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Hay algunos libros muy contados que generan una reacción polarizada entre los lectores: o bien
los adoran con devoción o bien los detestan profundamente.
El caso de “El monje que vendió su Ferrari” resulta un ejemplo paradigmático. Basta con leer las
opiniones vertidas por sus lectores en cualquier foro para constatar que un buen número de
personas considera que su lectura ha resultado casi imprescindible para una mejora personal,
mientras que otras personas (en una proporción ostensiblemente menor) lo consideran como un
producto execrable.
Lo cierto es que todo depende de la forma con que abordemos el libro. Bajo un formato de
carácter narrativo dotado de un débil argumento, encontramos un formidable texto de autoayuda
que proporciona unas pautas muy valiosas para la realización personal del lector. El argumento es
sólo un pretexto para presentar una serie de directrices que podemos seguir si pretendemos
alcanzar el equilibrio y la verdadera felicidad.
El capítulo inicial es una introducción que nos conducirá al punto de partida de la “historia”.
Narrado en primera persona por un abogado, nos cuenta lo que aconteció al exitoso abogado
Julian Mantle, un hombre rico, famoso y absolutamente entregado a su trabajo, hasta que un
ataque al corazón que le lleva al borde de la muerte le induce a replantearse radicalmente su vida,
que dará un giro de 180 grados. Julian vende todas sus posesiones materiales y desaparece
durante unos meses… hasta que se presenta en el domicilio de John, el narrador, un abogado algo
más joven que está empezando a seguir los pasos (desviados) de Julian. El resto del libro
transcurre en una sola noche, contándonos la conversación que se establece entre los dos
protagonistas sobre el cambio operado en Julian (tanto a nivel espiritual como físico) gracias a su
estancia en un remoto enclave del Himalaya llamado Sivana, junto a sabios iluminados.
La estructura que adopta Robin Sharma para presentar todos los consejos de autorrealización es la
del diálogo, con las breves preguntas y comentarios de John y las elaboradas respuestas de Julian,
siguiendo el esquema tan antiguo como clásico del Su Wen (los diálogos con el Emperador
Amarillo), el compendio sobre medicina china más antiguo conocido, o, mucho más reciente, de
“El poder del ahora” de Eckhart Tolle.
A modo de resumen, presentamos las técnicas propuestas en el libro -que Sharma reúne en siete
capítulos- relativamente fáciles de seguir (con un cierto grado de autodisciplina, por supuesto) y al
alcance de cualquier persona. A pesar de que las atribuye a un grupo de monjes del Himalaya, es
necesario precisar que en realidad proceden de fuentes más variadas. De hecho, el texto de
Sharma se caracteriza por un notable eclecticismo, especialmente patente, por ejemplo, cuando
en el capítulo 9 atribuye al monje de Sivana un bellísimo cuento que, en realidad, reconocemos
como “El Gigante egoísta” de Oscar Wilde.
Controlar la mente
1. El corazón de la rosa
Al principio, puede costar concentrarse en la rosa durante más de cinco minutos, pero con
constancia se puede llegar fácilmente a los veinte minutos. Se considera que los efectos empiezan
a sentirse a partir de los 21 días de práctica continuada.
El corazón de la rosa
2. El pensamiento opuesto
Son miles los pensamientos que pasan por nuestra mente a lo largo de un día, muchos de los
cuales recurrentes. También son abundantes los pensamientos negativos, ya sea por recordar algo
desagradable que nos ha acontecido, ya sea por temor a algo que pudiera ocurrir (y que, en
realidad no existe, pues no ha ocurrido).
Los pensamientos negativos bloquean el potencial de nuestra mente. Para evitarlos, nos basamos
en un principio básico: no podemos tener dos pensamientos distintos al mismo tiempo. Cuando
entre un pensamiento negativo en nuestra mente, deberemos sustituirlo inmediatamente por uno
de positivo. De manera sistemática.
Es una técnica que exige un elevado nivel de atención, pero que con una práctica regular nos dará
un gran control de nuestro mundo interior, al mismo tiempo que nos va a disciplinar la mente.
Basada en la visualización, esta técnica utiliza imágenes positivas para influir en la mente.
Debemos situarnos en un espacio tranquilo, y respirar profundamente durante un cierto tiempo
para alcanzar la relajación. Entonces visualizaremos mentalmente aquello que queramos ser, tener
o alcanzar en la vida.
4. El poder de la autoevaluación
Para alcanzar la felicidad es necesario tener un propósito en la vida (dharma en sánscrito), unos
objetivos determinados, ya sean materiales, emocionales, físicos o espirituales. Debemos, pues,
realizar un profundo autoanálisis para discernir cuáles son los objetivos que nos proponemos
alcanzar:
-Coger papel y lápiz y apuntar estos objetivos: al realizar este acto, estamos enviando un mensaje
a nuestro subconsciente que éstos son los pensamientos importantes. Aquí entra en juego el
concepto zen de Joriki, el poder que surge cuando la mente se ha unificado y llevado a un solo
punto en la concentración de Zazen; no se trata de la mera capacidad de concentración en el
sentido habitual del término, sino de un poder dinámico que nos permite actuar al instante en las
situaciones más repentinas e inesperadas, de una manera totalmente adecuada a las
circunstancias.
Conseguir una fuente de presión positiva (por ejemplo, prometer en público que se desea alcanzar
el objetivo determinado).
Comprometerse por escrito: apuntar en una libreta los objetivos, deseos y sueños. Acompañarlo
de imágenes sugestivas y representativas referentes a estos objetivos, y repasar la libreta
diariamente.
