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LA FE SIN CRUZ

DEL SIGLO XXI


Una defensa de la doctrina bíblica de la expiación ante la herejía progresista

Juan Paulo Martínez

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Primavera 2018.
Una de las doctrinas bíblicas más atacadas o distorsionadas en la actualidad por parte del
progresismo cristiano es la expiación o sustitución penal. Las objeciones contra esta
doctrina bíblica la mayoría de las veces parten de un concepto de Dios construido desde
el humanismo.
Antropocéntrica como lo es la religión posmoderna presenta un Dios que en todo caso
es justo según una justicia ofrecida, presuntamente, por el sentido común. Se afirma, en
el espíritu de gente como Nadia Bolz-Weber, que es inclusive ridículo sostener -en esta
época de Derechos Humanos, de “despertar social”, de búsqueda de paz y amor
universales y en general de toma de conciencia de la interdependencia como condición
humanitaria- que Dios Padre, un Dios enojón, envió a su único hijo, inocente y bueno,
para masacrarlo en la cruz y calmar su ira contra los pecadores.
El Dr. R.C. Sproul en su apelante libro The truth of the cross escribió:
Si nosotros pudiéramos leer el Nuevo Testamento con ojos vírgenes, como si
fuésemos la primera generación de personas en escuchar el mensaje, creo que
quedaría claro que la crucifixión estaría en el corazón mismo de la predicación,
enseñanza y catequesis de la comunidad del Nuevo Testamento acompañado,
claro, de la piedra angular de la obra de Cristo, Su resurrección y subsecuente
ascensión. El significado, el propósito y sentido de la cruz de Cristo es develado a
nosotros en el Nuevo Testamento.
¿Qué ha pasado entonces con muchos creyentes de nuestro tiempo? ¿Por qué la cruz,
símbolo históricamente representativo de la fe del Cuerpo de Cristo, no ha sido para ellos
importante en el tenor de la propia revelación bíblica? Más aún ¿de dónde proviene esa
manía de negar lo que está claramente escrito?
Una mala comprensión de la cruz de Jesús brota siempre de una mala cristología. Tú
puedes tener, por ejemplo, una lectura teológicamente deficiente del tema de los dones
del Espíritu Santo. Puedes además arribar a conclusiones insensibles en materia de ética

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cristiana y aún seguir dentro del Camino. Pero una mala cristología te puede sacar del
cristianismo sin importar lo piadoso que creas que eres. Por eso es que cada vez hay más
personas que opinan que los miembros del movimiento progresista pertenecen a otra
religión. No a la fe cristiana.
El apóstol Pablo decía en una hipérbole en 1 Co. 2:1-2 lo siguiente:
Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con
gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber
de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado.
La cruz es “crux-cial”. Más que fastidiar a judíos y griegos con el tema de la crucifixión –
como algunos sostienen colocando al apóstol como un especie de bully- Pablo trataba de
concentrar “el testimonio de Dios” en el resumen de la cruz a partir de la cual los
creyentes serían salvos. Esta era la sana doctrina. Una doctrina que acompaña la salud
(salvación) espiritual en las personas. Pero entre creyentes emergentes “sana doctrina”
no tiene que ver con proposiciones doctrinales sino con la piedad personal. Esta es una
verdad a medias. Es cierto que la sana doctrina tiene que ver con la práctica de la piedad,
con el honor, con la vida de bondad y amor hacia el prójimo. Pero cuando el apóstol dice
a Timoteo que “llegará el tiempo en que no tolerarán la sana doctrina” (2 Ti. 4.3) no está
aclarando que la gente no tolerará la vida virtuosa, rectitud moral y compasión de los
pastores y cristianos en general, sino que se refiere a que “escucharán las novelerías que
quieren oír”. Se trata de la comunicación y aceptación de un mensaje distinto al
apostólico, de la bienvenida a proposiciones doctrinales erradas, de contenido teológico
opuesto a la revelación de Dios que en lugar de salud (salvación) traerá confusión y
muerte. Más todavía concluye el apóstol: “Dejarán de escuchar la verdad y se volverán a
los mitos” (v. 4).
La locura de los hombres será tan grande- escribía Calvino en su comentario al texto
referido- que ellos no estarán satisfechos con unos cuantos engañadores, sino que
desearán tener una gran multitud; porque, como existe una sed insaciable por aquellas
cosas inútiles y destructivas, así el mundo busca, por todas partes e interminablemente ,

