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TRES ASPECTOS DE LA DEMOCRACIA

Enrique Muñoz Mickle


Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Universidad de Playa Ancha de Valparaíso
emunozmi@yahoo.com

La cuestión de la democracia no es un asunto nuevo y, por cierto, problemática. Desde su


origen histórico hasta nuestros días se le ha intentado dar diversos caracteres dependiendo de
los matices ideológicos y de las valoraciones que ellos encierran. Por otra parte, se advierte
una cierta desazón con ella en virtud de las esperanzas que ha suscitado como camino de
mejoramiento de las condiciones de vida de los pueblos que la han adoptado como forma de
gobierno. Además, entre otras críticas que se le formulan, se señala su “secuestro” por parte
de los partidos políticos o bien la burocracia y tecnocracia que suele acompañarla. No entro
más aquí en la enumeración de tales frustraciones y críticas y sólo quisiera plantear una
pregunta bastante elemental: qué es lo que razonablemente se le puede exigir a la democracia.
Me permito formular los siguientes postulados para intentar acercarnos a algunas de las
cuestiones de fondo: la democracia es una construcción teórico-práctica para gobernar un
grupo social y sus supuestos esenciales son la libertad e igualdad de los ciudadanos.
Ya en la conocida “Oración Fúnebre”, que le atribuye Tucídides a Pericles, aparecen los
rasgos más significativos de la democracia: “Tenemos un régimen de gobierno que no envidia
las leyes de otras ciudades, sino que más somos ejemplo para otros que imitadores de los
demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número
mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos en
las disensiones privadas”1. Las ideas de que es la mayoría quien decide respecto de los
asuntos públicos y que los ciudadanos cuentan con igualdad de derechos para decidir respecto
de sus asuntos privados, de tal modo que el ejercicio de estos derechos es considerado como
legítimo por parte de todos, se destacan como fundamentales en la pieza oratoria. Estos
rasgos del ideal democrático parecen ser una constante en el ideario democrático posterior.
En rigor, y esta es la afirmación más radical que se encierra en las palabras precedentes, sólo
en una forma de gobierno así hay, en sentido estricto, ciudadanos y, además, ciudadanos que
confían en la simple y pura majestad de los acuerdos como fundamento de las decisiones
políticas. Sobre este aspecto añade Pericles que “no infringimos la ley en los asuntos
públicos, más que nada por un temor respetuoso, ya que obedecemos a los que en cada
ocasión desempeñan las magistraturas y a las leyes, y de entre ellas, sobre todo a las que
están legisladas en beneficio de los que sufren la injusticia”.2 Aristóteles, por su parte, al
referirse a la idea de ciudadanía, señala como rasgo esencial de ella que es la posibilidad –o
el derecho- de participar en las magistraturas y de ejercer alguna forma de poder al participar
en los asuntos públicos a través de la asamblea3. Dejo de lado las complicaciones históricas
acerca de quienes constituían el universo de los ciudadanos para rescatar la idea central que
subyace tras estas palabras: no es lo mismo ser un mero habitante de una polis que ser
ciudadano de la misma. Las formas de gobierno no democráticas, monarquía o aristocracia,

1
Tucídides, Guerra del Peloponeso, Gredos, 1982, p 344
2
Ibid.
3
34 1275 b21-34.

1
con sus consecuentes desviaciones, tal lo como establece Platón4, son modos posibles de
considerar la organización de un estado o de una comunidad, pero en ellos no hay ciudadanía
en sentido estricto, ya que sus miembros no sólo no tienen la posibilidad de influir en las
decisiones de poder sino que, tampoco, su ámbito de decisiones privado está libre de las
decisiones externas.
En lo que sigue expondré escuetamente tres visiones acerca de la democracia para luego
intentar algunas reflexiones respecto de los problemas inicialmente planteados. Estas
visiones son la democracia como alternancia pacífica en el poder, la democracia como un
sistema procedimental y la democracia fundada en una concepción política de la justicia.
I

