, salíamos de clase
contentísimos con aquella
banderola a todo color, sin
saber lo que iba a suceder a
posteriori en la casa de
algunos de nosotros. ¡Eso
era harina de otro costal!
Después de la
escuela, como era habitual
en esos días, me quedé a
jugar a las canicas con mis
compañeros de calle.
Ganando y perdiendo los
cromos de los futbolistas de
aquella temporada. ¡Ahora
que echo la vista atrás y
recuerdo la de horas que
pasábamos jugando a las canicas y a otros juegos en la calle y veo
como han cambiado los tiempos y los gustos de los niños!

Llegué a casa sobre las siete menos cuarto, mi padre no había


llegado aún, ya que estaba trabajando en la fábrica, como la mayoría
de los hombres de aquella época.

12
Al llegar a casa saqué aquella banderola roja y gualda y se la
enseñé a mí “Ama”. Mi madre me preguntó mirando a la bandera con
una mirada de rabia, espanto y resignación que yo nunca antes había
visto en su semblante, “¿de dónde has sacado eso?”. Yo la expliqué lo
que Don Luís nos había
comentado esa tarde en
clase. Ella no dijo nada y
siguió con sus labores
domésticas, pero yo intuía,
conociendo a mi madre, que
aquella bandera de España
no le había gustado nada,
nada, nada en absoluto, era
muy visceral en temas políticos.
Mis hermanas aún no habían llegado a casa. Al cabo de un rato
mi hermana “Chus” llegó con otra banderola y dio la misma
explicación. Mi hermana “Loli”, la mayor, solía llegar a casa tarde
porque trabajaba para un reconocido sastre de la localidad que
posteriormente supimos que estaba muy apegado al Régimen
Franquista. Viendo que a mi madre no le había hecho mucha gracia lo
de la banderola, salí de casa con la bandera a esperar a mi padre
sentado sobre un peldaño de la antigua Cruz de Cueto.
Mi padre llegaba a casa sobre las siete y cuarto de la tarde de
trabajar. No era un hombre chiquitero y siempre tomaba un par de
vasos de vino en la cocina de casa antes de cenar. (El padre era la
figura más respetada en casa, y una bronca de tu padre era peor que
diez zapatillazos de tu madre en el culo).

13
Y allí sentado sobre el
peldaño de la Cruz de Cueto, uno de
los iconos de Sestao, esperé a mi
padre como otras tantas tardes,
recordando todo lo que mi padre me
había contado de la primera Cruz de
Cueto, que se colocó, allí en lo alto
del pueblo, en el año 1.850, para
recordar a todos aquellos que se
había llevado el cólera, y para que los
que se habían curado no se olvidasen
de que aquella enfermedad infecto-
contagiosa intestinal aguda azotó
Vizcaya en los años 1.850, 1.860 y en
1.870.
Citando las explicaciones de
mi padre, esta emblemática cruz, tan querida por el pueblo, fue
derribada varias veces por distintas razones políticas. Una de ellas fue
que las fuerzas vivas del pueblo estaban divididas entre Carlistas,
Republicanos y Anarquistas, y unos defendían la cruz como símbolo
divino y otros querían otra clase de símbolo más apropiado a sus
creencias políticas. Así que en 1.873 se colocó una nueva de hierro
forjado que fue derribada en 1.933 por Crispiño, uno de Simondrogas,
quién la hizo pedazos y se la llevó a la chatarrería de Simondrogas a
lomos de su burro. Posteriormente se levantó una nueva en 1.944, que
también fue retirada. ¡Pobre Cruz de Cueto! La que actualmente
campea en lo alto del barrio de Cueto es la última que se colocó hace
ya unas décadas.

14
Sentado en aquel
escalón de la Cruz de
Cueto, mirando fijamente
hacia Rebonza, un poco
más abajo, donde hoy está
sita la escuela de Cueto,
estaba el Barracón, una
especie de hospital
utilizado, según se decía,
para leprosos y/o
tuberculosos. En aquel
entonces desde la Cruz de
Cueto hasta la escuela de
Rebonza solo había
huertas, aparte del
Barracón. A mi derecha
tenía el túnel de
herradura, utilizado
durante la guerra civil como refugio contra los bombardeos, que
alguien utilizaba para sembrar
champiñones, a mi espalda estaba el
grupo de casas de la Humanitaria y la
Protectora, y el inolvidable puesto
verde de “chuches” de la “Abuela
Paula” al que todos los niños de la zona
íbamos a comprar, y allí, a lo lejos,
detrás de mí, estaba el Ayuntamiento
de Sestao; y a mi izquierda estaba el

15
Gran Lavadero que en verano utilizábamos como “piscina”. A esa hora
de la tarde había varias mujeres
lavando y otras se dirigían hacia él con
aquellos enormes baldes de ropa sobre
sus cabezas.
Al poco rato, vi a mi padre
asomar por el asilo. Mi padre era más
paciente en temas políticos, quizás
porque había estado exiliado en
Inglaterra durante la Guerra Civil
cuando era un niño y no había sufrido como mi madre, en sus propias
carnes, los avatares, penurias, odios, escaseces, la entrada de los
Nacionales y todas aquellas tropelías que ambos bandos llevaron a
cabo durante la contienda. Puedo asegurar que la gente que paso
aquella atrocidad quedó señalada de por vida.
Así que antes de que subiera a casa le expliqué a mi padre lo de
la banderola intentando conseguir un aliado.
“¿Qué pasa con una bandera de España que el “chiquillo” tiene
que llevar pasado mañana a la escuela?”, preguntó mi padre.
Mi madre le explicó lo que mi hermana “Chus” y yo le
habíamos contado y categóricamente dijo, “mis hijos no van a llevar
esa bandera por nada del mundo”.
A mí, en cambio, me hacía ilusión ondear la banderola, y de vez
en cuando intervenía diciendo, “pues la gente tiene banderas para
animar a la Selección Española en el Campeonato de Europa”.
Mi madre hacía caso omiso y seguía diciendo tozudamente,
“estos dos (refiriéndose a mi hermana y a mí) esta semana van a estar
malos; les llevo al médico y se quedan en la cama.”

16
Yo empecé a llorar y
mi padre dijo, “mejor voy a
la Sierra a por unas ramas
para hacer dos mangos”,
convenciendo a mi madre
de lo arriesgado que era
hacer lo que ella pretendía.
Mi madre al oír a mi padre
decir que iba a ir a la
“Sierra” a coger una rama
para las banderolas dijo,
“los chiquillos no van a
llevar ninguna bandera
franquista a la escuela.
Tíralas a la chapa”. Mi
hermana y yo cogimos las
banderas y nos fuimos a la
sala. Conociendo a nuestra
madre sabíamos que podían acabar en el fuego.
Aquel día presencié la primera discusión entre mis padres por
un papel pintado de rojo y amarillo. Al final mi padre y yo bajamos a la
Sierra, cogimos unas ramas y las pegamos a las banderolas. Y como mi
madre no estaba muy convencida, por si las moscas, las pusimos a
buen recaudo.

El día nueve de junio de 1.964, a las nueves menos cuarto,


todos los niños y niñas de Sestao llevaban una bandera española en
sus manos. Era impresionante ver a todos los niños de Sestao
portando y ondeando aquellas banderas de España en sus manos.

17
En la escuela los profesores nos preguntaron si nuestros padres
habían puesto alguna objeción.
Todos dijimos que no. (Una
mentirijilla para salir del trance, y
de la malvada pregunta).
El 10 de junio de 1.964
llegó, y desde Rebonza salimos,
clase por clase, y en fila india, con
nuestros respectivos maestros
hacia la calle Chávarri, llamada así en memoria de los socios
fundadores de lo que posteriormente sería A.H.V.
Nos colocaron un poco más allá del antiguo cuartel de la
Guardia Civil y de la Escuela de Aprendices de A.H.V., frente a la Casa
de Socorro, hoy un tanto abandonada. Esperamos estoicamente un
larguísimo rato a que llegara aquel impuntual Caudillo. Casi todos los
que estábamos en la acera éramos niños, niñas (debido al “boom” de
natalidad que gratamente
campeaba por la zona), maestros,
maestras, alguna que otra curiosa
mujer y jubilados. En la carretera,
a un par de metros de distancia
entre sí, había guardias civiles
colocados con sus metralletas que
nos decían lo que teníamos que
decir y hacer. Solamente he
vuelto a ver tanto guardia civil junto en Cataluña.
Después de casi una hora de espera oímos un griterío, por lo
que supusimos que se trataba del mismísimo Caudillo. Y allí, por la
curva del antiguo Cuartel de la Guardia Civil, apareció un gran cochazo
negro escoltado por unos moros a caballo, más tarde supe que se

18
trataba de un Rolls Royce. Del Caudillo no vi nada, bueno, si, miento,
una mano que salía por la ventanilla de aquel lujoso coche
saludándonos. Y pasó por delante de mis narices sin más. ¡Todos
regresamos a nuestras escuelas muy decepcionados porque el Caudillo
no se había parado a saludarnos!

Y aquel sábado, veinte de


junio, al que todo el mundo esperaba
tan ansiosamente, llegó. Era un
sábado muy especial porque al día
siguiente la Selección Española jugaba
la final de la Copa de Europa contra
Rusia. Todo el país vio aquella final de
la Eurocopa en blanco y negro. La final se disputó en el Estadio
Santiago Bernabéu de Madrid entre las selecciones de España y de la
Unión Soviética. La selección rusa se había negado a disputar la final
correspondiente a la Eurocopa de 1964 en aquel escenario alegando
motivos políticos. Al final, después del tira y afloja diplomático, los
rusos accedieron a jugar la final en Madrid, lo que significaba, sin lugar
a dudas, que aquel encuentro iba a ser algo más que un partido de
fútbol, debido a las grandes diferencias políticas entre los regímenes
de ambos países. A pesar de aquel incidente, la final se disputó y el
General Franco presidió el encuentro desde el palco de autoridades
del estadio. El partido, que convocó a 79.000 asistentes (lleno total),
acabó con la victoria española gracias a un tardío gol de Marcelino que
consiguió desempatar el encuentro (2-1) en el minuto 84. España
ganaba la Eurocopa de España de 1964, consiguiendo su primera
victoria en una gran competición deportiva de selecciones.
Curiosamente, durante más de 43 años mucha gente tuvo la
convicción de que Amancio realizó el pase del gol, cuando en realidad

19
fue Pereda. Esta creencia se debió a que la imagen del centro no fue
grabada por Televisión Española porque en ese instante el cámara
estaba recreándose con la imagen de Franco. Esa fue la razón por la
que se montaron unas imágenes sobre un centro de Amancio.

 Altos Hornos de Vizcaya era la industria protagonista y líder de la época al tener a


más de doce mil trabajadores en nómina, y otros tantos empleados por las
empresas auxiliares.

20
Capítulo III
EL CASCO y LA FIESTA DE SAN PEDRO

Por ende, la fiesta más arraigada de Sestao era y sigue siendo la


del Patrón del pueblo “San Pedro”, que llega tras las vacaciones
escolares de verano, y por lo que suponía para nosotros aquella
ansiada libertad, ya que podíamos olvidarnos del yugo de los deberes,
de las clases y de todo tipo de castigos, tanto académicos como
corporales, y por supuestísimo, lo que significaba la llegada del buen
tiempo para la chavalería de Sestao, porque con la llegada del buen
tiempo meteorológico también llegaban las aventuras por las zonas
verdes y prohibidas del pueblo (La Sierra, las canteras, las Camporras)
y aquellos intensos y competidos partidos que jugábamos en la Campa
del Sordo o en el campo de los Hermanos, sin olvidarnos del cine al
aire libre, que patrocinado por el Ayuntamiento, se montaba en la
21
Gran Vía, a la altura del Colegio de los Hermanos, y al que todos
asistíamos, jóvenes y mayores, en familia.
Maravillados por aquella pantalla supergigante y por aquel
sonido envolvente, familias enteras se arremolinaban sentadas en las
sillas y bancos de madera, que en la mayoría de los casos habían sido
hechos por nuestros abuelos y que nosotros llevábamos desde casa
por la tarde, antes de que empezara la peli, para reservar el sitio, y allí
en plena calle, bajo el cielo estrellado de las noches de junio, nos
sentábamos a las diez de la noche a ver aquellas pelis protagonizadas
por los actores y actrices de moda de aquella época, Clark Gable,
Marilyn Monroe, Marlon Brandon, Tony Curtis, Yul Brynner…, tapados
con mantas y gabardinas que nuestras abuelas y madres habían

22
llevado para refugiarnos del rocío que caía sobre nuestras cabezas
hasta que acabase la
película de turno.

Y así, entre
muchos juegos y pelis
todos queríamos que
acabara el mes de junio
para que llegaran las
fiestas de San Pedro, que
en aquel entonces se
alargaban durante un par
de días, o como mucho
tres.
Durante el día se
organizaban muchos
juegos para la chavalería.
Durante una de esas
fiestas se organizó un
campeonato de comer
pipas, para ver quién comía más pipas en un tiempo dado. No
recuerdo quién quedó
campeón de Sestao aquel
año, pero seguro que fue
alguno “comepipas” de la
calle del Sol o de la
Galana. El broche final de
las Fiestas de San Pedro
era, sin lugar a dudas, la
comida en familia en las

23
campas que rodean la iglesia de Santa María antes del partido de
fútbol entre Gordos y Delgados donde las charangas y las banda de
cartón no dejaban de tocar, en esta comida no faltaban el plato típico
de caracoles, y la música matinal que nos obsequiaba la Banda
Municipal. Después, ya por la tarde, salían los Gigantes y Cabezudos
para hacer correr un poco a la chavalería, y por la noche, quién se
perdía el toro de fuego y la Gran Verbena que se celebraba en la Plaza
del Casco, de estilo Victoriano, con algún grupo “Ye-Ye” de la época
que la amenizaba desde lo alto del quiosco de la música, de estilo neo-
clásico, que se encontraba en el centro de la que fue una hermosa
plaza apodada el “Tontodromo” porque todos los jóvenes del pueblo
hacían “futin” dando vueltas
como tontos para ver a las
chicas. Los chicos dábamos
vueltas en el sentido
opuesto a las agujas del reloj
para poder ver, dos veces
por vuelta, y hacer ojitos a
las chicas que nos gustaban.
Esta bonita plaza estaba
flanqueada por árboles
plátano, todavía sobrevive
alguno de los de antaño, que
daban mucha sombra y nos
protegían contra los
aguaceros y el interminable
sirimiri. ¡Ah! No quisiera
olvidarme de aquellos
bancos de madera donde
nos sentábamos para descansar y charlar de vez en cuando. Alguien

24
calculó los kilómetros que podíamos hacer dando vueltas en una tarde,
y creo que el resultado fue unos ocho kilómetros por tarde. Y casi
siempre al pasar por enfrente del ayuntamiento hablábamos de la
casa-torre de Sestao, que yo no vi, pero de la que mi padre hablaba
tanto.
Mi padre decía que estaba situada en la
parte norte de la plaza del Casco y que
se construyó para que los Señores
Feudales de Sestao se defendieran de
sus enemigos durante las Guerras
Feudales o de Bandos que tuvieron lugar
en la Vizcaya feudal. Era de piedra de
sillería, tenía diecisiete metros de altura
y cuatro almenas góticas. Esta casa-torre
la compró el Conde de Valmaseda, y en
ella se podía ver su escudo de armas,
tallado en piedra. La casa-torre fue
derribada en 1931, con el fin de ensanchar y embellecer la plaza del
Casco, según la versión oficial. Mi padre me contó otra versión muy
distinta. Él aseguraba que el ayuntamiento republicano de la época la
derribó porque representaba a la nobleza y a la oligarquía. Antes de
ser derribada la casa-torre, que era uno de los tesoros arquitectónicos
de Vizcaya, el ayuntamiento de la época discutió tal derribo y alguien
que no estaba de acuerdo con su derribo sugirió, sin ningún éxito, que
se trasladase a ella la Biblioteca Municipal.
Esta casa-torre estuvo habitada por una familia que la tenía
arrendada, los Gutiérrez, que, por supuesto, no querían que se
derribase, ya que era su hogar y tenían una especie de taller de
carpintería. Esta familia llevó a cabo una parodia diciendo que la casa
estaba encantada ya que en ella habitaban brujas y fantasmas que no

25
encontraban el descanso eterno. Así que ni cortos ni perezosos
pusieron en práctica su plan para que no fuese derribada, haciendo
ruidos de cadenas, aullando y gritando cuando la gente pasaba por allí.
Su estratagema no les sirvió de mucho ya que la torre se derribó
igualmente. La piedra de sillería fue reciclada por las mujeres del
pueblo para arenar los suelos de las casas y caseríos del lugar, incluso
mujeres de los pueblos cercanos se acercaban para comprar las
preciadas bolsas de arena que alguien vendía.

26
Capítulo IV
ASFALTADO DE ALGUNAS CALLES DE CUETO

El Caudillo durante su paso


fugaz por Sestao se debió dar cuenta
de que Sestao era un pueblo un
tanto rural. Muy pocas calles estaban
asfaltadas, bueno a decir verdad,
había pocas calles en Sestao ya que
el pueblo estaba plagado de huertas
y campas en las que la chavalería disfrutaba como niños, nunca mejor
dicho.
Estas zonas vírgenes y verdes
iban desde las Camporras hasta la
Sierra; desde Simondrogas hasta las
Campas de Miramar en Azeta (que
siempre, nostálgicamente hablando,
han pertenecido a Sestao), sin
olvidarnos de Markonzaga y de las
laderas de las canteras, ¡que tanta
atracción despertaban en los
chavales de aquel entonces!

27
Creo que el alcalde
de aquella época, el Sr.
Jesús, decidió, no se sabe si
por mandato del Régimen
o porque una mañana tuvo
una brillante idea, asfaltar
algunas de las calles de
Sestao, porque cuando
llovía, y mira que llovía,
nuestras “calles” se
convertían en auténticos barrizales, como en el Lejano Oeste.
La empresa
concesionaria del asfaltado
de estas calles se presentó
a primeros de julio con
unos cuantos camiones
Pegaso, que transportaron
hasta el barrio unos cien
enormes bidones de brea.
Esta empresa decidió
almacenar los bidones de
galipó en la zona alta de la
Sierra, donde había un
gran hoyo, entre el número
6 y el ocho de lo que hoy
en día es la calle Pablo
Sarasate, en aquellos
tiempos parte de la
inolvidable Sierra y de las
campas del Sordo.

28
Una calurosa tarde
de julio, como de
costumbre, salí de casa de
mis abuelos, Dolores y
Manuel, que vivían en el
Grupo La Protectora, que
fue edificado en 1.930, y
llamé a mi amigo de
correrías, Abelín, para subir
a investigar aquellos
extraños bidones que
aquellos camionazos habían
depositado en la Sierra.
Los bidones de
galipó (así es como
llamábamos a la brea o alquitrán) estaban colocados al borde del
hoyo. Había un muro, parecido al que existe hoy en día, como
protección para que nadie pudiera caerse por la cantera. Al cabo de
unos años en este mismo hoyo se instaló un gran tubo que era
utilizado para tirar y quemar toda la basura producida por la población
de Sestao que aumentaba día a día. La quema de estos “residuos
sociales” producía un humo pestilente. Por la noche salían a pasear las
ratas, y cuando hacía calor la zona se llenaba de insectos,
principalmente mosquitos, y la contaminación de la zona casi se podía
mascar. Todo esto mezclado con el polvo blanco que emitía la fábrica
de cementos Zuirrena que dejaba los tejados de las casas de Sestao
“nevados”.

Centrándonos en el tema que nos ocupa, mi amigo Abelín bajó


al hoyo y me dijo, “Charlie, tira un bidón al hoyo”. Yo obedientemente

29
hice rodar un bidón hasta el borde del terraplén y lo dejé caer. Abelín,
entonces se subió al bidón fingiendo ser un avión, y me gritó, “Tira
otro”. Yo obedientemente empuje otro y lo dejé rodar. Abelín estaba
entusiasmado con aquellos vaivenes y movimientos, y cada vez que un
bidón chocaba contra los otros moviendo así el bidón sobre el que él
estaba, él se reía sin parar colocándose como un avión, y me pedía que
tirara otro, y otro, y otro. Repetí la hazaña como unas doce veces. Yo,
ya cansado del esfuerzo, le dije, “Bueno, tú, el último, y luego me toca
a mí”. Él consintió y dijo, “Vale, el último. Bajas, te subes encima de un
bidón y te tiro unos cuantos. Ya verás que cojonudo es esto”. De tal
manera que hice rodar el que estaba cerca de mí y lo solté terraplén
abajo. Bajó como una bala, dando saltos y llevándose por delante
piedras y arbustos, tan desafortunadamente que cuando chocó contra
el bidón en el que Abelín estaba subido, el bidón literalmente
“estalló”. Nos podemos imaginar cómo de “negro” quedó mi amigo.
Brea por todos lados, cara, piernas, pantalones, camiseta, cabeza,
pelo. Bueno creo que no se salvaron ni los dientes. Abelín al verse tan
manchado de brea empezó a llorar. Bueno a decir verdad desde
entonces no he visto a nadie llorar tanto. Yo no estaba seguro si
lloraba por la brea o por los zapatillazos que le iba a dar su madre Juli
cuando lo viera.
Abelín, despavorido, negro como el azabache, parecía un
músico negro de Jazz, echó a correr cuesta abajo llorando hacía su
casa. Yo, por si las moscas, desaparecí, creyendo que todas las culpas
iban a recaer sobre mí. Al poco rato decidí ir a ver que le estaban
haciendo a mí amigo, y trepando por los muros de los patios de la
Protectora, llegué hasta el muro de la casa de enfrente donde vivía
Abelín. Su madre había mandado a uno de sus hermanos a comprar
cuatro o cinco botellas de aguarrás para quitarle todo el alquitrán que
tenía pegado al cuerpo. Y allí, en medio de la cocina, estaba Abelín,

30
desnudo como Dios le trajo al mundo, y su madre frotando y
maldiciéndome, y de vez en cuando diciendo, “Hijo, eres tonto. No sé
por qué te dejas embaucar por el nieto de la Dolores que ha llegado
hace cuatro días”. Y para que espabilara, de vez en cuando, le daba
una coñeja.

Al día siguiente,
sobre las diez de la mañana,
estando jugando en el patio
de la casa de mi abuela vi
entrar al Grupo de La
Protectora al “aguacil” del
pueblo. Intuí que venía a
investigar el destrozo del bidón y la misteriosa caída de tantos bidones
al hoyo. Nadie dijo ni una palabra, y el alguacil se fue como vino. O
quizás no quiso investigar en profundidad el “negro” asunto.

El caso es que aquel pueblo rural, campesino y granjero estaba


cambiando. Cada vez más gente venía de diferentes zonas de España a
trabajar en la Industria Pesada y hacían falta más casas de pisos, calles
asfaltadas, escuelas, en una palabra servicios, y así comenzó el “Boom”
Inmobiliario, y la feroz especulación de los terrenos.

Así que
afortunadamente para
unos, y
desafortunadamente para
otros, muchas zonas verdes
vírgenes iban
desapareciendo ante

31
nuestros propios ojos. Otras cosas iban a aparecer, unas buenas como
la minifalda, el bikini, y otras malas como la droga.

La minifalda
apareció en Londres en este
año de 1964. Recuerdo que
estaba viendo la tele con
mis hermanas y apareció la
primera minifalda en Kings
Road, Chelsea, Londres. La
moda o la tradición en
España decía que las niñas y adolescentes llevaran las faldas por
debajo de la rodilla, y por supuesto las mujeres casadas también, y los
chavales debíamos llevar pantalones cortos hasta los quince o dieciséis
años, y sin rechistar. Y recuerdo que viendo a aquellas inglesas con
minifalda en alguna revista mi hermana mayor, Loli, le dijo a mí otra
hermana, Chus, “¡oh! ¡Que horror!, yo no me pongo eso ni aunque me
paguen dinero”. Al cabo de unos meses mis hermanas y todas las
chicas jóvenes de Sestao llevaban minifaldas para el horror de
nuestros padres y de las autoridades y para el gozo de los chavales.
Estaba claro que aquella sociedad, la de mi generación, empezaba a
cambiar.