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todos los métodos que pueda inventar e imaginar para destruirse a sí mismo; y el diablo
siempre tienen a mano un número suficiente de tales maestros como el mundo los quiere
tener.

En opinión de Sproul la expiación siempre ha sido desafiada pero en los últimos dos mil
años jamás había sido tan cuestionada como hoy. Así descubrimos que una de las razones
por las que esto ocurre es porque el creyente posmoderno no sabe quién es Dios. Porque
tú y yo no necesitamos un salvador si no existe condenación de la cual ser salvado. Cierto
progresista que mencionaré más adelante enseña, por ejemplo, que al final nadie se
perderá y que todos entrarán al Reino de Dios pues todos somos culpables, de alguna
manera, de pecados que la Biblia refiere como causales de quedarse fuera de este. Dicho
emergente con su postura universalista hace que la única condición para entrar en la
gloria sea morirse. No es justificación por la fe sola, ni tampoco justificación por la fe mas
las obras, como dicen los semipelagianos, sino salvación por muerte personal. Es al final
de cuentas una forma de pelagianismo pues si la cruz no expía los pecados, y si todos
pecamos pero Dios nos dará entrada a su presencia a pesar de ello, sin un pago por
nuestra iniquidad, lo que queda es tratar de vivir la mejor vida de moralidad que podamos
alcanzar sobre esta tierra, ayudando a los marginados y viviendo en paz con el prójimo
con la esperanza de que eso agradará a Dios de forma suficiente.
Si tú logras retirar del Dios de la Biblia todos los elementos de santidad y rendición de
cuentas, si quitas su ira santa contra la maldad y logras exaltar su amor por encima de su
justicia, entonces la obra de Jesús en la cruz es irrelevante. Se convierte como lo fue para
Abelardo y compañía en “un ejemplo de amor” que busca conmovernos y hacernos
recapacitar. Sproul dice: “Pero si la gente comprende que hay un Dios santo y que el
pecado es una ofensa contra ese santo Dios, entonces ellos romperán las puertas de
nuestras iglesias y preguntarán ¿cómo puedo ser salvado?”. En este sentido la respuesta
11 del Catecismo de Heidelberg de Zacarías Ursino y Gaspar Oleviano dice:
Dios es misericordioso; pero también es justo. Por tanto, su justicia exige que el
pecado que se ha cometido contra la suprema majestad de Dios, sea también

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castigado severísimamente, con el castigo eterno del cuerpo y del alma (Ex. 34:6-
7;20.6; Sal. 7.9;Ex. 20.5;23.7;Sal. 5:4-5; Nah. 1:2-3).

En seguida referiré algunas opiniones de progresistas latinoamericanos que pastorean


nuestras iglesias y poseen ministerios radiales. La finalidad será contrastar su doctrina y
compararla con la doctrina bíblica y con la de algunos padres de la iglesia.
Un progresista (Gaitán, D) en cita al ex-fraile católico romano José Arregui afirma, por
ejemplo, que:
Jesús no murió por voluntad divina ni para expiar nuestros pecados, sino que fue
condenado por hereje y subversivo, por elevar la voz contra los abusos del templo y
del palacio, por ponerse del lado de los perdedores, por ser amigo de los últimos,
de los caídos.

