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ACERCA DEL PRINCIPIO DE CORRESPONDENCIA

Alejandro Lodi
(Octubre 2013)

«…cada línea demarcatoria es un frente de batalla en potencia…».

Ken Wilber, “Conciencia sin fronteras”.

Sabemos acerca de las leyes herméticas y del principio de correspondencia. “Como es arriba, es
abajo; como es abajo, es arriba“. Y podemos atrevernos a sumar que “como es adentro, es afuera;
como es afuera, es adentro”. Es el principio básico de la mirada astrológica. Es “la lata de abajo” que
sostiene toda la construcción de la astrología. Sin “esa lata”, la congruencia de la astrología se
derrumba, su poder transformador se banaliza.

La palabra correspondencia hace referencia a ¨niveles que se co-responden¨, a niveles que responden
unos a otros en modo simultáneo. El diseño del Cielo se corresponde con el de la Tierra. El orden del
macrocosmos con el del microcosmos. El Sistema Solar con nuestro psiquismo. Esos planos -siendo
diferentes- no están separados, sino vinculados en una dinámica de relación que no se detiene.

Es este supuesto perceptivo el que sostiene nuestra mirada astrológica. Soy identidad personal y
destino, lo que creo ser y lo que me ocurre, yo y mis vínculos. La astrología nos invita a disolver la
ocurrencia de ser algo distinto a lo que percibo y a lo que vivo. Cada vez que trazamos fronteras, nos
alejamos de la percepción de un orden correspondiente, se genera separatividad y se alimenta la
pesadilla esquizoide de la disociación. Y cada vez que disolvemos fronteras, somos permeables a la
manifestación de correspondencias, se genera reconocimiento con el otro y se nutre la potencialidad
creativa de los vínculos.

El principio de correspondencia nos invita a ver relación allí donde nuestra percepción disociada ve
separación. Y es aquí donde la astrología se muestra como portal a la vivencia transpersonal. La
realidad, tal como la registramos desde nuestros inevitables condicionamientos perceptivos en los que
constituimos nuestra identidad, se presenta ahora transformada y, por eso, desafiando las definiciones
de nuestra imagen personal (con su carga de ideas, valores, memorias, afectos y complejos). El alma
descubriendo vínculos allí donde el espejismo de la personalidad necesita ver divisiones.

Correspondencia entre energía, psicología y hechos

La astrología se compone de símbolos que representan principios energéticos, vivencias psicológicas y


acontecimientos. Tres dimensiones que pueden ser discriminadas (sería patológico no hacerlo). Sin
embargo, distinguir esas dimensiones (energética, psicológica y fáctica) no implica disociarlas.

Y esto es fundamental: no existen “energías” por un lado, “psiquismos” por aquí y “sucesos” por allá,
sino que cada hecho concreto se corresponde con un contenido psicológico y una cualidad energética,
tanto como toda vibración energética se corresponde con una vivencia psicológica y con sucesos de la
vida cotidiana. Vibración, psiquis y acontecimientos son planos que se corresponden. Energía,
psicología y hechos son dimensiones diferenciadas que no están separadas.

Y esto es (también) fundamental: diferenciar no implica separar, discriminar no implica dividir. Cada
plano de manifestación diferenciado de la realidad se corresponde con los demás, están vinculados
entre sí. Es ilusorio suponer que existen de un modo autónomo e independiente, sino que cada plano
(energético, psicológico y fáctico) responde a los otros, existe en una relación de correspondencia con
los otros.

Y en esto consiste lo medular de la astrología y de su carácter sorprendente para nuestro habitual


estado de percepción de la realidad. La astrología nos permite afirmar, por ejemplo, que nuestra
columna vertebral, la relación con nuestro padre y nuestro vínculo con la ley y el sentido de realidad,
se corresponden y que cada alteración producida en uno de esos planos se manifestará en los demás.
Cuando la práctica astrológica no da cuenta del principio de correspondencia, esto parecerá mágico,
delirante o absurdo. Pero cuando nuestra vivencia de la astrología incluye el principio de
correspondencia, esa respuesta simultánea de distintos niveles comienza a resultar obvia y evidente,
se ve todo el tiempo y en todas partes. Así, el principio de correspondencia se transforma en una
evidencia eterna e infinita.

