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La Historia y la memoria: Análisis y perspectivas

Nombre: Jorge Espínola Barraza


Curso: Introducción a la Historia
Profesor(a): Bárbara Silva
Fecha de entrega: 8 de junio del 2017

La labor historiográfica de reconstruir el pasado se torna a veces algo compleja. Esto,


debido a que el historiador se encuentra regularmente bajo la abundancia o ausencia de fuentes
históricas con las cuales poder respaldar su trabajo. Esta última situación, la de ausencia o escasez
de fuentes histórica, implica para el historiador la obligación de realizar un proceso de construcción
de fuentes, con el objeto de posibilitar su trabajo y dar validez a su investigación, a sus argumentos
e hipótesis. Para concretar dicho proceso, el historiador debe recurrir a diversos elementos o
medios, incluso muchas veces a la imaginación. Pero quisiera referirme acá a uno de los recursos
utilizados frecuentemente, que es la memoria, esa facultad del ser humano que le permite recordar
y retener hechos pasados, y que, por lo tanto, es de un gran valor para la construcción de fuentes.
Esta valorización y uso de la memoria, constituye para el historiador un arma de doble filo: por un
lado puede facilitar su trabajo, pero a la vez le puede acarrear una serie de problemáticas y dilemas,
debido a las características que presenta la memoria. Por lo mismo, surge la siguiente interrogante;
¿Qué ventajas y desventajas enfrenta el historiador al usar la memoria para construir fuentes
históricas? Para responder a ello, analizaremos algunas de las características que posee la memoria,
concluyendo así sus respectivas ventajas y desventajas, incluyendo también algunas de las
reflexiones expuestas por una serie de historiadores que han trabajo el tema de la memoria.

Para empezar, la memoria tiene un carácter selectivo. Esto quiere decir que recuerda hechos o
detalles que son relevantes para la persona o grupo, y que olvida intencional o inconscientemente
otros hechos. Respecto a estos últimos, los “olvidos”, podrían ser relevantes para el trabajo del
historiador, pero como son hechos olvidados, el historiador puede hallarse ante un mar de
inconsistencias, ante cierta falta de información, que de no existir respondería mejor al porqué de
los hechos o entregaría un mayor sustento a lo que le expone la persona o grupo determinado que

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recuerda. Esta situación genera un problema de verosimilitud de los hechos, provocando una gran
desventaja al historiador al momento de recopilar tal información para su proceso constructivo de
fuentes históricas. Esa desventaja, lamentablemente es irremediable, ya que “la memoria, como
tal, es forzosamente una selección: algunos rasgos del suceso serán conservados, otros inmediata
o progresivamente marginados, y luego olvidados”1.

Por otra parte, la subjetividad es también otra característica de la memoria. Esto quiere decir que
la memoria es diferente en cada persona y en cada grupo social, ya que algunos pueden recordar
de distintas maneras los hechos, o con más o menos detalles que otras personas o grupos sociales,
dependiendo de sus experiencias vitales en los mismos, o de sus maneras de interpretar los sucesos
que pasaron, lo que provoca distintas y muchas veces divergentes significancias. Por lo mismo, el
historiador se encuentra con distintas perspectivas de un mismo acontecimiento pasado. Pensemos,
por ejemplo, en la Reforma Agraria llevada a cabo en Chile durante la década de 1960: será muy
distinto el recuerdo de un campesino que el recuerdo de un latifundista, ya que mientras al primero
dicha reforma trajo consigo beneficios y mejoras en su calidad de vida, para el segundo implicó
pérdida de terrenos. Esta situación ejemplifica lo subjetivo que resulta el recuerdo o memoria de
un mismo proceso histórico. En concordancia con lo anterior, y profundizando en torno a la
subjetividad de la memoria, podemos encontrarnos también con algunas diferencias de género. Así
lo ejemplifica la historiadora María Rosario Stabili al estudiar la élite chilena, cuando prefiere
estudiar los testimonios de mujeres por sobre los de hombres, ya que éstas “poseían un elemento
que, de acuerdo a los fines de la presente investigación resultaba imprescindible: una mayor
libertad de expresión y una manifiesta disponibilidad para dejar al trasluz sentimientos, emociones
y vivencias, en comparación a los testimonios masculinos”2.

