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HOMENAJE AL SEÑOR DE LAS LETRAS:

“LÉVANO ES UN HÉROE, UN MODELO DE DIGNIDAD,

SABIDURÍA Y MODESTIA”*

Premio: Lévano recibe la distinción de manos de Stella Mohme

seminario.

Ícono: César Lévano La Rosa es un maestro del periodismo. También

es poeta y compositor.

*
Tomado de: Diario La República, Lima, viernes 27 de abril de 2018, pág. 28 y 29.

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Tributo. La noche del miércoles 25, don César Lévano, de 91 años,

recibió un homenaje de la Fundación Gustavo Mohme Llona. El

periodista Víctor Hurtado leyó una extraordinaria semblanza del

llamado Señor de la Palabra, que aquí reproducimos.

Por: Víctor Hurtado Oviedo

En una mañana reciente, me sorprendió un mensaje de nuestro

amigo Edmundo Cruz: él me proponía hablar en un homenaje que se

rendiría a César Lévano, organizado por la Fundación Gustavo Mohme

Llona. El cordial pedido me sorprendió pues vivo en Costa Rica desde

hace treinta años y estoy descatalogado de la política y de la cultura

peruanas; sin embargo, acepté: ¿cómo podría negarme? ¿Cómo no

aprovechar el privilegio de hablar en presencia de un héroe, de un

modelo de dignidad, sabiduría y modestia? Empero, luego me asusté.

¿Qué podría expresar yo que no se haya dicho ya, y mejor, sobre don

César? He pasado muchas horas tratando de hilvanar ideas de otros y

de inventar algunas. Sentía que me preparaba para dar un examen, y

era verdad: solamente se da examen ante un maestro, y César

Lévano es el maestro.

Por todo aquello, os suplico que seáis indulgentes conmigo y que

perdonéis mis olvidos y mis yerros. Igual que vosotros, no me gusta

oír lecturas de discursos pues la mejor oratoria se improvisa. (En esto

se parecen los oradores y los gobernantes: unos y otros improvisan.)

Prefiero guiarme por lo escrito. No deseo ser como esos oradores que

anuncian: “¡No he venido preparado!”, y lo demuestran. Quisiera no

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excederme en el tiempo pues, cuando el orador se extiende

demasiado, el público no desea que se muera, pero sí ansía que diga

sus últimas palabras.

César es un periodista, poeta, compositor, conversador, combatiente

por la justicia… ignoramos qué lo define mejor, así como nadie sabe

cuál es la verdadera cara de un diamante.

No me detendré en los datos biográficos de César Lévano para no

dilatar esta exposición. Quienes deseen conocer tales datos pueden

leer el viandante libro Rebelde sin pausa, de Paco Moreno, admirable

discípulo de César, y consultar también los datos que Carlota

Burenius, amiga del maestro, ha colocado en el sitio de Internet de la

Fundación César Lévano, creada por Carlos Bracamonte, otro fiel

discípulo de nuestro amigo. Se verá entonces que este poeta ha

tenido una vida de novela.

Los prólogos de los libros son como las dictaduras: una vez que han

comenzado, ansiamos que terminen pronto. En un prólogo casi tan

extenso como su propio libro, Historia intelectual de la humanidad,

Peter Watson nos reseña la manía de armar tríadas de cosas o de

ideas. Así, el filósofo Roger Bacon declaró que la imprenta, la pólvora

y la brújula fueron los mayores inventos de la humanidad. Más tarde,

el ilustrado Condorcet nos enseñó que la humanidad debía cumplir

tres objetivos: acabar con la desigualdad entre las personas, terminar

con la desigualdad entre las naciones y perfeccionar la humanidad.

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Podríamos seguir citando tríadas, mas quedémonos en un aporte bien

peruano: el vals Alma, corazón y vida.

Extrañamente, Peter Watson olvidó la más célebre tríada de la

filosofía, que Platón formuló en sus diálogos: la confluencia de la

bondad, la verdad y la belleza. Algo ingenuamente, para el maestro

de Aristóteles, el bien es verdadero y bello, la verdad es buena y

bella, y la belleza es buena y verdadera. “Verum, bonum et

pulchrum” es la antigua sentencia. Esta tríada reaparece con los

siglos, mas pocos creen hoy en ella pues se ha hecho arte con lo feo,

como lo demuestra el óleo Las tentaciones de san Antonio Abad, del

Bosco, y puede hacerse arte con lo malo, como la visualmente

espléndida película pronazi El triunfo de la voluntad, de Leni

Riefenstahl.