En esta tesitura otro progresista (Oyarzún, U) , sostiene que Jesús no murió para expiar
los pecados de los hombres. La idea, arguye, de que el Padre lo envió a morir por nosotros
para satisfacer su justicia es una lectura errada de la Biblia:
Postular… que Jesús derramó su sangre porque el Padre necesitaba ser satisfecho
de una ofensa, me parece que es distorsionar la imagen de Dios…En este caso, Dios
sería el mayor fratricida [sic] de la historia.
Esta doctrina progresista insiste en que Jesús “estaba muriendo en solidaridad por todos
los que sufren injusticias”. De una forma más velada otro emergente (Soto, V) responde
a la pregunta “¿Es necesaria la muerte en la cruz?” lo siguiente:
Esa es una excelente pregunta…El asunto se liga con otras preguntas: ¿Necesaria
para qué? ¿Necesitaba Dios que muriera Jesús para adquirir derecho de
perdonarnos/salvarnos? ¿De qué nos salva Jesús? etc…Jesús como Mesías tiene
sentido para nosotros luego de la interpretación revelación/apostólica. en es (sic)

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sentido el texto afirma muchas cosas pero otras más las hemos construido nosotros
en la tradición, violentando el texto bíblico incluso.
Detrás de esta ambigüedad es evidente su negación tácita de la expiación, máxime
cuando se considera a la Biblia no solo como la revelación inspirada por Dios sino como
una “interpretación” de lo revelado. ¿Dónde termina la revelación y donde empieza la
interpretación apostólica? Esta es una deconstrucción de la inspiración bíblica que es muy
útil a la hora de sostener exégesis contradictorias al propio texto revelado.
Un emergente mas (Ferrando, R) responde a la pregunta ¿Qué es la salvación? como
sigue:
La ayuda, la solidaridad, el bien común, la hospitalidad, el amor es vivir el Reino de
Dios acá y ahora. Es construir a través de lazos afectivos una comunidad donde la
justicia el gozo (sic) y la paz sean el resultado directo de entender que la iglesia es
pura y exclusivamente transformación, cambio y revolución. Acá y ahora.
Esta soteriología progresista bien puede definir a una organización no gubernamental, a
una escuela de apoyo terapéutico secular y quizá hasta a un partido político. No hay una
sola nota cristológica sobre la expiación porque sencillamente esta no es importante en
esta cosmovisión que se dice cristiana.
Interpretaciones más radicales de la cruz se pueden hallar entre emergentes como esa
que dice que Dios moría en la cruz para desbaratar nuestro sistema de creencias. Él se
daba cuenta de que para nosotros la retribución era necesaria para hacer la paz. Entonces
él mismo decide, como objeto de culto y adoración, entregar su vida para deshacer
“nuestra economía” y mostrarnos que ya no podemos seguir por ese camino de orden
penal.

Para poder seguir minando la creencia de la iglesia en la expiación o sustitución penal lo


que hacen los progresistas latinoamericanos, conscientes de que hablan a un pueblo
sumergido en tradiciones de distintos tipos, es comenzar a apuntar a la vida de Cristo más
que a su muerte. Dicen que nos hemos concentrado mucho en la cruz y su significado y

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hemos relegado toda la vida de Jesús (sus obras de misericordia, sus enseñanzas siempre
prácticas, su amor y su compasión ejemplares) a un segundo plano. Evidentemente, esta
es una conclusión falsa. Porque la Iglesia raras veces deja de acompañar el significado
expiatorio de la cruz con la naturaleza de nuestra nueva vida en Cristo, sus exigencias
éticas y el llamado a la santidad. Dicen que obviamos la vida de Jesús solo como una
estrategia para restarle valor a la doctrina cristológica de la expiación que históricamente
ha sostenido la Iglesia.
Para demostrar que la expiación o sustitución penal no descansa en una visión
forzadamente monolítica de la fe (sino naturalmente monolítica) en seguida haré una
breve referencia al trabajo de algunos padres de la Iglesia aterrizando en la enseñanza
que la Biblia nos ofrece sobre la bendita cruz de nuestro Señor, apoyándome en el
excelente ensayo de Michael A. G. Haykin We Trust in the saving Blood.
En principio, como sostiene Michael A. G. Haykin la era patrística no se caracterizó por un
énfasis en la doctrina de la expiación. Los padres no lidiaron con herejías sobre el
significado de la cruz sino que enfrentaron a los grupos gnósticos y demás filósofos del
mundo greco-romano que, respectivamente, acentuaban el elitismo y eran estoicos y
fatalistas. Sin embargo, sí se halla la doctrina de la expiación en una forma referencial.
Clemente de Roma (100-165) en su carta a la Iglesia de Corinto –el documento cristiano
formal más viejo de los conocidos después de concluida la era apostólica- declaraba:
El amor no sabe de divisiones, ni tampoco fomenta la rebelión, el amor lo hace todo
en armonía; en amor todos los elegidos de Dios son hechos perfectos; sin amor nada
es complaciente para Dios. En amor el Maestro nos recibe; debido al amor que nos
tiene, nuestro Señor Jesús dio su sangre por nosotros de acuerdo con la voluntad de
Dios: su carne por nuestra carne, su vida por nuestra vida (1 Clemente 49.5).