Uno de los principales teóricos contemporáneos de la Filosofía Política, Kart Popper, señala
como principal mérito de la democracia el hecho de que es el único modo de gobierno que
permite cambiar a los gobernantes pacíficamente y conforme a procedimientos establecidos5,
por lo que es necesario que permanentemente los gobernados cuiden de que quienes
gobiernen se atengan a las reglas del juego y salvaguarden los límites del poder. En este
orden, Popper señala dos rasgos fundamentales a considerar en el sistema democrático: la
tolerancia y el pluralismo. La tolerancia implica que las propuestas políticas, en la medida
que se atienen a las reglas del juego, deben ser consideradas como programas de acción
plausibles y que, además, sea posible que si algún programa, mayoritariamente aprobado,
demuestra su fracaso sea sustituido por otro alternativo. Ambos aspectos se justifican, a juicio
de Popper, en el reconocimiento de la falibilidad humana, puesto que nuestra razón es
limitada y, consecuentemente, también lo son sus obras. Popper rechaza todo tipo de
proyectos sociales que impliquen soluciones totales y propugna, en cambio, la elaboración
de proyectos parciales y controlables que resuelvan problemas específicos y sometidos a un
método semejante al que, según entiende, es el propio de las ciencias: el ensayo y el error6
Ahora bien, la democracia debe generar consensos para conseguir legitimidad y mantenerse
sólida. Los consensos no pueden establecerse respecto de fines últimos puesto que, de ser
así, se estaría entronizando una forma única y absoluta de concebir al hombre, eliminando la
crítica necesaria para introducir los cambios que sean necesarios, en caso de que un programa
político no sea efectivo. La unidad absoluta de fines conduciría inevitablemente a
comportamientos totalitarios, por lo tanto, el consenso debe referirse estrictamente a aspectos
procedimentales que garanticen que todos los miembros del sistema político cuenten con la
posibilidad de elaborar propuestas y acceder al poder para implementarlas. La democracia se
justifica precisamente en la diversidad de puntos de vista y su misión es intentar conciliarlos
sin absolutizar ninguno de ellos. Se trata, en definitiva, de entender los procedimientos
democráticos como una forma de contención del poder del estado y de sus gobernantes, de
modo de salvaguardar los espacios de crítica y de elaboración de programas políticos que

4
República VIII
5
Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, 1982, p.338
6
“la única salida para las ciencias sociales es olvidar todos los artificios verbales y encarar los problemas
prácticos de nuestro tiempo con la ayuda de los métodos teóricos, que, en esencia, son los mismos en todas las
ciencias. Nos referimos a los métodos del ensayo y el error, de la invención de hipótesis susceptibles de ser
verificadas en la práctica y de su subsiguiente sometimiento a pruebas concretas. Necesitamos una tecnología
social cuyos resultados puedan ser puestos a prueba por una ingeniería social de tipo gradual” (Sociedad
abierta y sus enemigos, Paidos, 1982, p. 389)

2
sean “testeables” en la realidad social y verificar su eficacia como medios de resolución de
problemas efectivos. La elección democrática de los gobernantes no garantiza
necesariamente un buen gobierno. Dice Popper:
«En una democracia las facultades de los gobernantes deben hallarse limitadas y el
criterio primordial de su función debe ser éste: en una democracia, los magistrados -
es decir, el gobierno- pueden ser expulsados por el pueblo sin derramamiento de
sangre. De este modo, si los hombres que detentan el poder no salvaguardan aquellas
instituciones que aseguran a la minoría la posibilidad de trabajar para lograr un
cambio pacífico, su gobierno será una tiranía»7.
En esta misma línea argumentativa, Hayek sostiene que:
“tendremos que reconciliarnos con el hecho aún extraño de que en una sociedad de
hombres libres la autoridad más alta no debe tener, en tiempos normales, el poder de
dar órdenes positivas, sean éstas cuales fueren. Su único poder debiera ser el de
prohibir de acuerdo a reglas, en tal forma que deba su suprema posición a un
compromiso en que todo acto está sujeto a principios generales”8
Para Popper, la disyuntiva política oscila permanentemente entre democracia y tiranía, de
modo que siendo la tolerancia y el pluralismo los valores fundamentales de la democracia,
éstos tienen, sin embargo, límites precisos: «la tolerancia ilimitada debe conducir a la
desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son
intolerantes, si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las
tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con
ellos, de la tolerancia»9
En definitiva, según Popper, la democracia es esencialmente un medio de sustituir los
gobiernos y que, si bien no es un fin en sí misma, como bien último a alcanzar, tiene sin
embargo un cierto ethos específico: la tolerancia como fundamento del pluralismo. Por otra
parte, es el único sistema de gobierno que presupone, como ya lo señalaba Pericles, la
igualdad y libertad de los ciudadanos. Por cierto que esta igualdad, según entiende Popper,
se refiere a un postulado político-moral desde el cual se parte para decidir en el espacio
legislativo. Al respecto afirma Popper que “los individuos no son iguales en muchos
aspectos. Pero esto no se opone a la operación de la igualdad de trato y la igualdad de derecho.
La igualdad ante la ley es una exigencia política”10
La igualdad, por cierto, se refiere a entender que todos los ciudadanos son sujetos de derechos
bajo esta condición. Los derechos se reconocen y son reclamables entre quienes se reconocen
como iguales bajo algún respecto. Los diferentes, precisamente por serlos, no pueden
reclamar los mismos derechos. Popper señala que históricamente ha habido demasiados casos
en que un grupo, una etnia o una religión se ha declarado diferente y superior y en razón de
esa diferencia ha justificado innumerables sufrimientos para quienes son juzgados como
distintos e inferiores.

