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M1.

Fundamentos de la
Salud Mental Comunitaria
y Estrategias Comunitarias
U2. Estrategias Comunitarias
Tema 7. El concepto de Comunidad
Autoras: Mg. María Teresa Lodieu, Mg. Roxana Longo,
Esp. Mariela Nabergoi y Mg. María Belén Sopransi

Coordinador General: Dr. Emiliano Galende

Agosto 2012

Departamento de Salud Comunitaria


UNLa. Virtual / Universidad Nacional de Lanús
Universidad Nacional de Lanús

Rectora
Dra. Ana Jaramillo

Vicerrector
Mg. Nerio Neirotti

Director Departamento de Salud Comunitaria


Dr. Hugo Spinelli
© Universidad Nacional de Lanús
UNLa Virtual

Coordinadora Campus Virtual UNLa


Prof. Laura Virginia Garbarini

Curso Salud Mental Comunitaria


Coordinador General: Dr. Emiliano Galende
M1. U2. Tema 7. El concepto de Comunidad
Autoras: Mg. María Teresa Lodieu, Mg. Roxana Longo, Esp. Mariela Nabergoi y Mg. María Belén
Sopransi
Procesamiento Didáctico: Lic. Amelia Negri
Diseño Gráfico: Esp. Andrea Gergich

Agosto 2012
Índice Tema 7
Índice de íconos V

Unidad 2. Estrategias Comunitarias


Tema 7. El concepto de Comunidad 1

1. Territorio-comunidad y dimensión histórica 2


2. Los sentidos comunitarios y la cotidianeidad 5
2.1. Elementos que abarca el concepto comunidad 7
2.2. Elementos del concepto de comunidad sus y significados 8
2.3. Cuadro sobre los aspectos constitutivos del concepto de comunidad 8

3. Salud Mental y Comunidad 9


4. Procesos de participación social y Comunidad 9
5. La participación social en salud 12
6. Comunidad, participación y equipos de salud comunitaria 14
6.1. Estrategias comunitarias en salud 17

7. Comunidad e inclusión social 18


A modo de conclusión 19
Bibliografía 20

IV
Índice de íconos

Actividad

Foro


Lectura obligatoria

Lectura recomendada

Referencia externa

Referencia interna

Importante

Para reflexionar

V
El concepto de Comunidad 7
En esta nueva unidad desarrollaremos los siguientes contenidos:

El concepto de comunidad.
Participación social.
Inclusión social.

Pero antes de comenzar es importante señalar que existen diversas definiciones


que aluden a la comunidad y en cada una de ellas, podremos apreciar determina-
dos marcos teóricos y enfoques de trabajo, por lo cual, el concepto de comunidad
no es unívoco y lineal. Algunas conceptualizaciones se limitan a definir a la comu-
nidad como un ámbito meramente geográfico en el que habitan distintos sujetos.
Otras incluyen aspectos institucionales, organizacionales, culturales, identitarios,
simbólicos. Veamos algunas de ellas.

Según Sánchez Vidal,

“se podría definir a la Comunidad como un: Sistema o grupo social de raíz local,
diferenciable en el seno de la sociedad de que es parte en base a característi-
cas e intereses compartidos por sus miembros y subsistemas que incluyen:
Localidad geográfica –vecindad–, interdependencia e interacción psicosocial
estable y sentido de pertenecía a la comunidad e identificación con sus símbo-
los e instituciones.” (Sánchez Vidal, 1991: 84)

También Maritza Montero define un nivel de abordaje posible, al concebir la comu-


nidad como:

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“un grupo social dinámico, histórico y culturalmente constituido y desarrollado,


[…] que comparte intereses, objetivos, necesidades y problemas, en un espa-
cio y un tiempo determinado y que genera colectivamente una identidad, así
como formas organizativas, desarrolladas y empleando recursos para lograr sus
fines.” (Montero, 1998: 212)

Es decir que, como bien da cuenta esta breve introducción, para una adecuada
comprensión del tema será necesario tener presente este carácter complejo que
reviste la definición de comunidad.

1. Territorio-comunidad y dimensión histórica

Si bien el concepto de comunidad resulta importante, creemos fundamental poner-


lo en tensión constante con el concepto de territorio. El territorio no es un nicho,
un espacio cerrado y defendido celosamente, que posee un acceso restringido y
en el que conviven personas con una misma identidad, operación de homogeniza-
ción que impide la praxis en un espacio polifónico.

Al operar como un sistema complejo constituido por múltiples niveles jerárquicos,


procesos y movimientos, el concepto de territorio permite visibilizar, estudiar y ana-
lizar las dimensiones de inequidad y opresión –de clase, de género, étnicas y otras–
constituyéndose en una vía para integrar acciones de disminución de riesgos, pre-
vención y promoción de salud colectiva.

Esta manera de pensar a la comunidad, rescata la dimensión histórica, la cons-


trucción y producción colectiva de lazos sociales identitarios. Alude a la comunidad
como una instancia activa, como campo de acción en el que intervienen diversos
aspectos. En este sentido, en toda comunidad circulan producciones ideológicas
que trascienden al grupo mismo con el que estamos trabajando y lo sitúan en un
determinado contexto y período histórico. La dimensión histórica nos permite
reconstruir el camino ya recorrido.

Tomar en cuenta la dimensión histórica es funda-


mental para conocer con mayor profundidad a la
comunidad, rescatar los valores, aportes, así
como también los errores de experiencias ante-
riores para no volverlos a repetir. En otras pala-
bras, para fortalecer las actuales prácticas
reflexionando en qué contexto histórico se reali-
zan.

En la historia de la comunidad están presentes


las etapas, los procesos, las vivencias y eventos
  diversos que mantienen una relación continua

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UNLa. VIRTUAL / SALUD MENTAL COMUNITARIA / M1. U2. TEMA 7. EL CONCEPTO DE COMUNIDAD

con el presente. Se hace necesario entender a la historia de una manera crítica,


rescatando recursos y conocimientos que pertenecen a la comunidad, ya que ella
los ha generado y les pertenece (Montero, 1994).

