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Facultad de Ciencias de la Comunicación

Universidad Rey Juan Carlos

El acoso escolar y los medios


de comunicación

Resumen:
El resumen contendrá las ideas principales del trabajo
realizado y no superará las seis líneas. [Garamond 12, negrita, interlineado
1.5]

TRABAJO FIN DE GRADO

Apellidos y nombre: Pérez Gómez


D.N.I.: 02566179T
Correo electrónico: oo_lydia_oo@hotmail.com

Director: Nombre y apellidos del director

Grado en… nombre de la titulación: Periodismo, Comunicación


audiovisual o Publicidad y relaciones públicas
Grupo: Vicálvaro, Periodismo; presencial
Facultad de Ciencias de la Comunicación
Universidad Rey Juan Carlos Autor: Lidia Pérez Gómez
El acoso escolar y los medios de comunicación

ÍNDICE (adaptable al TFG)

INTRODUCCION 3
PLANTEAMIENTO DE LA INVESTIGACIÓN /TRABAJO
1.1 Objeto de estudio 3
1.1.2 Objetivos del trabajo 4
1.3 Estado de la cuestión 5
1.4 Metodología 7

DESARROLLO / MARCO TEORICO y/o CONTEXTUAL 9


2.1. Historia 9
2.2. Contexto 14
2.3. Marco teórico 17
2.2.1. Hipótesis (si procede) 19

RESULTADOS (en caso de investigación) 20


3.1. XXX 20
3.2. XXX 23

CONCLUSIONES 48

BIBLIOGRAFÍA 50

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Universidad Rey Juan Carlos Autor: Lidia Pérez Gómez
El acoso escolar y los medios de comunicación

INTRODUCCIÓN
En los últimos años, la violencia entre niños, jóvenes o adolescentes,
tanto dentro como fuera de las aulas, ha sido uno de los principales
focos de la prensa española. No hay ni un solo día en el que los
medios de comunicación no dediquen un pequeño espacio dentro de
sus apretadas maquetaciones a este fenómeno que se ha convertido
en un secreto a voces y que, por miedo o por vergüenza, se ha
mantenido oculto en un cajón con llave durante muchos años. O,
incluso peor, unos actos que con el paso de los años han comenzado
a ser algo normal con lo que los más pequeños de la casa tienen que
convivir sin que, aparentemente, nada ni nadie pueda tenderles una
mano para salir de esta terrible situación.
En el siguiente trabajo trataremos de analizar la repercusión que
tiene la prensa sobre la sociedad en cuanto a los casos de acoso
escolar. Si favorece a su desaparición o si por el contrario hace como
el denominado “efecto llamada”.
Además, se analizaran, desde el punto de vista de diferentes
psicólogos y profesiones de la educación los diferentes tipos de
bullying que existen, sus consecuencias y los diferentes actores
involucrados en la violencia entre iguales.
No obstante, el objeto principal de este trabajo girará en torno a
demostrar el papel tan importante que desempeñan los diferentes
medios de comunicación a la hora de difundir y generar un rechazo
activo hacia este tipo de actos que ocurren sin cesar dentro y fuera
de las aulas españolas, a mayor o menor escala.
Debido a su popularización, los términos bullying, acoso escolar y
violencia entre iguales, se utilizarán indistintamente durante todo
este estudio.

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El acoso escolar y los medios de comunicación

En un mundo en el que cuestiones tan superfluas como la raza, el


sexo o la religión siguen siendo un arma de doble filo con el que
atacar sin tapujos a los más débiles, la prensa de nuestro país se
convierte en una de las encargadas de poner voz a aquellos que se
sienten amedrentados y sin fuerzas para seguir luchando.
Con la verdad como bandera y las herramientas suficientes para que
un mensaje tan importante como es el de poner fin al bullying llegue
a todos y cada uno de los hogares, el periodismo debe ser capaz de
implicar a toda la sociedad y conseguir que ésta se vuelque y alce la
voz junto a ellos.
Y es que, Según un estudio de 2017 realizado por la Fundación
Mutua Madrileña y la Fundación ANAR, (una organización sin ánimo
de lucro que se dedica, en el marco de la Convención de los
Derechos del Niño de Naciones Unidas, a la promoción y defensa de
los derechos de ese sector tan vulnerable que llegan a ser los más
pequeños de la casa), uno de cada tres niños reconoce haber sido
víctima de acoso.
Pero este no es el único problema. Según ese mismo estudio, parece
ser que los niños se exponen a ser víctimas de este tipo de violencia
a una edad cada vez más temprana. Si en 2015 la edad media en la
que comenzaban a sufrir este tipo de abusos los más pequeños era
de 10,4 años, tan solo 12 meses más tarde esta media descendió
hasta los 9,8 años, es decir, cuando los pequeños cursan cuarto de
primaria.
Tal es fue el interés general que se produjo por acabar, de una vez
por todas, con esta lacra social que solo deja niños, jóvenes o
adolescentes indefensos y con heridas de guerra difíciles de sanar
que, el pasado 26 de abril de 2017, los grupos parlamentarios del
Senado aprobaron la declaración institucional del día 2 de mayo
como Día Mundial Contra el Acoso Escolar en España.

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Estos datos y otros estudios realizados en España y en otros países


del mundo serán tratados con más detenimiento a lo largo de toda la
investigación y se compararan entre regiones y con años anteriores.

1. ORÍGENES DEL ACOSO ESCOLAR


1.1 Primeros conceptos
Para comprender activamente las verdaderas dimensiones de este
fenómeno que lleva años azotando nuestro país, primero es necesario
conocer el contexto tan amplio que abarca, ahondando en sus
orígenes y primeros inicios y desembocando finalmente en sus
consecuencias y posibles remedios e intervenciones.
La primera referencia que se hizo sobre la violencia en las aulas la
proclamó el psiquiatra sueco, Heinemann, en 1929. El término que
utilizó fue mobbing y lo definió como una agresión que lleva a cabo
un grupo de alumnos contra otro, interrumpiendo así, las actividades
ordinarias de dicha agrupación. Del término mobbing se pasó al
termino anglosajón bullying que deriva de la palabra bully, la cual
literalmente en español se traduciría como “matón”.

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En nuestro país este tipo de agresión entre menores se denomina


acoso escolar y, según el diccionario de la Real Academia Española
(RAE), es un acto que conlleva a
que uno o varios alumnos ejerzan sobre otro una agresión verbal,
física o psicológica con el fin de denigrarlo y vejarlo ante los demás.
La definición más aceptada y usada es la que formuló el psicólogo
noruego Dan Olweus (1998). Determinó que, un niño, un joven o un
adolescente, estaba siendo víctima de acoso escolar cuando otro
estudiante o grupo de estudiantes “dice cosas mezquinas o
desagradables, se ríe de él o ella o le llama por nombres molestos o
hirientes. Le ignora completamente, le excluye de su grupo de
amigos o le retira de actividades a propósito. Golpea, patea y
empuja, o le amenaza. Cuenta mentiras o falsos rumores sobre él o
ella, le envía notas hirientes y trata de convencer a los demás para
que no se relacionen con él o ella. Acciones como esas ocurren
frecuentemente y es difícil para el estudiante que está siendo
intimidado defenderse por sí mismo. También es bullying cuando un
estudiante está siendo molestado repetidamente de forma negativa y
dañina”.
Dan Olweus fue el primer psicólogo que se interesó de forma oficial
por el fenómeno del bullying en Noruega, en 1973. Desde entonces
este país se convirtió en el pionero en el acoso escolar junto a Reino
Unido. Unos años más tardes, Olweus, continuó con sus estudios y su
lucha para acabar con este fenómeno social y propuso en 1981 una
legislación contra el bullying: una ley que prohibiese la humillación
de forma reiterada dentro de las aulas. Esta ley se aprobó en el
Parlamento de Noruega en el año 1993. No obstante, en 1983, tres
adolescentes se quitaron la vida en Noruega tras ser víctimas de un
acoso escolar reiterado. Esto provocó que se implantase en los
colegios la primera versión del Programa de Prevención de Olweus

