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“La muerte y la belleza son dos cosas profiundas Que contienen tanta sombray cielo que parecen Dos hermanas iguabnente verribles y fecundas Poseyendo el mismo enigma y el mismo secreta”. Vicror Hyco’? En el cuadro de Jacques-Louis David, Marat acaba de ser asesinado. Su torso palido, tendido en la bafiera, esté manchado con un poco de rojo de sangre. En el rostro del revolucionario, echado hacia atras, ahora la paz triunfa sobre el sufrimiento. En esta sala del Louvre, un hombre perma» nece de pie, inmévil, frente al cuadro de David, cautivado, como atrapado, {Qué desea en ese preciso momento? ¢Cometer un asesinato? éMorir también él por ideas? ;Lucirse en sociedad mencionando el Marat asesi» nado de David? No, no quiere mas que una cosa: continuar contemplan- do esas formas y esos colores. Decir “es hermoso” ya es estar colmado, Ademés es asi como se puede definir el placer estético: la contemplacién de una obra de arte, de un pais saje, de un cuerpo o de un rostro nos colma. No pedimos nada a cambio, Quizas ese hombre tenga una cita con una mujer que quedé paralizada en el jardin de las Tullerias ante la belleza de un hombre. También ella, af verdaderamente la belleza de ese transetinte la fascina, no aspira sing 4 un sola cosa, no a seducirlo ni siquiera a conocerlo, sino simplemente a x6 mirindolo. Puede ser que dé un paso para ir a hablarle, que busquie irae capaz de hacerlo sonreit, pero ése sera tal vez justamente el signo de su regreso a la vida normal, el final de eso que Ia filosofia denomina con un término evocador, la satisfaccion estética. - ¢Qué, exactamente, es estar satisfecho en el hombre cuando la belleza fo obliga asf a no quitar més la vista? :De qué naturaleza es el placer que obtiene? {Es de orden sensual? No verdaderamente; en todo caso no tnicamen- t¢, Es verdad que recibimos siempre el arte por uno de Jos sentidos, la vista © el ofdo més frecuentemente. Pero el placer estético que la contemplacién del cuadro de David proporciona a este hombre no es del mismo orden que el placer sensual que obtendria, por ejemplo, de un masaje. Su emocidn esté- tica no se limita al placer de los ojos. Es, por lo tanto, de otra naturaleza. ¢Entonces es intelectual? En verdad tampoco. No hay necesidad de un razonamiento 0 de conocimientos histdricos para encontrar que ese cuadro es hermoso. Probablemente su reflexién no sea ajena a ese placer, puede pensar en el coraje revolucionario, en la libertad o en la muerte, pero tam- poco esas ideas son lo que decide su placer estético. ¥ no estaria fascinado de esa manera al leer la pagina de un libro de historia que relata el asesina- to de Marat. Es decir que esa satisfaccidn estética no es simplemente inte- lectual. Lo més desconcertante es que la belleza nos fascina aunque no nos da nada de lo que buscamos habitualmente: ni satisfaccién intelectual ni pla- cer sensual, y menos atin riqueza, poder o la felicidad, ese estado durable al que decimos aspirar. Mas exactamente, en el instante mismo en que somos sorprendidos por la belleza, en el caso de una melodia surgida de la radio del auto o de los colores repentinamente mezclados de un cielo, no le pedimos nada de lo que buscamos habitualmente. Como si la belleza nos revelara que aspiramos a otra cosa qué lo que perseguimos cada dia. Como si disfrutéramos de la belleza, nosotros, que estamos a menudo ob- sesionados por la representacidn y el reconocimiento sociales, para estar al iin presentes ante nosotyos mismos. Falta, pues, encontrar lo que esta satisfecho en el hombre, puesto que no se trata simplemente de su sensibilidad ni de su mente. ¢Seran las dos cosas a la vez? gCOmo podria tener la belleza ese poder de reconciliar en nosotros el cuerpo y la mente? MIERCOLES La belleza de una obra maestra o de un paisaje no es ante todo sino unt belleza superficial: es la belleza de la apariencia, dela “superficie”, una sins ple cuestién de colores, de proporciones... Si debiéramos definir la bell za, no podriamos decir mucho més: remite a formas que un individue encuentra bellas sin saber muy bien por qué. z Ahi est el enigma: si la belleza nos fascina (del latin fascinwm: encante, maleficio), es porque tiene un poder real sobre nosotros, Ahora bien, 16 puede tener ese poder sino de la forma, de la “hermosa” forma. Nosotros, los animales humanos, nos enorgullecemos de vivir por valores, por ideasa: Afirmamos ser superiores a los dems seres vivientes por nuestra razén nuestro lenguaje, pero una simple forma, sencillamente porque es hermosa, tiene el poder de fascinarnos. ¢Cémo puede la forma, necesariamente superficial, conmovernos tant profundamente? 