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SEPIA

U
O
1020028189

RICAADO COVARfìUBIAS
N Ú M . C Í A S .

Núm. Autori
N ú m . . A D F L . _
Procedencia m
Pracío
fjfeuha
« aailféS
Catalogo

O G W O ^ CROQUIS Y S E P I A S
¿AiaUftftAVQQ OOftAOir.

098353

( 3 3 2 4 ? )
DEL MISMO AUTOR.
Claro-Obscuro.. 1 voi.
Croquis y Sepias 1 —

EN PREPARACIÓN:

La Carne.—(novela 1 voi.
Lo Perdurable.—(novela) 1 —
La Púdica.—(novela) 1 —
CIRO B. CEBALLOS.

CROQUIS Y SEPIAS
(RETRATO i'OR .TULIO RUELAS)

UNIVEP
BIBLIOTECA 'UTÒVGRFLT \

" A L F O N S O FLEYLS'

Kito. i ^ ' M ^ I t R ^ M O l f «

MÉXICO
CiLLKJOÄ DI
E D U A H D O UClB
.tCtTLOATTNA, T 8IKTI
DMDCCCXCYI1I I M P HP«.
R E SJ. O R

3 3 2^7
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-faizi?-
(L<12Z7-
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Señor Jesús E. Valenzuela.

c Presente.

«< ^oZZuBIAS Poeta:


Yo creo, sin prejuicios de linaje mezquino, que
E8 PROPIEDAD DEL AUTOB. dedicar tin libro es cosa digna de muy escrupulosa
meditación, porque las letras liminares de un
volumen nuevo, en nuestro medio literario comun-
mente transparentan, con singular impudicia, un
^ A F I L L A A L F O N S I N A mercantilismo en que el arte tiene oficios vergonzo-
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA sos, y la musa, que es generadora, que es sabia, que
O . A . N . L : es ebúrnea, que es invicta, contaminada por los
morbosos embrutecimientos de su poseedor, simula
B L I O T F C A U N I V E * C , T
" 1 I A inconscientemente, contorsiones y sonrisas de ba-
LFONSO REYÉC cante.
;&>qC RiCAffOO C¿VAftauB«*S
Escribir en las primeras páginas de un tomo al-
gunas frases simbolizando homenajes á un hombre,
como usted, generoso y caballero, es conceptuado,
no sólo por los burgueses miopes, sino por los colé-
gas mismos, como un platonismo digno del más inex- magnifica de la belleza inmortal, y como individuo,
perto emporcador de papel. ha podido entender el cosmopolitismo en su mani-
Y d pesar de eso, aunque d muchos cuadre mal, festación más elevada, mostrándose magnánimo en
yo, que tengo inquebrantable fe en un desconocido las prosperidades y sereno en el olvido.
advenimiento y empero olvidar mis prematuras de Porque es de los míos.
rrotas triunfando alguna vez por mis propias fuer- ¿Qué mucho que ante la estética mi ofrenda val-
zas, y por mis fuerzas propias sólo, le ofrezco d us- ga poco?
ted, que no es filántropo, ni académico fósil, ni mi- lo sé que no he tallado gemas vivas, ni trabaja-
nistro de alfeñique, ni intrigante en politiquillas, do filigranas, ni lambricado orfebrerías como artí-
estas hojas que amo con todas las telas de mi cora- fice técnico y viril; se me alcanza sin esfuerzos, que
zón porque integran la eflorescencia prístina de mis mi tarea, si bien paciente y complicada, perecerá
sensaciones literarias en la edad juvenil. pronto y quedará infecunda, porque no tiene la po-
tencia seminal que para perdurar le fuera nece-
A usted dedico esta labor mía:
saria.
Porque no ignoro que cuando la fortuna cayó en
sus brazos enajenada por frivolos histerismos, se Pero, para mi disculpa á ese propósito, arguyo,
contentó con darle un beso para enviarla después que si mi juventud, mis profundos respetos por el
al tálamo de algún desheredado del talento. arte y mi ferviente amor al trabajo, no arraigaran
Porque como áticamente dijo nuestro mosaicista en mi conciencia interna el convencimiento intimo
Tablada, fué la antítesis del Rey Midas, pues si ese de que en futuros días podré hacer cosas mejores,
fabuloso monarca hacia de la nada oro, usted hizo rompería mi pluma aunque sufriese después horri-
del oro nada. blemente; la destruiría, sí, como con sus armas de-
be hacerlo en suerte igual un luchador, que al em-
Porque supo wr bohemio en este país donde ese
peñar brega por sus banderas ya ensangrentadas y
simpático nombre se lo adjudican los granujas.
retas, sintiese el ánimo apocado hasta hacerle co-
Porque como artista ha logrado abarcar todas
brar heridas por la espalda.
las percepciones que llevan á la concepción más
Barbey d'Aurevilly, el turanio aristócrata, se
conformaba con treinta y seis lectores de voluntad;
Pascalt daba por buenas sus especulaciones á true-
que de dos leyentes, yo, que no soy ni aristócrata ni
EL C A S O DE P E D R O
sabio, pido lo que en mi caso puedo pedir: un ocio-
so que me lea. A JOSÉ FERRBL

¿Existirá ese amable desconocido?


Hojeando un libro de Lombroso en la bibliote-
Quiero que usted, buen amigo, acoja benévolo es-
c a de San Agustin, encoptré esta epístola que sin
te modesto presente, dispensándole al mismo tiempo duda fué olvidada por un lector distraído.
la indulgencia que de antemano estoy seguro le van
Mi querido Fabricio:
á negar sus censores gratuitos ó justicieros.
Después de nuestra larguísima separación y
CIRO IÍ. CEBALLOS.
sin h a b e r tenido en toda ella comunicación al-
guna, es muy posible que te sorprenda un poco
recibir estas lineas que acosado por los más ho-
rrorosos remordimientos, he depositado en la es-
tafeta.
Muy pronto h a r á n quince aflos que al terminar
los estudios preparatorios en el colegio de San
Ildefonso, la diferencia de nuestras fortunas, hizo
inevitable u n a separación que estoy casi seguro
tú has lamentado tanto como yo.
El acaso, arrojó por opuestos rumbos nuestras
vidas que amablemente unidas caminaban, y
después de un prolongado paréntesis, cuando y a
las telaraOas del olvido principiaban á inhumar
nuestra amistad, la prensa periódica, entre un
Barbey d'Aurevüly, el turanio aristócrata, se
conformaba con treinta y seis lectores de voluntad;
Pascal, daba por buenas sus especulaciones á true-
que de dos leyentes, yo, que no soy ni aristócrata ni
EL C A S O DE P E D R O
sabio, pido lo que en mi caso puedo pedir: un ocio-
so que me lea. A JOSÉ FERRBL

¿Existirá ese amable desconocido?


Hojeando un libro de Lombroso en la bibliote-
Quiero que usted, buen amigo, acoja benévolo es-
c a de San Agustin, encoptré esta epístola que sin
te modesto presente, dispensándole al mismo tiempo duda fué olvidada por un lector distraído.
la indulgencia que de antemano estoy seguro le van
Mi querido Fabricio:
á negar sus censores gratuitos ó justicieros.
Después de nuestra larguísima separación y
CIRO IÍ. CEBALLOS.
sin h a b e r tenido en toda ella comunicación al-
guna, es muy posible que te sorprenda un poco
recibir estas lineas que acosado por los más ho-
rrorosos remordimientos, he depositado en la es-
tafeta.
Muy pronto h a r á n quince aflos que al terminar
los estudios preparatorios en el colegio de San
Ildefonso, la diferencia de nuestras fortunas, hizo
inevitable u n a separación que estoy casi seguro
tú has lamentado tanto como yo.
El acaso, arrojó por opuestos rumbos nuestras
vidas que amablemente unidas caminaban, y
después de un prolongado paréntesis, cuando y a
las telaraOas del olvido principiaban á inhumar
nuestra amistad, la prensa periódica, entre un
aluvión de p a l a b r a s laudatorias, me informó de derechos de su vástago al capital del marido.
que habías obtenido el título de abogado. Soy caviloso, é imagino, arrancando mi suposi-
Desde entonces, segui paso á paso, todas las ción de muchas observaciones astutas que, la
etapas de tu gloriosa carrera, adivinando tus des- mujer que me asiló en su materno claustro, no
alientos y sintiéndome orgulloso con tus triunfos. . era muy virtuosa, también estoy persuadido de
Hoy, y a eres un notable jurisperito, has llega- que mi engendrador me despreció siempre, por-
do á la magistratura, sin adular á los ministros, que sospechaba con buenas ó malas razones, que
por la vía legal, por la ruta más difícil, esa en la yo no e r a hijo suyo, sino de cierto oficial impe-
que sólo pueden a v a n z a r los que poseen energías rialista á quien mató en desafío por ti validades
y talentos no vulgares.. amorosas y políticas intrigas.
L a riqueza, la frivola, arrojó á tus pies sus lin- Mi hermano e r a tres años menor que yo.
gotes de oro y vives dichoso en la compañía de Desde pequeñuelo, fué acostumbrado por sus
una interesante mujer, viendo florecer tu sangre progenitores á mirarme con ese provocativo des-
en los hijos á quienes a m a s con tan singular ter- dén que es tan de las gentes tontas con aquellos
nura. á quienes suponen sus inferiores, por la cuna, por
¡Eres feliz! la inteligencia, ó por el dinero. En la niñez, en-
¡Amor, opulencias, triunfos, f e l i c i d a d . . . . lo tretenían mis ocios los juguetes que él despreciaba
tienes todo! por inservibles, fui algo peor que su sirviente, me
¡Ojalá y yo pudiese decir otro tanto en lo que golpeaba en sus horas de murria, imponíame la
concierne á mi persona! obligación de divertirle como si fuese un payaso
La suerte, ó como nombrar quieras, á esa fuer- de circo, y si por mi desgracia llegaba á fasti-
za omnipotente que hace á las criaturas afortu- diárle mi presencia, repetía al aplicarme un pun-
nadas ó infelices, ha sido conmigo muy malvada: tapié en el tafanario:
según sabes, mi padre e r a un rico agricultor, y —¡Lárgate esta no es tu casa!
su cónyugue, una d a m a linajuda, a r r u i n a d a por ¡Aquellas palabras!
la revolución. Yo fui la consecuencia de un de- ¡Sonaban estridentes y crueles en las pláticas
vaneo juvenil, el intruso, el bastardo, el espurio de familia, en la alcoba, cuando mi padre dispu-
á quien la madre postiza aborreció siempre por taba, en la boca de los marmitones de cocina...
suponerlo un obstáculo p a r a hacer efectivos los por doquiera.
T a l a d r a b a n mis oídos al tono de todas las vo- mi vida fué. Al principio, la vecindad de mis
ces, eran como diabólico ritornelo de no sé qué amigos (cuatro millas) me alarmó grandemente;
injuriosa sinfonía ensayada á la g a m a de sus no- pero después de reflexionar con madurez, com-
tas más procaces. prendí que ningún empeño podrían tener en
Muerto mi padre, como de esperarse era, otor- dañarme, porque todos los planes que en mi per-
gó testamento á favor de Renato, haciéndome, luicio urdieron, estaban realizados y a en com-
por medio de esa disposición, la víctima inocen- pleto acuerdo con sus propósitos. Yo vegetaba
te de un inicuo despojo. Sucedió entonces, que dichoso en mi retiro. Soy el único cirujano del
acabado de ocurrir el trágico suceso, hallándose lugar, y los burdos habitantes me estiman tanto
fresca todavía la sepultura del difunto, fui ex- como al párroco, porque curo á sus eufermos sin
pulsado de la casa paterna, y sólo debido á la explotarles inicuamente como hacía mi antece-
piedad de un filántropo, disfruté de la pensión sor, y también, porque sin a l a r d e a r de una hipó-
que (para fomento de los estudios que por esas crita filantropía, protejo á los desvalidos hasta
fechas inicié) me asignó el gobierno de la Repú- donde mis posibles consentirlo pueden.
blica. Después de sufrir con paciencia todas las Presintiendo que la tristeza y los fastidios,
contrariedades que v a n a p a r e j a d a s siempre á que por lo común se adhieren á las almas solita-
una c a r r e r a emprendida en tales circunstancias, rias, podrían fácilmente apoderarse de mi espí-
concluí mis asignaturas en la escuela de medici- ritu, resolví, no obstante las desconfianzas que
na, y tan deseoso de tranquilidad como hastiado me asaltaban, buscar esposa y matrimoniarme
de la vida ciudadana, vine á radicarme á esta incontinenti. Mi enlace se verificó hace aproxi-
aldehuela. Mis ambiciones exigían muy poco: un madamente un año. La mujer que elegí por com-
modesto hogar, la compañía de los libros, y paz, pañera es de origen humildísimo y de una r a r a
tranquilidad, apartamiento. Soy un tanto salva- hermosura. Me enamoré de ella con esa arden-
j e y por eso las cortesanías sociales y los metro- tía de los corazones sensitivos, p a r a los que una
politanos clamoreos me han sido siempre inso- afección tierna, de cualquier linaje que ella sea,
portables. Ya aclimatado aquí, tuve noticia de es como una imprescindible necesidad del orga-
que en una magnífica posesión de las cercanía?, nismo. L a elevé hacia mí, perfeccioné sus cua-
acostumbraban pasar los veranos, Renato, y la lidades buenas y corregí sus defectos; de la zafia
que lleva tocas de viuda por el que causante de lugareña supe hacer una d a m a de aceptable
cultura, la cuidé con tierna solicitud, y cuando —¡El niño Renato se muere!
más orgulloso me sentía de mi obra, en la época Yo temblé. Creyérase que mis venas se con-
en que esperaba su gratitud como un premio á vertían en alambres encandescidos al rojo blan-
tan improbos afanes, todas mis esperanzas se co, de tal modo torturaban mi cuerpo, de tal mo-
derrumbaron ante una liviandad trivial, necia y do se arrollaban en espirales atormentando mis
sin poesia, como las de todas las mujeres que se visceras más n o b l e s . . . .
pierden por un capricho de la carne —¿Qué dices, muchacho?
Si, querido Fabricio, ella me h a engañado con —Se está muriendo.
el hombre á quien más implacablemente aborre- Y sin añadir una silaba más, espoleó á su bes-
cí, olvidando la deuda conmigo contraída, arro tia obligándome á imitarle.
jando el sarcasmo y la burla sobre mi frente, no Emprendimos la carrera. Era una noche ad-
maculada aún por vergüenzas ó miserias. mirable. El dombo celeste parecía agujereado
Pero 110 obstante su p- rversión, á pesar por los astros. En los derruidos bardales de los
do su delito y de todo, aunque me creas cobar huertos, chorreaban guías enfloradas de mosque-
de, yo la amo hoy como el día en que por pri- tas, bugambilias y campánulas, el aire, fresco, é
mera vez la poseí, y la respeto, y no me impele impregnado en la esencia penetrante de los poma-
hacia ella ningún ensañamiento vil. res en flor, azotaba mi rostro calenturiento, y tras
Me explicaré sin precipitar sucesos que sólo los montes, que como ámpulas accidentaban el
harian incoherente lo que relatando estoy. terreno, ladraban los perros campiranos, confun-
Una noche, dormitaba yo intranquilo á causa diendo sus voces de harpía con el bronco, bra-
de un ligero insomnio, y en su período más in- mido de los árboles que cabeceaban lenta-
quieto, fué interrumpido mi letargo por varios mente. . . .
golpes que con extraña brutalidad d a b a un hom- En menos de cincuenta minutos llegamos fren-
bre á la puerta de mi casa, á la vez que gritaba: te á una mansión campestre, de aspecto seño-
— ¡ P r o n t o ! . . . . el médico! rial, y momentos después, estaba yo á la cabe-
Salí. Afuera esperaba un joven labrador y ca- cera de mi hermano á quien un ataque de apo-
si á fuerza me obligó A r a b a l g a r sobre una acé- plegía a m e n a z a b a exterminar. Aunque el deseo
mila. de venganza me aconsejaba dejarle morir, cum-
—¿Qué o c u r r e ? . . . . plí con mi deber y apurando todos los recursos
de la ciencia logré triunfar con prontitud del ac- —Servidora
cidente. Fué todo. Luego, estando solos ya, Renato hi-
Cuando rae despedía, Dofia Arabela, al poner zo calurosos elogios de mi compañera, felicitán-
en mis manos unos billetes de b a Q C O , exclamó dome por la elección. Desde ese día sus visitas
emocionada: fueron más frecuentes é íntimas de lo que las
—Señor, gracias, muchas gracias. conveniencias debieran permitir: se insinuaba
Hice un saludo y me escapé sin aceptar su di- con Teodora poniendo en juego las mil artima-
ñas del hombre corrido; supo deslumhrarla sin
nero.
trabajo, y logró seducirla por completo, usando
Transcurrida una semana después de ocurrido de todos los refinamientos y argucias á que sus
el lance, un día canicular, regresaba á mi domi- licenciosas costumbres lo habituaron desde muy
cilio fatigado por la temperatura ó el trabajo, y temprano. E r a cínico. Gastaba con la victima
á mi llegada, el criado que acudió al portón, epigramas y confidencias atrevidas, violentaba
sefialando los vitrales de la sala de consultas, su imaginación obsequiándole libros malos, y flo-
díjome: res, y perfumes, y bombones y diamantes!
—Está un caballero.
Sin apresurarme, imaginando que el visitador Ella inconsciente y h a l a g a d a en su vanidad feme-
nina, cedia á las peligrosas solicitudes y acogía
serla algún paciente posma, entró al saloncillo, y
jubilosa los homenajes, permitiendo ser corteja-
mi sorpresa fué indescriptible al ver allí á Renato
da porque no reflexionaba en su atolondramien-
que se a r r o j a b a á mis brazos pidiendo perdón.
to, que obrando así, vulneraba sus deberes á la
—¡Te debo la vida!
vez que me apocaba indignamente á mí.
Ante la explosión de aquel arrepentimiento
Al llegar el momento en que yo alcancé á
olvidé los insultos pasados correspondiendo con
comprender la responsabilidad que el honor ci-
franqueza á las demostraciones afectuosas del
vil imputaba á mi tolerancia, el mal había cun-
que e r a objeto.
dido hasta lo irremediable Ya estaba perdi-
Ya efectuada nuestra reconciliación, con gra- do b u r l a d o . . . avergonzado... . deshonrado !
ve solemnidad y agradablemente complacido,
Las lepras son así. Cuando los cauterios no las
presenté al huésped con Teodora.
queman á su primera manifestación, crecen, se
—Mi mujer.
multiplican y lo invaden todo.
—Mi hermano.
¡La rosa p u r p u r e a del adulterio, abria en mi Exterminándolo, hacía valer un fuero natural
hogar su cáliz, como un incensario cargado con y augusto.
mirras venenosas! Aunque atrevida, la empresa no e r a impracti-
cable p a r a mí.
Tuve sospechas, que muy pronto fueron con-
Acaricié muchos días aquel pensamiento, que
vertidas en pruebas inconcusas, y muchas certi-
como gusano de sepultura redaba por los vór-
dumbres, muchas, más de las que me bacian fal-
tices de mi mente.
ta p a r a ser celoso.
Desoí los a n a t e m a s de mi conciencia suble-
Como los maridos melodramáticos me han cho- vada.
cado siempre, por brutales y ridículos, procuré Aplaqué todas las rebeliones de la moral es-
no parecerme e n ' n a d a á ellos. crupulosa, y con una arteria de matoide, esperé
Otello, en nuestras sociedades degeneradas, es la ocasión propicia p a r a consumar mi delito.
un grotesco anacronismo. No a g u a r d é mucho tiempo.
Los hábitos de la vida moderna, complicada Una noche tempestuosa, Renato, pretextando
y vertiginosa, nos han hecho escópticos, y á to- que á causa de los torrenciales aguaceros que
do trance alardeamos de un convencional pesi- caían le e r a imposible marcharse por estar los
mismo. caminos intransitables, decidió a c e p t a r albergue
Cristalizamos todas nuestras sensaciones. en mi hogar hasta que despuntara el alba nueva.
Espiamos los estremecimientos interiores crean- Su proposición rae produjo un desfallecimiento.
do en torno nuestro un medio artificial que n o s ' No tenía remedio: la casualidad se ponía de
mata y nos enerva. mi parte, me retaba, vencía todas las dificulta-
Yo pensaba: Si Renato me hurtó la alegría des p a r a imponerme la horrenda disyuntiva:
cuando niño, si me hurtó la fortuna siendo jo- bueno ó malo, virtuoso ó perverso, oprimido ó
ven, si me hurtó la tranquilidad y el amor en la vengador!
edad viril, si fué el obstáculo que obstruccionó Fui á mi laboratorio, y allí, entre cuchillos
los oficios que el sino me marcó en la terrestre quirúrgicos, libros patológicos y redomillas de
brega, si fué la nube que obscureció las estrellas farmacia, pensé en la manera de matarlo, sin
que me guiaban, si fué el soplo que apagó las que resultasen huellas que pudieran después de-
lámparas de mis sagrarios debía perecer! latarme.
olvidaré mi afrenta, tendré mucha, una infinita
Contemplé mis bisturis.
misericordia p a r a la extraviada, y luego, sere-
Maquinalmente probé sus filos en la punta de
mos f e l i c e s . . . . ¿si no tolerásemos de buena vo-
mis dedos, y asegurado de su temple, volví á co- luntad todas las faltas ajenas, podríamos tener
locarlos en el estuche de terciopelo. derecho á perdonarnos las propias? Ser bue-
No me convenía herir con a r m a blanca. no es beatitud Jó heroísmo; pero ser malo es
La sangre mancha. imbecilidad: la perversión es absurda porque
Acusa. brota en la confluencia de las corrientes vicio-
Abrí el botiquín. Los frascos, á medio llenar, sas....
dormían militarmente alineados en sus cojines Interrumpió mis pensamientos un rumor com-
acolchados, exhibiendo los líquidos como un parable al que producirla un velo que se rasga:
muestrario de colores. rechinó la puerta denunciando una lucha sigilo-
¡Siniestra policromía! sa, luego, en lo más denso de la sombra, estalló
Las letras alemanas, impresas sobre los mem- un beso apasionado: entonces, sin vacilar, extra-
bretes recortados á m a n e r a de heráldicos blaso- je un minúsculo frasco, y al amarillento fulgor
nes, se contorsionaban frente á mi vista, anubla- de la l á m p a r a veladora leí el rótulo: acónito.
d a por el miedo, y mis manos se paseaban, lo Me convenia esa droga.
mismo que tarántulas, sobre los cilindros de cris Procuró oir de nuevo rumor de p a l a b r a s ó fro-
tal sin atreverse á elegir alguno! te de bocas.
¡Qué momento aquel! Nada; un silencio exasperante, una calma in-
Yo cavilaba: terrumpida sólo por algún ratoncillo que trase-
—¿Sino tengo inclinaciones ni temperamen- gaba en los cajones del viejo pupitre. . . .
to criminal, por qué me afano en cometer una Mi impaciencia crecía por minutos. Necesitaba
acción t a n p u n i b l e ? . . . . Comunmente las muje- confirmar mis sospechas hasta lo abrumador;
res delinquen por estupidez y los hombres por deseaba, sí, lo deseaba, que una vez más el es-
malignidad: si pues, esas debilidades son por c a r a b a j o de la concupiscencia prendiera sus ás-
igual manera adherentes á los sexos, la delin- peras antenas en aquellos labios emponzoñados
cuencia, considerada como una resultante de lo por la traición.
anormal, es irresponsable y por ende acreedora Me presentó en el comedor oprimiendo el iras-
á la disculpa: no seré cruel, no seré vengativo,
co con la diestra: ellos parloteaban como pája- brando cualquier impúdico madrigal de mi her-
ros, hablaban del último suceso escandaloso con mano. . . . un vaso de oporto llenado por m i . . . .
indignación propia de personas honradas: se tra- Cuatro horas más tarde, mi enemigo, lívido y
t a b a de un matrimonio desavenido: un caso sim- convulso, quejándose de agudos dolores, una fie-
ple: el marido, miembro de un casino elegante, bre violentísima, y luego, nuestra señora la muer-
encontraba á su mujer fornicando con su mejor te, esa madona de los desamparados, proyectan-
amigo: palabras insultantes, t a r j e t a s que se cam- do la sombra de sus alas sobre el lecho de mi
bian, un reto en la alcoba profanada, y dos in- oprobio: el epilogo de una vida feneciendo en la
felices, que no teniendo honra, pretendían batir- frontera de la luz: Renato, metamorfoseado de
se por ella. improviso en una porción de materia pronta á la
Reí á c a r c a j a d a s . fermentación de lo que hiede muerto
Los burladores, en su erótico arrobo, eran in- muerto muerto y nosotros . los cul-
c a p a c e s de comprender mi estado de alma. pables vivos p a r a torturar nuestras
¿Qué era yo p a r a Renato? existencias con el peso de su c a d á v e r . . . . !
Un sér inferior, modesto, trabajador, humil- ¡Oh,sí!
d e . . . . un tacaño que caía en el lirismo de ser P a r a torturar nuestras existencias con el peso
honrado. de su c a d á v e r v i v o s — v i v o s — vivos — !
¿Qué e r a yo p a r a Teodora? Ya al trote de la pluma lo he referido todo, y a
Un marido bueno, un pobre hombre que siem- he saciado mi alma pervertida, en la tuya impe-
pre procuró satisfacer sus frivolidades, un señor cable, p a r a desahogar mis preocupaciones; y a
de ievita n e g r a y sombrero de seda, que en las ningún peligro me espanta ni me agobia alguna
veladas devoraba libros, y de día galopaba con duda, porque tu consejo sabio y sincero v a á lle-
su estuche de cirujano bajo el brazo, introdu- gar muy pronto.
ciéndose en las casas donde se llora, sonriendo Debo presentarme á los tribunales? . . . .
siempre, ó bien, caminando meditabundo al la- Confesar?....
do de un cleriguillo de mirada a v i e s a . . . . Lo que tú resuelvas, será.
Obré con ligereza y sin temores: fué muy fá-
cil. PEDRO.
Una argentina c a r c a j a d a de Teodora cele-
Como arriba dije, la transcrita c a r t a fué ha-
llada por mí entre las páginas del famoso autor
UNIVERSIDAD DE NUEVO LEOW
cuyo nombre mencioné, y sin garantizar su au-
BIBLIOTECA I J W V - - , ? e . r VI,-i
tenticidad, sino por considerarla un papel curio-
so, la publico, p a r a entretenimiento del desocu- 1
"ALFiWP K.H'x"
M T
»-W1