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ese mismo año. Este programa contó con la participación de 2.500


estudiantes de 42 escuelas durante un periodo de tiempo de dos años
y medio. Tras varias investigaciones se observó una reducción de
aproximadamente del 50% de los casos de bullying y se generó un
clima más tranquilo y positivo dentro de las aulas (Olweus, 1983).
Actualmente el programa sigue vigente y se utiliza en escuelas de
todo el mundo. Incluye métodos dirigidos hacia padres y madres y
hacia toda la comunidad para incrementar su compromiso y apoyo
hacia las víctimas. Los administradores, maestros y empleados de los
centros escolares son responsables en la presentación e
implementación del programa. Las metas incluyen conseguir un
lugar de desarrollo seguro donde los estudiantes puedan aprender y
formarse.
En Inglaterra se iniciaron diversos estudios sobre la violencia
escolar a finales de los años 80. El más importante se llevó a cabo en
el área de Sheffield, utilizando el cuestionario de Olweus (1993), uno
de los más usados en las naciones del primer mundo para medir el
acoso escolar y aplicado por primera vez en Argentina. El
cuestionario fue adaptado a la lengua inglesa y a las edades de los
niños que componían la muestra. La investigación, dirigida por Peter
Smith, estudió un total de 6.758 alumnos y alumnas procedentes de
24 escuelas diferentes (17 de primaria con un total de 2.623 alumnos
entre 7 y 11 años de edad, y 7 de secundaria con 4.135 estudiantes
entre 12 y 16 años). Los resultados más importantes obtenidos en la
muestra revelaron el 10% de alumnos confesaban haber sido
agredidos alguna vez y el 4%, una vez a la semana. Por lo que se
refiere a los agresores, el 6% de los estudiantes manifestaron haber
agredido algunas veces, y el 1%, una vez a la semana.
Por tanto, a partir del interés germinal que el bullying despertó en
los países escandinavos, las principales investigaciones sobre la

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incidencia del mismo se llevaron a cabo en Europa, luego en Japón,


Australia, América del Norte, etc. (Del Barrio, Martín, Moreno,
Gutiérrez, Barrio & De Dios, 2008).
El primer estudio que se realizó en Italia sobre el maltrato escolar se
llevó a cabo a mediados de los años 90. Genta, Menesini, Fonzi,
Costabile y Smith (1996) fueron los encargados de llevar a cabo una
exhaustiva investigación en la que participaron un total de 17
escuelas de primaria y secundaria del centro y del sur de Italia.
Entrevistaron a 1379 alumnos de edades que oscilaban entre los 8 y
los 14 años. Al igual que los ingleses, ellos también utilizaron el ya
mencionado cuestionario de Olweus (1993).
Los resultados fueron realmente alarmantes: el 45,9% de los niños
de la escuela primaria de Florencia afirmaban haber sido víctimas de
maltrato, a veces o con frecuencia, en los últimos tres meses y el
29,6% de los niños reconocía lo mismo en las escuelas secundarias
de la misma región. En Cosenza los datos obtenidos fueron similares.
Un 38,8% de los entrevistados en las escuelas primarias afirmaba
haber sufrido bullying en el último trimestre, frente a un 27,4% de
estudiantes de secundaria que reconocían también sentirse víctimas
de acoso. Unos datos bastante elevados en comparación con los
países pioneros.
En España, los primeros estudios sobre el bullying comenzaron a
finales de los años 80. Los investigadores Viera, Fernández y
Quevedo, (1989) abordaron el tema en la Comunidad de Madrid
construyendo un cuestionario de elección múltiple en el que participó
un total de 1200 alumnos, de 8, 10 y 12 años. La muestra se tomó en
diez escuelas madrileñas (cinco fueron públicas y las otra cinco
privadas).
Siguiendo el programa educativo de prevención de maltrato entre
compañeros y compañeras de Ortega (1998), podemos especificar

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que el 17,3% afirmaba intimidar y actuar en contra de sus


compañeros de colegio y que el 4,7% reconocía haberlo hecho,
además, en numerosas ocasiones en el último trimestre. En cuanto a
las víctimas, los datos reflejan que el 17,2% de los estudiantes que
participaron en la muestra afirmaba sentirse víctima de acoso
escolar en los últimos tres meses, mientras que el 3,1% afirmaba
haber padecido acoso escolar en numerosas ocasiones en el mismo
periodo de tiempo.
El escenario por excelencia de los matones se observó que era el
recreo (41% de las agresiones, tanto verbales como físicas). También
se pudo concretar que el número de casos de acoso escolar
descendía según aumentaba la edad de los estudiantes. Y, aunque no
hubo unas diferencias significativas en cuanto a términos
estadísticos, al contrario de lo que popularmente se ha creído, se
concretó una mayor tendencia a la violencia en los centros privados
que en los centros públicos.
Unos años más tarde, en 1992, Cerezo y Esteban, tomaron el relevo
de las investigaciones. Esta vez, utilizaron un método innovador,
nunca antes utilizado, que consistía en poner nombre y apellido a
todos aquellos matones que atormentaban a sus compañeros y
compañeras de escuela. Esta vez se tomó una muestra de 317
alumnos, de la región de Murcia, con edades que oscilaban entre los
10 y los 16 años.
Volviendo a las conclusiones de Ortega (1998), podemos especificar
que el número, tanto de víctimas como de agresores, descendió
notablemente: 5,4% de víctimas y 11,4% de agresores. También se
pudo concretar que, como sucede en la mayoría de los estudios sobre
acoso escolar, el género masculino estaba más implicado que el
femenino (tanto en el papel de víctima como en el papel de agresor).

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A pesar de estas investigaciones, no fue hasta el año 1999 cuando,


gracias a un informe del Defensor del Pueblo sobre el acoso escolar,
la preocupación por el bullying comenzó a hacerse eco. En este
informe se empezó a definir con exactitud un problema que poco a
poco iba tomando forma propia. Se dividió el acoso escolar en cuatro
tipos (maltrato físico, maltrato verbal, exclusión social y mixto), se
impusieron varias vías de actuación frente al bullying y se especificó
el tratamiento jurídico que se lleva a cabo en estos casos, entre otras
cosas.
Según relata este estudio, el maltrato entre iguales supone una
“perversión de las relaciones entre éstos, al desaparecer la relación
de igualdad”, es decir, comienza a haber un perfil dominante y un
perfil sumiso entre el agresor y la víctima. Estos roles, que no son
los únicos se explicarán con detenimiento en el apartado 3 de este
trabajo.
1.2 Primeros casos divulgados por los medios de comunicación
El fenómeno del bullying, como hemos explicado en el apartado
anterior, comenzó a tratarse en nuestro país en 1989 con las
investigaciones de Viera, Fernández y Quevedo. Sin embargo, en
España, este problema siguió siendo un tabú hasta que en 2004,
Jokin C.L, un joven de tan solo 14 años, decidió suicidarse tras sufrir
durante todo un año un acoso escolar y moral continuado por parte
de sus compañeros de clase. El suceso, que conmovió a España,
ocupó las páginas de decenas de periódicos. “Jokin, de 14 años,
prefirió “la paz eterna al infierno cotidiano” de su instituto, titulaba
el ABC. Todo el mundo parecía estar más que nunca conmocionado y
asustado de que un chico tan joven hubiese decidido terminar con su
vida después de que unos compañeros de escuela decidieran tomarla
contra él.