La dimensión histórica permite


comprender los orígenes y las trans-
formaciones que se producen en la
comunidad, como también favorece
la recuperación y consolidación de
la memoria social, fortaleciendo a
su vez, la identidad y la pertenencia
de los sujetos. La historia y la comu-
nidad deben ser analizadas como
  instancias dinámicas en permanen-
Esta imagen y otras similares que se presentan te transformación.1
en este material corresponden a cuadros de la
artista Florencia Vespignani.1 Recuperar la historia y la memoria de
la comunidad es un aspecto esencial
para fortalecer la identidad colectiva de los habitantes de un barrio, de un grupo o
colectivo. Permite aprender de las experiencias pasadas, de sus límites, enrique-
ciendo así las prácticas actuales y futuras.

En relación a la historia y a la memoria es interesante conocer y reflexionar sobre


un movimiento comunitario particular que creció, se fue reproduciendo y extendien-
do hacia distintas localidades del país: el Teatro Comunitario.

Una temática central de los distintos grupos de teatro comunitario fue la recupera-
ción y la reconstrucción de la historia de los distintos lugares en donde surgían estos
grupos, tal el caso del Grupo de Teatro Catalinas Sur, dirigido por Adhemar Bianchi.
En él participaban numerosos vecinos del barrio de la Boca en la Ciudad de Bue-
nos Aires, que con la obra “Venimos de muy lejos” recuperaban la historia de los
inmigrantes que se asentaron en ese lugar. Este grupo incluía a personas de distin-
tas edades. También realizaron una obra: “El Fulgor Argentino” que relataba dis-
tintos acontecimientos históricos de nuestro país.

En otros lugares, la temática se centró en acontecimientos históricos o políticos rele-


vantes sucedidos en la localidad en donde se asentaba el grupo comunitario teatral.

1. Las imágenes que se utilizan en este material corresponden a cuadros de la artista


Florencia Vespignani –integrante del Frente Popular Darío Santillán– incluidas en su blog
Florencia Pinta y recopilados por primera vez en el libro Gráfica Política de Editorial El
Colectivo. Según el diario Página 12 estos trabajos son “un testimonio de una época recien-
te, pero también de un modo de entender el arte y su relación con la política” (Suplemento
Las 12, del 21 de agosto de 2009)

http://www.florpinta.blogspot.com.ar/ http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/
las12/13-5122-2009-08-21.html

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Es importante remarcar que esta explosión de fenómenos comunitarios, en donde


no solo es posible encontrar el teatro sino también murgas, teatro callejero, surge
luego de la Dictadura cívico militar. Reconstruir lazos sociales, poder ganar la calle,
poder crear y expresarse libremente, luego del miedo y el terror vivido por muchos
de los integrantes del país, explica en parte esta eclosión de procesos creativos
comunitarios.

En relación a problemáticas específicas, quisiéramos mencionar brevemente dos expe-


riencias que ampliaremos en el material correspondiente al tema final de este curso.

1. La labor teatral desarrollada en distintos centros asistenciales de Salud


Mental ha sido muy relevante en nuestro país. A nivel de ejemplo de esta
propuesta señalamos al Frente de Artistas del Borda, grupo dirigido por
Alberto Fava.
2. Más tarde surgirá el Teatro por la Identidad que a diferencia de los teatros
comunitarios de comunidades localizadas territorialmente en barrios o de
localidades urbanas, atañe a problemáticas que afectaron a toda la comu-
nidad argentina.

En los siguientes sitios se puede encontrar información ampliada sobre estas expe-
riencias:

 
http://www.frentedeartistas.com.ar/contexto/index.php

 
http://teatrocomunitario.com.ar/index.php?option=com_k2&view=item&id=30:los-guar-
dapalabras-de-la-estaci%C3%B3n-catamarca&Itemid=77

“Grupo de Teatro Catalinas Sur. Una experiencia comunitaria de la capacidad


colectiva de creación”, en http://www.cancerteam.com.ar/bcom12.html

http://juntahistorialaboca.blogspot.com.ar/2011/09/catalinas-sur-el-grupo-de-teatro-que.html

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2. Los sentidos comunitarios y la cotidianeidad

El hecho de rescatar el proceso histórico de la comunidad nos permite visualizar,


cómo se inscriben determinadas prácticas y representaciones sociales, qué prác-
ticas se llevan a cabo en cierto momento y cómo se van produciendo modificacio-
nes en ellas; entendiendo que todo acto, todo proceso de interacción entre las per-
sonas, implica no solo relaciones sociales que se dan en un momento histórico,
sino un proceso de construcción y al mismo tiempo de disputa de sentidos (Grim-
berg, 2003).

Maritza Montero considera que:

“una comunidad es un grupo en constante transformación y evolución (su tama-


ño puede variar), que en su relación genera un sentido de pertenencia e iden-
tidad social, tomando sus integrantes conciencia de sí como grupo, y fortale-
ciéndose como unidad y potencialidad social.” (Montero, 2004: 207)

La reciprocidad, el encuentro entre personas, la intersubjetividad son elementos


considerados en la conceptualización de la comunidad.

“La comunidad implica una situación de intersubjetividad en la cual se com-


parte: un mismo campo de experiencia, una compresión compartida de aque-
lla experiencia, un juicio hecho que es común a todos y en el cual se afirma
que aquella comprensión compartida es verdadera, un juicio acerca de los valo-
res que es común a todos.” (Lo Biondo, 1999: 296)

En este sentido, es importante tener en cuenta también los sentimientos, sueños


y fortalezas que la comunidad posee. Cuando los sujetos que están inmersos en
determinada comunidad tienen la posibilidad de rescatar, poner en palabras y
tomar conciencia de estos aspectos, los mismos enriquecen el sentido de perte-
nencia, autoestima, y fortalecimiento y pueden incidir positivamente en lograr un
protagonismo y una participación real por parte de la comunidad.

