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INTRODUCCIÓN

La filósofa alemana, de origen judío, Hannah Arendt es una de las más destacadas
y notables del pasado siglo XX. Fue alumna de Martin Heidegger y Karl Jaspers. Vivió
en tiempos de mucha convulsión social y política. Por causa del totalitarismo que hubo
en Alemania y que afectó a gran parte del mundo a principios de la segunda mitad del
siglo, vivió situaciones sumamente graves como el quedarse apátrida cerca de catorce
años tras emigrar de su país hacia Estados Unidos. Todo esto influyó en su pensamiento
de manera inevitable. Es posible que a raíz de tales vivencias haya nacido en ella el
deseo de comprender y explicar un fenómeno tan terrible como el totalitarismo.

Su pensamiento se mueve principalmente en el ámbito de la filosofía política. Allí


creó nuevas categorías e hizo análisis bastante profundos sobre temas preocupantes de
su momento histórico, tales como es el caso del totalitarismo. Además se encargó de
otras cuestiones que siguen siendo de interés incluso en estos días. Actualmente sus
obras siguen ejerciendo gran influencia, se las continúa leyendo, analizando, se escribe
y construye en base a su pensamiento. Eso no solo por sus análisis sobre el fenómeno
totalitario sino por varias categorías suyas que resultan tan importantes para pensar la
política hoy.

De todos modos, el objetivo de este ensayo será penetrar en una pequeña porción
del pensamiento de esta gran filósofa para lograr una comprensión más ajustada del
tema. La cuestión de interés aquí tiene que ver con el análisis que hace Arendt del
concepto de historia, sobre todo en su sentido moderno. Este concepto moderno de
historia ha ejercido gran influencia en la manera de pensar desde que surgió. Sin
embargo, en torno a él hay, a ojos de la filósofa alemana, diversos problemas: desde su
origen hasta sus implicancias. Por lo tanto, la cuestión a analizar será la siguiente:
¿cuál es la crítica que hace Hannah Arendt al concepto moderno de historia?

En orden a dar respuesta a dicho interrogante se procederá primero a revisar lo


que sostiene Arendt acerca del concepto antiguo de historia, previo al moderno. Luego,
se analizará el concepto moderno de historia, así como lo referido a su origen. Se
explicará por qué la autora rechaza la posibilidad de que tal comprensión moderna haya
surgido a partir de la concepción cristiana de la historia y del tiempo. Tras haber visto
esta suerte evolución a lo largo del tiempo del concepto de historia y haberlo analizado
en su sentido moderno, finalmente, se procederá a exponer la crítica que hace Arendt al
mismo.

LA ANTÍGUA CONCEPCIÓN DE HISTORIA

Para Arendt existe un rasgo distintivo y característico de la comprensión antigua,


clásica del concepto de historia. Este consiste en la estrecha relación que guarda dicho
concepto con la noción de naturaleza que abrigaban los griegos. Entre ambos tenían por
común denominador a la idea de inmortalidad.
Como es usual, Arendt identifica a Heródoto como el pionero de la historia
occidental en tanto que historiografía (ciencia). Este autor sostiene que el objetivo o
tarea de la historia consiste principalmente en luchar contra el olvido. Busca preservar o
mantener siempre presente, por medio del recuerdo, las grandes hazañas y obras
humanas para evitar que se perdieran y murieran en el olvido. La historia vendría a ser
la aliada del hombre en la lucha contra su propia futilidad y mortalidad naturales.

Es exactamente en el punto referente a la tarea de la historia, en donde el antiguo


concepto de ella se conecta con la noción de naturaleza que mantenían los griegos. En la
antigüedad clásica la naturaleza tenía un rol fundamental, abarcaba todas las cosas que
existen por sí mismas, aquellas cuya existencia no depende de ningún “autor” o
“fabricante”, ni hombres ni dioses. Las cosas naturales, por lo tanto, se caracterizan por
ser inmortales. Su existencia no depende de nadie, por lo que permanecen siempre, son
eternas por sí mismas. Esto es así para los objetos inanimados de la naturaleza e incluso
para los seres animados. Todo, en la medida en que es parte de la naturaleza, es
permanente. Sabido es que los seres vivos nacen y mueren, pero de algún modo la
naturaleza asegura su permanencia y eternidad mediante la procreación. Gracias a ella
es que los seres vivos, en tanto que especie, no desaparecen con el perecimiento de
algunos individuos sino que se mantiene aunque pase el tiempo.

