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UNA GAVILLA DE CUENTOS, DE CESAR LEÓN MUGUERZA

José A. Abanto Abanto

En el universo infantil, tal como reconoce Margaret Meek, la tradición oral es adquirida
integralmente y recreada una y otra vez en cada generación a través de la narrativa, la que
permanece como hábito cognitivo y afectivo en el adulto, y se aprende en solidaridad con
quienes afinan la escucha y dedican un tiempo para contar. En el recuerdo, el pasado sigue
vivo, proporcionando otra memoria al traer al presente lo que se ha escuchado decir, ya
que contar es una acción más veloz, inmediata y vigorosa que escribir. Así se mixtura este
mundo conocido a través de culturas orales, escritas y audiovisuales, entendido como
verdadero, natural y naturalizado, y esos otros, de la inventiva y la imaginación, como
mundos posibles.

Esas historias que oímos desde nuestros primeros años ofician como herencia de la
memoria verbal, el sentimiento, la valoración, los códigos, la retórica, los mecanismos de
transmisión que integran nuestra identidad sociocultural. Nutrida de la tradición, como
experiencia atesorada y confluencia de textos y discursos, conforma la experiencia vital
privilegiada de transmisión de lo literario. Recreando la experiencia hecha relato, la
prolongamos, pensamos en ella, depositamos lo creído, deseado o temido, incluso nos
resistimos, sabiendo que ciertos tipos y calidades de realidad se producen en la interacción
entre lenguaje e imaginación.

La literatura de tradición oral, por ello, ofrece la posibilidad cierta de revisitar la cultura y la
experiencia de una comunidad, conservando los conocimientos ancestrales, como historia
verídica que se cuenta en voz baja, formadora de la literatura de un pueblo.

Por ello, estos minutos destinados para la presentación de una muestra literaria más de
CESAR LEÓN MUGUERZA y de su libro UNA GAVILLA DE CUENTOS, solo tendrá unos
pequeños conceptos de interpretación, porque en realidad no hacen falta más palabras para
hablar de esta pequeña pero grandiosa obra, que un buen día ocupará un privilegiado
espacio en una estantería, o que recibiremos o procuraremos como regalo, para que
sepamos que en su interior se guarda un mensaje importante, algo completamente
imprescindible: no se trata de un libro de cuentos para niños, es un libro de cuentos de
todos nosotros y del camino que nos espera en nuestra vida y en esa constante aspiración
de ser, parafraseando a Arguedas, cada vez más culturizados .

Todos hemos querido ser algo de pequeños. Por eso es tan sencillo sentirse identificado
con lo que suceden en estas historias. Cinco cuentos que tienen como protagonistas a
nevados imponentes, animales con poderes y acciones especiales que enfrentan y vencen
retos inesperados hasta lograr un final feliz o insospechado.

Así, Yerupajá, cuento con el que inicia la obra, nos llama a reflexionar sobre el permanente,
implacable y despiadado actuar de los hombres en su afán de deteriorar la naturaleza, así
narra el autor: “Los hombres siguen produciendo gases de invernadero que detienen la salida de
los rayos infrarrojos del sol, haciendo que aumente cada día más la temperatura atmosférica”.

Resulta pues, muy emotivo, llano y al mismo tiempo muy sentido el lenguaje con el que el
autor narra la historia, donde las adjetivaciones otorgan la musicalidad que mantiene
atentos a nuestros oídos y nos trasladan a los parajes donde se desarrollan los hechos:
“¡Debemos hacer algo! –gritó el cerro– ¡Busquemos ayuda! ¡Movilicemos a las naciones!... ¡Algo
hay que hacer!, sino el final será catastrófico. // EL cóndor, habló con los jefes de las naciones y
estos ofrecieron adoptar medidas para combatir el efecto invernadero. Hasta lo escribieron,
publicaron e hicieron fiesta. También movilizó mucha gente en marchas pacíficas con pancartas,
carteles y publicidad, haciendo conocer los riesgos de las prácticas antinaturales. Y lo aplaudieron,
lo felicitaron y hasta lo llevaron en hombros, e inclusive se formaron grupos de defensa del medio
ambiente…”

Sin embargo, y tal como sucede en la vida real, todo se quedó en palabras. El hombre no
detuvo su marcha y Yerupajá, murió. Cuando el cóndor regresó, “Llegó al punto de donde
partió, sobrevoló buscando desesperado la imagen del paisaje que añoraba, batía las alas y gemía
jadeante buscando a su amigo, a Yerupajá y a los bellos nevados que lo acompañaban, a la
blanquecina serpiente que ellos formaban y que era dulzura para sus ojos, pero no los encontró. //
En su lugar solo yacían esqueletos rocosos y picachos puntiagudos, tétricos, tenebrosos, y un
silencio sepulcral se sentía en el paisaje. Todos habían muerto…