1. La belleza nos fascina porque nos reconcilia con nosotros mismos Nuestras vidas cotidianas estin entrelazadas con pequeiios desgarros, ~ con combates interiores. ¢Otro vaso de vino? Es el deseo contra la volun tad. ¢Deseos de venganza? Es el impulso contra la raz6n, el reflejo contra la reflexién. Los juicios que expresamos finalmente atestiguan la victoria de una parte de nosotros mismos contra otra. “Esta bien”, pensamos levanda- nos a los labios otro vaso de borgofia: lo sensitivo, en tiltima instancia, hn triunfado sobre nuestra razén. “Esta mal”, constatamos en seguida: final- mente la raz6n ha determinado ese juicio. Pero dejamos el vaso de vino ¥ éste retiene la luz a través: “Es hermoso”, pensamos entonces, y ahi esta fn diferencia. Porque ese juicio estético: no proviene ni de [a victoria de nues= tros sentidos ni del triunfo de nuestra raz6n, no deriva de la salida de un conflicto en nosotros sino, al contrario, de una armonia en nosotros. No 63 que una parte de mi mismo decide que es hermoso. Es justamente porque en mi no hay mis “partes” que encuentro que eso es hermoso. E's por est que la belleza nos fascina: porque nos reconcilia con nosotros mismos, 60 / UNA SEMANA DE FILOSOFLa Cuando me detengo ante ese paisaje de cimas stibitamente surgido de la bruma, o cuando me emociona Ja melodia de una cancién de David Bowie, estoy de acuerdo conmigo mismo. Siento una impresion de plenitud, como sien mi cesara, milagrosamente, esa lucha que me desgarra constantemente. Gracias al placer estético, por fin me dejo in. Es en ese sentido que estoy reconciliado conmigo mismo. Evidentemente, puede ocurrimos vivir plenamente ciertos momentos “no estéticos” —tener una satisfaccién profesional, hacer el amor— sin experimentar ningiin conflicto interno entre larazén y lo sensitivo, Pero de todos modos siempre hay en nosotros una facultad que se impone: la razon en la satisfaccién profesional, lo sensitivo en la satisfaccion sexual. Lo sin- gular del placer estético no es solo porque no hay més conflicto entre nues- tros sentidos y la razn. Es sobre todo porque ambos estén en un pie de igualdad. Retomemos el ejemplo del placer estético experimentado al escuchar una cancién de David Bowie. Si triunfara lo sensitivo, significaria que la dimensidn de “lo agradable al ofdo” determinaria mi gusto por esa cancién. Sila raz6n se llevara la palma, significarfa que mi gusto por esa canicion esta- ria determinado por conocimientos de musicologia o por la comprensién de las palabras. En ambos casos, el placer no seria verdaderamente estético sino sensual o intelectual. Aqui, nuestra primera pista esta en buscar el ori- gen de ese placer estético en la reconciliacién de nuestros sentidos y de muestra mente, en su acuerdo: porque tal vez son los dos a la vez, 0 alguna parte entre los dos, en su didlogo armonioso, que parece prescindir muy bien de nuestra voluntad y donde ninguna voz es més fuerte que la otra. “Lo hermoso es siempre extrafio”, escribia Baudelaire para evocar ese estado al que no estamos habituados. No estamos acostumbrados a que cese el combate: de ahi ese estado, extrafio en efecto, de plenitud existen- cial. La belleza nos fascina por esa paz que instaura en nosotros, © mas bien esa tregua que querriamos prolongar. Durara s6lo el tiempo de la expe- tiencia estética, pero sé asemeja a la eternidad. Hay de que estar fascinado, por cuanto no hemos hecho nada para ello. Estébamos atrapados en un embotellamiento y de pronto ha surgido la voz de David Bowie. La belle- "za nos sorprende: ningtin conflicto en nosotros, simplemente esa evidencia iratda por la armonfa en nosotros; es hermoso. Entonces lo que nos fasci- Mitgeenil é na es que no lo esperébamos, y no se discute. No hay debate. Entend nos bien: es en el interior de nosotros mismos donde no hay mas