Entonces, por formar parte de la naturaleza ¿no debería el hombre ser inmortal?
En el sentido antes mencionado, en tanto que especie humana, es inmortal sin dudas. La
humanidad no desaparece aunque pase el tiempo porque hay procreación, a la par que
unos perecen, otros nacen. Sin embargo, la naturaleza no puede garantizar la
inmortalidad al individuo humano como tal. El hombre como individuo, se distingue
dentro del cosmos natural, eterno por ser mortal. Esta característica tan particular se
debe a que el hombre no posee solo una zoé o vida biológica, como el resto de los seres
vivos, sino que además tiene una bios o historia de vida individual desde que nace hasta
que muere. La bios “atraviesa” la naturaleza porque se mueve en línea recta, cuando
todo lo natural tiene un movimiento circular. En palabras de Arendt “Esto es la
mortalidad: moverse en una línea recta en un universo donde todo, si es que se mueve,
lo hace dentro de un orden cíclico.” (Arendt, 1996, p 50).

Solo en la vida humana (bios) hay propósitos y sentidos. Los hombres son los que
interrumpen el orden cíclico de la naturaleza y le otorgan sentido con sus obras, trabajos
y hazañas. Por ende, son estas interrupciones u obras humanas grandiosas y
extraordinarias, las que constituyen el tema de la historia. El énfasis se haya puesto
sobre los acontecimientos o hechos particulares que poseen significado en sí mismos.
“Todo lo hecho u ocurrido contiene y revela su cuota de significado “general” dentro de
los límites de su forma individual”. (Arendt, 1995, p 48). De hecho, la historia no posee
un tema unitario que conecte todos los hechos sino que consiste en un conjunto de
relatos sobre hazañas gloriosas, singulares. Se nutre muchas veces de testimonios.

Todas las cosas de cuya existencia es responsable el hombre son perecederas, por
ser aquel mortal. Las palabras y las acciones son lo más perecedero dentro de todas las
capacidades humanas, mucho más que la fabricación. Esta última como toma de la
naturaleza el material del que está hecho el objeto, es más perdurable. No sucede así con
lo que se produce solo entre hombres. El único modo de otorgarles perdurabilidad a las
palabras y a las acciones es mediante el recuerdo. La capacidad humana que permite
detener el deterioro, el carácter mortal de acciones y palabras y hacerlas permanecer es
la memoria. Al volverse eternas las obras, pasan a ocupar un lugar propio en la
naturaleza, al igual que sus autores. Los poetas y los historiadores son los encargados de
convertir palabras y acciones grandiosas en dignas de recuerdo, es decir, inmortalidad.

Para la poesía y la historiografía antigua la inmortalidad se alcanza en el recuerdo


de las generaciones venideras, gracias a la fama inmortal que pueden ganarse las
acciones y palabras gloriosas. De ahí la importancia de la política para los antiguos,
tanto griegos como romanos. Ser parte de la esfera política, al ser esta un espacio
imperecedero, permitía constituirse como propiamente humano porque hacía posible
alcanzar la inmortalidad. Pertenecer a una polis era vital en la antigüedad porque solo
allí se podía superar la mortalidad y el carácter perecedero de las vidas y acciones
humanas. Únicamente en ella se podía realizarse como humanos porque, de algún modo
la vida política, prometía inmortalidad y así otorgaba sentido y dignidad a la vida. Por
eso, desterrar a alguien de la polis es deshumanizarlo. Arendt dice a este respecto:
“Fuera del cuerpo político, la vida del hombre […] no tenía sentido ni dignidad debido
al hecho de que en ninguna circunstancia podía dejar rastro alguno tras sí.” (Arendt,
1995, p 55).

Además, en la antigüedad tardía se entendían los cambios históricos a partir de


una concepción cíclica, no direccional del tiempo. Nuevamente, esto tiene una estrecha
relación con los ciclos naturales y los procesos biológicos. Su concepción del tiempo
influía en el modo en que se pensaban los asuntos humanos, lo que significaba que
luego del surgimiento y auge de una forma de organización política, necesariamente
seguía su decadencia.

La conexión entre los conceptos antiguos de historia y naturaleza es muy estrecha,


y no se trata de una oposición. Al contrario, la inmortalidad es lo que poseen en común.
La naturaleza es de por sí inmortal. Los hombres que son mortales, para ser dignos del
cosmos del que forman parte, deben alcanzar la inmortalidad. Lo logran por el recuerdo,
la memoria. Gracias a la historia los hombres pueden volverse pares de la naturaleza.