Una aterradora visión, sin duda, del deterioro de nuestro mundo por la descontrolada
ambición del hombre.
En esa misma coyuntura, Diske mi mama recrea episodios de hambruna y orfandad que
pasan un grupo de pobladores a causa de la sequía inclemente: “En un tiempo no muy
lejano, existía en la sierra peruana un pueblo que había sido azotado por la sequía que perjudicó
los cultivos de los agricultores. Los campos áridos dibujaban una acuarela amarillenta en su
esplendor…

Sin embargo, en medio de tanta necesidad, desde los escombros emerge un atisbo de
solidaridad que enaltece a los hombres. Todo ello en torno al símbolo de un humilde y raído
hueso que sirvió para sazonar los humildes platos de cada familia pueblerina: “Allí en medio
de tal necesidad de supervivencia humana, una madre se enteró que la vecina tenía un hueso de
una de sus vacas que había caído muerta por el hambre y la sed y ya habían mascado lo que
quedaba de sus carnes. Pero aún le quedaba ese hueso. // ¡Oye cholo! –le dijo la madre– anda a la
vecina y dile que me preste el hueso de su vaca pa´ echarle al caldo”.

A partir de allí, la representación lúdica de la palabra adopta prolijamente un espacio vivo y


expectante en la narración del cuento: “¡Vecinaaaaaaa…… Vecinaaaaaaaaaaaaa! // ¡Diske mi
mama!... // ¡Diske le preste!... // ¡Diske su hueso!... // ¡Diske le salga!... // ¡Diske gustito!... // ¡Diske
al caldito!... // ¡Ya cholo!... anda dale a tu mama y le dices que de allí les pase a las demás
vecinas…”

Y es justamente esta excelsa alegoría la que otorga vida al texto y nos transmuta al
siguiente cuento: Par, nones o mishas, una tierna historia escuelera rural que retrata
armónicamente la peregrina procesión de niños en pos del jolgorio indescriptible que nos
brinda la adrenalina del juego. Esos juegos impregnados de profunda identidad puebleril,
cuya única razón es la de divertirse al son de risas, gritos, ganadas, pérdidas y revanchas
que otorga el juego: “¡Par, nones o mishas! –exclamaba el primer jugador extendiendo el puño
que guardaba una cantidad de frejoles en su interior. // El otro pensaba, como queriendo adivinar
qué había en la mano, miraba los puños cerrados de su adversario, movía los ojos como péndulo
de reloj antiguo o se tocaba y rascaba la cabeza. // ¡Nooones! –gritaba el adivinador– golpeando a
la vez con la palma de su mano el puño del adversario, quien al escuchar y sentir el golpecito
volteaba el puño y dejaba mostrar a palma extendida la cantidad de frejoles que tenía. // ¡Pucha…
me ganaste!, no era nones… era par.” Y luego, los ya clásicos y abrumadores: “¡Paga paga!”.
No cabe duda que la calidad literaria de Cesar León Muguerza se deja sentir hondamente
en cada uno de los cuentos de la obra, los mismos que se encuentran matizados con
sugerentes ilustraciones que recrean aspectos centrales de cada narración. Son
policromías de una o dos páginas, hay planos cortos, detalles y generales que otorgan a
la narración esa combinación que confronta creativamente la imaginación del lector.

En ese sentido, el lector será, por lo tanto, quien muestre su empatía con cada uno de
cuentos y con su autor, con su punto de vista él será quien comparta los vínculos tan fuertes
que se establecen entre los diversos personajes y sus enternecedoras historias.

No quiero terminar esta afortunada ocasión, sin dar las gracias a Cesar León, por
acercarnos delicadamente la figura de la tradición peruana a todos los lectores. Por
hacernos entender que esas historias que conviven con nosotros desde hace tanto tiempo,
merecen un rincón en nuestro corazón y en nuestro entendimiento. Y porque el cariño, la
devoción y la sensibilidad con la que su autor refleja la realidad del cuento popular para
niños, bien merece un lugar destacado en aquellos lugares donde los libros son, desde
siempre, aquellos amigos que permanecen con nosotros vivos de generación en generación
y por todos los tiempos.

Muchas Gracias.

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