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Jokin nació en Bilbao, en septiembre de 1989. Según cuentan


diversos periódicos, el joven había sufrido humillaciones y agresiones
durante todo el curso escolar después de que un día de septiembre
se hiciese sus necesidades encima debido a un problema intestinal.
Desde ese día las burlas y las risas perseguían a Jokin como si fuesen
su sombra. Sin embargo, parece que la cosa fue mucho peor cuando,
en el verano de 2004, la víctima acudió a un campamento donde
también estuvieron algunos de sus acosadores. Allí, el joven y otros
cuatro compañeros, fumaron hachís y terminaron siendo
descubiertos por sus monitores. Como es lógico en estos casos los
monitores enviaron una carta a los padres de los jóvenes para
informar de lo sucedido. Sin embargo, Jokin, fue el único incapaz de
ocultarles la carta a sus padres y el apodo de “chivato” quedó
grabado en su frente como un tatuaje. Al volver a clase, después de
un largo verano, el suceso de la diarrea volvió a resurgir en la mente
de sus agresores. Para reírse de él, sus compañeros empapelaron
toda la clase con rollos de papel. Pero esta humillación no fue
suficiente para sus matones. Cuando uno de sus profesores
descubrió la hazaña, sus agresores le culpabilizaron de lo ocurrido y
el docente ordenó a Jokin recoger todo el papel de baño que recubría
la clase. Este suceso marcó definitivamente la vida de la víctima. La
madrugada del 21 de septiembre de 2004, ni 24 horas después de
que los padres del joven se reunieran con el director del centro y con
el resto de padres para denunciar lo ocurrido, Jokin cogió su
bicicleta y, sin mirar atrás, se lanzó al vacío desde la muralla de
Hondarribia, Guipuzcua. Fue un vecino del pueblo el que esa misma
mañana encontró el cadáver del joven mientras paseaba por los
alrededores de la muralla.
Este fue el primer caso de suicidio por acoso escolar en España. La
tragedia, no hubiera tenido mayor trascendencia si no hubiera sido

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por una allegada a la familia que decidió escribir una carta al


periódico El País. En el momento en el que este diario publicó la
noticia, fueron muchos otros medios de comunicación como el ABC,
la cadena SER o diversos medios regionales del País Vasco, los que
decidieron hacerse eco y denunciar ante el mundo entero que, el
acoso, ese monstruo casi sin voz, estaba cobrando cada vez más
fuerza.
El caso no quedó en el olvido. Las siguientes semanas todos los
medios dedicaban un hueco a los avances de la investigación. Todo el
mundo estaba pendiente de ellos. En ese preciso momento en el que
los medios de comunicación pusieron voz al problema, comenzó a
resquebrajarse esa gran venda que todo el mundo llevaba en los ojos.
Un año después, en mayo de 2005, los ocho menores imputados por
el suicidio de Jokin, fueron condenados a 18 meses de libertad
vigilada por un delito de maltrato. Según explicó el diario EL
MUNDO y siguiendo la sentencia del Juzgado de menores de San
Sebastián, los menores fueron imputados solo por un delito de
agresiones porque no se pudo establecer una “relación causa-efecto
entre el suicidio y la actuación de los acusados”.

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2. DIFERENTES MANIFESTACIONES DEL ACOSO ESCOLAR


2.1 Tipos de acoso escolar
Como ya adelantó el Informe Cisneros X, “Acoso y Violencia Escolar
en España”, realizado por Piñuel y Oñate (2007), podemos decir que
las modalidades de acoso más utilizadas en España se centran en las
basadas en el bloqueo y la exclusión. El acoso psicológico se
materializa en conductas que consisten en bloquear socialmente a la
víctima manipulando, así, su imagine y reputación pública. A este
acto se le suman los intentos de ridiculizar a la víctima, burlándose o
riéndose de él y, así, conseguir que el niño afectado por las
humillaciones proyecte una imagen de debilidad ante los demás. Esto
es lo que le vuelve más vulnerable y una diana perfecta para todos
los matones.
Por el contrario, las conductas de acoso violentas basadas en acosos
e intimidaciones suelen ser menos frecuentes y solo ocupan el 13%
del total de los casos de acoso escolar.
A continuación enumeraremos las ocho modalidades de acoso
explicadas con detenimiento por Piñuel y Oñate (2007):
- Bloqueo social

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Este tipo de acoso consiste en aislar y marginar al niño del resto de


sus compañeros. Las forma más frecuente de conseguir esto consiste
en prohibir a la víctima que hable, juegue o se relacione con otros
niños de su entorno mediante amenazas o consiguiendo que éste
llore y no pueda seguir con sus actividades.
Esta conducta busca que el pequeño se sienta débil, estúpido o
indigno y así se lo muestre a sus compañeros, creando en su entorno
un fenómeno de estigmatización. Después de que esto ocurre, lo
único que percibe la víctima es que nadie quiere acercarse a él.
Tras esta consecuencias, podríamos decir que esta modalidad de
bullying aparece como la más utilizada, según el Informe Cisneros X
(2007), porque se convierte en la más difícil de observar y combatir
ya que se ejecuta sin dejar ninguna huella.
- Hostigamiento

Esta clase de bullying se manifiesta de forma psicológica. El


acosador o acosadora muestra desprecio y odio hacia el niño a la vez
que le hace burla o le pone motes que le ridiculizan ante todos sus
compañeros.
El odio que los matones muestran hacia sus víctimas con la
imposición de motes o con las burlas y manifestaciones gestuales de
desprecio son los indicadores más habituales en esta escala.
- Manipulación social

En esta modalidad el acosador intenta mostrar ante sus compañeros


una imagen del acosado distorsionada y alejada de la realidad.
Cualquier cosa que la víctima haga o deje de hacer será cuestionada
por sus matones para que todos los que se encuentren a su alrededor
lo aborrezcan o muestren actitudes despectivas hacia él.
Tras esta manipulación de la imagen social del niño, el resto de
compañeros que, hasta el momento no se consideraban matones, se

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convierten, de forma involuntaria, en cómplices del acoso escolar


que sufre la víctima.
- Coacciones
Aprovechándose del terror que siente la víctima con el solo hecho de
mirar a sus acosadores, éstos le obligan a realizar acciones en contra
de su voluntad. El pequeño, indefenso, accede por miedo a
represalias. De este modo va irguiéndose una imagen de poder de los
acosadores ante el acosado y ante todos los compañeros que
observan espantados (o no) las atrocidades que puede llegar a
cometer la víctima por miedo a sufrir un castigo de mayores
dimensiones.
Además, con frecuencia, estas vejaciones conllevan abusos o
conductas sexuales no deseadas y suelen ser vividas con culpabilidad
por el niño.
- Exclusión social

Se podría resumir en un “tú no”. Tú no puedes estar aquí, tú no vales


para este equipo, tú no vas a jugar con nosotros, tú no corres lo
suficiente, tú no sabes hacer esto o lo otro, etc. Un “tú no” tan
insistente que el niño deja de existir ante sus compañeros y se
produce un bloqueo social que deja al pequeño totalmente aislado
del resto
- Intimidación.