Apdo. 1625 MONTERREY, MEXICO


pado en cuyas manos caiga.
U N CRIMEN RARO.

A JESÚS üri-ETA.

A la hora de la siesta, punzaba el sol con sus


ardientes púas el escueto patio del Palacio de jus
ticia, y una andrajosa muchedumbre se atumul-
taba á las puertas del segundo salón pugnando
inútilmente por franquearlas.
En el interior, estaban los bancos de madera
repletos de plebe, y sobre la plataforma de los
debates, los ciudadanos constituidos eu tribunal
popular, bostezaban sobre sus desvencijadas pol-
tronas como aletargados por el aburrimiento.
En el banquito del acusado, descansaba un
hombre joven aún, y hermoso, á pesar de la es-
pectral demacración de su semblante.
•Su amplia frente, de un tísico blancor y seña-
lada por a r r u g a s prematuras, semejaba un már-
mol, rubricado por las n e r v a t u r a s de las vetas.
Tenía la cabellera encrespada y totalmente
blanca, una verdadera m a r a ñ a de lino, verdes
los ojos, aristocráticas las facciones, y la barba,
Como arriba dije, la transcrita c a r t a fué ha-
llada por mí entre las páginas del famoso autor
UNIVERSIDAD DE NUEVO LEOW
cuyo nombre mencioné, y sin garantizar su au-
BIBLIOTECA I J W V - - , ? e . r VI,-i
tenticidad, sino por considerarla un papel curio-
so, la publico, p a r a entretenimiento del desocu- 1
"ALFiWP Mt 1 K.H'x"
»-O
Apdo. 1625 MONTERREY, MBIIOO
pado en cuyas manos caiga.
U N CRIMEN RARO.

A JESÚS üri-ETA.

A la hora de la siesta, punzaba el sol con sus


ardientes púas el escueto patio del Palacio de jus
ticia, y una andrajosa muchedumbre se atumul-
taba á las puertas del segundo salón pugnando
inútilmente por franquearlas.
En el interior, estaban los bancos de madera
repletos de plebe, y sobre la plataforma de los
debates, los ciudadanos constituidos eu tribunal
popular, bostezaban sobre sus desvencijadas pol-
tronas como aletargados por el aburrimiento.
En el banquito del acusado, descansaba un
hombre joven aún, y hermoso, á pesar de la es-
pectral demacración de su semblante.
•Su amplia frente, de un tísico blancor y seña-
lada por a r r u g a s prematuras, semejaba un már-
mol, rubricado por las n e r v a t u r a s de las vetas.
Tenía la cabellera encrespada y totalmente
blanca, una verdadera m a r a ñ a de lino, verdes
los ojos, aristocráticas las facciones, y la barba,
mosaica y muy l a r g a . . . . desmesuradamente lar- Las felinas pupilas del hombre, echaron bri-
g a . . . . fabulosamente larga! llazones de carbunclo, hizo una mueca de ma-
Cumplidas las fórmulas de ley, el presidente niático, y luego, con trémulo acento, habló:
de la audiencia, dijo al procesado: —Yo soy muy nervioso, increiblemente ner-
—Póngase usted de pie. vioso, también soy muy cobarde, ignominiosa-
La lividez del presunto delincuente se acentuó mente cobarde, los delirios de persecución desde
hasta adquirir transparencias de porcelana. la más tierna infancia fueron mi tormento. Que-
Entorvecióse el peludo ceño del funcionario y dé huérfano en la adolescencia, y aunque de mío
clavando en el hombre su persistente mirada de soy perezoso, á pesar de que la indigencia me
cuervo: imponía el deber de elegir una ocupación que rin-
—Consta en autos, que la occisa e r a una bue- diera ventajas prácticas, estudié medicina; espe-
n a mujer y nunca tuvo usted motivo alguno de culé frente á los libros de texto con tenacidad de
queja contra su comportamiento en todo el tiem- sabio, engolfándome con entusiasmo febril en esa
po en que por mutuo acuerdo hicieron vida ma- ciencia tan laboriosa y tan difícil. Quería ser un
rital; consta también, que t r a b a j a b a p a r a ayu- notable científico. Combatir con la muerte. Dis-
d a r en el combate por la existencia al que por putarle sus presas. Vencerla siempre. Avergon-
compaflero había elegido; consta igualmente, que zarla siempre. Humillarla siempre. Mis maestros
e r a amorosa en el hogar y cumplió con admira- se escandalizaban: yo estudiaba con más tesón
ble humildad todas las obligaciones que había que ninguno de mis condiscípulos, en el examen
teórico los eclipsaba á todos, pero en la práctica
contraído en tan siniestro a b a r r a g a n a m i e n t o . . . .
¿Por qué, pues, la asesinó usted de una m a n e r a junto al cadáver, frente á esos cuerpos míseros
tan vil, tan alevosa y tan v i l l a n a . . . . ? de los que perecen en los lechos baldíos de la
conmiseración pública, en los anfiteatros, al bor-
—¡La mató. . . . porque de noche . . . . de no-
de de las planchas sanguinolentas, temblaba yo
che me d a b a miedo!
como un estrangulado, se erizaba el vello de mi
—Refiera usted con todos sus detalles las cir-
epidermis, mis poros se abrían despidiendo sudo-
cunstancias en que perpetró el delito y las cau-
res, un terror indescriptible se a d u e ñ a b a de mi
sas que á determinarlo concurrieron.
ánimo y los instrumentos quirúrgicos eran inúti-
—Es un caso estupendo, i n v e r o s í m i l ! . . . . les chismes en mis manos
—Relátelo usted con brevedad.
La sangre humeante ó coagulada, me llena el De noche no podía conciliar el sueño porque
alma de pavor, las visceras muertas me provo- veía revolar en torno de mi lecho cabezas dego-
can náuseas, las bocas purpuradas por hemorra- lladas que reían sarcásticamente exhibiendo los
gias me horripilan, y los ojos vidriados de los di- aros formidables de sus dentaduras
funtos, buscad mi retina y la persiguen á la luz Me di á las barajas, al burdel y á la embria-
y á la sombra guez con furia de loco, fui crapulosó desenfrena-
Abandoné los estudios por consejo de mis pro- do, borracho cansuetudinario é impenitente ta-
fesores, y después de muy serias meditaciones, húr; y las bacantes, el juego y el alcohol, antes
decidi buscar t r a b a j o de cualquier índole que que consuelos produjeron en mi organismo efec-
fuese: hortera, aprendiz, operario, ladronzuelo, tos desastrosos.
ó sacristán: me e r a todo indiferente. Después de Las visiones aumentaron en horribilidad has-
improbos empeños, logré que me a c e p t a r a como ta elevar mis terrores á la última potencia.
ayudante suyo, un anciano que r e t r a t a b a á los Mi salud se quebrantó lamentablemente.
presos de la cárcel y á los cadáveres de los que La idea de morir fué el torturante y obsesor
sucumben en los hospitales. La pitanza e r a exi- verdugo de mis días.
gua é insignificantes las labores, pues mi única ¡Aquello no e r a vida!
ocupación consistía en p r e p a r a r la c á m a r a del Busqué entonces un consuelo en la m o r f i n a . . . .
retratista y luego tomar copias de las películas y lo m i s m o . . . . en el o p i o . . . . y lo m i s m o . . . .
n e g a t i v a s . . . . c o p i a s . . . . de los m u e r t o s . . . . de lo mismo siempre!!
los a j u s t i c i a d o s . . . . de los s u i c i d a s . . . . de los
Después de las depresiones interiores que se
a h o g a d o s . . . . de los traperos c o n t a g i a d o s . . . .
sucedían al embrutecimiento de la enajenación,
musculaturas éticas, amarillentas, pestilenciosas,
me sobrevenían torvos desfallecimientos y con-
labios convertidos en habitáculo de larvas, ma-
vulsiones nerviosas, que daban con mi cuerpo
nos crispadas, pies deformes y hediondos, con uñas
en tierra como si estuviese atacado de epilepsia.
torcidas y cubiertas de mugre y pelo mal Estaba irremisiblemente perdido: caí enfermo:
oficio, oficio de galeote ó de verdugo, pero no de un ataque de parálisis me tumbó en la cama, y
una persona honrada! por la primera vez en toda mi existencia me vi*
Mis nerviosidades crecieron gradualmente has- obligado á esperar la sombra en mi tugurio.
ta adquirir tamaños espeluznantes. ¡Horrenda noche!
Las palpitaciones de mi corazón eran bruta- arcaicas en sus bustos alisados por el frote de
les: ante mi vista, entre las ardorosas y exaspe- profanos dedos.
r a d a s tintas del crepúsculo, veia bailar frenética Nuestra primera velada se pasó agradable-
rondalla á no sé qué tropa de figuras como tras- mente, entre un libro de Swinburne y el sabro-
gos: recuerdo que mis molares rechinaban á im- so picor de una charla mundana, salpicada con
pulsos del pavor, hasta desportillarse en los per- un buen frasco de gin cabezudo.
files ó triturarse por completo. . . . ! Yo me sentía dichoso, suponiendo, en mi infan-
Ya aliviado, salí á la calle con el exclusivo til candidez, que y a nunca más me atormenta-
propósito de procurarme una concubina, pues rían los terrores nocturnos.
sentía mi ánimo abatido por completo, y barrun- Pocos días transcurridos la realidad se encar-
t a b a que y a nunca podría dormir solo con la pla- gó de persuadirme de lo contrario, con una cruel-
cidez que p a r a repararse necesitaba mi cuerpo dad incomparable.
esqueletoso. Cierta ocasión, un rumor insólito me hizo des-
L a encontré muy pronto, y creí, al contem- pertar sobresaltado, y al tocar de un modo ma-
plarla, que el destino se mostraba propicio con- quinal el lácteo cuerpo de Violante, notó que se
migo por primera vez. enfriaba, se enfriaba á un grado tal, que hubo mo-
Violante, parecía formada de espumas: - tan mentos en que creí estrechar una estatua de hielo.
blanca así era: tenía los ojos negros cual flores • Al siguiente día le manifesté sin reserva mis
de histeria, manos de walkiria y formas de car- temores.
naciones atenuadas por sabias y harmónicas fla- Me escuchó atentamente, y cuando acabé de
curas. hablar se echó á reir, llamándome cobarde.
A mí me gustan las mujeres flacas. Después, tomó el libro del diabólico bardo sa-
L a emoción plástica de la belleza se produce jón y se puso á recitar con voz pausada l a Ufa-
en mis sentidos con más intensidad frente á un ría Estuardo.
músculo enérgico que ante una c u r v a exúbera Yo temblaba pensando en el suicidio de Per-
y de encarnadinos tonos: amo los perfiles á li- cy y en la ejecución del noble Howard.
n e a s rectas, de cariátide, por su soberana rigi- No sé por qué adiviné muchas similitudes en-
dez y porque conjuran en mi visionaria fantasía tre la reina de Escocia y mi q u e r i d a . . . . y tuve
todas las leyendas que condensan las monedas miedo un miedo sin nombre un miedo
de v i l l a n o . . . . un miedo de i m b é c i l . . . . un mie- tino: su persona me excitaba, provocando mis
do de loco! cóleras más bestiales: llegué á abominarla como
Llegó la noche: proveime de una estufa de in- al enemigo más irreconciliable, sin duda porque
vierno y la llené de troncos, c a r g u é con petróleo los deleites que me d a b a eran agrios y dejaban
cuatro grandes lámparas, que encendí yo mismo, en mi sér, después de los espasmos, un repug-
y así. con una temperatura a b r a s a d o r a é ilumi- nante a m a r g o r . . . . un capitoso perfume!
nado mi aposento, me acosté, abrazando brutal- Pensé en matarla, y la criminosa idea se aso-
mente á mi mujer! ció á mi vida t a n arraigadamente, hasta llagar
Cerca de las doce las luces se a p a g a r o n de re- á parecerme esa maldad una cosa perfectamen-
pente, los tizones dejaron de arder y crepitar en te lícita y hacedera: me procuré un puñal, una
las parrillas y Violante se helaba se he- gran d a g a del siglo XVII que me proporcionó á
laba . . . . como un t é m p a n o . . . . creo que aque- vil precio un rabino comerciante en antiguallas:
lla ocasión me desmayó, pues mis recuerdos en poseedor y a de esa a r m a , la oculté mañosamen-
ese punto son muy vagos: lo que sí no olvido es te entre l a s sábanas, esperando consumar mi fal-
que como esa noche se sucedieron otras muchas.... ta en los instantes en que Violante principiase á
Yo deseaba separarme de esa sirena, y no po- dormitar. Por primera vez en todos mis días
día lograrlo porque ejercía sobre mis potencias aguardaba la sombra sin sentirme acometido de
una fascinación poderosa y exclusiva: se había pavuras: no me preocuparon los leños de la chi-
unimismado su temperamento al mío de una ma- menea ni la parafina de los quinqués: abrevié la
nera fantástica, la amaba, sí, extravagantemen- plática que de ordinario seguía á nuestro á g a p e
te, con una afección metafísica y de un singular de bohemios y con una impudente brusquedad
espiritualismo. invitó á la ninfa al t á l a m o . . . . . me obedeció sin
Luego, poco á poco, sin causas legítimas y só-
lo debido á los efectos de un fenómeno psíquico, vacilar transcurrieron tres horas, que me
impenetrable al análisis, mi cariño á la barraga- parecieron tres años: oía yo el latir del reloj co-
na principió á modificarse de una m a n e r a ra- mo la palpitación de un corazón vivo aprisiona-
dical, y lo que antes era anhelo insaciable de do en c a j a de m e t a l . ! . . las doce! mi hem-
ternuras, se convirtió en inagotable manantial bra dormía como una m a r m o t a . . . . . vencí el
de odios: la aborrecía con inconsciencias de cre- miedo sin saber c ó m o . . . . rae levanté p a r a avi-
9
CROQUIS Y SEIMAS O?