Sánchez Vidal (2001) señala que “el sentido de comunidad” tiene un núcleo
importante en torno a la interacción social entre sus miembros, que se comple-
menta con “la percepción de arraigo territorial” y con un sentido general de
“mutualidad e interdependencia”.

Es substancial estudiar y analizar la vida cotidiana, lo local, lo territorial, lo grupal


y lo personal que incide más sobre lo específico y lo propio, que sobre la genera-
lidad, pues se intenta recuperar la diversidad y riqueza de las comunidades, las
cuales son poseedoras de aprendizajes sociales, que sin negar las influencias glo-
bales, conducen a observar las especificidades locales, pues es allí donde se con-
centra y mantiene la diversidad de lo cualitativo (Palma, 1984).

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Reguillo (2000) postula que la vida cotidiana se constituye en un lugar estratégi-


co para pensar la sociedad en su compleja pluralidad de símbolos y de interaccio-
nes, ya que se trata del espacio donde se encuentran las prácticas, las significa-
ciones y las estructuras, del escenario de la reproducción y simultáneamente, de
la innovación social.

Bauman nos muestra otra cara de la comunidad, comunidades producto de las


desigualdades extremas que el sistema capitalista propicia, en el cual la frase –ya
mencionada en un tema anterior– grafica esta cruel realidad: “La caricatura del día
coloca las manos vacías junto a los ojos colmados con imágenes del mundo”
(Hopenhayn, 1998: 17). Esos objetos-fetiches paradigmas de la felicidad en el
mundo globalizado, al alcance mediático de todos pero inaccesibles para muchos,
situación que en parte explica la violencia de quienes intentan reducir las brechas
de inequidad. Unos ejercen violencia física, se apropian de bienes de aquellos que
cada vez más, ostentándolos y buscando seguridad, se encierran en lo que Bau-
man denomina los nuevos ghettos, la nueva comunidad.

“La seguridad del barrio concebida en función de los vigilantes armados […] la
equiparación de las áreas públicas a enclaves defendibles con acceso selectivo;
la separación en lugar de la negociación de la vida en común; la criminalización
de la diferencia residual: esas son las principales dimensiones de la actual evo-
lución de la vida urbana. Y la nueva noción de comunidad se configura en el
marco de esa evolución.” (Bauman, 2005: 136)

Habíamos mencionado al comienzo de este texto, la relación comunidad-territorio,


pensando desde nuestra perspectiva en un territorio polifónico, Bauman nos pre-
senta otra cara:

“Quizás la comunidad, la comunidad físicamente tangible, ‘material’, una comu-


nidad encarnada en un territorio habitado por sus miembros y por nadie más
–nadie que ‘no pertenezca’ a ella–, provea el sentimiento de ‘seguridad’ que el
mundo globalizado, en sentido amplio, evidentemente conspira por destruir.”
(ibíd. 134)

Ese territorio cerrado, amurallado y defendido por servicios de seguridad, lugar en


donde todos se conocen y se dan lazos mutuos de buena voluntad, implica la
dación de seguridad a cambio de un valor individual, como la libertad (ibíd.).

Sería interesante debatir las razones por las cuales el “mundo globalizado” “cons-
pira por destruir” “el sentimiento de seguridad”. Nos podría ayudar a trabajar en
el campo de la Salud Mental Comunitaria, develando estas cuestiones que destru-
yen lazos solidarios y afectan al bienestar social. Podríamos considerar, tomando
algunas palabras de Bauman, que el sentimiento de inseguridad, dificulta la bús-
queda de recursos para una verdadera vida comunitaria:

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UNLa. VIRTUAL / SALUD MENTAL COMUNITARIA / M1. U2. TEMA 7. EL CONCEPTO DE COMUNIDAD

“En la cultura pública lo que se encuentra es la política del miedo cotidiano. El


espectro de las calles inseguras […] mantienen a la gente lejos de los espacios
públicos y les disuade de buscar el arte y las habilidades que se requieren para
participar en la vida pública.” (ibíd.: 136)

Sin embargo el deseo por una comunidad protectora, cálida y acogedora no deja
de estar presente:

“Nada permanece lo bastante como para adaptarse a ello, para familiarizarse


y convertirlo en el envoltorio acogedor, seguro y confortable que las identidades
hambrientas de comunidad y sedientas de hogar han buscado y esperado
encontrar (op. cit. 57). […] La incertidumbre, los temores en relación al futu-
ro, el entorno social en perpetuo cambio, en donde las reglas cambian a mitad
de camino, no une a los que sufren, los separa y aísla”. (op. cit. 59)

Reflexionar y analizar sobre los sentidos y significados que se construyen acerca


de la comunidad, nos permite apreciar los saberes construidos, los desacuerdos,
desencuentros, las tensiones sociales, y confrontarlos con la realidad que vivimos
en nuestras prácticas como profesionales y/o equipos comunitarios de salud. En
esta línea, Bourdieu sostiene que:

“[…] es necesario someter las operaciones de la práctica […] a la polémica de


la razón epistemológica, para definir, y si es posible inculcar, una actitud de
vigilancia que encuentre en el completo conocimiento del error y de los meca-
nismos que lo engendran uno de los medios para superarlo.” (Bourdieu, 2001;
14).

El trabajo en comunidad constituye un proceso de constantes aprendizajes y des-


aprendizajes, de interrelación entre teoría y práctica. Proceso que conlleva a la
reflexión crítica de nuestro marco teórico, al estar atentos/as y conjugar nuestras
prácticas con la reflexión que inevitablemente se necesita para la deconstrucción
y análisis de las experiencias comunitarias de los participantes.

2.1. Elementos que abarca el concepto comunidad

Relaciones y Espacio geográfico Vida Cotidiana


lazos comunes compartido
–territorialidad–

Interacción social Identidad


Historia

Sentido de Innovación
Reproducción social Participación Social
Pertenencia

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2.2. Elementos del concepto de comunidad sus y significados

ELEMENTOS SIGNIFICADOS
Pertenencia Sentirse “parte de”, “Perteneciente a” o
“identificado con”
Interrelación La existencia de contacto o comunicación entre sus
miembros y mutua influencia.
Cultura Común La existencia de significados compartidos.