Junto con el olvido y la subjetividad, el historiador puede encontrarse con otras dificultades con la
memoria, relacionadas a las deformaciones que pueden sufrir los recuerdos personales, grupales o
las historias “oficiales” de los países, víctimas todos de una utilización política o ideológica que
puede distorsionar completamente dichos recuerdos. Como ejemplo, tenemos a los regímenes
totalitarios que “encuentran en el uso acertado del pasado un medio muy útil de control social” 3,

1
Tzvetan Todorov, Los abusos de la memoria, Barcelona, Editorial Paidós, 2000, p.16.
2
María Rosario Stabili, El sentimiento aristocrático: Elites chilenas frente al espejo (1860-1960), Santiago de Chile,
Editorial Andrés Bello-DIBAM, 1996, p. 40.
3
Margaret MacMillan, Juegos peligrosos: Usos y abusos de la historia, Barcelona, Ariel, 2010, p. 81.

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manipulando la memoria de las personas en beneficio de sus gobiernos. Así ocurrió con los
intentos nazis de reescribir la historia de Alemania, adecuándola a la idea de la “superioridad aria”;
o en el régimen de Mao Ze Dong, quien para legitimar su gobierno socialista, lo conectó
artificialmente con las grandes hazañas de la China dinástica imperial. Es por esta razón que el
historiador se puede encontrar en serias dificultades al utilizar la memoria en su proceso de
construcción de fuentes, ya que se va a encontrar con distintas y contradictorias versiones de los
hechos, o con una sola versión “oficial”, que dista mucho de lo realmente ocurrido. “En adelante,
la interpretación del pasado no será más una y exclusiva, sino plural y contradictoria. Lo que se
mantendrá constante será la importancia del pasado en la legitimación del poder”4.

Pero no siempre cuando hay intentos por “reescribir” la historia, falsificando los hechos reales, la
memoria de las personas se distorsiona completamente. Por el contrario, muchas veces, frente a
estas deformaciones, la memoria puede actuar como el único depósito de verdad y como
herramienta de resistencia. Ejemplo claro de esto fue el intento sistemático de ciertos grupos de la
sociedad chilena de manipular la historia y acomodar los acontecimientos, con el objeto de
justificar un sinnúmero de violaciones a los derechos humanos ocurridas después del Golpe de
Estado del año de 1973. Esta tendencia por escribir y enseñar una “historia oficial” distinta a lo
que realmente ocurría en el país, se vio contrarrestada por el testimonio de cientos de personas que
fueron víctimas del gobierno de Augusto Pinochet, quienes rompiendo el silencio, relataron todas
las atrocidades que se consumaron en dicho período, deslegitimando al gobierno de aquel
entonces. Como vemos, no siempre la reescritura de la historia provoca la distorsión de la memoria
colectiva. Así queda claro en los ejemplos de resistencia que se observan en el Museo de la
Memoria y los Derechos Humanos, en el que se recuerda a las víctimas de la dictadura; o el intento
de ciertos historiadores por exponer lo verdaderamente acontecido a través de obras como el
Manifiesto de Historiadores, que tiene como principal objetivo, según sus autores, “evitar que
vuelva nuevamente a correr la sangre de chilenos por nuestras calles. Y también evitar que se
intente transformar en héroes a criminales”5.

A pesar de estos obstáculos, y por otro lado, la memoria resulta de gran provecho cuando es usada
en complementación con una diversidad de otras fuentes. Entregando una visión más cercana y

4
Enrique Florescano, La función social de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 2012, p.103.
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vivida de los acontecimientos, las fuentes históricas construidas a partir de la memoria enriquecen
el trabajo del historiador. Volviendo al estudio de la élite chilena realizado por la historiadora
Stabili, aparte de usar recuerdos de mujeres, el trabajo es complementado con cartas, fotografías,
notas y periódicos, que tratan sobre los acontecimientos que estudia la autora, pudiendo muchas
veces contrastar los testimonios de las personas, dando mayor sustento a sus recuerdos; de forma
que la complementación de la memoria con fuentes historiográficas resulta ser una gran ventaja
para el trabajo historiográfico.