La ardua aceptación de vivir correspondencias

«…la batalla no se resuelve: se disuelve…».


Ken Wilber, “Conciencia sin fronteras”.

El principio de correspondencia no es una constancia perceptiva de la mayoría de los astrólogos. Ni es


algo que -es obvio- necesariamente incorporemos con una formación técnica en astrológica, ni aún
con la de mayor excelencia o que recuerde permanentemente la crucial importancia del principio de
correspondencia. Y es así porque la percepción del principio de correspondencia operando en nuestras
vidas no requiere de un esfuerzo intelectual sino emocional, no requiere de sagacidad mental sino de
coraje espiritual. ¿Por qué? Porque aceptar vivencialmente el principio de correspondencia va a exigir
reconocer que nuestra vida no es lo que creíamos, que el destino no nos es ajeno, que no estamos
separados del mundo que repudiamos, nos maltrata o intentamos conquistar, y que no soy aquella
imagen de mí mismo con la que estoy identificado.

Como toda evidencia perceptiva, el principio de correspondencia es una constatación que se precipita
en algún momento, luego de haber mostrado y sostenido durante determinado tiempo la disposición
consciente a entrenar esa percepción en la vida cotidiana. Y es así que -en los tiempos de los procesos
del alma, no de la personalidad- en algún momento se hará manifiesto que todo lo que creemos
saber, nuestras ideas, creencias, afectos, memorias, imágenes adoradas, proyectos, anhelos y
sueños, son obstáculos para tal precipitación. Mantenerme apegado a la imagen de “lo que yo creo
ser” es una interferencia para reconocerme en mi destino correspondiente, en órdenes trascendentes
a mis ambiciones aisladas.

La evidencia del principio de correspondencia va a exigir inevitablemente la pérdida de un


encantamiento, vaciarnos de aquello que estamos convencidos, confiar en un sentido que sólo puede
florecer de un desierto de seguridades.

Cómo vemos el mundo externo se corresponde con cómo está organizado nuestro mundo interno.
Si ya vi y me consta perceptivamente que mundo externo se corresponde con organización psíquica
interna, entonces no puedo tomar a ese “mundo externo” como realidad objetiva separada de mí. Del
mismo modo, esa organización psíquica interna ya no podrá ser sostenida ante la evidencia del dolor
que genera. La conciencia del principio de correspondencia revelándose en nuestras vidas pone en
evidencia que la transformación personal y la transformación del mundo ya no podrán ser evitadas.

Los distintos órdenes del universo se corresponden. Están vinculados. Y aunque no percibamos a
simple vista esa conexión, o aunque no parezca evidente para nuestra de conciencia cotidiana, una
vez que se ha participado de la percepción de esa conmovedora correspondencia, entonces ya no
podrá ser negada. No es cuestión de ilustración, sino de espontaneidad perceptiva. Es mirar el cielo
estrellado cuando niños: un silencioso reconocimiento, una convincente sensación de pertenencia a lo
vasto y universal. Las primeras percepciones de esa correspondencia de diferentes planos de la
realidad parecerán extraordinarias. Pero, en verdad, comenzarán a ser habituales.

En potencia, la mayor riqueza de la astrología consiste en ser una experiencia de alteración de la


conciencia. La astrología permite ver lo que no puede ser visto con los ojos del intelecto. Provoca una
revolución de la sensibilidad que revela otro mundo y otro yo. Nos pone ante la evidencia de que lo
que creíamos que era el mundo, no era. Lo que creíamos ser, no éramos. La astrología nos recuerda
aquella intuición de niños: que el diseño del cielo y nuestras vidas son dimensiones en
correspondencia. ¿Por qué le temeremos a semejante maravilla?

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