Esto suena exactamente al sacrificio del que el propio Jesús habla en Marcos 10.45, el
versículo clave de su evangelio: “Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan,
sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”. Pero ¿rescatarnos de qué?

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“Rescate” es una palabra que aquí se refiere al acto de liberar a un prisionero por medio
de un pago. Este pago no se dio a Satanás sino a Dios Padre para la satisfacción de su
justicia y su ira santa contra el pecado. Por eso el apóstol que sería la roca que apacentaría
a las ovejas (ver Jn. 21:15 y ss.) dijo:
Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al
pecado y vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados.
Según Clemente de Roma los elegidos de Dios fueron objeto de su redención cuando
Jesús dio “su carne por nuestra carne, su vida por nuestra vida”. Ante los problemas
cismáticos que la iglesia en Corinto enfrentaba Clemente afirma que existe
abundante gracia para que se arrepientan de sus pecados. Así se entiende por el
contexto cuando dice: “miren intencionalmente la sangre de Cristo y comprendan
cuán preciosa es esta para su Padre, porque, habiendo sido derramada por causa
de nuestra salvación hizo disponible la gracia del arrepentimiento para todo el
mundo” (1 Clemente 7.4).

“Su carne por nuestra carne, su vida por nuestra vida”. Clemente de Roma
Otro padre de la Iglesia, Justino Martir, en su Primera apología refiere Génesis 49:10-11
e interpreta la expresión “él lava en vino sus vestiduras, y en la sangre de las uvas su
manto” (LBLA) diciendo: “previendo el sufrimiento que él [Cristo] atravesaría, limpiando
con su sangre a aquellos que creyeron en él”. Además, en su Diálogo con Tripho señaló:

[Cristo] limpiará con su propia sangre a aquellos que creen en él. Porque el Espíritu
Santo echó su manto sobre aquellos que recibieron el perdón de los pecados por
parte de él, en quien él siempre está presente en poder y entre los que él estará
visiblemente presente en su segunda venida.

De la limpieza por la sangre derramada en la cruz, en el sacrificio expiatorio, es


exactamente de lo que habla 1 Juan 1.7 “Pero si vivimos en la luz, así como él está en la