• • , .
v a r la l u z . . . . necesitaba claridad de sol en el produciendo al caer sus fémure? y vértebras un
instante de mi c r i m e n . . . . ! ruido seco y raro
Volví á la c a m a desenvainé! la hoja Entonces, yo, con los cabellos erizados y deli-
estaba muy fría, y en su espejeante pulimento rando como no demente, emprendí la fuga, has-
tremolaban cerúleas flamillas.... afiancé el ins- ta ser aprehendido por el agente de seguridad
trumento por el mango y h e r i . . . h e r i . . .1 . que me llevó á la cárcel.
heri con toda la ceguedad de los cobar- Esa es mi historia: no crea su señoría que me
burlo del tribunal, no, señor juez, asi ocurrió aque-
des. . . ' . !
llo, que. se me castigue seveíamente, anhelo la
Violante se incorporó, procurando con los bra-
expiación. . . . quisiera m o r i r . . . . yo a m a b a á
zos impedir la maniobra que yo emprendía, sus Violante! *
grandes ojos se abrillantaron siniestramente, y
Terminados los debates, que fueron reñidísi-
en sus labios contraídos por el espanto vi una
mos, entraron los jurados á la sala de las delibe-
contracción, que me hizo adivinar que ella se
raciones, y mientras el asesino a g u a r d a b a el ve-
quejaba ó me maldecía como maldicen los mo-
redicto de sus juzgadores, el g e n d a r m e e n c a r g a -
ribundos.
do de custodiarlo dljole con intención perversa:
¡Cerré los ojos! —Lo fastidiaron, amigo, pero usted tuvo la cul-
¡Y á ciegas continué mi o b r a . . , . . . heri! p a . . . . eso estuvo feo.
Entonces ocurrió algo espantoso. El reo respondió, como hablando consigo mis-
Unas manos crispadas me estrangulaban: abrí mo: . •
los párpados y vi á la impura, metamorfoseada —Era la Muerte !
en un armazón de huesos e r a un esquele-
to que peleaba conmigo pugnando por ahorcar-
me era la Muerte !
Yo a r r o j a b a cuchilladas al aire, y las manos
descarnadas de Violante se hundían como un guan-
te de hierro en las carnes' de mi cuello, dejando
allí su huella!
Al fin vencí, y la mujer rodó al entarimado,
E I . R E Y DE LAS G E M A S .

• A/ALONSO FERNÁNDEZ,-

La c a b a ñ u e l a se h a l l a b a como hundida e n t r e
los erizos breñales q u e ' b i f u r c a b a n y extendían
sus entecas ramazones, serpenteando sobre el
suelo estéril del vallecito.
El cazador audaz, ó e l . e x t r a v i a d o v i a j a n t e
I j u e por r a r a casualidad llegaba á ese p a r a j e , sólo
podía darse cuenta de la existencia de seres ra-
cionales por el airón de humo que surgía del te-
cho pajizo de aquella choza, qQe á j u z g a r por su
construcción s a l v a j e y primitiva, parecía la gua-
rida de alguna tribu aborigen.
. 11 Llegando á l a cúspide del monte más ergui-
do, columbrábase entre t o r v a s lejanías el cara
panario dol vecino villorrio, y los días de fiesta*,
cuando lo de a r r i b a estaba azul y u n a lujosa
floralia m a t i z a b a los jardines cultivados, llega
ban h a s t a la desierta mansión, amortiguados por
la distancia, I03 t r e m a n t e s clamoreos de las cara
panas, que echadas á vuelo, repicaban b a s t a
desgañifarse, invitando á los fieles á c a n t a r ple- nelónes, patizambo y giboso lo mismo que un
garias y ofrendar flores silvestres en el al tari to polichinela, con purpúrea capteruza, bordada de
de la Virgen milagrosa. piedras desconocidas aun de los más sapientes
Ignoraba Tarsila que corriese en las bocas de lapidarios, y un descomunal gorro, en c u y a pun-
las lugareñas lina historia sobrenatural, en la ta hacían remate tres cascabelitos de oro, que
que ella fungia como protagonista. tintineaban cuando al agitarse la fenomenal ca-
Las villanas propalaban que la avariciosa vie- beza chocaban las cuentas que había en su in-
j a con quien la núbil vivía, después de cele- terior.
brar en noche de aquelarres un pacto infernal, Era el prometido de Tarsila el señor absoluto
había ofrecido su adorable personita al proscri- de los imperios subterráneos, capitaneaba legio-
to del paraíso, recibiendq en recompensa de t a n nes de enanos, poseía tesoros incalculables, te-
nefando negocio, un g r a n talego repleto de oro. nia esclavos nubios, y sus aventuras llenaban
de Ofir y el derecho de cosechar en un huerto de leyendas extrañas las comarcas y las villas.
encantado, la mandràgora, los huesos de muerto En invierno, cuando el frío m a t a b a á los par-
desenterrados por las'hienas, las cabezas de ví- vulillos huérfanos y se ocultaban los crestones
boras, las astas de macho cabrío y todos los de la cordillera bajo una clámide de astral blan-
filtros con que la septuagenaria fabricaba sus cura, paseaba sobre la nieve, y acompañado de
filtros y potingues. una numerosa tropa de pigmeos bailaba sobre
Las ancianas, santiguándose, maldecían aque- la superficie helada do los lagos muertos, baja-
lla arboleda sin verdor; los patriarcas, al rescol- ba á lo profundo de los precipicios, exploraba
do de l a chimenea, relataban á los pequeños las cuevas misteriosas, r a p t a b a á las mucha-
consejas espeluznantes, y los mozos suspiraban chas incautas, c a z a b a ciervos, aturdiendo las si-
Pensando en la hermosura singular de la embru- lentes serranías con el estridente alarido de su
jada. * • • • cornamuza y las blasfemias de sus comp!r>ches.
L a harpía 4iabí.i, en efecto^ prometido la don- La noche de Reyes conmovió al supersticioso
cella á un sér sobrenatural, pero no "al diablo, pueblecillo un acontecimiento extraordinario.
no á ese ptíbrQ mite tan vulgar, tan feo y tan Tarsila había acudido á la iglesia, solicitando
calumniado, sino á un opulentísimo gnomo, de del pastor de almas los auxilios de extremaun-
!
luenga b a r b a ; roja, florida y espiraleada á ca- ción para la vieja que agonizaba.
32 C 1 U O IT. C K B A L L O S

Los fanáticos campesinos, al enterarse de la degollado y «barbas de burgrave, tuertos unos ó


inesperada solicitiid, disuadieron al cura y aun de pupilas estrábicas los otros, y todos los de-
por fuerza le impidieron ministrar alguna limos- más, narigudos, jorobados, monstruosos, formi-
na espiritual á la moribunda hechicera. dables. repugnantes. . .
Tarsila emprendió el camino que á su retiro Tarsila sintió un espanto indescriptible al ver
conducía, avergonzada y llorosa, embargado su el lecho mortuorio de su abuela circuido por
ánimo por misteriosos terrores é inexpresables aquellos entes, que tomados de la mano valsa-
tristezas. ban una rondalla de valpurgis, entonando al
Emigraba el sol. La luqa ostentaba su disco mismo tiempo extranjeros cánticos con sus chi
clorótico, bañando en blanco todo el paisaje cre- lionas y agrias v o c e s . . . .
puscular, y nublazones pintadas con los tonos ¡Tuvo miedo! »
atormentados del cobre fundido se esfumaban y
Buscó la imagen del Crucificado y vió en su
desteñían entre la lumbre purpúrea del occiduo
lugar un símbolo fálico: intentó gritar, y el te-
fulgor.
rror ahogó sus exclamaciones; quiso huir, y en-
Ladraban los perros en las dehesas y case- tonces el más viejo de los invasores, el más feo,
ríos, los garañones relinchaban llamando á las el más odioso, el que los eclipsaba á todos, un
potrancas, el ábrego simulaba rugidos de león malandrín listo y endiablado, haciendo mueque-
en los desfiladeros, los árboles, enfermos, sin cillas y ensayando brincos de marioneta, asióla
frondaje, crujían como esqueletos, proyettando con sus brazos de tritón, y y a con la presa á
sombras caprichosas. cuestas, escapó á los montes seguido de los gno-
Cuando Tarsila llegó á la cabaña, salió á re- mos, que vociferaban saltando de roca en roca.
cibirla en la puerta un hombrecillo, un pequeño Eso era terrible.
picapedrero, que con la piqueta echada al hom- Los viejos agitaban sus nudosas cachimorras,
bro hacia grotescas c a r a v a n a s . los jóvenes a r r a n c a b a n de cuajo los arbustos, des-
La casuca estaba invadida por una duendería prendían peñascos, arrojándolos en una pedrea
que hormigueaba como república de sabandijas. ciclópea á las llanuras, rodaban bolas de nieve
La moza contemplaba á los pigmeos, creyén- y destrozaban con sus hachas los obstáculos que
dose poseída de una alucinación. encontraban en su carrera, en esa huida polichi-
Los había decrépitos, con testas de Holofemes nesca, estrambótica, horripilante ritmada
por un cascabeleo monótono y c h o c a n t e . . . . mo- les sus cofres de sándalo y sus insignes pedrerías.
nótono y c h o c a n t e . . . monótono y chocante . . . ! Tarsila, e n a j e n a d a por voluptuoso estupor, con-
El despertamiento de Tarsila fué como el co- templaba aquel espléndido apoteosis, creyéndo-
mienzo de un fantástico deliquio. se la heroína de un cuento de hadas.
Estaba perdida en una gruta fabulosa, donde El tuno Puck se irguió, elevando su vientre de
todo e r a chispear de pedrerías, irizaciones ful- Gambrinus:
minantes, feéricos relampagueos, fulgencias sú- —Aqui hay, dijo, tesoros suficientes p a r a per-
bitas, cristalizaciones radiosas una mágica der á todas las mujeres, desde E v a hasta la úl-
ostentación de colores, derrochándose en indes- tima que aliente amor al lujó sobre la costra te-
criptible esplendor de matices la cueva de rrestre: los hombres, los pobres necios, no podrán
Aladino! . ' nunca seducir á sus amantes con una fortuna co-
Fosforecían allí las fulguraciones espectrales mo ésta: las emperatrices y las cortesanas de los
del carbunclo, disolviéndose en las flamescencias Césares romanos serian humildes pordioseras an-
tenues de los cuarzos, y las cornalinas, los ru- te esta opulencia extramundana: yo me río de
bíes, como gotas de sangre cristalizadas, se in- Cleopatra y otras como ella, porque tengo arco-
crustaban entre el áureo vaho de los topacios epis- nes reforzados de herrumbre enmohecida, que
copales, ó en las fúnebres obsidianas, ó en las guardan en su fondo negro perlas vírgenes y
venturinas empolvadas de oro. pálidas, caídas de l a luna cuando la invicta Ve-
Palpitaban, coruscando, las glaucas estrías de nus se fué al cielo, y también perlas brunas, m á s
los ópalos, las oblicuas facetas de los amatistas bellas que las que brotaron' adheridas á la con-
imperiales, los florescentes espatos, los ónices fu- cha de Anadyomena !
nerarios y las tétricas marcasitas ¡Oh, sí, yo soy magnífico é invencible, yo po-
Los gnomos, esos misteriosos descendientes de seo muchas pedrezuelas de esas que absorben la
una raza milenaria, no sólo son dueños de los ri- luz y rutilan como estrellas sobre la frente de'Su-
cos veneros ocultos en lo profundo de la madre lamita; yo .tengo en mis c a v e r n a s todas las pepi-
única, también poseen joyas y valiosas preseas/ tas de oro que fuesen necesarias p a r a cubrir la
porque en las noches tristes, a l mortecino fulgor tierra; tengo todas las gemas que codiciara la rei-
de los luminares del cielo, han profanado las al- na de Saba; yo tengo un elíxir mágico, el elíxir
c o b a s de las princesas meroviugias p a r a robar- de la inmortalidad, que mata á la muerte y ha-
UNIVERSIDAD DE NUEVO LEO*
ce la vida perdurable; ven conmigo, doncella BIBLIOTECA UNLVERSLTAFÓA
pensativa, ven conmigo, á m a m e y serás como
«MJGNSO ROES"
diosa.
««*>. 1625 «MUÉ«««.
Los gnomos aplaudieron con entusiasmo.
El tuno P u c k se irguió, elevando su vientre de
Gambrinus.
—Nosotros, los habitantes de las grutas, subli-
mamos á las m u j e r e s h a s t a las más impondera-
bles excelsitudes: por ellas envejecemos buscan- • AMOR INSULSO. •
do piedras nuevas; por ellas somos gambusinos; A Lt'is G . URBINA.
por ellas b a j a m o s á las minas, despreciando los
derrumbes y el grisú; por ellas llevamos el man-
•Se Conocieron siendo todavía muy jóvenes.
dil suspenso al cinto y la piqueta pronta á rom-
Desde el primer instante atrájolos una viva
per la n e r v a t u r a de los filones; por ellas nos ha-
simpatía, pero n u n c a lograron v e r prosperar sus
cemos artífices mosaicistas y talladores de dia-
deseos debido á la tenaz policía m a t e r n a que á
mantes; por ellas padecemos de a v a r i c i a y en-
ella perseguía, y á la susceptibilidad un tanto
canecemos prontamente por ellas por
quijotesca de él.
las m u j e r e s . . . . ! • • • • L a primer floración del amor, que había de
Los gnomos aplaudieron. consumirles toda una vida, fué desde m u y tem-
—Yo te ofrezco mis riquezas, m u c h a c h a me- prano a s p e r j a d a por las lágrimas.
lancólica; serás mi sefiora, poseerás mis palacios
§u idilio e r a misterioso y mudo, con el mutis-
subterráneos, tendrás vasallos á miles, b e b e r á s
mo cobarde y púdico d e las afecciones supe-
cervez'a n e g r a en el vaso de Federico e! Barba-
riores.
rroja, podrás a t a v i a r t e con las vestiduras de
Interrumpíanlo á luengos intervalos, viajes ve-
Grimilda ó Brunequilda. . . serás i n m o r t a l . . . .
raniegos, ó enojos, originados, y a porque él ob-
¿ l l o r a s . . . .? ¿pues qué más quieres?
servó con pecaminosa insistencia á otra mujer,
—Amor ó ella f u é perseguida por cualquier mentecato,
ora porque pasó él por los lugares donde acos-
t u m b r a b a encontrarla y nó la vió, ora porque
UNIYCTS1MD DE NUEVO LEO*
ce la vida perdurable; ven conmigo, doncella BIBLIOTECA UN1VERS1T AFÓA
pensativa, ven conmigo, á m a m e y serás como
"ALFONSO &YES"
diosa.
«•«*. IS» «UMU£«R£¥,
Los gnomos aplaudieron con entusiasmo.
El tuno P u c k se irguió, elevando su vientre de
Gambrinus.
—Nosotros, los habitantes de las grutas, subli-
mamos á las m u j e r e s h a s t a las más impondera-
bles excelsitudes: por ellas envejecemos buscan- • AMOR INSULSO. •
do piedras nuevas; por ellas somos gambusinos; A L c i s G . URBINA.
por ellas b a j a m o s á las minas, despreciando los
derrumbes y el grisú; por ellas llevamos el man-
Se Conocieron siendo todavía muy jóvenes.
dil suspenso al cinto y la piqueta pronta á rom-
Desde el primer instante atrájolos una viva
per la n e r v a t u r a de los filones; por ellas nos ha-
simpatía, pero n u n c a lograron v e r prosperar sus
cemos artífices mosaicistas y talladores de dia-
deseos debido á la tenaz policía m a t e r n a que á
mantes; por ellas padecemos de a v a r i c i a y en-
ella perseguía, y á la susceptibilidad un tanto
canecemos prontamente por ellas por
quijotesca de él.
las m u j e r e s . . . . ! • • • • L a primer floración del amor, que había de
Los gnomos aplaudieron. consumirles toda una vida, fué desde m u y tem-
—Yo te ofrezco mis riquezas, m u c h a c h a me- prano a s p e r j a d a por las lágrimas.
lancólica; serás mi sefiora, poseerás mis palacios
§u idilio e r a misterioso y mudo, con el mutis-
subterráneos, tendrás vasallos á miles, b e b e r á s
mo cobarde y púdico d e las afecciones supe-
cervez'a n e g r a en el vaso de Federico e! Barba-
riores.
rroja, podrás a t a v i a r t e con las vestiduras de
Interrumpíanlo á luengos intervalos, viajes ve-
Grimilda ó Brunequilda. . . serás i n m o r t a l . . . .
raniegos, ó enojos, originados, y a porque él ob-
¿ l l o r a s . . . .? ¿pues qué más quieres?
servó con pecaminosa insistencia á otra mujer,
—Amor ó ella f u é perseguida por cualquier mentecato,
ora porque pasó él por los lugares donde acos-
t u m b r a b a encontrarla y nó la vió, ora porque
un día pluvioso se asomó ella á la v e n t a n a en fiaudo en un querubín rubio y blanco como tú....
un momento triste, y no pasó él por la calle. podríamos tan fácilmente ser d i c h o s o s . . . . si tú
Cuando se columbraban en algún l u g a r , su fu- quisieras!
gaz vistazo e r a un simpático saludo. Otras veces se veían en el teatro y sus caví
Ella parecía decir: laciones peregrinaban en el Hipogrifo de las con-
— H a dormido poco ó le aniquila algún pesar jeturas:
interno; sí, delfe ser de los que sufren solos: los tris- —¿Seré un simple? ¿cómo pudieron aco-
tes tienen una fisonomía cuyas contracciones sólo bardarme las opulencias de esta niña? ese
perciben con claridad aquellos que han padéci- vestidillo no acusa á la heredera orgullosaé inac-
do alguna v e z . . . . esos ojos do mirada altiva, cesible; la tela es barata, su confección deja mu-
su semblante safiudo, la mueca desdeñosa, me cho que desear, las tiores del sombrero se han
lo dicen c l a r a m e n t e . . . . será p o b r e . ' . . . ? estropeado y veo en todo SM continente no sé qué
Por su parte, divagaba al contemplarla él: desgaire de mal tono parece distraída
—Yo te quiero mucho, una voz sigilosa di- ¿será estúpida? lo supongo ¿por qué se
ce aquí dentro que me estás predestinada y de- ríe de las majaderías de ese comiquillo de la le-
bes a y u n t a r tu destino al mío con cadenas in- gua?
rompibles: junto á tí mi existencia sería para- Ella observaba al mariposear de su abanico:
disiaca: muchas noches, en las horas de insomnio* —No .es un hombre vulgar, me enamora su
y amarguras, cuando evoco los ideales muertos elegancia por lo sobria y atildada, sus modales
y me hace temblar el frío de la soledad, recons- son impertinentes pero distinguidos, porque nun-
truyo pocp á poco la quimera: una easita nueva ca llegan á la g r o s e r í a . . . . parece un burlón de -
en el campo, arriba mucho azul, aba-jo perenne gran tamaño ¿tendrá dinero? probable-
primavera: nos besaríamos á la sombra de los mente. . . . la miseria y el orgullo no han podido
árboles, contemplaríamos la fuga del sol en los unirse nunca ¡me está mirando! ¡con
atardeceres de otoño; al avecindarse la noche, qué fijeza!.... quisiera corresponder á su mira-
sentiríamos el pavor del Angelus, oyendo tremar d a . . . . manifestarle de algún modo que me sim-
broncamente los cobres del campanario; después patiza . . . . pero n o . . . . es mal visto creerla
la cena de enan^oradog, luego una visita á los que soy c o q u e t a . . . . procuraré estudiarlo con el
desvalidos del bohío, y por último el reposo, so rabillo del o j o . . . . al d i s i m u l o . . . . ¿sería yo ven-
turosa á su l a d o ? . . . . ¡quien sabe!. . . . creo que Tornóse Adriana seria y huraña, por parecer-
no. . . . m a m á lo dice. le el recato, llevado al puritanismo, la mejor
Luego solían encontrarse uno y otro, y la idea prenda de una mujer discreta; y Bernardo, he-
que incubaba su pensamiento e r a idéntica: rido en su amor propio por lo que se le antojaba
.—¿Quién será? injusto desdén, fué hosco y brutal con la mu-
—¿Una rica? - chacha.
—¿Un hortera? ¡Singular fenómeno! Mientras más empeño po-
Y ocurría también con frecuencia, que al ver- nían los dos en convencerse intimamente de la
se, pasaban de largo como viejos c a m a r a d a s que antipatía que se revelaban, más omnipotente y '
por conocerse mucho no tienen y a n a d a nuevo grandioso se levantaba en sus corazones el ca-
que decir. riño; llegaron á odiarse neciamente, porque los
—El....! amores, cuanto más grandes, más vecinos del
—Ella. . . . ! aborrecimiento se hallan: sus miradas, aquellas
O bien: miradas que se besaban voluptuosas y tiernas
—La veo muy pálida. en otros días, al cruzarse, chispeaban como pun-
—¿Por qué irá tan distraído? tas de espadas, eran algo semejante al reto pro-
Sus existencias por largo periodo se desliza- vocado por un insulto i m p e r d o n a b l e . . . .
ron mansamente y si» accidentes, acariciando Asistieron cierta vez á un baile, en donde la
una esperanza, que acaso porque e r a muy remo- casualidad tuvo á bien ponerlos, sin trabas, en
ta los hacía felices. contacto, y él, después de ridiculas é infinitas
Adriana estaba segura de que Bernardo nun- vacilaciones, decidióse á solicitar un vals de la
c a se vería impresionado por los coquetismos de doncella: Adriana atendió á la súplica, sonrien-
otra mujer que no f u e r a ella. te, y por toda respuesta extendió, trémula y aver-
El, con candidez impropia de varón, fiaba in- gonzada, la etiqueta: Bernardo apuntó su nom-
condicionalmente eñ la fidelidad de su descono- bre con letras incomprensibles, y después de mu-
^ cida. • chos rigodones y ceremonias frivolas, viéronse
(El tiempo, ese viejo alado de b a r b a florida, estrechados por furioso abrazo y confundidos en ^ ' ^
llovió ceniza muchos inviernos y hojas de rosa el turbión de los bailantes. ^ ^ ^
otros tantos veranos.) La no prevista
(/> V < I O I I » emoción
V I U U V I V I i de aque^enQu'éhfro ' • J