debate, _ Es posible que lo que nos fascina sea que el artista ha logrado crear obra, pero también es lo que ella llega a crear en nosotros, ese estado ef nos pone. ee : Por otra parte, ese estado es el Gnico criterio del que disponemas decidir acerca de lo bello. Las diferentes épocas han visto desfilar crite) de belleza y reglas del arte. Esta relatividad de los criterios aboga evider mente a favor de la ausencia de criterio objetivo de la belleza. Hoy on. _ podemos encontrar bella una estatua de Apolo, fiel a las reglas griegas di ' _ proporcidn, y un cuadro expresionista como El grito de Munch, que dece a un criterio opuesto de la desproporcidn. En cuanto a la belleza 1% ral, no hubo jams un criterio para juzgarla. El unico criterio es nu “a subjetividad: jes lo que nos hace! Reconozco la belleza cuando el sujeto : soy yo esté por fin reconciliado consigo mismo. Y la sefial de esta reco: e _ liacion es esta impresi6n de plenitud. 4 Una tradicién filosdfica occidental dominante presenta al sujeto hunni no como un ser dual, es decir, desgarrado: de ese modo, la libertad es eH Descartes%8 independiente de la conciencia en relacién con el cuerpo, y i moral en Kant®? separacion de nuestra raz6n de nuestro cuerpo. Graciay. la belleza, este sujeto puede ser reunificado. La fascinacién es doble. Pay una parte, la belleza nos hace existir de una manera Unica, plena y reconde liada. Por otra parte, de cierta manera hacemos existir la belleza, puesto que ella no existe por su conformidad con criterios objetivos exteriores sith Gnicamente por nuestro placer estético, interior. Por lo tanto, a través de t experiencia estética experimentamos también nuestro poder de “inverr cién”: no hay sélo el artista que crea, yo también invento mi criterio de by _ hermoso. Para considerar hermosa la montafia Santa Victoria pintada por Cézanne, no sirve de nada tener una larga costumbre de paseos por la monte | | tafia y reconocer en el cuadro paisajes, colores o impresiones. ‘Tampooe 58 Eg el “libre albedrio”. Un pasaje de Descartes bastante accesible concerniente al “lite albedrio” se encuentra en la “Garta a Elisabeth” del 3 de noviembre de 1645, en Q:iores philastey piques de Descartes por Ferdinand Alquié, Gatnier, 1963-1973. : 59 Kant, Critique de la raison pratique [Critica de la razén practical, Folio. a UNA SMANA L sieve conocer Ia historia del arte y la ruptura que en ella representa el impre~ sionismo. Basta simplemente con sentir frente al cuadro esa armonia inter- Hay eva impresién de ser convocado por entero, de sentir, en si, la propia turaleza humana reconciliada, calmada. La belleza nos fascina porque § permite experimentar nuestra libertad de opinién: no buscamos en nin- _fiina parte fuera de nuestra naturaleza y sobre todo nuestro placer, las razo- ‘nes de nuestra opinion. Afirmar que “es hermoso” ya es afirmarse. _ Pasamos nuestras vidas dudando, y dudando de nosotros, y he aqui __ gue, ante lo bello, nos atrapa la evidencia. jEs hermoso, no se discute! En- tonces lo que nos fascina es también lo que podriamos llamar nuestro “autoritarismo”. Justamente cuando no disponemos de ningtin argumento objetivo, afirmamos una verdad general: es hermoso. Algunos encuentran insfpida la misica de David Bowie, y ser4 casi imposible convencerlos de lo contrario, Pero su opinién no desvalorizara la mfa en ningtin caso: mi certeza subjetiva quedara intacta. Nuestra libertad de opinion es tal que no importa lo que podemos en- contrar hermoso, y eso es lo que nos fascina: desde el momento que la be- lleza no remite a una caracterfstica del objeto mismo, sino a un estado interno, subjetivo, de nuestro ser, no importa cual motivo puede ser la oca~ sin de nuestro placer estético. Simples flores, ruinas, Cristo en la cruz, un hombre asesinado... Es banal, triste o violento, pero la banalidad, la triste- za 0 la violencia, representadas de cierta manera, pueden crear en nosotros esa armonia interna. Lo peculiar de una experiencia estética semejante, tan “extrafia”, es que no se la comprende. No comprendemos lo que nos ocurre. Si en efecto com- prendiéramos demasiado la belleza, la armonia interna de nuestro ser, y con ella nuestra satisfaccién estética, se habria vuelto imposible: la inteligencia en nosotros dominaria en efecto la sensibilidad. Es por eso que la belleza debe también sorprendemos para ser fascinante. Por lo tanto debe ser original. En efecto, jamas habfamos visto ese amarillo solar y verdoso a la vez del Café de noche de Van Gogh. Jamds habiamos ofdo esa voz de David Bowie cuando canta Fascinacin. Esa reconciliaci6n “extrafia” parece necesitar el choque de la sorpresa para tener Jugar®°, La ver- © fsa es la razén por la cual los productos funcionales del disefio que nos rodean (licuado- 1a, lamparilla, cenicero..) 