Por último, y profundizando en las ventajas del uso de la memoria como elemento base en la
construcción de fuentes históricas, quisiera abordar la característica peculiar de ésta como una
“historia vivida”. Esto quiere decir que quienes han experimentado determinados acontecimientos
o vivido un proceso histórico son “portadores” genuinos de memoria, o sea, la historia vive y está
presente en la cotidianidad de dichas personas. La memoria es vida, en cuanto los recuerdos se
mantienen como legado, encarnados en los grupos vivientes que los sostienen. Esa cercanía y
experiencia real, concreta y cotidiana con los sucesos pretéritos constituye una valiosa herramienta
a la hora del trabajo historiográfico, pues otorga significatividad y realismo a la labor del
historiador. Por esta misma razón es que resulta triste constatar la vigencia de cierto “olvido”
generalizado y progresivo de los recuerdos y la memoria colectiva. Cuando esta “historia vivida”
entra en un olvido progresivo por parte de las personas o grupos, surge la necesidad de dejarla por
escrito, de archivarla, labor que generalmente efectúan los historiadores, y que como constata
Pierre Nora, vive un boom generalizado y potente6. Cuando se escribe o archiva para recordar, es
el momento en el cual la “historia vivida” pasa a convertirse en historia, ya que la memoria es un
lazo vivido en el presente y la historia, en cambio, es sólo una representación del pasado.

A lo anterior debemos sumar otro fenómeno de la era contemporánea, que implica también la
transformación de la memoria en historia, que es el surgimiento de los Estado-naciones, que
supone para los pueblos que viven en dicho territorio la imposición de un “pasado común,
fundando en ese origen remoto una identidad colectiva”7, que muchas veces no representa
adecuadamente, o decididamente está en contra de, las costumbres y tradiciones colectivas
instauradas y vividas por los grupos sociales. El Estado-nación tiende a homogeneizar la

6
Cfr. Pierre Nora, Pierre Nora en Les lieux de memoire, Santiago, LOM, 2008, p. 20-21.
7
Enrique Florescano, La función social de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 2012, p.22.

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diversidad cultural, someter la diversidad social de la nación a la unidad del Estado, y en ese
proceso suele soslayar a la memoria. Un ejemplo claro de esto, lo podemos encontrar en las
comunidades judías, que por cientos de años mantuvieron su historia vivida latente, en la
cotidianidad de sus vidas, en las dispersas comunidades de la diáspora en el mundo. No obstante,
al conformarse el Estado de Israel, en 1948, surge la necesidad de transformar la memoria en
historia, para darle un sentido al naciente país. En dicho proceso, las comunidades fueron
paulatinamente perdiendo parte de su memoria colectiva, aquello historia que era vivida a diario,
en sus tradiciones y costumbres, en la cotidianidad, como refugio de lo que significaba ser judío,
para no olvidar sus raíces. Cuando ya no es necesario mantener vivo ese recuerdo, porque se vive
en la certeza de un Estado judío, inevitablemente la memoria se fue apagando.

En conclusión, el historiador que utiliza la memoria como elemento base para construir fuentes
históricas se verá necesariamente inmerso en una serie de ventajas, que le facilitarán su labor, y a
la vez en una serie de desventajas, que le obstaculizarán el camino. Por lo mismo, el historiador
tendrá que valerse de todas sus virtudes para enfrentar dichos obstáculos y a la vez para saber
aprovechar el potencial de la memoria. De esto podemos concluir que la memoria puede significar
tanto un impulso enriquecedor en el trabajo de construcción de fuentes, como también una
“bomba” de contradicciones. Sin memoria no hay historia, ya que esta última surge del olvido de
la primera. Es por esto que la historia tiene, como ardua labor, entregar un sentido a nuestra vida
en sociedad, dotarnos de una identidad, revivir esa memoria perdida por el paso del tiempo y por
las grandes transformaciones y cambios de nuestro mundo actual. Esta tarea implica relacionarse
con pasados remotos, realidades distintas. El oficio historiográfico es “apertura a la compresión y
una disposición hacia el reconocimiento de lo extraño”8. La memoria nos permite, precisamente,
lograr aquello; nos ayuda a hacer presente una ausencia, logrando, de cierta forma, revivirla. La
historia necesita de la memoria, y ésta a su vez necesita de la historia.

8
Ibid. p. 28.

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