3 3 ^ 7
entorpeció sus sentidos, embotando la sensibili- Los amantes asistieron, conturbados, al lento é
dad de los dos en una atonía sólo equiparable al impasible alejamiento de su juvenilia.
idiotismo. En las reflexiones intimas aparecioseles el ca-
El joven, que no era tonto, dijo aquella noche dáver de su afecto, poetizado con todos sus ro-
todas las patochadas que decir podría en su ca- manticismos, y frente á él sentíanse abrumados
so un cretino de buena cepa, y la enamorada, á por la vergüenza de su simplicidad, al compren-
su tiempo, incurrió en las torpezas propias de der que si no les tocó una parte de dicha en el
una pazguata. terreno abrojal, era porque se rezagaron en la
Bernardo no osó estrechar un poco el talle carrera, henchiendo pompas de jabón y desper-
que se agitaba entre sus brazos, ni á su boca diciando ocasiones que no con frecuencia se pre-
acudieron palabras que pudiesen interpretar las sentan al mortal.
violentas sensaciones que á su espíritu embar- El ímpetu que animara sus primeros entusias-
gaban. mos estaba y a debilitado por la edad, el f u e g o
Adriana no supo alentar á su amador á las sagrado se a p a g a b a lentamente en sus corazo-
pláticas y licencias que en el caso especial en nes, y el épico ardor de la edad moza habia ce-
que se hallaban hubieran sido buenas y lícitas, dido y a sus trofeos á la torpe displicencia de los
aunque á las fronteras dal atrevimiento tocasen. años....!
Al despedirse, sus manos se trituraron en un En sus arterias no correría más la sangre enar-
rudo estrechamiento. decida por las fiebres pasionales, porque, amado-
Ella murmuró: res líricos, encendieron piras al amor humano y
—¡Me desprecia! no supieron coronar de pámpanos sus frentes t
El se dijo: ¡Es muy triste presentir la aproximación de l a
—¡Me aborrece! muerte cuando aún no han probado los labios el
Aquella equivocada suposición bifurcó sus des- vino quemante del deleite!
tinos bruscamente p a r a no volverlos á ¡untar (El tiempo, ese viejo alado de b a r b a florida,
jamás. llovió ceniza muchos inviernos y hojas de rosa
(El tiempo, ese viejo alado de b a r b a florida, otros tantos veranos.)
llovió ceniza muchos inviernos y hojas de rosa Los enamorados esquivaban mutuamente su
otros tantos veranos.) presencia, comprendiendo que sus arruinadas fi-
sonomias eran ya una implacable burla del pa- dolores de una vejez solitaria y la necesidad d e
sado. algún afecto, comprendieron que en el instante
¿Se debe a m a r cuando la calenda de los de trágico de p r e p a r a r el b a g a j e del material em-
seos no saciados h a disecado los músculos y el beleco p a r a consignarlo á las entrafias de la g r a n
rostro es sólo la m á s c a r a gesticulante de los su- generadora, debían juntarse, santificando en u n a
frimientos agazapados en lo más impenetrable unión filial el martirologio de sus sueños idos.
del espíritu? Y en ese minuto supremo, un pudor senil, u n a
¿La atracción psíquica, ó animal de dos seres, última timidez, su postrimera cobardía, los sepa-
prevalece á través de las distancias y las corpó- ró, hasta que se perdieron claudicantes en l a
reas metamorfosis cuando la imagen querida se sombra eterna . . . fué su suerte!
plantificó en las más sensibles placas d é l a mente?
¿No?
iSi!
Se debe a m a r cuando la calenda de los de-
seos no saciados h a disecado los músculos y el
rostro es sólo la máscara gesticulante de los su-
frimientos agazapados en lo más impenetrable
del espíritu.
La atracción psiquica, ó animal de dos seres,
prevalece á través de las distancias y las corpó-
reas metamorfosis cuando la imagen querida se
plantificó en las más sensibles placas de la mente.
¿Qué importa que el tiempo, ése viejo alado
de la b a r b a florida, h a y a llovido ceniza muchos
inviernos y hojas de-rosa otros tantos veranos?
La tragedia de l a vida llegó al fin, anuncian-
do la comedia pavorosa de la muerte.
Adriana y Bernardo, viejos ya, mortificados
por la consunción y el reuma, agobiados por los
MONOGRAFÍA.

A R A F A E L DELGADO.

