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"Parámetros de la representación de la sexualidad femenina en la literatura medieval

castellana ", Foro Hispánico, 5 (1993), 23-43.

PARÁMETROS DE LA REPRESENTACIÓN DE LA SEXUALIDAD FEMENINA


EN LA LITERATURA MEDIEVAL CASTELLANA

Eukene Lacarra Lanz


Universidad del País Vasco

Escribir sobre la representación de la sexualidad de la mujer en la Edad Media es


arriesgado, debido a las diferentes perspectivas desde las que se acercan al tema teólogos,
moralistas, juristas, médicos, filósofos y escritores. Sin embargo, la pluralidad de
acercamientos no conlleva la diversidad de opiniones que cabría esperar, sino que, por el
contrario, se aprecian convergencias notables. Así, la mayoría considera que el matrimonio
es el cauce legítimo de la sexualidad de la mujer y del varón y fija la procreación como su
objetivo primordial. Este consenso se extiende a las religiones del Libro, es decir, a judíos,
cristianos y musulmanes, pues todos ellos enmarcan la sexualidad humana en estos dos
parámetros al subrayar el primer mandamiento que hizo Dios a Adán y Eva en el Paraíso:
"Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla" (Gen I: 28) (Cohen 1989:
220-314). No obstante, y confinando nuestra atención al cristianismo, observamos que
surgen algunas discrepancias cuando se plantean cuestiones de índole médico-científica,
como son la necesidad del placer sexual de la mujer para la concepción, y la conveniencia
del coito para mantener la salud, aspectos que son defendidos, aunque no de manera
exclusiva, por la clase médica.
Hecha esta advertencia, si dejamos fuera las matizaciones de detalle y nos
centramos en las líneas generales podremos distinguir tres posiciones básicas respecto a la
sexualidad, cada una con su representación conceptual y literaria correspondiente. La
primera es la de quienes aducen que la actividad sexual es siempre corruptora, a causa del
inevitable deleite libidinoso que genera. En este grupo, en el que predominan eclesiásticos y
moralistas, se predica que el pecado es inherente a toda unión carnal, por lo que se antepone
la virginidad y el celibato al matrimonio. No obstante, se acepta la sexualidad, por ser
necesaria para la conservación y propagación de la especie humana, siempre que se ejercite
dentro del matrimonio y que su finalidad sea procreativa, o sirva para remediar la
incontinencia.1 Otra posición, con elementos afines a la anterior, pero más positiva, se da
sobre todo entre los juristas laicos. En este grupo se rechaza toda concepción de pecado
cuando la sexualidad se ejercita dentro del matrimonio y se da énfasis a los bienes

1
espirituales y materiales que de su institución se derivan. Se subraya lo crucial de la
estabilidad de la pareja para el bienestar social y para la defensa del orden público y se
acepta la legalidad de las uniones de barraganía2 e incluso la conveniencia de la
prostitución por los beneficios que reportan a la comunidad y al orden conyugal (M. E.
Lacarra 1992: 269-272). Finalmente, quienes se integran en la tercera posición,
primordialmente médicos, defienden que una actividad sexual atemperada es necesaria para
la salud y aducen que el deleite es bueno, natural y aun necesario para garantizar la
concepción. Esta defensa del placer en general y del de la mujer en particular dio pie a la
confección de detalladas guías eróticas que aseguraban al lector deleites sin cuento, sin por
ello salirse de la ortodoxia, pues pretendían dirigirse a hombres casados que querían
cumplir con el mandamiento de procrear.3 No obstante, es necesario recalcar que en ellas
impera el doble standar, de tal manera que sólo la actividad sexual del varón se tolera fuera
de los parámetros establecidos, pues las mujeres se perciben como criaturas eróticas,
objetos sexuales del varón, que deben ser protegidas, guardardadas y controladas (Bullough
et al. 1988: 113-128).4
Los ejemplos de escritores medievales castellanos que presentan la sexualidad de la
mujer como pecaminosa y antisocial siempre que no se inserte en el matrimonio y se ejerza
en beneficio del linaje son numerosos (M. E. Lacarra 1990). Más difícil es, sin embargo,
encontrar textos que admitan el placer femenino sin castigar a la mujer. En todo caso, dadas
las restricciones de espacio he decidido sacrificar el número de ejemplos y ceñirme
únicamente al análisis de tres textos que representan las tres posiciones arriba enunciadas,
no por medio de personajes femeninos que las encarnen, sino a través de pronunciamientos
de carácter didáctico. El primero es un fragmento de la quinta parte de El conde Lucanor
que trata de la concepción, del desarrollo del embrión y del parto y en el que don Juan
Manuel sólo alude a la sexualidad femenina indirectamente y de mala gana. Los otros dos
se incluyen en la Historia de la donzella Teodor: en uno se señala que el cauce legítimo de
la sexualidad es el matrimonio y su finalidad principal, aunque no exclusiva, es la
procreación, mientras que en el otro se subraya el placer sexual como un fin legítimo en sí.
La intención de don Juan Manuel en el texto que he elegido no es tratar de la
sexualidad humana, sino servirse de ella como metáfora de la vileza que caracteriza a los
seres humanos desde la cuna hasta la sepultura, con objeto de alertar a los lectores de los
engaños del mundo. El conde sigue el modelo de Inocencio III en su De contemptu mundi,
sive de miseria humane conditionis, y concibe su escrito como guía de salvación.5 Para él,
como para Inocencio III (estrs. 26-33), el coito es consecuencia de la Caída de nuestros
primeros padres, por lo que en su opinión todos los seres humanos son concebidos en
pecado y necesitan ser bautizados para ser limpiados de esta corrupción original:
"Et l' baptismo, otrossí, todo omne que buen entendimiento aya, por razón deve
entender [que] este sacramento se devió fazer et era muy grand mester; ca bien
entendedes vós que commo quier que el casamiento sea fecho por mandado de Dios
et sea uno de los sacramentos, pero, porque en la manera de la engendraçión non se
puede escusar algún deleyte, por ventura non tan ordenado commo serié mester, por
ende todos los que nasçieron et nasçerán por engendramiento de omne et de muger
nunca fue nin será ninguno escusado de nasçer en l' pecado deste deleyte. Et a este
pecado llamó la Scriptura 'pecado original'" (Blecua 1983: 306).
Como vemos, el deleite sexual tiene para don Juan Manuel algo de sucio que debe ser
limpiado con el agua del bautismo, de ahí que prefiera silenciar el coito, por ser acto de
gran torpedad:
"Sin dubda, la primera bileza que el omne ha en sí, es la manera de que se
engendra, tan bien de parte del padre commo de parte de la madre, et otrosí la
manera de cómmo se engendra. Et porque este libro es fecho en romançe (que lo
podrían leer muchas personas también omnes commo mugeres que tomarían
vergüença en leerlo, et aun non ternían por muy guardado de torpedat al que lo
mandó escrivir), por ende non fablaré en ello tan declaradamente commo podría,
pero el que lo leyere, si muy menguado non fuere de entendimiento, assaz entendrá
lo que a esto cumple." (Blecua 1983: 314)
Aunque la vileza del coito reside en el placer, el cuerpo mismo de la mujer es la causa
directa de la suciedad y corrupción de la generación, pues sus menstruos alimentan a la
criatura:
"Otrosí, después que es engendrado en el vientre de su madre, non es el su
govierno sinon de cosas tan sobeianas que naturalmente non pueden fincar en el
cuerpo de la muger sinon en quanto está preñada. Et esto quiso Dios que
naturalmente oviessen las mugeres aquellos humores sobeianos en los cuerpos, de
que se governassen las criaturas." (Blecua 1983: 314)
De ahí que, en su opinión, ya el sietemesino se esfuerce en nacer porque "non le cumple el
govierno de aquellos humores sobeianos de que se governava ... por la mengua que siente
del govierno, quéxasse; et si es tan rezio que pueda quebrantar aquellas telas de que está
cercado, non finca más en el vientre de su madre" (Blecua 1983: 315). Finalmente, el parto
mismo está lleno de peligros y es una especie de muerte anunciada, preludio de una vida de
penurias y sufrimientos desde la infancia hasta la senectud.
Esta relación de la capacidad generativa de la mujer con la muerte, compartida
también por Inocencio III (estrs. 35-38) y por otros destacados eclesiásticos (Eilberg-
Schwartz 1991: 9), tiene su origen en la medicina galénica, que sostenía que la sangre