En este tipo de acoso, el principal objetivo de los matones es


amedrentar y consumir emocionalmente al menor haciendo que éste
sienta miedo y esté totalmente doblegado ante el poder que los
agresores van adquiriendo sobre su víctima.
La forma más habitual de ejecutar este tipo de bullying se basa en
amenazas y hostigamiento físico, sobre todo, a la salida del colegio.
- Amenazas a la integridad

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Se consigue amedrentar al niño a través de amenazas que atentan


contra su integridad física o, incluso, contra la de su propia familia.
Al sentirse intimidado el niño suele hacer todo los que sus agresores
le pidan.
- Agresiones

Cuando los insultos y las burlas parecen ser insuficiente para los
agresores, éstos pasan a adoptar conductas directas de agresión
física. La violencia, el robo o el deterioro a propósito de las
pertenencias de la víctima son algunos de los indicadores de este
tipo de acoso.
Sin duda, lo ideal sería cortar el sufrimiento de la víctima antes de
llegar a este punto, pero, una vez llegados a la violencia es necesario
una actuación urgente que pueda proteger físicamente al niño.
2.2 El impacto de las nuevas tecnologías y su relación con el
bullying
En los últimos años, las redes sociales se han convertido en una
herramienta indispensable en la vida diaria de los más jóvenes. Y es
que, el móvil, la tablet y el ordenador se han transformado en una
extremidad más del cuerpo de los más pequeños de la casa.
Aunque en muchas ocasiones facilitan el desarrollo de sus
conocimientos y favorecen el crecimiento de sus interacciones
sociales, si se utilizan mal pueden convertirse en verdaderas armas
de destrucción masiva. Por ello, Ortega (2010), habla de este nuevo
escenario como un nuevo tipo de acoso escolar.
El acosos escolar se ha visto agravado debido a la difusión de los
episodios violentos en páginas como youtube o Myspace, donde miles
de personas pueden, de forma reiterada, ser testigos potenciales de
las burlas y humillaciones a la que son sometidas a diario las
víctimas de bullying.

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En el caso concreto del móvil, destacan fenómenos como el happy


slapping (Smith et al., 2008). Este tipo de bullying se da cuando uno
de los matones graba con su teléfono móvil como otro individuo o
grupo realiza actos violentos sobre otra persona. Posteriormente, los
agresores sueln difundir a través de las redes sociales estos videos
para jactarse de sus hazañas y para seguir consumiendo a la víctima.
Un claro ejemplo de este tipo de bullying lo podemos observar en
Torrejón de Ardoz, Madrid. Según explicó el periódico online, Madrid
diario, el pasado mes de febrero de 2017, un total de doce alumnos
fueron expulsados de forma temporal de sus institutos por agredir de
forma indiscriminada a una menor de 13 años y por grabarlo con el
móvil para subirlo después a las redes sociales.
El video que dura, aproximadamente, siete minutos, muestra a una
joven indefensa que recibe patadas y puñetazos sin poder
defenderse. En una ocasión llegan a decirle que se arrodille porque
es “una guarra”. La víctima, tras la gran trascendencia que tuvo este
video tanto en las redes sociales como en los medios de
comunicación, impuso una denuncia ante el Instituto Armado y la
Consejería de Educación puso a su disposición la unidad
especializada contra el acoso escolar.
Como afirma Besley (2005), el ciberbullying implica el uso de las
Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como
plataforma de una conducta intencional y que se produce de forma
continuada que realiza una o varias personas para hacer daño a
otros. Por su parte, Nancy Willard (2006), realiza una definición más
exhausta de este término teniendo en cuenta la dimensión social que
puede llegar a tener: “consiste en ser cruel con otra persona
mediante el envío o publicación de material dañino para el niño o la
implicación en otras formas de agresión social usando Internet u
otras tecnologías digitales”.

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Una vez definido el término, es necesario clasificarlo y dividirlo


también en subgéneros. Smith, Mahdavi, Carvalho y Tippet (2006)
llegan a diferenciar hasta siete tipos de bullying llevado a cabo a
través de las TIC: SMS, es decir, mensajes de texto enviados a través
de un teléfono móvil; MMS, o lo que es lo mismo, envío de fotos o
videos a través del teléfono; llamadas ofensivas o silenciosas desde
un celular; emails de carácter humillante e intimidatorio a través del
ordenador; mensajes molestos e incómodos o exclusiones de las salas
de chats; conversaciones de carácter acosador, insultante o
intimidatorio realizados mediante programas de mensajería
instantánea; y, por último, difamaciones o burlas utilizando páginas
web.
Las posibilidades intimidatorias y de degradación de una persona a
través de internet son infinitas. Por eso, Willard (2006), realizó una
clasificación propia de los tipos de acoso entre menores que pueden
nacer o intensificarse a través de las TIC.
- Provocación incendiaria: peleas y discusiones por medio de
mensajes electrónicos.
- Hostigamiento: envío de mensajes indeseados que la víctima
recibe de manera continuada.
- Denigración: insultar a alguien, mentir o difundir rumores
sobre la víctima atra ves de internet, consiguiendo que la
imagen y el estatus de éste quede totalmente perjudicado.
- Suplantación de la identidad: el acosador, utilizando el móvil de
la propia víctima o hackeando sus cuentas de acceso consigue
hacerse pasar por él para cometer actos inapropiados o
denigrantes con el fin de hacerle quedar mal ante el resto del
mundo o, incluso, generar conflictos con su gente más
allegada.
- Violación de la intimidad o juego sucio: Difundir sin reparo
información o imágenes privadas de la víctima sin su

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consentimiento. Para que estas fotos o informaciones lleguen


hasta los agresores en muchas ocasiones, éstos, engañan a sus
víctimas para que ellas mismas sean las que proporcionen
dichos datos.
- Exclusión: aislar a la víctima de modo intencionado de los
diferentes chat online que podemos encontrar en la web.
- Ciberacoso: envío repetido de mensajes amenazantes o
intimidatorios, en cualquier momento mientras la víctima
realiza cualquier tipo de actividad, y todo, siempre, a través de
las TIC.

Sin duda, una de las características que podrían hacer considerar a


las TIC una de las vías de acoso por excelencia en el siglo XXI es que
no hay forma de huir de ellas. Cuando internet no existía, el pequeño
que sufría acoso escolar encontraba en su casa un lugar donde
refugiarse y donde sentirse a salvo.
Sin embargo, con internet esta trinchera ha desaparecido. Esté
donde esté la víctima puede ser consciente, a tiempo real, de todo lo
que se habla o se enseña sobre él. Las TIC, además, tienen otro
factor demoledor sobre el que sufre bullying. Y es que, mientras que
antes los únicos testigos del acoso eran los otros compañeros que
miraban impasibles las acciones de los matones, ahora, con solo
grabar un video y subirlo a las redes, los testigos (y en cierto modo
cómplices) pueden estar hasta a millones de kilómetros de la
situación.
De hecho, según relata Ortega (2010), la popularización de las TIC
favorece al posible anonimato del agresor. Gracias a las nuevas
tecnologías los acosadores pueden ocultar su identidad y con ello
pueden evitar toda su responsabilidad ante los hechos. También
destaca la potencial agresividad de estas agresiones, ya que, el
carácter de la palabra escrita o la imagen, posee una mayor fuerza a

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la hora de provocar daños irreversibles al poder interpretarse una y


otra vez sin límites.

