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SAN AMBROSIO DE MILÁN

«CRISTO ES TODO PARA NOSOTROS»1

En este Año de la Fe, se nos propone otro testigo privilegiado de la fe en


Cristo: san Ambrosio de Milán, nacido entre el 337 y el 339. La memoria litúrgica
de este santo se celebra el 7 de diciembre, día en que asumió el pastoreo de la
diócesis de Milán. Era el año 374. La elección se dio en un momento en que la
comunidad de Milán vivía las tensiones entre los cristianos fieles a Nicea y los
arrianos (que negaban que Jesús fuera Dios). Ambrosio llegó a la ciudad, como el
más alto magistrado del Imperio en Italia del norte, a poner sólo orden; sin
embargo, y a pesar de ser sólo un catecúmeno, la multitud aclamaba: ¡Ambrosio,
Obispo! Al inicio, la reacción de este noble ciudadano fue negarse, pero al ver que
la muchedumbre insistía consideró aquella circunstancia un signo del querer de
Dios. Recibió el bautismo el 30 de noviembre del año 374; y el 7 de diciembre del
mismo año, fue ordenado obispo de Milán (Italia).
El pastoreo duró hasta su fallecimiento en la noche entre el 3 y el 4 de abril
del año 397. Era el alba del Sábado Santo. El Viernes Santo, hacia las cinco de la
mañana, en el lecho -nos dice Paulino, que escribió su biografía-, abría los brazos
en forma de cruz y oraba moviendo sus labios. Así participa del Triduo pascual,
pero el tercer día lo celebró durmiéndose en el Señor. Antes de su muerte,
Honorato, Obispo de Verceli, «le ofreció el santo Cuerpo del Señor. Nada más
tomarlo, Ambrosio entregó el espíritu, llevándose consigo el viático. De este modo,
su alma, alimentada por la virtud de esa comida, goza ahora de la compañía de los
ángeles»2.
Ambrosio fue un pastor sumamente activo, hombre de intenso recogimiento
y de profunda contemplación3. Con la «mirada fija en la Palabra de Dios»4 y en
«los escritores eclesiásticos antiguos, en primer lugar de Orígenes, su constante
maestro e inspirador5», vivió su ministerio de pastor. Con la Escritura en la mano y
la caridad en su corazón pudo exponer la verdad sobre Cristo, del cual no cesaba
de decir que Él «es todo para nosotros», y añadía:

«Si quieres curar una herida, él es médico; si ardes de


fiebre, es manantial; si estás agobiado por la iniquidad,
es justicia; si tienes necesidad de ayuda, es fuerza; si
temes la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si
huyes de las tinieblas, es luz; si buscas alimento, es
comida»6.

1 AMBROSIO DE MILÁN, Sobre la Virginidad 16, 99: PL 16, 291


2 PAULINO DE MILÁN, Vida de san Ambrosio, 47, 1, 2: PL 14, 43.
3 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Operosam diem 14, Roma 1 de diciembre 1996.
4 AMBROSIO DE MILÁN, Exposición sobre el Salmo 118, 11, 9: PL 15, 351.
5 JUAN PABLO II, Operosam diem 5.
6AMBROSIO DE MILÁN, Sobre la virginidad 16, 99: PL 16, 291.
De la Escritura, decía, «hemos aprendido que existe una distinción entre “el
Padre y el Hijo y el Espíritu Santo” (Mt 28, 19), no una confusión; una distinción,
no una separación; una distinción, no una pluralidad»7. El Hijo de Dios en la
Encarnación se unió a nosotros con vínculos de amor y en su pasión su amor brilló
en los contrastes más profundos de humillación: «Él se humilló, para que tú fueras
exaltado»8.
La Escritura meditada (Lectio divina) fue para Ambrosio fuente de oración,
de estudio y de predicación; por eso, la fe que nace y se alimenta en el encuentro
con la Escritura debe ser celebrada. De ahí que, para este Obispo, las celebraciones
litúrgicas deben ser vividas en la escucha de la Palabra y en la alabanza a Dios.
Agustín quedó impresionado de la Iglesia de Milán que rezaba y cantaba unida
como un solo cuerpo, y a pesar de su tibieza se motivaba para participar9.
Ambrosio compuso muchos cantos para que en la Iglesia se alabara a la Trinidad, y
decía: «¿Hay algo más fuerte que confesar a la Trinidad, ensalzada cada día por el
pueblo entero? Todos se esfuerzan por proclamar su fe; todos han aprendido a
alabar en verso al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Así se han convertido en
maestros todos los que a duras penas podían ser discípulos»10. Al embellecer las
celebraciones con cantos, su intención era hacer de la Eucaristía el sustento diario
del cristiano que cada día se une así al sacrificio de la salvación: «Escuchas repetir
que cada vez que se ofrece el sacrificio, se anuncia la muerte del Señor, la
resurrección del Señor, la ascensión del Señor y el perdón de los pecados, y a pesar
de ello ¿no recibes cada día este pan de vida?»11.
La fe, celebrada en la Eucaristía, debe reorientar la sociedad conforme a los
valores del Evangelio. Gracias a esta idea, este santo no permitió que la sociedad
de su época se destruyera. Fue defensor de la justicia social, criticó el abuso de las
riquezas, denunció las desigualdades y los atropellos con que unos pocos ricos
explotan para su beneficio las situaciones de pobreza y carestía y condenó a los que
fingiendo ayudar por caridad son en realidad usureros. De él es una expresión
fundamental en el tema de la justicia: «Tú no das a los pobres de lo tuyo, sino que
le devuelves lo que es de él»12.
La justicia social expresa un camino espiritual que se logra madurar de la
mano de María Santísima: «Que en cada uno esté el alma de María para glorificar
al Señor; en cada uno esté el espíritu de María para exultar en Dios»13.

Dr. Leonel Miranda Miranda, presbítero

7 AMBROSIO DE MILÁN, Sobre la fe, IV, 8, 91: PL 16, 634.


8 AMBROSIO DE MILÁN, Explicación del Salmo XLIII, 78: PL 14, 1125.
9AGUSTÍN DE HIPONA, Confesiones 9, 7: «Y nosotros también, a pesar de que todavía éramos tibios

participábamos en la excitación de todo el pueblo».


10 AMBROSIO DE MILÁN, Carta 75, 34: PL 16, 1117-1118.
11 AMBROSIO DE MILÁN, Explicación del Salmo V, 4, 25: PL 16, 452.
12 AMBROSIO DE MILÁN, Explicación del Salmo Sobre Naboth, 12, 53: PL 14, 747.
13 AMBROSIO DE MILÁN, Explicación del Salmo, Exposición del Evangelio de san Lucas II, 26: PL 15, 1561.

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