2.3. Cuadro sobre los aspectos constitutivos del concepto de


comunidad

Montero (2004), apoyándose en la conceptualización de diferentes autores, pre-


senta un cuadro en el que resume los componentes básicos de concepto de comu-
nidad. En primer término señala tres elementos comunes, compartidos:
1. Historia,
2. Cultura,
3. Intereses, necesidades, problemas, expectativas, socialmente construidos
por los miembros del grupo.
Y luego agrega:

Aspectos comunes, compartidos:


- Un espacio y un tiempo (Montero, 1998a; Chasis y Wandersman, 1990).
- Relaciones sociales habituales, frecuentes, muchas veces cara a cara
(Montero, 1998a; Sánchez, 2000).
- Interinfluencia entre individuos y entre el colectivo y los individuos
(McMillan y Chavis, 1986).
- Una identidad social construida a partir de los aspectos anteriores.
- Sentido de pertenencia a la comunidad.
- Desarrollo de un sentido de comunidad derivado de todo lo anterior.
- Un nivel de integración mucho más concreto que el de otras formas
colectivas de organización social, tales como la clase social, la etnia, la
religión o la nación (Montero 1998a).
- Vinculación emocional compartida (McMillan y Chavis, 1986; León y
Montenegro, 1993).
- Formas de poder producidas dentro del ámbito de relaciones comparti-
das (Chasis y Wandersman, 1990).
- Límites borrosos.
Fuente: Montero, 2004: 96
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3. Salud Mental y Comunidad

En relación al tratamiento de las personas con “trastorno mental” y referido a las


propuestas de reforma del sistema psiquiátrico clásico o asilar, Sara Ardila y Emi-
liano Galende (2011) consideran que:

“Salud Mental en la Comunidad es un proyecto en construcción. Es un giro de


la atención psiquiátrica en tres dimensiones:
a) pasar de la hospitalización psiquiátrica asilar a servicios próximos a la
comunidad y al territorio de vida del paciente, esto es lo que denominamos
servicios comunitarios.
b) pasar de una práctica de prescripción basada en la autoridad del profesio-
nal a una consideración del sujeto en toda su dimensión y complejidad,
esto hace a una ética en las prácticas comunitarias de salud mental. […] El
paciente debe ser tratado como un semejante, respetando su dignidad y
reconociendo sus derechos.
c) pasar de un enfermo como sujeto pasivo de su tratamiento a un sujeto
activo, partícipe y protagonista de su tratamiento, lo cual además de contar
con su consentimiento informado para toda decisión de tratamiento se trata
de incluir a su familia, y en lo posible a miembros significativos de su comu-
nidad, en el proceso de atención.” (Ardila y Galende, 2011: 47)

4. Procesos de participación social y Comunidad

Retomando la conceptualización que realizamos en el Tema 3. Construcción del


campo de la Salud Mental Comunitaria, en lo referido a la Psicología Social
Comunitaria, desde la PSC se enfatiza en la participación y en la autogestión como
fórmulas para incentivar la autonomía en las comunidades, lo que implica recono-
cer que ellas poseen los medios para obtener los recursos que necesitan, así como
respetar el saber que han acumulado. Estos conceptos condicionan una visión que
reivindica la diversidad cultural y que pueden guiarnos hacia una perspectiva esti-
mulante (Sánchez, Wiesenfeld y López Blanco, 1998).

Desde esta perspectiva también es necesario un reconocimiento de la capacidad


que tiene potencialmente toda comunidad para auto-repararse y auto-organizarse,
de manera que en lugar de crear una dependencia, con los técnicos y profesio-
nales se debe buscar el desarrollo o fortalecimiento de su auto-estima y auto-con-
fianza, así como la potenciación de sus mecanismos de auto-superación (Wilches-
Chaux, 2008, Srikantia y Fry, 2000, Cendales, 1998, Galtung, 1980 y Friere,
1972, en Contreras Arias).

La participación social ha sido y es un concepto que adquirió una gran importan-


cia dentro de los campos de la salud, la educación, etcétera. Este concepto se
caracteriza por haber generado propuestas muy diversas y heterogéneas.

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UNLa. VIRTUAL / SALUD MENTAL COMUNITARIA / M1. U2. TEMA 7. EL CONCEPTO DE COMUNIDAD

Un autor que ha trabajado mucho sobre el concepto de participación social ras-


treando sus diferentes perspectivas en distintos momentos históricos y relacionán-
dolo con las teorías socioculturales hegemónicas, ha sido Eduardo Ménendez. Nos
vamos a referir a continuación a su artículo “Participación social en salud como
realidad técnica y como imaginario social” (Menéndez, 1998a: 8-22).

En los años ‘60 primó en los procesos de participación social el rescate de la dife-
rencia y particularidades de los grupos –grupos unidos por un rasgo diferencial:
cuestiones culturales, ideológicas, étnicas, identidades estigmatizadas–. Estos gru-
pos presentaban formas de vida particulares y muchos de ellos expresaban pro-
puestas contrahegemónicas importantes.

A nivel de las corrientes teóricas, el estructuralismo tuvo un peso significativo. Inclu-


so Menéndez ubica a Michel Foucault en esta corriente, en relación a la determi-
nación de la estructura sobre el sujeto. Para las corrientes estructuralistas la par-
ticipación social es un instrumento al servicio de la reproducción del sistema domi-
nante.

Por otro lado, en las décadas de los ‘60 y los ’70, la corriente institucionalista ana-
liza los micropoderes que se establecen en las distintas instituciones y cómo éstas
reproducen ciertas formas de dominación, a través de diversas prácticas que en
muchos casos eran cuestionadas y hasta incluso despreciadas. Pero algunos ven
a la participación social como un factor importante para oponerse a lo ya instituido
y se intenta demostrar cómo los sectores más pobres económicamente o desfavo-
recidos en sus derechos humanos, eran más susceptibles de quedar por fuera de
determinadas decisiones o estaban limitados en el ejercicio del poder y de la corres-
pondiente participación.