80 nos procuiran una auvéntica experiencia estética. Pabricados en serie, Miércores / 63 dadera experiencia estética para aquel que se dirige al Louvre con la intencién : de admirar los pintores flamencos, entonces tendré lugar si se pierde en eb _ camino y cae, por sorpresa, sobre el Marat de David. Una vez mas, sus expeos tativas acerca de los pintores flamencos, lo que se le ha dicho, corren el ries go de inducir una primacia de la mente sobre Ja sensibilidad. Por otra parte, los surrealistas®! han teorizado acerca de la sorpresa como condicién de la _ belleza: la sorpresa crea una ruptura con esas costumbres sociales 0 intelec~ ~ tuales que nos separan de nosotros mismos, de nuestra verdad, esa verdad que surge justamente en el momento de esa reconciliacién tan “extrafia”, _ Dicho de otra manera, no es buscandola como se encuentra la belleza sino cayéndole encima por casualidad, y que uno se encuentra’, En resumen, la belleza nos fascina porque no es comprendida y porque es una sorpresa. : Sélo las obras maestras del genio o la belleza natural llenan esas condi- _ ctones. Es dificil, en efecto, encontrarse ante 1a obra de un artista mediano _ sin pensar en lo que ha “querido decir”. El genio no esta en condiciones de decir precisamente de dénde le viene su arte, menos atin de reducirlo a la aplicacién de algunas reglas“. Y nosotros tampoco, evidentemente. Y ¢s justamente porque no leemos en ellas ninguna intencién clara que nos en~ contramos ante las obras de los genios como ante las bellezas de la natura- leza: fascinados. Esa obra, salida no se sabe de dénde, tiene el poder de re~ conciliarnos con nosotros mismos®. Es por eso que, cuando una obra de Durero o un poema de Rimbaud nos atrapa por su belleza, nos brinda la sunea tendrén el poder que tienen las obras originales de desencadenar algo en nosotros, Ya sean simplemente agradables a la vista, y la sensibilidad primard sobre la mente, Pero si st funcionali= dad es lo que nos salta a la vista, entonces és la mente la que tend supremacia. 61 é if bi André Breton, Manifeste du surréalisme, Folio, o LautrGamont, Les Chants de Maliloror, seguidos de Poésies, Folio, donde escribe: “Hermoso como el encuentro fortuito sobre unt table de planchar de un paraguas y una maquina de coser”... e ; : : 2 Nuestra sonata pie de esta obra seguiré siendo de todos modos tiie os permitiré tomar toda la medida de su originalidad, y tambien recardat ¢#4 fit sién en efecto inigualable. us me 4 se De todos meres numerosos artistas “geniales”, sobre todo del quiati iacerlo, pero se puede pensar que semejante racionalizacién no agota lidad de su arte. 2 an ___ % Aqui podriamos proponer una definicién de la obra maestin del justamente tiene ese poder de crear en nosotros ese estado, esa arnieitilil I tades sensibles ¢ intelectuales. Git 7 UNA SHMANA DE MILOSOFIA certeza de existir, sentimos hacia sus creadores una inmensa gratitud. Porque lo que nos han brindado es una ocasi6n de sentir nuestra naturaleza huma- na, ya no, como en Ja vida cotidiana, bajo la forma desgarrada del conflicto entre nuestro cuerpo y nuestro espiritu, sino en forma reconciliada. Ahora bien, si ese conflicto puede tomar tantas formas como hay individuos y aun momentos, esta reconciliacién sefiala tal vez la naturaleza humana en lo que tiene de universal, en suma, lo que tenemos en comin con los demds hom- bres. Dicho de otro modo, esta reconciliacion es posible en cada uno de nos- otros. Lo sentimos, y es asimismo lo que nos fascina, Asi se aclara ahora nuestro “autoritarismo”: cuando decimos “es her- moso”, no decimos en efecto “esto me gusta a mi” sino directamente “es hermoso”, o sea, implicitamente, “es hermoso para todo el mundo”. Pero no es