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En primer lugar, es importante aclarar que para entrar a nuestro país los haitianos no
necesitaban de una visa de turismo, sólo requieran exhibir pasaporte, lo que les permitía una
estadía por un plazo de 90 días y que durante esta estadía se podía cambiar a visa de “residente
sujeto a contrato de trabajo”. Es decir, era completamente legal para un haitiano venir a nuestro
país como turista y comenzar a buscar trabajo para quedarse. Esto también descarta el mito del
“mercado de visas de turismo”, completamente inexistente.
Con respecto a la cantidad, podemos ver que entre el 2016 y 2017 ingresaron a chile 153
mil haitianos. En el mismo período entraron más de 250 mil venezolanos, casi el doble. Ni hablar
de unos años atrás con la migración peruana, también más de 250 mil en un par de años. Haití
ocupa recién el quinto lugar en la tabla de migrante en nuestro país después de Perú, Colombia,
Bolivia y Venezuela. Es que pareciera ser que tiene un color de piel al que no estábamos
acostumbrados, entonces ahora creemos que nos invaden. Probablemente en el metro no soy
capaz de distinguir a un chileno de un venezolano, pero a un haitiano de piel oscura sin ninguna
duda. Y, ¿cuál es la diferencia entre ellos aparte de su color de piel?, ninguna. Así como tampoco
son distintas las reglas de cómo los migrantes contribuyen al Fisco, lo hacen mediante el IVA, igual
que cualquier chileno pobre o de clase media. También se escuchan opiniones sobre el aumento
del gasto público; 207 millones de dólares según DIPRES, sin embargo en 2017 pagaron 490
millones de dólares en impuestos a la renta y, asumiendo 2,9% de población migrante e iguales
patrones de consumo, USD $913 millones en IVA. Pareciera, nuevamente, que sólo vemos lo
negativo y nos olvidamos del aporte que pueden realizar.