El concepto de participación social supone cuestionar aquello que estaba natura-


lizado y se encontraba jerarquizado y controlado no por la comunidad, sino por
alguien ajeno a la misma y que en muchos casos respondía a intereses, incluso
antagónicos a la comunidad, colectivo o grupo. Por ello, la participación social
cuestionaba y denunciaba los aspectos negativos de las sociedades capitalistas y
cómo determinadas instituciones, escuelas, hospitales, familias, y los roles que se
daban dentro de las mismas, reproducían y perpetuaban determinados aspectos
afines a la cultura dominante encarnada por el capitalismo.

“La PS supone cuestionar lo dado, oponerse a lo institucionalizado […] la inclu-


sión participativa supondría cuestionar la manipulación y la coaptación. La PS
posibilitaría el desarrollo de la autonomía nivel de sujeto y de grupo […] Desde
un perspectiva política la PS supondría un ejercicio constante de l democrati-
zación, o como se dijo más tarde de ciudadanía […] la PS aparecía como un
mecanismo de transformación social y del propio sujeto, la actividad participa-
tiva reduciría el papel de la estructura.” (ibíd..:9)

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UNLa. VIRTUAL / SALUD MENTAL COMUNITARIA / M1. U2. TEMA 7. EL CONCEPTO DE COMUNIDAD

Podemos decir, que el concepto de participación social acarreó y continúa aca-


rreando la dificultad de ciertos marcos teóricos que se centraron en la estructura
negando al sujeto o de aquellos teóricos que se centraron sólo en un sujeto trans-
formador, poniendo el énfasis exclusivamente en el sujeto. Al decir de Menéndez:

“En consecuencia uno de los problemas a resolver tanto en dicho período como
en la actualidad, es qué se entiende por sujeto y qué por estructura y la rela-
ción entre ambos.” (ibíd.: 9)

En los años `70 y `90 se produce una de crisis en la participación, se debe señalar
que fundamentalmente, en esos años América Latina se encontraba subsumida
bajo gobiernos dictatoriales, sumamente represivos, los cuales repercutieron en la
participación social y en su continuidad, discontinuidad y heterogeneidad.

Durante la década de los ‘90, todo un marco de autores y corrientes que defien-
den y responden a los intereses neoliberales, utilizan el concepto de participación
social, pero haciendo hincapié en el individuo, en la responsabilidad de éste y con-
validan la posible ausencia o desresponsabilización por parte del Estado, colocan-
do el eje en la sociedad civil.

La participación social está ligada a procesos de transformación socio-política, a


formas de organización social, al diseño de políticas públicas e implementación de
programas sociales. Según sea quien la defina y con qué objetivos será empleada,
asume diferentes características, diversos nombres, según tendencias y movimien-
tos políticos (Zaldúa, Sopransi, y Veloso, 2010).

Encontramos también otras concepciones sobre la participación social. Algunas se


nuclearon en torno al papel de la participación social, rescatando el saber popular,
pero la mayoría estancadas en aspectos microgrupales, y la participación social no
se reducía, sino a la supervivencia del grupo o microgrupo.

Por otro lado, se ubicaban aquellos


que pensaban la participación social
sólo desde la óptica de clases socia-
les dejando de lado su especificidad
étnica, religiosa, etaria, de género,
etcétera.
 
http://www.ensantelmo.com.ar/
Sociedad/Participacion/Asociaciones/
La discusión teórica acerca de: a
crecenasambleas.htm
qué llamar participación social y
cuáles son sus objetivos y sentidos,
es muy amplia. Abarca desde fenó-
menos microgrupales a masivos, en este caso, los recitales. Nuestra perspectiva
focaliza a la participación social como derecho propiciador de procesos democráti-
cos y de garantía y defensa de derechos ciudadanos.

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UNLa. VIRTUAL / SALUD MENTAL COMUNITARIA / M1. U2. TEMA 7. EL CONCEPTO DE COMUNIDAD

5. La participación social en salud

En lo relacionado al proceso de salud-enfermedad-atención, el concepto de parti-


cipación social tuvo y tiene diversas consonancias técnicas y sobre todo políticas-
ideológicas, lo cual implica diferentes concepciones y prácticas enmarcadas en lo
que sería la participación social.

El concepto de participación social en salud está cargado de presupuestos ideoló-


gicos-técnicos generalmente no explicitados, que sin embargo orientan su uso. Al
igual que otros conceptos, la PS ha sido producida y aplicada por las Ciencias
Sociales y posteriormente apropiada por las Ciencias de la Salud sin un análisis
crítico del proceso de producción y aplicación previa, generando una distorsión en
su significado (Menéndez, 1998b).

Con relación al proceso salud-enfermedad-atención, Eduardo Menéndez sostiene


que:

“El proceso salud/ enfermedad/ atención así como sus significaciones, se ha


desarrollado dentro de un proceso histórico en el cual se construyen las cau-
sales específicas de los padecimientos, las formas de atención y los sistemas
ideológicos –significados– respecto de los mismos. Este proceso histórico está
caracterizado por las relaciones de hegemonía/subalternidad que opera entre
los sectores sociales que entran en relación en una sociedad determinada,
incluidos sus saberes técnicos.” (Menéndez, 1994: 72)

A partir de la conferencia de Alma Ata la participación social ha sido considerada


como una de las actividades básicas de las políticas de atención primaria de la
salud. Los organismos internacionales (OPS) consideran que campañas de vacu-
nación, la formación de agentes de salud, los comités de salud o la constitución de
sistemas locales de salud (SILOS) constituyen fenómenos de participación social.
Para Menéndez estas actividades “no constituyen expresiones sustantivas de PS”
(op.cit 1998a:13) son solo un medio, un instrumento para la realización de obje-
tivos que si bien apuntan a problemáticas de salud, no implican una verdadera
participación social-comunitaria.