Sin embargo, esta noche seamos más amigos de Platón, cual

recomendó el poeta Pedro Cateriano. Volvamos a la tríada platónica

del bien, la verdad y la belleza pues son como tres señales en el cielo

que nos guiarán hacia la vida y la obra de César Lévano. No será

tarea fácil: César es periodista, poeta, compositor, conversador,

combatiente por la justicia... Ignoramos qué lo define mejor así como

nadie sabe cuál es la verdadera cara de un diamante.

El propio César Lévano nos autoriza a buscar la fraternidad en

aquellos tres valores. En la última página de Rebelde sin pausa, Paco

Moreno le pregunta: “¿Cuál es la relación entre la verdad y la

belleza?”, y César responde: “Ambas se entrelazan. Suscribo la idea

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de John Keats, el genial poeta inglés: ‘La belleza es verdad, y la

verdad es belleza’”.

El periodismo debe ser la religión laica que rinde culto a la verdad: la

que nos gusta y también la que nos hiere. En el prólogo de Rebelde

sin pausa, Ángel Páez, discípulo de César, recuerda este consejo de

su profesor: “Nunca engañes a los lectores. Escribe solamente de lo

que sabes”. Quienes trabajamos con César Lévano en la revista

“Marka” y en los mejores años de “El Diario” de “Marka”, recordamos

la autoexigencia del maestro en la búsqueda de una información, de

un dato esquivo que podría confirmar o descartar una idea: de no

encontrarlos, César prefería omitir una línea, e incluso un artículo,

antes que “imaginar” el dato requerido. En César Lévano, el respeto

por la verdad excede la ética profesional: es propio del hombre

mismo, incapaz de una mentira. Tal decencia profunda es un legado

de su abuelo y de su padre, santos anarquistas que no proferían una

mentira ni traicionaban una verdad ni bajo tortura.

Arte: Con un gran amigo, el compositor Manuel Acosta Ojeda.

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Amor: Su pareja de toda la vida, Natalia, dueña de una comprensión

sin límites, según Hurtado.

Maestros: Junto a un periodista muy admirado. Edmundo Cruz. Un

abrazo al final del homenaje.

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Volvamos a los salones de la Academia, donde Platón sigue

enseñando que otro valor de la vida es la belleza, juicio que halló eco

en un lejano discípulo del ateniense: José Carlos Mariátegui, quien

nos convocó “no solo a la conquista del pan, sino también a la

conquista de la belleza”. Una vida ética es una vida estética.

César Lévano es un artista: un poeta de la música, un músico de la

poesía. A Paco Moreno confesó: “Crecí con música. En mi casa

solariega [su ironía por ‘callejón’] casi siempre había serenatas y

bailes. Vivía en medio de la música, vivo en medio de la música”.

Junto con sus amigos del alma popular Víctor Merino, Manuel Acosta

Ojeda y Carlos Hayre, César compuso temas criollos y andinos que no

se grabaron por falta de dinero. La “otra” música también es suya, y

así lo apasiona la Tocata y fuga en re menor, de Bach.

La prosa de Lévano

Por supuesto, César Lévano es un señor de la palabra, y lo prueban

sus libros de poemas, felizmente hoy recuperados. El maestro

conversa con la palabra para enseñarle cuanto ella le ha enseñado.

Como los grandes prosistas, sabe que escribir prosa literaria implica

bajar los vuelos de la poesía al llano de la prosa. César Lévano es uno

de los mayores prosistas de la literatura peruana: de aquellos seres

extraños que hacen fina literatura sin escribir cuentos ni novelas.

Hay, pues, una estirpe que hermana a César con Manuel González

Prada, Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez y Jorge

Basadre –por citar solo cinco artistas que ya no están con nosotros–.