7
Popper: «La sociedad abierta y sus enemigos», op. cit., p. 338.
8
Hayek, Friederich: «El ideal democrático y la contención del poder», en revista Estudios Públicos
No.1, Santiago, diciembre, 1980, p. 28.
9
(Popper: «La sociedad abierta y sus enemigos», op. cit 30 Ibídem, p.512
10
Popper y otros autores: «A la búsqueda del sentido». entrevista, Ed. Sígueme, Salamanca, 1976,
pp. 61-62.

3
II

La democracia como un sistema procedimental ha sido especialmente analizada por Bobbio,


especialmente al considerar los problemas que se presentan en la democracia real, esto es, en
el ejercicio efectivo de las instituciones democráticas y reconoce que en ellas hay serias
dificultades para realizar las aspiraciones que ha suscitado. Compatibilizar, por ejemplo, el
ideal del autogobierno directo con los sistemas representativos, reducir la distancia entre
quienes toman las decisiones y aquellos que se ven afectados por ellas, entre otros problemas.
Por otra parte, como señalaba al inicio de esta exposición, el desmesuramiento, no siempre
justificado, del aparato burocrático que tiende a autonomizarse y entrabar los procesos
decisorios, como también el elitismo de la clase dirigente y, por cierto la intervención de
mecanismos de grupos de interés, no legitimados por los procesos regulares para ello,
constituyen razones de desencanto de la ciudadanía respecto del funcionamiento del sistema.
Para Bobbio, esta pesada carga de la democracia afecta severamente su funcionamiento y su
legitimidad social, especialmente en tanto que las decisiones políticas suelen medirse
frecuentemente en términos de su eficiencia para resolver los problemas.
Bobbio piensa que las decisiones democráticas deben ser resultado de consensos legitimados.
Ahora bien, no siempre ni los resultados de los consensos ni la acción de los grupos
gobernantes, por mayoritarios que ellos sean, necesariamente son objetivamente buenos ni
sus acciones eficientes. El ideal democrático supone sujetos racionales capaces de examinar
convenientemente sus propios intereses y compatibilizarlos con los de los demás; ideal que,
ciertamente, escasamente se cumple en la realidad. No obstante estas dificultades, Bobbio
piensa que, entre todos los sistemas conocidos de gobierno, la democracia, entendida ésta en
su justa dimensión, satisface mejor que cualquier otro ciertos requisitos, especialmente
morales, en cuanto a la valoración de los hombres como libres e iguales en dignidad. Ahora
bien, reconoce Bobbio que la libertad en el ámbito político no es algo dado de una vez y para
siempre, sino que, por el contrario, es algo que se ha ido conquistando gradualmente a lo
largo de la historia. De hecho, en cuanto a los derechos políticos, es bastante reciente la
incorporación de un universo significativo al derecho legal a elegir. Afirma Bobbio: “los
principios iniciales del gobierno democrático –esto es, la igualdad en derechos y la libertad
de los ciudadanos- se ha ido extendiendo progresivamente en dos direcciones: a) en la
atribución de los derechos políticos; b) en el ámbito de su aplicación”. En este sentido,
sostiene Bobbio, los valores de la igualdad y de la libertad, si bien son presupuestos de la
democracia, por otra son, más que un punto de partida, “un punto de llegada”, pues si bien
por definición la democracia es el “gobierno del pueblo”, lo fundamental es establecer quién
constituye ese pueblo.
Por otra parte, es claro que los bienes en juego en las decisiones políticas no son siempre los
mismos y su aspiración es en gran medida oscilante, dependiendo de los intereses de los
grupos gobernantes y de las aspiraciones de los gobernados. No menor es, además, la cuestión
de que estos dos valores esenciales, llevados a sus límites, son estrictamente en varios
sentidos incompatibles, por cuanto la mayor libertad en todos los ámbitos, incluyendo la
económica, inevitablemente afecta la igualdad, al menos respecto de determinados bienes,
especialmente aquellos de carácter material.
La democracia perfecta aparece como un ideal al cual acercarse progresivamente pero, como
todo ideal, difícilmente alcanzable. La democracia, sostiene Bobbio, es una vía, incierta y
dificultosa y no una meta en sí misma; sin embargo, con todas sus limitaciones, siempre

