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Introducción al tema
Los contenidos de este tema permiten reflexionar sobre los elementos que
construyen la historia literaria y comprender mejor el hecho literario en su
dimensión social, que tiene un fuerte peso sobre otros aspectos de su
desarrollo y configuración. Lo estudiado en este tema sirve como base esencial
para la comprensión del resto del programa.
Materiales de estudio
El material básico para el estudio de este tema está contenido en los epígrafes
correspondientes de esta guía de estudio.Como material complementario para
la primera parte se recomienda el ensayo de Luis Beltrán Almería, ¿Qué es la
historia literaria? (2003); y para la segunda Pedro Ruiz Pérez, Manual de
estudios literarios de los Siglos de Oro (2003), cuyos planteamientos se siguen
en algunos casos muy de cerca.
Esquema
2.1.1. El manuscrito
2.1.2. El impreso
Contenidos de estudio
- La literariedad de los textos, que selecciona solo una parte pequeña del
conjunto de textos escritos u orales producidos por una sociedad. Esta
delimitación establece un grupo al que se atribuye un valor estético superior,
que es el que se considera objeto de esta disciplina. El concepto surge
de bellas letras, galicismo importado en el siglo XVIII, equivalente a buenas
letras, que entiende por tales las que en latín o en romance reproducen los
valores del discurso clásico. Solo a partir de la revolución romántica será
posible hablar de literatura en el sentido moderno, si bien el campo que abarca
lo literario se ha ido ampliando, de modo que textos que antes no tenían cabida
en él ahora han sido atraídos a su esfera y son tenidos en cuenta por la crítica
literaria, como la tratadística, el ensayo, la carta personal o la autobiografía,
entre otros.
2.1.2. El impreso
Pedro Ruiz Pérez (Manual de estudios literarios de los Siglos de Oro, ob. cit.,
pp. 130-132) hace una excelente síntesis del mundo del impreso en los siglos
XVI y XVII:
La letra gótica, que caracterizó a los impresos del período incunable (hasta
1500), se mantuvo entre las formas más populares y tradicionales, en franco
retroceso ante la irrupción de los elegantes tipos romanos y redondos llegados
de Italia con los géneros cultos renacentistas, como se aprecia si comparamos
las ediciones garcilasianas, en redonda desde su inicio, con la de impresos
poéticos posteriores, pero con una poesía tradicional o retardataria, sin
mencionar la persistencia de lostipos góticos en los populares pliegos sueltos.
La práctica se relaciona con la variación de la tipografía en las cartillas
escolares, en las que se adquirían los rudimentos de la práctica lectora y en
cuyo nivel se quedaba la gran mayoría de los lectores populares. Prevención
similar hay que tener respecto a las ilustraciones, que no indican
necesariamente un lujo editorial, sino más bien lo contrario, sobre todo cuando
se trata de tacos xilográficos repetidos o formas toscas de grabado, que
funcionan como reclamo para un público amplio y como soporte de una lectura
no muy aguda y necesitada de apoyos semánticos.
Todos estos requisitos y trámites dejan su huella sobre el mismo libro en forma
de paratextos que dan fe del carácter legal y autorizado de lo impreso. Así
encontramos aprobaciones, licencias, privilegios y tasa, unas de origen civil y
otras eclesiástico.
Por lo tanto, el libro del siglo de oro puede ser un artefacto complejo que
contiene mucha información diversa que se debe tener en cuenta en el análisis
de la obra y que a veces puede ofrecer datos muy valiosos que no
proporcionan otras fuentes.
