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EL LECTOR

Por Rael Salvador

Ensenada, B.C.

Se escribe para ir más allá de lo que se piensa, porque en la unión de


palabras –alianza en Las Vegas de la Literatura–, las ideas identifican rutas e
intereses nuevos y avanzan nutriendo las intenciones del autor.

(Lo anterior ha de afianzarse, por incompatibilidad de caracteres, ante


los jueces mentales de la academia y divorciarse, por bienes divididos, en el
templo del lector.)

El pensamiento, por sí solo, es la parte inicial –iniciática– del escritor:


pensar es un acto, sentir es un hecho, como se dice.

¿Y qué diablos es lo impensable? Quizá aquello que nombramos sin


autorización pero que validamos con la razón por el sólo hecho se encontrarse
más cerca de la sinrazón…

Lo que para el lector es vivir lo que se narra, para el escritor es narrar lo


que se vive.

Así, el escritor es un hombre que habla o canta en silencio y la lectura


un silencio que habla o canta al hombre por dentro.

Lo decía Whitman: “¿Quién eres tú, en efecto, para hablar o cantar…?”.

¿Quién eres? Un pregunta de médula socrática. Porque la leer es un


obstinado, noble y profundo ejercicio de mayéutica: símbolo que estalla,
ilumina, da a la luz, a lo que por dentro era sólo sombra.

Ver de voz, diría.

La lectura no modifica al lector, nos recuerda Mircea Cartarescu, sino


que saca lo que hay dentro de él.

Sócrates lo expresaba así. “Yo no te digo otra cosa distinta a lo que tú


ya sabes, pero no sabes que lo sabes”.
El lector, insiste el escritor rumano, “puede no ser consciente de que
tiene semejantes reservas de amor, de cariño, de sensibilidad, hasta que abre
las páginas de un libro y se adentra en él”.

¿Por qué el silencio? Al ser, junto al vacío, un clásico del tiempo, el


silencio fértil es quien inaugura la palabra para su lectura.

¿Cómo? Partiendo de la evocación, que hace ruido en el silencio, para


dar idea de la descripción.

–¿Qué es? –me dijo.

–¿Qué es qué? –le pregunté.

–Eso, el ruido ese.

–Es el silencio…*

Así, la ausencia de ruido es falta de silencio: un vacío retórico donde la


escritura y la lectura se desvanecen. Si la evocación es traer las cosas
disfrazadas de ideas, la descripción resulta el esqueleto de humo de una
alucinación interior.

Leer es traer de nuevo a la luz a los muertos, así como soñar es recordar
otras vidas.

La lectura activa una reacción emotiva al interior del Ser, como la


develación de un trauma, de algún miedo psíquico, etc., que pone algo en
movimiento –¿qué términos electroquímicos puedo alegar o amparar aquí?–
para que el escritor se permita ilustrar y desarrollar reflexiones en torno a
alguna situación u obsesión, la cual se manifiesta en ese desdoble fantasmático
que es la escritura… proporcionándole a la noche de la prestidigitación
literaria su luz fuera del día

Para aprender, leer. Para discutir, saber.

Saber leer, sobre todo, para que el leer sea un saber, además de un
placer.
*Juan Rulfo.

raelart@hotmail.com

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