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Colección

Brújula
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Ivonne de Carroz

Un amigo
llamado José
Paulinas Editorial es una expresión apostólica de la
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Arquidiócesis de Barquisimeto
GOB. SUP. ECCL

Con la aprobación de
Monseñor Hildemaro Flores Cordero
Protonotario Apostólico
Censor

Puede imprimirse:
Excmo. Mons. Antonio Luis López Castillo
Arzobispo de Barquisimeto

Fecha de Producción
Diciembre, 2014

Dirección Editorial
Rosa Aura F. Pérez

Edición y diagramación
Deisy Teran Tosta

Impreso en la República Bolivariana de Venezuela por


A.C. Talleres Escuela Técnica Don Bosco
Teléfono: 58-212-2370802.
Boleíta - Venezuela

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ISBN: 978-980-207-909-4
Queda hecho el depósito de ley
Depósito Legal:If3942015200278
Dedicatoria
Mi dedicatoria va ofrecida
a mi amado esposo,
que sin él no sería posible
escribir este libro.
Me acompaña, me asesora y
me inspira, como padre y esposo
abnegado y ejemplar.
Gracias, mi amor.

A mis hijos, regalo de Dios,


flores y frutos
de nuestra siembra.

A mi nuera y yernos, soportes


de un leño macizo.

A mis nietos,
tesoros y baluarte.
Índice
Introducción 9
La amistad 11
La Sagrada Familia 23
El tercer corazón 55
José acompaña a Jesús a buscar la
oveja perdida 65
El silencio de San José 93
José un varón adornado
de todas las virtudes 117
¿Quién es José? 137
Reconocimientos a San José de los
Padres y doctores de la Iglesia 143
Referencias 147
Introducción
Con profundo aprecio quiero compartir
esta invitación de amistad que nos ofrece San
José, reclamando nuestra atención, porque él se
nos presenta como la melodía del silencio, de ese
silencio que se escucha en la mirada para descubrir
las formas y el valor del silencio; de ese silencio
que nos comunica con el sonido de las voces que
nos hablan desde lo más íntimo del alma. José el
descendiente de David, el guardián de la Virgen
María, nos involucra en la acción espiritual de
nuestro ser, invitándonos a relacionarnos con el
Hijo de Dios.

Hacernos amigos del Hijo de Dios es


hacernos amigos de Jesús, es una riquísima
experiencia, es saber vivir una buena amistad,
es una verdadera ciencia, es un arte. José al
invitarnos a relacionarnos con Jesús, es porque
sabe que Jesús busca amigos, busca grupos de
amigos para brindarles su amistad.

Jesús sabe dejarse encontrar, como lo


hizo con los discípulos de El Bautista que luego
fueron sus amigos y sus testigos. La amistad
exige permanencia y presencia, Jesucristo está
siempre esperando, para enseñarnos el verdadero
valor de la amistad. El amigo llamado José, nos
9
invita a conocer el silencio, a dejarnos invadir por
su silencio, abandonar el ruido y volver una y otra
vez al silencio. Es preciso volver al silencio, para
encontrar la fuente de vida eterna, que Jesús, una
vez junto a la samaritana, nos ofreció.

Nunca encontraremos la fuente de vida


eterna, si no valoramos el silencio solícito, vigilante
y defensor de Jesús. Esta es la grandeza de ser
amigo de San José, el jefe de la Sagrada Familia,
el esposo de María, cuidador y vigilante de Jesús
El Mesías. San José nos invita a poseer la Palabra
de Jesús, para escuchar su silencio.

En la amistad Jesús tuvo que expresar el


silencio para luego ser Palabra definitiva del Padre.

10
La amistad
12
¡Quién tiene un amigo, tiene un tesoro!
¡Solo cuando los valores se viven en la amistad!
¿Cuánto nos hace falta descubrir un amigo?

La amistad es un delicado y hermoso hilo


dorado, que se hace lazo, cuando entendemos
que cosa queremos alcanzar y que nos motiva a
compartir.

A un amigo se le reconoce cuando lo


necesitamos, y podemos confiar en él, teniendo la
certeza que su consejo es el indicado. Un verdadero
amigo nos anima a actuar bien, a divertirnos
sanamente, a compartir lo que sabemos y tenemos.
Siempre nos invita a realizar buenos actos, donde
no seamos lastimados ni lastimemos a los demás.

La amistad es una gracia perfecta y plena,


que brota de la naturaleza humana. Podemos decir
que Dios es amistad y esta amistad es redimida
por Cristo.

La verdadera amistad es espiritual,


porque es una virtud que se integra al afecto,
al compromiso y a la alegría. Solo se puede dar
verdadera amistad, entre hombres y mujeres de
igual virtud.

13
¿Quién no ha tenido en su vida
la experiencia de la amistad?

La amistad por ser una virtud, es una


experiencia viva, maravillosa y generosa, como don
de sí mismo, que enriquece nuestra vida. Cristo
como hombre verdadero, nunca se privó en su vida
de esta noble experiencia. La amistad es un valor
entre los humanos y uno de los dones más altos de
Dios. El mismo Dios se presenta como amigo de los
hombres. Un pacto de amistad sella con Abraham,
con Moisés, con los Profetas.

Cuando Cristo vivió entre nosotros, se


mostró gran amigo de los hombres. La Sagrada
Escritura nos dice que Jesús dio a esta amistad
de Dios un rostro vivo, viniendo a ser amigo de
los hombres y tuvo amigos especiales en una
experiencia reconfortante de la amistad, por ser
verdadero hombre.

¿Qué podemos decir de la amistad?

El filósofo Sócrates aseguraba que prefería


un amigo a todos los tesoros del rey Darío.
Aristóteles definía la amistad como querer y
procurar el bien del amigo por el amigo mismo. San
Agustín no vacilaba en afirmar que lo único que
nos puede consolar en esta sociedad humana tan
llena de trabajos y errores, es la fe no fingida y el
amor que se profesan unos a otros los verdaderos
14
amigos. Y el propio Cristo usó como supremo piropo
y expresión de su cariño a los Apóstoles, la palabra
“amigos” al decirles: “Porque todo lo que ha oído de
su Padre se los dio a conocer.”

En nuestro corazón podemos encontrar


el deseo de pertenencia. Nuestra humanidad
está hecha para vivir relaciones profundas, en
comunidad, y sentimos que pertenecemos al
universo, a la tierra, al aire, al agua y a todo lo que
está con vida, a la humanidad entera.

Cualquiera que ama rectamente a su prójimo


ha de procurar que también ame a Dios con todo
el corazón, con toda el alma y con toda la mente;
de este modo, amándole como a sí mismo, todo su
amor y el del prójimo lo encamina al amor de Dios

Hay un refrán muy antiguo y muy cierto que


dice: “Dime con quién andas y te diré quién eres”,
pues como es el amigo así serán las personas que
se juntan con él.

Cuando al rey Josafat de Judá le dijeron:


Viene contra ti una gran muchedumbre de gente
del otro lado del mar de Edom, que están ya en
Jesasón-Tamor, o sea, Engadí, tuvo miedo y consultó
a Dios, quien ordenó un ayuno en toda Judá. Dios
escuchó sus ruegos y el Espíritu de Dios vino sobre
Jazaziel, quien dio instrucciones de que salieran a
la batalla solo con instrumentos de música alabando
15
a Dios. Fue un triunfo extraordinario, y ellos tan
solo contemplaron la victoria. Dios les dijo: “No es
de ustedes la batalla sino de Dios”

No obstante, tiempo después se hizo amigo


de Ocozías, rey de Israel, del cual, dice la Palabra,
era dado a la impiedad. Esta amistad le trajo
grandes estragos. Siempre había sido un hombre
próspero por la bendición de Dios y cuando se hizo
amigo de Ocozías nada le salía bien. (2 Crónicas
20)

También el rey Salomón, el hombre más sabio


sobre la tierra, disfrutó de grandes bendiciones
de Dios mientras siguió en los caminos de su padre
David. Amó, además de la hija del Faraón, a muchas
mujeres extranjeras de pueblos de los cuales Dios
había dicho a los israelitas: “No se unan a ellas, ni
ellas a ustedes, pues ellas los inclinarán hacia sus
dioses.” Ellas fueron la causa de que se desviara;
pues, en su ancianidad, sus mujeres lo llevaron tras
otros dioses y ya no fue sincero con Dios, como lo
había sido su padre David. Dios se enojó contra
Salomón, porque se había apartado de él. (1 Reyes
11).

Pero también hay buenas referencias, como


Eliseo que siguió a Elías por todas partes y antes de
subir al cielo, Elías le preguntó: Voy a ser llevado
lejos de ti.

16
Pídeme antes lo que quieras que haga por ti.
Eliseo dijo: Haz que tenga lo mejor de tu espíritu.
(2 Reyes 2).

Por eso dice Proverbios 13, 20: “El que anda


con sabios se hace sabio, el que frecuenta a los
insensatos se pervierte.

Y qué podemos decir de los discípulos de


Jesús quienes, después de tres años y medio de
diaria convivencia con Él, eran reconocidos por
hablar y moverse como Jesús. Pedro, cuando Jesús
era juzgado, quería pasar desapercibido, pero la
gente lo reconocía y le decía que hablaba como
Jesús y se parecía a Él. Incluso a los primeros
creyentes les llamaron cristianos porque las
mismas palabras, acciones y poder de Cristo eran
vistas en ellos.

¡Qué extraordinario tiempo pudieron


gozar aquellos discípulos! ¿No creen? Tuvieron la
oportunidad de convivir con Jesús esos tres años,
siendo impregnados de su personalidad y carácter.
¿A cuántos nos hubiera gustado vivir en esos
tiempos y gozar de la amistad con Jesús?

Es por ello fundamental que aprendamos


a escoger a nuestros amigos, no cualquiera será
una buena influencia para nuestra vida. Cuando
veo en Facebook los amigos que algunos jóvenes
tienen, la verdad me deja muy preocupada. Me
17
gusta que tengan amigos, pero algunas amistades
son verdaderamente lamentables. ¿Te has puesto
a pensar alguna vez, cuantos contactos aparecen
en tu lista de amigos de Messenger? ¿Cuántas
personas aparecen etiquetadas como “amigos” en
tu red social, como Facebook y Twitter? Quizás
seas de esas afortunadas personas que dicen
tener miles de amigos.

Pero realmente deberíamos reflexionar


y preguntarnos ¿Qué es un buen amigo? ¿Qué
cualidades debe tener un buen amigo? Al responder
estas preguntas nos darnos cuenta de que los
amigos de verdad, podríamos contarlos con los
dedos de las manos.

Pero no olvidemos que existe alguien que


cumple todas estas cualidades. Estamos hablando
de Jesús. Él es el mejor amigo que el hombre
pueda tener; Él ama a todos los hombres y los
considera como amigos. Descubramos la hermosa
amistad, que tuvo con su discípulo Juan, tanto que
Juan la manifestó en el Evangelio, donde se oye
palpitar el Corazón de Jesús. Quien no recuerda
la especial relación con los tres hermanos de
Betania, Lázaro, Marta y María, allí descubrimos
la amistad agradecida donde Jesús descansaba
y abría su corazón de amigo. ¿Y la amistad con
Nicodemo y la amistad con el ciego Bartimeo?

18
Jesús tuvo tiempo para la amistad y el
descanso. Como hombre se cansaría de sus fatigas
y correrías apostólicas, le llegarían al alma los
desprecios, las indiferencias, las calumnias de
quienes no le amaban. Al mismo tiempo, necesitaba
abrir su corazón, sus secretos “dejando escapar
toda la suavidad de su corazón; abría su alma por
entero y de ella se esparciría como vapor invisible
el más delicado perfume, el perfume de un alma
hermosa, de un corazón generoso y noble. (San
Bernardo, Comentario al Cantar de los Cantares,
31, 7)

Deberíamos preguntarnos: ¿Qué se requiere


para entrar al círculo de amigos de Jesús?

Jesús no quiere amigos de conveniencia, que


solo están con Él hasta El Pan y huyen cuando se
aproxima la sombra de la Cruz. Jesús nos responde
esta pregunta en el Evangelio, cuando nos dice:
“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los
unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a
otros como yo los he amado.” (Jn 13,34)

Pero Jesús tuvo un amigo muy especial, que


también fue su cuidador y guardián, su compañero
en la vida y en el trabajo y el mejor maestro del
silencio, José. José fue el mejor y más grande
amigo de Jesús. Hombre justo donde brillan todas
las virtudes de la vida silenciosa y oculta en un
grado proporcionado por la gracia santificante: su
19
castidad, humildad, pobreza, paciencia, y fidelidad
que no puede ser quebrantada por ningún peligro;
su sencillez, su fe esclarecida por los dones del
Espíritu Santo; su confianza en Dios y la más
perfecta caridad. El Evangelio llama a San José
hombre justo (Mt. 1, 19).

El Venerable Pablo VI en su Homilía del


19 de marzo de 1969, nos dijo: “La alabanza más
rica en virtud y más alta en méritos, no podría
aplicarse a otro hombre. Un hombre que tiene
una insondable vida interior, de la cual le llegan
órdenes y consuelos singulares, la lógica y la
fuerza, propia de las almas sencillas y limpias,
de las grandes decisiones, como la de tener en
seguida, a la disposición de los planes divinos, su
libertad”

San José nos habla, en su silencio, un


silencio voluntario y armonioso donde guarda
la Palabra Divina y la confronta continuamente
con los acontecimientos de la vida, un silencio
entretejido de oraciones constantes, oraciones de
bendiciones, de adoración, de contemplación.

Dejémonos contagiar por el silencio de San


José. Jesús aprendió, en el plano humano, la firme
y sólida interioridad que es presupuesto para la
verdadera justicia. La verdadera justicia, que
Jesús un día enseñaría a sus apóstoles (Mt. 5, 20).

20
José en su silencio nos enseña una
diferente forma de amistad. Nos enseña el drama
de la existencia, a vigilar nuestros corazones,
porque el Ángel del Señor está en la puerta para
entregarnos la Palabra y la misión que Dios Vivo
tiene para nosotros. Es el Ángel de Dios quien nos
comunica y nos hace entender la profundidad de
nuestra alma, del alma del hombre. Es así como
Dios se encuentra con nosotros, pero debemos
estar vigilantes como los pastores para que el
mensaje nos pueda llegar.

La amistad con Dios sigue los mismos pasos


que la amistad humana. Se forja con el tiempo
real de hablar, de charlar de todo, de todos, de
nosotros, de mí. Crece y se hace fuerte cuando me
percato de la confianza que puedo comentarle al
otro, lo que no hablaría con cualquiera, y cuando el
otro también confía en mí y me abre su interior; es
así como nos empezamos a conocer.

Jesús nos dice “Tú no eres mi siervo,


eres mi amigo, porque a ti te lo cuento todo” (Jn
15,15). Cuando eres un buen amigo reconoces a tu
hermano, igual que Jesús lo hizo con los apóstoles,
Él los llamó amigos porque todo lo que había oído
del Padre se los contó a ellos.

Este es el ideal de la vida. Este es el deseo


de Jesús, llegar a contarnos todo hasta hacer
que lo mío sea suyo y todo lo suyo, su preocupación
21
y su alegría, sean mías también. Dios nos ha creado
a todos con esa capacidad de amistad con Él (Gén
19), con capacidad de hablarle y escucharle. Es la
amistad el más grande don que le ha dado Dios al
hombre.

Por eso Dios, en su infinito amor, como un


padre, espera que su hijo, el niño de sus entrañas,
se dirija a Él y le hable, para lo que es necesario
tener el convencimiento de establecer esta
amistad que Él nos invita.

Dios es tan buen amigo que renunció a su


esplendor Divino y descendió a un establo para
que podamos encontrarlo, y José fue el mejor
amigo de Jesús, estuvo siempre a su lado. Porque
en la amistad con Dios y unidos a EL, se llega a la
santidad.

22
La sagrada familia
de Nazaret

23
24
“San José es cabeza de la Sagrada Familia”

Es el hombre en quien Dios confió sus más


valiosos tesoros. Padre adoptivo de Jesús y Esposo
de María Santísima. No hay en el cielo, santo más
grande después de su esposa, la Virgen María.

La paternidad de San José alcanza no solo


a Jesús sino a la misma Iglesia, que continúa en la
tierra la Misión Salvadora de Cristo.

En Belén, en la Sagrada Familia de Nazaret,


nació la vida, y por primera vez se oye el llanto
de Dios y un diminuto corazón de chiquillo fue el
Corazón de Dios. Por eso las campanas de Belén
están locas, repican y repican para explicarle al
mundo la alegría del cielo, para anunciar al pueblo
de Dios que el hombre está salvado, ahora que Dios
se ha hecho hombre como nosotros. Y así podemos
pasar por la pequeña puerta que conduce a la
gruta, una puerta que tiene la estatura de un niño
y en la que hay que agacharse para poder entrar.
Porque para llegar al Dios de los cielos solo hay
dos caminos: la puerta de la infancia y la humildad.
Y nosotros como los pastores, alegrémonos con
una devoción profunda y autentica a María que
iluminó la tierra, sintiendo también una veneración
especial a su casto esposo San José que vino al
mundo a protegerlos y servirles. Porque toda la
grandeza de San José parte del hecho, al parecer
25
tan natural y sencillo, de llevar al Niño Jesús
en sus brazos, es decir, ser su padre adoptivo y
esposo de María Santísima.

La devoción profunda a San José parte de


aquella familia de Nazaret, donde José aprendió
el sueño de Dios, soñando. Es desde allí que la
conciencia de la familia despierta y se hace
importante, es desde allí que el don de la sabiduría
se hace dueño de la vida y aprendemos a saber
vivir, siendo su mejor exponente la fe, que pasó
del templo a la casa o al hogar y a la familia; ya que
la fe era perseguida y la Eucaristía se alimentaba
con la presencia del ambiente de ese hogar, que
fue el refugio de donde se alimentaría el pueblo
creyente.

De las estrellas, y del amanecer, José y


María unieron sus corazones como dos estrellas
que no se enlazan nunca, mientras que sus rayos
luminosos se entrecruzan en el espacio. Fue un
matrimonio parecido a lo que sucede en la primavera
entre las flores, que juntan sus perfumes; o a dos
instrumentos musicales que juntan sus melodías al
unísono, formando una sola.

¡Cómo se agiganta la figura de la Virgen y


de San José cuando, deteniéndonos en el examen
de su vida, descubrimos en ella el primer poema
de amor! ¡Cómo no admirarse profundamente del
amor de dos jóvenes unidos por un vínculo divino!
26
María y José llevaron a su boda no solo su voto de
virginidad y castidad, sino también dos corazones
llenos de un gran amor, más grande que cualquier
otro amor que corazón humano haya podido
contener. Ninguna pareja de casados se ha querido
nunca tanto.

Como dijo el Papa León XIII: “Su matrimonio


fue consumado con Jesús. María y José se unieron
con Jesús, María y José no pensaron más que en
Jesús. Amor más profundo ni lo ha habido ni lo
habrá nunca en esta tierra. San José renunció a
la paternidad de la sangre, pero la encontró en
el espíritu, porque fue padre adoptivo de Jesús.
La Virgen renunció a la maternidad y la encontró
en su propia virginidad. Bienaventurado eres tú,
justo José, porque a tu lado creció quien se hizo
niño pequeño para hacerse a tu tamaño. El Verbo
habitó bajo tu techo sin abandonar por ello el seno
del Padre. Quien es Hijo del Padre, se llama hijo
de David e hijo de José.