3. PRINCIPALES ACTORES DEL ACOSO ESCOLAR


3.1 La víctima
A la hora de definir la figura del “pequeño mártir” podemos
especificar que es un papel que el joven ha ido adquiriendo a lo largo
del tiempo por culpa del grupo de matones que se ha mofado y

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burlado de él, en los peores casos, durante toda su etapa escolar


hasta su mayoría de edad.
Debido a estas humillaciones, el menor pierde totalmente el deseo de
ir a clase, llega incluso a inventarse falsas enfermedades para
ausentarse de su horario escolar y, así, evitar por tan solo un día que
sus agresores puedan tomarla contra él. El miedo a expresar lo que
sufren día a día dentro de las aulas o, incluso, a veces, fuera de ellas,
les lleva a faltar a clase o a bajar su rendimiento académico.
Las humillaciones son infinitas y tienen el mismo límite que la
imaginación de un niño, es decir, ninguno. Pero, sin duda, la forma
de acoso más popularizada y más extendida la podemos encontrar en
menores que son expuestos a situaciones en las que se les hace el
vacío y se les aísla de forma rotunda e injustificada del resto de
compañeros de colegio.
Una vez desconectados del mundo, estos pequeños se convierten en
la diana perfecta para recibir insultos, agresiones físicas u órdenes
de hacer o decir algo en contra de su voluntad. Cada año los medios
de comunicación y, en particular, las cadenas de televisión lanzan
mensajes rotundos en contra del acoso escolar.
El grupo Mediaset, dentro de su campaña social “se buscan
valientes”, estrenó el pasado mes de febrero de 2017, en el canal
cuatro, “Proyecto bullying”, un programa dedicado a concienciar a la
sociedad sobre el acoso escolar.
Su emisión fue detenida, en junio de 2016, por la Fiscalía de
Menores de Madrid, al determinar que la identidad de algunos
menores era reconocible y porque se habían utilizado cámaras
ocultas en la grabación. Y es que, recordemos que cuando se trata de
un menor, lo más importante es preservar su intimidad. Por ello, a
excepción del presentador y algún invitado, todas las caras y voces
del programa fueron distorsionadas.

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En cada capítulo, un joven que se sentía víctima de acoso escolar


contaba su día a día en la escuela. Las historias eran desgarradoras.
Los insultos, las burlas y las humillaciones se convertían en el pan de
cada día de estos estudiantes.
Cada caso era un mundo. Entre los acosados no existía un patrón
exacto que les hiciera convertirse en víctimas. Es decir, no todos
llevaban gafas, ni eran solo chicos o solo chicas, ni tenían un defecto
físico o psicológico en común. Era personas individuales sobre las
que una o varias personas de su clase habían decidido ejercer su
poder.
El programa se centraba en contar en problema, es decir en darle
visibilidad. En cierto modo también era una forma de animar a otros
niños que estuvieran siendo víctimas de acoso a contarlo y a no
sentirse avergonzados ni atemorizados.
En algunos capítulos aparecían personas famosas como la cantante,
Vanesa Romero o el grupo Auryn. Éstos contaban sus casos de acoso
durante la escuela y apoyaban o aconsejaban a la víctima. Estos
testimonios de personas reconocidas nacionalmente, también servían
para quitar esa estigmatización que sufren los niños víctimas de
bullying. Porque el acoso no es solo un problema de personas
anónimas.
Como ya hemos dicho, en este programa se puede observar que los
tipos de víctima no llevan un patrón estético ni psicológico
determinado. Solo son niños, que, por desgracia, han tenido la mala
suerte de toparse con otros menores faltos de empatía y solidaridad.
Lo único que tienen en común es que, cuando llegan a sus hogares y
se encierran en su habitación, una única pregunta sin respuesta da
vueltas en su cabeza: “¿por qué a mí?”. No han hecho nada para ser
aislados ni tampoco para ser objeto de burlas. Por mucho que lo

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intenten, no encontrarán una justificación razonable para ser


merecedores de tal acoso.
Se sabe mucho del agresor porque lleva la voz cantante, porque sabe
cómo hacer que se fijen en él, cómo demostrar su valía, pero, ¿qué se
puede saber de las víctimas?
Lo primero es que presentan una o varias diferencias con su agresor
que éste puede utilizar en su contra al considerar a la víctima una
persona más vulnerable e inferior que él. Para Serrate (2010),
algunos factores como la raza, la apariencia física (obesidad, baja
estatura, nariz muy grande, etc), la ideología política o que los
alumnos presentan una discapacidad física o psíquica suelen
convertirles en colectivos más vulnerables.
Según una encuesta realizada por el diario El País en 2004 (meter a
la bibliografía), el 33,8% de los niños asume haber sido objeto de
insultos. Un 31,2% denunciaba que en alguna ocasión habían
hablado mal de él sin justificación alguna. El 30,1 % de niños
españoles reconocía que en alguna ocasión sus compañeros le habían
escondido cosas con el fin de asustarle o reírse de su angustia al no
poder localizarlas. Un 14% de los menores se ha sentido ignorado o
aislado por el resto de sus compañeros, mientras que a un 8,5% no le
han dejado participar en alguna de las actividades en las que sí lo
hacían el resto de sus compañeros. Para finalizar, un 8,5% había
sufrido amenazas, un 4,1% había sido víctima de robo y algo más del
6% de menores españoles habían sido agredidos físicamente,
acosados sexualmente o amenazados con armas.
Aunque las cifras en 2004 ya eran escalofriantes, en 2018 los datos
no parecen ser demasiado alentadores. Según el informe realizado
por la Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en riesgo) y
la Fundación Mutua Madrileña, uno de cada tres niños afirma que en
su clase existen casos de acoso escolar.

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Las conclusiones de este informe se extrajeron a partir de una


muestra en la que participaron 2600 niños de primaria y primero y
segundo de la Eso, de colegios, tanto públicos como concertados.
Estas encuestas revelan, además, un considerable aumento de los
casos de bullying realizados en grupo: el 66,7% en 2017 y el 55% en
2016. En cuanto a porcentajes, podemos resaltar que el problema del
acoso escolar cada vez se ve más como un problema y no como una
broma de mal gusto: el 97,7% de los encuestados ven el bullying
como un tipo de maltrato y el 1,6% de los alumnos lo ven como algo
normal frente al 5,4% de 2016.
Además de la forma de concebir el acoso, en el informe observamos
que la mayoría de los alumnos ven la unión entre compañeros como
la forma más eficaz de acabar con el acoso en las aulas (80,3%). El
año pasado los que pensaban de esta forma solo representaban el
65,7% de los encuestados. Al fomentarse esta lucha comunitaria
desciende el nivel de niños que pedirían ayuda a un profesor
directamente del 77% de 2016 al 73% en 2017.
Aunque, como hemos podido observar en el programa de cuatro y
como varios estudios lo demuestran, las víctimas no tienen por qué
seguir unos patrones físicos o psíquicos idénticos. Olweus (2007),
diferenció dos tipos de víctimas en función de la respuesta que éstas
tenían ante sus agresores: Víctimas pasivas y activas o provocativas.
El primer grupo se caracteriza por no responder al ataque ni al
insulto. Desde pequeños tienen dificultades para hablar en público o
para imponerse dentro de un grupo. Son sensibles y las agresiones,
tanto físicas como verbales, le vuelven el doble de inseguro y, por lo
general, le hacen tener una visión muy negativa de su propia
personalidad. Suelen tener un contacto muy estrecho con sus padres
y una relación positiva con ellos, al contrario que sus agresores.

