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Hace mucho tiempo, en el Reino de Utón, un dragón vivía en un castillo en ruinas.

Cada cierto tiempo, el monstruo abandonaba su


castillo y asolaba a los habitantes de Utón. Muchos intentaron derrotar al dragón, pero, sin excepción, todos perecían en sus
intentos.
Un día el Rey de Utón proclamo que entregaría la mano de su hija la Princesa Lena, y muchas riquezas a aquel hombre que se
enfrentara con el malvado dragón y lo derrotara para siempre.
Los habitantes de pueblo llevaron la noticia del ofrecimiento real a oídos de Kamil, un joven guerrero que vivía en las afuera del
reino. Tan pronto como Kamil se enteró, partió con su escudero, ambos ensillados en dos hermosos caballos, hasta el castillo
abandonado don vivía el dragón.
Al ver al guerrero, el dragón empezó a agitar sus inmensas alas para intentar asustar al joven y que se marchara de su castillo. Sin
embargo, el valeroso guerrero no se susto y le dio unas instrucciones a su escudero. A continuación, el escudero se subió a una torre
del catillo y empezó a dispararle flechas al dragón. Mientras su escudero hacia esto, Kamil retaba al dragón con su poderosa espada
y lucho contra él, en un combate mortal, hasta que lo pudo vencer, con la ayuda de su escudero.
Kamil fue ante el Rey de Uton y le presento una prueba de su victoria. Así, el joven obtuvo la mano de la Princesa y la paz regreso al
reino.

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Quizás el señor Rafael lo movía la soledad de la jubilación o, simplemente, la necesidad de tener a alguien con quien hablar por
teléfono. Como quiera que fuese, tenía la mitad de la ciudad llena de rótulos con ofertas falsas de empleo. Al principio los colocaba
él solo, luego su hijo menor lo empezó a ayudar en las madrugadas. Todas las semanas, por lo menos una persona lo llamaba para
preguntar por aquel puesto de cocinera o esta plaza de albañil. El abandonaba lo que hacía y se entregaba a la conversación,
extendiéndola tanto como fuera posible. Al final siempre desengañaba a los solicitantes diciendo que recién había dado el puesto a
alguien más. Luego se despedía con extensos agradecimientos, las únicas palabras ciertas de su farsa.
Cierto día, el hijo mayor de la familia ató un par de cabos y empezó a sospechar lo que hacía su padre y su hermano. Uno noche los
siguió y descubrió atónito la verdad. Desde entonces, también en secreto, se encargó de quitar los anuncios de su padre tan pronto
como este los colocaba.

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Hace mucho tiempo, en el Reino de Utón, un dragón vivía en un castillo en ruinas. Cada cierto tiempo, el monstruo abandonaba su
castillo y asolaba a los habitantes de Utón. Muchos intentaron derrotar al dragón, pero, sin excepción, todos perecían en sus
intentos.
Un día el Rey de Utón proclamo que entregaría la mano de su hija la Princesa Lena, y muchas riquezas a aquel hombre que se
enfrentara con el malvado dragón y lo derrotara para siempre.
Los habitantes de pueblo llevaron la noticia del ofrecimiento real a oídos de Kamil, un joven guerrero que vivía en las afuera del
reino. Tan pronto como Kamil se enteró, partió con su escudero, ambos ensillados en dos hermosos caballos, hasta el castillo
abandonado don vivía el dragón.
Al ver al guerrero, el dragón empezó a agitar sus inmensas alas para intentar asustar al joven y que se marchara de su castillo. Sin
embargo, el valeroso guerrero no se susto y le dio unas instrucciones a su escudero. A continuación, el escudero se subió a una torre
del catillo y empezó a dispararle flechas al dragón. Mientras su escudero hacia esto, Kamil retaba al dragón con su poderosa espada
y lucho contra él, en un combate mortal, hasta que lo pudo vencer, con la ayuda de su escudero.
Kamil fue ante el Rey de Uton y le presento una prueba de su victoria. Así, el joven obtuvo la mano de la Princesa y la paz regreso al
reino.
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Quizás el señor Rafael lo movía la soledad de la jubilación o, simplemente, la necesidad de tener a alguien con quien hablar por
teléfono. Como quiera que fuese, tenía la mitad de la ciudad llena de rótulos con ofertas falsas de empleo. Al principio los colocaba
él solo, luego su hijo menor lo empezó a ayudar en las madrugadas. Todas las semanas, por lo menos una persona lo llamaba para
preguntar por aquel puesto de cocinera o esta plaza de albañil. El abandonaba lo que hacía y se entregaba a la conversación,
extendiéndola tanto como fuera posible. Al final siempre desengañaba a los solicitantes diciendo que recién había dado el puesto a
alguien más. Luego se despedía con extensos agradecimientos, las únicas palabras ciertas de su farsa.
Cierto día, el hijo mayor de la familia ató un par de cabos y empezó a sospechar lo que hacía su padre y su hermano. Uno noche los
siguió y descubrió atónito la verdad. Desde entonces, también en secreto, se encargó de quitar los anuncios de su padre tan pronto
como este los colocaba.

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