San Bernardo (1090-1153) afirma: “Aquel a


quien muchos profetas desearon ver y no vieron,
desearon oír y no oyeron, le fue dado a José, no
solo verlo y oírlo, sino llevarlo en sus brazos, guiarle
los pasos y apretarlo contra su pecho. Cubrirlo de
besos, alimentarlo y velar por Él.

27
Imagina qué clase de hombre fue José y
cuánto valía. Imagínalo de acuerdo con el título
con que Dios quiso honrarlo, que fuese llamado y
tomado por padre de Dios, título que en verdad
dependía del Plan Redentor.”

San José es fuente de rio caudaloso, que


anuncia el final del diluvio, acogiendo a esta aurora
naciente, bella como la luna, brillante como el sol,
y que traerá la salvación al mundo, al dar a luz
a Jesús y luz al mundo. José a quien Dios hizo
amo y cabeza de su casa y de sus posesiones, fue
elegido como custodio de sus tesoros principales.

Fue el esplendor del silencio de San José


que acogió la magnitud del futuro custodio de
la Sagrada Familia. De esta familia dependía el
futuro de la humanidad, es por eso que la figura de
San José era imprescindible.

Cristo es el Centro de la Historia de la


Humanidad y allí lo acompañan María Santísima
junto a San José. Esta Santísima Pareja nos ha
dejado como legado, del taller y de la casa de
Nazaret, a quien constituye el universo y quien día
a día moldea un mundo nuevo, Cristo Jesús.

Desde esta familia conocemos el origen


del Misterio Pascual. Es por eso que el hogar es
tan sagrado, hay una doble entrega, una doble
fidelidad, amándonos en familia viviremos un
28
anticipo del cielo. Si observamos la Familia de
Nazaret, podemos reconocer tres elementos
esenciales: Los padres, el Hijo y Dios.

Hoy en muchos hogares del mundo solo


observamos dos elementos, los padres y los
hijos. Falta el tercer elemento en la mayoría de
los hogares; que es Dios y por eso surgen los
problemas.

Dios es el alma de las familias, su ausencia


lleva a la ausencia del amor. El imitar a la familia de
Nazaret no es solo un ideal, sino una posibilidad. El
Espíritu Santo que animó a la familia de Nazaret,
es el mismo que desea transformar a todas las
familias, el mismo que nos protege con su gracia
para atraernos hacia Cristo, el que prepara a
los novios hacia el matrimonio y acompaña a los
esposos y a la familia durante toda su vida.

La virtud de la familia de Nazaret es que


estaba totalmente centrada en Dios. Dios lo
era todo para ellos, fiadores en Dios. Solo así
aprenderían, se fortalecerían y enfrentarían
todos sus problemas y dolores, como cuando María
y José tuvieron que oír del Hijo al que acababan
de encontrar tras días de angustiadora búsqueda,
estas palabras:” Porque me buscan ¿No saben
ustedes que debo ocuparme en las cosas de mi
Padre?” (Lc 2, 49-50).

29
Ellos en ese momento, no lo entendieran,
pero aceptaron sus palabras y trataron de
encontrar su sentido en la fe. Es por eso que la fe
no puede derrumbarse. La familia cristiana, cuya
vida siempre es un cuadro de luces y sombras,
encuentra la paz y la alegría, cuando ve a Dios en
ello, aunque no acertemos a comprender. Pero lo
entendemos, cuando aceptamos que el Señor está
cerca y vigilante. Debemos preguntarnos, ¿de qué
manera la fe está presente en nuestras familias?
Así como lo hizo la familia de Nazaret.

Hoy vivimos tiempos difíciles, se reflexiona


poco, se vive el presente para tener y no para ser
y se vive para disfrutarlo. Nos dice San José, solo
abriéndonos al silencio recibiremos una respuesta.
Se trata de nuestras alegrías, de nuestra fe, de
nuestra paz profunda y descubrir nuestra libertad
que nos hace sentir que hay alguien que acompaña
nuestra vida.

La fe debe estar presente en nuestras


familias como en la familia de Nazaret, adoptando
una forma de vida para transmitírsela a nuestros
hijos. Es en la familia que adquirimos los hábitos
de amor, de ternura, de tolerancia, de piedad,
de consejo y respeto a Dios, los sacrificios que
benefician a otro, las generosidades a compartir
en el hogar. Debemos estar centrados en Dios y
Dios debe ser todo para nosotros.

30
Nos dice Paul Claudel, representante del
catolicismo francés en la literatura moderna: “Esta
Sagrada Familia que no se distinguía en nada de los
demás, vivía en una de esas casas de mampostería,
estaría perforada en la roca calcárea. Nada de
lujo ni de confort y sobre el suelo de tierra batida
seguramente una alfombra de esparto.

En esta humilde morada no hay —escribe


Claudel— más que tres personas que se aman y van
a cambiar la faz del mundo. Son solo tres, pero el
mutuo amor que los anima, nunca desmentido, cada
vez más íntimo, más tierno y más fuerte, los une
en una unidad maravillosa que nos hace pensar en
la Trinidad eterna, de la que diría San Juan:, y los
tres solo son uno. El amor une sus almas en una sola
y sus corazones en un solo corazón. Su comunión es
constante.

José y María, aunque mandaban sobre Jesús


y Éste les obedecía, le consideraban su Maestro y
su Modelo. Hay en Él tal santidad, que sienten un
impulso irresistible de imitarle. Jesús es el espejo
de su ideal y tratan de grabar en ellos, el sello de
su perfección, como Él mismo diría más tarde que
es la marca, la señal del Padre.

Los tres llevan una vida oculta. A ojos de


sus compatriotas, no son más que unos israelitas
piadosos, fervientes, fieles, observantes de la
Ley. Su conducta es edificante, pero sus prácticas
31
religiosas, aunque llaman la atención, no tienen
nada de espectacular, de insólito, de especial. Nada
hace transparentar las riquezas que desbordan
sus almas. Nada dan a conocer del secreto divino,
hasta tal punto que sus parientes cercanos no
sabrán descubrir en Él al Verbo hecho carne.

Viven discretamente, sin tratar de


prevalecerse de sus privilegios y de sus títulos.
En apariencia, su vida es tan ordinaria, tan sin
historia, que el Evangelio poco tiene que decirnos
de ellos. Los evangelistas silenciaron la vida que
llevaba la Sagrada Familia en Nazaret.

La hora de la revelación - finaliza Claudel -


llegará un día. Mientras tanto, antes de predicar,
hay que dar ejemplo. Antes de enseñar a los demás
a guardar silencio, a desaparecer, a ser abnegados,
humildes, es preciso que Jesús y los que sigan su
camino comiencen por ofrecer a los hombres el
espectáculo de todas esas virtudes. Es preciso
que el mundo sepa que lo más provechoso, lo más
útil, lo más evangélico, es lo que no tiene brillo, lo
que se consume en el cumplimiento silencioso del
deber cotidiano”.

San José, acompañado y entregado a


Dios, formó parte integral del Misterio de la
Encarnación. Era necesario en la familia de
Nazaret, para salvaguardar el honor de María
para protegerla a ella y a Jesús de la persecución
32
de Herodes, durante el destierro a Egipto, y
ganarles el pan de cada día durante los años de la
vida oculta en la casita de Nazaret. El no participó
físicamente en todo el Misterio de la Encarnación,
pero sí participó totalmente al ofrecer su vida
como sacrificio para el cuidado, servicio, provisión
y protección de Jesús y de María. Fue siempre el
custodio fiel de Jesús y María, porque ser fiel es
entregarse eterna y totalmente, es una promesa
interior hecha con libertad por amor, un amor
eterno, porque eterna es la felicidad.

En la casa de Nazaret todo estaba rodeado


de silencio, solo los cánticos celestiales se podían
escuchar. María y José no dirían ni una palabra, su
alegría era tan grande, con la belleza y sabiduría
del Niño Jesús, que no podían pronunciar palabra
alguna y solo Jesús hablaba con su sonrisa y con sus
ojos, en esos ojos donde brillaba la luz del cielo,
y la luz es silenciosa. José en su silencio adoraba
a Jesús, amaba a Jesús y escuchaba su Palabra.
San José aclamaba a Jesús y a la Virgen su Madre,
cuidándolos, protegiéndolos y acompañándolos.

Él tiene siempre algo que decirnos en su


silencio, porque sabía que la Santa Eucaristía
estaba en su casa de Nazaret.

Busquemos a San José, como maestro y,


de seguro, su primera lección será el silencio. Y
fortaleciéndo en nosotros el amor al silencio,
33
cambiaran nuestros hábitos, indispensable para el
espíritu; tan necesarios para nosotros que estamos
aturdidos de tanto ruido y vida agitada.

La Concepción del Verbo Divino en las


entrañas virginales de María se hizo en virtud
de una acción milagrosa del Espíritu Santo, sin
intervención alguna de San José, reconociendo la
exclusión absoluta de la paternidad física. Lo dice
expresamente el Evangelio y es uno de los dogmas
fundamentales de nuestra fe católica, la virginidad
perpetua de María.

José era el esposo de María la Madre de


Dios. En esta afirmación se encierran alabanzas
casi infinitas. Estuvo íntimamente ligado a Je-
sucristo, y a la Medianera de todas las gracias,
María Santísima, de ahí su grandeza.

Por otro lado, la misión y predestinación


de San José requerían una santidad singular
desde sus primeros años, considerando la misión
totalmente divina de José. Dios providente le
concedió todas las gracias desde su nacimiento,
piedad, castidad, prudencia y perfecta fidelidad.
Aunque la imaginería se empeñó equivocadamente
en presentarnos a un hombre anciano, para dejar a
salvo la virginidad de María, la realidad fue más
hermosa, porque José era un joven fuerte y lleno
de vida, que amaba profunda y virginalmente a su
novia María. Con gran delicadeza y ternura, y con
34
gran sentido de responsabilidad, acató por la fe
los caminos de Dios.

El anuncio de su vocación le causó una


alegría inmensa y comprendió la gran confianza que
depositaba Dios al elegirlo padre adoptivo de su
Hijo. Se entregó totalmente a la misión que Dios
le confiaba y puso todas sus fuerzas al servicio de
Jesús y de María.

Trabajará y sufrirá, pero también será


feliz. Recibirá las humillaciones de Belén, cuando
no le quisieran dar posada y sufrirá más por El
Niño que viene y por María, que por él. Buscará el
lugar para que María pueda dar a luz, lo limpiará,
buscará la comida, leña para el fuego y luz para
iluminar el establo.

Él será el primero en ver al Hijo de Dios,


Niño recién nacido, en oír sus llantos. Su noble y
sensible corazón se sobrecogerá contemplando la
pobreza con que viene al mundo el Hijo de Dios.

María le había dicho que creía que el Niño


estaba a punto de nacer y solo los Ángeles serian
testigos de un alumbramiento cuyo carácter
maravilloso no podía imaginar. Así pues salió para
buscar no lejos de allí, un lugar abrigado bajo la
roca, sin resultados. Un presentimiento le hizo
comprender que debía regresar al establo. Corrió
hacia él, empujó la puerta carcomida y a la débil luz
35
del candil pudo vislumbrar una escena grandiosa
en su sencillez: “El Niño acababa de nacer;” su
Madre, a falta de otra cosa, le había recostado
sobre la paja de un pesebre, de rodillas María y
José con las manos juntas y los ojos bajos ante
la cuna improvisada, parecían sumidos en un
éxtasis de adoración. María y José, incansables,
continuaban en contemplativa vigilia ante el Hijo
de Dios encarnado.

Ahí estaban José y María. Ahí estaba el alma


de José y de María entregados a Dios, gustando,
pensando y sintiendo la verdad de Dios, la verdad
del hombre y la verdad del mundo.

Los esposos de Nazaret con su mirada fija


y entregada al Niño Jesús, contemplando al mismo
Dios. José en silencio y María contemplativa.
Brotaba de ellos la fe, que es más fuerte y más
amplia que la oración.

Los Ángeles del Señor, no lejos de allí, en


lo hondo de un valle, se aparecían a un grupo de
pastores que cuidaban sus rebaños. Escuchen la
gran noticia, les dijeron, y alégrense porque ha
nacido El Salvador. Le reconocerán, está recostado
en un pesebre.

Este Divino Niño no nace en un palacio ni


con manto real. Nace es envuelto en pañales en un
establo, y su única corona son unas hebras de paja.
36
Baja del cielo para enseñar precisamente a los
hombres que la verdadera grandeza no necesita
brillantes escenarios, que se oculta bajo sencillas
apariencias, y que la verdadera riqueza reside en
el desprendimiento.

María mira a José, se vuelve hacia él y le


sonríe, luego, tomando el cuerpo minúsculo del
Niño del fondo del estrecho pesebre, se lo entregó
a José.

José, probablemente, no comprende del todo


estos misterios, pero le basta con sentirlos para
emocionarse. Adora en silencio, que es su primer
cántico religioso y se afirma en él la conciencia del
ministerio que deberá ejercer. Dios le ha confiado
a su Hijo para ponerlo bajo su protección. ¡Con qué
fervor responde a las exigencias de esta vocación!

José, no dio a ese niño su sangre, pero


esa sangre tenía que ser alimentada, mantenida
y enriquecida. Y fue el humilde carpintero quien,
con el sudor de su frente, se encargó de hacerlo.
Jesús comerá el pan que José ganará con su
trabajo y gracias a él alcanzará la talla humana
que necesitaba para salvar al mundo al ser clavado
en la Cruz.

Imaginando esta escena, podemos pensar


en otra semejante que puso fin al paraíso terrenal,
Eva ofreciendo a Adán el fruto prohibido. Ahora,
37
en Belén, la segunda Eva entrega a José, y en
su persona a todos los hombres que han de ser
salvados, el fruto bendito de su vientre.

José, para salvar al niño, tiene que exiliarse


a un país desconocido, de lengua extraña, tierra
idólatra, sin medios, buscando el modo de ganar
el sustento. Muere Herodes, y el Ángel le anuncia
a José que ha muerto el que quería matar al Niño
y que regresen a la tierra de Israel. Pero al
enterarse José que en Judea reinaba el hijo de
Herodes, creyó que estaría más seguro en Galilea,
y fue así que la familia regresó a Nazaret.

Desde siempre José confió en el Señor,


perseverando en su tarea y en su trabajo, como
carpintero, para luego dejárselo a Jesús, acercando
el trabajo humano al Misterio de la Redención.

José era el artesano del pueblo, al que


recurrían cuando había que colocar una puerta,
levantar un muro, reemplazar un armazón podrido,
fabricar un mueble o reparar un útil de trabajo. No
solo confeccionaba todas las piezas de madera que
entraban en la construcción de las casas de adobe,
sino también ruedas para carros, escardillas,
rastrillos, cunas, útiles de cocina, taburetes,
mesas, y esos baúles que, en aquélla época,
sustituían a los armarios para guardar la ropa, los
vestidos y los víveres. En ocasiones es posible que

38
también hiciera piezas finas de marquetería, y los
propios juguetes del Niño Jesús.

Los habitantes de Nazaret solicitarían con


frecuencia sus servicios; cuando una puerta no
cerraba, cuando se rompía la pata de una banqueta,
cuando una repisa estaba corroída o cuando unos
recién casados querían amueblar su casa.

Su taller, estaría situado cerca de su casa,


quizás junto a ella. Como en las tiendas de los
pueblos, la puerta estaría siempre abierta y se
vería repleto de objetos y arados por reparar, de
troncos de árboles todavía no aserrados y de vigas
y tablones de cedro apoyados en la fachada. Al
fondo, las herramientas colgadas en el muro. La
Biblia menciona entre ellas el hacha y la sierra,
el martillo y el rascador, el compás y el cordel.
Habría que añadir a esta lista el mazo, el berbiquí,
el cepillo y la garlopa.

José era un buen artesano, reconocido


tanto por su destreza y habilidad como por su
honestidad y rectitud. Se sabía en Nazaret, y sin
duda en toda la comarca, que al dirigirse a él se
estaba seguro de pagar un precio justo y recibir
una obra bien hecha.

Amaba su oficio y lo conocía a fondo. Lo


practicaba y lo ejercia con la misma meticulosidad
con que escrutaba la Ley de Dios. Sabía que ante
39
el Señor el trabajo no es solo una exigencia, sino
también un motivo de orgullo, algo noble y redentor;
que, lejos de considerarlo una esclavitud, hay que
verlo como una forma de oración, como un medio
de encontrar a Dios y, a la vez, ganarse el pan y la
salvación. Por eso, transformar un tronco de árbol
en planchas, en útiles o en muebles, era un gozo
para él.

Al carpintero le gustaba entrar por la


mañana en el taller, sentir el olor a madera fresca
recién cepillada, ver cómo el sol, entrando por
la puerta abierta, hacía brillar el metal de sus
herramientas. Se preparaba para su tarea como
para una ceremonia religiosa.

Cuando se ataba a la cintura su delantal de


cuero, lo hacía con la gravedad del sacerdote al
ponerse la casulla, y cuando se inclinaba sobre su
banco de carpintero, llenaba de ilusión y de cariño
cada gesto, experimentando un gozo inexpresable
en ejecutar los encargos de su clientela.

María, ocupada en compras y tareas dentro


del hogar, dejaba al Niño Jesús en el taller de José
durante algunas horas; en que José, encantado, le
veía divertirse entre el aserrín, con las virutas y
trozos de madera caídos del banco de carpintero o
en las ensortijadas láminas surgidas de la garlopa
o cepillo.

40
El tiempo se ha ido, al caer la tarde de
vuelta al hogar, José se sentaba cerca del niño
Jesús y a la luz de un candil, le hacía estudiar las
lecciones y repetir lo que había aprendido.

Jesús también frecuentaba la escuela del


Rabí y su voz se mezclaba con la de sus condiscípulos
que recitaban en voz alta los textos de la Ley.

Jesús ha crecido y, después de ayudar a


su Madre en las pequeñas tareas del hogar, ha
ido pasando a depender de José, con quien sus
relaciones son cada vez más directas y frecuentes.
Ahora pasa el día en el taller de José.

Ha empezado por ver cómo trabaja su


padre y a ayudarle en pequeñas tareas: ¿Quieres
alcanzarme el martillo? ¿No te importaría coger el
aserrín y llevárselo a tu madre?

José ve crecer al Niño, ya se lo lleva al taller,


le enseña a manejar las herramientas, a cortar
los troncos, a trabajar la madera y Jesús como
buen discípulo, aprende a cortar las planchas de
madera, a ensamblar las piezas, a pulir los objetos.

Quien más tarde dirá: “Tomad sobre


vosotros mi yugo” (Mt 11, 28), sabía por experiencia
cómo estas se fabricaban.