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El segundo grupo está formado por menores, por lo general,


ansiosos, infelices, inseguros y depresivos que reaccionan de forma
violenta contra sus agresores, lo que en muchos casos, sirve como
justificación a sus matones. Cuando se les ataca, sacan todo su mal
genio e intentan pelear, pero, normalmente, esta actitud suele ser
poco eficaz. Algunos son hiperactivos, inquietos, ofensivos o suelen
molestar al resto de compañeros con sus costumbres irritantes.
Aunque no es lo más habitual, puede que intenten agredir a otros
escolares más débiles.
3.2 El agresor
De pequeños, los niños afrontan sus problemas con pequeñas
pataletas o enfados. Según van creciendo, esta conducta debería ir
evolucionando hacia actitudes sociales que les permitan sobrellevar
y solucionar sus contratiempos de una forma más calmada y racional.
Sin embargo, esto no siempre es así. Por ello, para abordar con
exactitud el acoso entre niños hay que tener en cuenta que la
escolarización va desde los siete años hasta los dieciséis y que los
perfiles de acosadores estarán marcados según su grado de
desarrollo.
Según Olweus (2007), existen tres figuras de agresor. Al primero lo
denominó “activo”. Es el tipo de matón que mantiene una relación de
abuso directo hacia la víctima. La conoce bien y la ataca en primera
persona, sin intermediarios.
Aunque estadísticamente es el grupo menos numeroso, se le podría
considerar como el más peligroso. El segundo perfil de acosador
recibe el nombre de “social indirecto”. Es sigiloso, no acosa a la
víctima directamente, sino que se encarga de que otros la
atemoricen por él. Es decir, reúne al máximo número de niños
posibles y, con gran astucia, consigue que éstos se comporten de
forma violenta contra otros alumnos.

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El tercer tipo se denomina “pasivo”. Son todos aquellos secuaces del


agresor principal. Observan como su “maestro” ejerce su papel de
matón sobre la víctima y, además de no impedírselo, respaldan y
apoyan todas y cada una de sus decisiones.
Según apunta Serrate (2007), es habitual que los agresores activos
no actúen solos. La actuación en bandas o grupos de amigos es una
de las características más frecuentes de este tipo de violencia en las
aulas. Cuanto mayor sea el grupo de matones mayor será la
influencia y poder que se ejerza sobre la víctima.
Es cierto que en muchas ocasiones los niños, jóvenes o adolescentes
que participan en estas bandas lo hacen por voluntad propia y
siguiendo unos patrones violentos que han aprendido en sus hogares
desde la infancia.
En cuanto a las características personales de los agresores, son
muchos los autores que piensan que existe una serie de
particularidades comunes entre ellos, tanto física como psicológica.
Olweus (2007), mantiene que los agresores suelen ser físicamente
más fuertes que sus compañeros y sus víctimas, ya sea por su edad
(posiblemente superior) o por su composición física. También suelen
estar encasillados en el perfil de ganador. Siempre los número uno
en deportes, juegos o peleas. La mayoría siente la gran necesidad de
tener bajo su mando al resto de sus compañeros. Da igual si lo
consigue mediante amenazas o actos violentos, para él lo importante
es sentirte superior al resto. Además, suelen caracterizarse por tener
un carácter irritable. Cualquier cosa que se haga o se diga fuera de
sus estándares de comportamiento, puede hacer que el matón pierda
la compostura. Por ello, también podría decirse que toleran mal los
fracasos y son incapaces de acatar las normas. Quieren que las cosas
se hagan como, cuando y donde ellos digan.

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El respeto hacia sus mayores suele ser inexistente. La visión que


suelen tener de ellos mismos se caracteriza por ser altamente
positiva al pensar que todo lo que ellos hagan o digan es la mejor
forma de hacerlo. Su popularidad dentro de las aulas varía según la
etapa en la que se encuentren ya que en secundaria suelen tener
menos secuaces que en los centros de primaria donde las edades de
los niños oscilan entre los siete y los once años.
En cuanto a su rendimiento académico, cabe destacar que por lo
general, en la secundaria, suelen ser niños que obtienen las
calificaciones más bajas de su promoción, lo que les lleva a
desarrollar una actitud bastante negativa hacia todo lo que tenga
que ver con el entorno educativo.
En la línea discursiva de Serrate (2007), los alumnos que toman
parte de actos intimidatorios también suelen tener la necesidad de
justificar sus acciones diciendo que las víctimas les provocan. Con
frecuencia provienen de hogares donde el castigo físico forma parte
de su pan de cada día. Sus padres les enseñan, de manera consciente
o inconsciente, que con una respuesta agresiva se consigue lo que
uno quiere. El niño, que ante los actos violentos de sus padres hace o
dice lo que ellos quieren, aprende que él puede conseguir lo que
quiera de sus compañeros comportándose de la misma forma que sus
progenitores. Y así lo hace. Sin que, probablemente, nadie pueda
evitárselo.
Sin embargo, también es importante hablar de ese pequeño grupo de
acosadores que están en este grupo por el solo hecho de no
pertenecer al otro, el de las víctimas. Este grupo, en el fondo,
también siente miedo de los acosadores y piensa que si está de su
lado no tendrá que sufrir todo ese arsenal de burlas y palizas a las
que se enfrentan los otros niños que, por desgracia, se han

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convertido en la diana perfecta para su acosador. A este silencioso


pero culpable grupo se les llama “los observadores”.
3.3 Los observadores o testigos
Este grupo es el más numeroso. Suele estar formado por la mayoría
de alumnos que contemplan la escena de acoso desde la barrera. Se
mantienen al margen de los hechos, prefieren no intervenir, en la
mayoría de los casos, por miedo a represalias. Es decir, no actúan de
forma violenta contra las víctimas pero tampoco intentan evitar que
la víctima sufra agresiones. Por ello, esa gran mayoría se convierte
en cómplice de los agresores y tienen la misma o más culpa que
aquellos que atemorizan a los más indefensos.
Y es que, si estas actitudes agresivas contra los menores sufrieran un
ataque más activo por parte de los observadores, los agresores no
llegarían a imponer su poder sobre los demás compañeros.
Es cierto que, con el paso del tiempo, los testigos aprenden
(erróneamente) a comportarse ante situaciones injustas de un modo
pasivo. Ver, oír y callar, podría ser la frase que mejor define a este
grupo. Al convertirse en algo cotidiano que un niño o niña sea
insultado y vejado ante sus compañeros de clase, el espectador
pierde todo tipo de sensibilidad ante este tipo de injusticias y
termina normalizando la situación.
De hecho, con el paso de los años y ante la impasividad de los
observadores, el acosador termina por obtener ese poder que
esperaba con la violencia sobre el resto de compañeros. Pero no es lo
peor que puede ocurrir. Una vez que el espectador ha decidido no
actuar ante estos actos violentos puede decidir dar un paso más y
convertirse en un acosador más.
Como se puede observar en la mayoría de las encuestas realizadas
sobre el acoso escolar, es mayor el número de niños que han
presenciado un acto violento que el número de niños que han