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luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de
todo pecado”. Más aún el apóstol afirma: “El mismo es la propiciación por nuestros
pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (2.2, LBLA),
es decir, por la humanidad en general.
¿Qué es lo que limpia del pecado? ¿Qué expía nuestra maldad? Si fuese la sola vida
terrenal de Cristo sin crucifixión estaríamos aún muertos en delitos y pecados, “objetos
de la ira de Dios” (Ef. 2.1,3), porque la revelación dice que la cruz consumó la obra de
redención (Jn.19.30); dice el texto que “Todo se ha cumplido” utilizando una palabra que
en la antigüedad se utilizó en operaciones fiscales para designar un “pago completo”.
Jesús pagó por nuestros pecados en la cruz, canta la iglesia en himnos como De la cumbre
del Calvario que dice:
Con sus llagas está hecha/De la culpa la expiación/¡Inconversos! ved a Cristo/Y
seguidle con amor.
El cristianismo sin cruz del progresismo nos deja con un avatar que nos da ejemplo e
influencia moral para vivir éticamente capacitados pero que no trata directamente con
el problema del pecado. Estas aseveraciones no nacen de mi monólogo de la fe sino de
la Biblia, a menos claro, que se descalifique la mía como una interpretación entre miles,
lo cual a la fecha los progresistas que he referido no son capaces de sostener como
contraria al texto bíblico. Contraria a sus especulaciones, sí, pero no a la Biblia.
Otra lumbrera de la patrística, Hilary De Poitiers (310-368), reconocido por su tenaz lucha
contra el arrianismo del siglo IV, escribió en su trabajo Sobre la Trinidad lo siguiente:
Él recibió la carne de pecado para que asumiendo nuestra carne él pudiera perdonar
nuestros pecados, pero, mientras él toma nuestra carne, él no la comparte en
nuestro pecado. Por su muerte él destruyó la sentencia de muerte para que,
creando una nueva raza en su persona, el aboliera la sentencia del primer decreto.
Él permitió que lo clavaran en la cruz para que la maldición de la cruz y todas las
maldiciones de nuestra condenación terrenal fueran clavadas en él y
desbaratadas…Estas obras de Dios, por tanto, están más allá de nuestra

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comprensión de la naturaleza humana y no encajan en nuestro proceso natural de
pensamiento, porque la obra de Infinita Eternidad demanda una facultad infinita
de valoración.
Este misterio de nuestra redención, empero, aquellos creyentes que lo niegan no lo
alcanzan a comprender pero tampoco aceptan sus propias limitaciones como pensadores
religiosos. No tiene sentido para mí –opinan- porque Dios no es un monstro que mate a
su único hijo. Si la Biblia dice algo parecido es porque debe haber una explicación que
eche por tierra ese baño de sangre sin sentido. Puede ser la cultura de los escritores, sus
traumas, ignorancia o supercherías. Para mí lo natural es el amor y esa naturalidad solo
acepta un amor sin sangre, sin injusticias sociales, sin muertes de inocentes, sin odio
divino. Así opinan. Bastaría aquí un análisis de 1 Jn. 4.10 para descubrir que tampoco se
conoce el amor de Dios:

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

Esto no tiene sentido para el progresista porque no resiste la revelación bíblica que dice
que “la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de
los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad” (Ro. 1.18). ¿Ira de Dios? Es
que ese es Pablo, el ex fariseo hablando, y no Jesús. Pero Jesús es llamado “Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1.29) ¿Por qué Cordero? ¿Por qué quita el
pecado? ¿Cómo lo hace?

John Murray explica en su obra The atonement lo siguiente:

La noción de sacrificio que usaron estos escritores del Nuevo Testamento es esa que
deriva del Antiguo Testamento, pues las aluciones al sacrificio ritual de la economía

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levítica hacen aparente que esta proveyó el tipo y los términos mediante los cuales
el sacrificio de Cristo debía ser interpretado.

Pero si el progresista es capaz de divorciar a Jesús de sus propios apóstoles, cuanto más
sencillo le resulta arrancar el Nuevo Testamento de sus relaciones con el Antiguo.

Cuando menos, hasta este punto, está claro que tanto las Escrituras como también
dentro de la patrística se sigue trazando un hilo consistente de doctrina cristiana en torno
al significado de la cruz, aunque eso no le guste a los que se sienten con una infinita
capacidad de valoración sobre la pasión de Cristo.
Hilary De Poitiers en su comentario al salmo 130 (el 129 en la Biblia Latina Antigua)
sostiene que el versículo 4 que dice “Pero en ti se halla perdón…” es una declaración de
la propiciación que Dios realiza a favor del pecador en Jesucristo: pro peccatis nostris et
propitatio et redemption et deprecatio, el Hijo es él mismo el perdón de, la redención
desde y la súplica por nuestros pecados. En esta tesitura Colosenses 2.14 dice:

[Y] anular la deuda [pagaré] que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él
anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz.