32
Capítulo V
LA SIERRA, EL SORDO, LA CUEVA DEL MORO y LA FÁBRICA DE LAS CANTERAS

Transcurría el verano de 1.964 sin sobresaltos, y sin nada


importante o significativo que reseñar. Aquel julio de 1.964 no era una
excepción. La Beatlemania había llegado a Sestao y la gente joven se
había enganchado a las pegadizas canciones de aquel grupo inglés de
Liverpool. Sus canciones se oían por todos lados.

33
Paul, George, John y Ringo vendían LPs de vinilo como
rosquillas de Santa Águeda. Y entonces llegó la noticia a Sestao de que
Mandela había sido condenado a cadena perpetua en Sudáfrica por
sabotaje, y que en los EE.UU. se había televisado, por primera vez, el
veredicto de un jurado popular, que casi nadie sabía que era eso, pero
que aquel jurado popular había condenado a Jack Ruby a morir en la
*silla eléctrica por el asesinato de Harvey Oswald, quien
presuntamente había asesinado al presidente de los EE.UU. John F.
Kennedy el 22 de noviembre de 1963. El asesinato de aquel atractivo
presidente, según las mujeres de la época, fue televisado por
Televisión Española, cuando este presidente de los EE.UU. circulaba en
el coche presidencial descapotable con su mujer Jackie por la Plaza
Dealey de Dallas, Texas.

En 1.964 entramos en la era de la informática, al lanzar IBM al


mercado la primera computadora personal, si bien es cierto que la
primera computadora nació en 1946, se llamaba ENIAC (Electronic
Numerical Integrator and Computer), era tan grande como una
camioneta de reparto, y aunque solo podía hacer operaciones de
cálculo sencillas el gobierno de los EE.UU. gastó millones de dólares en
su desarrollo y fabricación. Y todo esto sucedía mientras los EE.UU.
estaban inmersos en la cruel Guerra de Vietnam.
Ajenos a aquellos vaivenes y avatares que azotaban al mundo,
la chavalería de este pueblo, y de aquella escuela, dura, tenaz, estricta,
sin concesiones y temida, necesitaba pasar el resto del verano
divirtiéndose y buscando nuevos lugares y horizontes donde
desarrollar nuestras correrías, aventuras y a veces fechorías.

34
Los chavales de
aquella generación
éramos unos auténticos
exploradores y nos
gustaba explorar aquellos
lugares prohibidos por
nuestras madres y padres,
aunque a decir verdad,
poco caso hacíamos a
aquellas prohibiciones, y a la menor oportunidad nos “perdíamos” por
esos lugares tan atractivos y maravillosos que Sestao escondía y que
tanta curiosidad despertaban entre nosotros. Sestao, aunque
pequeño, poco más de 3 Km2, pero…… tenía, y sigue teniendo, lugares
encantadores que nos atraían muchísimo. Yo, pobre de mí, no era una
excepción, y sin duda, era
la excepción que
confirmaba la regla, era en
labios de mi madre “un
culo inquieto”.

Algunos de
nuestros lugares favoritos
eran la Sierra y las
canteras, que utilizábamos como parques naturales de esparcimiento,
exploración, caza y escapismo, con sus “bichos”, lagartijas, lagartos,
culebras, halcones, mariposas, mantis religiosas, enánagos, etc., y sin
olvidarnos de las chabolas, y de las innumerables huertas, con sus
árboles frutales, campos de borona, tomates, etc. En una palabra la
Sierra nos era tan atractiva, tan tentadora, que nos “invitaba” a que la
exploráramos una y otra vez, desde la mañana hasta el anochecer.

35
Como mi padre sabía que me gustaba jugar por la Sierra solía
llevarme a pasear por las laderas de las *canteras, cosa que me
encantaba, y entre campa y huerta, mi “viejo” me contaba lo que
hacían los niños de su generación.

Una tarde, mirando desde lo


alto de las canteras hacia la vega de la
Babcock Wilcox, con la espectacular
vista de las marismas del rio Galindo a
nuestros pies (en la zona del actual
Carrefour) veíamos a los afanados
pescadores tirar los redeños
(quisquilleros) al agua para coger
quisquilla con el fin de ir a pescar de
noche, y allí, ante aquel grandioso
paisaje, me dijo, “Mis hermanos,
algunos amigos y yo solíamos venir aquí
a ver los combates que los aviones de la República (cazas rusos
Polikarpov) mantuvieron contra los aviones alemanes (Cazas alemanes
Messerschmitt de la legión Cóndor). Nos solíamos meter en la Cueva
del Moro, o nos tumbábamos boca arriba entre los cultivos de borona
del “Sordo” o entre la hierba alta de las campas para presenciar
aquellos dramáticos combates aéreos”. Y siguió relatándome aquellas
luchas aéreas, “Aunque los cazas alemanes estaban mejor equipados
los cazas de la República les plantaban cara una y otra vez”. Él siguió
explicándome los combates trazando líneas en el cielo con las manos
como si realmente estuvieran los aviones de ambos bandos volando
por el cielo de Sestao. Cuando mi “viejo” hablaba de su niñez se le
iluminaban los ojos. Yo entendía que aquellos combates, de los cuales

36
facilitaba tantísimos pormenores, ya que los tenía grabados en la
retina, ocurrieron a los pocos meses de comenzar la contienda porque
muchos “Niños y Niñas de la Guerra” fueron expatriados del País Vasco
a diferentes países tales como Rusia, Francia, Bélgica, etc. Mi padre
con su hermano Pascual fueron llevados desde Santurce a
Southampton, Inglaterra, en el mítico barco a vapor “Habana” el 23 de
mayo de 1937.

Posiblemente nuestras aventuras no eran tan arriesgadas como


las vividas por nuestros padres o abuelos, pero por la tarde, después
de comer, nos reuníamos para ir a la Sierra a “asaltar” y comernos los
sabrosísimos tomates que cultivaba el “Sordo”.
El “Sordo”, que era una entidad en el pueblo, no oía ni papa,
era un hombre de unos 68 años, corpulento y con muy mala leche…..
Tenía cultivos de diferente índole en todas las campas que había desde
el Grupo de la Humanitaria hasta lo que hoy en día es el Instituto de
Sestao “Ángela Figuera”. Allí el hombre cultivaba toda clase de

37
verduras; legumbres y hortalizas, tenía hasta un campo de borona, y
por supuesto unos tomates que nos los rifábamos. Cuando nos
aburríamos, y no sabíamos que hacer, cruzábamos la Gran Vía para ver
al “Sordo” dormitando, sentado en un banco del patio de su casa de la
Humanitaria. Siempre tenía unos cuantos enánagos (luciones) muertos
colgados de los barrotes del muro del patio de la Gran Vía, otros en
cambio los mantenía vivos en una jaula. Y los grandes los llevaba
colgando del cuello para
asustarnos y para que
echáramos a correr. Y de
verdad que corríamos,
muertos de miedo,
creyendo que eran
víboras. Cuando el
“Sordo” estaba echando
la siesta era inofensivo,
y era entonces cuando “visitábamos” su gran huerto donde guardaba
aquellos apetecibles y sabrosísimos tomates. Con la navaja los
troceábamos y les echábamos la sal que llevábamos de casa, y allí
sentados, entre la borona, para que el “Sordo” no nos viera, nos
dábamos el atracón padre. Pero después de la merienda de tomates
teníamos que salir de nuestro escondrijo, y por arte de magia, casi
siempre aparecía él tirándonos terrones de tierra como si fuera un
avión de caza dejando caer sus bombas.

Salíamos por patas, corriendo entre las boronas, como almas que lleva
el diablo, hasta que llegábamos al borde de las canteras donde nos
escondíamos entre las rocas o en las chabolas que aún quedaban en
pie, las cuales eran el lugar de reunión de la chavalería de Cueto, y que

38
utilizábamos como campamento para planear las aventuras, juegos,
etc. que después llevábamos a cabo.

Por aquel entonces se encontraron alguna que otra bomba o


granada por la Sierra que no habían explotado, o quizás que habían
sido abandonadas por los soldados que lucharon en la Guerra Civil, y
motivados por aquel afán de encontrar algo de la Guerra Civil nos
adentrábamos en aquella “Zona Prohibida” para convertirnos en
exploradores, cazadores, pescadores, espeleólogos, arqueólogos,
paleontólogos, ornitólogos, y en cualquier profesión que acabase en
“ogo”. Otras veces descendíamos por aquellas laderas rocosas de las
canteras con el fin de ver la fauna que vivía en aquellos lares. Y así en
fila india, empezamos a bajar por aquellos tortuosos riscos, por el
borde de la cantera, justo por la parte de atrás del actual Instituto. Al
otro lado de la cantera, en la parte del Asilo de Rebonza, nos
39
contemplaba la “Cueva del Moro”. Tenía la entrada por Pablo Sarasate
y era como un balcón natural que daba a la Gran Cantera. Y saltando
de peñasco en peñasco, y aferrándonos a ellos, llegábamos a mitad de
cantera; hasta lo que entonces llamábamos el “Puente del Diablo”. Un
gran peñasco que conectaba la Gran Cantera con la Pequeña Cantera,
y que tanto nos gustaba cruzar. Desde allí gritábamos y gritábamos
para oír el eco de nuestras voces y asustar un tanto a los aguiluchos y
halcones que habitaban y habitan estas canteras. Sobre aquel siniestro
puente contábamos historias que habíamos oído a nuestros padres o
abuelos relatar en casa, y que nos ponían los pelos de punta. Y si
alguien decía que había huesos humanos entre aquellas rocas, porque
nos inventábamos alguna historia relacionada con la Guerra Civil,
dicho y hecho, todo el mundo bajaba por los riscos a explorar el
terreno, a ver quién era el primero que encontraba algún hueso
humano. Los únicos
huesos que encontramos
eran los de algún animal
muerto, o de los perros
que los dueños no
querían y los tiraban por
la cantera. Desde allí
siempre nos dirigíamos
hasta la Gran Cantera.
Nos parábamos a contemplarla, desde lo que hoy en día es la rotonda,
y ensimismados nos quedábamos mirando a esa gran cicatriz que tiene
Sestao en su cara sur. Y allí arribotas, en la “Cueva del Moro”, siempre
había algún chaval que nos lanzaba piedras.

Más allá, cruzando las vías del tren, estaban los restos de la
fábrica de cemento de la “Ziurrena” o “Zurrena” como nosotros la

40
llamábamos. Ahora estos terrenos están ocupados por las
instalaciones de la Depuradora de Aguas Residuales del Gran Bilbao.
En el mismo centro de los esqueletos de esta fábrica, de lo que fue una
prospera fábrica, yacía una altísima chimenea, que para nosotros era
como la Aguja de Cleopatra, y en medio de todo esto se encontraban
los “Lagos del Mapamundi”, llamados así porque se trataba de dos
estanques circulares unidos, y que a falta de piscinas municipales los
chavales de Sestao utilizábamos como piscinas naturales, por supuesto
sin el consentimiento de nuestros padres. Era un espacio del que la
naturaleza se había apropiado y en el que habitaba diversa flora y
fauna. Estos lagos recibían el agua filtrada del rio Galindo o Ballonti,
que bordeaba toda esta zona y donde incluso había hasta un
embarcadero para que las gabarras atracasen. Muchos de nosotros
aprendimos a nadar en el rio Galindo, en la zona del embarcadero,
otros en la Punta o en la playa de Las Arenas. En estos “Lagos del
Mapamundi” no solo aprendimos a nadar sino a pescar con latas de
conservas los coloridos peces que pululaban por sus cálidas aguas.

Para los más atrevidos, y yo estaba entre ellos, esto era la


“Gran Evasión”. Perderte por los muchos recovecos que había en
Sestao tenía su encanto y también su castigo, ya que nuestras madres,
en un abrir y cerrar de ojos, se daban cuenta de que sus hijos, y alguna
que otra chica, como mi hermana “Chus”, no estaban jugando en el
barrio y enseguida mandaban a buscarnos, dirigiéndose,
conociéndonos como nos conocían, a la Sierra o a las canteras.
Entonces, empezaba una búsqueda “policial”. Todas las madres y
chavalas a la búsqueda del prófugo.

Lo primero que hacían era encaramarse al borde de la cantera y


otear el horizonte, y una vez cogidos infraganti nos llamaban a “grito

41
pelao”. Subíamos de peñasco en peñasco, rápidamente, y al llegar
arriba te caían los primeros zapatillazos, que no servían de mucho
porque aquella cantera, nuestra cantera, era como un gran imán y en
cuanto teníamos la oportunidad nos “escapábamos” de nuevo.
Y ahora al recordar el Sestao de mí infancia, aquel polvillo
blanco que se apoderaba de los tejados, de las calles, y que entraba en
nuestras casas proveniente de las canteras de Ellacuría y la fábrica de
cementos Portland, me pregunto, “¿Hubiera sido Sestao mejor sin
esta industrialización?”

Ni que decir que se trata de una respuesta un tanto complicada


porque nuestro presente se basa en nuestro pasado.

 Durante el apogeo industrial y social en estas canteras se llevaban a cabo, casi a


diario, voladuras que hacían un estruendoso ruido, y a veces, llovían piedras sobre
los tejados y calles de La Humanitaria y La Protectora.
 La Silla Eléctrica la inventó el dentista Sr. Alfred P. Southwick que vio a un borracho
electrocutarse en una calle de Nueva York. Esto le inspiró a desarrollar un método
rápido para ejecutar a los reos que estaban en el corredor de la muerte. La primera
silla eléctrica la diseño la compañía de Thomas Edison utilizando un generador de
la compañía Westinghouse, que era la competencia. La palabra electrocutar nació
del vocablo eléctrico + ejecutar. La primera vez que se utilizó la silla eléctrica fue en
1891. En vez de ser rápida, limpia y sin causar dolor fue todo lo contrario. A los
reos se les debía dar hasta dos descargas, sus cuerpos se incendiaban y
comenzaban a sangrar.

42
Capítulo VI
NUESTRAS EXCURSIONES DE VERANO y LOS GITANOS

En el mes de agosto llegaban las tan anheladas vacaciones de


nuestros padres, pero que nos entristecían porque con ellas algunos
de los amigos del barrio se iban a los pueblos de origen de sus padres a
pasar el verano, y este pueblo se quedaba sin gente.

Unos pasaban las vacaciones en Burgos, otros en Galicia, Extremadura,


Valladolid o León y algunas de las familias más pudientes las

43
disfrutaban en la Rioja, lugares muy lejanos para los que no salíamos
de Sestao, o íbamos a pasar unos días al Regato o a Alonsotegui, como
mucho.

En agosto “perdía” a la mayoría de mis amigos de correrías,


que no retornarían hasta el comienzo del nuevo curso, allá por el mes
de septiembre. Los que nos quedábamos disfrutábamos del entorno
que nos brindaba Sestao.

Algunas veces
nuestros padres nos
llevaban a las fiestas de los
pueblos limítrofes.
Portugalete era una
constante, con las alegres y
espectaculares fiestas
patronales de San Roque,
con sus “barracas”, donde
siempre “caía” algún que
otro viaje en los “tiovivos”, y algunas veces, después de insistir mucho,
nos compraban aquel algodón de azúcar que era mágico y que tanto
nos gustaba.
Para que no nos aburriéramos demasiado durante el verano
casi todos los padres organizaban alguna que otra “excursión”. El día
de excursión, para comer, siempre llevábamos las tortillas de patatas
con pimientos verdes que nuestras madres, con tanto esmero, habían
cocinado la víspera, y aquellos melones tan sabrosísimos que nuestros
“viejos” compraban en algún tinglado de la plaza de San Pedro que los
fruteros, que venían de provincias tan lejanas como Madrid, solían
montar para pasar el verano vendiendo melones y sandías.

44
Casi todos los agostos hacíamos las mismas excursiones. De
pesca a Zierbena o a hacer alguna travesía por el monte Argalario o a
bañarnos en las playas de los pueblos vecinos.
Las excursiones más atractivas y especiales eran los “viajes” a
las playas de Ereaga o de las Arenas o un largo paseo por el monte
Argalario, descendiendo las canteras de Arnabal hasta llegar al caserío
de mis tíos, Begoña y Miguel, sito en el Regato, donde casi siempre
veníamos cargados de frutas, hortalizas, y si era a últimos de junio o
principio de julio de cerezas. Estas excursiones siempre se hacían
andando, con nuestras zapatillas de lona azul y la puntera de goma
blanca, que mi madre nos compraba a principios de primavera.

Las que más nos


gustaban eran las de las
playas de Ereaga o de La
Arena. Nos encantaban
porque desde Sestao
cruzábamos las campas de
Miramar, casi siempre llenas
de vacas pastando hierba. En esta campa solíamos hacer un alto en el
camino para tomar un respiro antes de continuar hacia nuestro
destino, y sentados en la hierba, rodeados de chibiritas, y mirando
hacia la desembocadura del Nervión, nos quedábamos perplejos
disfrutando de la sensacional vista del Puente Colgante, con sus largas
piernas apoyadas a ambos lados de las riberas del rio Nervión. Después
del descanso bordeábamos la dársena de la Benedicta por un caminito
que nos llevaba hasta las vías del tren. Por encima de nosotros
pasaban, colgadas de unos cables, las vagonetas que transportaban el

45
mineral de hierro, “all iron” que decían aquellos ingleses que
explotaban las minas de Gallarta y Triano. (El “alirón” que cantamos
cuando gana el Athletic). Aquellas vagonetas colgadas de aquellos
cables nos parecían OVNIS que venían de otro planeta y que
descargaban su preciado botín en las bodegas de los barcos anclados
en la dársena de la Benedicta y que regresaban de nuevo vacías hacia
los montes de Triano.

Aquellos barcos fondeados en la dársena de la Benedicta, con


sus panzas llenas del fruto de estas minas, viajaban hacia las fábricas
de Sheffield, Inglaterra, donde se transformaba en chapas de acero
para los astilleros de Liverpool, Belfast, y para las fábricas de
Birmingham, Sheffield, Manchester, etc. En esta dársena de la
Benedicta siempre había barcos viejos que se desguazaban y se
convertían en el alimento que saciaba el hambre de los hornos altos de
la fábrica de A.H.V.

Al llegar a la Canilla, ya en la Villa Jarrillera, cogíamos el


gasolino hasta Algorta. Al pasar por debajo del Puente Colgante todo el
mundo se quedaba mirando ensimismado a la barquilla que solo
estaba a unos metros por
encima de nuestras cabezas,
llena de gente y camiones.
Poco después nos
adentrábamos en el
impresionante estuario del
Abra; siempre atareado, y
lleno de barcos de bajura
pescando las famosas
sardinas del Abra, y sin

46
olvidarnos de aquellos gigantescos barcos entrando y saliendo sin
parar por la barra del puerto, o de las gabarras transportando carbón
y otras muchísimas mercancías, ría arriba, ría abajo, sin cesar, como las
hormigas. Al acercarnos al muelle de hierro de Portugalete
divisábamos la línea del horizonte y el grisáceo mar Cantábrico que se
teñía con el azul plomizo del cielo.

Otras veces bajábamos


por la campa de *Tumbaperros,
siempre llena de chibiritas, por
un sendero que rodeaba el
bosque de la Benedicta. En
medio de aquel bosque surgía
una gran mansión propiedad de
la Babcock Wilcox y en la que se
organizaban fiestas para la clase dirigente del momento. Desde allí
cruzábamos las vías del tren de Santurce a Bilbao, hasta llegar a la
estación de trenes de la Canilla de Portugalete (actualmente la Oficina
de Información y Turismo), que nos llevaba al Puente Colgante, que al
acercarnos nos parecía más impresionante que la Torre Eiffel que
veíamos plasmada en los libros de texto del momento.

Cruzar el puente colgante era, para los críos de antaño, una


gran proeza. En los aledaños del Puente Colgante casi siempre
coincidíamos con el mercado de verduras y frutas, donde
escuchábamos hablar en vascuence a las aldeanas que venían de
pueblos con nombres como Mundaka, Berango, Bakio, Munguía,
Sopelana, Urduliz, etc. que nos parecían lugares remotos.
La sensación que se tenía al entrar al Puente Colgante era
indescriptible. Solamente el hecho de estar suspendidos sobre la ría

47
del Nervión nos parecía fascinante. ¡Y sin olvidarnos de aquellas
entrañables vistas! A la derecha teníamos los Altos Hornos. Un poco
más allá, los innumerables astilleros que poblaban las riberas de esta
mítica ría, con sus muelles repletos de barcos en construcción. A la
izquierda teníamos el estuario del Abra. Y allí, en lo más alto del
Puente Colgante, estaba el maquinista del Puente Colgante encerrado
en su cabina pilotando la barquilla de un lado a otro de la ría.
Al llegar tanto a la playa de Las Arenas como a la de Ereaga
siempre nos embriagaba aquel inolvidable olor a mar. La playa siempre
estaba llena de gente, mayor y pequeña. ¡Como le gustaba a la gente ir
a estas playas! Sus aguas cristalinas y calmadas y aquella arena fina y
dorada, que nunca se borrarán de las retinas de los que tuvimos el
privilegio de conocerlas en aquella época.

A últimos de aquel agosto de 1.964 la gente de Sestao estaba


un tanto sobresaltada porque una caravana de gitanos había
acampado en la parte baja de Sestao, concretamente en la Campa

48
de San Francisco. Inmediatamente se nos prohibió salir del barrio bajo
pena de unos cuantos zapatillazos en el culo, y decirnos que los gitanos
“robaban” niños y los vendían. Pero nuestra curiosidad era más
perspicaz que otra cosa. Así que unos pocos colegas, los más
“valientes” y yo acordamos ir a echar un vistazo a la caravana de
gitanos, que tanto temor despertaba en nuestros vecinos y madres.

—Por aquel entonces se ataba una


cuerda al tirador de las cerraduras de
las puertas de las casas que se pasaba
por un agujero hecho en la puerta para
que al tirar de la cuerda desde la calle
se pudiera abrir esta y entrar sin
necesidad de llamar a la aldaba. Los
días que los gitanos estuvieron
acampados en Sestao las cuerdas
desaparecieron de las puertas—

Sobre las cuatro de la tarde me reuní


con mis amigos, Felixín, Abelín, Javi,
Eme y otros en la Cueva del Moro para bajar hasta la los antiguos
juzgados, y desde allí hasta iglesia del Carmen. Aquel día hacia un
calor de muerte. El sol pegándole fuerte, pero como la curiosidad
puede más que el miedo, sudorosos bajamos hasta aquella campa en
nuestras maltrechas bicis por las innumerables huertas que había
desde Cueto hasta Rebonza. Desde estas huertas, de riquísimas
manzanas, nos contemplaban los altos hornos echando humo, como

49
los dragones que veíamos en el cine de los Hermanos (que valía una
pela (Peseta) los domingos a las tres de la tarde, la matinal era algo
más barata). Más allá, a lo lejos, se movían las grúas de La Naval sin
descanso, parecían mantis religiosas gigantes devorando aquellas
enormes piezas de hierro que servían para hacer los formidables
barcos que salían y siguen saliendo de estos astilleros. Al llegar a
Chavarri cruzamos la carretera. No había semáforos o pasos de cebra,
pasaban poquísimos coches, y la carretera normalmente se utilizaba
para jugar al fútbol poniendo dos piedras o las carteras de la escuela a
modo de porterías. Desde allí nos dirigimos hacia la calle Rivas.
Pasamos por delante del Cuarto de Socorro. A nuestra izquierda surgía
la inolvidable fábrica de la Aurrera,
donde se forjaron las cruces de Cueto. Al
cabo de un rato llegamos a las escuelas
y al juzgado de Urbínaga. Pasamos por
debajo del Arco de San Francisco, que
nos anunciaba la entrada al barrio del
Carmen, adentrándonos hasta la Iglesia
del Carmen (Bonita iglesia aquella de
estilo neogótico). Y justo allí, detrás de la
iglesia del Carmen, a unos metros de
distancia, vimos tres carruajes, a ambos
lados de los mismos los gitanos tenían
colgados muchos chismes y cachivaches,
como cacerolas, sartenes, cuchillos, vasos, etc., todo hecho de chapa
de hojalata o latón. Ante aquella estampa tan inusual para nosotros
decidimos acercarnos aún más. Temerosos de ser vistos por aquellos
“malvados” *quinquis reptamos por la hierba y nos situamos detrás de
unos arbustos para no ser vistos y poder vigilar mejor el campamento
de los gitanos. Vi un arbusto y le dije a Felixín, “Vamos todos hasta allí

50
y así vemos lo que están haciendo”. Felixín dijo, “Vale, pero tu
primero.” Eché a correr y me oculté detrás del arbusto. Le hice una
señal a Felixín y él me siguió. Los dos sudando como cerdos, más por el
miedo que por el calor, nos quedamos en silencio, sin hacer el mínimo
ruido. Les hicimos la señal a los otros, pero no vinieron. Pensaron que
era más seguro quedarse donde se encontraban, lejos de los gitanos,
por si las moscas. Uno de los gitanos debió ver u oír algo. Se levantó y
desapareció de nuestra vista. Echamos un vistazo para saber que
hacían nuestros amigos pero habían desaparecido los muy “cobardes”.
Les vimos dar pedales como almas que lleva el diablo. Felixín dijo,
“¡Que cabrones son!” En ese momento oímos unos pasos en la hierba
seca, miramos hacia atrás y allí,
ante nosotros, estaba un gitano
grandísimo, o eso me pareció a
mí, con bigote, unas patillas
larguísimas, moreno, o más bien
me parecía negro, que me agarró
del hombro y me dijo, “¿Qué
hacéis por aquí chavales?”