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Servirse la prosa de César Lévano es como gozar de un banquete

bajo el sol. Oigamos: al referirse a los detractores de Pablo Neruda,

Lévano escribe: “Todos añadieron algo de pesar al océano

sentimental del poeta. Pocos lograron encresparlo”. Cuando alude a

su pasión correspondida por los libros antiguos, expresa: “Nací a dos

cuadras del parque Universitario, en cuyo entorno florecían las hojas

de segunda mano”.

Lévano recuerda así a su amigo César Calvo: “Para que Javier Heraud

nunca muriera, César hablaba con él”. Luego celebra la risa de César

Calvo: “Risa enorme, asombro matinal de su alegría”. A otro poeta,

Martín Adán, César Lévano lo define así: “Con el rayo de la belleza y

la ironía defiende el agobiado recinto de su soledad”.

¿Dijo alguien “ironía”? Bien: de este ejercicio breve de la esgrima

sabe mucho César Lévano. En una semblanza dedicada al escritor

mexicano Carlos Monsiváis, nuestro amigo le resalta “su amor a

prueba de bilis” y luego evoca una “lista negra lista para el

desempleo”. En un comentario sobre un triunfo de la selección

peruana de fútbol, Lévano estampa que así deben actuar los

peruanos: “Como un solo hombre, para defender al Perú de la

acometida autoritaria e inmoral del fujimorismo en el estadio de la

historia”.

Sorprende que aún no se haya analizado el estilo de César Lévano

por el “lado” de la retórica –la ingeniería de la literatura–. Veamos

solamente un caso: cuando alude a Juan Gonzalo Rose, Lévano

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construye un quiasmo, la figura de transposición que equivale a “1-2,

2-1”: “poeta vivo, viviente cantor”. Quien desee aprender gozando

estos juegos milenarios –que ya Aristóteles archivó en su Retórica–,

debería leer el prólogo que César Lévano escribió para Camino real,

antología de Juan Gonzalo Rose.

No lo venció la cárcel, sino viceversa, y salió de ella aun más

convencido de que, cuando el mal está hecho, falta hacer el

bien.

El gran problema de elogiar a Lévano es que uno ya no puede

ser original. Así como todo se ha dicho de don Quijote, todo se

ha dicho también de este quijote nuestro.

Pasemos brevemente a la tercera sala, que nos falta visitar: el bien,

el valor más caro al viejo Platón. Quien dice “bien” dice “justicia”;

quien dice “justicia” comienza a decir “César Lévano”. Sus ideas de

bien y de justicia son tan bellas que son buenas. No digamos que

César lucha “por sus ideas”, sino que lucha “con sus ideas”, “junto a

sus ideas”: fiera y dulce compañía, como los ángeles de la guarda,

que consuelan y rearman al agonista imprescindible –Bertolt Brecht

dixit–.

Para expresarlo con pocas letras: César Lévano es un porfiado; sí,

pero recordemos que “porfiado” deriva de “fe”; en su caso, de la fe

encendida en su infancia al lado de su abuelo de nobleza proletaria,

de su padre inmovilizado por las torturas, de su madre ejemplar

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–“Solo la muerte interrumpió su ternura”, escribió César–. Luego, la

dureza del Perú fue la piedra que afiló la espada de su verbo y lo

llevó a la cárcel una y otra vez: “Cliente frecuente” dirían hoy los

publicistas. No lo venció la cárcel, sino viceversa, y salió de ella aun

más convencido de que, cuando el mal está hecho, falta hacer el

bien. César Lévano –“vida y obra”, como dicen de los santos– es,

pues, la conjunción de la verdad, la belleza y el bien.

El gran problema de elogiar a César Lévano es que uno ya no puede

ser original. Así como todo se ha dicho de don Quijote, todo se ha

dicho también de este quijote nuestro. Así, podría yo reiterar el

asombro que irradia su erudición tan memoriosa. Cierta vez, en la

revista “Marka”, en 1980 (en la prehistoria pre-Internet), mencioné a

César que había leído un artículo sobre una edición del siglo XIX de la

Comedia de Dante (la que Petrarca apodó “Divina”): ¡para qué lo

hice! Su respuesta fue confirmarme que sí, que esa edición existía;

que se había impreso en el año de tal en la ciudad de cual, y que

incluía grabados de Zutano y notas de Mengano. La rara conjunción

de sapiencia y claridad de César Lévano hace recordar un encomio de

Alfonso Reyes dirigido a Teofrasto, discípulo de Aristóteles: “El mucho

saber no le embarazaba el estilo”.