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denunciado ser víctimas de acoso. La forma principal de agresiones


observadas se refiere a la exclusión social de los acosados.
El papel de los observadores es fundamental. Con su silencio o con
su apoyo, colaboran para que la situación de violencia que se ejerce
sobre un menor, se extienda en todos los escenarios que le rodean.
Con el pensamiento erróneo de que el acoso es inevitable, los
observadores miran hacia otro lado. Mientras que ellos hacen eso,
los acosadores se refuerzan y se sienten libres de ejercer su fuerza
sobre la víctima.
En ocasiones, los niños que observan las hazañas de los agresores,
suelen ser alumnos introvertidos que ven en el matón un (mal)
ejemplo de fortaleza. Observan como a través de las actitudes
violentas, el matón, consigue todo lo que quiere y pueden llegar a
desear ser como él. En estos casos se puede hablar de “contagio
social”. Con el matón de su parte se sienten protegidos y
empoderados y esto les lleva a no actuar cuando ven que su “líder”
mangonea al resto de compañeros.
Muchos autores citan a los espectadores como una vía indispensable
para acabar con la “ley del silencio”. Si ellos, hablan, actúan o
informan a sus padres o profesores de lo que ocurre dentro de sus
colegios, este problema puede atajarse antes de que llegue a
producirse una agresión irreversible. Pero, ¿cómo delatar a la
persona que hace que, de una forma u otra, te sientas más seguro?
Para Blanchard y Muzás (2007), estos observadores o terceros
desempeñan un papel fundamental: “de su actitud, de su rapidez
para intervenir, de la confianza que ofrezcan o de su permisividad y
tolerancia a este tipo de hechos, dependerá en gran parte la ayuda
que se le preste a la víctima y, por tanto, las repercusiones que éstos
tengan en el desarrollo de su personalidad”.

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4. LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y EL ACOSO ESCOLAR


4.1 El papel moralizador de la prensa
En los últimos años los medios de comunicación se han mostrado
más que nunca del lado de las víctimas de acoso escolar. Cada
comienzo de curso es habitual que se muestren datos sobre el
incremento o descenso de éste en las aulas españolas. Pero, qué pasa
si lo que muestran los medios es solo la denominada “punta del
iceberg”, es decir, una pequeña parte del problema.
En la antigüedad las aulas se consideraban sitios seguros en los que
los niños se desarrollaban y completaban su formación académica.
Con el paso de los años, estas han ido tomando la forma de pequeñas
salas de tortura donde según la encuesta ya mencionada, realizada
por la Fundación ANAR y la Fundación Mutua Madrileña, uno de
cada tres niños está sometido a burlas, exclusiones o agresiones por
parte de sus compañeros.
El tratamiento que los medios de comunicación den a este tipo de
abuso entre iguales es muy importante y tiene que ser rigurosamente
respetuoso con la identidad de las víctimas y de los agresores, ya que
en la mayoría de los casos hablamos de menores de edad.
La exposición insistente de los casos de Bullying en la prensa puede
tener dos salidas. La primera, y la que todo el mundo desearía, es

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que la población comience a concienciarse del problema que existe y


que atormenta a tantos niños, jóvenes y adolescentes en nuestro
país. Esa concienciación podría hacer que, el mundo y, sobre todo, la
política, despertasen y comenzase a poner soluciones reales a este
problema.
Y es que, como hemos expuesto en el capítulo anterior, que un niño
sea un agresor no depende solo de sus padres, sin embargo, atajar el
problema primero desde los hogares puede ser una buena
alternativa. Si un padre o una madre son conscientes, a través de los
medios de comunicación (o a través de otras vías), de que estas
actitudes de acoso hacia un igual están a la orden de día y que su
hijo o su hija pueden estar siendo víctimas o agresores, puede que el
problema pueda solucionarse de una forma más rápida y eficaz.
Pero, ¿y si por el contrario, el tratamiento de este tipo de noticias
comienza a ser desbordante y monótono y la población comienza a
ver el problema como algo normal que ocurre todos los días y contra
lo que nadie puede luchar? Esta sería la segunda consecuencia que
puede tener la divulgación de los casos de acoso escolar en los
medios. Es decir, cuantas más historias sobre el bullying aparezcan
en la prensa, mayor puede ser el nivel de aceptación y de tolerancia
hacia este tipo de agresiones.
Siendo tan importante el papel que ejercen los medios de
comunicación sobre el acoso escolar, es necesario crear unos
patrones de divulgación y unas normas inquebrantables a la hora de
proteger la intimidad de las víctimas, las cuales trataremos en el
siguiente apartado.
4.2 El tratamiento de la información
Los psicólogos y educadores de nuestro país llevan años intentando
luchar contra el acoso que se produce dentro de las aulas españolas.
Sin embargo, parece que esta lucha no habría llegado tan lejos sin la

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ayuda de los medios de comunicación y su continuo flujo de


informaciones. Como expresa Navarrete-Galiano (2009), los
periódicos nacionales han incurrido directamente en la gravedad del
asunto, huyendo del morbo que en ciertos casos pueden generar
ciertas agresiones y profundizando en la trascendencia de los hechos
y las diversas manifestaciones que este tipo de violencia representa.
Además de destacar el papel de las víctimas y los agresores, la
prensa española se encarga de crear una conciencia social (hasta
hace poco inexistente) y una sensibilización política que obligue a
nuestros gobernantes a tomar acciones legales más efectivas que
acaben con este tipo de agresiones. Además, esta continua
presencia de los medios informativos, ha generado cierto interés por
el acoso escolar y su forma de erradicación en otros ámbitos de
expresión como el cine.
En 2008, los directores José Corbacho y Juan Cruz llevaron a la gran
pantalla la película "Cobardes". Un film que cuenta la historia de
Guille, un alumno de diez que descubre que actuando como un
matón consigue cierto respeto y reconocimiento ante el resto de sus
compañeros. ¿Su víctima? Gabriel, un joven pelirrojo que se
convierte en el "zanahoria de la clase. Según va desarrollándose la
película observamos que los papeles se van intercambiando. Una vez
que Gabriel consigue desprenderse de su agresor mediante
amenazas, se observa como la víctima se convierte en agresor.
Y es que, como hemos expuesto en apartados anteriores, cuando un
niño siente que a través de la violencia o las humillaciones puede
conseguir lo que se propone empieza a adquirir el papel de agresor.
Los medios de comunicación plantean el problema, cuentan los casos
más relevantes e informan de las condenas judiciales que se imponen
en los casos de acoso escolar pero, ¿de qué manera?

