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del futuro.1
Luiz Carlos Ramos2
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Este texto es una adaptación de las ponencias presentadas en el I Simposio de Homilética de la RedLAH, en
San Leopoldo, Río Grande del Sur, en septiembre de 2012 en el Simposio de ASTE 2012, en diciembre del
mismo año en la ciudad de Cachoeira, Bahía.
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Doctor en Ciencias de la Religión, Pastor metodista, Profesor de Homilética y Liturgia, Presidente de la Red
Latino-Americana de homilética (RedLAH), Coordinador de la Red Latino-Americana de homilética del CLAI –
Región Brasil, trabaja pastoralmente en la Capilla de la Sierra, en Jundiaí, San Pablo.
Por lo tanto, creo que tenemos delante de nosotros tres horizontes más o menos definidos.
Llamaré al primero como “Horizonte de la Edad Media”, al segundo “Horizonte de la Edad Medios”
y, un tercero, el “Horizonte de la Edad Humana”. En cierta medida, cada uno de esos horizontes se
alía a una de las concepciones de tiempo caracterizadas anteriormente.
No me debería ocupar demasiado de los dos primeros pues ya han sido objeto de discusión
en varias otras instancias académicas y eclesiales. No obstante, para delinear con más precisión el
tercer horizonte, que nos interesa en particular y se constituye en la novedad que la RedLAH se
propone promover, tenemos que hacer referencia, aunque en forma un tanto caricaturizada, por lo
menos, a los horizontes de la Edad Media y de la Edad Medios.
El horizonte homilético que llamamos medieval aunque sobrevive en gran parte de la cristiandad
incluso mucho después del fin de la Edad Media. Representa un tipo de predicación que se tornó
clásica, tanto en el ámbito de la reforma protestante cuanto en la de contrarreforma católico-
romana y, se caracteriza por la preocupación minuciosa con contenido dogmático, doctrinario y
catequético. La predicación aquí representada pretende reproducir, repetir un determinado corpus
de conocimiento religioso transmitido principalmente por la vía oral-verbal e, incluso, literaria.
Esos objetos son paradigmáticos de una nueva forma de pensar e interactuar con la
información, marcado por la no linealidad del flujo de las informaciones, por el comportamiento
multitarea y por el aumento en la velocidad y facilidad del acceso a la información, para citar apenas
algunos aspectos.
Hasta aquí presentamos una caricatura de los horizontes medieval y mediático, que, como es propio
de las caricaturas, pone de relieve los trazos más característicos de lo caricaturizado. Sin embargo,
nos queremos detener más detenida e interdisciplinariamente en el tercer horizonte que
mencionamos anteriormente: el horizonte humano.
No estamos inventando la rueda. Eso ya está puesto de varias formas y desde hace mucho
tiempo. No obstante, en el ámbito de la práctica homilética, parece que aún se constituye en
novedad. Las preguntas “¿qué predicar?” y “¿cómo predicar?” tendrán que dar paso a la pregunta
“¿quién habrá de predicar, con qué y a quién?”.
La predicación de la edad humana deberá, por tanto, considerar al ser humano de forma
íntegra, sin las dicotomizaciones convencionales del sentido común que oponen la razón a la
emoción. Hay diferentes posibilidades de interacción de las personas entre sí y el mundo y, la
emoción no es una posibilidad menos verdadera. Rubem Alves diría que “la experiencia que el ser
humano tiene de su mundo es primordialmente emocional” (op. cit., p. 274). Es verdad que en la
sociedad del espectáculo hay una hipertrofia de la emoción, degradándola al emocionalismo, pero
eso no implica que la emoción deba ser eliminada. El desafío está justamente en predicar al ser
humano que piensa sintiendo y que siente pensando.