41
Jesús no hace nada sin preguntar a José.
Ningún aprendiz se ha mostrado nunca tan atento
a los consejos ni tan dócil a ellos. No hay por qué
pensar que las primeras piezas salidas de sus
manos fuesen perfectas, pues era conveniente que
la perfección, increada y creadora, al encarnarse,
aprendiese en la escuela de una criatura. Sin
embargo, no tardó en ser iniciado en todas las
habilidades del oficio. Sus brazos jóvenes y
vigorosos realizaron con seguridad y suavidad los
más complicados trabajos. Supo dar a pequeños
hachazos, la forma de yugo a un trozo de madera o
igualar un nudo. Supo manejar fácilmente el cincel
y el mazo, sacar hábilmente el hilo del cáñamo que
hace girar el berbiquí. Y cuando preguntara a José
cómo hacer tal o cual cosa, le respondería: “Hazlo
como te parezca, lo harás mejor que yo”.

En adelante trabajarán, desde el alba al


ocaso, codo a codo, haciendo los mismos trabajos.
Al despertar el día, ya están en el taller, abren de
par en par la puerta para que entre la luz del sol.

Reinaba en el taller un penetrante y saludable


olor a madera y el banquillo ocupaba el centro, las
herramientas están colgadas de las paredes. En
espera de que María venga a recogerlos, el aserrín
y las virutas barridas el día antes, forman un
montón en una esquina.

42
Empiezan por ponerse un delantal de
cuero, ya que, en el trabajo, no llevan esa pesada
y embarazosa túnica, cubierta de dorados, con
que los representan las imágenes de las Iglesias.
Reemprenden su tarea donde la dejaron la víspera
o inician una nueva.

Nada distinguía el taller de San José del


de los demás, pero el amor que animaba a los dos
artesanos resaltaba y sublimaba su labor, Cada
uno de los movimientos de sus manos afanadas de
la mañana a la noche, es como una Liturgia, como
la ofrenda y la consagración de todo su ser al Dios
Creador. Jesús afirma su Filiación Divina y por
lo tanto su soberana independencia, pero solo es
para mejor poner de relieve la perfección de la
obediencia con que nos dará ejemplo. Su ocupación
continua va a ser, obedecer exactamente en todo
lo que se le mande. Obedecerá más especialmente
a José, que le ha sido dado como padre, y que es
cabeza de familia. Todos sus actos, sus actividades,
su alimento, su reposo, todo, será reglamentado
por las órdenes de José. Cuando Jesús habla de
“los asuntos de su Padre” quiere decir que busca
su gloria sometiéndose en todo a sus padres, a
María, sin duda, pero también a José, “sombra
de su Padre”, que representaba en el Hogar de
Nazaret la primera autoridad.

Podemos asegurar que era a él al primero


que obedecía en todo. Si José se hubiese dejado
43
llevar solo por su fe, habría exclamado como más
tarde lo hizo San Pedro: “Jamás me lavarás los
pies”. (Jn 13, 8). Pero, haciendo callar su fe, acepta
las atenciones que Jesús tiene con él, adorando
esa obediencia inaudita que vino a traer a la tierra
para dar ejemplo a los hombres. Espectáculo que
es para él fuente inagotable de humildad.

Es que la humildad es el fundamento, el


crecimiento, la base de la oración. “Amar es todo
el bien de la oración, fundada en la humildad. La
oración de San José era altísima, era profundísima.
San José puede cantar como María: “Proclama mi
alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu
en Dios mi Salvador, porque ha mirado y amado la
humildad de su siervo. El Poderoso ha hecho obras
grandes en mí”. San José sabe que todo lo que
tiene lo ha recibido de Dios.

José fue quien le informó de todo lo que


su encargo paternal le inducía a enseñar a su hijo.
Por él, Jesús se enraizó tan profundamente en la
estirpe humana que más tarde podrá darse a sí
mismo, con justicia, el título de “Hijo del hombre”.
José, en la mesa, bendeciría los alimentos y, según
la costumbre, sería el primero en partir el pan y
beber el vino.

Lo más seguro es que José llevaría a Jesús


y a María por los senderos florecidos. Procuraría
que su hijo se fijara en la belleza del multicolor
44
de la Creación, y en todo lo que decía se motivaba
en su pensamiento religioso. Le mostraría cómo en
primavera la higuera produce sus primeros frutos,
cómo hay que podar la vid para que de más uvas.
Dirigiría su atención hacia las ovejas errantes,
hacia los halcones, que se juntan para devorar su
presa, hacia la solidez de las casas construidas
sobre la roca, hacia los campos baldíos a causa de
la pereza de sus dueños, hacia la belleza de los
lirios del campo que, sin hilar ni sembrar, deben
todo su esplendor a la magnificencia divina; hacia
la cizaña que envenena el trigo, hacia la semilla que
germina de una u otra forma según la calidad de la
tierra. Le enseñaría a interpretar el aspecto del
cielo, diciéndole: “Cuando al caer la tarde el cielo
se pone rojo al día siguiente hará buen tiempo,
pero si es por la mañana amenaza tormenta. O
cuando una nube se alza por el poniente se acerca
la lluvia y si el viento sopla del sudeste hará calor.

Más tarde, Jesús hablará de todas estas


cosas en su predicación (Mt 16, 2-3, Lc 12, 24-
25). Pero no nos está vedado pensar que Jesús
las oyera antes de labios de José. Y leyendo las
Parábolas del Evangelio, podemos ver en ellas,
emocionados, esa ciencia experimental que sin
duda debió recibir, en sus primeros años, de José.

El ritmo de las jornadas de los tres


miembros de la Sagrada Familia es, pues, el mismo
de las demás familias de Nazaret.
45
El Libro de los Proverbios (31, 10-31), al
describir a la “mujer perfecta”, dice:” Que se
levanta antes del amanecer para preparar la comida
a los de su casa.” Así obraría María, presentaría a
Jesús y a José sus asientos, les serviría la comida,
pone orden en la casa, barre, da de comer a las
gallinas, va a la fuente y al mercado, amasa el pan,
enciende el horno y hace un bizcocho; mientras
los dos carpinteros trabajan en el taller. Cuando
vuelven a mediodía, todo estará a punto. Por la
tarde María los esperaría con una bebida fresca
y quizás algunas empanaditas. Seguro saldría a
su encuentro al verlos llegar, ella se mostraría
contenta y contemplaría su rostro cubierto de
polvo y sudor. Al caer la tarde se sentirían felices
de la jornada y elevarían una oración de alabanza,
dando gracias a Dios.

El taller de Nazaret es la prolongación


de Belén y la preparación al Calvario. Se trata
del mismo misterio de enseñanza, o, más bien,
de enseñanzas que se complementan. En Belén
aprendemos la necesidad del desprendimiento y
la renuncia, en Nazaret la dignidad del trabajo,
su valor santificador y redentor. En el Calvario la
entrega del amor.

¡Y cómo ama José a Jesús! “Por el paterno


amor con que abrasas al Niño Jesús”, escribió el
Papa León XIII, expresando el inmenso cariño y
ternura de José por su Hijo Jesús.
46
Jesús va a la Sinagoga cogido de la mano de
su padre. Ora en Familia con José y María. Santa
Teresa del Niño Jesús, decía de San José: “Que
bastaba verle rezar para saber cómo rezan los
santos”. ¡Qué sería ver rezar a José junto a Jesús
el más santo de los santos!

La vida de José fue una vida de oración y


de trabajo, de hogar y de amor, de austeridad y
de pobreza, pero también de alegría inmensa como
consecuencia de la profundidad de su vida interior
y de saberse entregado por completo al primer
hogar cristiano, semilla de la Iglesia.

San José como padre, preocupado por su
familia, ejerció sobre Jesús la función y los derechos
que corresponden a un verdadero padre, del mismo
modo que ejerció sobre María, virginalmente, las
funciones y derechos de verdadero esposo. Ambas
funciones constan en el Evangelio. Al encontrar
al Niño en el Templo, la Virgen reclama a Jesús:
“Hijo, ¿porque nos has hecho esto?Tu padre y
yo hemos estado muy angustiados mientras te
buscábamos.” María nombra a San José dándole el
título de padre, prueba evidente de que San José
era llamado así por el propio Jesús, pues miraba en
José a un reflejo y una representación auténtica
de su Padre Celestial. Solo a un hombre tan puro
y humilde como San José pudo encomendarle Dios,
ser Padre del Hijo predilecto y esposo de la Madre
de Dios.
47
El matrimonio de José y María Santísima
fue real y verdadero, con una característica
excepcional y singular, fue un matrimonio virginal
pero así de excepcional y singular era la finalidad de
Dios, con este matrimonio santísimo, salvaguardar
la virginidad de María y la castidad de San José.

La Madre Adela Galindo (Fundadora


SCTJM) nos dice: “María pertenece a José y José
a la santísima María; con tanta verdad, que su
matrimonio es muy verdadero, puesto que se han
entregado el uno al otro. Más, ¿cómo se entregaron?
En Pureza. Se entregan mutuamente su virginidad,
y toda la finalidad de este matrimonio consiste
en guardar la virginidad del otro. La vida de estos
esposos es como la de dos estrellas, mutuamente
se iluminan con sus rayos dorados y plateados,
pero sin nunca tener contacto. Jamás matrimonio
fue tan maravillosamente fecundo como este
matrimonio virginal.

El Espíritu Santo realizó el milagro de que


la virginidad de María, amparada y salvaguardada
por la virginidad de José, trajera al mundo nada
menos que al Salvador, al Hijo de Dios, al deseado
de las naciones, al Redentor de la humanidad,
que se dignó someterse no solamente a María, su
verdadera madre física, sino también a José, a
quien respetaba y honraba con el dulcísimo nombre
de padre.

48
Ahora José, en su silencio, habla con aquel
que siendo Rey de Reyes, puso su confianza en el
más humilde de los siervos: Ahora, Señor, puedes
dejar partir en paz a tu siervo, pues mis ojos han
visto tu salvación que has preparado a la faz de
todos los pueblos” (Lc 2, 29-31)

Retengamos, estas palabras que San Fran-


cisco de Sales pone en los labios de San José:
“Niño mío, de la misma manera que tu Padre celes-
tial puso tu cuidado en mis manos cuando viniste al
mundo, yo, al dejar este mundo, pongo mi espíritu
en las tuyas”.

Sin ruido, sin quejas, sin dejar testamento,


se preparó para morir teniendo a su lado a la
Fuente de la Gracia y a la Mediadora de la Gracia,
rodeándole con toda su ternura y dedicación. La
piedad filial de Jesús le acogió en su agonía, le
diría que la separación sería corta y que pronto se
volverían a ver. Le hablaría del convite celestial
al que iba a ser invitado por el Padre Eterno, cuyo
mandatario estaba en la tierra. Siervo bueno y
fiel, la jornada de trabajo ha terminado para ti.
Vas a entrar en la casa celestial para recibir tu
salario, porque tuve hambre y me diste de comer,
tuve sed y me diste de beber, no tenía morada y
me acogiste y estaba desnudo y me vestiste.

Mientras Jesús y María regresaban a su


casa, que les parecería tan vacía y que durante
49
ocho días según el rito permanecería con las
puertas abiertas para recibir a los parientes y
a los amigos que vinieran a consolarles, el alma
de José entraría en el Limbo para anunciar a los
justos, que esperaban allí, el momento de entrar
en el Paraíso de Dios y su próximo rescate, porque
El Redentor ha bajado a la Tierra y pronto se nos
abrirán las puertas del Cielo.

Los justos se estremecerían de esperanza y


de agradecimiento. Rodearían a José y entonarían
un cántico de alabanza que ya no se interrumpiría
en los siglos venideros. ¡Bendito seas tú, que nos
anuncias al Salvador! ¡Bendito sea el Emmanuel, que
has llevado en tus brazos! ¡Bendita sea la Virgen,
tu santísima esposa! ¡Bendito San José, alcánzame
de Jesús y María, la plena confianza! ¡Bendito seas
San José, danos un hogar como el de Nazaret y
dirige nuestros corazones al corazón de la Madre
y al corazón del Niño!

Digamos como conclusión, que para expresar


la grandeza de San José, no es preciso adornarle
con títulos sobreañadidos y de orden excepcional.
Basta, pensando en la humildad con que quiso vivir,
evocar las palabras de Jesús (Mt 18, 4): “El que se
humille como un niño, ese será el más grande en el
reino de los cielos”.

Perfecciones evangélicas coexisten en su


alma en admirable equilibrio, bajo el signo de una
50
serenidad que se nos muestra como emanación
de la Divina Sabiduría. El mensaje de José es
una llamada a la vida interior, una llamada a la
contemplación. Nos habla de la urgencia de la
abnegación, fundamento indispensable de toda
fecundidad. Nos enseña, finalmente, que lo esencial
no es parecer, sino ser; no es estar adornado de
títulos, sino servir, vivir la vida bajo el signo del
querer divino y la búsqueda de la gloria de Dios.
José en su dulce silencio, nos muestra la belleza de
nuestra búsqueda, buscando la belleza del tiempo,
la belleza de la luz, la belleza del encanto de la
melodía de los pájaros que solo son alabanzas; el
perfume y la belleza de las flores del bosque, que
viven para adornar y perfumar la Creación. José
en su silencio se hace esclavo, no responde solo un
“Si” sino que nos invita a entrar en esa búsqueda, a
aquietarnos y encontrar el amor por el que amamos
a Dios y al prójimo.

La casa de Nazaret, donde vivía la Sagrada


Familia de Jesús, era la escuela donde empezaba
Jesús a entenderse con la vida, donde comienza
Jesús a escribir con su vida el Evangelio. Jesús,
aprende a observar, a escuchar, a meditar y a
reconocer el silencio de San José. Este silencio
de José, es un silencio de interioridad, como el de
María Santísima, que guardaba en lo más profundo
del corazón, los misterios celestiales. El hogar, la
familia, todo esto es Iglesia, Eucaristía, lugar de

51
mejorar, lugar de crecimiento en el amor mutuo,
lugar para vivir, ser feliz y hacer felices.

Hablemos de la Asunción de San José

Uno de los especiales privilegios concedidos


por Dios a San José, según algunos santos y
teólogos, es el de su Asunción al cielo en cuerpo y
alma. Así lo expresan el famoso Teólogo y Filósofo
español Francisco Suárez, San Pedro Damián, San
Bernardino de Siena, San Francisco de Sales, San
Alfonso María de Liborio, la Venerable Madre
María Jesús de Ágreda; el Clérigo, predicador e
intelectual francés Jacques Bénigne Bossuet; el
sacerdote español fundador de la Congregación
de Hermanas de la Compañía de Santa Teresa
de Jesús (Teresianas), san Enrique de Ossó y
Corvelló; y otros más.

El Padre Román Llamas, en su artículo


sobre la Asunción de San José, nos dice: Podría
multiplicar los textos sobre esta gloria de San
José. Quiero solamente citar un autor y teólogo
moderno, el P. Bonifacio Llamera, O.P. Aduce ocho
razones a favor de esta piadosa sentencia, la última
es esta: Parece razonable que la Familia Sagrada,
integrada por Jesús, María y José, predestinada
a iniciar la nueva vida divina del linaje humano con
anterioridad a todos los demás cristianos, inicie
también la vida gloriosa de la resurrección con
anterioridad a todos los demás. Verdad es que
52
Jesús y María son muy superiores a San José,
pero esa superioridad no obstó para que el Santo
Patriarca perteneciera a la Sagrada Familia y con
nexo tan entrañable como el esponsal y paternal.
No parece, pues, que estando ya resucitado
Jesús, esté sin resucitar su padre, y estando ya
resucitada María, esté sin resucitar su dignísimo
esposo. En conclusión, podemos, por tanto, creer
que San José, nuestro amantísimo Patriarca,
ha triunfado ya en cuerpo y alma, gozando como
todos los otros santos y de un modo absoluto, de
la vida del alma, y también de la vida del cuerpo,
que a él principalmente le es debida, en la divina
e inseparable compañía de Jesús y de María. (La
teología de San José, p. II, c. 6 p. 306; BAC 1953)

53
54
El tercer corazón

55
56
El Corazón de San José y el Corazón de
María Inmaculada estuvieron anunciados desde
la creación. Hablar de San José es envolver su
persona en su misión apostólica que, después de la
misión de la Virgen María, es la más importante y
escondida que Dios haya encomendado a criatura
alguna. Solo José, como apóstol elegido por el
Padre, pudo salvaguardar “los tesoros de Dios”.
Solo María y el silencio de José protegieron la
presencia y santidad del Misterio de la Encarnación.

Cuando contemplamos el corazón de San


José, contemplamos un corazón puro, un corazón
casto que dirige todos sus afectos y acciones,
hacia la misión que le fue encomendada de proteger
a María cuya grandeza, supo leer y entender al
despertar de ese encuentro con el Ángel del Señor.

El corazón de San José vivió en una comunión


plena con el Corazón Inmaculado de María, la
escogida para ser Madre de Dios. María fue para
San José lo que es para todos nosotros el camino
que lo condujo al Misterio de Dios.

José se consagra a María, a su persona,


a su corazón y a su misión; cuando al despertar
escuchó que El Mesías, El Salvador tan esperado
por su pueblo, había de llegar al mundo a través
del seno maternal de María, la mujer a quien Dios
le había dado por esposa.

57
San Juan Eudes, “El apóstol de la devoción
a los Sagrados Corazones, escuchó del Corazón
Eucarístico de Jesús: “Te he dado este admirable
Corazón de Mi Madre, que es Uno con el Mío,
para ser Tu verdadero Corazón, también, para
que puedas adorar, servir y amar a Dios con un
corazón digno de su infinita grandeza”. San José
es el primero y el mejor ejemplo de este mensaje.

Dice la Sagrada Escritura, David es elegido


Rey según el Corazón de Dios (1 Sam 13, 14;
Hech 13, 22) y también afirma que el corazón en
el hombre es lo más importante, porque por él
descubrimos las profundidades y características
de una persona, inteligencia, soberbia, generosidad,
torpeza, firmeza, incredulidad, perversión, alegría,
sencillez, nobleza. Es el corazón el que mueve a las
personas, es el que dicta lo que se debe hacer, es
del corazón que sale lo bueno y lo malo. El corazón
es el lugar donde el hombre habla con Dios, es
desde el corazón que se le busca y es desde allí
que se le ama. Se le entrega el corazón y Dios lo
fortalece y esto lleva a que viva más allá de la vida
y de la muerte. La fe del hombre se ratifica en el
corazón, lugar donde se ora, se medita, se peca
y se maldice. Las acciones de Dios brotan de su
corazón.

La presencia de San José en una de las


apariciones de la Santísima Virgen, aprobadas
por la Iglesia, muestran el deseo de Dios de
58
que se reconozca a San José. En la aparición de
Fátima vemos como Dios no dejó duda alguna de
la importancia de San José en su plan para la
conversión del mundo a través del Inmaculado
Corazón de María. Fue la misma Virgen María la que
anunció, en su aparición del día 13 de septiembre
de 1917, de que en octubre no solo haría un
milagro para que todo el mundo creyera, sino que
San José vendría con el Niño Jesús a bendecir al
mundo. (Historia de las Apariciones de la Virgen
de Fátima)

San José, dado como protector de los Dos


Corazones en el principio, es ahora encomendado
por Dios como protector de toda la familia humana.
De forma particular, San José es protector de
todos aquellos que aman a los Dos Corazones, que
se han unido a ellos y que promueven su pronto
Reinado en la humanidad.