Menéndez consigna que algunos integrantes o consultores de la OPS proponían


procesos de participación social que implicaban políticas que rebalsaban el marco
de la salud, en la medida que significaban ejercicio del poder, fortalecimiento de
la sociedad civil, democratización y que podrían conducir a la “reapropiación por
la población, del conjunto de las instituciones que regulan la vida social y de los
servicios que prestan” (Paganini y Rice s/f y OPS 1994, citados por Menéndez,
1998a: 15). El problema, afirma Menéndez, es saber si realmente esta propues-
ta se lleva a cabo en los medios sanitarios de América Latina.

En lo que refiere al proceso salud-enfermedad-atención y la participación social,


nos encontramos con una participación social referida específicamente al nivel

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UNLa. VIRTUAL / SALUD MENTAL COMUNITARIA / M1. U2. TEMA 7. EL CONCEPTO DE COMUNIDAD

local. Un factor de crítica es aquel que sostiene que si bien existe la participación
social en el proceso salud-enfermedad-atención, la misma solo apunta a niveles
de acción locales dejando por fuera aquellos problemas que se relacionan con un
nivel más general o macro.

Esto pone en evidencia que existen distintas posturas en relación a la participación


social. Una de ellas apuntaría y focalizaría la participación en lo local e inmediato,
sin cuestionar aspectos macrosociales que pudieran repercutir en el proceso salud-
enfermedad-atención y en la vida cotidiana de los diferentes actores. Y por otro
lado, se presenta la mirada que propone una participación social en relación con
el proceso salud-enfermedad-atención que insta a una transformación social desde
lo local. Así cómo también hay quienes ven en la participación social un medio
para que los/as actores o la comunidad desde lo local, desarrolle cierta autonomía
y resuelva sus problemas. Y otros que ven a la participación social como un factor
importante, no solo para expresar sus problemas, sus necesidades y tratar de solu-
cionarlos, sino también como un factor de desarrollo de contrahegemonía.

Desde nuestro punto de vista, el


proceso salud-enfermedad-aten-
ción abarca tanto aspectos cotidia-
nos como estructurales.

Los aspectos cotidianos están atra-


vesados por los estructurales y vice-
versa. Un camino posible sería
aquel en el cual, comunidad y pro-
fesional o agente externo, solucio-
naran los problemas cotidianos, pero teniendo conciencia de cómo los mismos
están relacionados con los estructurales. Y en ese mismo proceso, ir analizando y
profundizando sobre la existencia de las diversas causas para que colectivamente
se vayan creando desde prácticas concretas alternativas que presionen y modifi-
quen, aquello que va más allá de lo inmediato o cotidiano.

La participación de las poblaciones, colectivos y grupos en la evaluación de sus


condiciones de vida y de salud, permite la construcción de indicadores más sen-
sibles, que pueden ser una vía importante para apreciar más ajustadamente los
cambios que se operan en la situación de salud (Castellanos, 1994).

Por otro lado, motoriza los procesos de transformación de las condiciones de vida
por parte de los miembros de la comunidad y puede constituirse en la base de la
continuidad de la participación a través del tiempo (Montero, 1994), que apunte
a procesos que promueven lo que se denomina participación real.

La participación real supone un proceso de aprendizaje, un proceso de ruptura de


prácticas sociales aprendidas que obstaculizan la participación, como la verticali-
dad, la no dialogicidad, el clientelismo. La participación real implica modificacio-

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nes en las estructuras de poder, caracterizadas por la concentración de las deci-


siones en manos de unos pocos. La real participación tiene lugar cuando los y las
sujetos influyen efectivamente sobre todos los procesos de la vida institucional,
social, personal y política, y sobre la naturaleza de sus decisiones (Sirvent, 1998).

Este proceso de participación tiende


a transformar a los colectivos, gru-
pos y/o comunidades cuando se ini-
cia un proceso de conocimiento de
la propia realidad que desnaturaliza
la visión, muchas veces desesperan-
zada, en torno a las posibilidades de
transformación. Tener en cuenta
estos aspectos favorece el proceso
de participación colectiva, ya que
desde el rastreo de información y
  acercamiento a la comunidad se
tiene que estar atento/a a que la
misma esté interesada, comprometida y dispuesta a trabajar en el proceso que
conjuntamente se va a iniciar.

Para este logro necesitamos la activa participación de la comunidad. Abrir el juego


a la participación posibilita que la comunidad se implique en sus problemáticas y
necesidades, y busque colectivamente estrategias para solucionarlas. La partici-
pación trae beneficios a la comunidad y también a cada persona que se involucra
con un colectivo para transformar determinada situación. Los beneficios pueden
ser económicos, culturales, políticos, sociales y subjetivos.

6. Comunidad, participación y equipos de salud comunitaria

La participación es un proceso y en este sentido tenemos que ser cuidadosos/as


y respetuosos/as de la comunidad. Tampoco se trata de imponer la participación,
sino que la misma debe ser sentida como necesaria por parte de la comunidad.
Nosotros podemos ayudar, más aún facilitar este proceso, nunca obligar, ni impo-
nerlo. El respeto a los tiempos y procesos comunitarios es fundamental cuando
trabajamos con la comunidad. Como sostiene Euclides Sánchez:

“La participación no es, entonces algo de carácter universal, sino una construc-
ción social múltiple, sujeta a valores, circunstancias contextuales que surgen
en un determinado momento.” (Sánchez, 2000: 41)

Esto no es fácil. También requiere de la experiencia y compromiso del Equipo de


Salud Comunitaria. Todo proceso de trabajo comunitario requiere responsabilidad,
coherencia, es decir, amor por la práctica que se realiza. Trabajar con la comuni-
dad y escucharla es tener en cuenta sus necesidades, sus deseos y sus sueños,

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ya que estos aspectos son el motor de toda la acción colectiva que emprendere-
mos en el trabajo con la comunidad.