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menstrual nutría al embrión. Naturalmente, la ambivalencia de considerar la sangre
mestrual como simultáneamente venenosa y fecunda planteó muchos interrogantes a
médicos y teólogos, pero las conclusiones galénicas prevalecieron durante siglos. Así lo
corroboran médicos como Juan de Aviñón (Naylor 1987: 148), de fines del siglo XIV y
Arnau Gillem de fines del XV (Mancho 1987: 3v73). En todo caso, es importante subrayar
que en contraste con la visión manuelina de la sexualidad, negativa incluso cuando es
fructífera, los médicos no relacionan los trabajos o las miserias y desventuras de la vida con
la manera de engendrar, que en ningún caso consideran vil (Naylor 1987: 1-3), ni tampoco
atribuyen el nacimiento al deseo de la criatura de huir de su corrupto gobierno alimenticio
(Mancho 1987: 4v, 39-73). Por el contrario, cuando estos textos tratan del desarrollo de la
criatura en el seno materno no menosprecian su alimento ni lo consideran corrupto, como
hacen Inocencio III y don Juan Manuel. Aunque aleguen que las superfluidades femeninas
son venenosas (Cull y Dutton 1991: 304), aducen que el alimento del embrión es una sangre
depurada (Jacquart y Thomasset 1989: 73).
A pesar de la representación negativa de la sexualidad que hace don Juan Manuel,
no por ello opta por retirarse del mundo, como hacen Inocencio III o Berzebuey en el Calila
e Dimna (Cacho Blecua y M. J. Lacarra 1984: 103-121). Por el contrario, don Juan Manuel
defiende la posibilidad de salvación de quienes viven en el mundo y se casan, porque
aunque dice que la virginidad es "la meior carrera", añade que "si todos lo fiziessen sería
desfazimiento del mundo" (Blecua 1983: 321).
El segundo texto que quiero comentar se encuentra en la impresión de Zaragoza de
1540 de la Historia de la donzella Teodor (Mettmann 1962: 143-146). Se trata de un
intercambio entre la doncella y el rey Almanzor una vez que ha vencido a los sabios:
"¿Donzella, qual es el mejor estado en que el hombre se pueda salvar?" ... Señor,
todos son buenos, si guardan cada vno en su regla lo que Dios les mandó, porque en
cada vno dellos se puede saluar el hombre. Y por el estado del sacramento del
matrimolnio se sostiene el mundo, ca sin el no hauría clerigos ni religiosos ni reyes
ni caualleros que sostienen el mundo y la santa fe católica. E por tanto es mejor el
que puede hauer ayuntamiento con muger sin pecado mortal, por donde viene
generacion en el mundo, que es muy sancta orden por estas cosas que aqui diré: lo
primero, porque Dios la estableció luego en el comienço del mundo; lo segundo, por
la dignidad del lugar donde fué establescido <sic>, que es Parayso terrenal; lo .iij.,
que houo establecimiento nueuo; lo .iiij., que Adan y Eua eran sin pecado quando el
establecimiento fué hecho en ellos; lo .v., porque esta orden saluó Dios en el diliuio;
lo .vi., porque Santa Maria quiso ser desta orden; lo .vii., porque Nuestro Señor Jesu
Christo con la Virgen Santa Maria, su madre, quiso ser conbidado en las bodas por
nos mostrar el bien que es en el casamiento; lo .viij., porque es vno de los
sacramentos de la Yglesia; lo .ix. por el fruto que del viene, que son sus hijos
buenos. Por estas cosas y por otras muchas y muy santas y notables; y los que en
esta orden quisieren entrar, entre otras cosas deuen catar estas; la primera, que la
muger que ouiere de tomar sea de hedad para hauer hijos, ca por esto lo ordenó Dios
..." (145)
Como vemos, hay una diferencia entre este texto y el anterior, pues aquí la doncella
antepone el matrimonio a los demás estados por ser el que asegura la conservación del
mundo, el que garantiza el mantenimiento de la fe católica, y porque en él es el
"ayuntamiento con muger sin pecado mortal". Los argumentos de que fue el primer
sacramento, establecido por Dios en el Paraíso cuando todavía Adán y Eva eran inocentes, y
que esto fue la causa por la que Dios salvó a la humanidad de perecer en el diluvio fueron
avanzados por San Agustín, basado en el mandamiento de Gen. 1: 28: "Sed fecundos y
multiplicaos...", que se repite casi literalmente tras el diluvio en Gen. 9: 1 (Cohen 1992:
243-70). Frente a esta exégesis pervivieron otras interpretaciones que consideraban el
matrimonio como castigo por la Caída (Bugge 1975: 28), como hemos visto al analizar el
texto manuelino.
Alfonso X comparte en las Partidas la opinión de la doncella en todos sus puntos y,
además, especifica las bondades del sacramento del matrimonio que Teodor deja sin
determinar, como son el amor, la amistad y la lealtad que se deben los esposos; la "vida
ordenada naturalmente, e sin pecado" que llevan (IV, proemio): el desvío del "pecado de
luxuria" que resulta de la unión (IV, II proemio); la certeza de los hijos legítimos que
confiere; y finalmente, el bienestar social que origina, pues el matrimonio ordenado
favorece el orden público, al prevenir todo tipo de crímenes y pendencias que causa el
descontrol de las mujeres (ibidem).6 En su Setenario (Vanderford 1984: 184-185) trata con
más detalle el matrimonio y aduce que no hay pecado alguno cuando la unión carnal tiene
como finalidad la de hacer hijos o pagar la deuda conyugal, es decir, cuando se hace como
remedio a la lujuria, y que sólo cuando se hace "cobdiciándolo mucho" hay pecado, pero
nada más que venial (185).
También los médicos cristianos comparten la opinión de que la actividad sexual
debe confinarse al matrimonio. De ahí que la primera cura que propone Gordonio (1991:
108) para sanar al enfermo de amor, que naturalmente desea satisfacer sus deseos amorosos
fuera del matrimonio, sea estrictamente moralista: "O este enfermo está obediente a la razón
o no, e si es obediente, quítenlo de aquella falsa opinión o imaginación algund varón sabio
de quien tema e de quien aya verguença con palabras e amonestaciones, mostrándole los
peligros del mundo e del Día de Juicio e los gozos del Paraíso". Juan de Aviñón, por su