4
positivamente valorada, ya que cada vez que ha sido interrumpida, el retorno a ella se
celebra como una reconquista de un bien perdido.
Entendida como una vía, la democracia es susceptible de una definición mínima, “pero
realista”. Tal definición, más que a un contenido específico de la noción, apunta a un conjunto
de rasgos de carácter procedimental que establece las “reglas del juego democrático”. Ahora
bien, advierte Bobbio, el hecho de que se cumplan las reglas del juego no significa que los
resultados obtenidos sean necesariamente los mejores, tan sólo que se han observado los
procedimientos para adoptar decisiones colectivas. Por otra parte, el cumplimiento de las
reglas democráticas, como ya lo advertía Popper, abre la posibilidad de corregir los errores.
Bobbio decanta un conjunto de reglas, o procedimientos, universales que caracterizan la
democracia; tales son:

“1) todos los ciudadanos que hayan alcanzado la mayoría de edad, sin distinción de
raza, religión, condición económica y sexo, deben disfrutar del derecho de expresar
su propia opinión y de elegir a quien la exprese por él; 2) el voto de todos los
ciudadanos debe tener el mismo peso; 3) todos los que disfrutan de los derechos
políticos deben ser libres para poder votar según la propia opinión, formada lo más
libremente posible, en una competición libre entre grupos organizados, en
concurrencia entre ellos; 4) deben ser libres también en el sentido de que deben ser
puestos en la condición de elegir entre soluciones diversas, es decir, entre partidos
que tengan programas diversos y alternativos; 5) tanto para las elecciones, como
para las decisiones colectivas, debe valer la regla de la mayoría numérica, en el
sentido de que se considere válida la decisión que obtenga el mayor número de votos;
6) ninguna decisión tomada por la mayoría debe limitar los derechos de la minoría,
particularmente el derecho de convertirse a su vez en mayoría en igualdad de
condiciones.”11

Este conjunto de reglas, afirma Bobbio, no determinan qué cosa es la que se ha de decidir,
sino quién y cómo lo han de hacer. Del mismo modo reconoce que estas reglas, estrictamente
formales, proporcionan una noción restringida de democracia y que su implementación ya es
dificultosa, al menos en cuanto a hacer posible la satisfacción de muchas de ellas; sin
embargo, esta definición, si bien es mínima, permite establecer si efectivamente una sociedad
satisface los requerimientos democráticos. La vulneración de alguna de estas reglas
determina que el procedimiento no es democrático, “ni verdadera ni aparentemente”
Como se puede advertir, a pesar del carácter estrictamente procedimental de la concepción
mínima de democracia, para Bobbio hay ciertos valores inherentes e indispensables a la
práctica democrática y que deben dirigir regulación de la dinámica política democrática:
tolerancia, no violencia, p l u r a l i s m o , legalidad e instituciones representativas
equilibradas.
Cabe preguntarse si es necesario algo más que un conjunto de reglas estrictamente formales
para entender un sistema democrático como satisfactorio o su práctica exige algo más en su
contenido.