Ni que decir que Felixín,


que era unos años mayor que yo,
puso pies en polvorosa y se largó.

Yo, pobre de mí, cagadito de miedo, le dije, “Estaba


comprobando si es verdad lo que dicen en el pueblo, eso de que robáis
niños”.

El gitano se echó a reír y me llevó hasta la hoguera en la que


estaban cocinando algo, que resultó ser unas gallinas con patatas.

51
Entonces me contó que eran *quincalleros nómadas, y que fabricaban
utensilios de cocina y que los vendían de pueblo en pueblo y que la
Guardia Civil solo les dejaba estar allí acampados durante veinticuatro
horas aplicando la ley de “Vagos y Maleantes” que databa de la
república y que en la etapa franquista se aplicó muy severamente para
obligarles a fijar un domicilio fijo, y favorecer su calidad de vida e
integración. En aquellos años se oía en la tele y en la radio lo
conflictivos que eran estos quinquis y mercheros. De esta etnia se sabe
muy poco. Todo lo que sabemos de ellos se lo debemos a las andanzas
de “El Lute”.

Viendo que no me hacían nada me envalentoné y le pregunté


a aquel gitano alto, de tez oscura y patillas largas, “¿De dónde sois? El
muy pensativo y contrariado por la pregunta, así como toda su familia,
los niños me miraban sorprendidos por mi aspecto, y contestó, “Mis
ancestros viajaron desde la India, porque fueron expulsados, y llegaron
a Europa por Turquía y se asentaron en países como Rumania y
Hungría, otras familias atravesaron oriente medio, y muchos se
quedaron en Egipto, otros siguieron por el norte de África, cruzaron el
estrecho de Gibraltar y se afincaron en el sur de España, donde nos
comenzaron a llamar los egipcios, de ahí el nombre de “gitanos”.

El gitano realmente me impresionó por como relataba todo


aquello, yo para impresionarles también, a cada nombre de país que el
gitano mencionaba, yo recitaba las capitales, las cuales había
aprendido con Don Luis en la escuela de Rebonza a base de varazos de
avellano en las manos.

Mi siguiente pregunta, viendo la jerga que usaban, y que yo no


entendía, fue, “Hay algunas palabras que no os entiendo, ¿qué idioma

52
es ese?” A lo que él respondió, “hablamos español pero utilizamos
muchas palabras del Romaní, que es nuestra verdadera lengua”.

Después de tantas preguntas y respuestas el gitano cansado me


presentó a su numerosa familia, e incluso me invitó a cenar con ellos.
Yo decliné la oferta y le dije
que tenía que irme por
motivos más que obvios.
Entonces el gitano cogió un
vaso de hojalata y me lo
dio, diciendo, “este vaso es
para ti chaval por haber
estado un rato con
nosotros sin tener miedo, y
para que tu madre desde
ahora en adelante no piense que nos comemos a los niños payos”. Cogí
el vaso entre contento y asustado. Subí la cuesta de la Gran Vía en bici
como una centella. Arriba, en la Fuente del Suspiro, que hay más
abajo del asilo de Rebonza, estaban mis amigos esperándome para
saber que me habían hecho aquellos “malvados” gitanos. Al llegar a la
fuente bebí agua en la taza de hojalata, porque el Jariguai de Gorbea
ya se me había acabado, respiré profundamente, para recuperarme
del susto, y comencé a relatar el incidente, exagerando todo un poco,
y así me convertí en el héroe del verano entre los chavales y chavalas
de Cueto. Al llegar a la Cruz de Cueto hicimos la parada de rigor en el
puesto de la “Abuela Paula” para comprar algunas chuches con las
“perras gordas” que teníamos y para recobrarnos de aquel susto antes
de ir a casa y explicar el suceso.

53
Ni que decir que aquel vaso de hojalata vivió conmigo muchos
años hasta que se desgastó por el culo y lo tuve que tirar, muy a mi
pesar, a la basura en mi querida Inglaterra.

 Tumbaperros: Se dice que un palangrero de San Pedro, muy bruto él, un


día de mucho calor bajo con su perro a pescar algo de marisco hasta la
Benedicta. Él, afanado en sus tareas de pesca, se dio cuenta que era la hora de
la comida al oír el cuerno de Altos Hornos y echó a correr campa arriba sin
parar. Cuando estaba a la altura del ayuntamiento, se percató que su perro no
le seguía, retrocedió y vio a su perro muerto por un golpe de calor, por lo que la
gente comenzó a llamar a dicha campa "la Campa de Tumbaperros".
 Quinqui: Persona que pertenece a cierto grupo social marginado por
su forma de vida. Gente que fabrica y/o vende quincalla.

54
Capítulo VII
EL DESARROLLO URBANÍSTICO y LA FORMACIÓN DEL ESPÍRITU NACIONAL

Aquel agosto de 1.964


acabó adentrándonos en el
temible mes de septiembre, lo
que significaba, muy a nuestro
pesar, que con el final del verano
y la entrada del otoño
comenzábamos aquella escuela
que tantos dolores de cabeza y
de manos nos ocasionaba.
Nuestros padres nos animaban
diciéndonos que las navidades
estaban a la vuelta de la esquina,
que nos lo sabíamos todo, que
patatín, que patatán, pero
nosotros ya éramos perros viejos
y sabíamos lo que nos esperaba, y quién estaba esperándonos en
aquella vieja escuela. Pero las vacaciones de verano no habían
acabado todavía y aún nos quedaban seis días para disfrutar y
aprovechar a tope.

La construcción de bloques de viviendas de baja calidad ya


había comenzado, pero a partir de 1.964 se disparó, apareciendo como
setas en el monte, excavadoras, camiones, grúas y material de
construcción por todo Sestao en aras a solventar el desarrollo
demográfico que este pueblo estaba experimentando, llegando
inevitablemente otro tipo de especulación, el pelotazo y la tan odiada
o querida burbuja inmobiliaria. Las huertas y las campas desaparecían

55
de un día para otro. Las casas viejas se derribaban y en su lugar se
edificaban otras. La actividad inmobiliaria era frenética, aunque el
negocio estaba acotado para unos pocos. Ya se sabe, “Muchos serán
los llamados, pero pocos los elegidos”.

Sin pensar en el follón urbanístico en que se estaba


convirtiendo Sestao o en lo que estaba sucediendo alrededor nuestro
nosotros seguíamos persiguiendo a aquellos antiguos camiones de la
gaseosa Gorbea, que se arrancaban a palanca, y que venían cargados
de bloques de carburo. Siempre que pasaba el camión de la gaseosa
todos corríamos tras él para birlarle algún trozo de carburo con el fin
de fabricar aquellos cohetes caseros que lanzábamos en la Sierra.

¡Pobre de aquellos camioneros que al llegar a su destino se


daban cuenta de que la mitad del cargamento de carburo había
desaparecido por arte de magia!
Al no disponer de videojuegos, “playstations”, ipods, tablets
y/o teléfonos móviles cargados de juegos y otros chismes que los niños
de hoy en día disfrutan, ya se sabe, “a falta de pan, buenas son las
tortas”. Por supuesto que echábamos mano del ingenio y de nuestros
propios recursos para no aburrirnos, y uno de ellos indudablemente
era el carburo para hacer la pócima mágica que hacía saltar por los
aires aquellos cohetes caseros.

El carburo lo mezclábamos con un poco de agua y otras


sustancias que nuestros abuelos guardaban en los sótanos. Después
cogíamos una lata de la basura, las mejores eran las latas de tomate,
esta la colocábamos sobre aquella mezcla química secreta, que se
pasaba de una generación a otra. Luego colocábamos una mecha de
papel, tapábamos bien los bordes de la lata con barro para que

56
quedara herméticamente cerrada y finalmente encendíamos la mecha
que al entrar en contacto con el compuesto químico producía una
pequeña explosión, haciendo que la lata saliera disparada por encima
de los tejados de las casas.

Muy a nuestro pesar el día siete de


septiembre de 1.964 llegó. Tuvimos que
desempolvar de nuevo la cartera, las plumas, los
tinteros y las “pinturillas” de colores, así como
aquel libro-enciclopedia “Álvarez”, de primer
grado, segundo y tercer grado, que era “intuitiva,
sintética y práctica”, y que servía para todas las
asignaturas, desde las mates, geografía, lengua, etc. pasando por la
historia hasta llegar a la Formación del Espíritu Nacional, y volver a
nuestro aula, con aquel olor inolvidable a lápiz recién afilado y a
cuadernos y libros.

Aquel lunes bajamos a la escuela de Rebonza. A las nueve en


punto ya estaban todas las clases formadas en el patio. Como era
costumbre cantamos el Cara al Sol, unos vivas a Franco y subíamos a
nuestras respectivas clases. Y así empezaba nuestro calvario particular.

Al entrar en el aula nos quedamos ensimismados al ver que las


mesas habían sido barnizadas. Entonces entendimos la razón por la
que nos hacían lijar los pupitres antes de coger las vacaciones de
verano. Los pupitres se manchaban mucho con las plumillas de tinta
china que utilizábamos para escribir. La tinta se nos caía
continuamente. La peor parada siempre era la encimera del pupitre.
Otras veces caía encima del ejercicio que casi estaba terminado, lo cual
era una gran faena, por no decir otra cosa, porque lo teníamos que

57
hacer de nuevo. ¡Mira que era difícil escribir con aquellas plumillas!
Hasta que cogías el tranquillo de escribir medianamente bien a
plumilla pasabas un tiempo completando aquellos cuadernos de
caligrafía de Rubio.

En clase nos sentaban


por apellidos,
posteriormente íbamos
cambiando de pupitre,
dependiendo de las notas
que sacaras en los controles
o exámenes. Los más listos se sentaban en las primeras filas y los más
torpes en las últimas. Yo fluctuaba entre las primeras filas y las del
medio.

Así que un día el


profesor nos decía abrir el
libro por la página tal, la cual
correspondía a las
matemáticas, y durante una
hora tocábamos esa materia.
La cosa cambiaba cuando
debíamos estudiar la asignatura de “Formación del Espíritu Nacional”
que en los años setenta
tantos disgustos dio a mis
padres y a mí.

“La Letra Con Sangre


Entra” era el lema de aquella
escuela, y dicho lema se

58
llevaba a rajatabla. Cuando D. Luis, “el dire”, nos decía, “mañana
preguntaré las capitales del mundo y el que falle una capital se llevará
diez varazos de avellano en cada mano”. Al día siguiente casi todos nos
habíamos aprendido las capitales del mundo, aunque por si las
moscas, siempre teníamos en nuestros bolsillos algunos dientes de ajo
porque creíamos que si nos untábamos las manos de ajo los varazos
dolían menos. ¡Como olíamos a ajo! Y cuando jugábamos a pelota
mano después de la escuela en el frontón de los Hermanos contra el
“Belga” siempre creíamos que las manos no nos dolían tanto por el ajo
que nos habíamos dado en clase. ¡Y como le dábamos a la pelota!
Creíamos que la rompíamos.

Las tablas de multiplicar las aprendíamos en un plis-plas porque


nadie quería que le castigaran, ni que le dieran unos varazos o le
pusieran de rodillas contra la pared para ser el hazmerreir de toda la
escuela y de todo el pueblo. Pero éramos humanos y fallábamos
muchas veces. El maestro con el que aprendíamos rápidamente las
tablas de multiplicar era Don Pedro. Alto, delgado, espigado, siempre
con corbata y chaqueta, tenia tanto pelo en el pecho que se le salía por
el cuello de la camisa. Daba miedo cuando nos hablaba y nos miraba.
Inquieto él, siempre paseando de un lado a otro entre los pupitres,
soltando su frase preferida con aquel vozarrón, “a ver tú dime la tabla
del seis”. En ese momento todo el cuerpo se te paralizaba, y aunque la
supieras no te salía ni el seis por uno y recibías los varazos
correspondientes. Bueno, este maestro era más de reglazos en las
puntas de los dedos. ¡Como impresionaba el tío! Incluso cuando le
veíamos por la calle tratábamos de escondernos para que no nos viera
creyendo que iba a sacar una regla de la chaqueta.
Lo más habitual, aparte de los varazos y reglazos, era ponerte
de cara a la pared, de pie o de rodillas, con los brazos estirados para

59
ponerte en las manos unos libros, sin menospreciar los coscorrones y
tirones de las patillas que dolían un montón, además de las collejas. El
campeón de las collejas era Don Matías. Don Matías, el profesor de
lengua, era ya mayor, a punto de retirarse cuando topó con mi
generación. Pequeño, enjuto, con un bigotillo y aquellas gafas
redondas. Tenía tanta mala leche que no la podía aguantar en su
cuerpo. ¡Que collejas arreaba!
Un día Don Matías escribió un párrafo en la pizarra y en vez de
escribir “cajón” escribió “cojón”. Todos nos mirábamos y nos reíamos
pero nadie se atrevía a decírselo por si las moscas. Salva, que era muy
echado para adelante, se levantó y se lo comentó. ¡Que colleja recibió
el chaval!

Don Luis tenía sus propias tácticas de enseñanza y aprendizaje


y para demostrarnos que eran viables no siempre nos daba varazos
sino que nos incentivaba económicamente, prometiendo darle a uno
de nosotros un duro (cinco pesetas), que en aquel entonces era
dinero, si nos sabíamos la lección de pe a pa, y en verdad que aquella
estrategia docente funcionaba.

La clase la presidía la gran mesa del maestro colocada encima


de un podio de madera. Justo detrás del maestro, la pared estaba
adornada con el retrato del Generalísimo a la derecha, en el centro el
Crucifijo y a la izquierda el retrato de José Antonio Primo de Rivera y el
Papa de turno.

Ahora de adulto, el recuerdo que me queda de aquella escuela


es que igual no fue tan mala. Creo que hoy en día se podrían adaptar y
adoptar algunas de aquellas técnicas: la tenacidad, perseverancia y
vocación que tenían aquellos maestros que intentaban enseñarnos

60
mucho con tan escasos medios. Por supuesto que erradicaría castigos
corporales o ridiculizar a los alumnos. Cada individuo es diferente y
reacciona de diferente modo. La enseñanza no es una carrera de
velocidad, más bien de fondo o de obstáculos, que hay que ir salvando
día a día, lección a lección, el profesor y el alumno de la mano.
Reconozco que aquella generación aprendió muchísimo con aquellos
métodos, no siempre los más idóneos, pero que de algún modo
funcionaron.

Las semanas
pasaban rápidamente y
los meses también. En
un abrir y cerrar de ojos
el “skyline” de Sestao
cambió drásticamente.
Cada vez que mirábamos
alrededor nuestro solo
veíamos grúas y
trabajadores de la
construcción levantando bloques de pisos para que los ocuparan
aquellas personas que venían de todas partes de España, los más
numerosos de Castilla y Galicia, con su Caldo Gallego, su pulpo a la
gallega, y su peculiar acento, sin olvidarnos de los andaluces, con su
gracia al hablar, y no menos importantes, asturianos, extremeños, etc.
Así, poco a poco, Sestao se convirtió en el crisol de culturas que
actualmente es. Con aquella inmigración también llegó la prosperidad,
se abrían bares, tiendas, carbonerías, Spars, restaurantes, zapaterías,
etc. que hicieron de Sestao un pueblo pujante y atractivo para echar
raíces en él.

61
Como no había sitio para albergar a tantísima gente en Sestao,
y los pisos eran carísimos, era muy habitual que varias familias
estuvieran de alquiler en el mismo piso con derecho a cocina. Los pisos
patera no es algo del presente sino del pasado. La gente con posibles
compraba pisos y casas para alquilárselos a las familias de “maquetos”
(inmigrantes de otras regiones de España) que venían en busca de un
porvenir mejor.

La vorágine que desató aquel desarrolló industrial y urbanístico


trajo consecuencias nefastas para Sestao. Se permitió construir sin
orden ni concierto. Se derribaron casas o lugares emblemáticos de la
localidad. Sin miramientos ni contemplaciones. Sin pensar que podía
tratarse de arte arquitectónico, del patrimonio urbanístico de Sestao.

62
Capítulo VIII
LAS NAVIDADES EN FAMILIA
El verano finalizó con más
sirimiri que sol y los meses
precedentes a la Navidad pasaron
rápidos y nos encontramos en un
Sestao con ambiente
navideño…..los típicos villancicos
que salían de la megafonía del
ayuntamiento, el belén que se
montaba en la entrada del
ayuntamiento y algunas luces
navideñas que adornaban parte de
la Gran Vía, pero para nosotros
aquello era como la Quinta
Avenida engalanada en Navidad.
Estábamos en Navidad y la
Navidad era harina de otro costal. Todo el mundo sacaba provecho de
las fiestas navideñas, y los
poderes fácticos de la época no
eran una excepción.

La Falange Española
(OJE) encontraba su mejor
aliado en la Navidad para hacer
alarde de su poder, y
organizaban, desde su sede en la calle La Iberia, lo que ahora es el
Centro de Información Juvenil, todos los actos y eventos de la Navidad.

63
Este local estaba equipado con billares, ping-pong, juegos de mesa y
otros entretenimientos para atraer a la juventud de Sestao a formar
parte de su organización. Otro reclamo de la OJE era el campamento
de verano que organizaba en Espinosa de los Monteros, Burgos, donde
se realizaban diferentes actividades al aíre libre, así como marchas por
los montes de la zona. La competencia se la hacía el Patronato
(Colegio Diocesano de
Berriocochoa) que organizaba
sus “colonias” de verano en
Puentearenas, Burgos.

Y como era costumbre la


OJE se dedicaba a organizar los
actos y actividades de la
localidad. Uno de ellos era el
desfile de Navidad, con la Virgen
María, San José y el Niño Jesús,
acompañados por el desfile de
soldados romanos, pastores, los
Reyes Magos y demás séquito.
Siempre abriendo el desfile iban
los Cornetas y Tambores de la
OJE, bien repeinados y con el
pelo abrillantado y con el uniforme oficial de la OJE.

64
La víspera de los Reyes Magos repetían el mismo desfile, estos
desfiles eran habituales durante el año, dependiendo de la fiesta u
onomástica que se celebrase. En estos desfiles y
actos sacaban sus estandartes y banderas. El
emblema de la OJE era un “León rampante
amarillo sobre cruz potenzada roja”. Su lema
“Vale quién sirve”. Su patrón es el rey Fernando
III de León y Castilla, “el Santo”.

La OJE se fundó en 1960, formó parte de la Delegación Nacional


de Juventud, absorbiendo la antigua organización obligatoria “Frente
de Juventudes”, que era como nosotros la conocíamos en el pueblo, y
la voluntaria “Falanges Juveniles
de Franco”. El espíritu de esta
organización era la hermandad y
el entretenimiento de los jóvenes
que quisieran servir a la patria y a
la justicia, dentro de un espíritu
cristiano.
La OJE estaba estructura entre niños de 6 a 10, que les
llamaban “Flechas”, de 11 a 14, “Arqueros”, de 14 a 17, “Cadetes”, de
18 a 21, “Guías”, y a partir de los
22 años, “Guías Mayores”.
Actualmente, La OJE
trabaja en un programa ayudando
a los campos de refugiados del
Sahara que se llama “Ladrillo a
Ladrillo” y tienen algún que otro
albergue en el Camino de
Santiago para ayudar a los Peregrinos que se dirigen a Santiago.

65
Durante las navidades todas las familias de la localidad se
reunían en el hogar de
los abuelos, que eran los
anfitriones. Mis abuelos
paternos anhelaban la
Navidad y disfrutaban
compartiéndola con su
familia. Tuvieron cuatro
hijos, el mayor, Daniel,
que murió combatiendo
en el lado republicano durante la Guerra Civil en Santander, y los otros
tres hijos les habían dado siete nietos.

Mi infancia
transcurrió influenciado
por los cuentos e
historias que me contaba
mi abuelo paterno,
analfabeto él, que había
cogido un tren desde su
aldea natal en Doncos,
Lugo, Galicia, y que se
vino a trabajar a las
minas de la Arboleda a la temprana edad de nueve años, porque un tío
suyo trabajaba allí. Según nos relataba él se subió a un tren y con la
ayuda de una paisana llegó hasta la Arboleda donde encontró a su tío
que le procuró un trabajo de botijero. Allí, tiempo después, se
enamoró de mi abuela, Dolores.

66
Ser analfabeto en aquel entonces en España no era algo inusual
o de que avergonzarse, sino más bien normal, y mis abuelos paternos
eran analfabetos. Y siempre que les llegaba alguna carta de sus
parientes en Argentina o en Cuba nos pedían que se las leyéramos.
Pero su afán por tener a la familia unida era desmesurado. Criaban
conejos, gallos y gallinas en el sótano de la casa. Aquellos animales
eran criados con gran esmero y a la antigua usanza, como lo habían
visto hacer toda la vida en sus casas de pueblo. Compraban los pollitos
y conejos en el mercadillo y desde entonces eran alimentados con
borona, trigo y comida especial que mi abuelo traía de la huerta que
trabaja en las Camporras.

Las Camporras era


la huerta de Sestao, de allí
se sacaban las mejores
berzas, patatas,
zanahorias, cualquier
clase de hortalizas con las
que nos alimentábamos la
mayoría de las familias de
este pueblo. Con lo que
salía de aquellas huertas,
esparcidas a lo largo y ancho del pueblo, y con el carbón que las
mujeres birlaban de los vagones que venían de León para alimentar a
las máquinas a vapor, la mayoría de las familias obreras de Sestao
llegaban a fin de mes.

El día de Noche Buena mis abuelos mataban unos cuantos


animales para satisfacer el apetito de todos aquellos nietos que
corrían por la casa, piso arriba, piso abajo, y por el patio de la casa de

67
la Protectora. Los animales que comíamos eran manjares, con aquel
exquisito sabor inconfundible de haber sido criados con mimo y
cocinados en la chapa de carbón a fuego lento.

Aquellos días de
Noche Buena, Día de
Navidad, Noche Vieja y Año
Nuevo siempre acababan
con mi padre, madre, tíos y
tías cantando Rancheras y
canciones de la tierra a las
cuales todos nosotros nos
uníamos. Estas noches
acababan con las típicas partidas de cartas.

De los padres de mi madre no puedo decir mucho ya que mi


abuela materna, María, ya había fallecido cuando yo nací, solo sé que
era originaria del Valle de Arratia, Ceberio. De mi abuelo paterno,
Aniceto, también oriundo del Valle de Arratía, Zeanuri, más conocido
en Baracaldo como el “Aserrador” tampoco puedo decir mucho ya que
le vi pocas veces porque no se llevaba bien con mi madre a raíz de que
no quería que mi madre, Petra, se casara con un “Maketu”, (aunque
mi padre hubiera nacido en Sestao) que así llamaban los Vascos a los
españoles venidos a trabajar a las minas y a las fábricas del entorno
“con la casa a cuestas”. Ni que decir que el amor impera por encima de
todo y mis padres se casaron sin su consentimiento.

Mi abuelo materno “el Aserrador” era una persona de bien,


con poder, dinero y posibles, que poseía muchas tierras en Baracaldo,

68
además de ser dueño de una fábrica de gaseosa y tener la franquicia
de una patente de lejía.

Con el cambio de año y con los Reyes Magos venía la


culminación de las fiestas navideñas. El seis de junio salíamos todos a
la calle, chicos y chicas, sin importarnos el frio que pudiera hacer, con
nuestros nuevos juguetes, aunque al día siguiente comenzara de
nuevo la escuela, Aquella Escuela.