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parte, explica así los objetivos legítimos del coito: "la causa final del doñear es por dos
razones: la una por salud del anima, y la otra por salud del cuerpo. Y el primero es por
cumplir el testamento antiguo que es este: 'Crecimini & multiplicamini & replete terram'"
(Naylor 1987: 136). Por ello, en su opinión, el coito siempre se debe hacer "por talante de
engendrar, no por cobdicia" (136), pues, de lo contrario, el hombre comete "pecado mortal
de lujuria y fornicio, pierde el alma, el cuerpo, el algo y la fama" (144), y además su cuerpo
sufre flaqueza y "le tira el seso, el entendimiento y la memoria" (144).
El tercer texto procede también de la Donzella Teodor y corresponde a la disputa de
la joven con el segundo de los tres sabios que la interrogan, el "maestro en las siete artes
liberales".7 Concretamente, se inserta en la serie de preguntas relacionadas con el coito, que
se inicia con las palabras siguientes: "Dime, donzella, qual es el mejor dormir con la muger
amenudo, o quando está en razón?" (Mettmann 1962: 117).8 Antes de citar la respuesta de
Teodor conviene destacar el carácter teórico de sus conocimientos en este asunto. La
doncella declara faltarle la experiencia por ser "pequeña e de pocos dias e virgen, que nunca
en mi vida conoscí varon en juego ni en veras, ni en sueños nunca houo que ver comigo"
(Mettmann 1962: 117).9 Esta afirmación tan contundente y comprensiva se prueba por las
señales propias que del estado virginal hace gala la doncella, como son el recato, la
humildad y la vergüenza de su comportamiento y sirven para dar solidez moral al
personaje.10 Una vez aclarado su estado de virginal perfección y recabada la venia del rey
para responder, Teodor contesta así:
"Sabed, señor maestro, que la muger gentil es muy donosa e sabrosa. Empero no es
de dormir con muger, saluo que la escoja el ombre el que hazerlo pudiere. E déuela
buscar que sea garça: que dize el sabio Aristoteles, tratando de aquesta materia, que
la muger garça para dormir el hombre con ella ha menester que esté parida e tenga la
criatura a sus pechos, o que esté preñada. Otrosi el hombre que asi con ella quiere
dormir ha menester que sea sabio e sotil e engenioso quando dormiere con ella." E
el sabio preguntó: "Dime, donzella, en que manera." E ella dixo: "Señor maestro,
sabed que si la muger fuere tardia en su voluntad, deue el hombre que dormiere con
ella ser sabio, como dicho tengo, e conoscer su complexion; e deuése detardar con
ella, burlándose con ella e haziéndole de las tetas e apretándogelas, e a vezes
ponerle la mano en el papagayo, e otras vezes tenerla encima de si, e a vezes de
baxo. E haga por tal manera que las voluntades de los dos vengan a vn tiempo. E si
por ventura la muger veniere a complir su voluntad mas ayna que el hombre, deue el
con discrecion entenderla e jugar vn rato con ella, porque la haga complir otra vez, e
vengan juntas las voluntades de amos, como de suso dixe. E haziéndolo desta
manera amarle ha mucho la muger." Entonçes le respondió el sabio: "Dígote,
donzella, que muy bien has respondido." E preguntóle mas el sabio: "Dime donzella,
qual tiempo e hora es mas clara e mas prouechosa para dormir el hombre con la
muger? Respondióle la donzella: "Maestro señor, el tiempo e la hora que es mas
prouechosa para el hombre que ha de dormir con muger, e mas sano, ha de ser
despues de pasados los dos tercios de la noche: e en el postrer tercio está el stomago
del hombre vasio e limpio de la vianda, e la muger en aquel tiempo tiene la madre
caliente, e tiene ella mayor plazer en si para lo reçebir." Respondió el sabio e díxole:
"Muy bien has dicho, donzella." (Mettmann 1962: 117-118)
Del conjunto de respuestas deducimos que Teodor opina que es mejor dormir con la
mujer "quando está en razón" y no muy a menudo. En esto coincide con los médicos, que
aducen que la actividad sexual excesiva puede acarrear graves daños y enfermedades, y
puede incluso ocasionar la muerte.11 En respuestas anteriores, Teodor había ya señalado los
posibles daños del coito, al apuntar la conveniencia de abstenerse en agosto, mes en que "la
compañía de mugeres es peligrosa" (Mettmann 1962: 114). Además, la doncella también
había advertido que el coito frecuente "enuegesce al hombre antes de tiempo", porque la
sangre de la mujer es venenosa (Mettmann 1962: 116). La creencia de que las estaciones del
año influyen en la salud y que ciertas actividades son favorables en unas y nocivas en otras
proviene de Hipócrates.12 Por otra parte, Arnau de Vilanova señala en su Regiment de
sanitat a Jaume II (Battlori y Carreras i Artau 1947: 131) la relación entre el envejecimiento
prematuro y el exceso de ejercicio sexual. Sin duda, esta conclusión debe responder a que la
pérdida de calor y la desecación corporal que se atribuía al coito (Moreno Cartelle 1983:
22), caracterizaban también a la vejez, como señaló Gabriele Zerbi en su Gerontocomia
(Lind 1988: 34-47, 273-274), publicada en Roma en 1489 y que llevó a los hombres
medievales a afirmar que los célibes mantenían por más tiempo la juventud.13 Vilanova se
pronuncia también sobre la ponzoña de la sangre de las mujeres: "les dones són, la majoría,
animals verinosos" (Batllori y Carreras i Artau 1947: 24), idea, que mantenida por
Aristóteles y por Galeno, fue común durante la Edad Media y compartida como veíamos
por don Juan Manuel (Jacquart y Thomasset 1989: 70-71).
Todos los daños que proceden del coito excesivo se compensan con los bienes que
se obtienen cuando se ejercita apropiadamente. Así, la doncella Teodor afirma que si el
hombre procede a dormir "quando está en razón", el coito causa gran placer, pues "la muger
gentil es muy donosa e sabrosa", conclusión con la que concuerdan los médicos, pues, como
aduce Constantino el Africano, el placer es inherente al coito por designio divino:
"Queriendo el Creador que el reino animal perdurase de forma segura y estable y
que no se extinguiese, estableció su renovación por medio del coito y la generación,
de manera que, gracias a esta renovación, no sufriese una destrucción total. Por esa