III

11
Bobbio, N. “De la ideología democrática a los procedimientos universales”, en Teoría de la Política

5
La propuesta rawlsiana se fundamenta en un sistema democrático; pero éste, a su juicio, por
sí mismo no es condición suficiente para alcanzar una adecuada estabilidad en el tiempo, por
lo que requiere, además, de una sólida concepción de justicia aceptable por personas que
adhieran a ella desde sus particulares posiciones valorativas, atendiendo al hecho de que las
sociedades contemporáneas se caracterizan por una pluralidad de visones y doctrinas, no
siempre compatibles entre sí, y que definen qué es lo valioso y bueno para quienes adhieren
a ellas. Por esta razón, la idea de la justicia como imparcialidad, desarrollada por Rawls,
pretende circunscribirse estrictamente al dominio político, evitando en lo posible cualquier
alcance perfeccionista que la comprometa más allá de ese ámbito. Según Rawls, una sociedad
estable sólo es posible en la medida que se satisfagan ciertas condiciones inherentes a la
condición de ciudadanos libres e iguales. Es precisamente esa misma libertad lo que les
permite adherirse y sostener diferentes concepciones filosóficas o religiosas; este hecho
presenta la dificultad natural de encontrar un punto de convergencia en que puedan coincidir
los diferentes pareceres y estimaciones de los ciudadanos. No hay, afirma Rawls, una única
concepción que pueda dar cuenta de todas las valoraciones y sentimientos perfectivos
comunes a todos los hombres. La cuestión es aquí, cómo encontrar esa base común aceptable
para las distintas concepciones de vida.

La estrategia argumentativa de Rawls para dar cuenta de esta cuestión se fundamenta


en dos ejes complementarios; el primero de ellos es la ficción de la posición original en la
cual los contratantes cubiertos por el velo de ignorancia acuerdan los principios básicos de la
sociedad justa. Estos principios intentan establecer, por una parte, los derechos básicos de los
ciudadanos en el orden político y, por otra, compensar las diferencias en pro de los menos
favorecidos en la lotería de los talentos y oportunidades, a fin de ponerlos en una situación
de equidad respecto de las oportunidades.12. Estos principios, afirma Rawls, tienen una
ordenación serial, de tal modo que las libertades garantizadas por el primero tienen prioridad
absoluta sobre los cautelados por el segundo. El esquema de libertades a que hace referencia
el primer principio son aquellas respecto de las cuales cualquiera de los ciudadanos se
encuentra, en principio, en pie de igualdad y definen propiamente la categoría de ciudadano.
La prioridad de estos derechos los pone a recaudo de cualquier mayoría circunstancial y
establece un límite a la “regla de la mayoría”. De este modo, Rawls “blinda” los derechos
políticos individuales. La regla de la mayoría, norma común en las democracias en el
momento de adoptar acuerdos se encuentra limitada por esta salvaguarda. El segundo
principio –llamado de la diferencia- procura compensar las inevitables diferencias que de
hecho se producen dentro del sistema. El punto central de estos principios es intentar
satisfacer razonablemente las exigencias de igualdad y de libertad para los miembros del
sistema. Ahora bien, el objeto de los principios es la estructura básica de la sociedad y sus
principales instituciones. La restricción epistemológica respecto del bien intenta evitar
compromisos que juzga innecesarios con cualquier concepción perfeccionista, de modo que
pueda ser aceptada por personas que adhieran a distintas doctrinas o concepciones acerca de
lo que es bueno, valioso o significativo para la vida humana. Sin embargo, esta restricción

12.- a)“Cada persona tiene igual derecho a un esquema plenamente adecuado de libertades básicas
iguales que sea compatible con un esquema semejante de libertades para todos”; y b) “Las
desigualdades sociales y económicas tienen que satisfacer dos condiciones: primera, deben
relacionarse con puestos y posiciones abiertos para todos en condiciones de plena equidad y de
igualdad de oportunidades; y segunda, deben redundar en el mayor beneficio de los miembros menos
privilegiados de la sociedad” (Rawls, John, Liberalismo Político, FCE, México, 1995, pág. 271.)