El Tercer Corazón, tuvo para Jesús


verdaderos sentimientos de padre; la gracia
encendió, en aquel corazón bien dispuesto y
preparado, un amor ardiente hacia el Hijo de Dios
y hacia la Virgen María su esposa, mayor que si
se hubiera tratado de un hijo por naturaleza. San
José cuidó del Niño Jesús amándole como a su hijo
y adorándole como a su Dios. Y el espectáculo que
tenía constantemente ante sus ojos de un Dios
que daba al mundo su amor infinito era un estímulo

59
para amarle más y más y para entregarse cada vez
más, con generosidad sin límites.

El corazón silencioso de San José amaba a


Jesús como si realmente lo hubiera engendrado,
como un don misterioso de Dios. Le consagró sin
reservas sus fuerzas, su tiempo, sus inquietudes,
sus cuidados. No esperaba otra recompensa que
poder vivir cada vez mejor esta entrega de su
vida. Su amor era a la vez dulce y fuerte, tranquilo
y ferviente, emotivo y tierno.

Cuando contemplamos el corazón de San


José, contemplamos un corazón puro, que dirige
todos sus afectos y acciones hacia aquellos que le
fueron encomendados, cuya grandeza supo leer y
entender. Todos los movimientos del corazón de
San José tenían un solo objetivo, el Corazón de
Jesús y el Corazón Inmaculado de María

Podemos representarlo tomando al Niño en


sus brazos, meciéndole con canciones, acunándole
para que duerma, estando con Él como lo hace
cualquier padre, donándoles sus caricias como
actos de adoración y testimonio más profundo de
afecto. Constantemente vivió sorprendido de que
el Hijo de Dios hubiera querido ser también su
hijo.

El Corazón de José unido al Corazón


Inmaculado de María, dirigen los primeros pasos
60
de la incipiente vida del Niño Jesús , acompañando
con sus desvelos y sus brazos abiertos su vida
cotidiana. Era un niño normal pero, desde el
principio María y José estaban conscientes que en
el Niño Jesús habitaba el Misterio de Dios. Es
Dios quien lo crea, a través de los padres y es
Dios quien enseña, a través de los hombres.

El Sagrado Corazón de Jesús unido


al Corazón de San José

El Corazón de San José es el que más


cerca está del Corazón del Redentor, después del
Corazón de María. San José ama con verdadero
amor paternal a Cristo. Su corazón estaba unido
de tal manera al de Jesús, que mucho antes de
que San Juan se recostara sobre el pecho del
Señor, ya San José conocía plenamente los latidos
del Corazón de Jesús. Y aún más, Cristo conocía
perfectamente los latidos del corazón de su padre
virginal, puesto que toda su niñez la pasó junto a su
padre San José.

El Corazón Inmaculado de María unido


al Corazón de San José

El Corazón de San José supo ver, ponderar y


amar al Corazón Inmaculado de María, levantándose
así en su corazón un profundo deseo de protegerla.
San José vivió con perfección la consagración de
su corazón virginal a María. Es el perfecto devoto
61
de la Virgen y debemos aprender de él la devoción
a María.

San José el tercer Corazón, que se unió a


Jesús y a María en amor, en servicio y en fidelidad.

Hoy, en estos momentos tan difíciles que


viven las familias, deben fortalecerse con una fe
sostenida en la vida cristiana; deben multiplicarse
las manifestaciones de amor y respeto, con la viva
esperanza de mantener firme la unión familiar;
deben prestarle más atención a esos adolescentes
inquietos y contestones; darle más atención al amor
conyugal cada vez más purificado y ennoblecido por
una interrumpida fidelidad; y ofrecer al hermano
la bondad y la cordura.

Hoy, los Tres Corazones de Jesús, María


y José dan a las familias testimonios del amor
de Dios por la humanidad y de lo que hace en los
corazones de aquellos que son fieles a la voluntad
de Dios.

José, al recibir el Corazón Eucarístico


de Jesús y el Corazón Admirable de María,
profundizaba en la luz porque vivía con la luz
que iluminaba el camino hacia Dios. José vivía de
la Palabra porque vivía con la Palabra dejándose
cuestionar por ella, José era levadura no para
crecer él, sino para que creciera el pueblo de Dios.
José recibía el Pan Vivo que vino del cielo, no para
62
él sino para entregárselo al mundo. Vayamos a
José para profundizar en el silencio de Nazaret,
vayamos a José cuando nos enamoremos, cuando
planifiquemos fundar una familia, cuando el hijo
esté por nacer, cuando no nos entendamos con los
hijos, cuando temamos por ellos. Vayamos a José
siempre porque siempre estuvo con Jesús y María,
vayamos a José para escudriñar en el misterio
de la Encarnación, para poner nombre a Dios, ese
nombre que tiene para mí, “Amigo.”

63
64
José acompaña
a Jesús a buscar
la oveja pérdida

65
66
La paternidad de José va más allá de la de
todos los padres terrenales, aún sin ser su filiación
carnal, ya que en él se refleja la paternidad de
Dios mismo. Lo constituye en cabeza de la familia
con un corazón a la medida del Hijo de Dios y de su
Madre María.

Jose, fue el gran y generoso Tercer Corazón


de la Obra Redentora, viviendo, sirviendo, cuidando
al Buen Pastor y a su Madre la Virgen María.

José supo ser el mejor amigo, el mejor


padre, el mejor pastor y compañero. José supo
servir a Jesús, porque ser pastor es servir, pero
servir con amor, con entrega. Ser buen pastor
es dar su vida por los demás, es ser un buen
servidor, preocupado por cada una de las ovejas,
acompañándolas en su crecimiento y mostrándole
al hermano el camino a seguir en el proceso de su
crecimiento, imitar a Jesús en su amor por cada
uno de ellos de forma personalizada para que no
descuide su crecimiento.

Y José, en su vida, nos entrega a Jesús


como el Buen Pastor y a nosotros como ovejas
de su rebaño. Cuando abrimos nuestros corazones,
el Espíritu Santo fecunda en una auténtica
renovación en la casa del Señor. José quiere que
renovemos nuestra fe, en un gran Si, como el Si
de María y el Si de José. Esta fe es una fe sólida
y fecunda en la enseñanza de nuestra Iglesia.
67
Nuestro Pastor quiere dirigirnos a un conocimiento
maduro y completo de la Palabra de Dios. Nosotros
como ovejas, somos instrumentos al servicio de la
evangelización para producir una siembra con los
mejores frutos.

San José nos pide que confiemos en Dios,


quien sabrá proveer nuestro rebaño con el Buen
Pastor conforme a su corazón. José nos pide
que contemos y busquemos las ovejas perdidas,
dejándoles saber cuanto Jesús las ama, cuanto
nuestro Padre Celestial y su Hijo, han hecho para
salvarnos.

José en su silencio, nos pide que cosechemos


nuestra siembra, allá en el campo, en la calle, en
las escuelas, en los hospitales, en los hogares y
en los caminos. Donde los tallos con las espigas
llenas de granos se levantan ya maduras para ser
cosechadas, a fin de cosechar a los no convertidos
para hacerlos entrar a la casa del Señor.

José observa como Jesús como sufre al


sentir que una de sus ovejas se extravió, porque
sabe que Jesús es un Buen Pastor. Sabe que Jesús
ama a sus ovejas y no descansa hasta tenerlas
en sitio seguro. José como Padre de la Familia
de Nazaret, nos reconoce como las ovejas de
Jesucristo, sabe que pertenecemos a su rebaño
y conociendo José el amor tan inmenso que siente
Jesús por nosotros, sabe que Jesús, desde antes de
68
venir, sabía que éramos pecadores y que le íbamos
a tratar mal. Pero Él vino a buscar y a salvar lo
que estaba perdido (Lc 19,10). Para eso descendió
del Cielo, para cargar con nuestros pecados y para
llevarnos sobre sus hombros a la Casa del Padre.

A pesar de todo, su amor por nosotros es


tan grande, que dejó el cielo para venir a nuestro
encuentro, para traernos la Salvación y la plenitud
de la vida eterna. San José sabe que Jesús no lo
hizo porque nosotros somos bueno o lo merecemos,
sino solo por su amor gratuito.

San José nos dice, Jesús no se quedó


esperando en el cielo a que sus ovejas fueran a su
encuentro, sino que Él mismo se puso en camino
hacia ella.

¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y


pierde una de ellas, no deja a las otras noventa y
nueve en el desierto, y va en busca de la que se le
ha perdido, hasta encontrarla?

Y cuando da con ella, se la echa al hombro


lleno de alegría, reúne a sus amigos y les dice:
“Alégrense conmigo, que ya he encontrado la oveja
que se me había perdido”. Les digo que igualmente
habrá más alegría en el cielo por un solo pecador
que se convierte, que por noventa y nueve justos
que no tienen necesidad de conversión. (Lc 15, 4-7)

69
En el camino de San José, se han formado
generaciones de pastores que con el ejemplo de una
vida sencilla y laboriosa han sellado en el espíritu
de sus hijos, “las ovejas,” el valor inestimable de la
fe.

Hoy nos dice José, quiero acercarme como


el gran amigo del Pastor, a los padres de robusta
vida interior para ayudarlos a cumplir de manera
ejemplar su misión en la familia y en la sociedad,
y para preguntarles: ¿Cómo pastoreas tu vida, en
esa vida que Dios te ha regalado? ¿La cuidas para
llegar a la felicidad y dar felicidad a quienes te
rodean y en tu familia eres oveja y eres pastor?

Oveja por un lado, porque sabes dejarte


conducir por los valores que el Señor sembró en
ti el día de tu bautismo. Y pastor porque sabes
conducir a tu familia hacia los pastos de la felicidad.

Cuando aprendemos a escuchar el silencio


de San José y comprender su vida, podemos
entender que José nos invita, a reconocer la voz
de nuestro Pastor, saber escucharlo, porque Él nos
habla al corazón palabras de amor y de comunión.
Jesús nos llama, a través de silbidos amorosos, nos
tiende sus brazos y vuelve sus ojos a nosotros,
despertando nuestra fe piadosa. Y nuestros ojos,
que miran la hermosura de su rostro, la dulzura
de su amor, cuando nos alimentamos del Pan de la

70
inmortalidad y nos hacemos consciente de que, si
Él está con nosotros, nada nos faltará.

José nos invita a crecer donde crece la


hierba fresca para conducirnos a fuentes más
tranquilas y reparar nuestras fuerzas, nos convida
a crecer donde el amor y la bondad nos acompañan
para encontrar el camino del Buen Pastor.

El Buen Pastor conoce a sus ovejas y es


capaz de distinguir las suyas de las demás. Conoce
las necesidades concretas de cada una y sufre
con ellas. Conoce las inclemencias del tiempo y
el cansancio de los desplazamientos. Vela por su
rebaño, lo protege de los enemigos que lo amenazan,
cura a las ovejas enfermas, alimenta con nobleza
a las preñadas, dedica una atención especial a los
más débiles.

Jesús es el verdadero Pastor Bueno y


Generoso que conoce nuestros nombres, nuestras
características personales, nuestra historia y
que nos ama con un cariño único e irrepetible.
Ser rebaño de Cristo significa saber que Jesús
se ocupa de una manera personal de nosotros.
Somos importantes para Él. Le interesan nuestros
problemas, alegrías, sufrimientos y esperanzas.
Nos alimenta con el Pan, calma nuestra sed más
profunda, cura nuestras heridas, nos toma en sus
brazos cuando caemos. Nada nos faltará cuando
ÉL está con nosotros.
71
San José en su silencio, nos habla y nos
propone que no deseemos lo de los demás; que
no cambiemos nuestras decisiones por las de los
demás. Nos dice que el valor de nuestra vida no está
en lo que hacemos, sino en lo que somos. Y todos
somos únicos. Tenemos que entender y comprender
la bendición de la vida y no los problemas de la vida.

José acompaña al Buen Pastor y nos ayuda


a que nos perdone, porque el Buen Pastor sale a
buscarnos pero corremos el riesgo de maltratarnos
o de lastimar a un hermano y hasta de perder
nuestra vida. Jesús, como nuestro Pastor, siempre
que nos rescata nos perdona y debemos recordar
que el perdón de Dios no tiene límite, solo si
perdonamos a nuestros hermanos

José, que supo hablar y convivir con el Rey de


reyes, nos dice que Jesús nos llama a la conversión,
nos pide que regresemos arrepentidos, para que
descansemos en su hijo que es el Pastor que más
ama a sus ovejas y así encontrar la felicidad en Él.

El amor de José por Jesús es muy grande, lo


conoce y sabe de lo que es capaz cuando ve regresar
a una de sus ovejas perdidas. Jesús quiere que nos
fiemos en la presencia de Cristo en los pastores o
sacerdotes de la Iglesia, porque el mismo se fía
de ellos. Estos pastores o sacerdotes de la Iglesia
Católica hacen que la obediencia de las ovejas no
sea servil sino fundamentada en la libertad que

72
Dios nos dio y siempre bajo la inspiración del
Espíritu Santo. José, con su cántico, nos susurra
que para entrar en el redil del Buen Pastor, la única
puerta de acceso es el mismo Cristo. Es una puerta
abierta a todos y todos tenemos cabida, todos
somos llamados. Pero el Buen Pastor nos indica que
para entrar por la puerta hay comportamientos
que requieren una purificación. Es importante
pasar purificado por esa puerta porque fuera
de Cristo andamos extraviados, exiliados de
nosotros mismos. En Cristo nos encontramos,
tenemos la posibilidad de ser plenamente lo que
somos. Aceptar a Cristo y a nuestros sacerdotes
no es una entrega de nuestra propia verdad, al
contrario, todo encuentra sentido, incluso los
posibles sufrimientos que podamos experimentar
en nuestro empeño de hacer el bien. No son sino
el reflejo de la pasión del Buen Pastor que ha dado
la vida por sus ovejas para que nosotros, muertos
al pecado vivamos para la justicia. San José nos
hace entender que no se puede creer en Jesús si
no se ama a su Iglesia, no se puede ser cristiano
sin Iglesia y sin Eucaristía, José nos pide que
escuchemos a nuestros Sacerdotes para escuchar
a Jesús.

Refúgiense en Dios y olvídense de sus


miserias, el Buen Pastor nos abre los brazos y nos
da cobijo, nos da su luz en los momentos sombríos,
nos da alegría en los momentos de tristeza y nos
libera en los momentos de lucha. El será nuestra
73
fuerza en los momentos de debilidad y será la fe
en nuestros momentos de duda.

José nos llama a seguir a Jesús que, como


Pastor, es manso y humilde de corazón. En Él
encontraremos descanso y no complica nuestra
vida, la hace más clara y más sencilla, más humilde
y más sana. El Pastor nos invita a seguirlo por el
mismo camino que Él ha recorrido.

El puede entender nuestras dificultades y


esfuerzos, puede perdonar nuestras torpezas y
errores, animándonos siempre a levantarnos.

San José en su silencio, nos dice que no


siempre el más fuerte es el más grande. La
fortaleza nace dentro de uno mismo, desde lo
que uno es.

Hoy José nos recuerda que somos Iglesia


y debemos buscar esas ovejas que son nuestros
hermanos que, tal vez por nuestros malos ejemplos,
dejaron de creer y amar al mejor Padre y a la
mejor Madre.

Alimentémonos frecuentemente con el


de Cristo. Cuerpo y su Sangre, dejemos que
cure nuestras heridas con el Sacramento de la
Reconciliación. Reposemos junto a ÉL en la oración
asidua y frecuente, caminamos por sus sendas

74
escuchando su voz, estudiando su Palabra en la
Sagrada Escritura.

San José nos anima con su vida a caminar y


atravesar con Jesús, el valle de la muerte. Siéntete
acompañado por su bondad y su amor todos los
días. Vive gozosamente la esperanza de que un día
habitarás en su Casa por toda la eternidad.

Las ovejas descarriadas somos cada uno de


nosotros, unas retiradas y otras muy alejadas del
Pastor, buscando nuevas experiencias, buscando
sus propios intereses, lejos de Jesús.

Después de recorrer muchos pastizales, los


ovejas han podido comer mucho, pero los alimentos
no terminan de saciarlas, han bebido de muchas
fuentes pero estas agua no acaba de saciar su sed,
quizás porque no son frescas o tal vez tampoco son
puras; han visitado otros rebaños, pero en ninguno
terminaron de sentirses totalmente a su gusto.

En el momento oportuno, volveremos a


Jesús, que nos ha cargado afectuosamente sobre
sus espaldas y diremos felices: “Nosotros éramos
como ovejas descarriadas, ahora hemos vuelto al
Pastor y guardián de las ovejas”.

San José, amigo y maestro de vida interior,


trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de
Dios, nos dice que el cristiano debe aprender lo
75
que es ser de Dios y estar plenamente entre los
hombres, santificando el mundo.

Seamos amigos de San José y encontraremos


a Jesús. Busquemos la amistad de José y
encontraremos a María, que llenó siempre de paz el
amable taller de Nazaret. Busquemos la compañía
de José y nos ayudará a cuidar de los demás.
(Pastoreo) Necesitamos la capacidad de cuidarnos
a nosotros mismo (pastorearnos).

San José, que supo cuidar tan bien a su


familia, nos ayudará a cuidar nuestra relación con
Cristo, para no tener el riesgo de que después de
tratar de predicar a los demás, lo que hagamos es
descalificar al mismo Cristo.

Fortalezcamos nuestra vida de oración,


nuestra vida sacramental y el encuentro cada vez
más vivo con la Palabra de Dios, para que a imagen
del Buen Pastor, seamos “Pastores” de quienes ÉL
nos confía. Coloquemos nuestros pies en las huellas
de las sandalias de Jesús, caminemos junto a Él
como peregrinos. Tú vas llamándonos a tu camino,
tú eres camino.

Queramos mucho a San José, con toda


nuestra alma, porque es la persona que, con
Jesús, más ha amado a Santa María y el que más
ha tratado a Dios, el que más le ha amado, después
de nuestra Madre. Se merece nuestro cariño y
76
nos conviene tratarle, porque es Maestro de vida
interior y puede mucho ante el Señor y ante la
Madre de Dios.

San José como amigo, nos invita a pastorear


y a confiar en el Buen Pastor. Dejémonos llamar
por el Buen Pastor, Él entrara por la puerta, es lo
primero que identifica a un auténtico Pastor, que
entra por ella. Llama a las oveja, cada una por su
nombre, las saca, camina delante del rebaño. Las
ovejas siguen confiando en el Pastor Bueno, que
camina con ellas, permanece con ellos, permanece
en su Iglesia, permanece en la Eucaristía,
permanece en la Palabra y camina con nosotros.

Las primeras invitaciones que Dios hizo


en la tierra para ir a visitar a su Hijo, revestido
de la naturaleza humana, iban dirigidas a los más
pequeños, a los humildes, al recto de corazón.
Los pastores respondieron inmediatamente a la
invitación. No les fue difícil encontrar al recién
nacido que el Ángel les había descrito. Varias
personas se encargarían de informarles. Les dirían
que, efectivamente un hombre, al anochecer, había
llamado a varias puertas pidiendo albergue para él
y su esposa, la cual estaba a punto de dar a luz.
Pero no habiendo logrado su propósito, le habían
visto dirigirse hacia un establo pequeño en la roca.
Y allí, en efecto, los pastores encontraron a María
y a José con el Niño, como nos cuenta el Evangelio.