El día 1 de enero de
1.965 Franco aprobó y
permitió que el Evangelio y las
epístolas se leyesen en las
lenguas vernáculas. Lo cual era
un signo del aperturismo
político que se empezaba a
vivir en el País Vasco, muy a
pesar de algunas fuerzas
reacias a dicho aperturismo.
Aquella Escuela no había cambiado en lo más mínimo a pesar
del aperturismo del régimen franquista. Si que notamos que en la misa
dominical, Don Anastasio, el párroco de la iglesia del Patronato, que
unos años después sería mi director y amigo, hablaba, a veces, un
tanto raro, cambiando de idioma, porque parte de la misa la decía en
vascuence. ¡Pero solo era cuestión de acostumbrarse a los cambios!
Y mientras esperábamos a que las vacaciones de Semana Santa
llegaran, que aquel año cayó en abril, nos íbamos enterando por la tele
que aquel año de 1965 Winston Churchill, premio Nobel de Literatura,
muere el 24 de enero a los 90 años de edad y que su funeral se celebró
el 27 de enero con los honores que le correspondía como Primer

69
Ministro del gobierno de la reina Isabel II; que el 30 de enero de ese
mismo año nace la Organización Para La Liberación De Palestina; que a
un tal Martin Luther King, del movimiento negro anti-apartheid, había
sido arrestado y soltado; que la Guerra de Vietnam seguía su curso;
que en Bilbao se inaugura la primera Feria de la Industria Eléctrica y
Maquinaria de Elevación y Transporte; que EE.UU. comienza a utilizar
el gas Nepalm (gas mostaza) en Vietnam; y que se produce el
“Domingo Sangriento” y que el presidente Lyndon Johnson prepara la
Ley de Derecho a Voto de los Negros para que la aprobara el Congreso
y que Nicolae Ceausescu es nombrado jefe del estado de Rumanía.

70
Capítulo IX
LA SEMANA SANTA, LA TELE DE VICEN y MÍ TÍA MARGARET

¡Y cómo no! La Semana


Santa llegó. Ya se notaba que
habíamos dejado los fríos y las
heladas del invierno. Los charcos
que se formaban en las calles sin
asfaltar ya no se helaban, y la
temperatura era más agradable.

En abril estudiábamos
bastante más la Historia Sagrada
que otros meses, y TVE, la única
que había, solo televisaba
películas religiosas. En la radio, la
mayor parte del tiempo, solo se
escuchaba el “Ángelus” y música sacra. Las procesiones de Semana
Santa eran interminables. Procesiones por doquier, y las discotecas y
cines cerrados a cal y canto.

La Semana Santa, cuando caía en abril, enlazaba con el mes de


mayo, el mes de la Virgen, lo que significaba que había que hacer una
ofrenda floral a la Virgen de la escuela todos los días. Todos, chicos y
chicas, recogíamos flores de las muchas campas que había en Sestao
para colocarlas debajo de la Virgen. Esto de los ramos de flores nos lo
tomábamos muy en serio, primero por el sentido religioso que el acto
suponía, y segundo porque todos queríamos agradar a los maestros y
al cura de la escuela.

71
Por una parte las vacaciones eran divertidas, porque no había
escuela, pero por otro lado eran aburridas, y aquella teleserie de mi
infancia, “El Fugitivo”, que tanto nos gustaba, y que nos hacía soñar
con mil y una aventuras, dejaba de emitirse hasta que pasara la
Semana Santa.

Si la memoria no me falla,
Vicen, y su marido Victor,
entrañables personajes de mi
infancia, compraron la primera
o segunda televisión de la
Protectora, y como buenos
samaritanos la compartían con
los críos de su amada Protectora
todas las noches que el “Doctor
Kimble”, protagonizado por
David Janssen, y perseguido por
aquel implacable policía,
aparecía en aquella televisión
Phillips, en blanco y negro, de 21 pulgadas. Para las nueve y media
todos habíamos cenado e íbamos invadiendo el salón de la casa de
Vicen y Victor, sentándonos en el suelo, para ver el correspondiente
capítulo semanal que comenzaba después del “parte” (Telediario). El
evento era un ritual, ya que los chavales y chavalas de la Protectora
nos reuníamos en aquel improvisado cine de barrio con Vicen y su
marido, Victor, además de sus tres hijos, Vitorchin, Araceli y Maite.

72
No solamente Vicen y su marido, Víctor, compartían su
televisor con los más jóvenes del barrio, sino que en verano la

compartían con los mayores, para que los aficionados a los toros no se
perdieran aquellas vistosas corridas de toros protagonizadas por los
toreros de moda, el “Cordobés” y el “Viti”.

Vicen, amante de las tertulias, extraordinaria relaciones


públicas, siempre dispuesta a debatir temas, mandaba a sus hijos,
casa por casa, con el fin de avisar a todos los vecinos amantes de la
tauromaquia de la hora de comienzo de la corrida de toros. Su marido
Victor, hombre infatigable, siempre estaba reparando algo, pintando
alguna puerta u ordenando el sótano de la casa, y siempre dispuesto a
echar una mano.
73
Pasado un tiempo habría una televisión, Phillips, Grunding o
Zenith en casi todos los hogares de Sestao. Con ellas aprendimos que
España no era el ombligo del mundo y que había algo más tras los
Pirineos y el Estrecho de Gibraltar.

Al acabar la Semana Santa mi padre recibió una carta por


“correo aéreo” de una tal “Margaret”. La carta escrita en inglés decía,
“Querido hermano Luciano, te visitaré en agosto aprovechando las
vacaciones de verano y así conocer a tu mujer, Petra, y a tus hijas e
hijo. Estoy muy entusiasmada por el viaje ya que será la primera vez
que viaje a España y al País Vasco, y verte a ti después de tantos años.
Os quiere, Margaret”.
Mi padre fue un Niño de la Guerra Civil Española, y durante la
contienda, en 1937 sus padres, Manuel y Dolores, tuvieron que
meterle a él y a su hermano mayor, Pascual, en un barco, el Habana,
de la Compañía Trasatlánticas Española, que estaba fondeado en
Santurce, y los dos hermanos, junto con otros muchos chicos y chicas
de la Margen Izquierda, marcharon rumbo a un campamento de niños
situado en Southampton. Posteriormente mi padre y su hermano
fueron trasladados al Campamento de Niños Vascos sito en el
municipio de Margate, Inglaterra, donde fue “adoptado” por la madre
de Margaret, viuda, quién había perdido a su marido en la Primera
Guerra Mundial. Mi padre y mi tío Pascual, que tenían 11 (Número de
Identificación 3657) y 14 años (Número de Identificación 3656)
respectivamente cuando salieron de Santurce hacía Southampton in
1937, regresaron a Santurce de nuevo el 18.07.39.
Aquel día fue muy traumático porque tenía que separarse de su
hermano mayor e irse con una señora mayor y su hija a Anerley,
Londres.
74
Todos los Niños y Niñas de la Guerra eran muy versátiles y se
adaptaban bien a las nuevas circunstancias, y mi padre no era una
excepción. Al cabo de un tiempo se adaptó a la vida familiar inglesa. Le
mimaron todo lo que pudieron, y de vez en cuando le llevaban a ver a
su hermano Pascual, y muchos fines de semana la madre se Margaret
se traía a Pascual a casa para
que los dos hermanos pudieran
estar juntos.
A mí particularmente me
encantaba que mi padre me
contara todo lo relacionado con
aquel “fantástico” viaje. Le hacía
preguntas sobre las condiciones en las que había viajado, que
actividades hacían en aquel campamento, si les trataron bien, cómo se
entendían con la gente, donde estaba situado dicho pueblo, si echaba
de menos a mis abuelos y a su hermano menor, Arturo, si estaba
preocupado por su hermano mayor Daniel, que estaba combatiendo
en el frente, y quién murió en
Santander protegiendo al
Lehendakari Aguirre, que había
escapado de Bilbao hacía
Villaverde de Trucios, donde
pasó la noche, y fue atacado
por las tropas franquistas
cuando se dirigía a Santander a
coger un barco para que le llevara a Francia. Le hacía miles de
preguntas que él siempre me contestaba dándome muchísimos
detalles y pormenores.
Yo, particularmente estaba entusiasmado de conocer a aquella
“tía”, que solo conocía de oídas, y por algunas fotos que de vez en
75
cuando recibíamos en aquellos sobres, bordeados de azul y rojo, que
ponía en inglés “AIR MAIL” (POR AVIÓN) y con el retrato de la reina
Isabel en el sello, y en las cuales nos contaba cosas de su rutina diaria,
de su trabajo, de la zona donde vivía, que hacía, etc., y que mi padre
tanto ansiaba recibir.

Agosto parecía lejos, pero los meses pasaban rápidamente, y


un buen día, el 1 de agosto, nos enteramos de que el Reino Unido
prohíbe la publicidad de cigarrillos en televisión, y que aquel domingo
1 de agosto de 1965 llegaba al aeropuerto de Sondika, Bilbao, nuestra
“tía” inglesa, Margaret.

Se habían hecho preparativos para alojar a tía Margaret en un


piso de 50 m2. Mis padres pasaron a dormir de su habitación al sofá-
cama de la sala, y a mí me pasaron a dormir con mis hermanas. Yo
flipaba porque Margaret vivía en una casa con jardín. ¡Qué pensaría de
aquel apaño!

Aquel acontecimiento
social y familiar, que iba a reunir
a dos seres que no se habían
visto durante mucho tiempo, y
que uno de ellos venía de un
país tan democrático, donde
votaban hasta las mujeres, era
digno de presenciar y de saber lo
que pensaba del nuestro. Y por supuesto, yo no me lo quería perder.
Llegó a casa la tan ansiada y querida tía con mi padre en el taxi
de Emilio padre, que luego heredó su hijo, también llamado Emilio, y
tras la muerte de Emilio hijo, Conchi, la esposa de este que siguió con

76
el negocio. Creo que el taxi era un Seat Mil Quinientos negro con una
raya transversal roja. Quizás el único taxi de Sestao.
La llegada de mí tía Margaret fue un evento en el barrio porque
ninguno de mis vecinos había visto a una inglesa antes. Bueno, había
un alguacil de tráfico en Baracaldo, que por aquel entonces era la
atracción popular porque era negro, pero una inglesa, una súbdita del
Imperio Británico, que nos había robado Gibraltar, nunca.

La visita de tía Margaret suponía salirse de la horma del zapato


y hacer cosas diferentes como viajar a Santander, San Sebastián,
Burgos y algún que otro lugar de interés como Gernika, comer cosas
que normalmente no comíamos, pastas, pastelitos, gambas, etc., llevar
todos los días la ropa de los domingos, y por supuesto, practicar mi
inglés con ella. Y cierto es que le sacaba bastante partido a mi inglés
con uno de los maestros de Rebonza que tenía una “medio novia”
malasia con quién se carteaba en inglés y a quien le tenía que traducir
las cartas que recibía cada dos o tres semanas.

77
Una mañana, para ser más exacto el viernes 13 de agosto, me
levanté, fui a la sala de estar y allí estaba Margaret hablando con mis
padres de mí. Margaret y su marido, Mr. Cecil, no tenían hijos, y
Margaret estaba proponiendo a mis padres llevarme con ellos a
Londres todos los veranos. En cuanto lo oí, dije que si inmediatamente
a esa excelente proposición.
Al finalizar agosto Margaret, que había llegado blanca como la
leche, y durante su estancia se había puesto roja como lo que era, una
78
“guiri”, regresó a Londres con un bronceado que le resaltaba, aún
más, el pelo rubio y aquellos
bonitos ojos azules, no muy
comunes por aquí, que ocultaba
detrás de las gafas. ¡Que contaría
a sus amigos y conocidos de la
España que había visto!

Yo, sabiendo que aquel iba


a ser mi último verano en Sestao,
disfruté como un “enano” del
resto de las vacaciones con mis
amigos de travesuras. Unas de
aquellas travesuras, que casi
siempre hacíamos por las noches,
era atar un hilo a alguna aldaba,
escondiéndonos detrás de algún muro, y tocar la aldaba, una y otra
vez, para que salieran a abrir la puerta. Al salir la vecina no veía a nadie
y cerraba la puerta acordándose de todos nosotros. Otros días, al
anochecer, después de la cena, jugábamos al “escondite”, o a
“ladrones y policías”, o al “bote”, sin olvidarnos del “Txorro-Morro-
Pico-Tallo-Qué”, que tanto nos gustaba a los chicos, poniendo a
prueba nuestra brutalidad. Durante la mañana o la tarde el campo de
fútbol de los Hermanos atraía a todos los chicos de Sestao, de todas las
edades, y de todos los barrios. Se jugaba un partido tras otro. Cuando
no jugábamos al fútbol matábamos el tiempo haciendo “iturris”
(tapones de chapa de las botellas de Coca-Cola, Fanta, etc).

En aquellos “iturris” metíamos un cromo de algún futbolista o ciclista,


luego redondeábamos un trozo de cristal y se lo colocábamos encima

79
del cromo y lo sellábamos con un poco de jabón Chimbo para jugar en
la calle a la Vuelta Ciclista a España. Otras veces nos entreteníamos
jugando al hinque o haciendo silbatos con los güitos de los albérchigos.

Y así acabó aquel verano de 1.965 adentrándonos en la rutina


escolar, con el objetivo de preparar el examen de ingreso de bachiller
con el infalible, incansable, estricto, meticuloso y temido Don. Luis,
director de la escuela de Rebonza.

80
Cápitulo X
MÍ PRIMER VERANO EN LONDRES y LA LEY ORGÁNICA DEL ESTADO

Enero de 1.966
comenzó con varias
noticias, algunas buenas y
otras malas. Una de las
buenas fue que dos jóvenes
estadounidenses, Simon y
Garfunkel, editaban su
segundo álbum “Los
Sonidos del Silencio”, que
resultó ser un gran hit
(éxito musical) y una de las malas que dos aviones estadounidenses
chocan y cinco bombas atómicas cayeron en Palomares, Almería, con
el consiguiente baño del Ministro de Información y Turismo, Don.
Manuel Fraga Iribarne, en las aguas de Palomares para tranquilizar la
ciudadanía de que el entorno no estaba contaminado por la radiación.
Francia, con el general De Gaulle, como presidente, y al frente del
gobierno, abandonaba la OTAN. El grupo británico “The Beatles” da
una conferencia de prensa en Chicago, EE.UU. en la que John Lennon
se disculpa por su frase “Somos más populares que Jesús”.

Al comienzo de aquel curso, mis padres decidieron que debía


estudiar bachiller, y hablaron con Don Luís, que aparte de ser el
director de Rebonza, preparaba a los alumnos que querían hacer el
examen de Ingreso. Así que, previo pago de los respectivos honorarios,
un puñado de compañeros y yo nos quedábamos todas las tardes de
seis a ocho para reforzar la geografía, las matemáticas, la historia, las
ciencias naturales y el lenguaje, con el consabido y estricto Don Luís, lo
que suponía unos reglazos extra si no nos aprendíamos la lección. Pero
81
todos nos sorprendimos porque aquel era otro Don Luís, aquel Don
Luis no era el que nosotros conocíamos en las clases normales de la
escuela, aunque de vez en cuando se le iba la mano o nos daba algún
que otro reglazo.

Poco antes de acabar el curso hice el examen de Ingreso en el


colegio Diocesano de Berriochoa (El Patronato de toda la vida),
aprobándolo con una nota excelente. Se notó la “mano” de Don Luís.

Mis padres habían escogido El Patronato porque querían que estudiara


en un ambiente más vasco, más nacionalista, y que tuviera una
enseñanza de mayor calidad, y supongo que porque no había muchas
más opciones en Sestao.

El cambio iba a ser un poco traumático, como lo es hoy en día,


cuando los niños cambian de un colegio a otro, pero la vida es así y
había que seguir hacia delante, diciendo adiós a mi escuela de
siempre, que por otro lado estaba a corta distancia del nuevo colegio y
pasaría por delante de ella de camino a El Patronato.

En el patio, durante el recreo, comentábamos lo que algunos


chavales mayores, que estudiaban en el Patronato, nos decían de la
disciplina que se impartía allí. Nos decían que aún era más dura que la
de Rebonza, que cuando fuéramos ya lo veríamos, que nos íbamos a
cagar por las patas abajo cuando conociéramos a un tal “Javi”, que si
patatín que si patatán. Nosotros no nos lo creíamos. El Patronato
estaba regido por curas, Don Anastasio, el dire, Don Francisco, y otros
muchos, y creíamos, desde nuestra ingenuidad, que no podía ser tan
malo como lo pintaban. Pero ¡si que era verdad! Ya lo creo, y los
novatos, y no tan novatos, la sentimos en nuestras carnes el mismo día

82
que llegamos. Pero los cursos no duran para siempre y al acabarlos
siempre están las deseadas vacaciones de verano, y este no era una
excepción. Y así, entre estos y otros avatares de mi corta vida, llegó
aquel ansiado y esperado verano de 1.966 en el que yo iba a viajar a
Londres.

El 30 de junio cogí un avión, no


muy grande, no como los de hoy en día,
de hélices, en el aeropuerto de Sondica,
Bilbao, que me llevó hasta el aeropuerto
de Heathrow, Londres. Los pasajeros de
aquel avión eran todos hombres de
negocios bilbaínos que viajaban a la capital del mundo para algo, cosa
que a mí me importaba un comino en aquel entonces. Compartí
asiento con un matrimonio. El era un alto directivo del Banco de
Vizcaya que viajaba con su esposa, que habían viajado multitud de
veces a Londres y que me repetían que no me preocupara, que aquel
avión era muy seguro. Pero yo estaba muerto de miedo, no entendía
como aquel aparato tan grande y pesado podía surcar los aires.

Al llegar a Heathrow
bajé la escalinata de aquel
avión, y allí estaban Margaret
y Cecil. En aquel entonces no
había las medidas de
seguridad existentes
actualmente en todos los
aeropuertos y la gente que
esperaba a alguien le daba la
bienvenida de aquella guisa.

83
Viajamos hasta el
centro de Londres en
autobús. Yo miraba todo
aquello con ojos de lince, no
me quería perder ni el más
mínimo detalle. Me di
cuenta de que los ingleses
conducían por la izquierda.
Nos bajamos en la parada
de autobuses de la estación de trenes de Charing Cross, donde
cogimos un tren hasta Crystal Palace. Durante el trayecto me quede
perplejo y boquiabierto al ver a chavales de todas las edades jugando y
disfrutando de los campos de fútbol de hierba, de las canchas de
tenis, e instalaciones deportivas que se veían desde el tren. ¡Aquellos
ingleses ya me empezaban a gustar! ¡Qué tíos!

Al llegar me dieron una


visita guiada por la casa de dos
pisos. Me llevaron a mi
habitación, que era más grande
que la de mis padres en Sestao.
Bajamos al jardín trasero, que a
mí me parecía el Amazonas, por
los muchos árboles, plantas y
flores que había, y los muchos
animales que volaban y pasaban por delante de mí, sin miedo de que
les hiciéramos algo. Tordos, petirrojos, gorriones, cuervos, en fin, toda
clase de pájaros, ¡que me daban unas ganas de hacerme un tiragomas!
Y hasta ardillas, que saltaban alegremente de árbol en árbol, y que las

84
muy osadas venían a comer de mi propia mano las “cookies”
(galletitas) que Margaret me daba. Aquello me parecía algo irreal, que
jamás pensé que podía suceder, pero estaba pasando delante de mis
propias narices.
Desde aquel mismo instante decidí que lo del tiragomas y los
arcos de flechas que nos hacíamos en Sestao para matar pájaros y
otros animales sería agua pasada. Y que tenía que convencer a mis
amigos de fatigas al volver a Sestao que matar animales a flechazos y
tiragomazos no era de recibo, aunque muy dentro de mí sabía que
convencerles, y aún más, que me creyeran, era harina de otro costal.

Mis dos meses de verano los pasé entre libros y excursiones.


Por la mañana, de nueve a una, tenía clases en una escuela para hijos
de inmigrantes provenientes de Kenia, Uganda Jamaica, Hong Kong,
Gibraltar y otras nacionalidades provenientes del Imperio Británico, y
de alguna manera no me sentía muy desplazado o fuera de lugar
porque había vivido aquella situación con anterioridad, aunque aquello
lo tenía un poco olvidado en mi subconsciente.

En aquella escuela, aparte de mantener mi inglés fresco,


aprendíamos geografía, matemáticas, ciencias, etc.

Al cabo de unos días de asistir a esta otra escuela de Londres,


noté, o eché en falta la asignatura de “Formación del Espíritu
Nacional”. Yo, ingenuo de mí, pregunté a mi profesora Helen, “¿no se
estudia la asignatura de “Formación del Espíritu Nacional aquí, en
Inglaterra?”

85
Sabía que había
una reina, Isabel II, que la
monarquía dirigía el país
junto con el parlamento,
pero lo que no sabía es
que los niños y niñas
ingleses no tuvieran una
asignatura parecida, o
que no cantarán a su
reina antes de entrar a
clase.

Ella muy perpleja por la pregunta, me contestó, “¿Qué tipo de


asignatura es esa? ¿De qué trata?”

Yo tuve que explicarle de que trataba la dichosa “Formación del


Espíritu Nacional” ante la mirada atónita de mis compañeros.

Aquella escuela no se parecía en nada a mi escuela de Sestao.


Estaba más equipada, más sofisticada, incluso más limpia. Cuando veo
fotos de mi querida “Rebonza” o de “El Patronato” y las comparo con
Anerley Secondary School me doy cuenta de que las fachadas de estas
escuelas estaban sucias y corroídas. No las habían pintado nunca, y las
instalaciones deportivas y educativas brillaban por su ausencia. En
cuanto a los castigos, si que se castigaba en aquella escuela inglesa,
pero no con la estrictez de las escuelas de mi pueblo, Sestao.

Por las tardes Margaret y Cecil me llevaban a ver diferentes


“landmarks” (edificios y lugares famosos) de Londres. La torre de
Londres, Hampton Court, y la recién estrenada torre de

86
comunicaciones de la Post Office (Oficina de Correos), explicándome
cosas relevantes e interesantes.

Con Cecil pasaba largas horas hablando de la Segunda Guerra


Mundial, ya que él había participado en ella. Estuvo en el Servicio de
Inteligencia británico porque hablaba alemán. Cuando me enseñaba
fotos y cosas de la Segunda Guerra Mundial a mí se me abrían los ojos
como platos. Me explicaba el método que utilizaban para comunicarse
con los espías que el Reino Unido
tenía en Alemania, y otras muchas
cosas que entonces no entendí
muy bien. Cecil era un gran
amante de los zepelines y de los
sellos, afición que me inculcó.

Pero todo lo bueno se


acaba, y debía volver a casa de
nuevo, a mí pueblo, que tanto
añoraba. Quería ver a mis padres,
hermanas, abuelos y a mis colegas
para contarles todo lo que había
visto y hecho. Después de dos
meses les echaba de menos. Y
aquel verano de 1.966 me marcó y cambió mi manera de pensar en
muchos sentidos a raíz de lo que había visto.

En Londres, por aquel entonces, ya empezaban a verse los


primeros rastafaris, pupilos de Haile Salassie. Se hablaba del nuevo
equipo McLaren de Formula 1, creado por Bruce McLaren, y la

87
sociedad británica no se había olvidado aún del “Gran Robo al Tren de
Glasgow”.

Llegó el nefasto
septiembre y empecé las clases en
mi nuevo colegio, de gran
renombre, El Patronato de Sestao.
Lo primero que noté, y creo que
también mis colegas de primero
de bachiller, es que no teníamos
que cantar el “Cara Al Sol” en el
patio antes de entrar a clase,
aunque la disciplina y los castigos
corporales eran iguales o peores
que en la escuela pública de
Rebonza. Y al ser un colegio
religioso cambiaban los elogios al
Caudillo por las alabanzas al “Todo
Poderoso”. ¡Ah! y misa por aquí y misa por allá. Pero tenía sus
alicientes, participar en los campeonatos de fútbol contra los cursos
superiores, jugar en el frontón a pelota mano, ir al gimnasio y comer
durante el recreo aquellos
bocadillos de chorizo de
Pamplona que
comprábamos en la tienda
de la esquina de la calle
Chavarri.

Teníamos un
profesor o profesora para cada asignatura, y un libro con fotos a todo

88
color para cada una de ellas, algo que nos sorprendió, porque hasta la
fecha nos habíamos manejado bien con la enciclopedia Álvarez y nos
había ido de fábula. Y lo que más gratamente nos sorprendió fue que
tres mujeres nos dieran clase, la de matemáticas (La Pitus), la de
francés y la de geografía, de quién todos estábamos enamorados.

