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LITERATURA, ARTE Y EDUCACIÓN: EXPOSICIÓN DE RAZONES

Por Santiago Sanguinetti.

Se me pide hoy que hable sobre la importancia de la enseñanza de la Literatura como


arte, y de la relación entre el texto dramático y la escena, en el marco de las actividades por los
diez años del Bachillerato de Arte y Expresión. Cabe comenzar, por lo tanto y antes que nada,
con la inevitable pregunta: ¿es importante la enseñanza de la Literatura? Y todavía más: ¿es
importante la educación artística en general? Intuyo que, para todos los que estamos aquí, la
educación artística es algo bueno, cuyo papel merece ser reconocido, defendido y fortalecido a
nivel institucional y social. ¿Pero en qué se basa esa pretendida bondad de la enseñanza
artística? Intentemos un esbozo de razones a prueba del pluralismo contemporáneo en las
concepciones del bien, de tal manera de hallar al menos un aspecto que pueda convencer
incluso a los más escépticos. Intentemos un esbozo de razones para que la enseñanza artística
tenga sentido en todos y cada uno de los más diversos planes vitales del mundo actual.

Para comenzar, nos preguntaríamos ¿es el bien la felicidad? ¿El estudio de la Literatura
es necesario, o al menos beneficioso, para alcanzar la felicidad? Al hacer esta pregunta nos
enmarcamos en las narrativas éticas de la antigüedad, de corte eudaimonista, es decir,
preocupadas por las maneras en que los hombres alcanzan la felicidad. En Aristóteles y su
Ética a Nicómaco la felicidad es la buena vida, o la vida contemplativa, propia de los seres a los
que él llama virtuosos. Siguiendo esta línea, pensemos en la dicotomía, tantas veces
mencionada, entre educación para el trabajo y educación para la vida. Sabemos que la
educación para el trabajo tiene un fin mayormente práctico y, si se quiere, inmediato. En
cambio, cuando hablamos en términos de educación para la vida, nos referimos a aquella que,
en su accionar, habilita determinadas coordenadas de orientación para ser y estar en el mundo
de manera madura e independiente. Es más que probable que Aristóteles defendiera esta
segunda, en lugar de la primera. En este marco, ¿dónde ponemos a la Literatura? ¿Dónde
ponemos al Arte? Nadie duda de que la Literatura, como experiencia de acercamiento a
relatos de otras personas, en otros lugares y en otros tiempos, operando en el lector como
reflejo, modelo y referencia de comportamientos ajenos en universos particulares, sea
necesaria para adquirir cierta madurez intelectual, sensible y estética que nos pueda acercar a
esa felicidad aristotélica. Se trataría en este caso de la maduración de una virtud intelectual
que nos permita, llanamente, ser mejores.

¿Pero nada más? ¿Qué les diríamos a aquellos que piensan que lo bueno es lo útil, y
que podrían no encontrar nada beneficioso a nivel práctico en el estudio de las letras?
Pensemos entonces, ¿la Literatura, y el arte en general, no tienen también un efecto práctico?
A semejantes escépticos se les podría recordar a Alejandro Magno, educado por el propio
Aristóteles, de quien se dice que sabía de memoria la Ilíada, su relato predilecto, a la que
tomaba como algo más que una obra literaria, siendo para él un verdadero compendio de ética
y un manual de estrategia para la guerra. Y no olvidemos que Alejandro Magno conquistó gran
parte del mundo conocido por los antiguos griegos, y todo, nos gustaría argumentar, leyendo
la Ilíada. En este sentido, podríamos asegurar que la Literatura no sólo tiene validez en
términos de educación humana para la vida, sino que también puede ser tomada como algo
más, y desprender de ella enseñanzas prácticas. Por ejemplo, conquistar el mundo. No
olvidemos tampoco que la Ilíada fue también utilizada como orientación y mapa de excavación
por el arqueólogo autodidacta Schliemann al descubrir la ciudad de Troya. Cuentan que
Schliemann, al ser felicitado por su descubrimiento, decía: “No es mérito mío. Todo consistió
en Homero; no se necesitaba sino leer, creer... y luego cavar”.
Sabemos, por supuesto, que son pocos los que defienden esa posibilidad meramente
práctica de la Literatura, que bien podríamos resumir en ese bello “leer, creer… y luego cavar”.
Incluso algunos insistirán en la absoluta y radical inutilidad de este arte. Para responderles
tomemos las palabras de Paul Auster que, al recibir el Premio Príncipe de Asturias en 2006, se
preguntaba en términos concretos sobre el fin del arte en su discurso titulado Un oficio inútil:
“¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo
real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca
ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala
penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre
civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta
del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más
comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que
Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen
literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que
más? En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un
sanitario, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta
de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura
y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside
en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las
demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres
humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo,” concluye Auster. En el caso
de la Literatura, como de las demás artes en las que participa la palabra (es decir la voz
inteligible y comunicativa), la bondad radica en el relato. En el propio hecho de dar y recibir un
relato. Como cuando éramos niños. Los hombres necesitan relatos, casi tanto como platos de
comida. Relatos para sentar las bases de nuestra historia personal.