Poitiers destaca que en este pasaje Cristo mismo se vuelve nuestro perdón al remover
nuestros pecados desde la crucifixión: santificatos in sanguine suo saluabit ab ira, él
salvará de la ira a aquellos que han sido santificados por su sangre.
Clemente de Roma, Ignacio de Antioquia y Hilary Poitiers, padres de la Iglesia, entendían
que cuando la Biblia habla de la cruz está hablando de nuestra redención, de la expiación
de nuestros pecados y por tanto de las Buenas Nuevas de Salvación del pecado y de la
condenación eterna: el evangelio es la reconciliación con Dios. Pero a diferencia de lo que
entendieron los primeros líderes cristianos después de la era apostólica los creyentes
emergentes rechazan esta revelación. En su lugar hablan de un “evangelio social”, de

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justicia para los pobres y de otras cuestiones que no constituyen el corazón del Evangelio.
Jesús muere en la cruz por hereje, por subversivo, por solidarizarse con los que sufren o
es martirizado como consecuencia de su vida consistente al estilo socrático.
El meollo del evangelio progresista es la ayuda mutua, el abrazo al prójimo, la paz social
y un mundo sin pordioseros y sin gobiernos opresores (generalmente asociados con el
capitalismo); un universo sin iglesias “verticales” sino poblado de comunidades “más
orgánicas”, esto es, un lugar donde el orden bíblico para el ministerio y la doctrina es
relajado. Las marcas de una iglesia verdadera ya no son la predicación de la Palabra de
Dios, la disciplina eclesiástica y la administración de los sacramentos, como se lee en
Hechos 2:41-47 que los fieles “eran bautizados”, “se mantenían firmes en la enseñanza
de los apóstoles”, “en la comunión, el partimiento del pan y en la oración”, eran
“generosos”, “alegres” y “compartían las cosas unos con otros”. Ahora el corazón del
evangelio es una iglesia en la que el hombre se ve en un espejo y espera que Jesús le
abrace en medio de sus términos narcisistas, sus pasiones políticas, pecados y su hambre
de novedades. Pero nada de esto sostenían los padres de la Iglesia.
La tradición patrística latina, más tarde, nos regaló a Ambrosio, Jerónimo, Agustín y
Próspero de Aquitaine, discípulo de Agustín. Estos y otros entendieron lo mismo que
enseñaron los apóstoles sobre nuestra redención. Agustín en su Tratado sobre el
Evangelio de Juan declaraba que al final “aquellos a quienes él redimió por su sangre él
también los entregará a su Padre”. Jesús decía “Voy a prepararles un lugar” (Jn. 14.2)
refiriéndose al hogar de su Padre, esto es, el cielo, no sin antes obtener la propiciación a
favor de los predestinados del Padre desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1:3-14)
en la cruz.
La idea de aplacar la ira de Dios (propiciación) es una de las cosas que más enciende la ira
de los teólogos emergentes. Pero la Biblia dice que el pecado desata la ira del Señor. Si
dijera otra cosa lo creeríamos. Pero no dice otra cosa. El pecado produce ira divina y Dios
es fuego consumidor: “¡Terrible cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Heb. 10.31). Así
surge la pregunta “¿Cómo puede un mortal justificarse ante Dios?” (Job 9.2)? ¿Cómo
podemos estar en paz con él? ¿Viviendo como Jesús en términos prácticos? Si este es el

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caso hay personas dentro del budismo y agnósticos que obran misericordia al estilo del
Maestro (asunto que emociona al emergente que siempre se deleita en ver la hipocresía
de la Iglesia). La vida de Jesús, en este sentido, sigue siendo extraordinaria pero no ofrece
una paga por el pecado. Su perfección solo lo salvaba a él. Jesús tenía que dar su vida en
rescate por muchos. Tenía que ser el Cordero que quita el pecado del mundo. Debía morir
vicariamente. Sustitutoriamente. Solo así tendríamos la paz con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo (Ro. 5.1).