Enseguida nos dimos cuenta de que allí también se utilizaba la


regla, pero no solo para hacer líneas rectas. Y los tortazos estaban al
orden del día. El monitor de “Disciplina”, Javi, dejaba muy claro quién
mandaba en aquel colegio y nos lo demostraba todos los días cuando
algún profesor se quejaba de alguno de nosotros, propinándole unos
tortazos de campeonato. Día a día, y poco a poco nos fuimos
enterando de cómo funcionaba aquel colegio, y algunas veces
adoctrinados por los chicos mayores, y otras improvisando, íbamos
esquivando a Javi y saliendo del trance.

Antes de las navidades, más concretamente, el miércoles 14 de


diciembre de 1.966, se celebró el referéndum para votar la Ley
orgánica del Estado. A los escolares nos venía fantástica aquella
votación porque no teníamos escuela y nuestros padres no tenían que
ir a trabajar.

Mi padre fue a echar su voto. Por supuesto un “Sí”, ya que


nadie se oponía al General Franco. Pero el martes 13 de diciembre
hubo polémica en mi casa. Mi madre exigía a mi padre que votara
“No”, a lo cual mí padre decía que eso era muy arriesgado porque
creía que podían saber quién había sido el del “No”.

Acompañé a mi padre aquel 14 de diciembre de 1.966 hasta


Rebonza a depositar su voto. Había Guardia Civiles por todos lados, y

89
hacía un frio que pelaba. Para depositar el voto tenía que mostrar el
carnet de identidad para que le dieran el justificante que debía
presentar en la fábrica con el fin de que le abonaran el día.

Una duda que siempre he tenido sobre aquel Referéndum es


que tipo de represalias tomó el Régimen contra los que no fueron a
votar, si es que hubo alguien que no fuera a votar aquel día.
El resultado de la votación fue un demoledor “Sí” a favor de la
Ley Orgánica de Estado promulgada por Francisco Franco.

La Ley Orgánica del Estado decía, “Las Cortes Españolas hablan


del Jefe de Estado y dicen que Francisco Franco es Caudillo de España
por la gracia de Dios, y este personifica la soberanía nacional, y que
posee todos los poderes políticos, militares, sociales y económicos, por
lo que promulgará y sancionará las leyes y proveerá su ejecución, y
velará por los principios fundamentales del Reino. Que podrá
cambiarlos ya que ejerce la prerrogativa de gracia. También,
garantizará el funcionamiento de los Altos Órganos del Estado, y
ejercerá el mando supremo, velando por el orden público y la seguridad
del Estado”.

90
Capítulo XI
EL PRIMER AUTOBÚS DIRECTO BILBAO-SESTAO y EL PATRONATO

En 1.967 ya se empezaba a hablar del Cambio Climático.


Algunos expertos estadounidenses habían denotado que algunos
glaciares del mundo, como el de Perito Moreno en Argentina, y los
casquetes polares estaban perdiendo su masa helada, lo que
representaría un aumento de la temperatura, lo que hoy en día
llamamos “Calentamiento Global”.

91
Entre otras cosas también se hablaba de la guerra biológica, al
saberse que el New York Times había sacado una información diciendo
que el ejército de los EE.UU. estaba llevando a cabo experimentos
secretos en el campo de la guerra biológica.

Todo el mundo
en Sestao opinaba,
echando la imaginación
a volar. Que si con estos
experimentos
aparecerían monstruos
en miniatura que
matarían a grupos de
población seleccionados, a quienes irían dirigidos estos soldados
diminutos invisibles. Posteriormente, aparecería el SIDA.

El SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) salió a la


luz oficialmente el 5 de junio de 1981 en Los Ángeles, cuando los CDCs
(Centers for Disease Control and Prevention (Centros para el Control y
Prevención de Enfermedades) de Estados Unidos convocaron una
conferencia de prensa donde explicaron los cinco casos de neumonía
por “Pneumocystis carinii” que estaban tratando.

Al mes siguiente se constataron varios casos de sarcoma de


Kaposi, un tipo de cáncer de piel. Las primeras constataciones de estos
casos fueron realizadas por el Dr. Michael Gottlieb de San Francisco.

Coincidencia o no, ahora, con el paso del tiempo, se sospecha


que esta terrible enfermedad se ideó en algún laboratorio, y la

92
creencia popular, muy sabia ella, dice que el SIDA se inventó como
arma biológica dirigida a los homosexuales.

Entre estos dimes y diretes transcurrió el primer mes de 1.967.


Por aquel entonces, creo recordar, que se inauguró el primer autobús
de línea Bilbao-Sestao (El Directo). Este autobús salía de la parte de
atrás de El Corte Inglés y paraba en el Casco. Salía a las horas en punto.
Hasta entonces la única manera de ir a Bilbao era coger el tren de
RENFE o bajar a la calle Chavarri donde se cogían aquellos autobuses
ingleses de dos pisos que paraban en multitud de paradas haciendo
del viaje a Bilbao una odisea
.
Para la gente de Sestao fue un acontecimiento, y la llegada del
primer autobús se celebró como la llegada de los americanos en
aquella épica película de Luís García Berlanga “Bienvenido, Mr.
Marshall” con José Isbert como protagonista.

Los chavales de la Protectora no fuimos ajeno a todo aquello. Y


subidos en los árboles que adornan la vía principal de la localidad
esperamos hasta las once y treinta de la mañana a que el primer
autobús Bilbao-Sestao asomara por la cresta de la Cruz de Cueto, al
pasar toda la gente lo aplaudía y lo vitoreaba. Aquel autobús nos
ofrecía la posibilidad de viajar a la capital de la provincia a todas horas.
Con un horario fijo, no como los autobuses de línea de la zona baja de
la localidad que nunca se sabía cuando venían o como venían, casi
siempre repletos de gente.

Transcurrido el primer mes y ya metidos en febrero, la tele nos


anunció que en EE.UU. se había fundado la NBA (Asociación Nacional
de Baloncesto) que por aquel entonces no era deporte de masas en
España, pero que poco a poco iría cuajando en nuestra sociedad. Fue
93
el malogrado jugador del Real Madrid, Fernando Martín, el que allanó
el camino a otros jugadores españoles al ser fichado por un equipo de
la NBA, el Portland Trail Blazers en 1.986.

Y en el transcurso de ese mismo mes ya se empieza a hablar de


que la Comunidad Europea, a la que no pertenecíamos aún, porque
aquellos europeos hablaban de un nuevo impuesto, muy injusto según
la gente, que se llamaba IVA. Posteriormente, en 1.986, se instauraría
en España bajo la presidencia de Felipe González Marquez.

Y el 16 de febrero Franco decreta en España la pena de arresto


mayor y multa a quienes infringiesen las limitaciones a la libertad de
expresión. Ni que decir que nadie hablaba de política en público por
miedo de ser oído por la policía secreta que pululaba por bares y
mercados de la localidad. Solamente la gente hablaba de política en el
núcleo familiar.
En aquella época había una cierta bonanza económica, ya que
todas las fábricas y grandes centros industriales estaban a tope de
trabajo, y las horas extras, que en algunas fábricas las llamaban “meter
el cuarto”, estaban al orden del día. Este boom económico sirvió y
promovió la apertura de muchas tiendas, ferreterías, carnicerías,
pescaderías, bodeguillas y bares en la localidad y otros muchos
negocios, y aquellos míticos “supermercados” Spar que

94
todavía funcionan por otros lares de España, y sin olvidarnos de los
economatos dirigidos por las empresas punteras como Altos Hornos de
Vizcaya, la Babcock Wilcox, la Naval y la Cooperativa de Trabajadores
Vascos, entre otros, que ofrecían comestibles y productos más
baratos. Este tejido comercial, que se montó en el municipio, generó
mucha riqueza en la localidad, creó puestos de trabajos, y lo que es
más importante, felicidad y seguridad en la población.

Entre las amas de casa de la localidad existía una cierta


rivalidad por ver quién tenía más poder adquisitivo, dependiendo de la
fábrica en la que trabajaran sus maridos, ya que los sueldos variaban
de una fábrica a otra. Esta rivalidad trascendía a la hora de comprar,
entre otras cosas, merluza fresca o congelada. Lo habitual entonces
era comparar merluza congelada porque era bastante más asequible
para la clase trabajadora.

Por lo que yo recuerdo las amas de casa cuyos maridos


trabajaban en la General Eléctrica Española (dedicada a la fabricación
de generadores y transformadores empleando a más de 4.000
obreros) o en la Babcock Wilcox (dedicada a la fabricación de trenes,
locomotoras y calderas empleando a más de 5.000 obreros, algunos de
aquellos obreros trabajaban en un estado de semi-esclavitud ya que

95
eran presos rojos) solían compraban fresca porque sus maridos
ganaban más. Yo a decir verdad, cuando tocaba merluza para comer
en casa, y mi madre, toda
orgullosa, nos decía, “no es
merluza congelada, es fresca. Ya
veréis que rica. Venga comed,
comed”. Al comerla yo no notaba
la diferencia, la verdad, pero no
decíamos ni pio y nos la
comíamos pensando que una
chuleta estaría más apetitosa. Pero a ver quien no se comía la dichosa
merluza fresca mirando a las zapatillas de mi madre.

En este año también se hablaba de la tan temida sequía que


sacudía a España, y el Gobierno de
Franco, presidido por él, aprueba el
trasvase del río Tajo al Segura. No sin
el enfado de muchos agricultores.
¡Pero que podían hacer ante aquel
pequeño hombre que tenía tanto
poder!

Aquella sequía también afectó a la población de Sestao. El agua


no llegaba a las casas y había que ir con el cubo a la fuente. Otra
medida que se tomó contra la sequía fue dar suministro de agua hasta
ciertas horas, lo que fue un fastidio ya que no te podías duchar cuando
querías.

Así, entre unas cosas y otras, pasó el invierno y Europa entera


esperaba el acontecimiento del año el “Festival de la Canción de

96
Eurovisión”. En la escuela hablábamos de la cantante que
representaba al Reino Unido, Sandie Show, con su canción
“Marionetas en la Cuerda” (Puppets On A String), que era muy guapa
y que cantaba como los ángeles, y además descalza. Todo el mundo se
preguntaba por qué cantaba descalza.

El festival se celebró en el Grosser Feststal de Viena el sábado


ocho de abril, era la duodécima edición, y Raphael con la canción
“Hablemos del Amor” representó a España. Raphael había cautivado
el corazón de la mujer del Caudillo, la Sra. Carmen Polo de Franco con
aquel villancico “El Tamborilero” que había cantado en navidades en
un teatro de Madrid.

Aquella noche pasó a la historia porque todos creíamos que Raphael


tenía alguna posibilidad de batir a Sandie Show, o al menos lo
pensábamos con el corazón en un puño. Esa noche no se veía ni a un
alma en la calle, desierta, como cuando jugaba el Athletic una final de
la Copa del Generalísimo, todo el mundo estaba en casa o en los bares
donde había un televisor (los bares, por ley, cerraban a las once). Pero
la realidad fue que Europa, de norte a sur y de este a oeste, se rindió
ante los pies descalzos de Sandie Show, quién apareció en nuestras
pantallas de televisión, en blanco y negro, la undécima, justo delante
de Raphael, con un vestido de premamá a rayas, y por supuesto
descalza. El decorado era simple, con un fondo decorado con
innumerables círculos. Y sin discusión alguna ganó con 47 puntos
seguida de Irlanda con 22 y Francia con 20. Nuestro representante,
Raphael, no lo hizo mal, pero quedo el sexto con nueve puntos.
A últimos de mes, el veintiocho de abril, Cassius Clay
(Muhammad Alí) se niega a hacer el servicio militar en los EE.UU., lo
que significaba ir de cabeza a la cárcel y ser despojado del título

97
mundial de los Pesos Pesados. Pero él alegaba que eso era mejor que
ir a la Guerra de Vietnam. ¿Valentía o traición?

El primer curso de bachiller fue estupendo. Unos compañeros y


yo montamos un equipo de fútbol 7 (The Seven Boys) para jugar el
campeonato de fútbol del Patronato, campeonato que ganamos, por
cierto. El primer equipo de primero de bachiller que ganaba el
campeonato del Patronato.

El Patronato no
participaba en los juegos
escolares de Sestao, debido
a las connotaciones políticas
que había entre el Colegio
Diocesano de Berriochoa (El
Patronato), perteneciente al
Obispado de Bilbao, y la
O.J.E., que era la que
organizaba los juegos
escolares de Sestao en las
instalaciones deportivas del
Colegio de la Salle (Los
Hermanos).
El nombre Patronato
proviene del siglo XIX, al fundarse por toda Francia una red de colegios
religiosos y educativos que la gente llamaba Patronatos, inspirados en
la obra de “Timon David”. Este tipo de obra educativa y religiosa llegó
a Vizcaya. El primer Patronato de Vizcaya fue el de Iturribide en Bilbao,
posteriormente se fundaría el de la Arboleda en Trapagaran, luego el

98
de Gallarta y por último, pero no menos importante, el nuestro, el de
Sestao.

El Patronato de Sestao se fundó en 1.901, en las fincas de


Bariega. Esas fincas se encontraban en la parte baja del pueblo, junto a
la calle Chavarri. Las compró D. José María Urquijo, un comerciante y
hombre de negocios, por 250.000 de las antiguas pesetas, porque
tenía remordimientos y pesadillas por haber obtenido demasiadas
ganancias de sus actividades comerciales.

Las obras de aquel gran edificio comenzaron y en su


inauguración la Gaceta del Norte recoge el 16 de diciembre el
siguiente artículo de periódico:

“Se celebra la inauguración del grandioso edificio que ha


construido el Patronato de Obreros en uno de los mejores sitios de
Sestao, en la calle Chávarri, frente a la Vizcaya (A.H.V.); se celebra
también el 4º aniversario de la fundación de las Sociedades de Socorro
Mutuos de Sestao y Baracaldo, a las que pertenecen 1800 obreros, el
ayuntamiento y el concejo de Sestao había acordado, por unanimidad,
acudir en cuerpo de corporación y con la charanga municipal”.

Con muchos sudores, castigos y penas, y sin darnos cuenta nos


llegó las vacaciones de verano de nuevo. Y con ellas la final de la Copa
de Europa, que aquel año la ganaría el modesto equipo de fútbol
escocés Celtic de Glasgow en Lisboa enfrentándose al todo poderoso
Inter de Milán por 2-1.

99
Capítulo XII
RECOGIDA DE BARURA, INSTALACIONES DEPORTIVAS y GIBRALTAR

Mí ansiado verano
en Londres llegó, y en esta
ocasión en vez de viajar en
avión iba a viajar en barco.
Mis padres ya habían
comprado mi pasaje para el
lujoso Patricia, un ferry, que
hacía la ruta Santurce –
Southampton en 37 horas y
podía albergar a 792
pasajeros y 210 coches, con una velocidad de crucero de 18 nudos.
¡Toda una pasada para la época!

Llegué a Southampton en una madrugada muy inglesa. Había


una niebla tan espesa que no veía más allá de la punta de la nariz, algo
normal en Inglaterra. La mayor parte de los veranos no cesaba el
sirimiri (“drizzle” que decían los ingleses).

Desembarqué con un cura al rabo con quien había compartido


camarote, y ya se sabe el roce acaba en amistad, y una gran maleta a
cuestas. (Una de aquellas maletas enormes que se utilizaban
antiguamente para viajar, que parecían baúles). Pasamos el control de
pasaportes y la aduana sin problemas, y nos dirigimos a la parada de
taxis para que nos llevaran a la estación de trenes para viajar hasta la
mítica estación de Victoria de Londres, donde me esperaba Margaret.

100
El taxista miraba perplejo a las maletas, pensando que no le
iban a caber en el taxi. Las metió como pudo y nos llevó hasta la
estación de trenes de Southampton.

Los casi cien kilómetros que separan Southampton de Londres


los hice con este joven sacerdote de los Paúles de San Vicente de
Baracaldo. El hombre no hablaba mucho inglés y se aferraba a mí
como si yo fuera su padre confesor para que le tradujera lo que le
preguntaban.

Y así, viendo la
maravillosa campiña
inglesa y hablando de
cosas muy interesantes
con aquel inteligente
sacerdote, llegamos a la
estación de Victoria
después de más de dos
horas de viaje donde
fuimos recibidos por
nuestros respectivos anfitriones; él por dos monjes vicencianos, y yo
por Margaret, quién estaba pacientemente esperándome en el andén
para llevarme a Crystal Palace.
Por el camino hablamos de la disputa entablada entre el
gobierno de España y el del Reino Unido, ya que en aquel entonces
había una cierta tensión entre los dos países por el tema gibraltareño.
Esta tensión de alguna manera se reflejaba en la calle, y algunos
vecinos sacaban el tema y me hacía preguntas sobre el problema
existente en la punta más meridional de Europa. El gobierno español
planteó la situación de Gibraltar ante el comité de descolonización de

101
las Naciones Unidas, siendo
adoptadas por la Asamblea General
las resoluciones 2231, de 1.966, y
2353, de 1.967, por las que se
instaba al inicio de conversaciones
entre España y el Reino Unido para
poner fin a la situación "colonial" de
Gibraltar, salvaguardando los
intereses del pueblo gibraltareño. En
respuesta a estas resoluciones, las
autoridades de Gibraltar apelaron al
derecho a la autodeterminación y el
Reino Unido organizó un
referéndum, al año siguiente, en
1.967, para los gibraltareños.

Conocí algunos de
aquellos gibraltareños al
comenzar la otra escuela, la
inglesa, la de verano. Me
agradó muchísimo ver
algunas caras conocidas. Una
de ellas era la de mi profesora
del año anterior.

Al cabo de unos días


Helen, la profesora me preguntó, ¿Charles, te han

102
explicado alguna vez el proceso de la reproducción humana en tu
escuela de España? (A mí en casa me llamaban Charles o Charlie
porque mis padres cuando nací quisieron darme ese nombre pero el
gobierno de Franco no se lo permitió) Yo, me puse muy rojo y no sabía
que contestar y respondí negativamente. Mis compañeros de clase
murmuraban y hablaban entre sí. La profesora pidió silencio y
comenzó su explicación, la cual era muy interesante, pero mi mente
estaba en otra parte, concretamente en Sestao, tratando de
imaginarme que estarían haciendo mis amigos. Pensaba, y creo que
daba en el clavo, que se estarían levantando y planeando alguna
escapada a los Lagos del Mapamundi o a coger peces espinados de
colores llamativos que metíamos en una botella y que después
vendíamos en el barrio por una perra gorda. O tirándolos al estanque
circular que había en el patio de las casas de la Gran Vía 47, enfrente
de las escuelas de Cueto. O cogiendo ranas o sapaburos (renacuajos),
que cuando se hacían grandes resultaban ser sapos y se los tirábamos
a las chicas. Y allí en aquel lago artificial, que quedaba de las ruinas de
la Zurrena, hacía a mis amigos entre juncos, saltando de piedra en
103
piedra, o empujándose para ver quien se caía al agua, y darse un
chapuzón. O bajando a la
calle Chavarri número 45 a
explorar las cuevas que se
habían utilizado durante la
guerra civil, que tanto
morbo nos daba a los
chavales de entonces. O
cogiendo calamarros
(cangrejos) en la Benedicta
para después cocerlos y comerlos, medio escondidos en algún patio de
la Protectora. O cruzando de la Benedicta hasta Galindo por el túnel de
las Camporras para subir por las
canteras hasta casa. Sin olvidarnos
de las pelis que veíamos en el cine de
la Iberia, en la Amézaga, Los
Hermanos o en el Patronato. O bajar
hasta los baños para contemplar a la
gente entrar al hermoso edificio de
Artes y oficios. O cuando bajábamos
a los perros a darles la vacuna contra
la rabia al veterinario que estaba en
el antiguo matadero. ¡Dios! ¡Como
echaba de menos aquellos veranos!
Pero cuando la imaginación me
teletransportaba a Sestao y me estaba regocijando en aquellas
aventuras mentales oí decir a la profesora algo sobre un documental
de la Reproducción Humana que me hizo volver enseguida a Londres.
¡Una película de las que no podían verse en España! Aquellas que
posteriormente, en los años setenta, llamarían de “Arte y Ensayo”. ¡Y

104
eso lo iba a ver en clase! Debía estar muy atento para no perderme ni
una coma para contárselo a mis amigos.

Otra de las cosas que observé, y que también contaría a mis


colegas, fue que la mayoría de los chavales ingleses de mi edad ya
llevaban pantalones largos. Yo, con doce, aún llevaba pantalones
cortos. Lo habitual en Sestao. Cosa que, a veces, me sonrojaba.

Sobre todo en invierno cuando hacía un frío que pelaba. Así que mi
“cruzada” al volver a casa iba a ser conseguir que mi madre me
comprara pantalones largos. Pero en aquel entonces la puesta de largo
se dilataba hasta los quince años. ¡Nada más ni nada menos!

Cuando oíamos a las personas mayores hablar del retraso de


España con respecto a los países europeos siempre se comentaba que
España estaba veinticinco años por detrás de otros países europeos. Y
debía ser así, porque en Sestao, como en otros municipios, la basura la
recogía el camión de la basura que pasaba sobre las tres de la tarde,
dando un rodeo por las calles del municipio, y al que todo el mundo
esperaba pacientemente con el cubo de la basura en la mano. Después
con la llegada de trabajadores, de todos los rincones de la geografía
española, atraídos por la creciente demanda de mano de obra no
especializada, lo que supuso un notable aumento de basura, se
empezó a amontonar en bolsas de basura en los lugares señalados y
dentro del horario especificado por el ayuntamiento. A partir de las
nueve de la noche el camión de la basura recogía los montones de
basura para posteriormente tirarla por la cantera y quemarla. Mientras
que aquí se veían montones de bolsas de basura a partir de las nueve
de la noche en el resto de Europa ya se conocían y utilizaban los
contenedores.

105
Las tiendas de “Do-iT-
Yourself” (Bricolaje) funcionaban
a las mil maravillas en las
grandes ciudades, y Londres era
una de ellas.

Había tantas tiendas de bricolaje


como tiendas de chinos hay hoy
en día en España. A los ingleses les fascinaba comprar todo el material
para después, en casa, pasar el fin de semana montando muebles,
estanterías, etc.
Aquí, en Sestao, y en otros lugares de la geografía española, no
existían esas tiendas de bricolaje, que actualmente se han puesto tan
de moda, pero los muebles que necesitábamos se hacían en casa. Mi
abuelo, mi padre, mis tíos y la mayoría de los hombres reparaban,
pintaban y hacían muchas cosas de puro bricolaje casero.

106
Algunos sábados por la mañana paseando por el parque de
Anerley me preguntaba cómo podíamos llamar parque al
“Tontodromo”. El
parque de Anerley
era algo distinto e
inédito para mis
pupilas. En primer
lugar, era un parque
extenso, lleno de
flora y fauna, muchos
árboles y zonas
verdes, innumerables
ardillas que vivían en ese parque, como en otros muchos parques de
Londres, que además venían a comer de tu mano. Las veías por todos
los lados, trepando y bajando, saltando de un árbol a otro y jugando,
como si de monos se tratara. Pero lo que más me llamó la atención es
que había una pista de esquí en las laderas de los montículos de
hierba. Habían puesto una especie de alfombra hecha de paja sintética
y la gente bajaba por las laderas esquiando. El parque de Anerley
alojaba un gran lago artificial con varias islas donde íbamos a pescar
sin muerte, en estas islas se alzaban y se siguen alzando unos enormes
dinosaurios hechos de hormigón.

Había otras muchas instalaciones deportivas, como pistas de


tenis, seis o siete juntas, un campo de golf y cuatro campos de fútbol
de hierba natural, todos juntitos, que gran visión aquella, con lo que a
mí me gustaba jugar al fútbol.

Aquel verano, pronto me eché unos cuantos amigos de la calle,


que como yo, les gustaba jugar al fútbol. Enseguida les mostré mis

107
habilidades balonpédicas y me llevaban a todos los partidos que
jugaban contra otras pandillas. Por supuesto que disfrutaba muchísimo
jugando con ellos y en aquellos espléndidos campos de hierba, pero yo
notaba que me faltaba algo. Me di cuenta que aquellos partidos no
eran tan intensos como los partidos que jugábamos en Los Hermanos.
¡Qué intensidad! Acabábamos un partido y comenzábamos otro. Eso
por la mañana, por la tarde repetíamos. O cuando jugábamos en la
Campa del Sordo, o en el campo circular (patio interno) de Albiz o
bajábamos hasta Simondrogas a retar a los de Simondrogas.