LA COMPRENSIÓN MODERNA DE HISTORIA Y SU ORÍGEN

Muchas veces se considera que la noción moderna de historia se originó a partir


de la secularización de categorías religiosas cristianas. Esta tesis suele apoyarse porque
se cree encontrar ciertas similitudes entre la conciencia histórica moderna y algunas
ideas de la tradición judeo-cristiana. Por ejemplo: el acento puesto en el tiempo y que es
rectilíneo, o que la historia humana constituye un plan de salvación guiado por la
providencia divina.

Sin embargo, Arendt no comparte esta tesis y se empeña en desacreditarla. La


filósofa alemana, pone en evidencia diferencias notorias entre ambas ideas, que prueban
imposible que la una se haya originado en la otra. Las ideas judeo-cristianas y las
modernas acerca de la historia son similares solo en apariencia si se las compara con la
idea de historia cíclica de la antigüedad tardía, que Agustín de Hipona rechaza en su
época. No obstante, se suele olvidar que en las ideas cristianas hay rasgos que resultan
totalmente ajenos a la conciencia histórica moderna. Por ejemplo: que solamente la vida
y la muerte de Cristo en la tierra es un acontecimiento único en la historia, que no se
repite; lo hechos seculares constituyen modelos para acciones futuras que tal vez se
repitan. También, la idea de la creación del mundo en el tiempo y su futura decadencia,
por lo que la humanidad tiene principio y fin; sobrevive solo el individuo, no la especie
humana como tal. Los cristianos no daban importancia a la historia secular porque
consideraban tal ámbito como fútil, perecedero, etc.

El sentido moderno de historia, según Arendt, se caracteriza por ciertos rasgos que
resultan del todo contrarios a las ideas cristianas del tiempo y de la historia. El primero
de ellos es que no se trata de un plan de salvación que apunta a un más allá, sino de una
historia puramente secular. Las primeras bases para la conciencia moderna de historia,
comenzaron a sentarse en el siglo XVII cuando se produjo la secularización, es decir,
que se separó la Iglesia del Estado o la teología de la política. Las bases del cuerpo
político se las tomaba de las leyes de la naturaleza independientemente de la existencia
o no de Dios. Lo secular adquiere un valor y un significado en sí mismo, ya no se
hallaba degradado por comparación a lo religioso y trascendente, como sucedía para los
cristianos. La historia que se relata versa sobre los seres humanos y lo que hacen.

La secularización trajo consigo una consecuencia muy importante: la creencia en


la inmortalidad individual, propia del cristianismo, perdió fuerza e influencia política.
Ya no se podía aspirar a alcanzar la inmortalidad en un más allá trascendente, por lo que
los hombres se habían vuelto mortales. Por esta razón, regresó el interés por la política
que se convirtió en fundamental para la vida de los hombres, tanto como lo había sido
en un tiempo para los antiguos griegos. No obstante, el moderno interés por la política
difería del antiguo en que no confiaba en la inmortalidad de la organización política.
Los modernos, eran plenamente conscientes de que pueden perecer. Tanto la vida
humana individual como el mundo se habían convertido en mortales. Se ansiaba hallar
algo que garantizase la inmortalidad terrena, la única a la que se podía aspirar.

En los primeros siglos de la Edad Moderna (XVI y XVII), como consecuencia de


la secularización como se indicó, el acento se hallaba puesto en la vida política, que
tenía como protagonista a la acción. Sin embargo, poco a poco se comenzó a dudar de la
capacidad de la acción para garantizar la inmortalidad terrena tan ansiada. La razón de
esto era que la acción resulta frustrante porque no se pueden predecir sus resultados o
éxito, tampoco es del todo posible conocer sus motivos. Además, es fútil y perecedera
en comparación a otras capacidades humanas. Por ejemplo: si uno fabrica una mesa,
esta probablemente lo sobreviva; pero si uno realiza una acción como leer un libro o
gobernar, esto deja de ser en cuanto uno deja de hacerlo, entonces solo podría
mantenerse mediante el recuerdo (como sostenían los griegos). Todo esto condujo a que
a fines del siglo XVIII disminuyera el interés por la política y en cambio se hiciera
énfasis en la noción de historia.