En relación a las necesidades humanas tenemos que considerar los múltiples


aspectos y dimensiones que éstas implican, por lo tanto debemos analizar y visua-
lizar las necesidades específicas que tiene la comunidad con la que trabajamos.
No podemos generalizar necesidades, éstas estarán relacionadas con el contexto
histórico-social en el que se asienta la comunidad. Las necesidades se presentan
no solo desde su carencia, sino también como potencialidades que poseen los
sujetos. Es imprescindible comprenderlas no únicamente como carencia que con-
lleva a remitirlas al plano de lo fisiológico, que es donde la necesidad asume con
mayor fuerza y claridad la sensación de “falta de algo”. Debemos entender que las
necesidades también movilizan, comprometen y motivan a los sujetos y a la comu-
nidad a la búsqueda de situaciones y relaciones más confortantes y liberadoras
(Max Neef, 1993).

Para ello se tiene que rescatar desde un principio, la importancia de generar espa-
cios de diálogos y reflexión sobre las distintas situaciones que viven cotidianamen-
te los sujetos, buscando que dichos espacios sean utilizados para la reflexión y la
generación de distintas estrategias en las que los protagonistas –la comunidad– se
reconozcan, se asuman y se revaloricen como actores que a través de sus prácti-
cas y conocimientos, pueden generar cambios y acciones transformadoras.

Coincidimos con José Luis Rebellato (1998: 23) cuando sostiene que:

“[…] la actitud de diálogo, el desarrollo del diálogo supone valores éticos fuer-
tes. Supone que creo en la dignidad de las otras personas, que voy a avanzar
en lo dialógico sin coaccionar –el diálogo excluye la coacción–. Además estoy
dispuesto a problematizar mis propios valores y mis propias posturas, supone
una actitud de reconocimiento, en el diálogo con el otro voy a descubrir la nove-
dad de valores”.

Desde este punto de vista la premi-


sa fundamental del trabajo de los
Equipos de Salud Comunitaria es
colaborar en la generación de un
verdadero protagonismo de la
comunidad, para que de esta
manera la misma se fortalezca y
asuma un papel activo que tras-
  cienda el proceso de trabajo del
equipo de salud con la comunidad
y permita la autonomía y la fortaleza de la comunidad.

El trabajo colectivo debe hacerse entre todos/as. Cada participante debe ser parte
interesada. Cada participante debe sentirse parte interesada. Nadie puede ser

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excluido. El trabajo comunitario no puede ser paternalista o maternalista, no debe


caer en la dependencia del trabajador de Salud Mental Comunitaria. La comuni-
dad tiene que participar de todo el proceso, tiene que sentirse sujeto del proceso.
El trabajo realizado tiene que tender al fortalecimiento de la comunidad. El forta-
lecimiento tendrá que responder al desarrollo conjunto de la comunidad en sus
capacidades y recursos acentuando en dimensiones tales como el compromiso, la
conciencia y la criticidad para lograr la transformación de su entorno según sus
necesidades y aspiraciones, transformándose al mismo tiempo a sí mismos (Mon-
tero, 2003).

Éste es un trabajo que exhorta rigurosidad, que requiere que los Equipos de Salud
puedan partir de los problemas y las preguntas que se hace la comunidad porque
tiene confianza en las potencialidades; y a la capacidad para enfrentarse a la con-
tradicción (Urbilla, 2000).

Resulta imprescindible y enriquecedor producir un verdadero diálogo entre distin-


tos saberes, rescatar el saber acumulado por la experiencia de la misma comuni-
dad e intercambiar con el saber que porta el Equipo de Salud. Reconociendo la
importancia que estos tienen para la innovación de

“Asumir una nueva perspectiva no supone, obviamente, echar por la borda


todos nuestros conocimientos; lo que supone es su relativización y su revisión
crítica desde la perspectiva de las mayorías populares.” (Martín Baró, 1989:
289)

Cuando trabajamos con la comunidad debemos contextualizarla; reconstituir la


trama general de relaciones sociales, culturales, generacionales, de géneros pre-
sentes que invita a pensar desde la complejidad. En este sentido, entendemos que
la perspectiva de la complejidad generó un nuevo espacio que abre la necesidad
de superar los paradigmas rígidos, cerrados para intentar construir “nuevas figuras
del pensar” y del intervenir científicamente (Najmanovich, 2005: 21).

Esta posición propone procesos y abordajes contextualizados, interroga los actos


técnicos y promueve la apropiación de saberes y prácticas potenciadoras de auto-
nomías creadoras, facilitando la identificación y transformación de situaciones de
marginación, dependencia y sufrimiento (Zaldúa, 2000).

Conocer a la comunidad nos permite generar estrategias más efectivas para garan-
tizar la apropiación del proyecto que conjuntamente se realizara.

Si bien la frase que incluimos a continuación refiere a la Psicología Social Comunitaria,


es absolutamente pertinente para el campo de la Salud Mental Comunitaria:

“La Psicología Social Comunitaria desde la perspectiva crítica y de la liberación


interroga las dimensiones de la participación y el compromiso comunitario, en
sus efectos de satisfacción de necesidades, de promoción de ciudadanía y de

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la sociedad civil. Desde el dominio de los valores puede promover la autodeter-


minación, el empoderamiento en la diversidad y la justicia distributiva para el
bienestar subjetivo y comunitario.” (Zaldúa, Sopransi y Veloso, 2010: 65)

6.1. Estrategias comunitarias en salud

Diversos son los espacios institucionales y las modalidades para desarrollar el tra-
bajo comunitario en salud y si bien retomaremos este tema en las próximas clases,
mencionaremos algunos de ellos.

En cuanto al ámbito más macrosocial, las políticas económicas, sociales y cultura-


les, tienen un impacto básico sobre la Salud Mental Comunitaria. En ese sentido
todas las políticas que en forma efectiva, y no meramente declarativa, garanticen
los derechos ciudadanos, propicien la democracia, la ciudadanía, la equidad, la
solidaridad, la no discriminación, colaboran en el logro del bienestar social y por
ende de la salud colectiva.

A nivel de los espacios institucionales se trabaja, o se puede trabajar, en el medio


laboral, en las instituciones de salud, educativas, carcelarias, recreativas, familia-
res, en los medios de comunicación, y en todo tipo de espacio social –medios de
transporte, la calle, plazas, etc.–.