7
razón plasmó en la naturaleza de los animales miembros que fuesen apropiados y
específicos para esta función e infundió en ellos tan admirable disposición y tan
agradable delectación que no existe animal alguno que no se deleite sobremanera
con el coito. En efecto, si los animales sintiesen aversión hacia el coito, sin duda
alguna la especie animal perecería." (Moreno Cartelle 1983: 77)14
El consejo de que la mujer sea gentil es compartido por el Arcipreste de Hita,
cuando dice que el mundo trabaja "por aver juntamiento con fenbra plazentera" (v. 71d).
También aparece en todas las guías eróticas. Así, Al-Jatib (Váquez de Benito 1984: 153-
154) da refinados consejos sobre el poder de excitación de la mujer bella por "las galas
suntuosas, los perfumes excelentes, las joyas valiosas, la elegancia". El anónimo autor del
Speculum al foderi (Solomon 1986: 27) también se decanta por el amor de las mujeres
nobles, porque son bellas, sabias y sinceras. Por otra parte, la insistencia de que la mujer sea
"garza" reitera la conveniencia de elegir a una mujer joven, bella y propicia al amor.
Recordemos que tener el "cuello de garça" es un atributo de belleza que Juan Ruiz confiere
a doña Endrina (v. 653b). Además, en numerosos textos líricos se relaciona la garza con el
amor:15
Mal ferida iva la garça
enamorada;
sola va y gritos dava. (Frenk 1987: 237)