77
A José, esta intervención de los pastores
le parecería como una visita del mismo Dios. Su
corazón se inundaría de emoción. Luego, recibiría
con gratitud los presentes de los pastores: leche,
manteca, miel, lana, un corderito tal vez...

José expresa el amor en la vida de la familia


de Nazaret, en el trabajo, en su contemplación
de esos años de vida escondida de la que habla el
Evangelio.

José nos habla, desde la casa de Nazaret,


de la alegría que le producen al Buen Pastor las
noventa y nueve ovejas juntas, que le siguen y se
mantienen en el sitio del pastoreo. Pero el Pastor
no deja de pensar en la que se le ha perdido, sufre
no quiere que caiga o se lastime. Las noventa y
nueve ovejas no las desampara, su gracia queda
con ellas y, después de dejarlas seguras, busca
la extraviada, porque cada una vale mucho para el
Pastor.

José nos muestra en su vida, que nada nos


sirve en nuestra vida cuando está carente del
encuentro con Dios, el único que le da sentido a
la vida. Vivir adentrándonos en el materialismo,
la sexualidad desordenada, el alcohol, las drogas
es desviarnos del camino. José, nos pide que
despertemos nuestra fe, para encontrar en
nuestra vida el camino hacia el redil.

78
La vida de José fue un acto continuo de fe
y obediencia. En las circunstancias más difíciles
en que le puso Dios. Fue el administrador fiel a
quien Dios puso frente a su familia (Lc 12,42)
Eso significaba, que Jesús nuestro Pastor, nació
y creció en una familia común y corriente, quizás
con algunas necesidades económicas pero con
abundante amor, junto a su madre y a su padre.
Jesús se destacaba en la obediencia y crecía
en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los
hombres

En aquella casa de Nazaret, que es la casa


de la familia, cobraba importancia tanto la madre
como el padre y se respetaban los derechos. La
familia de Nazaret, conocía bien el dicho rabínico:
El que no enseña a su hijo un oficio, hace de él un
ladrón. José enseñó a Jesús el oficio de carpintero.

Hoy puede ser para nosotros uno de esos


días en que podamos determinar los límites que
rodean nuestra existencia. El Buen Pastor se
acerca para llamarnos a vivir de una manera nueva
y analicemos los márgenes por donde nuestra vida
se pone en situación de peligro, para dejarnos
rescatar por Jesús.

Cuando Jesús se acerca al acontecimiento


de nuestra vida lo hace con la ternura, la dulzura,
la firmeza y el amor de un pastor que, al ver que

79
uno se está por perder, va a su encuentro y, desde
lo lejo, lo trae hacia donde se encuentra el rebaño.

Cuando el Pastor sale a nuestro encuentro,


nos carga sobre los hombros y nos acerca hacia
donde están los otros hermanos.

Cuando nos movemos sobre situaciones que


son de riesgo, estamos separándonos de los demás,
separándonos de nuestros hermanos, desuniéndonos
del resto. Y el Pastor, al llevarnos a su rebaño, nos
dice que nuestra vida tiene sentido cuando es con
los otros. Estamos hablando de los riesgos que
nuestra vida corre, cuando sin control vamos más
allá de lo que nos corresponde. Hasta allá, va Jesús.

Posiblemente esto nos ha ocurrido en algún


momento y el Pastor nos rescató de los lugares
donde nuestra vida se había enredado o perdido.
El Señor nos encontró, y nos dejamos encontrar.
Nos cargó sobre sus hombros y nos llevó a donde
nunca debíamos haber salido. Cuando volvimos,
nos encontramos con que aquel lugar al que
pertenecíamos, lo vimos como nuevo, a pesar de
resultarnos familiar. Hay lugares de rescate que
son contundentes y decimos, si Dios no hubiese
estado presente allí, nuestra vida hubiera sido un
desastre.

Hay otras situaciones en las que hubo


una corrección a tiempo y de no haber sido así,
80
hubiéramos terminado muy mal. Hay formas y
formas, pero todos de una u otra manera hemos
sido rescatados.

El Pastor nos pregunta: ¿Dónde vas y donde


quieres llegar?

Un Buen Pastor sale a buscar al que está


enredado, al que más lo necesita; lo busca con amor
tierno, con fuerza y cariño, le da la mano para salir
adelante.

San José como compañero del Buen Pastor


nos motiva para que hagamos lo que Jesús haría
y no dejar de hacer lo que Jesús haría. Si nos
enredamos en nuestra vida espiritual, necesitamos
de nuestro Pastor y Él nos rescata y nos coloca
sobre su hombro, igual que a la oveja perdida, para
llevarnos al redil (Lc 15, 4). José quiere ser nuestro
amigo para acompañarnos, él supo acompañar a
Jesús que es nuestro Pastor.

No podemos andar solos, “como ovejas


descarriadas” (1 Pe 2, 25), pues corremos el
riesgo de ser devorados por los lobos, que están
siempre al acecho. No debemos obedecer a la voz
de ladrones de ovejas, que saltan por un lado del
redil y simulan ser pastores para llevarse a las
ovejas. Confiemos en nuestro Pastor que, aunque
pasemos por quebradas muy oscuras nada nos
pasará. Reconociéndonos dependientes, podemos
81
ser totalmente obedientes a la voz y a la voluntad
de nuestro Pastor.

José acompañó a Jesús en su vida, y lo


conoce porque le enseñó a hablar, le enseñó a
caminar, le enseñó a amar a una familia, la Familia
de Nazaret. Por eso sé que Jesús hace volver al
semillero la semilla, Jesús dice así: “Mis ovejas
oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen y yo
les doy vida eterna”. (Jn 10, 27)

Aquellas ovejas que una vez escucharon


la Palabra de Dios y se gozaron, pero luego se
desviaron del camino y se apartaron, porque se
desanimaron al venir las pruebas y pensaron que
estando con Jesús no tendrían problemas. Esas
ovejas no entendieron que estar con Él, no es
garantía de no tener problemas, la garantía es
que, en medio de las dificultades, con el Señor
encontramos fortaleza, paz, descanso y una salida.

Estos son los que Jesús describe en la


Parábola del sembrador: “El que es sembrado en
pedregales, oye la Palabra, la recibe con gozo pero
no tiene raíz, sino que es de corta duración, pues
al venir la aflicción o la dificultad por causa de la
Palabra, se apartan”. (Mt 13, 5). Otro motivo es, los
que oyen la Palabra, pero alejándose son ahogados
por los afanes y las riquezas y los placeres de la
vida.

82
José, nos ofrece su amistad, para tener
derecho a los beneficios del pastoreo que son:
cuidado, guía y fortalecimiento de nuestros
valores. Con el pastoreo nos alimentamos con la
Palabra del Pastor, que es Jesucristo. Debemos
pertenecer al Rebaño del Señor, cerciorarnos que
somos sus ovejas, no cabritos, no lobos vestidos de
cordero, sino auténticas ovejas del redil. Hacer lo
que el Señor nos dice en su Palabra para hacernos
partícipes de todos los beneficios del pastoreo
del Señor, y para ser parte de este Rebaño debo
entrar por la Puerta que es Cristo y escuchar su
voz.

Entrar por la Puerta, que es Cristo y escuchar


su voz. Que otros hermanos sean conducidos a la
misericordia, en la locura de amor que Jesús nos
tiene, que lo hace dejar a las noventa y nueve para
ir en busca de la oveja perdida.

Cuando vemos cómo nos rescató el Señor,


es porque nos amó con locura. Eso nos puso en
contacto con el corazón mismo de Dios. Tener
un amigo como San José, un servidor fiel, cuyo
espíritu, en constante acecho de la gracia, esperaba
manifestación de la voluntad divina. Su sumisión
nos resulta más bella, más grande, más divina, por
el hecho de que su mismo sueño se nos aparece
como una especie de estado de vigilia durante el
cual su lámpara permanece encendida en espera de
la llegada del Maestro.
83
La Familia de Nazaret, inserta directamente
en el Misterio de la Encarnación, constituye un
misterio especial. Y al igual que en la Encarnación,
a este misterio pertenece también una verdadera
paternidad, la forma humana de la familia del Hijo
de Dios. Jesús vino a buscarnos y salvar lo que
estaba perdido y a llevarnos en sus hombros a casa
del Padre. Somos un solo rebaño, somos un solo
pueblo.

José, con su silencio y compromiso con el


Padre, nos da un ejemplo de vida y nos anuncia el
primer pastoreo, el kerigma que ocupa un lugar
central en la vida de la casa de Nazaret. Este
anuncio kerigmático no solo alcanza a Jesús sino
a la misma Iglesia. José en su anuncio proclama
alabanzas infinitas, Él es el que anuncia que el Hijo
de Dios será llamado Jesús. San José anuncia al
mundo la adoración de Jesús, lo adora en silencio,
anuncia el primer cantico religioso, anuncia el
misterio que debe ejercer, porque Dios, le ha
confiado a su Hijo.

José anuncia que en Belén, la segunda Eva le


entrega a José, como segundo Adán y en su persona
a todos los hombres, que han de ser salvados, el
fruto bendito de su vientre.

San José, en su conducta, nos da a entender


que la oveja que le da la espalda al Pastor, es una
oveja fría y floja que no sabe mantenerse en el
84
pastizal sano. Y ese Pastor, que ama tanto a sus
ovejas, siente dolor por la oveja que no guarda
interés por mantenerse junto a su familia.

José, nos habla en ese silencio y en esa


obediencia de un Dios de amor, que busca a los
pecadores con el único propósito de salvarlos. Una
vez que el Pastor encuentra a una persona y la
salva, la toma por la mano y organiza una fiesta
con todos los de la casa incluyendo a su hermano
mayor. Es así que cada converso puede testificar
el gozo del reencuentro con el Pastor. Es evidente
que nos regocijamos al encontrarnos nuevamente
en la casa del Pastor.

Esta Parábola, El Hijo Pródigo, nos enseña


la alegría de los Ángeles en el cielo por la salvación
de una de esas ovejas. La fiesta se lleva a cabo
cada vez que un pecador pasa de la muerte a la
vida.

Hay rebaños, en este mundo, que creen


estar sanos, y que no tienen necesidad de un
médico, pero Jesucristo nos habla diciéndonos que
Él vino a sanar a los enfermos, Él hará lo que sea
necesario para sanar a los enfermos del pecado.
Esto nos trae una hermosa oportunidad para los
que estamos enfermos por el pecado y una gran
alegría a Jesucristo. El Pastor sabe buscarnos, Él
sabe que sitio es el que nos llama más la atención,
y corremos el riesgo de escaparnos.
85
San José, nos hace participar de su silencio
para pedirle al Pastor, que no permita que nos
escapemos, y que nos ayude a aprender lo bueno
de todo lo que Dios nos da y muestra, para seguir
su camino con calma y esperanzas.

En nuestro pueblo hay muchas ovejas


descarriadas. A veces, caminando sin rumbo, llegan
al desierto y se sienten luego perdidas sin poder
encontrar la senda, se sienten solas. Él Pastor, que
ama tanto a sus ovejas, no permite que ocurra esto
se levanta, para ir en busca de la oveja, perdida.
La pone sobre sus hombros y carga con ellos
ofreciendo su vida por las ovejas.

Muchas ovejas vagan por diferentes


desiertos: el desierto de la pobreza, el desierto
del hambre, el desierto de la sed, el desierto del
abandono, de la soledad del amor, el de la oscuridad
de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen
conciencia de su dignidad.

¿Por qué han crecido los desiertos en el mundo?

Será porque la tierra ya no está al servicio


de Dios, en el que todos podemos vivir, sin que haya
destrucción, ni tengamos que someter o embelesar
al poder.

Es ahí en su contemplación que José pide


que nos dejemos rescatar por el Pastor, y nos
86
dejemos conducir al lugar de la vida, al lugar de la
amistad con el Hijo de Dios, que nos da la vida.

José nos hace constar en su silencio, que


una de las características fundamentales del
pastor debe ser amar a las ovejas que le han sido
confiadas, tal como el amó y ama a Jesús, y como
Cristo nos ama.

Jesús le dice a Pedro: “apacienta mis ovejas”.


En estos momentos tan difíciles, de tanta bulla y
desorden, a veces no sabemos a dónde ir, ni con
quien andar ni a quien seguir. No sabemos a quién
amar, y apacentar quiere decir amar. Amar quiere
decir también estar dispuesto a sufrir, amar
significa dar verdadero amor a nuestros hermanos,
alimentarlos con la Santa Palabra de Dios, con el
alimento que Él nos ofrece en la Eucaristía.

José nos habla, en su silencio de un tesoro


infinito, la Palabra de Dios, custodiada en la Iglesia;
y de la gracia de Cristo, que se administra en los
Sacramentos; el testimonio y el ejemplo de quienes
viven rectamente y que han sabido construir con
sus vidas un camino de fidelidad a Dios.

Acéptame un consejo dice José: “si alguna


vez perdiste la claridad de la luz, recurre al Buen
Pastor”.

87
¿Quién es el Buen Pastor?

El que entra por la puerta de la fidelidad a la


sabiduría de la Iglesia; el que no se comporta como
el mercenario que viendo venir el lobo, desampara
las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y dispersa
del rebaño. Un buen Pastor es guía para nuestra
alma.

José sabe responder con alegría a nuestras


murmuraciones, con una alegría silenciosa, humilde
y pequeña. Él quiere llevarnos a la casita de
Nazaret, para acercarnos a María pero sobre todo
para presentarnos a Jesús, que es el Buen Pastor.

José nos dice que Jesús es un Pastor que


ama a sus ovejas y no permite que ninguna se le
extravíe y por eso, para no perderlas, sale y va, y
la busca, para invitarla a la fiesta.

José custodio de la Sagrada Familia, camina


acompañando a Jesús en su pastoreo, porque
conoce a Jesús y conoce su debilidad de amor por
los que están más alejados, por aquellos que se han
perdido. Va y los busca hasta el final, como el pastor
que busca hasta en la oscuridad y la encuentra.
O como aquel padre que espera al hijo porque su
corazón le dice que un día regresará. Así es Jesús,
el Buen Pastor no quiere perder ninguna de sus
ovejas.Cuando los ve distraídos o decepcionadas
nos acompaña y en el camino les habla, de lo que
88
debía suceder. Si aún no entendemos, llega hasta
nuestra casa y nos acompaña en la mesa. Allí, al
bendecir el pan, comprenderemos y regresaremos.

Él cuida de que no saltemos fuera del redil.


Es el Pastor, que curó al leproso, enfermo por
aquellos pecados de soberbia, que sanó al sordo,
liberándolo de ese espíritu de sordera que no le
permitía escuchar la Palabra del Señor, ni escuchar
el clamor de sus hermanos. Es el mismo Pastor
que curó al epiléptico, al ciego y al mudo, para que
hablaran y se expresaran con sabiduría, prudencia,
afecto y vieran la belleza de su creación.

Que bendición saber que no nos falta nada.


Que en nuestro descanso, después de nuestra
jornada de pastoreo, nuestro Buen Pastor nos da
una atención especial, porque quiere vernos sanos,
felices y fuertes.

Para Él es importante confortar nuestra


alma, para que no se inquiete. Sabiendo que nos
cuida así, no nos interesa salir solos. Y si el pastor
no nos acompaña es preferible quedarnos en casa,
porque debemos sentir que Él es un verdadero
amigo, un verdadero compañero del camino, que ha
prometido acompañarnos hasta el fin, respetando
nuestra libertad y nos da autoridad para luchar
contra satanás que es nuestro enemigo personal.

89
Su vara o su bastón nos alertan acerca del
peligro, de la desgracia, del mal comportamiento.
Ese bastón que nos muestra San José nos ayuda a
distinguir lo bueno de lo malo.

Llamemos al Señor y preparará nuestra


mesa, en presencia de nuestros enemigos, unge
nuestra cabeza y nos da de beber en su copa y
nosotros no hacemos nada. Es el Señor que lo hace
todo.

Este es el Pastor que perdona con tanto


amor a aquellos que se reconocen pecadores y
clava en su cruz todos sus pecados ungiendo sus
heridas con su Bendita Sangre.

José quiere despertarnos de este letargo,


de este sueño profundo, para que reconozcamos
ese leño donde Jesús abrió sus brazos para
abrazarnos y cargar todos nuestros pecados. José
nos pide de una manera silenciosa y contemplativa,
que volvamos nuestra mirada hacia ese leño que
ya no es de dolor y tristeza, sino de alegría; se ha
convertido en un leño de amor, porque el Pastor ya
no está clavado en él. Hoy vive, ha resucitado.

Hoy el Pastor me llama y me dice: ”En el


leño, al que subí por amor, dejé la vida. Hoy oveja
perdida regresa que tu pasto soy y en tu corazón
quiero estar”.

90
Aquí estoy, mi Buen Pastor. Quiero en tu
rostro ver la dulzura. Limpia mi pecado, sana mis
heridas, vuelve tu mirada a mi fe. Quiero quedarme
con aquel que nos ha llamado y que nos ha amado
primero.

José, en su peregrinar y con su canto


silencioso, nos susurra que Jesús de Nazaret, el
niño Jesús de Belén, es el Buen Pastor. Él nos ama
y nos conoce a cada uno y nos llama por nuestro
nombre para que vayamos tras de Él.

El silbido melodioso y silencioso de José,


nos despierta porque este mundo nos mantiene
distraídos. José nos interroga: ¿Quién se atreve a
poner sus pies en las pisadas en marcha de Jesús?

El silencio de José es una balada, sus silbidos


dulces nos hacen descubrir que Jesús no solo es
nuestro Pastor, sino también nuestro rico pasto,
que regó con su Divina Sangre y con su Vida. Hoy
Jesús quiero conocerte y apoyarme en tu bastón,
que es la cruz, para caminar por donde tú vayas y
un día habitar en tu casa por toda la eternidad.

91
92
El Silencio de
San José

93
94
La Biblia es el Libro del Silencio de Dios, la
Palabra de Dios es silencio antes de ser comunicación
y es silencio en su misma comunicación. Cuando nos
llega nos enmudece.

La Palabra de Dios en la Sagrada Escritura,


nos expresa el silencio que es la primera expresión
del amor del Padre, que se hace Palabra de
obediencia en el Hijo.

San Juan de la Cruz dice: Una Palabra


pronunció el Padre, y fue su Hijo, y esta Palabra
habla siempre en el eterno silencio y en el silencio
tiene que ser escuchada por el alma.

El Profeta Jeremías, nos confiesa, como


se sintió seducido por Dios. “Tú me has seducido
y yo me he dejado seducir (Jr. 20,7). El silencio
nos conduce a una autentica seducción. Cuando el
silencio está presente en nosotros, nos hacemos
presente y solo cuando se hace presente nos puede
seducir el silencio.