Todos los años tienen algo de especial. ¡1.968 iba a ser muy
intenso con la aparición de Masiel y Urtain en escena, así como el
Mayo Francés!

108
Capítulo XIII
MASIEL, URTAIN, EL MAYO FRANCÉS y EL BOOM INMOBILIARIO

En 1.968 hubo muchos nacimientos de sangre azul de la realeza


europea, como los del Principe Felipe de Borbón y Grecia, que años
después se casaría con una locutora de TVE, doña Letizia, y en ese
mismo año nacería Iñaki Urdangarín, que sería un excelente jugador de
balonmano, fichado por el Barcelona, y que llegaría a ser el baluarte de
la Selección Española, y casaría con la Infanta Cristina de Borbón y
Gracia, y quién protagonizaría años después uno de los mayores
escándalos, golpeando directamente a la casa Real, pero 1.968 no se
caracterizó por todo esto sino por la motorización y la construcción
masiva de viviendas.
En ese mismo año el gobierno de Franco autoriza la enseñanza
del Vascuence en las escuelas públicas de San Sebastián (En el
Patronato ya dábamos euskera como una asignatura extraescolar
prohibida). Se empezaba a ver algo de luz al final del túnel para la
reinstauración del euskara en la enseñanza pública y privada.

1.968 comienza con el anuncio en TVE de un nuevo concurso


en el que los participantes podían hacerse ricos. El nuevo concurso no
era ni más ni menos que “Un Millón Para El Mejor”. Se trataba de un
concurso educativo. La primera persona que ganó aquel millón de
pesetas fue el Sr. D. Belmez.
Y en enero el Sr. D. Gabino Moral acierta los 14 resultados de la
quiniela, ganando más de treinta millones de pesetas. Se convierte así
en el primer multimillonario al haber ganado tal cantidad, y establece
el primer récord.

109
Por todos los rincones de los municipios del País Vasco se
construían bloques de viviendas, fábricas y talleres. Sestao no fue
ajeno a estos cambios inmobiliarios e industriales y zonas
emblemáticas para los chavales, y no tan chavales, como la Sierra, y
con ella nuestra querida Campa del Sordo, desaparecieron para alojar
al instituto nacional de enseñanza, la Campa del Indiano dio paso a
bloques de pisos y con ella nos llegó la Biblioteca, lugar de estudio,
lectura y encuentro de chicos y chicas, que fue trasladada desde la
calle de La Iberia hasta la plaza del Casco. Otros edificios
emblemáticos, que tampoco aguantaron la embestida inmobiliaria y
que cayeron, fueron los Baños Públicos, el Arco de la Campa de San
Francisco, el edificio de Artes y Oficios, y la zona de la Benedicta, que
se utilizó como desguace de barcos para alimentar los hornos altos de
Sestao y Baracaldo.

110
Se edificaba por cualquier rincón
de la geografía de nuestro minúsculo
pueblo. Se dinamitaba todos los días de la
semana. Siempre había algún peñasco
que quitar del medio para construir una
casa, una calle, el depósito de aguas o
para construir otras instalaciones
necesarias para satisfacer las necesidades
de una población que día a día
aumentaba por doquier.

Todas las mañanas las laderas de


Sestao se llenaban, a toque de cuerno*,
de miles de trabajadores que se dirigían a las fábricas que formaban el
cinturón industrial de Este Pueblo, bajando por la Iberia hacia Altos
Hornos de Vizcaya, por la Gran Vía y Simondrogas hacía la Naval,
Aurrera y hacia los innumerables astilleros que había a lo largo de las
orillas del rio Nervión. La cuesta
de Galindo se llenaba de
trabajadores que se dirigían a la
General Eléctrica Española y a la
Babcock & Wilcox, con sus
bocadillos y tarteras, y hacia otras
muchas fábricas y talleres que
había en la zona. Parecían
hormigas en busca de sustento.

Y aquella primavera de 1.968 nos vino cargadita de suspense


entre cuerno y cuerno.

111
En primer lugar España gana su primer Festival de Eurovisión
con la canción “La, la, la”, canción que debía haberla cantado Joan
Manuel Serrat, pero Serrat se enfrentó al régimen porque quería
cantar la canción en catalán y el régimen de Franco no se lo permitió.
Serrat perdió el pulso y la canción escogida por el jurado de Televisión
Española se la ofrecieron a Masiel, apodada “La Tanqueta de Leganés”.
Masiel salió al escenario del Royal Albert Hall de Londres la noche del 6
de abril dispuesta a cautivar los corazones de todos los europeos
occidentales, ya que la Europa del este, con la autocracia impuesta por
Leonid Brézhnev, no podía participar en dicho certamen. Aquel
memorable 6 de abril todo el país estaba delante del televisor para ver
ganar a la jovial y alegre Masiel, vestida por el diseñador Courregues.
Según los expertos musicales de la época Masiel era una de las
favoritas junto a Cliff Richard, y España con Masiel jugó la final y la
ganó. Masiel derrotó con 29 votos a Cliff Richard, que para muchos
entendidos, había sido mejor que “La Tanqueta de Leganés” con aquel
“Congratulations”. Pero para nosotros, todavía con la tele en “blanco y
negro”, aunque aquel Festival de Eurovisión ya se retransmitió en color
en algunos países, fue la mejor. Durante todo el verano, en las fiestas
populares, verbenas y guateques no se paraba de cantar el “La, la, la”.
Pero tras la victoria de Masiel nos llegó el Mayo Francés y la
Primavera de Praga. En España y en el País Vasco esta Revolución del
68 no pasó de huelgas y manifestaciones que los trabajadores y la
lucha obrera intentaban organizar; lucha que fue fuertemente
reprimida por el gobierno de Franco. Algunos grupos de izquierda
intentaron agrupar a las movilizaciones universitarias que se estaban
llevando a cabo y que tenían vínculos y contactos con jóvenes
españoles residentes en París, Londres y Estados Unidos, a los que
unos pocos años después yo me uniría.

112
Aquel Mayo Francés ya había comenzado en España unos años
antes, concretamente en 1.965, cuando Enrique Tierno Galván, el que
fuera alcalde de Madrid, entre otros muchos, fue expulsado de su
cátedra por pedir derechos democráticos y mejoras para los
trabajadores españoles. Y no empezó en París como muchos creen. Sin
lugar a dudas París fue el ojo del huracán, y donde se consiguió la
deseada victoria. El Mayo Francés significó la rebelión mundial de
1.968 contra el autoritarismo y las costumbres. Los jóvenes de los
países del mundo se rebelaron contra los gobiernos de aquella época
por diferentes razones. En España, y concretamente en el País Vasco,
contra el Régimen Franquista, y en pro de las mejoras y libertades de
la clase obrera oprimida. En Polonia supuso el comienzo de la caída de
los soviets. Los jóvenes de Estados Unidos se manifestaron contra la
Guerra de Vietnam. Y en París, el foco de la movida, se originó dentro
de la propia universidad, en aras a conseguir la reforma universitaria.

Muchos personajes de las letras, música, y de casi todos los


ámbitos sociales se unieron a estas movilizaciones obreras, sin
olvidarnos de Raimon, que dio un concierto el 18 de mayo en la
Universidad Complutense de Madrid, con el beneplácito y tolerancia
de las autoridades académicas. Algo serio estaba sucediendo en
España, y yo quería ser parte integrante de ello.

Todas estas movilizaciones y manifestaciones no duraban


mucho ya que enseguida intervenían los “grises” (la Policía Nacional,
que por aquel entonces vestían de gris) disolviendo expeditivamente a
los manifestantes, y si necesitaban refuerzos llamaban a la Guardia
Civil, que aún era más temida. Sestao era el centro neurálgico de toda
la lucha obrera de las fábricas adyacentes.

113
Pero no iba a ser todo tan “gris” en aquel 1.968. Un tal
“Urtain”, de Zestona, que levantaba pesadas piedras con sus dos
manos y que le daba un tortazo a un buey y lo dejaba KO apareció en
escena para convertirse en boxeador profesional. La gente del País
Vasco y del resto de España se encandilaría con este púgil. Y entre
tanto Este Pueblo crecía como la espuma.

El Instituto Nacional de Sestao, ahora llamado Ángela Figuera,


estaba casi terminado y echaría a andar en 1.969. Muchos de nosotros
nos pasaríamos de El Patronato a este nuevo centro de enseñanza
atraídos por las instalaciones deportivas y educativas que poseía, y
porque era gratis y mixto, y seguramente porque la chavala que nos
gustaba se habría matriculado, aunque aún chicos y chicas estábamos
separados, los chicos alojados en el ala sur y las chicas en el ala norte.
*
(A la sirena de la Babcock&Wilcox, que avisaba a los trabajadores que
debían dirigirse a sus puestos de trabajo o que ya habían acabado su
jornada laboral, se le llamaba “cuerno” porque los primeros dueños de
la fábrica fueron americanos y utilizaban el vocablo inglés “horn”
(cuerno o bocina).

114
Capítulo XIV
LA DISCIPLINA DEL PARTRONATO

Aquel curso escolar lo comencé con mal pie, con la profesora


de matemáticas, doña Juana, que tenía el mote de “la Pitus”, que
generaciones anteriores a la nuestra le habían otorgado. Pero el
mundo es un pañuelo y posteriormente, siendo yo ya adulto, unos
años antes de su jubilación, coincidiría con ella como profesor en un
colegio privado de Santurce, donde juntos recordaríamos aquellos
años.

La tal “Pitus” nos echaba al pasillo con mucha diligencia, y yo


era uno de los habituales con mi compañero de fútbol y de clase,
Alberto. Aquella mañana entró la tal Pitus, creo que de mal humor, y

115
sin mediar palabra nos echó al pasillo. Sin rechistar salimos al pasillo,
temerosos del “monitor de disciplina”, porque ¡daba unas leches!

Al cabo de un rato la puerta de la siguiente clase se abrió y salió


expulsado un alumno de tercero de bachiller, nos miró y nos dijo,
“¿Qué hacéis ahí? Le contamos lo que nos había sucedido con cara de
corderos, y nos dijo, “venga, gilipollas, seguidme, queréis que os coja
Javi y os de unas buenas hostias. Venid conmigo a los baños del piso de
abajo hasta la próxima clase”. ¡Cómo no le íbamos a seguir! Le
seguimos como dos perritos falderos asustados por aquellas hostias
que daba Javi. Nos llevó hasta el piso de abajo. Trepamos el muro
lateral de unos de los wáteres donde las mujeres de la limpieza
guardaban los utensilios, nos descolgamos, y allí estuvimos hasta la
siguiente clase.

Esta situación se repitió varias veces durante el curso y casi


siempre éramos los mismos, y allí, en aquel escondrijo, nos
juntábamos, escondidos del temible monitor de disciplina. Pero un día
el invento llegó a su fin. La Pitus le debió contar al monitor de
disciplina que nos solía echar de clase, y claro, él la debió decir que no
nos veía en el pasillo. ¡Blanco y en botella!

Un día me echaron a mi solo. Yo, que había aprendido bien la


lección, me dirigí a aquel escondite, temeroso de ser visto, y repetí la
hazaña. Entré en los servicios, trepé el muro y al llegar arriba vi que
otros dos compañeros se me habían adelantado. Nos sentamos tan
cómodamente como pudimos en aquel cuchitril esperando a la
siguiente clase. Al cabo de un rato oímos como la puerta de los
servicios se abría y se cerraba. Podía ser un compañero a echar una
meada, o podía ser el temible Javi. Inmediatamente todos nos subimos

116
a la taza del inodoro, en cuclillas, por si las moscas, y por si Javi miraba
por debajo de la puerta … ¡Era el temible Javi!, y se oyó, “Salid de ahí
por donde habéis entrado ahora mismo”.

Los tres inmóviles, ni tan siquiera pestañeábamos ni


respirábamos. Y de nuevo se oyó aquella voz que se te quedaba en los
tímpanos para la eternidad, “he dicho que salgáis de ahí ya, o va a ser
peor”.
Por supuesto que salimos, tapándonos las caras porque
sabíamos lo que podía suceder. En ese momento no nos soltó ni una
sola hostia, pero nos convocó a que estuviéramos en su despacho a las
seis de la tarde, al acabar las clases.

Las clases finalizaron y los tres nos dirigimos a su despacho.


Una oficina sombría, con las persianas bajadas, en una palabra ¡aquella
oficina acojonaba! En el pasillo, delante de su oficina había un banco
corrido donde nos sentábamos los reos a esperar la sentencia. Había
oído muchas cosas de él, y por supuesto había visto, con mis propios
ojos, a este monitor dar tortazos, pero lo que me iba a pasar allí dentro
era una incógnita.
Allí sentados no la jugamos al lapicero más corto a ver quién
entraba primero, y me tocó a mí. Javi salió a la puerta y dijo, “a ver
valientes, el primero, que pase”.
En ese momento se me pasó por la cabeza echar a correr
escaleras abajo y no parar hasta la Arboleda. Hice de tripas corazón y
entré. El se sentó, a mí me dejó de pie, enfrente de su gran mesa. Me
echó la parrafada de siempre, cogió de encima de la mesa un sobre
que contenía una carta, se incorporó, yo creyendo que me iba a dar
una hostia retrocedí, me dio la carta y me dijo que la leyera en voz
alta. La carta era para mis padres. La leí y la volví a dejar encima de la

117
mesa, y allí firme, como un buen soldado, le dije, “no se la voy a dar a
mis padres, si quieres se la das tú o la mandas por correo”.
El vino hacia mí y me arreó tal sopapo que resonó por todo el
colegio. Volvió a coger la carta, me la quiso dar, yo no la cogí y me dio
otra hostia. Y así hasta catorce tortazos. Y yo allí de pie estoicamente,
recibiendo hostias a diestro y siniestro, y sin llorar. Sabía que eso le
jodía. Al darme la última hostia rompió la carta despacito en mil
pedazos y me dijo, “vale, no se la vas a entregar a tus padres, de
momento, pero como en el próximo examen de mate no saques un
siete o más, te doy el doble de hostias y se la entregas a tus padres
aquí, delante de mí”.
Ni que decir que en el siguiente examen no saqué un siete, sino
un ocho, y calladito durante las clases.

Cuando había estas “sesiones disciplinarias” los demás alumnos


se quedaban esperando en el patio (bueno el patio era el frontón y el
campo de fútbol sin porterías) para ver como bajamos de la “sesión de
control”. Al bajar a duras penas las escaleras íbamos derechos a la pila
de las fuentes a refrescarnos con aquel “agua bendita” para que nos
bajara la hinchazón de la cara para poder ir a casa y que no te notasen
nada. Por supuesto que al llegar a casa no dije ni pío por si mi madre
me daba alguna más con su zapatilla mágica.

Aquella primavera finalizaría con dos macabras noticias


retransmitidas por TVE, la de todos. La primera se trataba de que un
tal James Earl Ray había asesinado a Martin Luther King cuando este se
disponía a liderar una manifestación en pro de los derechos de la
gente de color en Memphis, EE.UU. Y la segunda que Robert F.
Kennedy, hermano del también asesinado presidente John F. Kennedy,
había sido asesinado también.

118
Pero en esta vida todos estamos de paso y el tiempo lo cura
todo. Y así llegó otro verano en Inglaterra.

119
Capítulo XV
EL PRIMER ASESINATO DE ETA

Estaba encantado de volver a Londres, y de ver a algunos de


mis compañeros de colegio, de aquel programa educativo que las
autoridades Británicas habían puesto en marcha, y por supuesto, de
volver a ver a mis amiguetes del barrio para hacer alguna trastada que
otra.
A la semana de estar en Londres, la BBC dijo en las noticias de
la noche que un guardia civil, un tal D. José Angel Pardines, había sido
120
asesinado por ETA. Era el primer asesinato que ETA cometía. La
locutora de la BBC dijo que este guardia civil estaba de servicio en un
control de carretera, en un paraje llamado Villabona. Que pararon a un
coche blanco de la marca Seat pidiendo a los ocupantes la
documentación y que uno de ellos sacó una pistola y le descerrajo
varios tiros al Guardia Civil.

En casa, en la calle, y en el colegio todos me hacían preguntas


sobre el asesinato, y de lo que pretendía ETA. Preguntas a las que yo
no tenía respuestas. Yo tampoco entendía en el nombre de qué se
podía matar a alguien. Todo el mundo creía que todos los vascos
teníamos una pistola en casa.

Entre estudios, partidos de fútbol, pesca y otras actividades


que desarrollábamos en aquella época, como la de ir a lanzar piedras
contra los cristales de algunas fábricas de los alrededores de mi barrio
londinense de Croydon y Crystal Palace que habían sido abandonadas
en el nombre de la reestructuración y la reforma industrial que ya
había comenzado en Inglaterra.

A primeros de julio la BBC retransmitió un documental de José


Manuel Urtain (José Manuel Ibar Azpiazu), que había nacido en
Zestona, en el caserío Urtain, de donde le venía el apodo de “Urtain”.

Urtain debutó el 24 de julio de 1968 en el campo de fútbol de


Ordizia como boxeador profesional. De él se decía que podía dejar
fuera de combate a 5 hombres a la vez. Y su carrera pugilística fue algo
visto y no visto. Cualquier boxeador que se enfrentara a él no pasaba
del tercer round. Cuando Urtain boxeaba todo el mundo estaba
pegado al televisor. En un abrir y cerrar de ojos se convirtió en el ídolo

121
nacional, y por supuesto en el ídolo vasco del momento, del quién yo,
allí en Londres, me sentía muy orgulloso cuando me preguntaban si
aquel “morrosko” hacía las cosas que la tele decía de él. Yo a veces las
exageraba y decía que llegaría a ser campeón del mundo de los Pesos
Pesados batiendo a Cassius Clay.

El veinticinco de julio la BBC recogió otra noticia que decía que


el Vaticano, el papa Pablo VI, había publicado la encíclica (Carta
solemne que dirige el Sumo Pontífice a todos los obispos y fieles del
orbe católico) Humánae vítae (de la vida humana), en la que se
condena el uso de los anticonceptivos. Algo que calló muy mal en
aquella sociedad británica. Y creo que el papa Pablo VI no salió muy
bien parado de aquellas críticas.

Ya casi al terminar agosto, y


cuando ya faltaba una semana para
que regresara al País Vasco, en el
Centro Vasco de Londres, donde
Margaret me solía llevar y dejar
mientras ella hacia las compras, que
luego pasaría a ser el “London Basque
Society”, se hablaba de un tal Ramón
Sanpedro que había quedado
tetrapléjico tras lanzarse al agua desde
un peñasco en Xuño, Galicia.

En aquel Centro Vasco de Londres se hablaba euskera y


castellano, discutiendo libremente temas políticos al tiempo que
saboreábamos la cocina de la tierra. Los sábados se ponían las
películas de Buñuel, que en España estaban prohibidas, y aquel centro

122
Vasco era frecuentado por muchos exiliados españoles y vascos, que
durante los años venideros aflorarían por diferentes caminos de la
vida.

Al regresar a Sestao aquel verano me sentí más realizado, más


maduro. Y como el Instituto de Sestao ya estaba terminado, y era más
asequible que el Patronato, y estaba al lado de casa, decidí cambiarme
al Instituto Nacional de Enseñanza, para mí desgracia.

Aquel septiembre de 1.968 comenzaron las clases en el


instituto. Al poco tiempo de asistir a clase me di cuenta que había
salido de Guatemala para meterme en Guatepeor. De entrada, aparte
de tener la asignatura de Religión, también teníamos otra “estupenda”
asignatura, Formación del Espíritu Nacional.

123
Capítulo XVI
LLEGADA DEL HOMBRE A LA LUNA y EL INSTITUTO

1.968 acabó sin pena ni gloria. Los tres meses y medio que
habían transcurrido de curso fueron suficientes para ver lo que se
cocía en el Instituto.

124
El Instituto de Sestao estaba jerarquizado por miembros de la
Falange Española, y en las aulas, algunos de nuestros compañeros
pertenecían a dicha organización. Algunos de aquellos que salían a
desfilar por el pueblo con la camisa azul, con sus tambores y
trompetas, estaban allí, junto a mí, devotos al Caudillo y a su régimen.

1.969 comenzó con bastante frío, un frío ambiental, educativo y


social. Se decretó el Estado de Excepción en toda España por los
incidentes estudiantiles de Barcelona, donde se quiso tirar por la
ventana al rector de la universidad.

Surgió el caso MATESA, una empresa textil dirigida por Vila


Reyes, que había conseguido créditos oficiales por valor de 10.000
millones de las antiguas pesetas y no pudo devolverlos porque no
vendió ni el veinte por ciento del material fabricado.

Dentro del Gobierno hubo una lucha feroz entre los


tecnócratas, que salieron vencedores, y Fraga, Castiella, Solís y Nieto
Antúnez, y el 29 de octubre Franco cambió el Gobierno, mientras
Fraga, en su diario, ironizaba: «Ha habido Copus» (dirigiéndose al Opus
Dei).

Solís, en su despedida, estuvo melodramático: «Solo me


quedan 62.000 pesetas en el banco». Fraga, más solemne, señaló: «No
he tenido más amigos ni más enemigos que los del Estado. Yo, para
bien o para mal, he sido solamente un hombre de Estado».

El director del periódico “Pueblo”, Emilio Romero, aprovechó el


cese para criticar a Fraga en su diario, calificándolo como

125
«destemplado, poco humilde, mal educado, desdeñoso y sin mano
derecha».

Y a últimos de enero o primeros de febrero, al levantarme para


ir al instituto, al mirar por la ventana, vi aquella gran Ikurriña
ondeando sobre los cables de alta tensión que cruzaban la Gran
Cantera hacia Baracaldo.

Aquella mañana todos los


ciudadanos de Sestao, jóvenes y mayores,
se acercaban hasta la Sierra para ver
aquella inolvidable estampa. Los
baracaldeses se agrupaban en las orillas
del rio Galindo mirando ensimismados a
aquella gran Ikurriña, que estaba prohibida, ondeando al viento, pero
que casi todo el mundo llevaba dentro de sus corazones, y físicamente
en las correas de los relojes o en los cinturones de los pantalones.
Mucha gente tenía en sus casas Ikurriñas, bien escondidas, que
compraban cuando iban de excursión a Baiona o a San Juan de Luz.

Las fuerzas de seguridad del estado intentaban descolgarse por


el cable para retirarla y quitarla de la vista. Tarea ardua y difícil que se
ultimó al cabo de varias horas. Nosotros desde las ventanas traseras
del instituto seguíamos en directo aquella actuación policial, aunque
los profesores nos instigaran a meternos en clase.

En aquel entonces se puso de moda las pulseras de reloj y los


cinturones con los colores de la Ikurriña, que muchas veces eran
requisados por la Policía Nacional o por la Guardia Civil en plena calle.
En muchas ocasiones te preguntaban, “¡Eh! Chaval, ven aquí. ¿Qué

126
llevas ahí?” Nosotros les mostrábamos la correa del reloj, y casi
siempre dábamos la misma respuesta, “Es la bandera italiana”.

Algunas veces te requisaban la correa, otras te dejaban ir sin


más.

Mi primer altercado con aquellos poderes fácticos educativos


fue, y no podía ser de otra manera, en la clase de Formación del
Espíritu Nacional, que era una asignatura obligatoria en el bachillerato
español durante el Franquismo. Su propósito era que los alumnos
adquirieran los valores que se identificaban con el concepto
nacionalista español, propio del Movimiento Nacional. Desapareció de
los planes de estudios al final del Franquismo, con la Ley General de
Educación de 1970, al implantarse la EGB y el BUP, que se aplicó a los
nacidos en 1961. Era una de las popularmente conocidas como las
“tres marías” (Religión, Gimnasia y FEN), que se suponían más fáciles
de aprobar que las demás, pues se valoraba más la actitud que los
conocimientos.

Cuando el Sr. Profesor de FEN, cuyo nombre no quiero


recordar, pero que tenía apellido de torero, preguntaba temas sobre la
correspondiente lección de FEN, yo siempre le hacía preguntas
comprometidas, como, “Señor ¿qué pasará cuando muera Franco?
¿Cree usted que tendremos democracia como en otros países europeos
o seguirá el régimen del Caudillo?” Ante estas preguntas y otras
parecidas el profe venía hacía mí hecho un basilisco cogiéndome por la
patilla y tirando de ella con fuerza, con tanta fuerza que a veces creía
que me la iba a arrancar de cuajo.