Mi amigo, Monseñor Hermógenes Arcipreste y


Tendilla, insigne orador sagrado y desde lonta-
na época obispo de V . . . persona honorabilísi-
ma por sus teologías, por su amplio conocimien-
to de la vida, por sus virtudes p r e c l a r a s y por
sus muchos años, garantizándome ser auténtico,
puso en mis manos el cuaderno que con meticu-
losa puntualidad transcribo.
Conforme á mi sentir, no osaría suponer y mu-
cho menos afirmar que las impresiones consigna-
das en el escrito h a y a n sido a p u n t a d a s por u n a
persona del sexo femenino.
En ese supuesto, no me hago en m a n e r a algu-
na responsable de la verosimilitud que pueda
atribuirse al mamotreto.
Lo que sí creo y propalo, es que el dignísimo
prelado en cuyo poder se h a l l a b a n los papeles,
es una persona incapaz de mistificar á nadie.
He aquí ese curioso caso psicológico:
Ocúrreserae escribir un cuadernillo de recuer- ilo y corte varonil; en sus ocios, lee á Dickens, á
dos, eso es costumbre hoy día, y moda, y hasta Swinburne, al brutal Walterio Whitman y al idí-
snobismo de buen efecto: mi nombre es Benedic- lico Longfellow. Todas las noches recita los ver-
ta; mi edad, la de una bella, diez y ocho años; sículos de la Biblia, en su alcoba, que es un am
mi cultura mediana; por lo que á mi fisico se re- plio salón atestado de libróte?, maletones, mue-
fiere, aseguran muchos que soy hermosísima, bles monumentales y periódicos extranjeros; su
aunque como garantía á esa afirmación sólo po- padre es pastor de almas «.n no sé qué aldeilla
seo una dote capaz de enamorar al caballero de Edimburgo y mantiene activísima correspon-
Brunnel que, según sus admiradores cuentan, fué dencia con la ilustre y morigerada mentora.
la flor y espejo del dandismo. Mi buen p a p á es, según su propio dicho, un hi-
Es mi d a m a de compañía una miss espigada y jo del acaso; hace contratas, especula en la ban-
reseca como un bacalao de Noruega, con límpi- ea con audacia increíble y obsequia con babiló
das pupilas, pies de andarín y cabellos Gomo he- nicos banquetes á ministros parásitos, periodique
bras de á m b a r ; se llama Jenny Collins y fué traí- ros cliantagistas y políticos envilecidos.
da del ahumado Manchester á esta tierra de cie- En su vida privada es muy bueno; siente por
lo hermoso p a r a ser mi preceptora ó mi gober mí un cariño que llega hasta la adoración, obe-
ness, como ella dice frunciendo graciosamente su dece sonriendo á mi madre y su figura exacta-
eoralina boca. mente igual á la de un bedel ó á la J e Sir John
Aunque posee conocimientos de sabio y no es Falstatt', hace huir, como p a r v a d a de gorriones,
poca la experiencia que tiene, frecuentemente á los pretendientes que me asedian.
rebosan sus conceptos una candidez sajona que Doña Eulogia (asi la que me llevó en su vien-
nunca ha podido empalmarse con mis malicias tre se llama) es una matrona caritativa, biliosa,
de mujer latina y marisabidilla por lo tanto. En amiga de la clerigalla y muy aficionada á bachi-
sus modales es r e c a t a d a hasta lo ridículo; á to- Uear por confesonarios, sacristías y lugares peo-
das sus palabras les da un barniz de pulcritud res. Pertenece á muchas cofradías y sociedades
que la hace c a e r en amaneramientos estrafala- de esa índole. Aborrece á su esposo porque en
rios; profesa religión protestante (metodista), be- su opinión es un hereje: yo, le importo un poco
be whiskey como un contramaestre, usa sombre- menos que sus bigotes (los gasta de buen tama
ros iguales á esquilas, visto trajes de grueso pa- ño), adorajcon todas las telas do su corazón á un
perro pitañoso y protege al sacristán de la veci- Dejo el lecho á las nueve de la m a ñ a n a ; des-
n a parroquia, que es ratero y borrachón. pués voy al baño, luego al tocador, y alli, cierro
Probablemente á muchas personas que esto le cuidadosamente las vidrierillas: si alguna vez es
yeran podría parecerles irrespetuoso el concep- leído este cuadernito seguramente 110 sabrá el
to que emito á propósito de los autores de mi exis curioso en cuyas manos caiga lo que hago yo en
tencia. aquel retrete; podremos las mujeres en momen-
No me disculpo. Esa apreciación e n t r a ñ a to- tos anormales y a r r e b a t a d a s por las sinceridades
d a la sinceridad de mi criterio, y miss Collins me peligrosas de la pasión, hacer confesiones indis-
ha repetido muchas veces, que si la verdad es cretas y hasta caer en debilidades irremediables;
horrible, lo es más la mentira, por mucho que la pero siempre guardamos en cofre de veinte lla-
embellezcan y disfracen los hipócritas; además, ves algún secreto improfanable, porque somos
esa libertad de pensamientos de que abuso á me- hipócritas, y lo que de nosotras subyuga más á
nudo, se debe en buena p a r t e á la briosidad in- los varones, es lo que menos estimamos en lo ín-
nata de mi c a r á c t e r y á las disolventes perora- timo. En toda hembra hay algo de las fealda-
ciones de mi profesora que es socia corresponsal des y los misterios de la Esfinge: yo desafio á los
de no sé cuál congreso feminista y está bien ver- exhumadores del pasado (esas hienas de las cró-
sada en letras profanas, en artes liberales y en nicas muertas y los ideales hechos polvo), á que
filosofías positivas. adivinen las leyendas que g u a r d a el coloso de
granito ante cuya impasibilidad idólicase troca-
Esta endiablada señorita Collins, sería muy
ron en cenizas las epopeyas de mil siglos y cien
capaz de sostener una tesis diaria en la Sorbona,
razas.
de empuñar la tizona y pelear con las b r a v u r a s
de .luana de Arco, de mutilarse la lengua como No puedo entender por qué me inspiran des-
Leena, y en cuanto á eso de la honra, á su lado, precio esos presuntuosos que pretenden conocer
Lucrecia queda en pañales! á Eva, sólo porque pervirtieron á la inocencia,
Mis costumbres son idénticas á las de todas las arrugando corpiños con brutalidad cabría, ó es-
niñas burguesas que tienen dinero bien ó mal ha- pantando al ángel de la g u a r d a del tálamo vir-
bido y ganas de verlo gastado por algún m a j a - gíneo de una niña p a r a poner en su lugar la efi-
dero de los que, famélicos y muertos de hambre, gie bifronte del pecado
pululan por estrados y paseos. Después voy á mi alcoba.
Imagináos un aposento de regulares dimensio- nomías bermellonadas por la mostaza, los jamo-
nes, con góticos frisos en el techo, representando nes ahumados y esas salchichas de Frankfort
alegorias estrambóticas, dignas de los retiros de capaces de hacer vomitar las pajarillas á un ti-
aquellas castellanas del tiempo en que los hom- burón; pienso también, en grandes emparrados
bres eran bravos y las mujeres b o n i t a s . . . . . J de lúpulo, en rollizas mocetonas de albeante de-
Del centro del historiado plafond pende una lantal y doradas trenzas, que mueven parsimo-
l á m p a r a de bronce que en las noches, al encen- niosas las espitas de panzudos tonelones p a r a lle-
derla, t r a e á mi recuerdo no sé por qué singular nar de burbujeante malta los jarros de greda
asociación de ideas, la que a l u m b r a b a la estan- curiosamente trabajados. Por largas horas emi-
cia mortuoria de esa beldad trágica y lunar gra mi fantasía á esas tierras húmedas, se pasea
que Edgardo Poe llamó lady Tremanion de Tre-
por las limpias calles contemplando los molinos
maine.
de viento, las casa* de a r g a m a s a con sus obli-
Mi tálamo es amplio y regio; frontero á él se cuas techumbres do teja, las atrevidas chime-
halla un lujoso mueble, obsequio de un anciano
neas de las fábrica-, que parecen r e t e m b l a r - e n
pariente mío, tío en segundo grado, galanteador
sus cimientos de ladrillo cuando chillan los sil-
manido, libidinoso por oficio y hábitos, que mé
batos de las calderas llamando á los trabajado-
acaricia como á una nifia porque sabe que soy
mujer, se pinta el pelo, desafia las neumonías res. . . . y aquellos liombrotes que con la pipa en
trasnochando por los barrios de Afrodita; es ami- la boca y las velludas manazas metidas en los
go de las bailarinas del teatro y también de ce- bolsillos del pantalón recorren la ciudad osten-
nas orgiásticas, pendencias, b a r a j a s y botellas tando su talante satisfecho, ni más ni menos que
de la viuda de Clicot. figuras de Hogarth que adquiriesen vida. . . .
E n los tapices que visten las paredes hay dos Tengo un ajuarillo estilo Luis XV, biombos
cuadros con pinturas de mérito: uno firmado por asiáticos en cuyos flancos hay lienzos con pája-
el colorista Delacroix y el otro de Jordaens. ros exóticos y niponas quimeras de seda, co-
Contemplando el del último pintor, pienso in- lumnillas de forma salomónica, estatuitas, por-
mediatamente en Amberes y Brujas, en trashu- celanas, terracotas, cacharrillos y muñecos.
mantes t a b e r n a s , frecuentadas por hermosos Junto al balcón está una pequeña mecedora,
ebrios de musculación grosera y mofletudas fiso- al lado una mesa de laca, sobre ella el último li-
bro de Parid, y á mis pies, en un cojín de plumas, graciosa casquivana á quien el lujo causa vérti-
ronroneando siempre el gato. gos Aquel patán de grasiento chambergo que
Es mi silla favorita. Desde allí veo desfilar á gesticula como payaso y divierte á los papanatas,
los que pasan como á través de los vidrios de un será un jugador, un dipsómano... un lunático.
cinematógrafo. Hago en la imaginación un ro- por qué cayó tan bajo? ¡Quién sabe!
mance de cada uno: este me es simpático, aquel Acaso es desdichado y pretende ahogar sus lágri-
me es odioso, el otro me inspira compasión, quien mas en vino ¡Y los borrachos! Habéis-
desprecio, tal risa ó cual miedo los visto bien? Son formidables. Pasan en
Quiero mucho al viejecito que pasa por la ma- comparsas, tambaleantes, puercos, torvos, sinies-
fiana remolcando un racimo de nifios en cada tra la mirada y belicoso el ademán; el aguardiente
mano; sin duda, la mamita quedó en casa prepa- es bueno p a r a los que sufren mucho; al inflamarse
rando la colación ó aplanando la ropa de los pe en la mente enciende las cincuenta mil lámparas
quefios. Me choca la afectada ufanía de la cole- del cerebro convirtiéndolo en un castillo de fue-
giala: estudiante tronera que lo pereces por esa gos artificiales: yo quiero y respeto á los bebe-
superficial normalista, deja de hacer malos ver- dores, son los rebeldes, los sensitivos, los soñado-
sos y divagar á lo Musset frente á la copa de res; consultad las estadísticas y observaréis que
ajenjo, eres pobre, los lirismos de tu romancesca su número aumenta á medida que las razas de-
juvenilia no podrán nunca interesar el corazón generan y los ideales se acaban y los dioses se
de esa bachillera que se da á leer á los de la cás- mueren....
c a r a a m a r g a ; ve al hospital, allí te esperan las El rostro es comunmente el retrato más since-
planchas, los cuchillos y el c a d á v e r ; ve á la tri- ro de las almas. Estudiad una faz triste y nota-
buna del pasante, allí está la elocuencia, el pu réis que pertenece á algún sufriente, ved al men
gilato de la p a l a b r a la gloria acaso! Ese in- digo que interrumpe vuestro paso, es horrible y
dividuo de hirsuto pelambre y lamentable vesti- asqueroso porque lleva'adentro un drama: la Mi-
menta, con aspecto hastiado y pesimista, será un seria. Cada biografía es una novela por que to-
infeliz, sin duda el Edipo de alguna de esas tra- dos los humanos hemos vertido lágrimas y pade-
gedias de la vida privada donde no corre la san- cido a m a r g u r a s y experimentado pasiones. ¡Av
gre ni espejean puñales: le e n g a ñ a r á su esposa; de los seres tranquilos! ¡Ay de aquellos que nun-
imagino el caso; él, un tímido indolente, ella, una ca gimieron ni emborracharon su espíritu con el
perfume de ese asfodelo lívido y siniestro que se ventura en toda la vida, que lo a m a r a un poco
llama fiebre . : y el viviría á mis pies adorándome como á la
Yo también tengo mi historia. Espero al páli- Virgen los devotos, y todas las manoseadas figu-
do n a v e g a n t e del buque de velamen color de san- rillas retóricas y amatorias z a r a n d a j a s de que
gre y mástil negro, soy la meditabunda Senta, abundan en su pecaminoso comercio los enamo-
que hilando capullos de algodón piensa al monó rados cursis y los muchachos currutacos.
tono ron ron de su rueca en el incógnito marino Confieso que en muchas noches turbó mi sue-
del Navio Fantasma. Mi hombre, el imaginado, ño la serafinesca imagen de aquel rapazuelo: to-
el bienvenido, es de carne y hueso, no usa arma- mólo á lo serio, inconscientemente y sin com-
dura de caballero andante ni lleva al dorso el man. prender su ridiculez; creí, en mi simplicidad, que
dolin de los trovadores medioevales, viste levita los amoríos eran bello entretenimiento, y como las
á la moderna, no inventa rondeles decadentes mujeres somos de nuestro frivolas y experimenta-
ni le desvela el engrandecimiento de la patria ó mos siempre un vivo é irresistible interés por todo
la dicha de la humanidad, es normal, robusto, aquello que h a l a g a nuestros caprichos y vanida-
ágil, amable; lo aguardo noches y días con una des, decidíme después de muchos temores ó infi-
impaciencia creciente porque tengo miedo de nitos melindres, á creer que a m a b a al chiquitín.
que llegue t a r d e . .'. . cuando las flores de mi ju- Prodiguóle sonrisas picarezcas cuando él hacía
ventud se h a y a n secado sería muy triste! lo propio, hicele cabalísticas señales, correspon-
diendo á las suyas, por más que de buena fé ig-
No h a muchos años, cuando asistía al colegio
norase lo que ellas pudieran significar, condeco-
del Sagrado Corazón, noté que muchos joven-
ré mi pecho con una flor estúpida que él me ofre-
citos me observaban con miradas insolentes, y
ció á hurtadillas y respondí á su plieguecillo con
una vez, el más osado de la tropa, arrojó á mi
otro plagado de disparates, lunares negros y fal-
balcón una misiva g a r r a p a t e a d a con la incorrec-
tas de ortografía. Suponed una alondra borra-
ción propia de los escolares que al escribir se
chita de rocío y tendréis una completa idea de
manchan los dedos con tinta y empuercan el
mi estado de animo en aquellos días. Tenía ca-
papel.
torce años, y aunque parezca estupendo, es la
Recuerdo que en aquella epístola, decía entre verdad monda y lironda, que conservaba invic-
peores cosas, que yo e r a una necesidad p a r a él, ta mi pureza. No tuve amigas íntimas en la es-
que de mi antojo dependían su felicidad ó su des-
cuela ni me persiguieron los erotismos y crue- m a s . . . y tu papá . . . imagínate qué pensa-
les curiosidades que acompañan siempre á la rá si llega á saber lo que has h e c h o . . . . ?
crisis sexual de la edad púber. Tal vez por eso —¿Es acaso un crimen?
mis coquetismos con el amador fueron sanos —¡Silencio! Cuando yo te h a g a un extraña-
é inocentes, y sin rubores junté mi boca con la miento debes callarte y no replicar ni una pala-
suya, y sin malicias permití que su mano pre- bra. . . . ! entiendes. . . . ? ni una p a l a b r a !
cozmente libertina p r o f a n a r a mi cuerpo en mo- Y se me echaba encima, levantando el índice
mentos de infantil lujuria. ¡Era un pillo aquel de su derecha mano como si pugnase por me-
fantoche! Mi noviazgo escandalizó á las profe- terlo en las fosas de mi nariz.
soras, excitó envidias y rencores en mis condis-
—Mañana mismo te c o n f i e s a s . . . . ésta tarde
cípulas, y entre la garzonía del plantel de varo-
después del sermón hablaré con el padre Ala-
nes más cercano, condensó una nube de odios
triste y verás cómo las gasta!
que se resolvió muy pronto en iracunda tempes-
tad de puñetazos que sólo pudo a p l a c a r un con- Pedí perdón, y convencida por entonces de
cepto denigrante p a r a mí. que el tan cacareado amor e r a una mala cosa,
rae propuso no querer á nadie nunca.
—Es coqueta! Terminado el superficial aprendizaje que mis
E n t e r a d a mi madre, afianzóme de una oreja y maestras llamaron con singular enfatismo, bri-
haciendo a v i n a g r a d a s gesticulaciones, preguntó: llante educación, inicióse en mi sér u n a violenta
—¿Eso aprendes en el colegio? metamorfosis. Padecí insomnios, y cualquier ni-
—No, mamá. ñería excitaba mis nervios provocándome intem-
—¿Entonces p o r q u é lo haces . . . . desvergon- pestivas explosiones de lágrimas ó de risa: afi-
z a d a . . . . me has visto á míen esas cosas?. . . . te nóse mi sensibilidad haciendo vibrar mi orga-
nismo á la más leve conmoción: el espejo me
he dado mal ejemplo?
causó pavuras, despertó en mi á otra mujer que
—No, mamá. dormía soñando en no sé qué diabólicas epifa-
—¡Qué vergüenza! una hija mía metida nías, me hizo a m a r los crepúsculos encandesci-
en tales escándalos. . . . exponiéndose á que to- dos, las notas tremulantes de mi piano, los ver-
dos la señalen con el dedo. . . . nunca lo hubie- sos elegiacos, los niños rubios, las tardes gri-
r a yo c r e í d o . . . . . las monjas están apenadísi- ses y también las n o v e l a s . . . . ¡Los libros que
leí a r r a n c a r o n un acorde estridente á mi espíritu Fui á los teatros y tuve éxito.
trastornado, cristalizaron un idealismo inefable, Al aparecer contra las exigencias del recato,
robando á mi 'corazón esa nota sentimental y y en obediencia á las de la moda, con los brazos
tierna que se pierde siempre en lo vago cón el y el seno desnudos, en el palco que por derecho
primer suspiro, que al exhalarse, evoca el recuer- de abono pertenecía á mi familia, notaba que, in-
do de un varón; el hombre brotó en mi mente continenti, una batería de gemelos me asestaba
íntegro y triunfal, dueño y poseedor de todos los fuego graneado de miradas.
sortilegios de Satán, fué el fantasma obsesor de Tras de aquellas máquinas agresoras veía crá-
mis anémicas divagaciones, el objeto de mis pen- neos de todas clases y conformaciones: desde el
samientos, la causa directa de mis goces y tais de mono cinocéfalo, hasta el ejemplar más per-
torturas, mi confidente, mi enemigo y atormen- fecto de la r a z a caucásica: caprichosos peinados,
tador cabelleras encrespadas, inicuas calvicies, riza-
Me absorbía y me mistificaba: su voz vibraba das pelucas, orejas pollinezcas'y occipucios amar-
¿ mis oídos invitándome á p e c a r ; lo olfateaba, filados y limpios como bolas de billar. . . . !
presa mi alma de una dolorosa y punzante vo- Al principio aquella curiosidad me mortificó,
luptuosidad, hería de continuo mis sentidos para después fuéme indiferente, y por último, llegó á
elevarlos y quintaesenciarlos hasta la última po- complacerme tanto, hasta recibir la observación
tencia, estaba en el cielo, en la tierra y en todo de esos impertinentes que me desnudaban men-
lugar. Cuando en casa, alguna señora mayor talmente, con la cínica imperturbabilidad de las
pronunciaba p a l a b r a s que yo no entendiese, ó bien beldades que están seguras de exhibir un pecho
que entendiese demasiado, sentía el rubor que- auténtico y de morbideces', esculturales.
mar mi rostro y cometía las más imperdonables Con irritante frecuencia llegaban á nuestro la-
incorrecciones. Al suponer que un individuo del do caballeritos cursimente acicalados, que de to-
sexo contrario pudiese ver el nacimiento de mi do hablaban, expectoraban más patochadas que
cuello, la punta de mis choclos ó el a r r a n q u e de un cura de aldea, y contra todas las convenien-
mi brazo emergiendo entre la espuma de los en- cias, pretendían elogiar mi hermosura usando
cajes, temblaba, acometida por una turbación símiles é hipérboles pedestres. Ese lado tonto y
que no he podido saber aún si era producida desabrido de la vida social, me atormentaba,
por la cólera, el miedo ó la alegría- llegó á serme odioso sobre toda ponderación, y
nunca en los lugares públicos hice esfuerzo al- minación positiva y real, fueron algo semejante
guno p a r a disimular el hastío que me causaba. á nebulosas y fantasmagóricas clarividencias
Los espectáculos j a m á s llegaron á entretenerme: En un invierno se anunció rumbosamente cier-
las malas óperas me ponían muy nerviosa, los to gran sarao que en obsequio á sus amigos iban
dramas adulterinos me producían dolores de ca á dar los esposos Valdivieso con motivo -de su
beza y las zarzuelas pornográficas me daban retorno al país después de una excursión de pla-
asco. cer por casi toda Europa.
Infinitas veces, al subir al cabriolé dijo mi ma- Cuando en México, en esa feria de lo cursi
dre muy colérica: que los cronistas domingueros han dado en la
—Estás insoportable; dijérase que eres una flor de llamar sociedad de g r a n tono, es anuncia-
pequeña salvaje ó has nacido en J a v a . . . . de- da una reunión de tal naturaleza, pierde su tran-
cididamente te empeñas en mortificar á todos y quilidad de boa repleta toda esa burguesía que
en poner á tus padres en ridículo. á sí propia y sólo porque ha acumulado unas
cuantas talegas, se intitula pomposamente aris-
Al llegar a l hogar, pretextando fatiga, me en- tocracia.
c e r r a b a en la alcoba y gemía mucho. Entonces,
Y por cierto que es muy cómica la minúscu-
el augusto silencio de la noche era rasguñado
la agrupación que aspira á conservar intactos
por la voz agria de miss Collins que, caladas las
los ideales y preceptos nobiliarios que tan por
gafas, leía a l poeta de Putney-Hill.
abajo andan en esta tierra: las poquísimas fami-
Mis tristezas se desvanecían como por encan- lias que ostentan títulos y de nobles hacen bla-
to al escuchar á la buena inglesa en cuya alma són y alarde, han permitido de buena voluntad
simple no se efectuaron nunca las tormentas que y sin manifestar rebelión alguna, que sean inju-
en t a n t a s vigilias torturaron la mía. riados sus gules y motes por las botas ensan-
Varios idilios de amor que vi en los melodra- grentadas de los bandidos de la República.
mas y operetas á que tan de mala g a n a concu- El señor Valdivieso e r a respetado por todos:
rría me hicieron pensar muy seriamente en el alternaba con personas de viso, debido única-
ceguezuelo: las ideas que por aquella época me mente á los millones que había amontonado en
sugirió el ocioso querubín fueron incoloras, abs- el comercio de animales inmundos, á sus conce-
t r a c t a s y anodinas casi, carecían de una deter- siones ferrocarrileras y á sus minas de cinabrio.
Confieso que al notificarme mi mamá que elegancia: formábalo vaporosa falda de crespón
habia sido particularmente invitada á la fiesta, blanco adornada con punto de Alenyon, y un
no me hizo la nueva ni tantita gracia. En mi corpiño muy corto guarnecido de encajes: la
sentir, el baile es sólo un pretexto p a r a que los peinadora me presentó varios modelos, más o
hombres falten al respeto debido á las señoras: al menos complicados y vistosos: yo preferí á to-
compás de la música debemos consentir que el dos el prerafaelista: no consentí en que coloca-
compañero zarandee á su antojo, nuestro cuer- sen adornos en mis brazos, y por complacen-
po, enseñar de él más de lo permitido por la de- cia, y sólo á las tenaces instancias de Miss Jenny,
cencia, dejarnos estrechar el talle y la mano, llevé un hilo de perlas brunas, ajustado cuida-
exhibir nuestras carnes con natural ó aparente dosamente al cuello. Mi madre declaró que el
coquetería, enlazarnos en libidinoso abrazo para tocado era elegantísimo, y mi buen p a p á , des-
beber el aliento del valsador, que muchas veces pués de prender una crisantema en mi seno, pes-
no es agradable; tolerar que aproxime su rostro có al vuelo una de mis manos, exclamando en-
al nuestro hasta molestarlo con la barba, y por tusiasmado:
último, escuchar los consabidos juramentos de
un galanteador grosero; porque todas esas ho- —¡Estás muy linda!
milías que cantan los hombres entre los brincos Después de cubrirnos cuidadosamente con los
del vals, son la directa ó inminente consecuen- abrigos subimos al carruaje, que echó á correr
cia del coñac libado ó el fruto de alguna excita- rumbo á la morada de los Valdivieso.
ción bestial. Yo iba triste, profundamente triste, como si
me condujeran al patíbulo; repantigada en un
El baile h a degenerado tanto y se ha prosti- rincón veía las calles embargada por una sa-
tuido de tal modo, que hoy, como en los tiempos brosa taciturnidad; todo me conmovía: los gote-
de Mesalina, se h a c e necesario un Claudio que rones que caían sobre el piso artificial, man-
mande degollar á los bailantes. chándolo, los transeúntes que desfilaban á paso
Yo creo firmemente que toda hembra á quien tardo ó veloz, el haraposo voceador de perió-
deleita esa farsa, en la que resulta defraudado dicos, la muchacha prostituida, el castañero que
nuestro sexo, se estima en muy poco, ó es muy arrebujado en su m a n t a pregonaba con caverno-
fea, ó muy tonta, ó muy coqueta. sa voz la mercancía, el disco de luz verde esme-
Mi t r a j e fué confeccionado con sobriedad y ralda ó de un rojo brutal que reberberaba en los
escaparates de la farmacia, la mano gigantesca Duvernard; militares sin cruces y generalotes
que salía de la p u e r t a del guantero, proyectan- abrumados por ellas, viejos negociantes y polí-
do su sombra colosal sobre el asfalto, l a s letras ticos hipócritas, banqueros alemanes, contratis-
doradas de una tienda de lencería ó las vitrinas tas ingleses, .poetas, novelistas, tribunos, gomo-
de colores de la cantina y a n k e e . . . . s o s . . . . y académicos!
L a avenida del barrio nuevo donde habitaban Decididamente los señores Valdivieso sabían
nuestros invitadores, se hallaba totalmente ocu- hacer las cosas bien.
p a d a por coches y curiosos. Allí se encontraban amalgamados y sin que
Como la noche e r a obscura, las siluetas ne- resultara de mal tono la mezcolanza, los elemen-
gras é informes de los vehículos simulaban com- tos más disímbolos: el pensante, el holgante, el
pacto ejército de cocuyos, visto á través de una especulante y el peleante.
lente de mil diámetros, pues los encendidos faro-
Me m a r e a b a t a n t a gente!
les imitaban perfectamente las fosforescentes pu-
pilas de esos animales . . . Separóse mi padre de nuestro lado y fuóse á
compartir, discutiendo el tipo de cambio ó las
En los salones causó mi presencia un movi-
políticas de la Sublinie Puerta, con unos ancia-
miento de asombro.
nos de barbas proféticas, modales teatrales y
Un joven de aspecto enfermizo y con fisono- testas emplastecidas por tinturas y tricóferos.
mía de caballo corredor, que h a b l a b a con un
Mi madre me condujo al lado de la dueña de
vejete amojamado y cubierto de condecoracio-
la casa, haciendo mi presentación con solemnes
nes, al verme, dijo á su amigo con entusiasmo:
mímicas y exageradas cortesanías.
—<Qué bonita es!
Aquel madrigal tan simple y tan ingenuo me —Mi hija Benedicta.
produjo una impresión muy fuerte. —¡Adorable criatura!
Había selecta concurrencia. Y sus brazos, secos y enguantados, estrecha-
Diplomáticos que paseaban sus fracs borda- ron afectuosamente mi busto.
dos de laureles, mujeres de todas las edades, de —¿Qué edad tiene usted, señorita?
todas las reputaciones y de todos los volúmenes; —Diez y ocho a ñ o s . . . .
pisaverdes que á cada momento recomponían —Honorato tiene veinte. «I