6
no implica que no haya ciertas “virtudes cívicas” comprometidas; por lo pronto, los mismos
principios acordados en la posición original imbrican, entre otras, la idea de la tolerancia y
el pluralismo como virtudes fundamentales para los miembros del sistema social. El segundo
eje apunta a la idea de un “consenso traslapado”. Tal consenso está constituido por un
conjunto de ideas comunes a la cultura democrática, tales como la igualdad y la libertad, los
derechos básicos, la tolerancia ante las distintas perspectivas razonables y la dignidad de las
personas, entre otras. Este consenso traslapado permitiría conformar una base moral que
adherentes a cualquier doctrina comprensiva razonable13 estarían dispuestos a aceptarla como
adecuada y, a la vez, suscribirla por las razones correctas desde sus particulares concepciones
de vida. Esta base moral constituye el fundamento de lo que Rawls llama la “razón pública”.
Aquí, la noción de “razón pública” es introducida como el núcleo moral al cual se debería
acudir para justificar, en términos aceptables para cualquiera de los miembros del sistema,
las reclamaciones o fundamentar las normas que constituyen el ámbito de lo público. En
definitiva, sostiene Rawls, sólo una eficaz concepción pública de la justicia que procure un
adecuado balance entre las libertades de los individuos, por una parte, y por otra la garantía
de un conjunto de bienes primarios que permitan que tales libertades no sean puramente
formales o vacías. Para Rawls, el carácter objetivo de los bienes primarios no queda definido
desde alguna particular concepción del bien14, sino que dados éstos le permitan a cualquiera
de los miembros del sistema de cooperación social, cualquiera sea éste con sus peculiaridades
específicas, el desarrollo de sus facultades morales al menos en grado mínimo. Dice Rawls:
“esos bienes se identifican preguntando qué condiciones sociales y medios de uso universal
son por lo general necesarios para permitir a los ciudadanos, considerados libres e iguales,
desarrollar propiamente y ejercer plenamente sus dos facultades morales, y realizar sus
concepciones particulares del bien”15. Rawls elabora una lista de bienes a los cuales les
asigna un carácter primario. Estos incluyen tanto los de carácter político, tales como las
libertades básicas, como también aquellos de carácter económico que inciden fuertemente en
el desarrollo moral y el autorrespeto de los ciudadanos16. Se puede argumentar sin embargo,
que las libertades políticas sin posibilidad real de ejercerlas son vacías. Rawls sostiene que
precisamente el segundo principio viene a completar las exigencias mínimas necesarias para

13
La razonabilidad de una doctrina comprensiva se determina justamente de su aceptación de los principios y
del consenso traslapado.
14
Con esto Rawls responde a algunos de sus objetores en cuanto al carácter culturalmente relativo de los bienes.
15
Rawls, J. La justicia como equidad, Paidós, Barcelona, 2002, p. 128

16
 Los derechos y libertades básicos: la libertad de pensamiento y la libertad de conciencia, junto con
las demás. Estos derechos y libertades son condiciones institucionales esenciales requeridas para el
adecuado desarrollo y el pleno e informado ejercicio de las dos facultades

 La libertad de movimiento y la libre elección del empleo en un marco de oportunidades variadas que
permitan perseguir diversos fines y que dejan lugar a la decisión de revisarlos y alterarlos

 Los poderes y las prerrogativas que acompañan a cargos y posiciones de autoridad y responsabilidad
 Ingresos y riqueza, entendidas ambas como medios de uso universal (con un valor de cambio) que
suelen necesitarse para lograr un amplio abanico de fines, cualesquiera que sean éstos
 Las bases sociales del autorrespeto, con lo que entendemos aquellos aspectos de las instituciones
básicas normalmente esenciales si los ciudadanos han de tener clara conciencia de su valor como
personas y han de ser capaces de promover sus fines con autoconfianza”16

7
permitir este ejercicio en un pié de igualdad básico. En ese orden afirma que las libertades
políticas iguales deben garantizarse de tal modo que “tal garantía significa que el valor de
las libertades políticas de todos los ciudadanos, cualquiera que sea su posición social o
económica, deben ser aproximadamente iguales, o por lo menos suficientemente iguales, en
el sentido de que cada uno tiene una justa oportunidad para ocupar un puesto público y para
ejercer su influencia en el resultado de las decisiones política”17.

Las libertades políticas tienen prioridad respecto de los demás bienes, en tanto deben asegurar
a cada ciudadano un acceso justo más o menos igualitario a la utilización de las instalaciones
públicas; se definen en un espacio específico que es el espacio político; sin embargo, para
ser efectivas requieren del segundo principio para que no sean puramente formales. Rawls
observa que “el problema de garantizar el valor justo de las libertades políticas es de igual
importancia, si no es que mayor, que asegurar la competitividad de los mercados”18.
En cuanto al segundo grupo de bienes, los de orden material o económico, como ya lo
observaba Bobbio, su naturaleza es tal que necesariamente son limitados, y por lo mismo
escasos, de manera que un bien poseído por alguien excluye inevitablemente que otro lo
pueda poseer a la vez, con lo cual la igualdad se ve seriamente comprometida. No obstante,
la garantía de los bienes básicos de orden material y de riqueza mínima es una condición
esencial para ofrecer una elemental igualdad de oportunidades a todos los miembros del
sistema de cooperación social y el modo de su distribución constituye una suerte de métrica
de la justicia de una sociedad.
En resumen, para Rawls el sistema democrático se sostiene en la igualdad y libertad de los
ciudadanos pero sólo es efectivamente satisfactorio y no meramente formal en la medida que
esté sostenido sobre una adecuada concepción de justicia política compartida por todos los
miembros del sistema de cooperación social.