Pero aún más, porque todavía debemos convencer a los teóricos críticos. Estudiar
Literatura, estudiar Arte en un ámbito educativo no sólo debe pensarse como actividad
enfocada a orientar la recepción, sino, más que nada, como actividad generadora de palabra
personal, como actividad pronunciadora de mundo, como actividad problematizadora y
emancipadora, como ejemplo de libertad. La escritura es libertad en sí misma. No se
aprehende la libertad leyendo sobre ella, sino que se la experimenta ejerciéndola. Como
afirma el dramaturgo argentino Javier Daulte: “no se puede enseñar lo que es la libertad
escribiendo una obra teatral sobre ello. Sólo se puede ser libre en el momento de escribir, y
luego mostrarle a un pueblo ese acto de libertad, ejercido desde la locura o el deseo”.
Participar de la Literatura como hecho social también es cambiar el mundo. Es provocar, y
modificar modos de recepción, es generar impacto. Es desautomatizar las percepciones
estancadas por la rutina. Es aprender de nuevo a vivir. En este sentido, la enseñanza artística
es una enseñanza no sólo para la vida, sino para una vida en libertad.

Y no sólo eso. El arte en bachillerato contribuye, por esencia, a los procesos de


individuación y adquisición de identidad a través del reconocimiento recíproco entre pares.
Creando con otros nos hacemos responsables de nuestro discurso, lo confrontamos con el de
los otros, dialogamos. Siendo conscientes que el mundo actual pone a los sujetos en
situaciones de enorme vulnerabilidad, sabemos que la exposición de las propias capacidades, a
través de las dinámicas del arte, genera reconocimiento, autoestima y autorespeto. La
valoración positiva de las capacidades aumenta el grado de confianza personal, sin el que,
sencillamente, no podríamos ser ciudadanos. No podríamos ejercer ni reclamar nuestros
derechos, ni tampoco respetar nuestras obligaciones. Confianza, autoestima, autorespeto,
logrados a través del reconocimiento de los otros, de los pares, son condiciones necesarias
para la realización del plan vital deseado y elegido por cada uno de los estudiantes. Son
condiciones necesarias para existir. La educación artística como proceso de generación y
consolidación de identidades, en un mundo despersonalizado, debe ser defendida con
convicción.

Finalmente, tengo la certeza de que la enseñanza artística convertida en opción en


bachillerato protege y asegura el pluralismo en las diversas concepciones sobre el bien y sobre
los planes vitales de los sujetos, aportando, con justicia, una alternativa más a las ya
existentes. Tan válida que vale la pena ser protegida y fortalecida, tanto a nivel institucional
como social, con el mayor de nuestros esfuerzos. Saludo con gran satisfacción esta instancia,
orientada, precisamente, a la enorme y siempre dificultosa tarea del reconocimiento del arte y
su inclusión en la educación formal.

Muchas gracias.

Esta ponencia formó parte de la mesa de diálogo Dramaturgia y Teatralidad. La escritura de cara a la
escena, realizada el 10 de agosto de 2017 en la Catédra Alicia Goyena.

Santiago Sanguinetti (Montevideo, 1985). Actor, director, dramaturgo y docente. Egresado de la Escuela
Multidisciplinaria de Arte Dramático y del Instituto de Profesores Artigas en la especialidad Literatura.
Recibe varias becas internacionales que lo llevan a estudiar a Aviñón (Festival International de Théâtre
2007), Barcelona (Sala Beckett 2011), Nottingham (World Event Young Artists 2012), Santiago de Chile
(Teatro Amplio, residencia 2014), Buenos Aires (Panorama Sur 2015), Montpellier (Centre Dramatique
National 2015) y Berlín (Theatertreffen 2017). Sus textos han obtenido diversas distinciones, entre las
que se destacan el Premio Nacional de Literatura, el Premio Onetti de la Intendencia de Montevideo, el
Premio Florencio de la Asociación de Críticos, el Premio Molière de la Embajada de Francia, el Premio
Teatro del Mundo de la Universidad de Buenos Aires y el Fondo para la Formación y la Creación Artística
2012-2014 del Ministerio de Educación y Cultura. Sus textos se han llevado a escena en Uruguay,
Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, México, Estados Unidos, España, Inglaterra, Francia y Alemania.
Integra el repertorio de la Comedia Nacional desde 2009 con el estreno de su pieza "Ararat" en el Teatro
Solís. Trabaja como autor junto al elenco oficial por segunda vez en 2016 con su texto "El gato de
Schrödinger", con el que debuta como director de la compañía. Ha editado los libros Dramaturgia
imprecisa (Estuario, 2009), Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe
(Banda Oriental, 2013) y Trilogía de la revolución (Estuario, 2015), además de formar parte de las
antologías de teatro uruguayo contemporáneo editadas por Paso de Gato (México) y Casa de las
Américas (Cuba), ambas en 2015. Publicó artículos en revistas especializadas de Madrid (Primer Acto), La
Habana (Conjunto) y Santiago de Chile (Apuntes de Teatro). Ha sido traducido al francés, inglés y
portugués. En agosto de 2016 fue nombrado Director Artístico de la Escuela Multidisciplinaria de Arte
Dramático, cargo que ocupará hasta julio de 2019.

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