sus casacas confeccionadas por Cheuvreuil ó Era la do Valdivieso una viejec


encantadora: tenía pupilas negras aún no amor- salones, me presentó á su hijo en la persona del
tecidas por esa opacidad que la vejez, como qpe le acompañaba.
anuncio de la muerte, pone en los ojos de los Era éste un joven de a g r a d a b l e figura: usaba
viejos; sus facciones, acentuadas por la dema- ligero bigote, erizado en las puntas, sus cabellos
cración, habían adquirido una severidad impo- obscuros estaban prolijamente alisados por el ce-
nente; vestía con lujo severo y e r a una de esas pillo y brillaban en la luz con reflejos charola-
damas que en sociedad se hacen perdonar los dos; tenía los ojos verdes y altivos, fuertes las
achaques de la senectud porque poseen las gra- manos y el cutis pronunciadamente meridional.
cias del talento, esa hermosura que avasalla Después de prodigarme frases de aquellas que
siempre y no envejece nunca. por su inofensiva galantería pueden decirse en
Se habló mucho de nada: los sombreros llega- todas partes y á cualquier mujer, propuso que
dos de París, las telas acumuladas en. los ana- bailásemos.
queles de Bayonne, el reciente atentado anar- Yo acepté, temblando de vergüenza.
quista ó el suicidio de un joven romántico Durante la fiesta no se separó un momento de
que abundan todavía. raí, ni se ocupó de otra mujer que yo no fuese:
En menos do cinco minutos nos vimos rodea- díjome todas las palabras amables que puede
das por un e n j a m b r e de caballeretes, que ha- decir un hombre de talento á u n a dama elegan-
ciendo c a r a v a n a s solicitaban mi etiqueta para te y culta; simpatizóme tanto, que cuando yo no
a p u n t a r su nombre allí. oía ó mal entendía sus conceptos, le suplicaba
Aquellos efebos, entre los cuales descollaba que los repitiese, aunque sintiera afluir la san-
uno que parecía beduino, me fastidiaron tanto, gre á mi rostro . . .
que por no verme al lado de ellos declaré rotun- Aquella noche velé pensando en él.
damente mi propósito de no bailar, aunque pro- Nuestras relaciones con los esposos Valdivie-
cediendo de ese modo faltase á las más rudimen- so, enfriadas por no sé qué desavenencias finan-
tarias fórmulas de la buena crianza. cieras entre mi padre y el de Honorato, tor-
Preludiaban los filarmónicos el primer rigo- naron á reanudarse con mayor intimidad que
dón, cuando el señor Valdivieso, precediendo á nunca.
un caballero, se aproximó á nosotras y después Menudearon por ambas partes obsequios y vi-
do las fórmulas que son moneda corriente en los sitas; en las últimas siempre se apersonaba con-
migo el heredero de nuestros amigos, y derecha- esas manifestaciones perrunamente fogosas, que
mente y sin disimulos de ninguna especie pro- ponen en caricatura al enamorado, y aunque no
c u r a b a distinguirme con sus más delicadas aten- lo sea, hacen tonta á la mujer.
ciones: me hacía solemnemente la corte. Como Y á medida que le t r a t a b a y crecía mi
de mío soy arisca y testaruda, al frecuentar su devoción por sus cualidades, más lejos sentía
trato procuré conocerle bien, entre otras muchas del suyo mi corazón. Comprendí que sus ma-
razones, porque comprendí que estaba á punto drigales envolvían siempre algún sarcasmo, no
de prendarme de él. de otra suerte que entre eorolas de velumbios
E r a un caballero. Poseía sólida y vasta ins puede un escorpión hallarse oculto: en su vida
trucción: había leído mucho, adquiriendo por yo no significaba nada: me había elegido en-
medio de las lecturas un gusto artístico, refina- tre las demás por parecerle más bella y menos
do hasta lo increíble; e r a bueno, no por virtud, insubstancial, mas no obedeciendo al instintivo
sino porque j u z g a b a el vicio feo; entendía la y tierno impulso del que busca en la novia el
música y la pintura, h a b l á b a idiomas, traducía objeto de un cariño sereno y perdurable. Xo me
á Horacio y á Baudelaire, j u g a b a al billar con amaba, y m e atrevo á asegurar que nunca ha-
admirable elegancia, e r a capaz de escupir á un bía querido á nadie, porque pertenecía á esos te-
prócer y dejarse abofetear por un mendigo; an- rribles hombres del siglo que por el análisis lo
te los débiles, e r a débil, ante los orgullosos, era han eliminado todo; además, desde muy peque-
un monstruo: lo vi muchas veces usar de la iro- ño viajó encomendado á la tutela de poco escru-
nía como de un látigo y con ella castigar en la pulosos tutores, p a r a educarse, y también p a r a
faz á los soberbios; ningún pretendiente como él perder el amor á los suyos: Munich con sus edi-
t a n digno de ser amado, ninguno como él capaz ficios de fachadas escalonadas y cubiertas de
de a m a r . . . . sin embargo . . . e r a de hielo. pinturas; Roma con su historia, su pontífice blan-
co y sus museos; París con sus lujos y sus liber-
Me cortejaba con exquisito tacto: sus pláticas tinajes; España con sus corridas de toros, su li-
eran pirotecnias en mi honor; p a r a las demás najuda nobleza y sus chisperos; Grecia con sus
hembras g u a r d a b a las galanterías como Arpa- ruinas; Inglaterra con sus escuadras, y New
gon sus tesoros, y ante mi derrochaba la gracia York con sus prodigios de electricidad, desarro-
y el ingenio cual Buckingham sus perlas; nunca llaron en su inteligencia el amor al cosmopolitis-
abusó de mi rubor ni se me echó encima con
mo, ampliándolo hasta el extremo de hacerle su hijo: inútil creemos hacer resaltar á tus ojos
romper las fronteras de todo, hasta obligarle á las prendas que adornan al que consideramos
desconocer los derechos del alma, los de la reli- ya como tu p r o m e t i d o . . . .
gión, los de la patria y los del egoísmo Mi padre, un tanto embarazado, pues nunca
Profesaba un severo culto á la verdad, y siem- fué una potencia en eso de los discursos, frotan-
pre la imponía sobre todas las argumentaciones, do la cadenilla del reloj y afirmando sus grue-
con un desprecio inaudito al idealismo, con una sos espejuelos en la ternilla, interrumpió á su
impasibilidad marmórea, con una punzante y ve- consorte:
nenosa ironía; había en sus ideas horrorosos —Veinticinco años, poco más ó menos, hermosa
ateísmos, y al exponerlas usaba símiles y para- presencia y admirable cultura, inteligencia cla-
dojas que a c o b a r d a b a n al más valiente por sus ra y perfectamente cultivada, agregado á una
amarguísimas y lógicas conclusiones. legación, un joven, en fin, de brillantísimo por-
Su presencia llegó á producirme pavores; me venir; sigue la c a r r e r a diplomática y segura-
veía tan pequeñita y tan insignificante á su la- mente en la edad m a d u r a le veremos represen-
do, que pensar en quererle me parecía una in- tar á su pais ante una potencia europea: hija
sensatez . . . . mía, creo que muy difícilmente logrará nuestra
Cierta mañana, al dirigirme á mi alcoba, mis familia contraer una alianza m á s ventajosa
p a p á s siguieron mis pasos; y mi mamá, al llegar Admirado de su elocuencia, sintiéndose con
yo al aposento, dejándose caer sobre un mueble, bríos p a r a continuar, garraspeaba, arrugando el
habló: niveo y resplandeciente chaleco entre las manos.
—Benedicta: tienes diez y nueve años y es ne —Quieren ustedes que me case?
cesario que pienses muy seriamente en el matri- —Naturalmente, respondió mi madre.
monio, pues no h a s de quedar soltera toda la vi- — E n t o n c e s . . . . obedeceré.
da; tu educación y la fortuna que a p o r t a r á s al Mi papaito tornó á tomar la palabra, y ha-
que sea t u esposo, te dan derecho á aspirar á un ciendo gesticulaciones y movimientos de orador
hombre digno; hoy, creo que h a llegado el mo- sagrado:
mento en que una determinación t u y a sea la de- —Hija mia, mi buena Benedicta, nosotros só-
cisión de tu suerte en toda la vida: los señores lo deseamos tu felicidad; si ella estriba en el
Valdivieso han venido á pedirnos tu mano p a r a proyectado casamiento, nos complaceremos; pe-
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ro si el pretendiente no es de tu gusto ó tienes Buscaba el vocablo más injuriante p a r a herir
otro c a r i ñ o . . . . entonces no hemos dicho nada. con él la faz de su marido.
Arrojéme á los brazos del buen viejo: —Querida, estás muy excitada. que pre-
—No me quiero casar, me c a r g a la diploma- paren una taza de t i l a . . . .
cia y los que representan á su patria en China —Eres un l a d r ó n . . . . por tí expulsaron á las
ó en B a b i l o n i a . . . . m o n j i t a s . . . . expropiaste un terreno que perte-
El aguerrido negociante se emocionó: su ma- necía ai curato del padre Alatriste. . . . calum-
no regordeta acarició mi cabeza con amor, sus niaste al señor Arzobispo en esos periódicos he-
ojos se empaparon en lágrimas, y al buscar mi rejes que serán quemados el día del juicio
frente con su boca afeitada y limpia, repetía: t ú ! . . . . tú!
—Lo que tú quieras, niña. —¡Pero mamá!
Mi m a m á se levantó con aspecto de pantera; Virando hacia mí:
fué á la puerta que se hallaba abierta, cerróla
—El mes que entra te c a s a r á s con Honorato,
dando una vuelta al picaporte, luego echó á ro-
señorita melindres, sin chistar, obedientita como
dar el primer mueble que hubo á mano y vol-
una hija bien nacida, porque si n o . . . . si n o . . . . !
viendo hacia nosotros:
Caí al suelo.
— Ya estamos s o l o s ! . . . . ahora tú, masón, li-
beralote, me v a s á oír, y tú, mosca muerta, hi- Una bofetada certeramente aplicada por la
pocritona, también me v a s á oír y me vas á obe- irascible señora, inflamaba una de mis pupilas,
decer, comprendes, me vas á obedecer, á obede- provocando á la vez abundante hemoragia de
c e r . . . . á obedecer ! sangre por mis fosas nasales.
—¡Pero m u j e r . . . . ! no te conozco! Entonces ocurrió algo extraordinario.
— Y a lo creo que no me conoces! Mi papá, aquel hombre excesivamente tole-
—Cálmate, estás vociferando mucho se rante, ese señor perennemente bondadoso, en
enterarán los c r i a d o s . . . . es penoso. cuyos amorosos labios había siempre una son-
—¡Que se enteren! de que aquí sólo yo risa benévola y acogedora, se levantó sober-
mando, de que no hay más voluntad que la mía, bio, como gladiador que se siente herido por un
de que Benedicta es una muchacha voluntario- mal golpe, tomó de las manos á l a que lo in-
sultaba, con hercúlea fuerza arrastróla hacia la
sa, y tú tú!
puerta, y y a en el dintel la arrojó lejos de tí, di- gendarmes de aspecto imbécil y lamentables uni-
ciendo al mismo tiempo con voz serena: formes.
—Aqui solo yo puedo. Interrogó mi padre:
Volvió á mi lado: —Qué ocurre?
—¡Te h a pegado pobrecita! Todos hablaban á la vez. Los guardianes, con
Doblegó su g r a n cabeza y escondiéndola en voz aguardentosa é insolentes ademanes se de-
cían representantes de la ley; el herido pedía un
las blondas que cubrian mi seno, gimió como un
médico y la señorita Collins se indignaba:
niño en el regazo de su m a d r e :
—¡Si no fué nada! —Este p a i s . . . . no c i v i l i z a d o ! . . . .
Y contemplando su máquina rota, una bicicle-
—¡Te h a pegado pobrecita!
ta newyorkina, de blandísimas y a n t a s y niquela-
¡Con qué suavidad besaba los rizos de mi nuca!
das ruedas, aumentaba su cólera, que como la
¡Con qué t e r n u r a limpiaba sus ojos en mi pa- de Hércules, a m e n a z a b a no a c a b a r s e nunca. L a
ñuelo ensangrentado! amagaban con cárcel y multas á ella?. . . . ¡A
Yo me eché á reir alegremente. una profesora con títulos de London, Cambridge
—Te burlas? y Boston. . . . !
—Si no me burlo, pero estás muy g r a c i o s o . . . Se quejaría á su cónsul, el gobierno de su Gra-
te has ensuciado la fisonomía.... con esa cara ciosa Majestad reclamaría enérgicamente, y si
no podrá nadie tomarte á lo serio hoy no sus notas no eran atendidas con prontitud, la pri-
haces buenos n e g o c i o s . . . . lo aseguro. mer, escuadra del mundo, que se h a paseado en
Busqué un espejo y lo coloqué a n t e su faz. todos los mares p a r a inmiscuirse en lo que no le
Se contempló atentamente en el cristal y des- importa, amenazaría los puertos mexicanos con
pués me devolvió el objeto, radiante de gozo. las bocas de sus cañones y lloverían tor-
—¡Es tu sangre! pedos!
Ruidosa vocinglería estalló en la pieza conti- Las dificultades se arreglaron fácilmente. Mi
gua, é incontinenti apareció Miss J e n n y con el papá encontró una buena oportunidad p a r a s e r
sombrero fieltro colocado al revés y las ropas magnánimo, y lo fué como un Gómez de Silva. El
m a n c h a d a s de lodo; tras de ella, un pobre hom- mal ferido se marchó á su casa con un buen ro-
bre con la c a r a ensangrentada, y después dos llo de billetes, la dómina londinense se calmó al
serle ofrecida una bicicleta de triple valor que —¡Mamá....
la inutilizada, y los repugnantes municipales se —Voy á ver al padre Alatriste!
largaron también en vista de la pacífica resolu- Luego, oí los herrados cascos de los caballos
golpetear impacientemente las baldosas, la por-
ción de aquel conflicto, que a m e n a z a b a ser in-
tezuela que se cerraba, el brinco del lacayo, el
ternacional.
fuetazo del cochero y el resoplido de las bestias
Cuando la calma se hizo, colgándome al bra- que con ruido de cadenas tiraban del c a r r u a j e y
zo del banquero, díjele: se lanzaban triunfantes y piafadoras á la calle.
—Papaito, decididamente me reconcilio con la
Corrí al balcón.
diplomacia.
El coche desaparecía en la esquina, y por la
Volvióse, admirado: ventanilla no asomó, como de costumbre, la dies-
—¿Aceptas á Honorato? tra de la anciana que agitaba su pañuelo blanco.
—¡Qué ocurrencia! á quien yo amo es á Quedé inmóvil, atónita, a p e s a d u m b r a d a
ti á tí. . . . diplomático insigne con mi Tuve miedo, pensó en el fraile que habia oído
m a m á fuiste de hierro como el príncipe Bis- mi confesión de niña, en el que por primera vez
mark con Miss J e n n y de hule co- puso en mi boca el pan eucaiístico, en el que me
mo el Santo Padre. amenazó con el infierno y sus horrores, en el que
—¡Bravo! me dijo que el mundo es malo, que la paz verda-
Bajamos lentamente la escalera: llegamos á dera y definitiva sólo existe en el claustro y que
una puerta con cristales esmerilados, sobre los el único amor indeficiente es el que sienten las
que en letras negras estaban anunciadas las ho- monjas por el Crucifijo de marfil, por ese mártir
r a s de despacho y los días do pago: estalló un ebúrneo que enclavado al madero deja correr la
sangre de su costado p a r a con ella lavar los pe
beso en mi frente, y después, levantando mi fal-
cados de las c r i a t u r a s . . . . !
da en la parte delantera, torné á subir de nue-
vo por los marmóreos e s c a l o n e s . . . . Acostumbraba pasear todos los días por el bos-
' Mi madre b a j a b a afianzándose al barandal- que a c o m p a ñ a d a de Miss Jenny, y después que
caminábamos una hora, que se medía con el e x a c :
Le ofrecí mi brazo y fui ásperamente recha-
tísimo cronómetro de la inglesa, descansábamos
zada: en un banco de los más solitarios.
—¡Ya v e r á s . . . . !
Junto á nosotros estaba siempre un joven que so por la inusitada acritud de su reprensión, rea-
leía. nudó la plática con infantil timidez.
Debía padecer terriblemente. Así lo revelaba —Se h a enfadado usted?
su abatido aspecto, la sombra violácea que ro- — Y o ? . . . . no, señora. . . . no hay razón.
deaba sus negros ojos, la palidez anémica del ros- La sajona suspiró profundamente.
tro, el discreto descuido del tocado, y la sonrisa, No sé por qué desde aquel día imaginé que el
aquel gesto infinitamente triste en el que leí des- pasado de mi dama de compañía envolvía una
pués un poema doloroso. elegiaca historia de amor, una novela sin ímpe-
Confieso que la primera vez que contemplé al tus ni histerismos meridionales, un poema lángui-
misterioso desconocido me formé de él un juicio do y lleno de rayos de luna como las baladas es-
que en n a d a le favorecía, y dije á mi erudita com- candinavas, uno de esos episodios desabridos y
pañera: grises que leen con romántico interés las ladies
pudibundas y las quintañonas de perdurable y em-
—Un estudiante que mira tanto las nubes, es- pedernida doncellez.
tará mejor p a r a areonauta que p a r a abogado, in-
geniero ó veterinario . . . . Desde entonces comencé á fijar mi atención en
aquel mancebo: al primer día noté que tenía muy
La ciclista me vió con sus límpidas pupilas, y
bellos ojos, al segundo admiró su rpbelde cabe-
después de una pausa prolongada respondió se
llera, el tercero estudié sus facciones y después
veramente:
descubrí en sus modales una elegancia que con-
—No lo crea usted, señorita, no todos los que trastaba notablemente con su modesta indumen-
ven las nubes sirven p a r a areonautas, ni todos los taria: se parecía á Beethoven.
que leen estudian p a r a veterinarios señal de Poco á poco se introdujo en mi corazón por no
mala crianza es j u z g a r satíricamente los que no sé qué caminos misteriosos; hízome experimentar
conocemos bien. muchas sensaciones singulares; engendró ideas ra-
—¡Es verdad! ras en mi mente; cuando lo veía sentía que algo
Andábamos muy espacio, sin hablar, pensa- parecido á una invasión de luz inundaba toda mi
tivas las dos, contemplando distraídamente las a l m a . . . . lo amé castamente y con una t e r n u r a
hojas que crujían bajo nuestra planta. muy poética.
Cohibida mi censora por el mutismo mío y aca- Me propuse hacer su retrato. Como todas las
mujeres desocupadas, sabía bosquejar acuarelas el color estaba muy lejos de satisfacerme, tenía
de esas que tienen en primer término una casita suciedades cenagosas y tonos parecidos á los que
de pajiza techumbre y humeante chimeneilla; en adquieren las aguas estadizas en el periodo de su
segundo, una arboleda imaginaria y hacia el fon- corrupción; en partes e r a muy vivo, en partes ex-
do un sol calumniado que pugna por ahogarse en cesivamente descolorido; el contraste estaba re-
un crepúsculo sangriento. buscado y hacía el efecto con una infelicidad tal,
Dibujaba aceptablemente, y los colores aceita- que á primera vista aquella testa parecía copia-
dos e r a n menos rebeldes en mi imperita mano que da de un cromo barato.
los en a g u a diluidos. Aplicaba los últimos toques al embadurnado
L a homonimía de Beethoven y mi hombre era trapo cuando llegó mi padre al estudio.
tan completa, que me serví de un busto del exi- —Qué piensas, mi Benedictina?
mio músico p a r a obtener la copia que deseaba. —De qué papacillo?
Principió mi t r a b a j o furtivamente, ocultándolo á —Vino el cura Alatriste, se apersonó conmigo,
todas las miradas y poniéndolo á salvo de todas me espetó un patético sermón, habló de los debe-
las inquisiciones. res sociales, de mis herejías, de la humillación
Desperdicié muchos lienzos, rompí colérica no sufrida por tu mamá también de tu dicha fu-
sé cuántos bastidores, eché á perder botecillos de tura . . . . y tu porvenir!
pintura, inutilicé paletas, espátulas y pinceles, y —¿Y tú, qué le dijiste?
hasta el caballete fué coceado en las crisis ner- —Lo envió al demonio.
viosas que me a c o m e t í a n . . . . ! —Muy b i e n . . . ¿qué te parece mi última obra?
Quería producir una concepción artística, y el Mi p a d r e se preciaba de conocer pinturas é in-
convencimiento de mi impotencia me exasperaba. cunables.
Al fin, después de muchos infructuosos ensayos Se aproximó al caballete y observó lo que ha-
y prolijas enmendaturas, llegó á su término mi bía en él con esa meticulosa atención de las per-
fatigosa tarea. No estaba del todo mal. El dibu sonas miopes.
jo no carecía de belleza y fidelidad, honraba á mi —No está del todo mal muchachita
maestro: la posición del retrato e r a elegante y pero me parece que has retratado á una
natural, simpática la perspectiva, bien sombrea- persona sin v i d a . . . . es una cabeza t r á g i c a . . . .
d a la lejanía, harmónicas las medidas. . . . pero patibularia....
Después de un minuto de meditar: seo treinta mil francos, criatura! y lo
—¡Qué niña ésta! ¿dónde has visto ese compré barato porque el vendedor era un imbé-
modelo? cil. . . . qué admirable t r a b a j a d o r e r a ese artis
Extendí mi brazo hacia el busto de Beethoven. t a ! . . . . nada se escapaba á su o b s e r v a c i ó n ! . . . .
— P u e s . . . . se parece y no dijérase Tu obra está hecha con talento, pero no es per-
que has pintado el espectro de ese músico pre- fecta ni podría serlo, pues á un ensayo sólo pue-
suntuoso y le has puesto bigotes más de exigírsele el diletantismo bien comprendido;
color, niña, más color cuando termines bus- sin embargo, me gusta, me g u s t a . . . . esa faz lí-
caremos un marco veneciano Pellandini los vida que parece brotar de lo negro hace
tiene muy elegantes h a r á buen efecto en mi buen efecto así es el procedimiento de Ca-
galería de pinturas rriere los retratos de P a u l Verlaine, Edmun-
Un siniestro temblor sacudió todos mis miem- do de Goncourt y Alfonso Daudet, hechos por él,
bros.
son muy hermosos.
—Hablas seriamente, papá? Prometí á mi papá otra cosa mejor, y abusan-
—Ya lo creo! do de su cariño contrarié su propósito llevando
—Es decir que yo he pintado á ese hombre á mi alcoba el objeto disputado.
muerto....! ¡Dios mío! Cuántas veces lo besé! Que impúdi-
—Asi me parece á mí. cas revelaciones eróticas le hice en voz muy ba-
—No m e lo d i g a s . . . . ja! En las noches, al correr los pabellones del le-
Y sin poderme contener caí en sus brazos llo- cho, acometíanme pudores de recien casada, pa-
rando a m a r g a m e n t e . recía que las pupilas del retrato observaban con
El me besaba en la frente, repitiendo: pecaminosa insistencia mis movimientos y cuan-
—Presuntuosilla ! do el sueño llovía mi pensamiento con sus partí-
Y p a r a a p l a c a r lo que creía mi enojo se re- culas de oro, sentía junto á mi rostro un aliento
montó á las más elevadas esferas de l a hipérbole: ardoroso y escuchaba ternezas á la vez que unos
—Lo colocaremos entre la Virgen de la Silla labios se tendían hacía mi anhelante boca p a r a
que es admirable y la copia de la creación de Bur- desflorar allí sus b e s o s . . . . sentía su bigote, su
ne-Jones si no te gusta allí lo colgare-
bigote negro, posarse en mi belfo como las alas
mos frente al original de Denner que po-
tendidas de una mariposa negra que se prendie y melancolías. Los médicos hablaron de baños
r a en el cáliz de u n a flor de g r a n a d o . . . . termales y pobreza en los glóbulos sanguíneos,
Al despertar hallaba el tálamo en desorden, y pretendiendo c u r a r mi mal con frascos de emul-
á él, á mi bien amado, lo veia lejos, á millones siones, vinos ferruginosos y duchas de alta pre-
de leguas, como los mundos que brillan en el sión. Ignoraban que había bebido un filtro má-
cielo gico, y mi hechizo únicamente podrían curarlo
Entonces mi alma se llenaba de noche: apuña- las caricias de aquel que no l l e g a b a ! . . . .
leábala el sufrimiento con implacable rabia y me Un día cualquiera, en el momento de salir,
llegaba el cansancio de la vida, ese a m a r g o des- fui á buscar á mi costurera p a r a que arreglase
amor que engendra el hastío y sigue siempre á un pliegue de mi enagua, y encontré que había
los hondos padeceres. sido separada de la casa.
Y se amontonaban en mi cerebro, como alados Esa noticia me agradó mucho: la mujerona
fantasmas, las conjeturas: que á mi servicio estaba era bachillera, viciosa,
¿Qué dirá de míV le parezco bella? ladrona y murmuradora.
elegante? distinguida? creerá que ten- Después hallé en el costurero á la sustituía:
go talento? le inspiro interés? curiosi- una muchacha vestida pobremente, que escuchó