También el Profeta Elías en el monte Horeb,


escuchó la voz del silencio, el murmullo de una
suave brisa. Entonces se cubrió el rostro con su
manto, por saber que estaba en presencia de Dios.
(1Re 19, 12-13).

De este silencio nace la Revelación, que


se hace luego Palabra histórica y profética, y
95
finalmente Palabra definitiva en la Encarnación
del Hijo, que desemboca en un nuevo silencio como
contemplación y respuesta de fe.

San José, en la sublimidad de su silencio,


mira, contempla y calla. Sabe que Dios hizo
perfecto su silencio, para que habitara con el
Verbo Encarnado.

San José también nos regala un silencio, un


silencio que une lo divino con lo humano, un silencio
que prepara el corazón y la mente para unirnos a
Dios.

El silencio es el lenguaje del asombro y del


embeleso. El hombre que se embelesa ante un
milagro de arte, que se emboba ante un panorama
maravilloso, que se sorprende ante el misterio de
palabras divinas, calla, contempla y escucha.

El silencio es propiedad del contemplativo y


del que está muy centrado y ocupado en Dios. San
José, por eso mismo, es un hombre silencioso, su
música es callada, el evoca el silencio y le imprime
nuevas fuerzas y la hace rapsodia. En sus palabras
hay sentido, porque descubre la imposibilidad de
pronunciar todo. Sabe permanecer en el silencio
porque su pensamiento y su corazón no se expresan
con palabras.

96
Calla y medita en su espíritu, ante el Ángel
que le dice, de parte de Dios: “Que tome a María,
su esposa, en su casa”. (Mt 1, 20).

María ante una situación parecida, pregunta


al Ángel ¿Cómo puede ser lo que le anuncia, pues no
conoce varón? José no, José calla, pero actúa. Es
el suyo un silencio activo y eficaz.

El evangelio no conserva ni una sola palabra


salida de la boca de José. Pasó por la vida entonando
día a día un canto sublime al silencio, y salió de este
mundo, ajetreado y ruidoso, envuelto en un manto
de espeso silencio, que en la Historia de la Iglesia
se extendió a lo largo de doce siglos. A partir de
entonces, el Espíritu Santo le transformó en un
pregonero, cuyas voces se escuchan por el mundo
entero.

San José era un pregonero con una vida


sencilla y normal de carpintero en su entorno
de Nazaret y de grandeza singular, de virtudes
humildes y sublimes al mismo tiempo, José y María,
comparten sus privilegios y poder suplicante
omnipotente. José no cesa de hablar, es un
predicador que no puede callar. Su silencio se ha
convertido en pregón.

José nos comunica, en su silencio, una vida


transparente que rompe fronteras, a través del
corazón. Nos habla a todos el lenguaje del amor
97
y con la experiencia viva de Jesús, que sale de un
corazón, directamente a otro corazón, porque es
allí en el Corazón, que Dios influye en el hombre.

Ser pregonero, como lo es José, en la casa de


Nazaret, es misionar, es vivir el misterio del amor
de Dios cuando nos llama a un encuentro personal.
José ES el hombre recto y sincero que acoge y
actúa el Plan de Dios con misericordia y bondad,
ama a los hombres y busca salvar al prójimo.

San José, con María, guardan la Palabra de


Dios, conocida a través de las Sagradas Escrituras,
confrontándola continuamente con los aconteci-
mientos de la vida de Jesús; un silencio entreteji-
do de oración constante, oración de bendición del
Señor, de adoración de su Santísima Voluntad y
de confianza sin reservas en su providencia. No
se exagera si se piensa que, precisamente de su
“padre” José, Jesús aprendió, en el plano huma-
no, la fuerte interioridad que es presupuesto de la
auténtica justicia, la “justicia superior”, que Él, un
día enseñará a sus discípulos (Mt 5, 17).

El Evangelio nos presenta dos clases de vo-


caciones: una la de José, quien escucha a Jesús, lo
admira, aprende de Él y hace silencio, y lo guarda
en la casa de Nazaret. La otra la de los Apóstoles
abierta al mundo, ya que fueron iluminados para
anunciar al Salvador, proclamarlo, mostrarlo y
predicarlo.
98
Cuando hablamos de San José, hablamos del
silencio y cuando oímos la melodía del silencio de
José, escuchamos a Jesús.

Como escuchar a Jesús en ese silencio de


José, que nos hace estremecer, porque escuchar
a Jesús en el silencio es postrarnos en la contem-
plación. En Jesús hay fuego del Espíritu Santo,
hay fuego del amor que arde en la Hostia, cuando
la recibimos, la Hostia que nos parece pan. Cuando
recibimos este cuerpo, en el que arde el amor, es
el silencio que nos abraza para sentir latir a Jesús
en nuestro corazón.

José, en su silencio fecundo y florido, nos


anima, porque ese silencio es un canto, un canto
bello de adoración al Señor. Un canto donde nos
hace oír su dulce voz, como el agua en el desierto,
como palabra de conversión. Y nos dejamos
convertir enteramente por la fuerza del Espíritu
y la luz de su Palabra.

José, que supo escuchar a Jesús y aprender


de Él en el silencio, nos demuestra que podemos
descubrir nuestro camino en la palabra y en el
silencio. Con la palabra expresamos las ideas
que llevamos en nuestra mente. Es así como nos
expresamos. Es algo que hacemos sin darnos
cuenta que es un constante y maravilloso milagro;
no nos sorprendemos porque es con la palabra que
nos comunicamos entre nosotros, porque Dios nos
99
creó a su imagen. Dios se nos reveló como nuestro
Señor y Salvador por medio de la Palabra, porque
el milagro de la Palabra de Dios no es un sonido.
Ella vive y permanece en nosotros porque es Cristo
la Palabra hecha carne. San José, es figura de la
palabra silenciosa, porque Él vivía con la Palabra
hecha carne. José con su vida nos habla de la Divina
Palabra, pero la palabra que supera ese silencio
de amor y cumplimiento del deber. Ahí está todo.
Ahí está Dios. José supo cumplir su misión y su
silencio, fue su mayor grandeza.

Como descubriría José el silencio y como


sería el efecto que produjo en él, que quiso que-
darse en el mismo silencio. Fue allí donde encon-
tró a Dios, en una especie de oración, porque Dios
habla siempre en el silencio; porque es el silencio
que acoge la Palabra de Dios.

¿Será que nosotros también tenemos las


condiciones de acoger y comprender la Palabra
de Dios? ¿Será que nosotros también podemos
entender, escuchar y asimilar la Palabra de Dios
en el silencio?

José, tú te muestras en el silencio. Tú nos


enseñas con tu silencio, con tu renuncia, con tu
abandono, que sigues a Jesús, que imitas a Jesús
crucificado, en los caminos de la felicidad de la
resurrección y de la vida. Que el silencio nos
100
enseñe a vivir para que resuene en nuestro interior
la Palabra de Jesucristo.

José en su vida nos manifiesta que la escu-


cha no es algo espontaneo, la escucha es un arte,
es obediencia, es fe. Para aprender a escuchar en
el silencio como lo hacia él, se requiere ejercicios,
aprendizaje, tiempo, paciencia y sobre todo estar
interesado en hacer silencio reconociendo nues-
tras propias limitaciones.

El Evangelio de Juan (14, 21) dice que


Dios se da a conocer al que le ama, pues hay una
sabiduría que solo es hallada por los que la buscan
y la desean (Sab 6, 12-13).

Escuchar requiere percibir lo que se me dice


como interesante y bueno para mí, interesante
para mí, pues para interesar a alguien no basta con
darle buenas noticias. Es necesario que la escucha,
la perciba como buena noticia. Ahora podemos
comprender porque la Palabra de Dios se presenta
como Buena Noticia, si no fuera así, no podría
interesar ni ser escuchada.

El interés despierta el oído, para poder


escuchar, como lo hizo José. Él nos habla de su
silencio, pero sobre todo de su silencio interior,
para poder escuchar, porque no somos nosotros
los que poseemos la verdad, José nos aclara, con
el silencio con que escuchó al Ángel, que hay mucho
101
que aprender, mucho que recibir de otros. Siempre
nos falta algo por aprender, mucho que recibir de
otros.

Siempre hay alguien que quiera aportar.


Quien piense que todo lo sabe no está en disposición
de escuchar. La paciencia, el deseo de aprender y
la humildad son las condiciones esenciales de toda
escucha.

José buscaba siempre la voz de Dios, que


se manifiesta de muchas maneras, porque estaba
convencido de que Dios es de fiar.

El regreso de la familia a Nazaret,


transforma el silencio de José, en una alegría
silenciosa, envuelta en el mismo clima de silencio,
pero un silencio que descubre el perfil interior de
su figura.

Descubrimos que San José estaba en un


constante contacto con el misterio “escondido
desde siglos”, que “puso su morada” bajo el techo
de su casa de Nazaret.

Los Evangelios hablan exclusivamente de


aquello que José hizo; sin embargo, nos permiten
reconocer en sus acciones, envueltas por el
silencio, un clima de profunda contemplación.
Esto explica, por ejemplo, la razón del por qué
Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del
102
Carmelo Contemplativo, se tornó promotora de la
renovación del culto a San José.

El Papa Pablo VI dijo en su Homilía en


Nazaret el 05/01/1964: “Nazaret es la escuela
donde se comienza a entender la vida de Jesús: la
escuela del Evangelio, es una lección de silencio.”

Como ya lo hemos referido, los Evangelios


hablan muy poco sobre este período de la vida de
Jesús. También el Verbo calla. Porque no todo se
dice ni se expresa con palabras. Y es sugestivo que,
durante casi toda su vida, precisamente el que es
La Palabra, calle. Ella viene del seno del Padre, y
“todo fue creado por Él y para Él.

José es aquel que Dios escogió para ser el


“Coordinador del Nacimiento del Señor” aquel que
tiene el encargo de proveer la inserción ordenada
del Hijo de Dios en el mundo, manteniendo el
respeto por las disposiciones divinas y por las leyes
humanas. Toda la llamada vida privada u oculta de
Jesús, fue confiada a su custodia.

La Sagrada Familia regresa a Nazaret, José


encontró de nuevo a sus parientes y vecinos, que se
alegrarían y se asombrarían al verlos y les harían
toda clase de preguntas embarazosas sobre los
motivos de su ausencia. José las esquivaría a su
manera, procurando no mentir y al mismo tiempo
no decir nada que pudiera hacerles sospechar
103
la verdad. Encontraría su casa en un lamentable
estado de abandono, pero no se entretendría en
lamentarse, ni en ofensas contra los que la habían
saqueado. Más bien los excusaría, alegando en
descargo suyo, qué pensarían que sus dueños la
habían abandonado.

Enseguida se puso a repararla. Tapó los


agujeros de los muros, frisó la fachada y se aplicó
a recobrar su antigua clientela. Poco a poco, las
herramientas volvieron a llenar su taller, y un
letrero, encima de la puerta, anunciaría su oficio:
José carpintero.

Según las costumbres judías, el niño en


sus primeros años estaba al cuidado de su madre.
Luego, el padre empezaba a ocuparse de Él más
activamente, enseñándole la Ley de Dios y los
preceptos mosaicos.

Grande sería la alegría de José cuando


llegara el momento de realizar esa función paternal,
constatando que su hijo crecía en sabiduría, en
edad y en gracia ante Dios y ante los hombres.
De sus labios se elevarían silenciosamente a Dios,
para expresarle su felicidad y darle gracias, las
palabras del Cantar de los Cantares.

Dejémonos “contagiar” por el silencio de


San José. Es muy necesario, en este mundo a
menudo demasiado ruidoso, que no favorece el
104
recogimiento y la escucha de la voz de Dios, para
acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.

José, con su silencio, nos habla de la verdad


de uno mismo. Solo si percibimos el silencio, la
paz, el autoconocimiento, la reflexión profunda, la
humildad y la perplejidad ante la vida escucharemos
el sonido más dulce y sencillo que Dios inventó para
el hombre, el silencio.

Hoy nos encontramos frente al silencio a


diario: el silencio de la noche, el silencio de una
vida, el de una casa vacía, el de un parque, el de
una montaña. Es cierto, el silencio está ahí, pero
no se escucha. La culpa no es tanto de las personas
como de toda una cultura dominante en la sociedad
en que vivimos, de la que es difícil escapar, porque
nos envuelve. “La razón por la cual no tenemos
ratos de silencio en esta vida programada, es
porque hoy no tomamos el tiempo para pensar,
estamos sumergidos en ocupaciones que creemos
importantes”.

Es un truco de esta sociedad consumista.


La sociedad actual necesita la prisa, el ruido es
necesario para mantenerla. Si la gente pensara,
meditara, posiblemente muchos renegarían de su
vida y de su trabajo. Y es que el silencio, definiti-
vamente, nos acerca a las verdades últimas de la
vida. Cuando nuestra mente y corazón viven en un
constante desorden, no disponemos de tiempo, no
105
disponemos de silencio. Y eso nos lleva a vivir una
vida sin sentimientos, sin piedad, sin preguntas o
esperanzas verdaderas. Implica poca sensibilidad
y falta de reconocimiento ante algo tan asombroso
como el hecho de estar vivo.

Una persona que no busca el silencio no


busca saber para qué vive; por qué las cosas son
como son; por qué existe el dolor; por qué no es
feliz, porque vive deprimida, si aparentemente lo
tiene todo.

Es en definitiva, una muestra de conformismo


indigno del ser humano. Quien no tiene espacios
de silencio explica el padre Jorge de la Cueva,
se expone a no ser nunca él mismo, por no poder
distinguir lo que es suyo de lo que le es impuesto
más o menos subrepticiamente; se verá condenado
a no encontrarse consigo mismo.

El silencio es sombra que separa lo que


queremos asimilar y hacer nuestro, de lo que se
nos impone o se nos introduce por conductos que no
controlamos, incluso con intento de manipularnos y
llevarnos adonde tal vez no queramos, y quizás no
debemos ir.

Acoplar nuestro cuerpo al silencio es


necesario porque nos llevará al reposo interior
y a la paz. Muchas veces nuestro dolor físico se
opondrá al silencio. Es bueno sentirlo porque este
106
dolor puede ser el índice de nuestra falsedad,
mentira, desasosiego, desamparo.

Pensemos cuánta belleza, cuántos valores,


cuántos bienes auténticos nos pasan inadvertidos
por falta de silencio”.

José es el amigo del silencio es el maestro de


la contemplación, es el formador, sabe permanecer
en la escucha de la Palabra Revelada. Es él, el
que se dejó guiar por el susurro del Padre para
poder entregarse al plan de Dios, porque solo en el
silencio reconocemos el amor en nuestro corazón
para luego, como lo hizo José, traducirlo en obras.

El gesto hacia el silencio tiene que brotar


cada día desde el corazón. Sin tensión, sin obli-
gación, sin esperar ni tender a nada. Solo así po-
dremos ver cómo el silencio es nuestra verdad y
nuestra salud.

San José, que con frecuencia ha realizado


peregrinaciones en soledad, afirma que la presencia
de Dios se hace mucho más intensa cuando uno
está solo. Siempre que he peregrinado lo he hecho
sin recurso.

Cuando desees abandonarte en las manos


de Dios, de ofrecerte al cuidado misericordioso
de Dios, el silencio te conducirá a la libertad, al
encuentro con Dios y contigo mismo.
107
José en su perfecto y melodioso silencio,
nos diría que somos una sociedad poblada de
aullidos, porque no sabemos escuchar. Hoy no es
fácil escuchar la Palabra de Dios, por la ruidosa
que es la cultura moderna. Prestar atención a
la Palabra, es difícil, para el hombre que gusta
llamarse moderno. Hoy el hombre, para saber
tomar la Palabra, debe hacerse más humano y más
espiritual, porque para responder a la Palabra de
Dios debemos saber escucharla. Es el mismo Jesús
que nos invita a escuchar al decirnos: “Quién
tenga oídos que oiga” (Mc 4, 9), de ahí que con
frecuencia, por no saber oír no entienden (Jn 8,
43), porque se hallan bajo la obediencia del diablo.
Y para escuchar la Palabra de Dios se requiere la
fe.

En el silencio nos damos cuenta de nuestra


naturaleza herida, de nuestra pobreza, de la
necesidad que tenemos de Dios.” Dice Santa
Teresa, algunas personas, a quienes yo decía que
se encomendasen a San José por mi experiencia,
siguiendo el silencio divino y virginal han comenzado
a tenerle devoción, habiendo experimentado esta
verdad (San José, alcanza mucho de Dios, de Santa
Teresa de Jesús. V 6, 6 y Av. 65).

Santa Teresa de Jesús y San Juan de la


Cruz, Doctores de la Iglesia, nos describen de-
talladamente la oración del silencio o la contem-
plativa. Santa Teresa nos habla sobre la búsqueda
108
en nuestro interior. Dios convive con nosotros, so-
mos “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 3, 16). “Él
Entra”, porque es el Emperador del cielo y de la
tierra, no necesitamos buscarlo sino ponernos en
soledad y mirarle dentro de sí. Recoger nuestra
alma, voluntad, entendimiento, memoria y se entra
dentro de sí con Dios.

La oración del silencio es un movimiento de


interiorización, en la que el orante se entrega a
Dios que habita en su interior. Ya no razona acerca
de Dios, sino que se queda a solas con Dios en el
silencio, y Dios va haciendo en el alma su trabajo
de Alfarero para ir moldeándola de acuerdo a Su
Voluntad.

La contemplación consiste en ser atraído


por el Señor, quedarse con El y dejarle que actúe
en el alma. La contemplación, según Santo Tomás,
es vivir un instante lo que Dios vive eternamente.

Un error común es creer que la oración


más elevada, está reservada solo para unas
poquísimas almas, generalmente monjas o monjes
de comunidades contemplativas. Ese concepto
le encanta al enemigo, que no quiere que seamos
verdaderos orantes.

La oración del silencio, de recogimiento, de


contemplación que San José nos legó es para todo
aquél que desea buscarla. Santa Teresa de Jesús
109
dice que la oración contemplativa es la “Fuente de
Agua Viva” que Jesús promete a la samaritana y
la promete para “todo el que beba de esta agua,
porque no volverá a tener sed” (Jn 4, 13). El Señor
no dice que la dará a unos y a otros no, sino a todos
los que beban de esta agua.

Cuando deseamos ahondar más en la ado-


ración, el Espíritu Santo puede darnos su consue-
lo, haciéndonos sentir su amor, su consentimiento,
sus gracias. Pero para que el Espíritu Santo pueda
actuar en nosotros debemos estar en actitud de
adoración, en actitud de reconocernos creaturas
dependientes de Dios y, como consecuencia, aban-
donarnos a su Voluntad.

Recordemos la escena de los Reyes Magos


ante el Niño Jesús, los cuales se postraron y adora-
ron al Mesías quitándose sus coronas. Entrando al
establo vieron al Niño con María su Madre, y José
su padre, y arrodillados, le adoraron.

¿Y nosotros también nos arrodillamos de-


lante de Jesús, del Dios escondido en nuestra hu-
manidad? Le repetimos que no queremos volver la
espalda a su Divina llamada, que no nos apartare-
mos nunca de Él; que quitaremos de nuestro cami-
no todo lo que sea un estorbo para la fidelidad; que
deseamos sinceramente ser dóciles a sus inspira-
ciones.