“Regla del 21”: para que un comportamiento nuevo se convierta en hábito, debe ser seguido
durante 21 días.
Practicar el kaizen
Las dos siguientes técnicas parten de la idea rectora de que es necesario adquirir el dominio de
uno mismo para poder llevar las riendas de la vida. Una vez hayamos obtenido los triunfos
internos, llegaremos a los triunfos externos, y para ello debemos cultivar constantemente la
mente, el cuerpo y el alma. Para ellos practicaremos el kaizen, un término japonés que significa
“mejora continuada”.
kaizen
Caracteres japoneses del Kaizen
Las personas “crecen” cuando entran en terreno desconocido, cuando salen de la zona de confort:
es entonces cuando pueden descubrir aspectos de sí mismos que les resultaban desconocidos o
que no habían sido suficientemente desarrollados.
Debemos hacer un listado de nuestras debilidades, conocerlas, enfrentarnos a ellas y atacar los
miedos.
Son diez prácticas para llevar a cabo diariamente durante treinta días consecutivos, para empezar
a constatar los resultados, y para que se conviertan en un hábito:
Ritual de la soledad: reservarse un espacio de tiempo de paz y silencio para uno mismo (de 15 a 50
minutos, preferiblemente siempre a la misma hora), para conseguir la expansión mental y
espiritual. Se aconseja destinar un espacio determinado para esta práctica, de carácter meditativo
(ver la técnica “El corazón de la rosa”).
Ritual de la energía, mediante la práctica del ejercicio físico: caminar por la Naturaleza, yoga, etc.
Ritual del saber abundante: leer con regularidad (30 minutos al día), ampliar nuestro campo de
conocimiento, aprender continuamente.
Ritual de levantarse temprano: para ello es necesario incidir en la calidad del sueño por encima de
la cantidad. Se deben observar algunos hábitos que facilitan un buen sueño: no cenar
excesivamente ni muy tarde, relajarse (o meditar) antes de ir a la cama…
Ritual de la música: escuchar cada día algún tipo de música que nos emocione, relaje o active, o
que, en definitiva, nos guste.
Ritual de la palabra hablada: consiste en la repetición de mantras (ya sean orales, mentales o
escritos), afirmaciones positivas, que pueden ser realizadas en cualquier momento y casi en
cualquier situación.
Ritual del carácter congruente: llevar a cabo acciones diarias de acuerdo a los principios de
laboriosidad, compasión, humildad, paciencia, honradez y coraje. Vivir de este modo conduce al
bienestar espiritual.
Ritual de la sencillez: vivir una vida sencilla, centrada en aquello importante y reducir las
necesidades, que en el fondo no son tantas como nos pensamos.
Vivir disciplinadamente
La fuerza de voluntad y la disciplina son los motores imprescindibles para poder llevar a cabo
todas estas prácticas y, en definitiva, para mejorar como personas.
Soy mucho más de lo que parece; dentro de mí está toda la fuerza y el poder del mundo.
Puede hacerse con un visionado creativo: en un lugar tranquilo, sentado con la espalda recta,
repitiendo el mantra en voz alta mientras nos imaginamos que somos una persona disciplinada,
firme, que controla la mente, el cuerpo y el espíritu.
9. Voto de silencio
Pasar un tiempo prolongado en silencio (hasta un día entero), con la finalidad de reforzar la
disciplina.
Parte de la idea de que el 80 % de las cosas que conseguimos en la vida son el resultado de
actividades a las que sólo dedicamos el 20 % de nuestro tiempo. Debemos, pues, organizar el
tiempo y centrarnos en las actividades que comporten una elevada repercusión. En este sentido,
resulta útil planificar con antelación el día con un horario equilibrado.
Para proteger nuestro propio tiempo, a veces es necesario decir NO a los “ladrones de tiempo”,
aquellas personas o circunstancias que ocasionalmente requieren de nuestra atención para cosas
que en realidad resultan de escasa importancia o no prioritarias.
12. La mentalidad del lecho de muerte
Saborear cada día como si fuera el último, vivir plenamente cada instante, no posponer.
Servir desinteresadamente
Cuando ayudamos a otra persona, realizamos el bien, nos sentimos bien con nosotros mismos.
Cultivar esta actividad nos hará crecer en consciencia y como seres humanos.
Realizar actos desinteresados, sin buscar beneficio, nos permitirá experimentar una vida más llena
y con sentido. En realidad, los beneficios nos llegarán sin haberlos buscado.
Cultivar las amistades, y todas aquellas relaciones que nos proporcionen beneficios espirituales,
las que nos hacen crecer.
Vivir el presente
El pasado ya no existe, y el futuro es una proyección que tampoco existe. Sólo existe el presente.
Mientras nos distraemos en el pasado o nos preocupamos por lo que no ha ocurrido, nos estamos
perdiendo lo único que tenemos, el presente.
Aquí y ahora
Para aquellas personas que tengan hijos, evidentemente. Los hijos crecen, se hacen mayores, y un
día abandonan el nido sin que casi nos demos cuenta. Los años mágicos de la infancia no vuelven,
y debemos evitar que llegue un momento en que miremos atrás lamentando no haberlos
aprovechado. Vivamos, disfrutemos de cada instante con nuestros hijos: vivamos el presente.
17. Practicar la gratitud
Dar gracias por lo que tenemos, tanto si se trata de bienes materiales como espirituales. Buscar
siempre el lado positivo de las cosas.
Una vez tenemos el objetivo de vida definido, debemos seguir el camino de nuestros sueños, pues
la recompensa llegará por sí sola.