Las modalidades son diversas y responden a la creatividad de los participantes, de


los recursos y de la problemática a encarar. Hemos mencionado en otro momento,
la investigación-acción-participativa, procedimiento con el que se ha trabajado
mucho desde la universidad2 a través de Equipos de Investigación en instituciones
de salud, educativas y en comunidades diversas atendiendo a problemáticas espe-
cíficas.

Otras estrategias que se emplean son los grupos de reflexión, los talleres. Los recur-
sos que se utilizan están en función de las capacidades de los equipos, de los ins-
trumentos y herramientas que posean: el diálogo, la palabra, técnicas gráficas,
psicodramáticas, teatrales, artísticas diversas –musicales, cerámica, pintura–,
deportivas.

Las temáticas recubren una amplia gama de problemáticas: estrés laboral, conflic-
tos laborales, violencias, género, modalidades de crianza, abuso de sustancias,
enfermedades específicas, etc.

2. Equipos de Investigación de la Facultad de Psicología de la UBA utilizan esta modalidad.


Presentan sus trabajos en las Jornadas y publican sus trabajos en los Anuarios de la Facultad.

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7. Comunidad e inclusión social

Históricamente los/as niños/as, adolescentes, mujeres, las personas con discapa-


cidad, la población indígena y/o negra, rural, migrante y aquella en situación de
extrema pobreza, son reconocidos como grupos tradicionalmente excluidos (Del
Campo, 2011).

La exclusión social se entiende como un proceso social de negación y privación


de alguna o varias de las dimensiones –económica, política, social y cultural– que
garantizan la inclusión de los individuos, grupos, colectivos y poblaciones a una
comunidad socio-política, en donde se constituyen en sujetos de su propio proce-
so social al participar tanto en las relaciones económicas predominantes, es decir
al acceso a la riqueza nacional producida, como en las relaciones políticas vigen-
tes o sea al acceso y ejercicio de los derechos de ciudadanía (Fanon, 1979).

En general la discriminación se anuda a procesos de exclusión social, este proce-


so se manifiesta en prácticas y representaciones sociales que se sostienen acerca
de los otros, aquellos considerados diferentes. Se trata de una mirada en que la
diferencia se expresa en inferioridad, irracionalidad, oposición, disconformidad,
disparidad, etcétera. No se valoriza la importancia de la diferencia, de la diversidad
para el intercambio, el crecimiento y el fortalecimiento cultural. Históricamente las
diferencias establecidas por razones étnicas, religiosas, culturales, lejos de hablar
de aquellos a quienes se hace referencia, habla mucho más claramente de aque-
llos que marcan esta diferencia.

Los procesos de inclusión social nos remiten a la necesidad de revertir estos pro-
cesos de exclusión social y vulneración de derechos.

En nuestra primera clase retomábamos el concepto de vulnerabilidad desde la


perspectiva sociológica para evidenciar el continuum que existe entre inclusión-
exclusión, y la posibilidad de pensar estos conceptos como procesos. También
señalábamos, siguiendo a Castel (1991), que las situaciones de desafiliación
social, no solo estaban condicionadas por aspectos económicos –tener o no traba-
jo, estar incluido en el sistema de protección social–, sino que la dimensión rela-
cional –inscripción en redes sociales, fragilidad relacional o aislamiento social–
jugaba un papel igualmente determinante.

Si bien podemos asociar lo comunitario con ambas dimensiones, la mayor poten-


cialidad de la comunidad reside en ser una red social –o un conjunto de redes
sociales– dinámica que potencialmente puede albergar paulatinamente al otro
excluido, desafiliado.

Por otro lado, para pensar procesos inclusivos, se requieren abordajes integrales
desde el nivel de las políticas públicas, especialmente, las políticas sociales. Es
decir, la voluntad política de promover, en primer lugar, leyes que respeten las
diversidades de las personas y que promuevan los derechos de las minorías –étni-

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cas, genéricas, viviendo con VIH,


con sufrimiento mental, con discapa-
cidades, etc.–, y en segundo térmi-
no, el consecuente diseño e imple-
mentación de programas acordes a
estas políticas sociales en los niveles
nacional, provinciales y municipales.

También cabe señalar que contamos


 
con legislación progresista en lo rela-
Imagen de archivo sobre VIH UNESCO en
tivo a derechos de minorías, espe-
jc669-hiv-aids-kit-updated_es.pdf
cialmente en lo que respecta a la
suscripción de declaraciones, tratados y pactos internacionales con rango consti-
tucional. Pero aún es largo el camino por recorrer para su efectiva implementación.
Aquí es donde juegan un papel importante los movimientos o colectivos en defen-
sa de los derechos de algún grupo particular –por los derechos de los usuarios del
sistema de salud mental, por los derechos reproductivos de las mujeres, por los
derechos de las diversidades sexuales, etc.–. Muchas veces son estos colectivos
los principales responsables de propiciar procesos inclusivos concretos, y es por
ello que resultan ser actores clave en la comunidad, para emprender intervencio-
nes comunitarias en co-gestión o iniciar un proceso de investigación-acción-parti-
cipativa.

A modo de conclusión
Desde la dimensión comunitaria es posible avanzar en la inclusión social, en
la medida en que se logren identificar los obstáculos materiales y simbólicos
asociados a la exclusión, y a la vez diseñar propuestas colectivas que pro-
muevan su solución. En este sentido, se establece el acompañamiento
fundamental en estos procesos de cambio, pero a la vez se reclama por un
trabajo centrado en un paradigma más abarcador, en el que el interés por
comprender a la persona en su interacción con el entorno incluya el análisis
de los diversos componentes.

La comunidad se constituye en una oportunidad para la inclusión, en la


medida en que desde ella se promueven y estimulan las micropolíticas que
dan sentido y permean las vidas de los individuos, para garantizar que las
barreras que la sociedad ha creado alrededor de la discapacidad –u otras
diversidades– sean eliminadas (Moreno y Rodríguez, 2009).

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