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Elva Roulet*
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Roma, según la cual el feto es pars viscerum matris, es decir, es parte del cuerpo de la madre, y ésta
-en su condición de mujer- dependía del tutor, fuera éste el padre, el esposo o el Estado.
El Código de Hammurabi -del año 2.500 antes de Cristo- establecía que el aborto era un
delito contra los intereses del padre o del marido, y también una lesión contra la mujer. El marido
era el ofendido y estaba -de acuerdo con esta concepción- económicamente lesionado.
El derecho hebreo establece idéntica concepción en el libro del Éxodo, Capítulo XXI,
versículo 22.
Por su parte, Aristóteles establecía que la animación del feto se producía entre los 40 y los 80
días de su concepción. La legislación fue poco clara en esa época y en general el aborto con
consentimiento del marido era permitido. En cambio, la Ley Mileta condenaba a muerte a la mujer
que abortaba sin consentimiento del marido. En ningún caso el Estado tomaba bajo su tutela los
derechos de la persona por nacer.
En el antiguo derecho romano no se legisló sobre el aborto, pero durante la monarquía el
aborto sin consentimiento del marido daba a éste derecho al divorcio. Contra un tercero que
provocara el aborto el marido tenía derecho a la venganza, lo que muy pronto se convirtió en una
compensación pecuniaria. La mujer soltera o divorciada -en este caso luego de un cierto período-
resultaba impune. Consiguientemente, se consideraba el aborto como un derecho familiar.
El cristianismo trajo una nueva filosofía: la protección de la vida de la persona desde su
concepción como ser animado. Las leyes del período cristiano demoraron en establecer la
distinción entre aborto y homicidio, y pasaron por distintas posiciones que justamente intentaban
establecer cuál era el momento de la animación.
En un comienzo la Iglesia Católica condenó el aborto en cualquier momento del desarrollo del
feto, aplicando la teoría de San Basilio que sostenía la animación inmediata. Los primeros apóstoles
y el derecho canónico primitivo equipararon el aborto con el homicidio. En documentos como el
Didakte -texto apostólico del siglo I después de Cristo-, las leyes de Tertuliano y el Código
Teodosiano, se consideraba que homo est qui futurus est, es decir, quien es una promesa de vida es
un hombre.
Posteriormente, esta concepción se fue modificando en la Edad Media, y el bien jurídico
protegido varió según las leyes que se consideraban, es decir, el feto, el padre y su patrimonio, la
mujer, e incluso el Estado.
La influencia de Aristóteles modificó la concepción de la Iglesia Católica, la que fuera
incorporada al catolicismo a través del hilomorfismo, según el cual el alma es la forma sustancial
del cuerpo, y por lo tanto revelará su presencia cuando el feto adquiera forma humana.
San Agustín y otros teólogos hablaron del feto animado y no animado, o del feto formatus o
non formatus, aceptando la teoría de la animación mediata. Santo Tomás de Aquino aceptó los
términos temporales de la animación fijados por Aristóteles.
El Concilio de Viena de 1312 aceptó la concepción hilomórfica aristotélica, no considerando
al aborto un homicidio hasta que el alma no animara el cuerpo; el espíritu daba categoría de
persona. El aborto es igualado al homicidio sólo cuando el feto es animado: antes de esa fecha, el
aborto es impune o la pena es menor.
Así, se establecen consideraciones al respecto en diversas legislaciones, como el Fuero Juzgo
Español del siglo VII; las Siete Partidas de Alfonso el Sabio; Las Carolinas -que son ordenamientos
jurídicos del emperador Carlos V que datan de 1532 y 1580, donde la distinción entre el feto animado
y no animado se hace a partir de la mitad del embarazo, es decir cuando la madre siente los
movimientos-; el Concilio de Trento en 1545 -que consagró la teoría de la animación mediata-; la
Cuarta Constitución Imperial de Sajonia de 1694 -que castiga el aborto después de la existencia de
movimientos fetales-; los estatutos del reino de Mullhausen -que fijan un término de cinco meses-;y, la
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bula Efraenatum de Gregorio XIV -que adopta la distinción entre feto animado y no animado-.
En 1864, con la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de María, según la cual fue
preservada inmune de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción, se
consideró que desde ese mismo instante el feto sería un ser humano dotado de alma.
Pío XI, en 1869, establece nuevamente el criterio de la animación inmediata, y condena con la
excomunión automática a toda mujer que abortare voluntariamente.
Las excepciones legales que fija la Iglesia Católica, como la del aborto terapéutico para salvar
la vida de la madre, tienen antiquísimos antecedentes. Tertuliano, uno de los padres de la Iglesia,
acepta este criterio justificando en de anima la embriotomía en casos de necesidad, y durante el
Renacimiento y la Contrarreforma se continuó admitiendo en general este tipo de aborto. La
prohibición de la embriotomía se produjo en 1884, y el aborto terapéutico fue prohibido oficialmente
por la Iglesia Católica en 1895.
Estimo que debemos tener en cuenta la diversidad de posiciones y de puntos de vista que se han
expuesto en este recinto. Hemos escuchado la opinión de católicos absolutamente convencidos de la
importancia del derecho a la vida desde la concepción misma, quienes han defendido sin embargo el
derecho del otro a pensar diferente.
Ésta es una cuestión de convicción, de creencias y, en definitiva, de conciencia. Y como
también se ha dicho aquí, la conciencia solamente debe rendir cuentas ante Dios, ni siquiera ante la
Iglesia.
Si hoy analizamos la posición de la Iglesia Católica, advertiremos que hace pocos meses los
obispos de África -preocupados por este tema- discutieron sobre esta cuestión en Roma.
Sabemos que la Iglesia Católica holandesa -por citar alguna-, o la norteamericana, tienen
posiciones diferentes. También sabemos que en los países más católicos del mundo -como Italia,
Francia y España- el respeto a la diversidad de opiniones ha dado origen a que se tenga una posición
abierta sobre este asunto.
Ayer, en un programa de televisión, se estaba considerando otro tema, y monseñor Laguna dio
una definición del fundamentalismo afirmando que "es una concepción que excluye o elimina al
otro". Además, señaló que "la Iglesia Católica, lamentablemente, también había sido
fundamentalista".
Quiero traer a la reflexión este tipo de ideas para que aceptemos respetuosamente las
opiniones del otro y no convirtamos este problema de conciencia en una cuestión a debatir en el
seno de la Convención.
Quiero terminar mi exposición señalando que la propuesta del señor convencional Cornet
para colocar un nuevo inciso relacionado con este tema en el artículo 67 de la Constitución
Nacional no está habilitado y, por consiguiente, es ilegítima. Teniendo en cuenta que este mismo
asunto ha sido considerado en el recinto hace instantes, no quiero volver a insistir sobre él.”
Recinto del Plenario de la Convención Nacional Constituyente, Ciudad de Santa Fe, 3 de agosto de
1994.
Cf:. “Obra de la Convención Nacional Constituyente 1994” – Tomo V – Pags. 5271/5273
Edición del Centro de Estudios Constitucionales y Políticos, Ministerio de Justicia de la
Nación, República Argentina.