Si tantos monteros
la garça combaten,
¡por Dios, que la maten! (Frenk 1987: 238)
Por otra parte, no he encontrado texto alguno que apoye el consejo de Teodor de que
el hombre busque una mujer que esté criando o esté preñada. Por el contrario, esta
indicación es tan insólita que sospecho que se trata de un error textual, como parecen
indicar algunas versiones manuscritas.16 No sólo la atribución a Aristóteles es errónea,
como ya indicaba Mettmann (1962: 92), sino que tanto los médicos como la Iglesia
desaconsejaban yacer con la mujer en ambos casos; los unos por considerarlo nocivo para la
salud de la criatura (Jacquart y Thomasset 1989: 68-69), la otra por considerar que al ser
ambos períodos infértiles no podían conducir al fin lícito de la unión, es decir, a la
procreación (Brundage 1987: 91, 92, 156-157, 199, 242, 451-453, 508).17 Un teólogo que se
distinguió, no obstante, por defender el coito durante el embarazo como remedio a la lujuria
fue Alberto Magno, pues en su opinión el feto estimulaba los nervios de algunas mujeres
embarazadas e incrementaba su líbido (Brundage 1987: 451-452). Gordonio (Cull y Dutton
1991: 305) también atribuía a las embarazadas mayores deseos libidinosos, ocasionados a
su juicio por la combinación del aumento del calor corporal producido por la retención de la
menstruación y la activación de la imaginación, estimulada por el recuerdo de pasados
placeres. Sin embargo, la tolerancia del coito durante la gestación no debe confundirse con
el consejo de que tal estado fuera el más apropiado para el coito, como alega la doncella
Teodor.
Los consejos de Teodor a los varones sobre las artes venales pueden sorprendernos,
especialmente los que atañen al placer de la mujer y a la simultaneidad del orgasmo. Sin
embargo, nada hay de nuevo en tales consejos. Que el éxito de los hombres con las mujeres
estribara en su capacidad de satisfacerlas sexualmente, como afirma la doncella, era lugar
común de las guías eróticas.18 Incluso los médicos lo recomendaban por razones
estrictamente sanitarias, pues, según ellos, el deleite femenino favorecía su fecundación y la
perfección de la criatura. El placer legitimado por vía divina y médica es la justificación de
que se valen las guías eróticas para asegurar a sus lectores grandes deleites con las mujeres
si aprenden y siguen las técnicas apropiadas, sin salirse por ello de la ortodoxia. Ejemplo de
ello es el tratado de Al-Jatib, quien bajo el epígrafe titulado: "Sobre las formas del coito y el
momento adecuado para la procreación" (Váquez de Benito 1984: 155-156), describe y
aconseja algunas posturas coitales que desafían el equilibrio del neófito y contrastan con la
posición que prescriben médicos y decretistas para garantizar la implantación y posterior
fijación del semen masculino en el útero de la mujer, como veremos más adelante al citar a
Gordonio. Por ello, nada habría de particular en los consejos de la doncella si hubiera
tenido la pretensión de dirigir sus instrucciones al hombre casado y si la procreación
hubiera formado parte de sus objetivos. Claro que podría buscarse una cierta ambivalencia y
dar por sentado que la doncella no contemplaba uniones ilegítimas, aunque no lo
manifestara explícitamente. Esto sin embargo no parece ser el caso, por lo que hay que
pensar en su relación con el Speculum al foderi, texto con el que tiene numerosas
semejanzas, entre las que sobresalen la ausencia de matrimonio y de la concepción.
En cuanto a la habilidad que necesita el hombre para dormir con la mujer, veremos
que la técnica que propone la joven es la habitual en los tratados médicos, pues limita los
prolegómenos a caricias en las zonas erógenas primarias y no se extiende en enumerar
posiciones coitales, de las que menciona sólo dos, frente a las veinticuatro del Speculum.
Según Teodor, la pericia del varón estriba en procurar el orgasmo de la mujer y hacerlo
simultáneo con el suyo. Para ello le aconseja estimularla de acuerdo con su complexión.
Así, si es "tardia en su voluntad", debe acariciarle "las tetas" y "el papagayo",19 y ensayar
algunas posiciones coitales ("e otras vezes tenerla encima de si, e a vezes de baxo", 117), de
forma que ambos cumplan sus voluntades juntos. Si con estas caricias la mujer se adelanta,
aconseja que el hombre se detenga en nuevos juegos y burlas para que "vengan juntas las