Hannah Arendt considera fundamentales, en este cambio de énfasis, a las


filosofías de Marx y Kant. En cuanto al primero, Arendt sostiene que aún mantenía el
interés por la política, pero que en un “intento” de hacer de la acción algo más
perdurable la asimiló a la fabricación, de ahí la idea marxiana de “construir o fabricar la
historia”. En palabras de Arendt, en la conciencia histórica que sostiene Marx “se
intenta de nuevo escapar de la fragilidad y frustración de la acción [action] humana
analizándola a imagen de la fabricación [making]”. (Arendt, 1995, p 62). El historiador
contempla los hechos tal como el artesano contempla el modelo antes de comenzar a
fabricar su producto. Según esta visión de Marx, aquel hizo de la historia el principio de
la acción humana e identificó los significados con fines de la vida del hombre, este es
uno de los peligros que le señala la filósofa alemana. Otro de ellos es que Marx
confunde política con historia, y que el hecho de pensar a esta última como un proceso
de fabricación implica que tiene un fin, por lo que no puede dar sentido a los hechos
individuales ni mucho menos, garantizar una inmortalidad terrena a la humanidad.

Es en la filosofía política de Kant, en donde Arendt advierte que se evidencia el


cambio de énfasis de la política a la historia. Kant se quejaba de la falta de sentido de
las acciones humanas, por un lado porque advertía su futilidad y su incapacidad para
inmortalizar en la tierra como se dijo más arriba, por otro lado porque vistas en sí
mismas aparecen como caprichosas y contingentes. Entonces fue cuando surgió de
manera evidente, el último de los rasgos característicos del moderno concepto de
historia: la idea de proceso. En efecto, para Kant la historia es un proceso regular y
constante que constituye un plan secreto que la naturaleza ha impuesto a los hombres.
Vista como tal, en su totalidad, la historia funciona como un hilo conductor que conecta
y da sentido a todas las acciones humanas. Miradas desde el proceso histórico todas las
acciones tienen racionalidad y significado. El plan natural de que la especie humana, no
cada individuo, debe desarrollar sus disposiciones originales plenamente, es ignorado
por los actores. Sin saberlo, los hombres obran según tal plan. Sólo las generaciones
siguientes pueden comprender tal plan así como el sentido de las acciones.

Al considerar a la historia de tal manera, Kant pretendía dotar de algún sentido al


ámbito político secular en sí mismo, prescindiendo de un sentido religioso, cosa que
logró. Arendt considera que este cambio de énfasis es “el escapar del <todo>, y la fuga
es motivada por la falta de sentido de lo particular” (Arendt, 1995, p 66).

Por lo tanto, recién en el tercio final del siglo XVIII se puede decir que surge el
concepto moderno de historia, con todas sus características, incluso con la idea de
proceso. Esta implica que la historia es un proceso que abarca todos los hechos
particulares y en cuyo seno ellos adquieren significado, que no poseen por sí mismos. El
proceso es lo único que tiene sentido, por eso es que es tan importante la secuencia
histórica para esta concepción moderna. De esta manera se logra escapar a la futilidad y
mortalidad de las acciones individuales. La historia es un proceso infinito hacia el
pasado y hacia el futuro, no tiene principio ni fin. Gracias a esta doble infinitud es que
logra garantizar a la humanidad la tan anhelada inmortalidad terrena. Sin embargo,
Hannah Arendt admite que esta noción moderna de historia tiene la desventaja de que
confía la inmortalidad a un proceso independiente, que se mueve por sí mismo y que lo
abarca todo.

LA CRÍTICA AL MODERNO CONCEPTO DE HISTORIA

Llegado este punto, cuando ya se mostró una suerte de evolución a lo largo del
tiempo del concepto de historia, así como su versión moderna, tal como lo considera
Arendt, se verá ahora cuál es y en qué se fundamenta la crítica que le hace.

Lo que Hannah Arendt objeta al moderno concepto de historia tiene que ver con la
idea implicada por aquel de que solo el proceso como un todo es quien posee
significado y que los sucesos particulares carecen en sí mismos de sentido, que lo
extraen en tanto se insertan en el proceso. La razón de Arendt, para criticar esta idea es
que lleva a la arbitrariedad de imponerle a la realidad un significado que ha sido
preconcebido por el hombre. Esto porque se puede partir de cualquier hipótesis, por más
absurda que sea, y en base a ella deducir coherentemente una serie de resultados que
tienen sentido y funcionan en la realidad, es decir, que terminan por convertirse en
hechos reales. “Esto significa casi literalmente que todo es posible no solo en la esfera
de las ideas sino en la de la misma realidad” objeta la filósofa alemana. (Arendt, 1995, p
71).