dad estúpida? amor profundo? ¡No me con los ojos bajos las instrucciones que respecto
q u i e r e . . . . si a3i fuese adivinaría lo que le dicen á sus cotidianas labores le di:
mis miradas seguiría mis pasos, compren- —Aquí tiene usted mis llaves: la de metal sir-
diendo que le estoy presdestinada ! ¿Y por ve p a r a las chapas de los guardarropas; la gran-
qué he de creer que es malo cuando acaso sufre de corresponde á la c e r r a d u r a de la alcobita;
más que yo? además, parece pobre esa niquelada y p l a n a que tiene unos piquitos
y . . . . n a t u r a l m e n t e . . . . mi lujo y mis coches lo en la punta, es la del tocador, y a sabe, la pieza
i n t i m i d a n ! . . . . qué desgracia ser r i c a ! . . . . si yo del espejo grande; tendrá que ver diariamente
fuese una humilde muchacha sería fácilmente mi ropa p a r a que esté siempre en buen estado;
dichosa! los sombreros serán guardados en sus cajas, los
Creo que mis facultades mentales padecían. guantes se limpian muy bien la señorita
Sentíame débil: perdí el apetito, y la histeria Jenny le enseñará el p r o c e d i m i e n t o . . . . los za-
se declaró muy luego por medio de obsesiones patos se colocan en la cómoda de cajones
deben conservarse perfectamente aviados Favorecíla en cuanto pude. Me infundían re-
cuando h a y a desperfecto en ellos h a y que avi- ligioso respeto la austera sencillez de sus cos-
sar al almacén p a r a que provean de n u e v o . . . . tumbres y su modestia tan sincera, aquella hu-
allí tienen mi f o r m a . . . . este llavín de plata es mildad de mujer resignada á todo, que la eleva-
el del alhajero lo conocerá sin g r a n tra- ba á tan gran altura sobre mí; h a b l a b a poco,
bajo u n a c a j a de palo negro con incrus- nada más lo indispensable p a r a contestar á las
taciones . . . . las perlas y los diamantes se lavan interrogaciones que se le hacían, su voz tenía
con amoníaco lo de oro con a g u a y unos sonoras modulaciones, creeríase a r p a eolia pul-
polvos especiales que hallará en la casa de Wie- sada por los dedos de un poeta, sonreía triste-
ner creo que eso es todo por ahora mente y siempre ocultaba los ojos tras el fleco
ah! le recomiendo que todas las mañanas sedeño de sus a r r e m a n g a d a s pestañas.
mande comprar rosas blancas, y cuando no ha- Confieso que la blancura de su piel, su vesti-
y a rosas, v i o l e t a s . . . . se ponen en el mueble de dillo de poco costo, el pañolón de burda lana
p e i n a r . . . . y a sabe. que cubría sus hombros, la e n c a r n a d a mascadi-
—Muy bien. 11a que a t a b a á su cuello, hacían de ella un tipo
—Ningún criado tiene que ver con usted interesante.
está exclusivamente á mis ó r d e n e s . . . . cuidará Adivinó muy pronto su pobreza, una indigen-
mucho al g a t o ! . . . . cia sobrellevada sin desesperación ni desalien-
—Sí, señorita. tos; en su impasible calma comprendí un cora-
Como estaba enamorada, me hallaba en el pe- zón enérgico y casi varonil, que luchaba por la
ríodo más optimista de la vida, en ese ciclo psi- piltrafa con la augusta perseverancia de las al-
cológico en que todo lo bueno que h a y en el hu- mas superiores, y muchas ocasiones, al compa-
mano sér se desborda en corrientes de altruismo r a r mis rubios cabellos con los negrísimos de
y no queremos que h a y a pesadumbres en torno Evangelina, sentí en mi pecho el áspid de la en-
nuestro, porque tenemos una moneda de valor vidia, esa culebra ponzoñosa que nos impide ad- •
p a r a el mendigo, un consuelo p a r a el afligido, mirar las cualidades que otros tienen.
una lágrima p a r a el huerfanillo y una toleran- Un día le pregunté la causa de esa morriña
cia inagotable p a r a todas las m i s e r i a s . . . . que la consumía, y contestó, clavando en los
Sentía hacia la joven muy vivas simpatías. míos sus grandes y flamescentes ojos:
—No rae entristece la miseria, rae aflige la so- dos hermanas que hubiesen vivido un luengo
ledad. lapso de tiempo separadas:
—¿No tiene usted padres, parientes, amigos, —Verá usted, señorita, las tagarninas son de
novio? muy difícil manufactura, el uso de las tijeras
—Nada. lastima los metacarpos, el cuchillo hiere las pun»
tas de los dedos, la espalda se encorva y los do-
—Ningún a f e c t o ? . . . . ¡es increíble!
lores de nuca son terribles luego el hedor
—¿Verdad que es muy triste vivir entre mu-
chas gentes y no estar ligada á ninguna por vín- del tabaco un minuto es agradable, á la ho-
culos de ternura? ra, repugna, á los quince días, enerva, al año,
comienza á matar: también fui pitillera; la uña
—Ciertamente. Pero usted es joven po- de lata estropea la piel y en invierno salen sa-
dría, sin trabajo, encontrar un buen marido. bañones y después la c o m p a ñ í a . . . . gente-
— ¿ C a s a r m e ? . . . . eso no para qué?.... cilla de barrio bajo, de malas costumbres y afi-
los hombres son malos. cionada á mortificar á las d e c e n t e s . : . . . porque
—No lo crea usted, el mundo no es tan per- yo no soy una cualquiera mi madre fué da-
verso como lo imaginan los que se sienten abru- ma de honor de Doña Carlota y mi padre
mados por el peso de un padecimiento: habrá tenía un g r a n empleo en palacio chambe-
muchas espinas en la estepa de la vida, la in- lán figúrese usted.
gratitud nos h a r á desfallecer en muchos instan-
Un domingo fué Evangelina á mi alcoba por
tes crueles, los odios gratuitos nos a t a c a r á n ru-
algún objeto, y al ver el retrato que yo había
damente en las encrucijadas; pero siempre pa-
hecho, interrogóme con angustia:
sarán á nuestro lado gentes buenas, gentes pia-
—Quién es?
dosas que nos tenderán la raano p a r a impedir
—No lo s é . . . . esta pintura me la obsequió mi
que maldigamos al destino, que es el dedo de la
p a p á . . . . . . . por qué me hace usted esa pregun-
' fuerza universal y nos impulsa á un fin que nues-
ta....?
tra inteligencia no podrá a b a r c a r por mucho que
especule Guardó silencio largo tiempo y habló después,
recalcando sus palabras:
—¿Será cierto? —Da usted importancia á ese retrato?
Otras veces hablábamos familiarmente, como —Ninguna absolutamente.
—Entonces démelo p a r a mi es la debia perturbar las concomitancias que herma-
dicha! naban nuestros corazones.
No supe qué responder, y ella, aprovechando Lo demás fué fácil. L a p r i m e r a c a r t a y tam-
m i airojamiento, gritó rabiosamente: bién la respuesta consiguiente, ese prólogo pe-
—Pues ai 00 m e lo da, lo tomo. rennemente vulgar que se repite en casi todos
Descolgó «el objeto de la disputa, y salió de los dramas sentimentales; después un noviazgo
allí dejándome admirada. epistolar con sus puntas de romanticismo, los te-
Instantes después llegó Miss Collins hecha un mores á la materna policía, flores con el perfu-
brazo de m a r . me de su amor en mis cabellos, un canje de foto-
—¡Oh! querida amiga, he tropezado en la es grafías, y tantas y tantas bagatelas de esas que
c a l e r a con esa pobre muchacha, y me h a lasti- á pesar de su trivialidad pueden eslabonar dos
mado su dolor mientras más estudio á usted almas p a r a amalgamarlas luego perdurable-
m á s me convenzo de que carece de sensibilidad mente.
y no tiene interés por los p o b r e s . . . . le voy á Recuerdo las escenas que con rapidez de me-
t r a e r algunos libros buenos p a r a que modifique lodrama se fueron sucediendo.
un poco sus i d e a s . . . . es necesario saber que la Mis padres se enteraron de nuestro comercio
vida no es amable p a r a todos.. y hubo en casa peloteras y disputas: que yo e r a
Cuando volví á ver á mi desconocido, domi- una descarada y carecía de recato y educación
nando mi emoción le sonreí cariñosamente: que- porque había degradado mi clase hasta a b a j a r -
dóse alelado ante mi atrevimiento, y observando me al nivel de un pobre hombre; mi progenito-
yo que no seguía mis pasos, descálceme un guan- ra se avergonzaba haberme parido, y su mal-
te y al disimulo le llamé: estaba decidida á todo, dición, el iracundo anatema, era lo que irremisi-
h a s t a á defraudarme en el concepto que de mi blemente me esperaba si persistía en tan depra-
recato se formase. vadas inclinaciones.
El homenaje de aquel hombre e r a necesario Yo, encaprichada, respondía con imperturba-
p a r a mi tranquilidad, me apoderaba de él ejer ble calma á todas las indirectas y á todas l a s
ciendo mi derecho de hembra; si la costumbre, argumentaciones:
la conveniencia ó la ley me condenaban, la na —¡Lo quiero!
t u r a l e z a me absolvía e r a mío y nadie Me sentía feliz padeciendo por él. Fueron in>
potentes, amagos de castigos inquisitoriales, pre- Su cerebro se descompuso, perdiendo la habi-
parativos de un viaje, amenazas de abandonar- lidad y el atinado golpe de vista que tan nota-
me y la perspectiva de un porvenir que, según ble lo hacían en los negocios: se metió en mil
la irascible señora, estaba lleno de indigencias y empresas descabelladas, y la megalomanía fi-
arrepentimientos. Las argucias más hábiles se nanciera que le dominaba fué causa de muchos
estrellaron ante el paladión de mi voluntad: in- y sucesivos descalabros, que, como e r a de espe-
tervino el juez, fui alojada en casa extraña mien- rarse, mermaron prontamente su capital: prime-
tras se tramitaban las fórmulas de ley, y á pesar ro una compañía colonizadora, luego un yaci-
de todos los obstáculos, y á pesar de todas las miento carbonífero, después no sé qué manantia-
c o n t r a r i e d a d e s . . . . me casé! les de aguas sulfurosas, y por último, minas de
Realicé todas mis ambiciones: e r a rica, joven, oro, monopolios de trigo, plantaciones de h u l e . . . .
hermosa, tiernamente a m a d a . . . . y sin em- bonos de la deuda terrenos baldíos la
bargo . . . . la dicha, la mosca de oro que persi- ruina!
guen en su fiebre de egoísmo las almas que no ¡Pobre hombre! Después de sufrir un desastre
se difunden, no aleaba aún por los tiestos de mi buscaba consuelo en sus cuadros y en sus libros
ventana. . . . ! empolvados, olvidando por unas cuantas horas
Mi padre 110 pudo resistir al dolor que mi elec- que la bancarrota llegaba destructora como un
ción le causó. incendio y terrible como un mar que se desborda.
J a m á s dejó de manifestar afecto á mi marido, La fuga de un g r a n u j a que huyó, llevándose
nunca permitió que en su presencia mi madre consigo una buena suma de dinero y documen-
se desmandara en sus estropicios, y como lo acos- tos importantísimos, dió al traste con su cordu-
tumbraba, me prodigó caricias y me regaló pre- ra, y los primeros sintomas de la enajenación
sentes lo mismo que en mis tiempos de mucha- mental comenzaron á hacerse manifiestos.
cha soboncilla. Pretendía hacer un catálogo bibliográfico, y
Pero de grueso que era se trocó en escuálido, para procurarse datos gastaba en volúmenes to
d e atlético y viril, en desmadejado y canijoso, do el dinero que por sus manos pasaba: los bi-
de alegre y epigramático, en taciturno y solita- bliómanos, los bibliógrafos y los libreros lo ro-
rio, de entusiasta y bravo, en indiferente y apo- baron descaradamente. En un espacio de va-
•cado.... r ; rios meses nuestro hogar se vió invadido por los
especuladores y comerciantes de lance, y ese Mi desconsuelo fué muy grande. Parecía que
inicuo vandalismo no acabó hasta que el ancia- todos los habitadores de aquella morada hablan
no salió de la casa rumbo al manicomio! perdido los bártulos. La inglesa se negó á escu-
Innúmeras ocasiones procuré contener su inau char mi consulta. Andaba muy preocupada por
dita mania. no sé qué misteriosos asuntos. A la de alba se
—No compres y a tantos libros, papacito, to- desencamaba: después de rapidísimo aseo toma
dos esos pillos que traen infolios te roban y ex- ba asiento junto á su mesa de lecturas y escri
plotan tu c a n d i d e z . . . . estás siendo victima de bia larguísimas cartas, pliegos alargados á ma-
un abuso r e p u g n a n t e . . . . nera de minutas de notario, cuadernos como fo-
—Déjame, chula, yo sé lo que hago. lletos, notas copiadas de libros, cálculos alge-
—Mira que te engañan como á un niño braicos, figuras g e o m é t r i c a s . . . . qué sé yo! A
—No lo creas. las tres de la tarde tomaba un ligero alimento
—Si lo estoy p a l p a n d o . . . . has pagado ochen- y so echaba á la calle, rumbo al correo, p a r a
ta duros por ese tomo inútil es justo? enviar documentos y r e c a b a r su corresponden-
—Un Ovidio, monina, un O v i d i o ! . . . . y aquel cia, que cada día e r a más voluminosa. Aunque
con pasta de pergamino, que ves junto al tinte- yo estaba muy acostumbrada á las extravagan-
ro, es la historia de los incendiarios de bibliote 1 cias de la prójima, sus manías, cada vez más
cas, f u e r o n . . . . m u c h o s . . . . O m a r . . . . Amura- singulares, y la vida misteriosa y funambúlica á
tes IV Tito León el Isáurico Ne- que se había dado, principiaron á preocuparme:
rón. . . . es una obra muy curiosa y me propon temí que la ilustre d a m a se hallase en conniven-
go c o m e n t a r l a . . . . cia con gentes tenebrosas.. . . anarquistas, cons-
piradores ó fabricantes de moneda f a l s a . . . . e r a
Temiendo la inminente aproximación de un
desastre económico, que necesariamente acaba- capaz de eso y mucho más Una tarde,
rla con las reducidas rentas que me quedaban, aprovechando su ausencia, entré á su aposento,
pedí consejo á Miss Collins, pues mi m a d r e no y sobre el famoso pupitre vi muchas cartas con
salía de la iglesia, y mi marido, por una delica- los sobres dirigidos Mme. Jeanne Dieulafoy
za mal entendida, me habia prohibido terminan- Miss Maud Gonne Comtesse de Mirabeau...
' temente que le hablase de los negocios atañede- Mme. Margarite P o r a d o w s k a . . . . Mme. Alfred
ros á mi fortuna particular. V á l l e t e . . . . Mlle. Louise M i c h e l . . . . Mme. Mary
Summer el feminismo había a c a p a r a d o to- ojos...'. y alejarse . . . huir de mí. Cuando íba-
dos los alientos de la s e ñ o r a . . . . ¡menos mal! mos al panteón á depositar coronas sobre la lá-
Edmundo estaba siempre triste. Padecía una pida que en memoria de su madre se había eri-
enfermedad sin nombre y su salud se arruinaba gido allí, lloraba mucho, y e r a tan g r a v e la de-
violentamente. Era un melancólico incurable. A presión moral consiguente á esos accesos de sen-
mi lado siempre se mostraba huraño y tímido; sibilidad, que frecuentemente después de visitar
mis más apasionadas carantoñas le hacían son- la ciudad de las tumbas, caía en cama.
reír tristemente, y á mis preguntas de mujer ena- Si d e j a b a de rociar con sus lágrimas las mag-
morada sólo tenia contestaciones vagas. nolias que florecían en aquel pedazo de tierra
—¿Por qué estás tan torvo, maridito? abonada por el c a d á v e r venerado, volvíase más
—No tengo nada. pensativo y huraño, le acometían ataques epilép-
—Yo quisiera verte riente y endiablado como ticos con aterradora intermitencia, y yo, acobar-
un c h i q u i t í n . . . . pareces viejo. dada', lo conducía de nuevo á esa huesa que me
—Es mi carácter. daba celos
—¿Vamos esta tarde al t e a t r o ? . . . . Maggi no Su salud, cada día más quebrantada, hizo que
es un genjo, pero tiene discreción dan un trasladásemos nuestra residencia á una finca
d r a m a de Henrick I b s e n . . . . ha hecho furor en rural.
P a r í s . . . . creo que te distraerás un poco Cuando paseábamos por los campos, los arren-
mando comprar los b i l l e t e s . . . . ? datarios nos saludaban con respeto y lástima á
—Si tú quieres. la vez; á fó que esa compasión tenia razón de
—Digo que enganchen? irémos al bos- ser: éramos dos juventudes aniquiladas por el su-
q u e . . . . por el parque de los v e n a d o s . . . . don- frimiento y las enfermedades, una p a r e j a des-
de nos conocimos te acuerdas? venturada, dos amantes desahuciados del placer,
—Donde gustes, menos allí. que veíamos á lo lejos abrirse una sepultura que
—¡Dios mío! en nombre de no sé qué fuerza incógnita, pedía
—De qué te quejas, B e n e d i c t a . . . . ? p a r a la tierra el tributo de una vida.
— Y o . . . . de nada! Yo no e r a y a aquella mujer tan bella y cele-
Le adoraba, veíale siempre generoso y bueno, brada, que respondía con hechicera sonrisa á los
cada dia engrandecerse y elevarse más á mis intencionados piropos de sus devotos. Había si-
momento;.que h a g a desaparecer la música de tu
do radical la metamorfosis. Mis formas se exan-
voz el ruido que me atormenta desde el día en
güecian rápidamente, estaba mi rostro anguloso,
que nos casamos. . . . es así como si se me hubie-
ictérica mi piel, ásperos mis cabellos y morteci-
se introducido un moscardón en c a d a o r e j a . . . .
nas mis jniradas. Las modistas no descansaban
lú eres una santa y no podrás nunca saber cuán
en la t a r e a de angostar mis vestidos; en mis sie-
severa é implacable es la c o n c i e n c i a . . . . .no me
nes blanqueaban hilos de plata y arru-
ha dejado dormir tranquilamente. . . . ni una no-
gas . . . . s í . . . . a r r u g a s tempraneras extendían
che. . . . ni una sola.
muy hondos surcos por mi frente y por mis sie-
nes estaba vieja! Llegó el doctor minutos después que le mandé
llamar.
Una noche, Edmundo, que adormecía su ca-
Observó á Edmundo con prolija atención, hizo
lenturienta cabeza en mi regazo, levantóse fie-
preguntas lacónicas luego escribió nerviosamen-
ramente y habló como un sonámbulo:
te una fórmula y salió de la habitación muy preo-
—Comprendo que eres muy desgraciada, mi
cupado.
buena Benedicta, y el sufrimiento tuyo aumenta
Había sido condiscípulo de mi esposo.
c a d a día el peso de la c a r g a que me abruma,
Al despedirse de mí noté que su mano tembla-
he sido m a l o . . . . te a r r a n q u é de una vid«* de
ba ligeramente. Condújelo al salón principal, y
placeres p a r a darte otra de l á g r i m a s . . . . no he
ya convencida de que nadie nos oía:
logrado que seas feliz á pesar de haberte amado
— Dígame usted la verdad se lo suplico.
tanto también hay otra mujer con la que yo
—Animo, señora.
fui v e r d a d e r a m e n t e infame una huérfana
—Qué t i e n e . . . . ?
que desde que éramos pequeños cifró en mi to-
—Se está muriendo.
das sus ambiciones j u v e n i l e s . . . . es Erangeli-
Quedé atónita. Las ideas se me escaparon.
na la conoces tú escucha, Benedicta
Suponía que el galeno me engañaba. No quería
m í a . . . . cuando yo m u e r a . . . . será p r o n t o . . . .
ver de cerca esa desgracia que se aproximaba,
buscarás á esa m u c h a c h a . . . . la p r o t e g e r á s —
evocando con su aparición las injusticias que iba
la a m a r á s , porque tienes con ella un débito de
á imponerme la suerte, arrebatándome al hom
c a r i ñ o . . . . me lo prometes?
bre á quien con toda mi alma amé en la vida.
—Sí....
— O h ! . . . . dílo muchos veces, repítelo á c a d a Conservo en la memoria, fotografiado con opa
eos colores, el lúgubre cuadro de aquella noche. Como al evocamiento de un conjuro, vi á mi
Una lamparita iluminando con mortecina cla- lado á la infeliz en quien pensaba.
ridad la alcoba. El silencio interrumpido sólo No era sueño.
por los alaridos de los perros de las vecinas Miss J e n n y Collins la llevaba de la mano.
granjas. Un olor de farmacia difundido en la —Señorita Benedicta, sé que ha muerto Ed-
atmósfera viciada de la alcoba: el regimiento de mundo y vengo á suplicar á usted que me per
redomas con diversas medicinas, alineado en ba- mita besar su f r e n t e . . . . amortajarlo. . . . acom-
talla sobre el mármol de algún mueble. . . . y la pañarlo al camposanto.. . . !
muerte, como verdugo que espera á un conde- —¡Todo, amiga mía!
nado haciendo guardia con su guadaña al Nos abrazamos. La señorita Collins interrum-
hombro! • pió nuestra expansión con brusquedad:
De repente, agitóse el enfermo entre los co- —Traigo noticias importantes.
jines. —Qué ha ocurrido.. . . ?
Desplomóse en las a l m o h a d a s . . . . y me abra-
—Su padre de usted ha muerto de parálisis as-
cé á un cadáver. cendente en el Hospital de San Hipólito, y en
Pensé en E v a n g e l i n a . . . . que sería de ella?.. cuanto á su mamá, me e n c a r g a notificarle que
habia quedado abandonada; sin duda buscó tra- ayer ha marchado p a r a Italia en compañía del
bajo, y no logrando obtenerlo, realizó el modes- canónigo Alatriste, p a r a formar parte de una pe-
to mobiliario acaso el lecho en que dor- regrinación que v a á visitar al P a p a
mía. . . . tal vez las ropas que cubrían su cuerpo —Muy hien E v a n g e l i n a . . . . y a estoy so-
macilento luego crecieron las mareas, l a . . . . usted será mi h e r m a n a . . . . vivirá siem-
llegó el instante de las luchas desesperadas, y pre á mi l a d o . . . . no es verdad?
aquella mujer indiferente á todo porque en su al-
—Sí....
ma no quedaban y a ni momias de esperanzas,
ante el espectáculo de su ruina y de sus creen- —Y y o ? . . .
cias, desesperada de tantas bregas sin victoria —A M a n c h e s t e r . . . . con sus b i c i c l e t a s . . . sus
y no teniendo y a objeto alguno que cambiar por biblias sus libros sus impertinencias
dinero, diría como Fantine: y sus m a j a d e r í a s — me tiene frita la sangre!. . .
—Vendamos lo que hay! —No me voy.
—Pretende una indemnización pecuniaria . yos hijos, perecen de frío en los suburbios; si-
b i e n . . . . le doy todo lo que tengo. quiera en nombre de los millones de mineros que
—No! mata la hulla? siquiera en nombre de los millo-
—Entonces . . . . ? nes de tahoneros cuyas familias diezma el ham-
—Quiero que m e siga usted, que se asocie á bre; siquiera en nombre del proletariado, en
la empresa que me preocupa y una sus energías, nombre del derecho al bienestar que desconocen
á las mías p a r a hacer el bien hasta donde nues- los acaparadores que inicuamente explotan a l
tras fuerzas morales y nuestros materiales ele trabajo!
mentos lo c o n s i e n t a n . . . . Evangelina aplaudió jubilosamente:
—No e n t i e n d o . . . . —Tiene razón la señora!
—Nosotras tres debemos fundar una colonia. .. Protesté con timidez:
— U n a colonia.. . . ! —Esas ideas son bellas, s u g e s t i v a s . . . . pero
Y se disparó con un discurso: impracticables!
—Huyamos de las ciudades que corrompen, La evangelista respondió transfigurada:
y a que vegetando en ellas no podemos hacer na- —Cualquiera utopia, cuando e n t r a ñ a algún
da en pro de los desheredados; alejémonos de las altruismo, no es locura.
metrópolis tremolando como lábaro redentorista, —Usted propone la disgregación social, el re-
una bandera inmensa, lo suficientemente gran- pudiamiento de las leyes que rigen y unifican to-
de, p a r a poder cobijar todos los padecimientos; das las agrupaciones de gentes, un desastre in-
lo suficientemente augusta, p a r a poder enjugar descriptible y h o r r e n d o . . . . el caos, en fin!
todas las lágrimas; lo suficientemente hermosa, —De la n a d a surgieron los mundos!
p a r a poder sublimar todas las almas! Cultive- Y tornó á vociferar a r r e b a t a d a por su demo-
mos la tierra que es proficua; hagamos vida pri- ledora elocuencia.
mitiva y laboriosa, protestando de ese modo con- Accionaba exactamente como un leader en un
t r a los errores y los crímenes de una civilización meeting de antiesclavistas ó demagogos, de esos
d e g r a d a d a por las más irremediables decrepitu- que sudan sarigre.
des; dejemos de ser escarabajos de la montaña Algunas horas después, cuando la d a m a ja-
de estiércol, siquiera en nombre de los millones deante y medio muerta se dejó c a e r en brazos
de tejedores, cuyas madres, cuyas esposas, cu- de Evangelina, como a b r u m a d a por su elocuen-
8
CROQUIS Y SEPIAS 107

