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5/11/2017 Leer en presente | Babelia | EL PAÍS

TRIBUNA LIBRE ›

Leer en presente
Tucholsky fue un lector refinado, sin ganas de detenerse en los floreos del estilo académico, pero
capaz de algo más difícil: leer al vuelo
BEATRIZ SARLO

20 ENE 2017 - 18:04 ART

Cuando escribo reseñas (y suelo escribirlas con culpable frecuencia), me


persigue el miedo al anacronismo. Es decir, equivocarme porque no
entiendo el libro que tengo por delante, ya porque pertenezca al pasado,
ya porque anuncie el futuro y no estoy en condiciones de darme cuenta,
ya porque apresuradamente se me ocurre convertir en tendencia algo
que, en pocos años, ocupará un lugar en el desván de la moda. Temo
pasar por alto lo que alguien más inteligente descubra como
verdaderamente nuevo. La reseña es periodismo literario, puro presente

Kurt Tucholsky. GETTY


de lectura y de escritura, una especie de hoja en la tormenta del mercado,
de lo que se sabe o se ignora del autor, de lo que se intuye mal o bien.
Escribir reseñas es una aventura que obliga a una tensión apasionada con
el propio gusto, con el propio saber, con el impulso y el prejuicio. La reseña es tiempo presente.

“Lenin es pura objetividad, puro documento, pura tendencia, acero puro”. Esta precisa y breve caracterización fue
escrita en 1926 por Kurt Tucholsky, uno de esos extraordinarios berlineses de entre guerras que manejaban con
igual destreza el sarcasmo y la prosa informativa, y varias veces a la semana escribían ensayos, críticas o
pequeños cuadros de costumbres. Tucholsky fue un lector refinado, sin tiempo ni ganas para detenerse en los
floreos del estilo académico (que no dominaba ni le provocaba interés), pero capaz de algo mucho más difícil: leer
al vuelo, sin esperar que un par de años o un par de opiniones le sugirieran nada. Leer, sencillamente, como un
hombre culto que sabe escribir.

A Tucholsky, sensible a las diferencias entre la escritura de Lenin y Zinoviev, en cambio


no le interesa Brecht

La observación sobre el estilo de Lenin en Contra la corriente, volumen publicado en ruso en 1918, que también
incluye textos de Zinoviev, Tucholsky la realiza casi al pasar cuando llega a sus manos la traducción alemana.
Caracteriza los comienzos sólidos y argumentados de Zinoviev y los contrapone a los de Lenin, que es toda acción.
Define dos estilos políticos.

En 1926, Tucholsky seguramente teme que los argumentos de Lenin y Zinoviev deberán volver a usarse en un
futuro próximo para combatir el belicismo que ya se anuncia en Alemania. Por eso usa esas palabras precisas y tan
duras como el acero leninista con las que termina su frase. Como si dijera: “Contra la guerra es imprescindible
escribir bien”.

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A Tucholsky, sensible a las diferencias entre la escritura de Lenin y Zinoviev, en cambio no le interesa Brecht. En
una nota de 1929 lo trata con un desprecio sarcástico que comienza por el título: El vagón de remolque. Para decirlo
como lo diríamos hoy: no le interesa defender una literatura que recurre a la cita secreta o evidente de escritores
anteriores: “Si Brecht adopta la pose de ladrón literario, también debe aceptar que se lo valore de ese modo y que a
cada verso suyo nos preguntemos: ¿a quién pertenece esto?”. La nota se cierra con un tono muy cercano al
escarnio: “Permítasenos alabar a los poetas que escriben su obra solos”.

Hoy estos párrafos nos parecen arcaicos, porque la cita oculta o manifiesta es algo tan inocente como el
endecasílabo o el soneto. Con Brecht, Tucholsky no vio el futuro de una literatura “intertextual” (ni siquiera existía
entonces la palabra que ahora es un lugar común).

Pero no se equivocó con el relato de Kafka En la colonia penitenciaria, publicado en 1919, sobre el que escribe pocos
meses después: “Es algo que no significa nada o que solo significa lo impensable, aquello después de lo cual es
imposible seguir más adelante”. Y sobre El proceso: “El libro más perturbador, siniestro y duro. Lo dejo,
temblando, sobre mi escritorio y me pregunto: ¿quién habla?, ¿qué es esto? ​
Kafka, con los años, no necesitará que
se hable de él. Kafka sencillamente nos obliga. Es un sueño diurno”.

No se perdió Tucholsky en la que quizá sea la novela más compleja del siglo XX: Ulises. En 1927, cuando escribe su
reseña, nadie podía adivinar lo que sería esa novela en las décadas siguientes. La primera lectura es independiente
de un futuro que no estaba asegurado. Desconfía de las opiniones de “profesores ilustrados”. No lo convence la
representación de las calles dublinesas, ni de las tabernas; y lo que lee en la primera parte de la novela le parece que
ya ha sido dicho. “El autor me comunica algo, pero yo no le creo”. Tampoco le cree mucho a la traducción al alemán
que es la que tiene para escribir su reseña (crueldades del oficio).

Pero llega el monólogo de Molly Bloom y Tucholsky entiende perfectamente la razón estética de esa oscura selva
de asociaciones y recuerdos: “Tal complejidad nunca fue igualada. Lo que puede hacerse con esto, Joyce lo ha
logrado”. La prueba de una lectura inteligente es saber cambiar el rumbo y no borrar las huellas contradictorias.
Tucholsky cambia el rumbo de su nota, que hasta el monólogo de Molly Bloom había sido severa. Me gusta
particularmente el final que elige, porque prevé lo que será el Ulises por décadas: “Extracto de carne Liebig. No se
puede comer. Pero con él podrán prepararse muchas sopas”. La frase (profética) le habría gustado a Joyce.

Kurt Tucholsky, ‘Ausgewählte Werke’, Rowohlt Verlag, 1961-1965. Dos volúmenes.

ARCHIVADO EN:

Beatriz Sarlo · Opinión · James Joyce · Franz Kafka · Vladimir Illich Lenin

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