Tillich (op. cit.) decía que en los inicios del cristianismo predominaba una teología circular,
teocéntrica, inclusiva y participativa; que fue transformada en la Edad Media por una teología
vertical, jerárquica y totalitaria; que a su vez, fue sustituida, en el iluminismo, por una teología
horizontal, humanista y secularizada. Si estuviese vivo, tal vez el concordase en que la
contemporánea se convirtió en una teología cuadrada. Me explico: Si la teología circular era
teocéntrica, la medieval, eclesiocéntrica, y la iluminista, antropocéntrica, la actual es una teología
“cosiocentrica”, porque se revela materialista, cosificadora y deshumanizante. En la reflexión de
esas teologías se nota la concepción arquitectónica en las líneas de los espacios sagrados. Como
bien señaló el teólogo y arquitecto sacro Otávio Ferreira Antunes, hasta el siglo XII, la arquitectura
religiosa era marcada por el “arco románico” (circularidad teocéntrica); siendo substituido después
por el “arco ojival” del período gótico (teología vertical y jerárquica); que dio lugar al “arco
renacentista” (antropocentrismo) del Renacimiento; substituido por el arcode la contrarreforma y
por el “arco neoclásico” (racionalismo); que en la contemporaneidad fue suplantado por el cuadrado
(materialismo puro y simple) característico de los templos en forma de caja de zapatos (nada de
arcos) que sobran en los pequeños y grandes centros urbanos. Todo eso para decir que, de alguna
forma, es preciso convocar a la iglesia (incluso por medio de la predicación) a (re)apropiarse de la
teología circular, participativa, inclusiva, mucho más acorde con los principios del Evangelio y, por
eso mismo, más acorde con el “principio protestante” de la Gracia, expuesto por Tillich.
Por esa razón, parece más que pertinente volver a mirar otra vez (valga la redundancia)
hacia la experiencia latino-americana de prédica compartida practicada, principalmente, por las
comunidades eclesiales de base en los círculos bíblicos. Tal praxis aún no fue considerada con la
atención merecida por los y las homiletas contemporáneos. Esa metodología parece coadunarse
perfectamente con una teología circular humanamente inclusiva.
El culto como un todo debe ser entendido como proceso homilético, porque todo el ritual
litúrgico también es predicación. Y tanto mejor cuanto más integradas la prédica y la liturgia
estuvieren. En lugar de disputar atención, ofrecerán soporte y darán vigor una a la otra. Una liturgia
integrada al sermón puede economizar el tiempo gastado con el exordio, por ejemplo, permitiendo
ahorrar cantidad de tiempo y destacar la calidad de ese tiempo.
Por último, pero no menos importante, llamo la atención hacia la centralidad de la niñez en
el culto y, por consiguiente, en la práctica homilética. Ya escribí en otro lugar que el culto y el sermón
nacen por causa de la niñez, para facilitar a las nuevas generaciones el acceso a una cultura y a una
tradición de fe, para tornar comprensible la Biblia a los más nuevos, libro ancestral y complejo.
Siendo así, excluir a la niñez del culto e ignorarles durante la práctica homilética constituye un error
gravísimo. Significa repudiar a aquellos que son la razón de ser de la liturgia y de la homilética,
considerados por Jesús las más importantes personalidades del Reino de los Cielos (cf. Mt 18:1-4).
Pocas barreras restarán al/la homileta que consiga identificarse y comunicarse con la niñez.
A la luz de todo lo que fue considerado aquí, es preciso reafirmar que si consiguiéramos
preservar la dignidad y la integridad de la predicación; si conseguimos, como homiletas, mantener
la autonomía en relación al sistema hegemónico. Al final, en lo que cuenta respecto a la memoria,
somos homiletas-cientistas que escrutan crítica y concienzudamente la arqueología de la fe; en
cuanto a la realidad presente, somos homiletas-profetas que osan desafiar y resistir, inconformados
e insumisos al sistema hegemónico; y en cuanto al futuro, somos homiletas-poetas que esperan
contra toda esperanza (cf. Rm 4:18) y que sueñan “lo que va a ser real” (Milton Nascimento)