La Palabra de Dios dice en Colosenses 2:13-15:

Ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y porque aún no les habían
quitado la naturaleza pecaminosa. Entonces Dios les dio vida con Cristo al perdonar
todos nuestros pecados. Él anuló el acta con los cargos que había contra nosotros
y la eliminó clavándola en la cruz. De esa manera, desarmó a los gobernantes y a
las autoridades espirituales. Los avergonzó públicamente con su victoria sobre ellos
en la cruz (NTV).

El acta de los cargos que había contra nosotros era producto de nuestras transgresiones
a la ley moral y ceremonial de Dios ( véase Gál.3.10;Dt. 27.26). Jesús, mediante su vida
perfecta de fiel cumplimiento a la ley divina, se constituyó como Cordero de Dios* sin
mancha (Jn.1.29) y llevó consigo la maldición de la ley por imputación de nuestras
injusticias y pecados en la muerte de cruz que voluntariamente padeció por nosotros.
Entonces su justicia perfecta nos fue acreditada y el acta de decretos en nuestra contra
fue abrogada, esto es, dejada sin efectos, eliminada. Por eso el apóstol Pablo indicó que
ya no existe más condenación para los que están en Cristo Jesús (Ro. 5.1).
En términos teológicos la expiación tiene tres aspectos:
• Es objetiva
• Es vicaria

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• Incluye la obediencia pasiva y activa de Cristo.

Es objetiva porque se dirige a la persona a la que se aplica. Es decir, la expiación es hecha


para propiciar a Dios y reconciliarlo con el pecador. Dios no satisface al pecador con la
expiación sino que Dios es el que es satisfecho con el sacrificio de su Hijo.
La expiación es además vicaria. El hombre pecador LE DEBE A DIOS una reparación. Para
expiar su culpa el pecador debe ir a la condenación eterna. Empero, Dios designó, por
amor, un vicario en Jesucristo para morir en lugar del hombre y así este fuera redimido
eternamente. Aquí, Dios que es el ofendido es el que proporciona la expiación vicaria en
la persona de Cristo.
Y la expiación incluye la obediencia activa y pasiva de Cristo. La activa consiste en la
obediencia del Señor a las exigencias de la ley y su cumplimiento perfecto. La pasiva es
aquella que se cumplió cuando Jesús pagó el castigo del pecado mediante sus
padecimientos y muerte.
¡Qué alegría!
Pues a Dios, en toda su plenitud, le agradó vivir en Cristo, y por medio de él, Dios
reconcilió consigo todas las cosas. Hizo la paz con todo lo que existe en el cielo y en la
tierra, por medio de la sangre de Cristo en la cruz. Col. 1:19-20, NTV.
Así afirmamos desde la Palabra de Dios la doctrina de la expiación. Era imposible que los
padres de la Iglesia, los teólogos medievales como Tomás de Aquino, los reformadores,
los puritanos, los pactantes, en fin, toda una estela mayoritaria de personas dedicadas al
estudio y servicio de Dios - que inclusive no coincidían en muchas cosas- pudieran
descartar que la cruz significaba el perdón de los pecados, el misterio trinitario de la
reconciliación con Dios Padre mediante la muerte de su Hijo Unigénito.

El progresista no reconoce la autoridad de la Biblia. Su autoridad es una mezcla de los


evangelios y su propia percepción de la realidad. Cuando tiene que decidir entre lo suyo

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y el texto bíblico busca la síntesis en su filosofía personal. Por eso es que artículos como
este, amable lector, han sido hechos para ti que buscas ser fiel al Señor, y no para los
progresistas que no están dispuestos a reconocer que se han parado delante de siglos y
siglos de una revelación que no cambia y de una comprensión de tipo universal en torno
a esta materia de la expiación.
Espero en el Señor que puedas reconocer a los enemigos del evangelio no para que los
juzgues sino para que te alejes de sus falsas enseñanzas.

Todas las citas bíblicas, a menos de que se indique lo contrario, son tomadas de la
Nueva Versión Internacional.

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