110
¿Y nosotros, hacemos una oración íntima,
una oración del alma, con hondos gritos silenciosos
como los de San José?

“Los verdadero adoradores, adorarán al Pa-


dre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23). Somos
capaces de ser sinceros, cuando adoramos. La ado-
ración es lo que nos hace estar en la verdad.

Pidámosle a San José que nos enseñe el


secreto de nuestra vocación contemplativa. Que
nos alcance una fe grande que dé solidez y fun-
damento a nuestra vida interior. Y que ocupemos
toda nuestra existencia en la contemplación del
misterio que tenemos ante nuestros ojos. El mun-
do de nuestro tiempo se hace el ciego ante estas
realidades, para ocuparse solo de las cosas que
caen bajo sus sentidos, que impide que podamos
entender, descansar y estar en el silencio y en la
verdad.

El hombre de hoy no sabe estar en silencio,


no sabe estar consigo mismo, no sabe hablarse
a sí mismo, le teme a la soledad, quizás tema
preguntarse: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Qué
estoy haciendo con mi vida? En este caso solo
podemos escuchar nuestro propio vacío, nuestro
propio yo. ¿Cómo escuchar la voz de Dios? San
José nos dice que escuchar la voz de Dios es un
arte, es obediencia, es fe, es paciencia, es saber
hacer silencio, es donarse a Dios y reconocer
111
nuestras limitaciones. Solo escuchando la voz de
Dios me pongo en el buen camino, como lo dice el
Salmo 95:”Si hoy escuchas su voz, no endurezcas
tu corazón”.

Para encontrar a Dios y oírlo, nos dice San


José falta abrirle las puertas de nuestras casas
como lo hizo la casa de Nazaret.

Este silencio expresivo de Dios es una in-


vitación a escucharlo, a interpretarlo adecuada-
mente, Él no quiere imponerse, a Él le gusta es-
cuchar con atención nuestras oraciones. Él, como
dice la Primera Carta de San Pedro (5,7):”Dios se
interesa por nosotros”.

Verdaderamente, descubriremos entonces


que, en todo caso, el lenguaje humano será el
único que pueda crear el silencio y darle sentido.
La máquina producirá lenguajes y fórmulas, fruto
de la precisión y de la inteligencia pero el hombre
producirá sentido, porque será capaz de escoger y
de pronunciar el silencio.

Un bello texto del Libro Eclesiastés, nos


dice que, a lo largo de la existencia humana, todo
tiene su hora y su razón: Tiempo de nacer, tiempo
de morir, tiempo de callar, tiempo de hablar; el
uno depende del otro y mutuamente se nutren.
San José, en la casa de Nazaret, nos
mostraba como adorar al Hijo de Dios. Como
reconocer a nuestro Creador, como encontrar
nuestro verdadero yo, como reconocer lo que
somos. Reconozco que soy hechura de Dios,
bienaventuranzas de Dios. Dios es nuestro Creador
y le pertenecemos. Entonces San José lo que nos
quiere decir, con su adoración silenciosa, es que
adoremos al hijo de Dios, tomando conciencia y
sentirnos dependientes, entregarnos a Él y a su
voluntad. José nos muestra como somos realmente,
como somos a los ojos de Dios.

Porque a los ojos del mundo solemos


ponernos una máscara y nos mostramos como
no somos y a veces terminamos engañándonos y
creemos ser lo que no somos. Solo en el silencio de
la oración descubrimos la verdad sobre nosotros
mismos, sin mascaras, sin engaños, solo a través
de la oración contemplativa, Dios nos enseña cómo
somos realmente, como nos ve Él. En el silencio
recibimos las inspiraciones del Espíritu Santo.
En la adoración nos hacemos dóciles al Espíritu
Santo. Para conocer a Dios como lo conoce José,
debemos amar y entender el silencio, prepararnos
y abandonarnos, saber callar, para que Dios pueda
hacer en nosotros la oración, solo así podemos
hacer camino para conocer a Dios. Para conocer
a Dios, como lo conoce José, debemos acercarnos
a Él y no colocarnos lejos y fuera de Él. Debemos
aprender a escucharlo con el silencio del corazón,
113
dejar de pensar a Dios con la cabeza y aprender a
percibirlo en lo más íntimo de nuestro ser.

Aprender a percibir a Dios, real y


concretamente, transforma nuestra fe, y es el
Espíritu Santo que nos conduce a ese camino, un
camino de contemplación, de alabanzas, de acción
de gracias, de suplicas y sobre todo de amor, de
amor continuo en el silencio, plasmando en los
gestos sencillos de nuestra vida concreta, en la
ruta de todo el día.

Comprender que vivir en ese camino del


silencio, que no es nuestro pero donde entregamos
nuestra pobreza, nuestro deseo, Dios nos acompaña
,poniendo el resto. Y que poco sabemos de Dios.
No lo conocemos, porque no sabemos hacer
oración. Hablamos, y no escuchamos, decimos y
no miramos, pedimos y no esperamos. La oración
nos permite escuchar la suave brisa de la cual le
habló Jesús a Nicodemo (Jn 3, 8), que sopla donde
quiere, pero que casi no se escucha, menos aún si
no nos silenciamos.

José vivía con alegría, con entusiasmo,


vivía alabando al Señor con optimismo, ofreciendo
a los demás el servicio de la esperanza, de la
reconciliación para no permitir el rencor, la
decepción o el desamor. Vivir con desamor nos hace
echar malas raíces en nuestro corazón. Tenemos

114
que vivir reconciliados y aprender el camino del
perdón.

Vivir la oración contemplativa en nuestro


quehacer diario ha de convertirse y traducirse
en una actitud amable y comprensiva para los
demás. Es necesario que, desde la perspectiva
de nuestra comunión con el Señor, aprendamos a
mirar siempre el lado positivo de las personas, de
las cosas, de los acontecimientos.

Cuando nos sintamos ofendidos por algo,


pidámosle al Señor que nos enseñe a perdonar
como Él siempre hace, esto es, con la intención de
olvidar.

San José es un hombre fiel, silencioso y


contemplativo, donde se redescubre de modo
especial el perfil interior de su figura. ¿Cómo
malgastar la paz de la mente y de la vida en pensar
en sí mismo y en sus cosas pudiendo ocuparse de
contemplar el misterio que tiene ante sus ojos?

La verborrea mental constituye una


profanación de la vida intratrinitaria que llevamos
dentro, y San José no es insensato, es hombre fiel,
y por eso no habla, calla y ama.

San José vivió junto al Verbo hecho hombre,


en su presencia, es decir, en la presencia visible
de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad y
115
con María Santísima, su amadísima esposa, quien
seguía con ojos amorosos el crecimiento humano
de su Hijo, Verbo eterno del Padre, que aprendía
a hablar con palabras humanas y a querer con
corazón de hombre.

José nos habla de la obediencia del silencio

El silencio tiene la capacidad de abrir en la


profundidad de nuestro ser, un espacio interior para
que Dios habite, para que su mensaje permanezca
en nuestro amor por Él, arda en nuestra mente y
en nuestro corazón y allí entre toda su existencia.

Cuando José oraba se encontraba con el si-


lencio de Dios, es allí donde Dios nos escucha y
responde, porque Él conoce nuestras necesidades,
conoce lo más íntimo y nos ama y esto debe ser
suficiente.

José reconoció a Jesús en su silencio y


nosotros lo reconocemos en la cruz, en la que el
Hijo de Dios fue obediente. También en el silencio
debemos reconocer a Cristo en la cruz, porque allí
se nos muestra el silencio de Jesús como su última
palabra al Padre, pero también se nos revela que
Dios nos habla a través del silencio.

116
José un varón
adornado de todas
las virtudes

117
118
Las Virtudes son disposiciones habituales
del hombre, para alcanzar, consciente y libremente,
la perfección del bien.

La virtud para que sea virtud tiene que


ser habitual, y no un hecho aislado. Es como una
segunda naturaleza a la hora de actuar, pensar,
reaccionar, sentir. Lo contrario a la virtud es el
vicio, que es también un hábito adquirido por la
repetición de actos contrarios al bien.

Las virtudes son infundidas por Dios en


nuestra alma el día de nuestro bautismo, como
semilla, que hay que hacer crecer con nuestro
esfuerzo.

José es el primer y más perfecto modelo


de devoción y de virtudes entre los hombres. Esa
fue su singular misión. De él necesitamos aprender
a vivir en comunión de amor, porque para eso Dios
lo escogió, para amar, para cuidar y proveer, fue
escogido para ser el esposo virginal de la Virgen
María y padre adoptivo de Jesús.

San José abrió las puertas de su corazón


al Corazón Inmaculado de María y por esto llegó
a una profunda comunión con el Corazón de Jesús,
a quien amó, protegió, dirigió, formó y cuidó toda
su vida. También nosotros debemos abrir nuestro
corazón a la realidad revelada y ofrecida por
Cristo.
119
San José nos enseña que lo importante no
es realizar grandes cosas, sino hacer bien la tarea
que le corresponde a cada uno. “Dios necesita
nuestras obras pero con nuestro amor”.

Las obras hechas con amor son frutos en


acción. Busquemos el amor encontrándonos con
aquel que es el amor. José entregó su amor por la
fe convirtiéndose en fuente de la que mana ríos de
agua viva consagrándose al amor generosamente.

José se entrega del todo a la consagración


como esclavo del amor, ofreciéndose al esplendor
del Padre en adoración de Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero Hombre, Hijo Único del Padre
Eterno y de María siempre Virgen.

San José nos da un ejemplo admirable de


consagración a Dios en la Persona de su Hijo Amado
y de María su esposa.

José como padre, formó parte de la Familia


Santa de Nazaret, con una unión profunda entre
las tres personas, entre los tres corazones.
Debemos descubrir y contemplar estos corazones
inseparables para que sean ejemplo viviente para
los corazones de nuestras familias.

San José tenía un solo objetivo amar y


dedicarse a la familia que Dios le había encomendado.
Por ellos trabajó, por ellos, obedeció, por ellos
120
sufrió, a ellos los defendió y protegió sin reserva
ni condición. Esta es la base familiar como primera
dimensión de su existencia en la tierra.

San José ha sido conocido a lo largo de la


historia como el Educador por excelencia, san
Juan Pablo II lo ubica cómo el único hombre
que fue maestro del propio Dios, en la persona
de Jesús niño y adolescente. Por lo tanto, es el
maestro y educador a quien cada uno de nosotros
deberiamos imitar, pues gracias a sus enseñanzas
Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia frente a
Dios y los hombres. (Lc. 2, 52).

La imagen de San José maestro, toma


mayor fuerza, al ver en cada uno de nuestros niños
y jóvenes al mismo Cristo y, por tanto, el ideal de
modelo de educador. Es el único hombre del cual
Cristo aceptó ser su discípulo.

El Evangelio nos muestra lo que José hizo,


y a partir de estas obras podemos resaltar a un
hombre esencialmente justo. Cabe recordar que
ser justo para los judíos no lleva la connotación
social de hoy en día, sino que es justo el hombre
que hace lo que Dios le pide, un hombre que por
sus obras nos demuestra la grandeza de su fe, una
fe confiada, integra, manifestada en una entrega
eficaz a la voluntad de Dios y una obediencia
inteligente. La fe de José, es una fe fundada en
el amor.
121
San Juan Pablo II nos dijo: “José entra
en este puesto con la sencillez y humildad, en la
que se manifiesta la profundidad espiritual del
hombre; y él lo llena completamente con su vida. Es
hombre de trabajo. que, ha descrito sus acciones,
acciones sencillas, cotidianas, que tienen a la vez el
significado puro para la realización de la promesa
divina en la historia del hombre; obras llenas de la
profundidad espiritual y de la sencillez madura”.
También nos regala esta reflexión: “La Iglesia,
que, como sociedad del Pueblo de Dios, se llama a
sí misma también la Familia de Dios, ve igualmente
el puesto singular de San José en relación con
esta gran Familia, y lo reconoce como su Patrono.
(Homilía del 19 de marzo de 1980).

Esta meditación despierta en nosotros la


necesidad de la oración por intercesión de aquél
en quien el Padre celestial ha expresado, sobre la
tierra, toda la dignidad espiritual de la paternidad.

La meditación sobre su vida y las obras, tan


profundamente ocultas en el misterio de Cristo y, a
la vez, tan sencillas y puras, nos ayude a encontrar
el justo valor y la belleza de la vocación, de la que
cada una de las familias humanas saca su fuerza
espiritual y su santidad.

San José también crecía en virtud y en amor


para su esposa e Hijo, cumpliendo la más dulce y
alta obra que Dios le ha encomendado.
122
San José es un modelo perfecto de nuestra
vida contemplativa. Esta vida solo se entiende
desde la visión profunda y real de la fe, desde
el amor a la verdad que se expresa en la caridad
cristiana.

La convivencia familiar que tuvo San José


con María y Jesús, fue una promoción constante
de santidad. Era Jesús de ellos, y ellos de Jesús,
con un amor santificador, porque Jesús irradiaba
gracias al amar, hasta sus besos y sus sonrisas
eran divinizados.

¿Quién podría calcular el alcance


santificador de la convivencia de estas tres
personas?

Para comprender la proyección cristiana


universal o la trascendencia eclesial de la misión
de José, basta pensar que la Iglesia es como la
expansión vital de la Familia de Nazaret. José en
su misión de esposo y padre servía a los mismos
fines salvadores de la Encarnación y de la Divina
Maternidad. José fue un cooperador valiosísimo a
la obra redentora de Jesús y María.

Convivió plenamente las mismas situaciones,


los mismos misterios, con la más amorosa y la más
abnegada servicialidad.

123
Lo pondera así León XIII: “Con sumo amor y
cotidiana solicitud se desvivió José en defender
a su Esposa y a su Divino Hijo.

José fue cauteloso y atento al peligro


de la vida del Hijo, amenazada la envidia del
rey, procurándole un refugio seguro. En las
incomodidades de los viajes y en las asperezas
del exilio. Fue constante compañero, ayudante y
consolador de la Virgen y de Jesús. San José tiene
parte importante en el Misterio de la Encarnación,
ofreciendo su vida para el cuidado, servicio y
protección de Jesús y María.

El Papa Francisco en su Homilía en la plaza de


San Pedro, Solemnidad de San José, 19 de marzo
del 2013, nos dice: La vocación de custodiar no solo
nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene
una dimensión que antecede y que es simplemente
humana, corresponde a todos. Es custodiar toda
la creación, la belleza de la creación, como se nos
dice en el Libro de Génesis y como nos muestra san
Francisco de Asís: “Es tener respeto por todas las
criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.
Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos,
por cada uno, con amor, especialmente por los
niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que
a menudo se quedan no muy adentro de nuestro
corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia,
los cónyuges se guardan recíprocamente y luego,
como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo,
124
también los hijos se convertirán en cuidadores
de sus padres Es vivir con sinceridad la amistad,
que es recíproco protegerse en la confianza, en el
respeto y en el bien.”

En el fondo, todo está confiado a la custodia


del hombre, y es una responsabilidad que nos
afecta a todos. Se custodios de los dones de Dios.
Pero, para custodiar, también tenemos que cuidar
de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la
envidia, la soberbia, ensucian la vida. Custodiar
quiere decir entonces vigilar sobre nuestros
sentimientos, nuestros corazones, porque ahí es
de donde salen las intenciones buenas y malas, las
que construyen y las que destruyen. No debemos
tener miedo del amor, no debemos tener miedo de
la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura. En
los Evangelios, San José aparece como un hombre
fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se
percibe una gran ternura, que no es la virtud de
los débiles, sino más bien todo lo contrario, denota
fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de
compasión, de verdadera apertura al otro, de
amor.

El silencio contemplativo, que nace del


corazón de José, es un arte y el arte requiere
ejercicio, aprendizaje, paciencia, amor y sobre todo
mucha fe. José sabía oír, sabía escuchar, porque
para entender la Palabra y el mensaje de Dios es
necesario despertar el interés al oído. De ahí la
125
necesidad del silencio exterior, pero sobretodo
del silencio interior, para poder escuchar la voz
de Dios. Porque el silencio también es atender al
otro, escucharlo y comprender sus problemas. Fue
así que lo hizo José, al entregarse a la misión que
Dios le había confiado.

José realizaba la caridad en su sentido


absoluto de amor a Dios y amor a los hombres.
Velando por las necesidades del Niño Jesús y de
su Madre María.

José y Jesús conversaban serenamente


mientras trabajabas en su taller. Jesús como su
aprendiz nada hacía sin preguntar a José, quizás
las medidas o el tipo de madera a usar para tal o
cual mueble. Sabían comunicarse eran padre e hijo,
los unía el amor. Entre conversación y conversación
entonaban un salmo, mientras entraban al taller
los niños vecinos de la aldea, a recoger los tacos
sobrantes para jugar, como suele ocurrir en las
carpinterías.

¿Cómo pensar que le molestarían los niños


a quien más tarde diría, dejad que los niños
se acerquen a mí?

José y Jesús suelen permanecer en silencio,


porque no tienen necesidad de palabras para
comprenderse y sentir su corazón y su alma en
armonía. Jesús admira a quien honra como padre;
126
detiene su mirada complacido sobre este hombre
justo que trabaja junto a Él y que es la más hermosa
expresión de esa santidad que viene a traer al
mundo. Le ve prudente, paciente, buen consejero,
previsor, entregado; su alma es impermeable al
orgullo y su corazón caritativo le empuja a darse
constantemente a los demás. Jesús ve que José es
una obra maestra, y da gracias a su Padre celestial
por la grandeza moral y religiosa que se esconde
en este justo, totalmente adaptado a la función
que le ha sido encomendada y cuya alma es dócil y
abierta a la gracia.

San José, la sombra del Padre, el hombre del


silencio aquel a quien la palabra apenas toca, era
un hombre justo. El Evangelio tan sobrio siempre
en palabras, es más sereno aún que de costumbre
al hablar de San José. Diríase que este hombre,
arropado en el silencio, inspira silencio. El silencio
es su alabanza, su aclamación, su glorificación,
su ovación, es un lauro constante, es un aleluya.
Donde él está, el silencio reina. El silencio fecunda
como dulce canto y su acento vuela como pluma en
la brisa. Solo de un silencio nos habla José, que
podemos oír, y es en la contemplación. Pero, si lo
escuchamos, podemos escucharlo en sonido de
gratitud y en palabras de alabanzas.

Qué experiencia insondable debió vivir el


hombre que sentía a Jesús y a María obedecerle,
el hombre a quien tales misterios fueron famili-
127
ares, a quien el silencio revelaba la profundidad
del secreto que guardaba.

Cuando aserraba sus maderas y veía al Niño


trabajar a sus órdenes, sus sentimientos, ahonda-
dos por esta situación inaudita, se entregaban al
silencio que los ahondaba más todavía.

San José, que tanto tiene que decir, no


habla, guarda dentro de sí las grandezas que
contempla. Dentro de él se levantan montañas
sobre montañas y las montañas son silenciosas.

En San José vemos la maestría de la misión,


la maestría de la obediencia, y la maestría de
la oración. Solo en la oración escucharemos el
silencio contemplativo. Dios nos va entregando
por su infinita misericordia fortalezas que están
hechas y fundadas en el mismo hombre pero por la
obra de Dios, porque Dios también nos habla en el
silencio de las obras.