127
Un buen día decidí no asistir a su clase nunca más. Lo cual fue
aún peor. Hablé con mis padres, quienes no estaban de acuerdo
porque sabían lo que pasaría. Lo pensé durante unos días y tiré para
adelante y dejé de asistir a la susodicha clase. Al cabo de unas cuantas
faltas el jefe de estudios, el Señor “Torquemada”, me llamó a su
despacho. Al entrar vi que me estaba esperando un panel de
“inquisidores”. Este grupo de profesores estaba compuesto por la
mujer del jefe de estudios, profesora de Lengua y Literatura, el
profesor de gimnasia, él “rubio”, bien parecido, casi todas las chicas
estaban enamoradas de él, el director del centro, el profesor de
Plástica, un aliado mío junto con la mujer del jefe de estudios, y por
último, pero no menos importante, el profesor de FEN. El jefe de
estudios se dirigió a mí, como siempre, muy exaltado y nervioso, y me
preguntó, “¿Por qué no asistes a clase de FEN? ¿Sabes que te podemos
expulsar del Instituto y te podemos meter en el Libro Negro de
Educación? Permanecí en silencio un buen rato mirando y observando
aquellas caras, que no pretendían nada más que asustarme, aunque
no lo consiguieron. Allí, firme, como en el ejército, permanecí mirando
fijamente al profe de FEN y a los demás y dije, “Creo que no debo
asistir a esa clase más y así lo he decidido con el beneplácito de mis
padres. Por consiguiente, hagan lo que quieran pero no voy a asistir a
esa clase nunca más. Además creo que vulnera mis derechos
personales”. Decir esto y el jefe de estudios se me echó encima, y con
las manos abiertas, empezó a abofetearme. El jefe de estudios tendría
unos sesenta años, un hombre pequeño, falto de músculos y fuerzas,
muy nervioso, y que siempre estaba gritándonos y dándonos órdenes.
No paraba de darme bofetadas, así que al cabo de unas bofetadas le
agarré de las manos y le dije, “Oiga si me vuelve a dar una bofetada
más le parto la cara”. Antes de soltarle las manos su mujer se levantó

128
apresuradamente al ver el tinte que tomaba aquella situación, y le dijo,
“estás loco, el chaval no te ha hecho nada, para quieto, por Dios”.

La mujer del jefe de estudios me tenía pelota porque me


gustaban sus clases y sacaba buenas notas. Siempre hablaba conmigo
de literatura y cosas así y me echaba una mano en los exámenes, que
hay que decirlo todo.

Creo que aquella estampa que yo viví ya se había repetido


antes con algún otro alumno. Era acoso y derribo a los inconformistas
de aquella época. A mí se me expulsó a casa un mes, y a permanecer
durante el recreo en la puerta del director del centro hasta que
acabase el curso, curso que no acabé.

A raíz de aquella “tropelía” empezaron a llegar a casa algunos


anónimos amenazándome. Algunos de aquellos anónimos decían que
me iban a dar una paliza, que mi familia lo iba a pasar muy mal, que
era un rojo de mierda, etc.

Una mañana, como todas las demás, al llegar a clase me senté


en mi pupitre y al dejar mis libros en el cajón encontré un sobre con mi
nombre. El sobre abultaba un poco, lo abrí y en el había una bala y un
papel que ponía “Con mucho cariño para Carlos, no nos olvidarás”.

El 29 de marzo, antes de celebrarse el XIV Festival de la Canción


de Eurovisión en el Teatro Real de Madrid despegué del aeropuerto de
Sondika rumbo a Londres. ¡Por cierto! aquel XIV Festival de la Canción
de Eurovisión fue un tanto inusual. Todo el mundo vio como le
afloraban los nervios a la presentadora, Laura Valenzuela, al final del
certamen al observar el empate entre cuatro países: Salomé con "Vivo

129
cantando" por España, la británica Lulu con el tema "Boom Bang-a-
bang", la holandesa Lenny Kuhr con "De Troubadour" y, finalmente,
Frida Boccara por Francia con "Un Jour, un Enfant". Fue la primera vez
que tenía lugar un empate por el primer puesto, y no existía ningún
tipo de reglamento al respecto. Por ello, se consideró a los cuatro
países vencedores, lo que originó dificultades a la hora de otorgar los
galardones a los vencedores. En directo se dio el trofeo a cada una de
las cuatro intérpretes ganadoras, y los respectivos premios para los
compositores que fueron entregados una vez finalizado el festival.
Todo esto motivó la queja de muchos de los países participantes.

Austria no participó ante su negativa de enviar un cantante a


España debido a que esta se encontraba bajo un régimen dictatorial.
Por otro lado, el Principado de Liechtenstein mostró su interés en
tomar parte (llegando a elegir incluso el tema “Un beau Matin”) pero,
al no poseer radiotelevisión pública propia, le fue denegada la
participación. Algunas delegaciones pidieron al gobierno español la
liberación de algunos presos políticos para venir a cantar España, y
según “radio macuto”,
esto se hizo efectivo. Otro
dato a tener en cuenta es
el diseño por parte del
artista Salvador Dalí de
toda la publicidad
relacionada con el evento.

Vi la llegada del
hombre a la Luna en

130
Londres el 21 de julio de 1.969. Observé en aquel televisor Phillips
como el comandante Neil Armstrong, y Buzz Aldrin, de la misión Apolo
11, caminaban por la Luna.

Por aquel entonces se rumoreaba por Londres que Franco


estaba molesto con los “yanquis” porque la llegada del hombre a la
Luna había quitado protagonismo al nombramiento del príncipe Juan
Carlos como su sucesor al título de rey de España. En medio del vuelo
del Apolo XI, el príncipe aceptó la oferta del Caudillo y tuvo que pasar
el mal trago de jurarle fidelidad el 23 de Julio, en una sesión
extraordinaria de las Cortes. De los 519 miembros, solo 19 votaron en
contra de la propuesta. El Generalísimo era el jefe del Estado de por
vida y el rey solo podría ejercer como tal cuando muriese el militar
ferrolano que, incluso, podía revocar tal nombramiento cuando le
diese la gana.

Y desde Londres me enteré que el Athletic de Bilbao había


vuelto a ganar la Copa del Generalísimo al derrotar al Elche por 1 a 0 el
15 de junio de 1.969 en el Estadio Santiago Bernabeu de Madrid. Con
lágrimas en los ojos leí aquella buena noticia.

Aquel 1.969 acababa así, con muchos sobresaltos, y yo lejos de


Sestao, añorando cosas tan insignificantes como aquel “morokil” que
mi madre me hacía todas las mañanas para desayunar, o los partidos
de fútbol en el campo de los Hermanos, o las caras conocidas, de
siempre, como la de Fermín, correteando la Gran Vía, de arriba abajo,
diciendo los resultados de los partidos de la liga española. Ni vería
aquel cerdo que alguien del asilo de Sestao paseaba por el pueblo
hasta que era rifado en Navidad. Ya no discutiría con mis padres
cuando ponía en el tocadiscos los vinilos de Los Beatles porque

131
pensaban que aquellos chavalotes no hacían más que ruido, que
aquello no era música, que la música de verdad eran los pasodobles y
las rancheras. Y tampoco llevaría el uniforme de gimnasia del instituto,
camiseta roja y pantalón azul para correr alrededor del instituto o para
hacer deporte en el gimnasio. Ni jugaría a pelota mano en el frontón
de los Hermanos para después, bien sudado, oír aquellas historias tan
fabulosas que Serafín, sentado en una esquina, haciendo pelotas de
mano, nos contaba y que nosotros escuchábamos muy atentos. Y lo
más tremendo y peor de todo era no poder disfrutar de la vida
familiar.

132
Capítulo XVII
EL PRINCIPIO: EL EXILIO

Retrocedamos un poco en el tiempo para saber de qué va todo


esto.

Todo comenzaba a mediados del otoño de 1.954, para ser más


exactos en octubre. Las Navidades estaban a tiro de piedra y una joven
pareja, ella embarazada de cinco meses, hacían apresuradamente
preparativos para salir de España clandestinamente.
Luciano, el marido de Petra, estaba tomando unos potes, como
de costumbre, con sus amigos en el bar “La Terraza” de Cueto. Alguien
133
entró en el bar, era un amigo de la infancia de Luciano, un falangista
de toda la vida, se acercó al “Bigotes”, a mi padre se le conocía por
este apodo, y le comentó que había oído en la sede de la OJE que la
Guardia Civil iba a arrestar a algunos alborotadores sindicalistas de la
localidad, y entre los nombres de aquella lista negra aparecía el
nombre de mi padre, vinculado a actividades sindicales dentro de la
Babcock & Wilcox. Mi padre le invitó a un chiquito y le dio las gracias
por la información. Sin mediar palabra se dirigió a la Protectora, donde
vivía con su mujer y sus padres. La pareja tenía dos hijas, Loli, de seis
años y Chus, de cuatro. Al llegar lo primero que hizo fue hablar con mi
madre y mis abuelos.
Mi padre le dijo a mi madre, “tenemos que salir del país ya, sea
como sea. Podemos dejar a las crías con mis padres, mis hermanos y
cuñadas”. A lo que mi madre respondió, “ni se te ocurra. De aquí
salimos todos juntos”.

Al final de la conversación mi padre salió hacia Santurce como


alma que lleva el diablo con el fin de localizar y hablar con un amigo
suyo que trabajaba en el puerto de Santurce de capataz, para ver si
podía meterles en el primer barco que saliera para cualquier destino,
preferentemente para Inglaterra. Para no ser reconocido se calzó una
boina de mi abuelo, y se enrolló una bufanda, y sigilosamente se
dirigió a la Plaza de San Pedro, atravesando las huertas que había
entre la Humanitaria y el colegio de Los Hermanos; de allí se dirigió
hacia las Camporras, con el fin de llegar a Cabieces sin ser visto, oculto
por el negro manto de la noche. Al llegar al barrio San Juan, se dirigió a
la única tasca que había, y allí encontró a su amigo, poniéndole al día
de todo lo sucedido. Su amigo le aconsejó que se escondiera, que lo
más seguro es que fueran a por él de madrugada. Mi padre hizo el

134
camino de vuelta hasta Sestao por el mismo paraje que la ida. Al llegar
a la Protectora le contó a mi madre lo que le había dicho su amigo.

Sentados en la cocina, al abrigo de la chapa de carbón,


barajaron dos opciones, la primera era ir al Valle de Arratia y
esconderse en casa de unos tíos de mi madre, los Intxaurraga, de
Ceberio, o los Olaskoaga, de Zeanuri, pero declinaron la opción puesto
que estaban muy lejos y tenían que estar en contacto con el amigo de
Santurce, así que hicieron de tripas corazón y se dirigieron al caserío
de mis abuelos maternos en Retuerto. Llegaron a El Cantarillón de
madrugada. Mi madre muy cansada tirando de sus dos hijas pequeñas,
que no hacían más que preguntar que cuando llegaban y que querían
dormir. Llegaron a casa de mis abuelos, Aniceto y Mª Jesús, sobre las
cinco de la mañana. Al subir la cuesta, que hay desde el riachuelo
hasta el caserío, los perros empezaron a ladrar y la luz de las
habitaciones de mis tíos, Julián y José Mari se encendieron, alertados
por los perros, al poco rato se encendió la de mis abuelos. Al llegar al
umbral de la puerta de entrada estaban todos esperándoles. El
primero en hablar y romper el hielo fue mi padre, el “maketu”, quién
tenía una estrecha y cordial relación con sus cuñados, mi abuela se
puso a llorar, ya que hacía varios años que no veía ni a su hija ni a sus
nietas, mi abuelo impertérrito se quedó de pie en la puerta, con
semblante frío y sin decir nada. Mi padre les comentó lo que sucedía y
mis tíos y abuela les metieron inmediatamente en la cocina para que
comieran algo y bebieran lecha caliente. Mi abuela llevó a mis
hermanas a la cama y mi madre se quedó en la cocina con mis tíos, mi
abuelo se fue a la cama sin decir tan siquiera buenas noches. Mi padre,
después de comer algo y beber un vaso de vino marchó en la bicicleta
de mis tíos hasta la fábrica a ver a un alto cargo americano para que le
echara una mano para poder trabajar en la fábrica Babcock & Wilcox

135
de Inglaterra. Mi padre estaba bien considerado en la fábrica y todo el
mundo le apreciaba, jefes y obreros. En aquel entonces la Babcock &
Wilcox de Sestao fabricaba cámaras espirales de turbinas hidráulicas,
tractores, camiones, todo tipo de calderas, vagones de trenes y
aquellas impresionantes locomotoras negras a vapor que parecían
seres de otra galaxia. Llegó a la fábrica cuando estaba saliendo el turno
de noche y el de mañana estaba entrando. Esperó en el taller donde
trabajaba hasta las nueve de la mañana hasta que este jefazo llegó.
Cuando la secretaria le comentó que mi padre quería hablar con él no
dudo ni un segundo en recibirle. Le dijo a mi padre que no se
preocupara, que le iba a echar una mano en todo lo que pudiera y que
estaría en contacto con mi abuelo, Manuel.

Mis padres y mis hermanas pasaron unos días entre el


habitáculo que mis tíos habían hecho en el establo y la cocina del
caserío. Cada vez que los perros ladraban corrían a esconderse. Mis
tíos, Julián y Jose Mari, trataban de animar un poco el cotarro, ¡pero el
horno no estaba para bollos! Esos días los pasaron con más sollozos
que risas. Al cabo de unos días mi padre recibió un mensaje de su
amigo de Santurce a través de uno de Bengolea que trabajaba en el
puerto. La nota decía, “Estimado amigo, pasa por donde tú sabes esta
noche para hablar del tema”.

Por la noche mi padre hizo el camino desde el Cantarillón hasta


el barrio de San Juan en bicicleta, entre huertas y campas, para verse
con su amigo, y allí estaba él en la misma tasca que la primera vez. Se
saludaron, el dueño del bar les puso un chiquito y se sentaron en una
mesa alejada, para que nadie oyera la conversación. Lorenzo, así es
como se llamaba su amigo del puerto, le dijo, “Bigotes, hay buenas
noticias, un barco sale pasado mañana hacía Nueva York, haciendo

136
escalas en varios puertos. Los del sindicato han estado hablando con el
capitán y está de acuerdo en llevaros a ti y a tu mujer, pero no a las
niñas. De verdad, convencerle para que lleve a tu mujer ha sido muy
difícil, créeme. Cuando le comentamos que estaba embarazada de
cinco meses se cerró en banda y dijo que no”. A mi padre se le partió el
alma al oír esto, y se echó a llorar.
Lorenzo recalcó, “Bigotes, da gracias que le pudimos convencer
de que lleve a Petra”. Mi padre le dio las gracias y marchó pensativo,
preocupado y triste de vuelta a Sestao. ¡Dejar a sus hijas! Él estaba tan
unido a sus hijas que el mundo que intentaba construir se le vino
abajo. Mil preguntas se le vinieron a la cabeza. ¿Qué pensaría mi
madre? ¿Con quién se quedarían las niñas? ¿Qué trauma les
provocaría esto? ¿Querría mi madre irse con él? ¿Sería peor irse? Si no
lograban llegar al barco y les cogían, ¿a qué penal les mandarían? ¿Qué
iba a suceder a su familia?

Mi padre había dicho


en casa que no se pusieran
en contacto con él, por si la
secreta les seguía. Él por
mediación de alguien de
confianza se pondría en
contacto con mi abuelo
Manuel. Y al cabo de unos
días así lo hizo.

Mi padre le pidió a mí abuelo, Manuel, que había dejado las


minas de Triano, tras casarse con mi abuela Dolores, ya que había
encontrado trabajo en una nueva y flamante fábrica que empezaba a
andar en 1.920 en las marismas que había entre Sestao y El Valle, la

137
Babcock & Wilcox, y a mi tío Pascual, que también trabajaba en dicha
empresa como calderero, que en cuanto se incorporaran al trabajo
hablaran con aquel jefe de la Babcock & Wilcox con el fin de informarle
de que el barco que mis padres debían coger no iría a Inglaterra sino a
América. Por fortuna la B&W tenía la fábrica matriz en Nueva Jersey,
EE.UU. y tenía talleres en el puerto de Nueva York para dar salida a los
muchos pedidos de calderas para barcos que se montaban en dicho
puerto.

Aquel día, a las tres de la madrugada, mis padres y mis


hermanas salían de El Cantarillón hacia Sestao escoltados por mis dos
tíos, Julián y José Mari, protegidos por la niebla y la oscuridad, mi
madre visiblemente perturbada porque había discutido con mi abuelo,
siempre del mismo tema, su casamiento con el “maketu”, y porque
debía dejar a las dos niñas con los abuelos paternos en Sestao.

Se dirigieron desde Bengolea, carretera abajo, bordeando el rio


Castaños, por la calle Amezaga para llegar a la iglesia de Retuerto, al
pasar por la fuente de Bengolea, vieron a lo lejos una figura que
rápidamente reconocieron, era el párroco de Retuerto, Don Ángel,
quien iba a dar la extremaunción a un señor mayor de Bengolea. Don
Ángel, quién se llevaba bien con la familia, mi abuelo materno hacía
muchas aportaciones a la iglesia local, les saludó efusivamente, a mi
padre le dio la mano diciéndole, “sestaotarra si necesitas algo de mí no
dudes en decírmelo”. Les dio su bendición y se dirigieron hasta la
Carretera Nueva (cuando yo la conocí no parecía tan nueva, y siempre
preguntaba porque la llamaban la Carretera Nueva) y desde allí a
través de innumerables huertas y campas anduvieron hasta La Sesarre
para cruzar el río Galindo y dirigirse a Simondrogas, por debajo del
túnel, y subir por el camino

138
de las Canteras hasta el Barracón, y de allí hasta la Cruz de Cueto
donde uno de los hermanos de mi padre, Arturo, estaría vigilando por
si había moros en la costa. El otro, Pascual, estaría apostado a la
entrada de La Protectora para dar la señal, si hubiere o notare algo
extraño encendiendo un cigarro.

Mi madre llegó a la casa de mis abuelos paternos muy


exhausta. Todos se metieron al sótano a descansar, a la luz de una
tenue vela. Mi madre no hacía más que llorar porque mis hermanas
debían quedarse con los abuelos, y tenía que desprenderse de lo que
más quería sin saber cuándo volvería a verlas. Ella repetía una y otra
vez, “¡las primeras Navidades sin ellas!” Todos sollozando intentaban
beber algo de café caliente y comer algo de pan con mantequilla. Lo
intentaban pero no podían. Aquello era una tragedia familiar. La
familia se desquebrajaba.

Mi abuelo, sentado
en una esquina, tenía la
oreja pegada a aquella radio
de madera tratando de
sintonizar y oír Radio
Pirenaica. Allí en aquel
sótano, rodeados de jaulas
de conejos y gallinas,
permanecieron durante un buen rato sin hablar, mirándose y tratando
de darse ánimos. Al llegar la hora mis cuatros tíos junto con mis padres
se despidieron de mis abuelos y de mis hermanas que lloraban
desconsoladas. Las pobres no entendían porque mis padres se iban sin
ellas. Aunque les habían dicho que era durante unos días ellas no se lo
creían, habían visto y oído mucho.

139
De casa de mis abuelos se dirigieron al puerto de Santurce por
la ruta que había trazado mi tío Arturo, a través de la Plaza de San
Pedro, bajando por las campas de Markonzaga, cruzando la cuesta de
Galindo y adentrándose en Las Camporras, buscando el cobijo de los
árboles y las mil y una huertas que las Camporras alojaban. Al Llegar a
Cabieces bajaron hasta Mamariga, también entre campas y huertas. La
estación de trenes, donde serían introducidos en un tren de
mercancías que les llevaría hasta las entrañas del puerto, no estaba
lejos. Al llegar a la estación dicho tren estaba llegando y tenía que
hacer el cambio de vías manualmente. En cuanto el tren paró mis
padres besaron a sus hermanos y cuñados y subieron al tren para
abordar el barco que les llevaría a la libertad.

Aquel lunes fue muy largo, sobre todo para mi madre, que me
llevaba en sus entrañas, capeando el vendaval, no solo político, social y
policial sino también el meteorológico, padeciendo aquel temporal de
lluvia y frío que arreciaba en toda la península Ibérica.
Todo lo que sucedió dejó a la familia muy marcada. Todas las
Navidades posteriores que pasaríamos todos juntos las disfrutábamos
como si fuese la última.

Con muchos esfuerzos llegaron a su destino, a aquel barco de la


libertad que se había construido en los astilleros de Euskalduna en
1.912, con una eslora de 81 metros y una manga de 12 metros iba a
cruzar el Atlántico, justo hasta la Isla de Ellis. A mi padre todo aquello
le hacía revivir y recordar al barco el “Habana” que le había llevado
desde el mismo puerto de Santurce hasta Inglaterra cuando era un
niño. Ahora sabía lo que habían sentido y sufrido sus padres cuando le

140
tuvieron que poner a él y a su hermano Pascual en aquel barco rumbo
a un destino desconocido: Rusia, Bélgica, Francia, Inglaterra…

Mi madre no hablaba, lloraba, mencionaba a sus hijas, pero se


resignaba, sabiendo que quedaban a buen recaudo y que no les
faltaría de nada.

141
Capítulo XVIII
LA TRAVESÍA DEL ATLÁNTICO

Aquella singladura fue larga ya que el barco debía hacer varias


escalas y las continuas tormentas sobre el océano Atlántico no
cesaban. El barco, contra viento y marea, no avanzaba, y los marineros
trabajaban a destajo. Mi madre, la pobre, permanecía la mayor parte
del tiempo en el camarote debido a su embarazo y al mareo que tenía.
Mi padre trataba de ayudar en la cocina, o donde era requerido para,
de alguna manera, pagar el pasaje, aunque no fuera necesario.

La primera escala que hicieron fue en las Islas Azores. La


naviera transportaba maquinaria y piezas fabricadas por la General
Eléctrica Española para diferentes centrales de generación de energía
sitas en estas islas atlánticas y en otros países sudamericanos. El barco
142
permaneció anclado casi una semana para desembarcar todo este
material en Ponta Delgada. Estos días los aprovecharon mis padres
para estirar las piernas y visitar la ciudad. Aquel día mi padre trató de
reconfortar a mi madre aunque no lo consiguió. Mi madre no hacía
más que pensar en sus hijas y preguntaba si mis hermanas ya se
habrían levantado para ir a la escuela.

De allí continuaron su viaje rumbo a Sudamérica. Atravesaron


el Atlántico en aquella cáscara de nuez. Mi madre permaneció en el
camarote entre náuseas y vómitos, apenas comía. El capitán estaba
muy preocupado por la situación tan precaria en que se encontraba mi
madre ya que si mi madre daba a luz en el barco nadie sabía qué
hacer, si bien es cierto que había un marinero gallego de Pontevedra
que decía que no se preocuparan que él había ayudado a muchas
vacas a parir. Mi padre le solía decir al capitán que no se preocupara
que mi madre era dura como una roca. Al cabo de unos días llegaron a
su destino, Montevideo, con el mar más en calma. Mi madre estaba
mejor, y todos, desde el capitán hasta el pinche de cocina se alegraron,
incluso aquel día el cocinero cocinó en su honor “Marmitako”, plato
que mi madre deleitó aunque no podía quitarse de la cabeza la imagen
de sus dos hijas allá lejos, en Sestao, con sus abuelos. Se preguntaba, y
le preguntaba a mi padre qué estaría pasando en casa de sus suegros.
Le pidió a mi padre que en cuanto atracaran tenían que hacerse con
algún periódico, por si hubiere alguna noticia sobre lo que estaba
sucediendo en el País Vasco. Mi padre sabía que conseguir periódicos
españoles era tarea ardua y difícil. Pero él siempre le decía que no se
preocupara, que haría todo lo posible por saber algo de casa.

Pasaron unos días en Montevideo, hasta que terminó la


descarga de los dos generadores diesel que la GEE había construido en

143
la fábrica de Galindo para la República de Uruguay. La GEE en aquel
entonces empleaba a más de cuatro mil obreros.