IV

Algunas brevísimas reflexiones finales. Entendida positivamente, la democracia es el único


sistema político que tiene como presupuesto básico a individuos racionales, críticos y
moralmente autónomos y que, en razón de esos presupuestos son capaces de intentar diversos
proyectos o programas políticos que puedan responder a sus demandas y, además, establecer
mecanismos de solución de conflictos sin necesidad de acudir a la fuerza física. La
democracia, sin embargo, no es heroica, ya que se funda en la búsqueda de consensos que
garanticen la estabilidad y el equilibrio de la sociedad, lo cual implica que sus procedimientos
son menos ágiles que los utilizados por otros sistemas de gobierno, donde la voluntad de unos
pocos es suficiente para implementar cualquier medida.
En cuanto a la práctica misma de la democracia, como tanto Bobbio y Popper adelantan, no
es en sí misma garantía de la bondad o eficacia de los acuerdos, por mayoritarios que ellos
sean, sino sólo de que, en la medida que los procedimientos sean observados, la estabilidad
del sistema, incluyendo el cambio de los gobernantes, no afecta el equilibrio social.

17
Rawls, J, Liberalismo Político, FCE, México 1993, p.302
18
Rawls, J, Liberalismo Político, FCE, México 1993, p.302

8
La observancia de las “reglas del juego democrático” supone que los actores que participen
en el juego del poder político sean efectivamente legitimados. Las democracias modernas,
dada la extensión del demos político, inevitablemente ha obligado a alejar a los individuos
de los ámbitos del poder y confiar en representantes que interpreten sus opiniones.
Históricamente, esta legitimación se ha efectuado a través de los partidos políticos que, por
definición, en el juego democrático publicitan sus propuestas para conseguir adherentes y
convertirse en sus representantes. Es cierto que, y esta es una de las críticas más fuertes al
funcionamiento de los partidos, tienden a convertirse, en la medida que llegan al poder, en
una suerte de dispensadores de favores para mantener a sus adherentes, desarrollando así
una forma de clientelismo electoral y laboral que oscurece los propósitos iniciales y enturbia
la oferta programática. Por otra parte, como muchos analistas han señalado, frecuentemente
la oferta programática no es clara para que los “sujetos racionales” puedan establecer sus
preferencias fundadamente. A esto se añade que la acción de los medios masivos de
comunicación tiende a convertir los procesos electorales más en una oferta de un “producto”
fácilmente digerible apoyado en ideas fuerza, antes que a la presentación razonada de las
propuestas con sus ventajas y desventajas. En este orden, pareciera que el futuro de la
democracia, en lo que respecta a la acción de los mediadores naturales, exige de los partidos
políticos serias y profundas reformas.
Al margen de los partidos políticos surgen los grupos de presión que anteponen sus intereses
particulares, no siempre a través de medios legitimados -los lobbistas son un caso
paradigmático de esta situación-, velando la necesaria transparencia de las decisiones
políticas y de sus fundamentos. A la par, los medios de comunicación, en tanto que
frecuentemente están en manos de grupos de interés, cada vez se alejan más de la misión de
informar adecuadamente, y tienden a constituirse en medios de formación de opinión para
instalar sus propuestas en los ciudadanos, sin haber sido legitimados para esta función.
En resumen, la democracia, aunque no es un fin en sí misma, presupone un ethos determinado
fundado en un conjunto de valores tales como el reconocimiento de la dignidad y racionalidad
de los ciudadanos, la práctica de la tolerancia y de la disputa fundada y de un adecuado
pluralismo que acoja diversas visiones del mundo y del hombre y de la posibilidad de alternar
pacíficamente los gobiernos. No se le puede pedir más, pero tampoco menos.

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