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voluntades de amos". De hacerlo así, subraya la sabia doncella, "amarle ha mucho la
muger" (117).
La conveniencia de que el hombre estimule a la mujer con caricias en los pechos y
la vulva para que el orgasmo sea simultáneo la apuntan también los médicos coetáneos,
pues todos asumen tanto la pasividad de la mujer como su frialdad respecto al calor natural
del varón. Incluso los que dicen silenciar por prudencia los famosos consejos eróticos de
Avicena, no pueden menos de dar unas directrices mínimas sobre cómo ejecutar el coito
para garantizar la fecundación. Ejemplo de ello es Bernado Gordonio, quien a pesar de
advertir que "Avicena cuenta muchas cosas que no son honestas del coitu, e cuéntalas a fin
de lo estorvar, pero por quanto el aire se ensuzia de las tales cosas, por ende, déxolas de
contar" (Cull y Dutton 1991: 305), da los consejos siguientes:
"La manera como se ha de echar el varón con la muger. Deven ser amos
templados en comer e bever e ordenados en las otras seis cosas non naturales, e el
cibo digesto e las superfluidades alançadas, después de la media noche e ante del día
el varón deve despertar a la fembra, fablando, besando, abraçando e tocando las
tetas e el pendejo e el periteneón e todo aquesto se faze por que la muger cobdicie,
que las dos simientes concurran juntamente porque las mugeres más tarde lançan la
esperma. E quando la muger comiença a fablar quasi tartamudeando, estonces
dévense juntar en uno e poco a poco deven fazer coitu e dévese juntar de todo en
todo con el pendejo de la muger en tal manera que el aire non pueda entrar entre
ellos. E después que hayan echado simiente, deve estar el varón sobre la muger sin
fazer movimiento alguno, que no se levante luego, e después que se levante de
sobre, la muger deve estender sus piernas e estar papa arriba e duerma si pudiere,
que es mucho provechoso, e non fabla nin tosca (sic). E estas cosas fazen mucho
para el retenimiento de la simiente, e después que sintiere que está la simiente en la
madre, o esté echada o ande mansamente, si necesario fuere" (320).
He considerado oportuno citar por extenso los consejos de Gordonio no sólo porque
coinciden con los de la doncella Teodor, sino porque explican la importancia del orgasmo
simultáneo para la procreación. Como podemos observar, coinciden también en que el
momento adecuado es después de la media noche, cuando se haya digerido la cena, aspecto
éste en el que están de acuerdo médicos españoles como Juan de Aviñón (Naylor 1987:
145). Discrepan, sin embargo, en cuanto a las posturas coitales. Mientras Gordonio
menciona sólo la que la Iglesia consideraba natural, la doncella considera al menos la
inversa, cuando la mujer está sobre el hombre. Además, la doncella la aconseja para
incrementar el placer, lo que es propio de las guías eróticas pero estaba proscrito en el
derecho canónico (Brundage 1984), por lo que no es sorprendente que este pasaje sufriera
cambios considerables hasta ser suprimido.
La idea de que el coito daba a la mujer gran placer estaba muy extendida, como
anota también Gordonio (Cull y Dutton 1991: 305):
"Devedes de notar que la muger en más cosas se deleita que el varón; que se
deleita con la esperma del varón e con su propia esperma. Pero el varón es más
fuerte e más intenso, como su simiente sea más templada".20
La importancia biológica que se confirió al placer de la mujer como necesario para
la concepción dominó durante varios siglos, aunque tuvo sus ocasionales detractores, como
colegimos de las disquisiciones de Juan de Aviñón, quien dedica el capítulo 51 de su
Sevillana medicina al tema de si la mujer puede concebir "sin talante de varón" y concluye
que sólo excepcionalmente las mujeres que son forzadas se quedan embarazadas.21
Comparte su opinión Arnau Guillem, quien en el capítulo segundo de su Tractado noveno
de la forma de la generacion de la criatura trata del "ayuntamiento de las simientes del
baron e de la muger" y dice que "ambas son necesarias, y que la del varón sola no bastaría
por ser excesivamente caliente y espesa, y destruiría la criatura si no se atemperase por la de
la mujer" (Mancho 1987: fol. 2 r).
Sin duda estas conclusiones médicas sobre la naturaleza del coito y del placer sexual
y su conveniencia para la higiene corporal y mental, cuando se ejercitaba con templanza,
influyeron en la mentalidad de las gentes, que al parecer no vieron como especialmente
pecaminosas las relaciones sexuales entre solteros. Si a esto unimos el conocimiento de las
guías eróticas, sin duda más extendido de lo que hasta ahora hemos pensado, podremos
explicarnos que un texto como este de la doncella Teodor viera la luz.22 La Iglesia misma
parece haber tolerado hasta cierto punto la unión sexual entre solteros, es decir, la llamada
fornicación simple. Aunque según los penitenciales era pecado grave, de ellos mismos y de
sus leves castigos se desprende la idea generalizada de su inevitabilidad, y por ende de su
tolerancia, como anota Payer (1991: 142).23 Así lo observamos en el catecismo del obispo
Pedro de Cuéllar de 1325 (Martín y linage Conde 1987: 179-184) quien insiste en que es
pecado aunque no lo parezca "commo quier que tal fecho sea natural e sea cosa nesçesaria
para fincar el humanal linage, que commo quier que sea natural en una manera, pero non es
natural en quanto llega a la natura e despojó del bien e de la gracia e de la virtud" (180).
No obstante lo escrito hasta el momento, es necesario recalcar el carácter
excepcional de este fragmento de la Historia de la donzella Teodor en la literatura medieval
castellana. Es proverbial el carácter conservador de la mayor parte de nuestros escritores,
más atentos a crear personajes paradigmáticos de la mujer, positivos o negativos, que a
representar la realidad de sus comportamientos (M. E. Lacarra 1988: 20). Y es que, incluso