Dejemos a Platón en su sueño de siglos. Quisiera pergeñar ahora dos

ideas: César-héroe y César-vida cumplida. Para elaborar esta

conferencia leí libros dedicados a los héroes. Algunos libros eran tan

tediosos que hacían su lectura precisamente heroica; mas casi todos

aludían a los “grandes héroes” que dormitan en pie y en bronce en

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las plazuelas, convertidos en perchas de palomas de la paz: bien por

ellos, aunque hayan hecho la guerra.

Sin embargo, hay otros muchos héroes no cristalizados en el bronce;

ellos motivaron a Ralph Waldo Emerson a escribir en su libro

Hombres representativos: “Los grandes hombres están más cerca de

nosotros; los conocemos a simple vista”. De este humano mármol de

heroísmo está hecho César Lévano, suerte de Job profano sobre

quien el demonio de la adversidad descargó sus golpes de pobreza y

orfandad; de invalidez física y prisiones; de noble desempleo y

amenazas de muerte terroristas.

A todo, César Lévano respondió con dignidad. Le dijo a Paco Moreno:

“Al día siguiente de la captura [su primera carcelería], cuando me

dieron mi primera paila, no sabía con qué comer. Tenía una cajita de

fósforos y la usé como cuchara. Nunca me he asustado, ni me he

amilanado ni me he puesto a llorar. Siempre me he sobrepuesto”.

Dije que la adversidad descargó golpes sobre César Lévano, y aquí es

imposible no recordar los versos finales del poema Hierro, de José

Martí:

“[...] La dicha es una prenda de compasión de la fortuna al triste que

no sabe domarla: a sus mejores hijos desgracias da Naturaleza:

¡fecunda el hierro al llano, el golpe al hierro!”.

César Lévano afrontó miles de golpes férreos gracias a la

comprensión sin límites de Natalia Casas, su fina y cálida esposa; a

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sus cuidados debemos agradecer el milagro de la obra escrita del

maestro. Al fin, ninguna prueba ha amargado a César Lévano. Como

los sabios epicúreos, mantuvo la serenidad de ánimo, la ataraxía, y

nos ha regalado siempre su buen humor, el don amigo de su risa.

Bien lo ha calificado César Hildebrandt: “Es un aristócrata del

proletariado”.

Gracias, maestro

Queda mucho por decir. Por suerte, jóvenes discípulos recuperan y

publican, en libros y en la Red, escritos del maestro: relumbres de un

mar inagotable. Hoy, quienes lo hemos conocido, le agradecemos su

ejemplo intelectual, su señorío ético, como el de las antiguas

presencias vigilantes que nos hacen mejores.

En el prólogo de Antropología e historia, libro póstumo del venerable

Emilio Choy, Pablo Macera sentencia: “Muchos arqueólogos se

abstuvieron de cometer ciertos actos únicamente por respeto a la

opinión de Choy”. Quizá sorprenda que esta benévola censura tiene

alcurnia. Así, dos siglos antes de nuestra era, los epicúreos se

corregían entre ellos amonestándose: “Actúa siempre como si te viera

Epicuro”. Doscientos años después, el mismo consejo daba Séneca en

su carta vigesimoquinta a su amigo Lucilio: “Vive como si tuvieses

encima la mirada de algún varón virtuoso”. Pues bien, hoy, ese varón

virtuoso, ese afable censor involuntario, es César Lévano.

Ahora, en su alta edad, César puede estar satisfecho de su vida

cumplida: de la respuesta que dio a la “invitación a la vida heroica”

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formulada por su maestro José Carlos Mariátegui, con quien es lícito

compararlo en dignidad. Acabo estas digresiones citando a un buen

amigo de César Lévano, el historiador Jorge Basadre, quien pronunció

un panegírico en honor del intachable liberal Francisco de Paula

González Vigil –un santo en un corral de fieras–. Dijo Basadre sobre

Vigil: “Ninguna de las lacras de los viejos lo cogió: la majadería, la

inercia, el erotismo, la mezquindad, la hiel, el pesimismo. Ennobleció

el oficio del hombre”.

Gracias por su obra, gracias por su vida, maestro César Lévano.

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