La arbitrariedad que implica la idea de un proceso histórico otorgador de


significado es inaceptable. Se puede identificar como una consecuencia suya al
totalitarismo que resulta arbitrario exactamente en este mismo sentido, se basa en la
convicción de que todo está moralmente permitido y que todo es posible. Para el
totalitarismo también existe la convicción de que sin importar cuan descabellada sea una
hipótesis puede servir de motivación para acciones coherentes. Es decir, la hipótesis se
volverá verdadera en tanto que produzca resultados reales. Cualquiera sea la hipótesis
que sirva como punto de partida, iniciará el proceso de una acción que acabará
produciendo en la realidad rendimientos y hechos verdaderos e innegables.

Esta arbitrariedad, reconoce Arendt, suele ser más evidente en campo de la


política que en el de la naturaleza. Es que la noción moderna de proceso ha influido en
la comprensión de las ciencias naturales, así como en la de la política y de la historia.
Esta última tampoco se halla exenta de tal arbitrariedad. Quien piensa a la historia como
un proceso, pretende encontrar en el pasado un significado objetivo, lo que lo lleva a
olvidar lo que ocurrió en verdad, porque pasa por alto los intereses y los propósitos de
los actores en la historia.

En fin, la Edad Moderna con su idea de proceso ha provocado que los sucesos
individuales, lo particular pierda significado propio y que para encontrarlo deba
introducirse en un proceso global. Con su crítica Hannah Arendt pretende advertir que
no se puede imponer ningún orden, necesidad ni significado preconcebido a la realidad.
Siempre se estará cayendo en arbitrariedad, lo cual para la filósofa alemana, es prueba
de que no existe sentido, necesidad, orden ni significado. La idea de proceso que había
logrado salvar las apariencias y que había permitido escapar del carácter contingente de
las acciones, actualmente se sabe que puede obstruir la visión de la realidad. Por eso, el
tema de la contingencia llega más hondo incluso para aquel que mantenga una idea de
proceso. En la actualidad tanto la ciencia como la política han refutado esta idea tan
característica del moderno concepto de historia.

CONCLUSIÓN

En suma, Hannah Arendt expone de manera sublime lo referente al moderno


concepto de historia y la suerte de evolución en el tiempo que debió de darse para llegar
hasta él. La autora permite analizar más detalladamente tal concepto moderno a partir de
la rigurosa explicación que hace del antiguo. Deja ver, por ejemplo que así como para
los antiguos las nociones de historia y naturaleza se relacionaban estrechamente a partir
de una tercera categoría que es la inmortalidad, en el caso de la concepción moderna,
historia y naturaleza se hallan vinculados por la idea de proceso, que todo lo abarca y es
el encargado de otorgar inmortalidad y significado. También, procura disipar las falsas
creencias acerca del origen del concepto moderno de historia, y conocer cómo y a qué
se debió realmente su surgimiento. La concepción moderna de historia se distingue por
su carácter secular, que lleva a perseguir una inmortalidad terrena y que solamente
queda garantizada por la idea de proceso.

Ahora bien, precisamente a ello se dirige la crítica de Arendt a este concepto


moderno de historia. Al poner el acento en la noción de proceso, a modo de totalidad
como lo único que posee significado en sí mismo y se lo otorga a lo particular, esta
concepción moderna corre el riesgo de caer en arbitrariedad. Arendt busca poner en
evidencia con su crítica este peligro. Advierte que concebir la historia como un proceso
significativo en sí mismo, lleva a pasar por alto los hechos o sucesos particulares en pos
de un significado objetivo, más aún sin advertir que este en realidad es preconcebido
por el hombre. Se cae en arbitrariedad porque se pretende imponer por la fuerza a la
realidad un determinado significado, así como la idea de una necesidad pero sin atender
en verdad a los hechos en sí mismos, lo que sugiere que todo es posible, puede dársele a
la realidad el significado que se desee, siempre habrá una historia que contar.
Por último, otra importante razón por la que Arendt critica el concepto moderno
de historia es que su idea de proceso y la sugerencia de que todo es posible o está
permitido sirvieron de fundamento al totalitarismo. Para este se podía partir de cualquier
hipótesis, sin importar lo absurda que fuese, que a su vez sirviera de motivación de
acciones encargadas de convertirla en hechos reales.

BIBLIOGRAFÍA

Arendt, H. (1995). De la historia a la acción. Historia e inmortalidad. Barcelona,


España: Paidós.

Arendt, H. (1996). Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión


política. El concepto de historia: antiguo y moderno. Barcelona, España:
Península.

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