11
en un texto como éste en el que se legitima el placer sexual femenino, las ideas misóginas
sobre la mujer prevalecen. Recordemos que algunas conclusiones de la sabia doncella
coinciden con las de don Juan Manuel, especialmente la representación de la sexualidad de
la mujer como fuente de ponzoña y de placer, de vida y de muerte. Este y otros ejemplos
misóginos aludidos se deben a que Teodor transmite la ideología masculina y responde a las
preguntas desde la perspectiva del varón como sujeto activo. La propia Teodor, esa
"donzella christiana que era de las partes de España" (Mettmann 1962: 103), es tan
admirada por los sabios de la corte del rey de Túnez, donde se ubica el cuento, como por
sus lectores hispanos, porque se representa como paradigma de virtud, virginal en
pensamiento, palabra, obra y hasta en sueños. Como las gentiles garzas que atraen a los
hombres, su pureza, juventud y belleza la dejan a la merced de los deseos libidinosos del
rey, deseos que sólo su excepcional sabiduría, tan impropia de la condición femenina en el
discurso misógino, le permite liberarse de tal sometimiento. Como apunta María Jesús
Lacarra en este mismo volumen: "contra los tópicos alegatos de la literatura misógina, [en
Teodor] por una vez parecen coincidir la apariencia externa e interna".
Como ya he mencionado, los consejos sexuales de la joven debieron parecer
excesivamente atrevidos y fueron eliminados a partir de la edición de Sevilla. Las cosas
parecían haber llegado demasiado lejos también para el Maestro Francisco Farfán,
penitenciario de Salamanca, quien en 1585 publica una obra de casi mil páginas para probar
la gravedad de tales conductas, titulada: Contra el pecado de la simple fornicación: donde se
averigua, que la torpeza entre solteros es pecado mortal, segun ley diuina, natural, y
humana: y se responde a los engaños de los que dizen que no es peccado. En ella el autor
manifiesta que el error se ha extendido incluso entre los confesores y el lector puede
apreciar su aceptación en el número creciente de fieles cristianos que defienden la
fornicación simple en los Autos de Fe, y lo que es más grave en el hecho de que "los
señores Inquisidores, son los que dan en este error" (s.p.). La creciente intolerancia
eclesiástica, unida a la revitalización de las tesis aristotélicas sobre la esterilidad del semen
de la mujer y su paulatina adopción por la clase médica fueron eliminando la concepción
del derecho natural de la mujer al placer. De ahí que el deleite femenino lejos de justificarse
por las leyes naturales pasara a ser visto como un vicio antinatural, como una perversión
que debía ser erradicada del santo sacramento del matrimonio. Relegada su función en la
procreación a la de mero recipiente para ser inseminado, su sexualidad dejó de tener otro
interés que el de ser controlada en beneficio del linaje del varón y explotada por éste para su
disfrute. El hombre, por su parte, mantuvo el privilegio y la obligación de gozar, es decir,
de eyacular, pero se le pidió una ejecución pronta y limpia, de tal modo que el acto así
ejecutado se convirtió en espejo de virtud conyugal, donde el deleite apenas tenía cabida y
se toleraba que se buscara fuera del lecho matrimonial. Este es el penoso panorama que
dominó Occidente desde el siglo XVIII y que explica las exclamaciones de sorpresa que
profiere Luce López-Baralt (1992) al descubrir la obra que escribió un morisco valenciano
desde su destierro en Túnez a principios del siglo XVII. Con notable exageración, la erudita
puertorriqueña denomina "primer kama sutra español" a un texto que contiene consejos ya
bien conocidos en la Edad Media, pero es que en los últimos siglos se ha olvidado bastante
de lo ya conocido y lo que es peor, se proyecta en la Edad Media lo que pertenece a nuestra
cultura.24

13
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17
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N
OTAS
1 Brundage (1987) dedica los capítulos del cuarto al noveno a examinar las distintas
posiciones de la Iglesia y sus efectos en la legislación canónica; sobre la deuda conyugal,
consecuencia del remedio a la incontinenecia véase también Makowski (1977).
2
Destaca en este grupo Alfonso X, quien hace un gran panegírico del matrimonio en el
proemio a la Partida IV, pero defiende la legalidad de las uniones de barraganía en el título
XIV "De las otras mugeres que tienen los omes que non son de bendiciones" (IV, 14,
proemio), aun a sabiendas de la prohibición eclesiástica, con el argumento de que "los
sabios antiguos que fizieron las leyes, consintieronles que algunos las pudiessen auer sin
pena temporal, porque touieron que era menos mal, de auer vna que muchas".
3
Los médicos que como Gordonio (1991: 301 y 321), dan consejos básicos sobre el coito y
el placer no forman parte de este elenco. Un buen ejemplo de tales guías prácticas es la del
médico Al-Jatib, (ed. Vázquez de Benito 1984), quien describe con agudeza una sexualidad
refinada en beneficio del varón, pero del que la mujer puede sacar también fruto. Esto, sin
embargo, no significa que, como dice Arjona Castro (1985: 110), Al-Jatib abogue porque el
placer sea "compartido por la mujer en igualdad de derechos que el varón". Otra guía
erótica es la del anónimo autor catalán del Speculum al foderi (Solomon 1986), quien a
diferencia de Al-Jatib, no pretende escribir para casados ni para asegurar la concepción,
aunque sí justifica su obra en los beneficios que el coito proporciona a la salud física y
mental. Sobre estas artes eróticas es interesante el capítulo cuarto de Jacquart y Thomasset
(1989: 123-138).
4
Véase nota anterior y también Giffen (1971: 118-123).
5
Esta obra se tradujo en el siglo XIV con el título, Libro de miseria de omne (Tesauro
1983). De aquí en adelante cito por esta edición.
6
No hay que olvidar, sin embargo, que Alfonso X defiende también en su Partida IV, 14 las
uniones de barraganía.
7
Tanto en la Historia de la esclava Tawaddud como en otras versiones de la Donzella
Teodor, el segundo sabio es un físico o médico y no un maestro en artes liberales. Sin
embargo no es tan extraño como podría parecer que tal maestro inquiera sobre temas
médicos, pues como señala Siraisi (199: 65-70) la relación de los estudios médicos con los
de artes era grande debido a la existencia de asignaturas comunes y a los frecuentes
contactos institucionales entre ambas facultades, lo que hacía frecuente los conocimientos
médicos por parte de maestros en artes y viceversa.
8
A diferencia de lo que ocurre en su fuente, Historia de la esclava Tawaddud, incluida en
las Mil y una noches (noches 436-462, Vernet 1990: 1365-1415), Teodor es sometida a un
interrogatorio unilateral y los sabios nunca se ven sujetos a las preguntas de la doncella.
Además, en este caso las preguntas son diferentes.
9
Constantino el Africano (Moreno Cartelle 1983: 100) aduce dos causas que producen la
polución nocturna: el exceso de humedades y el recuerdo de mujeres hermosas durante el
sueño. También Alberto Magno menciona las poluciones femeninas involuntarias, que en el
caso de las monjas proceden del mal funcionamiento de la "virtud expulsiva", (Jacquart y
Thomasset 1989: 65). San Agustín se pronunció sobre la responsabilidad moral de la
eyaculación durante el sueño y posteriormente se incluyó en varios decretos de Ivo de
Chartres y en los penitenciales. Tomás de Chobham fue uno de sus más persistentes
denunciadores en su Summa confessorum (Brundage 1987: 80, 214 y 400-401). La opinión
más seguida fue la de Gregorio Magno, quien la consideró inocua si se debía a una
acumulación natural de semen; pecado venial si era ocasionada por exceso de comida;
grave si procedía de pensamientos impuros; mortal si estos pensamientos eran
acompañados de sentimientos de placer y de lujuria (Payer 1991: 133).
10
Sobre las señales de la virginidad se ha escrito mucho, pues la virginidad de las mujeres
interesó enormemente a la sociedad medieval. Además de la integridad física se exigía
también la moral, por lo que incluso los médicos consideraban que eran señales de ella la
modestia, el andar y hablar pausado, así como bajar la mirada ante los hombres. Así lo
señala Gilbertus Anglicus y a ello se dedica un capítulo en el Secreta mulierum, atribuido a
Alberto Magno (Lastique y Rodnite Lemay 1991: 66).
11
Además de Constantino el Africano (Moreno Cartelle 1983: 120-25), son de ese parecer
todos los médicos consultados. El judío tudelano Sem Tob ibn Falaquera (Varela Moreno
1986: 84), escribía en el primer tercio del siglo XIII sobre el desgaste del coito frecuente y
los beneficios de su uso atemperado. Bernardo Gordonio se autoriza en Avicena a quien
cita: "Dezia Auicena en las Historias de los animales que más daña un coitu superfluo que
xl sangrías semejantes a él e proporcionales" (Cull y Dutton 1991: 304) y lo considera
nocivo para los melancólicos (109); Aviñón (Naylor 1987: 144) aduce razones de índole
moral (pecado mortal de lujuria) y físico ("pues daña más sacar una onza de simiente que
diez de sangre"), producidas por la excesiva frecuencia del coito, que también Eiximenis
considera lesiva en su Com usar bé de beure e menjar (Gracia 1977: 43-47).
12
En la Edad Media el primero en relacionar estas ideas con el coito parece ser Al-Razi en
su Isagoge (Vázquez de Benito 1979: 49-54), y en la literatura castellana encontramos