Junto con los libros grandes, bien por encargo o por su atractivo comercial (por
ejemplo, la Celestina, el Amadís de Gaula, el Cancionero general), muchas de
las imprentas subsisten o redondean sus ingresos con la edición de pliegos
sueltos, folletos de todo tipo, estampas, impresos menudos, baratos, fáciles de
imprimir (mil pliegos en un día) que aseguraban una rápida recuperación de la
inversión. Pronto inundan un mercado que los consume con fruición y los busca
de muchos géneros. Es una literatura (subliteratura, si se prefiere) creada o
adaptada para ser difundida en este formato, con lo que el soporte material es
decisivo a la hora de explicar la creación literaria, puesto que si inicialmente el
soporte se crea para el texto breve, luego éste se escribe y define pensando en
el soporte. También es decisivo el mercado para explicar el desarrollo de
algunos géneros, como los libros de caballerías, que se mantienen en auge
durante todo el siglo XVI con numerosos títulos y reediciones. Lo mismo podría
decirse de las continuaciones o imitaciones dela Celestina, nacidas al calor del
éxito de la primera obra, que genera una corriente de literatura celestinesca.
Así la literatura no es ajena ni mucho menos a la economía.
Los libros se imprimen porque existen personas que los compran, pero
previamente deben tener una formación que les permita leerlos. Sin duda la
alfabetización constituye un factor esencial en la divulgación literaria. El lector
solo existe tras un proceso de aprendizaje y de su número, formación,
intereses y gustos dependerán también estrechamente las posibilidades
abiertas ante el escritor. Los estudios de los últimos años sobre la
alfabetización en España basados en fuentes documentales muestran que los
porcentajes en nuesro país son similares a los del resto de Europa durante los
siglos XVI y XVII, y no es hasta finales del siglo XVII y a lo largo del XVIII
cuando se observa el llamado retraso español. El proceso de aumento de la
alfabetización es muy significativo a lo largo de 1500-1600, con un incremento
porcentual sostenido de quienes saben firmar. Sin embargo, hay grandes
diferencias por géneros (las mujeres están muchísimo menos alfabetizadas),
geográficas entre regiones, y sobre todo entre la ciudad y el campo; y sociales,
en función de la categoría y la profesión. Por definición la persona alfabetizada
era un hombre, de un ámbito urbano y de clase social superior. Entre los
hombres de las clases más bajas (jornaleros, obreros, criados) y sobre todo
rurales el analfabetismo era lo común. También lo era entre las mujeres, ya que
incluso en Madrid, hacia 1630, que es cuando se registra un porcentaje más
alto, no supera el 33%.
Por otro lado, no hay que olvidar que la lectura no es el único medio de difusión
de textos o ideas en la sociedad, ya que lo escrito convive estrechamente con
la oralidad. No saber leer en una sociedad donde no lo hace la mayoría de sus
miembros, no implica vivir al margen de la cultura. Por un lado existe una
extensa corriente de cultura popular oral que sigue viva en cuentecillos,
romances, canciones, etc.; y por otro lado hay un trasvase constante desde el
texto escrito a la palabra oral a través de la lectura en voz alta o de los
discursos: en el hogar se lee en voz alta, en la iglesia se asiste a sermones, en
la calle se oyen cantares, se recita o hay lectura pública de libros, en los
claustros el libro leído es parte del medio habitual para el rezo, etc.[9] De hecho
hay que recordar siempre que la lectura no es solo ese acto individual y
silencioso actual, sino que puede ser y es con gran frecuencia colectiva, ya que
la práctica de leer en grupo, en el hogar o para un público, ya sean obras de
ficción o religiosas, es habitual en todos los estratos sociales. Por eso, no se
pude entender que la recepción oral quedaba restringida a los analfabetos y
que para ellos en exclusiva eran ciertas formas de literatura popular que
pasaban por la expresión vocal o el impreso barato , muy al contrario, la
oralidad y los textos cultos o populares, librescos u oratorios, eran compartidos
por toda la sociedad y también corrían entre las elites culturales, de modo que
éstas se distinguían por su capacidad para la lectura silenciosa y el dominio del
latín, con las posibilidades que así se abrían, pero no por su exclusión de la
cultura que se transmitía por vía oral.
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