Al llegar al puerto de Montevideo, mis padres desembarcaron y


fueron dando un paseo a ver si veían algún kiosco de periódicos, si
bien el capitán les había advertido que no se alejaran mucho del
puerto porque estaban sin pasaporte. Después de mucho paseo mi
madre se quedó a descansar sentada debajo de unos árboles y mi
padre prosiguió la búsqueda hasta que encontró un kiosco y compró el
único periódico extranjero que había el “New York Times”. Con ansias
de leerlo con mi madre volvió a aquel parque. Al llegar mi madre
estaba visiblemente fatigada pero no dijo nada y comenzaron a buscar
las páginas internacionales en las que no aparecía ni una sola noticia
sobre España. Al llegar al barco el capitán les dio una buena noticia.
Les dijo que se había puesto en contacto con Bilbao y que todo estaba
en calma, lo cual calmó tanto a mi padre como a mi madre. Al día
siguiente zaparían para Méjico y de allí a la Isla de Ellis, donde un
representante de la Babcock & Wilcox les estaría esperando para que
pasaran la inspección médica y aduanera sin problemas.

Zarparon de México con un tiempo estupendo y el viento a


favor. Pasaron entre Florida y Cuba, se veían los cayos de Florida allá
en el horizonte. Salieron al Océano Atlántico. Para ellos la tierra
prometida estaba ya muy cerca. A medida que se acercaban a las
costas de Virginia el tiempo iba empeorando, y cuando pasaron cerca
de las costas de Washington, DC. el tiempo cambió, hacía un frio en
cubierta que pelaba. No como el tiempo de Sestao, que aquel fraile del
convento Carmelita de la Punta había definido también diciendo en un
poema que el tiempo del País Vasco, y concretamente el de Sestao, era
templado y suave en invierno y agradable en verano.

144
Todo aquel tiempo que estuvieron en aquel navío, el “Cabo No
Sequé”, porque la mayoría de los barcos de aquella naviera
empezaban por “Cabo …”, mi padre le enseñaba a mi madre algo de
inglés. Mi madre decía que era muy difícil pero lo intentaba con ansias
porque los Estados Unidos iban a ser su nuevo hogar.

El capitán, durante la última cena, ya que estaban llegando a


Nueva York, les explicó todo lo referente a la inspección médica y
aduanera. Les comentó que tenían dos puntos a favor, uno que mi
madre estaba a punto de parir y el otro que mi padre iba a trabajar con
la B&W, y los Estados Unidos necesitaba mano de obra especializada y
la B&W era una de las empresas fuertes en el Estado de Nueva Jersey y
Nueva York. Pero también les apuntó que un bajo porcentaje de
inmigrantes eran también rechazados y enviados de vuelta al país de
origen en caliente.

Ya cansados se dirigieron al
camarote, aunque no pudieron
pegar ni ojo aquella noche.
Nerviosos por lo que iban a
encontrar en aquella isla. Mi
madre no paraba de decir, “¿y si
nos devuelven a España?”. Mi
padre la respondía, “no creo que
nos devuelvan a España. Ya te ha
comentado el capitán que
tenemos muchos puntos a favor,
además tu estas a punto de dar a
luz, y el representante de la B&W
estará en esa isla esperándonos.

145
No te preocupes y duerme un poco que mañana nos espera un día
duro”.

Amaneció y mis padres ya estaban en cubierta con aquella


maleta que mis abuelos les habían dado y donde llevaban todas las
pertenencias que tenían. Más recuerdos que otra cosa, pero la maleta
estaba llena de ilusiones. Allá, a lo lejos, en la bocana del puerto de la
Ciudad de Nueva York vieron algo que se sobresalía entre la niebla de
aquella mañana gélida, y allí ante ellos se postraba la Estatua de la
Libertad. El barco fondeó a unos cientos de metros de la Isla de la
Libertad. La Isla de Ellis estaba junto a la Isla de la Libertad. El capitán
echó la pasarela y todos, marineros, primer oficial, y el capitán
esperaron con mis padres en cubierta a que llegara la barcaza que les
llevaría hasta la Isla de Ellis, todos llorando. Aquella travesía les había
unido tanto que cuando mis padres regresaron a España siguieron en
contacto con la mayoría de aquellas buenas personas. Todos le decían
a mi madre que si el bebé era niño le pusiera sus nombres y si era niña
“Libertad”.

La barcaza se acercó a la pasarela para recoger a mis padres y a


otros emigrantes que habían llegado en otros barcos. Cuando mis
padres comenzaron a bajar por la pasarela para abordar aquella
barcaza todo el mundo les gritaba y les daba ánimo, la sirena del barco
no hacía más que sonar. Mis padres subieron a la barcaza con la ayuda
de los funcionarios de aduanas, y se volvieron para saludar y
despedirse de sus amigos con lágrimas en los ojos. Empezaban una
nueva y desconocida etapa muy lejos de Sestao, con la familia
separada, destrozada por culpa de la política.

146
Mi madre, agarrada fuertemente al brazo de mi padre, no
dejaba de mirar a aquella pobre gente, que como ellos habían dejado
su hogar, por la causa que fuere, para empezar una nueva vida. En la
barcaza no había más de veinte personas, la mayoría europeos.

147
Capítulo XIX
LA ISLA DE ELLIS, NY

La Isla de Ellis tuvo varios nombres. Las tribus indias la


llamaban “Kioshk” o “Isla de Gull”. Durante la colonización inglesa pasó
a llamarse la “Isla de la Ostra”, y en 1.770 el Sr. Samuel Ellis la compró
y todo el mundo la comenzó a llamar la “Isla de Ellis”. En 1.808 el
gobierno federal de los EE.UU. la adquirió para edificar un fuerte para
defenderse y luchar contra los ingleses.

La Isla de Ellis se inauguró en 1.892 como la puerta de entrada


de la emigración a la libertad. Se calcula que unos doce millones de
emigrantes pasaron por la isla. De hecho no se trataba de una isla sino
de tres islas comunicadas. En la isla principal estaba el Registro o
Secretaría y el hospital donde los enfermos pasaban la cuarentena,
también había un ala para enfermedades contagiosas. Además, es
digno y notorio de reseñar que el 40% de los estadounidenses
descienden de los emigrantes que desembarcaron en la Isla de Ellis. En
los años de emigración masiva a los Estados Unidos se inspeccionaban

148
unos diez mil emigrantes al día. La Isla de Ellis se cerró en noviembre
de 1.954, apenas un mes después de que mis padres pasaran por ella.
Permaneció abandonada hasta que en 1.965 el presidente Lyndon
Johnson la declaró Monumento Nacional bajo la jurisdicción del
Departamento de Parques Naturales, fue rehabilitada y se abrió al
público en 1.990 como museo a la emigración por la importancia que
esta ha tenido en todos los ámbitos de los Estados Unidos.

Los emigrantes, entre ellos mis padres, debían pasar una serie
de inspecciones médicas y legales antes de pisar los muelles de
Manhattan Sur, si no pasaban las susodichas inspecciones eran
deportados a sus países de origen en caliente. La mayoría de estos
emigrantes huían de la persecución religiosa, la opresión política y de
las penurias económicas que reinaban en Europa, sobre todo en el sur
de Europa. Algo que nos es familiar actualmente.

A la hora de pasar las inspecciones se hacía una distinción entre


los pasajeros de primera y segunda clase que pasaban las inspecciones
a bordo de los barcos y eran llevados directamente a los muelles de
Manhattan. Los pasajeros de tercera clase, y mis padres pertenecían a
esta clase, eran llevados a la Isla de Ellis.

La suerte que corrieron mis padres fue que aquel octubre de


1.954 solo había una treintena de emigrantes que inspeccionar. La
experiencia fue dura y amarga, no porque los funcionarios de
emigración mostraran malas maneras, que no era el caso, sino porque
para la mayoría de ellos, más para las mujeres, que era algo nuevo que
no habían vivido antes y porque casi todas estaban aterrorizadas por la
suerte que correrían. Muchos de estos emigrantes estaban

149
convencidos de que no pasarían dicha inspección y que serían
devueltos a sus países de origen.
La treintena de personas que iban en la barcaza
desembarcaron al llegar al pequeño muelles de la Isla de Ellis. En tierra
había un funcionario de emigración que no paraba de decir, “women
and kids on this side, and men on the other side”. Casi nadie entendía
lo que aquel hombre decía salvo mi padre. Mi madre preguntó a mi
padre, “Luciano, ¿Qué dice? Mi padre la respondió que estaba diciendo
que las mujeres y niños se pusieran a la derecha y los hombres a la
izquierda, a lo cual mi madre se echó a llorar. “¿Por qué nos separan?
Pregúntale. Yo no quiero separarme de ti”. Mi padre se acercó al oficial
de emigración y le preguntó. El hombre muy amablemente, al tiempo
que escribía en la solapa del abrigo de mi madre las iníciales “PG”, le
explicó a mi padre que iban a pasar unas inspecciones que durarían
entre tres y cinco horas, que era algo rutinario, que no se
preocupasen, que las iníciales significaban “Embarazada”. Mi padre
también le comentó a aquel amable policía que mi madre no hablaba
inglés y que si podía estar con ella para traducir lo que la preguntaban
con el fin de calmarla. El oficial de emigración, quién estaba
gratamente contrariado por el buen inglés de mi padre, le dijo que eso
no era posible. Siguió hablando con mi padre durante unos minutos
más hasta que otro oficial de emigración les llevó hasta la Secretaría
donde empezaba la inspección.

En dos filas, hombres y mujeres con niños, iban pasando por las
diferentes dependencias donde unos doctores, doctoras y enfermeras
comprobaban el estado de salud y mental de los emigrantes. Al acabar
las pruebas mentales y médicas pasaban a otras dependencias donde
la policía de emigración, la “Migra”, comprobaba el estado social de
los emigrantes.

150
Las pruebas que se realizaban eran varias y a los emigrantes se
les ponía los correspondientes signos con tiza en la solapa de los
abrigos para que los doctores supieran en que condición llegaban.
Tales inspecciones comenzaban nada más llegar los emigrantes. Ya en
la cola los policías comprobaban si las personas cojeaban al subir las
escaleras hasta el primer piso, donde se llevaban a cabo las
inspecciones, comprobaban si se cansaban y respiraban mal
acarreando su equipaje. Si veían que algún emigrante tenía algún
problema ocular, cojera, problemas de piel, cuero cabelludo,
respiraban mal, o si las mujeres estaban embarazadas, el caso de mi
madre, les marcaban con tiza un signo en la solapa y eran sacados de
la cola y llevados a un cuarto especial, y si la enfermedad era grave o
contagiosa les enviaban al hospital. El oficial o el médico que estaba a
cargo de la inspección de la fila india solamente disponían de seis
segundos por persona para observar a los emigrantes. Si el inspector
médico decía que se trataba de una enfermedad incurable o crónica el
emigrante era devuelto al puerto de origen.

Muchas mujeres estaban aterradas por el hecho de que un


doctor las inspeccionase, ya que al ser tocadas por hombres podía ser
una experiencia traumática para ellas. Afortunadamente cuando mi
madre llegó ya había doctoras para realizar tal cometido.

Tanto mi padre como mi madre nos contaban a mis hermanas y


a mí todo lo relacionado con la inspección médica y legal cuando les
preguntábamos sobre aquella experiencia pasada en la Isla de Ellis.

Durante este examen preliminar los doctores preguntaban a los


emigrantes unas cuantas peguntas sobre su vida y les pedían que

151
resolvieran problemas aritméticos sencillos, o que contaran hacia
atrás, comenzando desde 20. Que sumaran dos más tres. A las mujeres
les preguntaban de qué manera fregarían las escaleras, si de arriba
hacia abajo o de abajo hacia arriba. Si no daban la respuesta correcta
se les retenía para una segunda inspección.

Inspeccionaban el pelo por si había piojos, y te hacían una


exploración por si hubiere síntomas del tifus. Durante la inspección
médica, que duraba unos pocos minutos, te inspeccionaban todo el
cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Con una pinza, u horquilla de
pelo te levantaban el párpado, lo cual era muy doloroso, para ver si el
emigrante padecía tracoma. Las personas que padecían enfermedades
contagiosas, epilepsia, enfermedades mentales, o los que tenía algún
defecto físico, que podían ser una carga para el estado, así como las
mujeres embarazadas, se les llevaba inmediatamente a que pasaran
un tribunal médico especial.

Preguntas que el Inspector de Emigración hacía:

1.- ¿Cómo te llamas?


2.- ¿Has estado antes en América?
3.- ¿Tienes parientes aquí? Si la respuesta era afirmativa,
entonces, te preguntaban donde vivían.
4.- ¿Va a venir alguien a recogerte a la Isla?
5.- ¿Quién pagó el pasaje?
6.- ¿Tienes dinero para un mes? (Si la respuesta era afirmativa,
acto seguido el oficial de emigración decía: “¡déjame verlo!”)
7.- ¿Tienes trabajo en los EE.UU.?
8.- ¿Tienes antecedentes penales?

152
Capítulo XX
LA INSPECCIÓN MÉDICA

Tanto el personal médico a


cargo de las inspecciones como el
personal de emigración, entre los
emigrantes llamado “la Migra”,
trataban correctamente a los
emigrantes, a sabiendas de que la
mayoría estaban aterrados de pasar
aquellas inspecciones donde se
jugaban mucho.

Uno de aquellos emigrantes


muertos de miedo era mi madre,
temblando en la fila, no sabía si de
frío o de miedo, esperando a entrar
al gran vestíbulo a ver lo que
pasaba.

Los de la Migra se acercaron


a ella y le escribieron en la solapa
del abrigo las iníciales “PG” de
“preñada”. Mi madre sorprendida,
ya que era la única a la que le
habían puesto aquellas letras
preguntaba a las otras mujeres si
alguna sabía lo que las iniciales
querían decir. Ella creía que
significaban “Proscrita”, y que la
deportarían en “caliente”. Con
mucha mímica y expresión corporal
ninguna de las otras mujeres sabía
decirle lo que significaban, y pasó al gran vestíbulo aún más
preocupada y temblorosa.
153
Mi padre por el contrario ya estaba dentro pasando la
inspección. Durante la entrevista les explicaba a aquellos “yankees”,
una y otra vez, que un tal Mr. Williams de la Babcock & Wilcox de
Nueva Jersey vendría a recogerles. La respuesta del personal médico
era siempre la misma, “usted tiene que decírselo al personal de
emigración que son los que tratan esos temas”.
Pasó la inspección médica y la educativa sin problemas. A
continuación le llevaron a un cuarto donde le recibió un hombre alto,
corpulento, que parecía un boxeador de los que salían en los
periódicos. Este “boxeador” resultó ser un tipo amable que le
preguntó la razón por la que mis padres venían a los Estados Unidos, y
que cuánto dinero llevaba encima, y bla, bla, bla. Mi padre le contó
toda la historia y le mostró los doce dólares que había conseguido de
la colecta que hicieron los marineros del barco. Este oficial de
emigración le dijo que la cantidad mínima era de cuarenta dólares, y
con mi madre embarazada las posibilidades de pasar a territorio
“yankee” eran muy escasas. Este oficial de emigración le repetía a mi
padre, una y otra vez, que podía hacer algo por él pero que mi madre
era una carga pública para el estado y no podía hacer la vista gorda. Mi
padre insistía y decía, “por favor llame a la B&W de Nueva Jersey que
le informarán de que el Sr. Williams viene a buscarnos”.

Creo que mis padres le cayeron bien a aquel gigantón y llamó a


Información para que le dieran el número de la Babcock & Wilcox.
Permitió que mi padre se reuniera con mi madre, quién estaba muy
asustada, fatigada y desorientada por lo que sucedía. Al ver a mi padre
entrar se calmó agarrándole del brazo con fuerza. Comenzó a hacerle
preguntas. Mi padre solamente la decía, “no te preocupes Petra que
todo va a salir bien”. Pero pintaban “bastos” y las cosas no iban nada
bien. Allí permanecieron sentados como unas dos horas.

Sí el Sr. Williams no aparecía, y parecía que se iba a realizar la


deportación inmediatamente. El futuro de mis padres estaba en las
manos de aquel señor Williams. Durante el tiempo que estuvieron
154
juntos el personal de emigración les proporcionó algo de comer y
beber. En todo momento estuvieron pendientes del estado de mi
madre.
Finalmente aquel gigantón apareció por la puerta con el
semblante sonriente, lo cual calmó a mis padres, y les dijo, “he
contactado con la B&W y es cierto que el tal Williams viene hacía aquí.
Ha tenido algún problemilla con el tráfico en Manhattan Sur, pero está
al llegar. Dígaselo, dígaselo a su mujer que la pobre creía que la
íbamos a deportar”.

Mi madre suspiró y le dijo a mi padre que no era necesario, que lo


había entendido perfectamente, y se echó a llorar como una
magdalena. Liberada de aquel trágico acontecimiento tan pronto
lloraba como reía, hasta le dio un beso en la mejilla al de la “Migra”.

Al cabo de un rato el tal Mr Williams apareció por la puerta. Un


hombre alto, más bien delgado, elegantemente vestido, traje gris y
sombrero combinando dicho traje. Era amable, sobre todo con mi
madre. El de la “Migra” le dio al tal Mr Williams unos papeles, este los
firmó y se llevó a mis padres al ferry. Al salir de la Isla de Ellis se dieron
la vuelta y allí estaba la majestuosa Estatua de la Libertad.

En medio de toda aquella odisea mis padres, a pesar del frío, se


quedaron en cubierta boquiabiertos al ver Manhattan con sus
rascacielos, y en medio del rio East, justo delante de ellos, se alzaba el
puente de Brooklyn, que tantas veces habían visto en las películas de
Holywood.

Al llegar al muelle el Sr. Williams les llevó al coche que tenía


aparcado al otro lado del parque Battery. De allí se dirigió hacía el
puente de Brooklyn. Durante el viaje le comentó a mi padre que
trabajaría en el puerto de Nueva York en la reparación, mantenimiento
y montaje de las calderas de la B&W, y que la compañía les había
alquilado un piso en Brooklyn, y que la renta se la descontarían de la

155
nómina, también le dio un sobre con dinero, un adelanto hasta que
cobrara la primera paga.
Después de unos cuarenta minutos llegaron a Bay Street donde
se encontraba el susodicho piso. El Sr. Williams les llevó hasta la
tercera planta, ¡era la primera vez que subían en un ascensor!

Ya en el apartamento el tal Williams, muy amablemente, les


enseñó cómo funcionaba la cocina eléctrica, el termo, la televisión, la
nevera, la cafetera, etc. Mis padres flipaban en colores.

Mi madre como buena samaritana vasca y para romper el hielo


decidió probar aquella cafetera Westinghouse haciendo café para los
tres.

Ya más calmados y delante de una buena taza de café mí


madre le preguntó al tal Williams si tenía alguna noticia de España. El
Sr. Williams, en un español bastante bueno, y saboreando aquella
sabrosa taza de café les dijo, “las pocas noticias que sabemos de
España son que se han realizado muchos arrestos en todas las fábricas
a lo largo de la geografía española, sobre todo en el País Vasco y
Asturias, y que se esperan manifestaciones y huelgas contra esos
arrestos, lo cual no es bueno para la economía de España. El presidente
Dwight D. Einsenhower está presionando a Franco para que abra un
poco la mano.”.

También les comentó que él había luchado como voluntario en


la Guerra Civil Española con las Brigadas Internacionales en Madrid
para ayudar a la República y que durante la Guerra Civil había viajado a
Bilbao y que se había maravillado con el Cinturón de Hierro de Bilbao,
que era un sistema de fortificaciones formado por bunkers, túneles y
trincheras que comenzaba en Punta Lucero, pasaba por el pico
Serantes y que rodeaba todo Bilbao por Gaztelumendi, Archanda y
otros montes y municipios como Gatika, Gordoxola, etc., acabando en
Punta Galea.

156
Uno de los ingenieros que lo diseñaron, Alejandro Goicochea
(Posteriormente diseñaría el vanguardista tren Talgo), con la
colaboración del Teniente Coronel Alberto Montaud Noguerol, artífice
del proyecto, y Pablo Murga, se pasó al bando Nacional entregando los
planos, y con ellos la posición y localización exacta de todos las
baterías antiaéreas y cañones. La Legión Cóndor alemana y la Aviación
Legionaria italiana aprovecharon aquella detallada información para
destruir el Cinturón de Hierro. Muchos de los soldados del “Eusko
Gudarostea” cayeron en aquellos ataques aéreos. Nadie comprendía
cómo durante tantos meses el Cinturón de Hierro había sido
inexpugnable aguantando un ataque aéreo tras otro y en tan solo unos
pocos días cayó.

Mi madre por otra parte apuntaba a que aquella Legión Cóndor


llenó los campos de escarabajos para que se comieran las cosechas de
la zona republicana, lo cual fue corroborado por el Sr. Williams. El
susodicho Sr. Williams constató a mi madre que vio en varias
ocasiones como los aviones alemanes y los italianos descargaban estos
insectos sobre los campos y huertas de la zona republicana.

Continuaron hablando de la Guerra Civil, que la tenían muy


cerca en su memoria. Mi padre solamente sufrió el comienzo de
aquella horrible guerra, pero mi madre la padeció íntegramente en
Baracaldo y en Durango, y siempre que hablaba de la Guerra Civil nos
contaba los bombardeos de Durango y de cómo un gran avión,
apodado el “Pájaro Negro”, dejaba caer unas cuantas bombas en la
localidad, y como un avión pequeño, presumiblemente un caza ruso
apodado el “Abuelo”, salía a su paso. A este avión lo derribaron varias
veces, y el piloto siempre se las arreglaba para aterrizar. Mi madre nos
contaba que le cortaban las alas para montarlo en un camión y se lo
llevaban a reparar para seguir luchando.

La tarde se echó y el tal Williams se despidió de mis padres. Mi


madre le dio un montón de besos.

157
El Sr. Williams le dio a mí padre un mapa con la dirección en la
que tenía que presentarse a las seis de la mañana al día siguiente, la

158
cual estaba a unas pocas manzanas calle abajo.

Mis padres estaban ilusionados. Por la tarde, con el manto de


la noche, al otro lado del rio East, todos los rascacielos de la Gran
Manzana estaban iluminados como una tea, sobre los demás
sobresalían el “Chrysler” y por supuesto el “Empire State”. Pero los dos
mirándose a los ojos se echaron a llorar, les faltaba su pueblo, su
familia, sus amigos, y lo que más querían en el mundo sus dos hijas.

Las navidades de aquel amargo, pero al mismo tiempo,


ilusionante 1.954 las pasaron solos en un país extraño donde no
conocían a nadie. Fueron unas navidades diferentes, con la Quinta
Avenida engalanada de luces navideñas, luces de neón por doquier,
cientos de Santa Claus felicitándoles las navidades, pero les faltaba
algo…

En Sestao la gente seguía disfrutando de la aparente bonanza


económica proporcionada por la llegada de miles de empresas de
todos los rincones de Europa y de los Estados Unidos.

En 1964 los Estados Unidos llegan a un acuerdo con el gobierno


de Franco para instalar bases militares en suelo español. Ese mismo
año Gran Bretaña se retira del Canal de Suez. Se acomete la
modernización del transporte ferroviario con la participación de la
Babcock & Wilcox. Y llegan las primeras elecciones sindicales del
sindicato vertical propiciadas por la presión impuesta por el presidente
Dwight Eisenhower para que los sindicatos con ideología comunista no
entraran en la ideología de la clase obrera española, a pesar de todo
eso la Guardia Civil no cesaba de arrestar sindicalistas en Sestao y
pueblos limítrofes. Algunos escapaban de estas refriegas y pasaban
grandes temporadas alojados en las casas de los amigos. Otros eran
desterrados a otros lugares de España como castigo

Ese mismo año llegaron a Barcelona los 286 prisioneros de la


División Azul que había participado en la Segunda Guerra Mundial a las
159
órdenes de Hitler. Y el cantante irunés Luis Mariano, ídolo de masas,
triunfaba en el exilio como tenor. Y entretanto el sillón papal lo
ocupaba el Papa Pio XII, también conocido como el “Papa de Hitler”.
¡Ah! El Athletic no ganó la liga aquel año, pero quedó tercero, lo que
enorgullecía a mi madre y padre, como buenos hinchas del Athletic.

Y en los Estados Unidos el Movimiento Negro Contra la


Segregación Racial empezaba a dejarse ver en Topeka, Kansas, cuando
el Tribunal Supremo de los EE.UU. declaró inconstitucional la
Segregación Racial en la escuela.

…..

160

Vous aimerez peut-être aussi