19
referencia a ello en Poridat de las poridades y en otros textos (M. E. Lacarra en prensa);
también en Jacquart y Thomasset (1989: 152-153).
13
Incluso los autores de tratados médico-eróticos, como Al-Jatib (Vázquez de Benito
1984: 152-53, 158) o el anónimo autor del Speculum al foderi insisten en los daños del
coito excesivo. Este último texto dedica el primer capítulo a enumerar los daños que
produce, entre los que se encuentra la calvicie, junto con la alteración del sistema digestivo
y otros muchos y peligrosos males.
14
Gordonio (Cull y Dutton 1991: 305) comparte esta opinión: "Por esto es así que Dios
puso tan grande delectación en el coitu que sobreviniente el enojo la generación de las
animalias no pereciese". Alfonso de Madrigal, el Tostado, se manifiesta en términos
semejantes en su Breviloquio de amor e de amicicia, escrito hacia 1436 o 1437 (Cátedra
1986: 77-78), y considera que es "el grande aguijón de delectaçión" (77) lo que mueve a
todos los animales, incluidos los seres humanos, a engendrar.
15
Sobre esta frase que se hizo proverbial, Sebastián Covarrubias, dice en su Tesoro de la
lengua castellana, o española (Riquer 1943: 629), que en sentido moral, avisa a las damas se
recaten de los servicios extraordinarios de los galanes".
16
En los manuscritos m h g p la doncella contesta que "todo yazer con muger es dolencia: e
quando ouieres de yazer con ella, podrá ser que sea preñada, o que críe fijo macho a sus
tetas o otra muger" (Mettmann 1962 (152), lo que parece una prevención, si bien la lectura
sigue siendo oscura.
17
En todo caso, la iglesia permitía pagar la deuda siempre que la gestación no estuviera
muy avanzada y admitía incluso adoptar posturas coitales diferentes a la considerada natural
(la mujer debajo y el hombre encima), para evitar posibles daños al feto (Brundage 1987:
453).
18
El anónimo autor del Speculum (Solomon 1986: 28) aduce que sólo podrá conseguir el
amor de las mujeres el hombre que conozca cuál es su placer y su voluntad y los ponga por
obra, aunque sea feo, malo y poco educado.
19
La vulva está apropiadamente metaforizada en el vocablo "papagayo", pájaro hablador y
de rico plumaje, que sin duda compartiría con la tórtola evidentes connotaciones eróticas
(Adams 1982: 31-33).
20
El debate de quien goza más en el coito, el hombre o la mujer se inició en la Edad Media
a raiz de la traducción que hizo Constantino el Africano del Pantegni de Al-Razi a
mediados del siglo XI (Wack 1990: 117). Pedro Hispano trató también el tema por extenso
en su Questions on the viaticum (Wack 1990: 109-125), pero el debate siguió hasta los
siglos XVI y XVII (Flandrin 1982: 102-107).
21
Esta creencia estaba tan arraigada que cuando una mujer se quedaba embarazada tras una
violación se desestimaba la fuerza, pues la fecundación implicaba el asentimiento.
22
Sobre las artes eróticas véase Márquez Villanueva (1983: 331-345) y López-Baralt (1992:
177-181).
23
Sobre la clasificación de los pecados y los castigos penitenciales en España véase
González Rivas (1949: 74-78, 125-126, 128, 152-153 y 94-101). En general, los pecados
más graves incluían la idolotría, el homicidio y la impureza.
24
En su interesante y extenso prólogo, que he leído después de terminar este artículo, da
muestras de conocer el complejo panorama de la sexualidad, lo que no le hace variar su
opinión sobre el carácter del fragmento que analiza y edita, pese a que tal estudio contradice
plenamente su tesis de que se trata de un texto "inaudito" y que nada se sabía en Europa de
tales erotismos.

21

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