El silencio de San José, a lo largo de la


Historia de la Iglesia, va floreciendo en obras,
pero nosotros todavía no lo hemos podido ver,
porque en cada una de estos elementos humanos
esta la divinidad en plena flor, lo que pasa que esa
flor no es visible a nuestros ojos.

En estos tiempos de crisis, que está viviendo


el mundo de hoy, las familias están pasando por
128
una profunda crisis de valores o falta de virtudes.
Las familias están desapareciendo y esa es la
razón de que no hayan vocaciones sacerdotales,
porque éstas nacen del amor de la familia a Dios y
el amor de Dios respalda el amor de las familias y
las convierte en vocación. Dios nos pide orden en
las familias, no esperemos que Dios nos escuche en
el desorden.

San José lleva en su santidad, para lo cual


nació, el silencio del misterio de su prometida y
ese silencio termina cuando el Ángel se le revela y
viene el Si de San José y ese Si es definitivo igual
que el Si de la Virgen María. Primero viene el Si de
María, luego viene el Si de San José, es así que se
forma la familia de Nazaret. La familia de Nazaret
es el Sagrario en la Iglesia. ¿Dónde creen ustedes
que ocurre el primer acto de adoración? Ocurrió
en el vientre de María la Virgen, Ella solicita en el
silencio más increíble, adora a Jesús en su vientre,
Ella se hace Sagrario. Luego entra en la adoración
al Santísimo, San José, y para que San José se
haga adorador tiene que decirle Si al misterio.

Tenemos que darnos cuenta de la diferencia


que hay entre San José y nosotros, para que
podamos ser adoradores de Jesús. Tenemos que
darle el Si al Señor y ¿Cómo le damos el Si a Dios?
Creyendo con todo nuestro corazón, con toda
nuestra alma y toda la fuerza de nuestra alma,
mente y espíritu.
129
Cuando nuestro ser reconoce con una fe
ardiente que Jesús está vivo en la Eucaristía,
es en ese momento que le damos el SI al Señor,
al arrodillarnos al pie del Sagrario y visitarlo,
sabiendo que Dios está presente y vivo con
nosotros. En esos dos Si, el de María y el de José,
nace la adoración perpetua del hogar. De un hogar
que se mantiene vivo, que no vive con el pecado, ni
con las puertas cerradas a Jesús.

San José contempla al Niño Dios, y el Niño lo


observa y aprende el trabajo, cuando va creciendo.
En el Hogar de Nazaret, también el trabajo, era
la expresión del amor. Esta simple palabra abarca
vida de José, y para Jesús fueron los años de vida
escondida de la que habla el Evangelio. Jesús vivía
sujeto a su familia, como todo buen hijo. Esta
obediencia en Nazaret, representa la virtud del
trabajo, que transforma al hombre, lo acercan a
Dios y le hacen participar de sus planes.

Jesús, en su obediencia participaba en el


trabajo de San José. El, que era llamado el Hijo
del carpintero, había aprendido el trabajo de su
padre.

La familia de Nazaret es ejemplo y modelo


para las familias, y el trabajo de Jesús, al lado de
José, también lo es.

130
Es por eso que el trabajo en el Evangelio
tiene un significado especial, el trabajo ha formado
parte del misterio. Jesús con José, acercó el
trabajo al Misterio de la Redención.

El trabajo en la vida del hombre, tiene un


gran contenido e importancia, pues ayuda a los
hombres, a acercarse a Dios.

San José transforma el trabajo en amor,


nos muestra que Dios no busca la capacidad ni la
brillantez en las personas sino su disponibilidad
para con “Él” de forma consciente y libre.

José no hizo de su vida algo propio sino


un darse, un hágase, descubriéndose a sí mismo
en su renuncia, en su obediencia y su trabajo
responsable, su vida familiar; ofreciendo al mundo
y a la sociedad tres elementos básicos: Ejemplo
de matrimonio, ejemplo de familia y ejemplo de
trabajo. José hizo de su trabajo un candelero
que iluminaba a su familia y a todo aquel que se le
acercaba. José amaba su trabajo, como condición
de vida, cultivó y santificó su oficio. El trabajo,
es un signo de amor a Dios, que el hombre debe
ofrecer como contemplación. Para perfeccionar
el camino de santidad, no es suficiente ser buen
hijo, o buen cristiano, debemos santificar también
nuestro trabajo.

131
Debemos imitar el sentido que tenía José en
su trabajo u oficio, el sabia encaminar su esfuerzo,
dejándose llevar por el corazón, es decir, lo más
importante no es el valor o meta del trabajo, ni
como lo ven los demás, sino entregarse por amor,
para que nos perfeccione. Solo acompañando el
trabajo con amor, se conviertes en alabanzas al
Señor.

Santificar el trabajo es hacerlo de tal modo


que transforme el mundo en un hogar para los hijos
de Dios, donde todos seamos hermanos, a imagen
de aquel Hogar de Nazaret. Donde reine el amor
y la alegría, donde se santifique el trabajo y a los
que trabajan. Eso es lo que nos propone José en su
legado como Patrono de los Trabajadores. Es así que
se convierte el hogar y las familias, en Sagrarios
humanos, Sagrario de las familias humanas que
constituyen la Iglesia doméstica. Para hacernos
Iglesia, nuestro hogar debe compartir el amor,
pero si uno de nosotros no da el Sí al Señor, se
separa de la Iglesia. Sucede cuando estamos en la
Iglesia y no creemos que Dios esté vivo y presente
junto a nosotros en la Eucaristía y quedamos fuera
de la gracia Eucarística, porque no tenemos fe.

Hay personas con una gran fe en nuestra


Santísima Virgen, son muy marianas y es muy
bonito llenarse el corazón del Si de María, pero
no tienen el Si de San José. Y si no tienen los
dos Si, no tienen el Si concebido en la Familia de
132
Nazaret. Sin la presencia de José la Iglesia vive
fragmentada.

Tenemos que vivir el Si de María y el


Si de San José para formar un Sagrario en
nuestros corazones. Con el silencio de San José,
encontraremos la invitación a hacer lo que él hizo
a lado de María y de Jesús.

Imaginemos la vida de San José al lado


de Jesús y de la Virgen María. José trabajando
con tanta dedicación para dar el mejor ejemplo
a Jesús. Cuando tenían que viajar a otro pueblo,
José arreaba la mula mientras María llevaba al
Niño en su regazo, cuidándolos de los peligros de
la época. Y en el momento de la comida como sería
la oración que José pronunciaba para ofrecer los
alimentos que Dios les proporcionaba. Y cual sería
la preocupación que sintió José junto a María
cuando regresaban de Jerusalén y se dieron cuenta
que Jesús no venía con ellos. Fueron tres días de
angustia y preocupación y regresaron a Jerusalén
en busca de Él hasta que lo encontraran.

José en su búsqueda, nos enseña como


poner a Dios en primer lugar. Nosotros somos
viajantes en el mundo, somos peregrinos, andamos
en la historia y siempre estamos buscando en el
fondo, buscamos la verdad, y en nuestro corazón
sentimos la nostalgia de Dios, por eso nuestro
corazón es peregrino.
133
San Juan Pablo II, contempla la vida de San
José como un peregrinar en la fe, junto a la Virgen
María. Dice: ”La fe de María se encuentra con la
fe de José”. Y según los textos de los evangelistas
Mateo y Lucas, José es el primero en participar de
la fe de la Madre de Dios.

José es modelo de virtud, de dignidad como


autentico varón justo, escogido, elegido y reser-
vado desde toda la eternidad para ser padre del
Hijo de Dios hecho hombre.

Si reflexionamos sobre todo lo que hemos


conocido de San José, debemos centrar nuestra
atención, sobre la luz de su fe, junto con su esposa
la Virgen María.

En María y José encontramos la fe en el


encuentro personal de los Dos Corazones y la
razón de su fe la encontramos en la persona de
Cristo. Confiar en Dios es encontrar el amor de
Cristo, y en el amor de Cristo encontrar la llave de
la verdad.

Si reflexionamos en el Sí, comprenderemos


que cuando vivamos como hijos de Dios, el Espíritu
Santo nos lleva a Cristo Jesús.

La vida de María y José allá en la casa


de Nazaret, inicio de la Iglesia doméstica, nos
despierta la chispa que tenemos en nuestros
134
corazones, inquietos por conocer a Dios. Llamado
por la fe, el corazón arde y cree.

Para vivir y amar esta fe, como amaron


y vivieron María y José, debemos buscar un
encuentro personal con Dios, confiar en nuestro
Padre Bueno y encontrar el amor de Cristo.

María y José, amando y entregándose a la


adoración y al silencio, encontraron a Jesús. Hoy
es necesario formarnos en el amor; pero en el amor
que nos deja ver la verdad de lo creado. Vivir en
la fe de lo creado por Dios, pero no una creencia
dividida entre lo creído y lo vivido. Se requiere la
fe de José y de María, única y verdadera.

El amor paterno de José hacia Jesús influye


en el amor filial de Jesús hacia José. La mirada
de Jesús hacia un Amigo llamado José determina,
desde el punto de vista humano, la visión que Jesús
tiene de su Dios Padre.

Seguir las huellas de Jesús, las de los


apóstoles y de los Padres de la Iglesia.

Es necesario buscarlas con humildad y


sinceridad. Solo así arderá nuestro corazón con el
esplendor de la luz de la verdad. Solo en el Misterio
del Verbo Encarnado podemos ver la luz. Debemos
buscar el encuentro de la fe y la razón para poder
creer y entender y luego entender para poder
135
creer, solo entendiendo lo que creemos podemos
creer lo que todavía no podemos ver.

Cuando nos encontramos con la fe, cruzamos


el umbral y descubrimos el Fiat de María y el
Fiat de José. Es allí que escogemos la gracia de
Dios, emprendemos el camino de conversión que
se manifiesta en nuestra vida, percibimos que Dios
se ha anunciado, el corazón se transforma por la
gracia y nuestro caminar ha emprendido la ruta
maravillosa que durará toda la vida.

Nuestra fe debe iluminar nuestra mente,


ser acogida por el corazón y manifestada con
nuestras obras. José en su silencio, en su Sí y su
entrega en vida, cruzó el umbral de la puerta de
la fe.

El silencio de San José, fue un silencio de


oración y con su oración silenciosa enriqueció el
camino junto con la Virgen María, compartiendo lo
más valioso de ellos.

Así como el sol no puede dejar de iluminar,


el que lleva la llama de Cristo no puede esconderla.
Esto es lo que nuestro corazón debe entender,
al escuchar la melodía silenciosa de San José.
“Presentar a Jesús, como quien presenta a un
amigo, para que otro pueda decir ¡Mucho gusto en
conocerte!

136
¿Quién es José?

137
138
Con este título presento un resumen
extraído de una Obra que pertenece a la Biblioteca
Religiosa de Guadalajara, México.

El Señor San José, dignísimo esposo de


María, padre putativo y castísimo de Jesús; para
que conociendo un poco tan insigne Patriarca, lo
ames, veneres y glorifiques de un modo semejante
a la veneración y amor que profesas a la Santísima
Virgen María.

José, según San Bernardo, fue predestinado,


desde toda su existencia para ser semejante a la
Virgen María. Él aprendió de la Virgen y aprendió
de la escuela de Jesús.

San José, vivió absolutamente separado del


mundo, entregado al cumplimiento más estricto
de sus deberes. Él vivió unido a Dios mediante
el retiro y el silencio. Y partiendo del soberano
principio, que el hombre con todos sus sentidos ha
de reconocer a Dios por punto de partida en todos
sus actos.

La Iglesia le dio el título de Protector de


las Almas Consagradas a Dios, porque le considera
el jefe de la casa más santa. Por esto cada
comunidad religiosa tiene mucho que aprender de
tan Santísimo Patriarca.

139
Santa Teresa de Jesús, San Francisco
de Sales, y San Vicente de Paúl, convienen en
afirmar, que José no solo es el modelo de las almas
consagradas a Dios, sino que es singularmente su
protector. Por esto mismo ha querido Dios que
lo adopten por su modelo y que unos lo llamen su
protector y otros le confíen su noviciado.

El Señor honró a San José concediéndole


alcanzar las cosas más imposibles, porque él es
el único que, después de Jesús y de María, ruega
eficazmente por nosotros pecadores.

¡Qué lecciones tan importantes las que nos


da San José!

Aprendamos a ser valiente en las penas y


en los trabajos, no perdiendo de vista que seremos
más o menos consolados conforme fuese nuestra
aflicción mayor o menor: Aprendamos del dolor que
sintió José en la pérdida de Jesús, el que debiera
sentir el alma cuando lo ha perdido por el pecado
que cometió.

¡Oh, si de una vez comprendiéramos que no


hay perplejidad, ni angustia, ni aflicción, ni pena,
ni tormentos que puedan compararse con lo que
sufrirá, el alma que haya perdido a Dios por el
pecado!

140
¡Oh, si de una vez comprendiéramos que
ser separados de Dios por la culpa mortal es la
pérdida de la gracia divina, es el principio del más
cruel tormento, es entrar en la triste mansión de
la eternidad desgraciada, es la pérdida de la vida
eterna, y es la pérdida de Dios para siempre, para
siempre jamás!

El Señor San José es modelo de santa vida


y verdadera perfección que consiste en la unión
de la vida de contemplación y de acción: ¡así vivió
Jesucristo Nuestro Señor! ¡Así vivió la Inmaculada
y divina María, así vivió su glorioso esposo y su
padre putativo de Jesús!

La Iglesia nos presenta innumerables almas


que han sido ejemplos admirables de la más sabida
contemplación, los cuales, iniciados en los secretos
de Dios, dijeron y obraron lo más admirable.

¡Infelices de nosotros que no comprendemos


los admirables esfuerzos del amor divino!

¡Más infelices porque ni siquiera entendemos


su lenguaje! ¡Y más infelices todavía porque no
trabajamos con empeño para disfrutar las delicias
de tan dulce vida!

141
Decreto de la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos

El Papa Emérito Benedicto XVI quiso acoger


y aprobar benévolamente los piadosos deseos que
han llegado desde muchos lugares y que ahora,
el Sumo Pontífice Francisco ha confirmado,
considerando la plenitud de la comunión de los
santos que, habiendo peregrinado un tiempo a
nuestro lado, en el mundo, nos conducen a Cristo
y nos unen a Él. Por lo tanto, teniendo en cuenta
todo esto, la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos, en virtud de
las facultades concedidas por el Sumo Pontífice
Francisco, gustosamente decreta que el nombre
de San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen
María, se añada de ahora en adelante en las
Plegarias Eucarísticas II, III y IV de la Tercera
Edición Típica del Misal Romano, colocándose
después del nombre de la Bienaventurada Virgen
María. (Decreto firmado por El Prefecto de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos, el Cardenal Antonio Cañizares
Llovera, en fecha 01 de mayo del 2013)

142
Reconocimientos

a San José

143
San Bernardino de Siena, Sermón de San
José: “Interesa resaltar cómo, en este movimien-
to hacia el humilde carpintero de Nazaret, el
pueblo cristiano, impulsado por el Espíritu Santo,
ha ido adelante. Los mismos Romanos Pontífices lo
reconocen en sus documentos, al sancionar y fo-
mentar esta corriente popular.

Pío IX, al proclamarle Patrono universal


de la Iglesia: “La devoción de los fieles hacia San
José, ha tomado tanto incremento y ha progresado
tanto, que de todas partes recibimos innumerables
y fervorosísimas peticiones” (Litterae Apostolicae
Inclytum Patriarcham, 7 iulii 1871).

León XIII: “Ciertamente sobre este par-


ticular no encontramos la piedad popular dormi-
da, antes bien va corriendo pujante el camino ya
trazado” (Encíclica Quamquam pluries, del 15 de
agosto de 1889).

Pío XI, en la encíclica Divini Redempto-


ris, propone a San José modelo de los obreros y
patronos.

Los Padres y Doctores de la Iglesia, resaltan


la fe de San José. Solo un corazón convertido, solo
una fe vivida, son capaces de reconocer y aceptar
la invitación divina.

144
El Concilio Vaticano II, en su asamblea,
que representa a la Iglesia Universal reunida
en el Espíritu Santo, proclama el inmenso
valor sobrenatural de la vida de San José: Una
vida sencilla de trabajo cara a Dios, en total
cumplimiento de la Divina Voluntad.

El Santo Papa Juan XXIII, anuncia que en


el Canon de la Misa, se haría mención al nombre de
San José, para que nos acompañe en el camino, como
fue divinamente puesto como guía y protector de
la familia de Nazaret.

Santa Teresa de Jesús, fue gran devota de


San José y hablaba mucho de Él, tomó por abogado
al glorioso San José, y se encomendó siempre a Él
para que la liberara de todos los peligros.

San Francisco de Sales dijo: San José tiene


en el cielo un crédito grandísimo, aquel que lo cuidó,
conduciéndolo al cielo en cuerpo y alma, para que
así, la Sagrada Familia de Nazaret reconstruida
en el cielo tenga su exaltación grandiosa.

San Alfonso María de Ligorio, la misión del


padre adoptivo de Jesús que le coloca tan cerca
del Redentor, requiere según él, que fuera santo
antes de nacer.

145
San Pedro Damián (1007-1072) escribió:

No parece que fuese suficiente que solo la


Madre fuese Virgen; es de fe de la Iglesia que
también aquel que hizo las veces de padre ha sido
virgen. Nuestro Redentor ama tanto la integridad
del pudor florido, que no solo nació de seno virginal,
sino también quiso ser tocado por un padre virgen .

Si queremos encontrarnos personalmente


con San José vayamos a la Eucaristía. La Eucaristía
es el lugar de encuentro con Jesús, María y José.
Allí están los dos; junto a Jesús Eucaristía, está
José y María, como en la cueva de Belén. Allí
tenemos una cita con Jesús, José y María, cada
día, en El Sagrario, o en la Misa de la Iglesia
más cercana. Allí nos vemos. Jesús nos espera,
acompañado de José y María.

El 19 de Marzo, se celebra la Fiesta de San


José, recordando lo que nos dice el Evangelio y
descubriendo lo que nos dice Dios del santísimo
esposo de la Inmaculada Virgen María.

El que ama a Jesús debe amar a María; quien


ama a Jesús y a María, debe amar a José, pues los
tres están unidos en el cielo y en la tierra con un
amor sin igual en un solo Corazón.

146
Referencias

Catholic.net
Padre Bonifacio Llamera. OP
Isidoro de Isolano, Editorial Católica 1953
Francisco Butinya.
Sierva de los Corazónes traspasados de Jesús y
María.
José María Rovira Belloso.
Francisco Butinya
Exhortación Apostólica sobre la figura y la - -
misión de San José, de Juan Pablo II.
Mercaba, 24 homilías más para la fiesta de San
José
Colegio Católico San José
Centro Josefino Español (Padre Román Llamas)
Blogueros con el Papa.Org.

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Impreso en la
A. C. Talleres Escuela Técnica Don Bosco
Caracas, Venezuela
Teléfono: (0212) 237.08.02

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