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Es importante dejar claro que cuando se habla de acoso escolar se


habla de menores de edad. Su intimidad debe ser respetada al
milímetro. No se trata de saber a quién le ocurrió esto o lo otro. Se
trata de poner nombre y apellidos a un problema que ha estado
oculto durante mucho tiempo bajo la expresión de "son cosas de
niños". Desde el anteriormente mencionado caso de Jokin, la prensa,
sobre todo la escrita, ha intentado tratar el acoso escolar como una
cuestión social y no como una crónica negra para evitar, así, el
denominado "efecto llamada".
A continuación analizaremos algunas noticias publicadas en dos de
los periódicos más vendidos a nivel nacional.

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https://elpais.com/ccaa/2016/11/18/valencia/1479470396_301222.ht
ml

https://www.larazon.es/historico/2099-un-colegio-condenado-a-pagar-
40-000-euros-por-no-remediar-un-acoso-escolar-
KLLA_RAZON_368654

http://www.elmundo.es/madrid/2016/11/29/583cb355268e3ea4198b4
5c7.html

En los diferentes artículos observamos como la identidad del menor


queda prácticamente encubierta. No hay rastro ni de su nombre, ni
de la localización de su vivienda, ni de cualquier otro dato que
permita identificarle con facilidad. Las noticias se centran en
presentar el problema. Esta descripción destaca lo inmoral y lo
erróneo de los hechos, creando así un debate social. En estas
publicaciones, los profesionales de la información, no han enjuiciado,
han aportado datos contrastados y han sido capaces de elaborar un
discurso que llegue a la sociedad y que cree una opinión pública.
Después de presentar los hechos, la prensa profundiza en el
problema analizando su origen, ofreciendo datos verídicos y
contrastados sobre el aumento o descenso de los casos de acoso e
informando de las penas y acciones legales que se pueden imponer
en los casos de acoso escolar.
Además de informar, la prensa denuncia. Denuncia el acoso y
denuncia la pasividad con la que en ocasiones se afronta el
problema. En definitiva, intenta crear una especie de conciencia
colectiva donde ser un matón esté mal visto. Donde ejercer la fuerza
sobre otro compañero no sea observado por nuestros menores como
un símbolo de poder sino como un símbolo de debilidad.

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5. LEGISLACIÓN
El código Penal español no recoge todavía ninguna falta o delito
respecto a todo lo que se refiere al acoso escolar. Por ello, todas las
acciones que se realicen en torno a este concepto y sean realizadas
por mayores de 18 años, se asumen dentro del delito de “trato
denigrante” del Código Penal (artículo 173.1): “El que infligiera a
otra persona un trato degradante, menoscabando gravemente su
integridad moral, será castigado con la pena de prisión de seis meses
a dos años. Con la misma pena serán castigados los que, en el ámbito
de cualquier relación laboral o funcionarial y prevaliéndose de su
relación de superioridad, realicen contra otro de forma reiterada
actos hostiles o humillantes que, sin llegar a constituir trato
degradante, supongan grave acoso contra la víctima”.
En el caso de los menores de edad, se aplica el artículo 8 del Real
Decreto 732/1995, del 5 de mayo de 1995 (Derechos y deberes de los
alumnos y normas de convivencia en los centros) que señala que, la
Administración educativa y los Órganos de dirección del centro
docente, son "los agentes responsables de frenar el acoso escolar".
Para ello, es necesario poner en marcha medidas que garanticen la
seguridad física de la víctima. Es decir, se hace imprescindible la
implantación de sanciones o expulsiones, en los casos más
relevantes, y la organización de reuniones con alumnos y padres

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para informar con detenimiento sobre el problema en cuestión y


facilitar, así, vías de resolución de conflictos.
Esta normativa también establece la obligación que tienen todos los
centros escolares españoles de realizar un seguimiento constante
que asegure y verifique que se están aplicando las normas de
convivencia entre los más pequeños. Una vez hecho esto, la
Inspección técnica de Educación examina todos y cada uno de los
informes redactados por los colegios e institutos de nuestro país. Si
fuese detectado algún caso de maltrato entre iguales, sería dicho
organismo el que se encargaría de proponer al centro medidas de
prevención o intervención.
No obstante, es importante destacar que, sí el centro educativo y
todos sus docentes, se ven incapaces de solucionar casos de extrema
gravedad, el problema debe ser denunciado ante la justicia.
Cuando los menores de edad son, además, menores de 14 años, es la
Fiscalía de Protección de Menores la que se encarga de buscar la
solución más adecuada.
Según el informe de la Fiscalía General del Estado “Sobre el
tratamiento del acoso escolar desde el sistema de justicia juvenil”
cuando el sujeto pasivo del acoso entre iguales es un menor de edad,
“el celo del Estado debe ser especialmente intenso”, por dos motivos:
en primer lugar, por la situación de “especial vulnerabilidad” que
sufren con carácter general los menores; en segundo lugar, por las
horribles e irreversibles consecuencias que pueden ocasionar las
actitudes violentas o intimidatorias entre niños que están en pleno
desarrollo físico y cognitivo. Y es que, experimentar situaciones de
violencia a edades tan tempranas genera un impacto
“profundamente perturbador en el proceso de socialización de los
menores”.

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Siguiendo con las conclusiones de este informe, podemos decir que


los nocivos efectos que puede generar el acoso escolar en la víctima
pueden resumirse, a grandes rasgos, en los siguientes sentimientos:
angustia, ansiedad, temor, terror a veces al propio centro,
absentismo escolar por el miedo que se genera al acudir a las clases
y reencontrarse con los acosadores, fracaso escolar y aparición de
procesos depresivos que pueden llegar a ser tan prolongados e
intensos que desemboquen en ideas suicidas, llevadas en casos
extremos a la práctica.
Una vez detectados los casos de acoso entre iguales en cualquier
centro español, el Fiscal nunca debe limitarse a archivar las
Diligencias sabiendo que el menor infractor no alcanza los 14 años.
Antes de tal archivo, el Fiscal debe remitir la copia de la denuncia y
documentación complementaria al centro y comprobar que el colegio
o instituto ha puesto medidas contra el acoso.
Y es que, el hecho de que se inicie un expediente en el ámbito del
proceso penal juvenil no quiere decir que los responsables del centro
educativo puedan desentenderse del problema y delegar la
responsabilidad en las autoridades judiciales y fiscales porque,
durante las horas lectivas, las escuelas, tanto de primaria como de
secundaria, son las responsables de cuidar de los menores. Por ello,
es esencial que el Fiscal comunique el expediente abierto y el
nombre de la víctima y de los presuntos victimarios al director del
centro donde indiciariamente se están cometiendo los hechos.
La respuesta al acoso escolar desde la jurisdicción de menores debe
regirse sobre tres ejes: protección de la víctima con cesación
inmediata del acoso, respuesta educativa-sancionadora al agresor,
modulada según las psico-socio familiares y según la entidad de los
hechos cometidos y, si fuera necesario, reparación de daños y
perjuicios. En los casos más graves se podrá aplicar la medida de

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internamiento. Sin embargo, como explica el informe: “debe huirse


de un etiquetaje de los mismos como matones o acosadores, pues tal
etiquetaje conlleva el riesgo de hacer que los mismos asuman
perennemente el rol institucional o socialmente asignado”.
En caso de que sea necesario llevar a cabo tutela cautelar, será
suficiente con una libertad vigilada acompañada de las reglas de
conducta que se estimen precisas para preservar la integridad de la
víctima.

CONCLUSIONES

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