para imponer nuestro punto de vista a los demas. Es como si esta re- conciliacién, en el fondo de nuestra naturaleza, nos propusiera reconciliar- nos también con los demas. La belleza crea en nosotros, al mismo tiempo que esa armonia interna, un impulso hacia los demas que todos sentimos cuando queremos ver a otro compartiendo nuestro gusto. Es una experien- cia frecuente: la belleza de un trozo de mmisica nos atrapa, pero alguien, a nuestro lado, permanece insensible. ‘Tenemos la impresion de que le falta algo esencial, No comprendemos que su juicio sea diferente. Esa pared que acaba de surgir entre nosotros nos aflige. En el fondo, queremos que el otro esté de acuerdo, queremos que la belleza nos ponga de acuerdo. Y no hay nada que se oponga a ese acuerdo de los hombres acerca de Jo bello. Sila apreciacién de la belleza no fuera mds que una cuestién de sensibilidad, o de inteligencia, de “bagaje cultural”, efectivamente se levantarian fronteras entre los individuos (algunos son mas 0 menos sensibles; otros, mds 0 menos cultivados). Pero como no depende del desarrollo particular de una de esas dimensiones del hombre sino simplemente del acuerdo, posible en cada hombre, entre nuestra sensibilidad y nuestra mente —en suma, como pone en juego la naturaleza humana y no la cultura—, es posible encarar una-comunién universal de los hombres ante lo bello. Las obras maestras hasta podrian ser definidas como esas obras que tienen el poder de recon- jar a cada uno consigo mismo, y a los hombres entre ellos. Lo que nos fascina es todo eso que la belleza hace nacer en nosotros: : impulso hacia el otro. El triste ése sentimiento de existir plenamente y ¢ “cada uno con su gusto” no es ms que un mal recuerdo. Hasta seria neoe= sario no haber sentido nunca una auténtica emocién estética para seule ‘repitiendo “cada uno con su gusto”. Al contrario, tenemos ganas de ver _ nuestro gusto compartido por los demés. Es por eso que “la musi¢a stiavl: _ 2a las costumbres”: la belleza nos fascina porque es el indice de un mundi _ comin, de una naturaleza comin, la promesa de una felicidad compartidi, La belleza tiene éxito alli donde la politica fracasa con frecuencia: nos hae sentir, en el fondo de esa armonjia en nosotros, la posibilidad de una aring-. a nia entre los hombres. i Pero si una satisfaccién estética semejante es accesible a todo el mundo, " corre el riesgo de ser parecida en todo el mundo. Si se experimenta en {i - reconciliacién de una naturaleza que todos los hombres poseen, ¢qué ey entonces de la singularidad de mi emocidn estética? Asi pues, lo que la vox de David Bowie desencadena en mi es quiz tan singular como su voz mig- ma. Al menos, puede gustarme creerlo, creer que mi pasién por esa miisica _ me dice algo de mi mismo, de mi naturaleza singular més que de la natura Jeza humana. Por otra parte, si esa impresién de plenitud es innegable, nos lleva tam- bién hacia otra cosa: es verdad que, cuando la belleza nos detiene, nos senti- mos bien, en paz con nosotros mismos, pero no nos quedamos abi. Ante la belleza de un paisaje natural, esa impresién de armonia en nosotros puede _ manifestarnos, por ejemplo, la idea de un Dios creador. De la misma mane« __ ta, la melodia de David Bowie, siempre sobre el filo entre la simple balada y el lirismo puro, su voz, ala vez tan frdgil y tan controlada, pueden contener la idea de cierto modo de vida, noctambulo, esteta hasta decadente, la refe- rencia implicita a ciertos valores. Y no necesito comprender las palabras para comenzar a adherirme a ellos. Dicho de otro modo, la belleza tiene sentido y es también eso lo que nos fascina, tanto mds por cuanto ese sentido no nos es explicado en un discurso: accedemos a él justamente gracias a esa armonia “extrafia” en nosotros. De modo que la belleza nos fascina también porytie nos permite vivir el sentido, y no pensarlo. He ahi ademas por qué se puede hablar de fascinacién: encanto, pero también maleficio indica la etimologia, Porque hay en efecto algerde peligro en adherir asi al sentido sin haber refles xionado verdaderamente sobre ello. Como la presa fascinada por la mirada de la serpiente, somos fascinados sélo por lo que nos pone en peligro.

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