cia, yo y a estaba tan convencida como ella y la sidad de los lectores no podrá quedar boy satis
que después de haberme odiado, fué mi amiga fecha, pues el virtuoso varón que me facilitó los
más a m a d a . papeles que indiscretamente lancé á la publici-
' Al albear se'levantó la arengadora, y seña- dad, abondonó no h a muchos días la vida terre-
lando el horizonte, alumbrado tenuemente por el na, quedando sus infolios y valiosos manuscritos
primer albor solar, se dirigió á la puerta: en manos de cleriguillos simoniacos é incapaces
—En marcha. de preocuparse por crónicas mundanas.
L a s tres, tomadas de las manos, echamos á ca
minar sin rumbo ni derrota, porque Íbamos ha-
cia el porvenir, á un mundo nuevo y preñado de
esperanzas, para predicar el verbo futuro, y si
preciso fuese, si las persecuciones y las injusti-
cias nos orillaban á ello, á azuzar á la gleva
á una lucha formidable, á una pelea rabiosa,
que alumbrarían siniestramente las explosiones
de las bombas que, acompañadas de las blasfe-
mias de los dinamiteros, se elevarían como un
g r a n grito estertoroso y trágico, sobre los escom-
bros de una sociedad destruida por los furores
del oprimido.

Entiendo que la historia de Benedicta no de-


be, propiamente, terminar aquí.
Creo que la novela interesante de ese espíritu
tan sensitivo y superior, comienza á iniciarse en
el punto en que fina la relación que he publi-
cado.
Pero, por una deplorable desgracia, la curio-
EL VIEJO ERROR.

A JOSÉ JUAN TABLADA.

Cuando conocimos á Pedro de G u e v a r a , e r a


an mozo b a s t a n t e a g r a d a b l e , muy social y de
un regular talento.
Nunca al f r e c u e n t a r su t r a t o llegamos á ima-
ginar el fin trágico que á su v i d a e s t a b a reser-
vado en venideros días.
Se h a c í a simpático, porque las prendas que le
adornaban, si bien vulgares, se destacaban m u y
superiormente en el medio despreciable en que
ellas g r a v i t a b a n .
Tenía modestia n a t u r a l , y no se consideraba
necesario porque sabía p e r f e c t a m e n t e que l a vi-
da de l a c r i a t u r a n u n c a llega á p e s a r u n a drac-
ma en los destinos universales.
Desde que aprendió en la escuela la f á b u l a
del elefante y la hormiga, a r r a i g ó en su mente
la convicción inquebrantable de que nadie es su-
perior á nadie, y n u n c a pretendió imponerse á
los demás ni por la fuerza, ni por la inteligen- las viejas como niñas y á las niñas como viejas.
cia, ni por el valor, ni por la virtud, sosteniendo, Cuando estaba pobre descendía rápidamente
con muy moderadas razones, que un coloso pue- el termómetro de sus entusiasmos, y como sus
de tropezar con un gigante, un erudito con un idealidades ó ambiciones e r a n susceptibles de
sabio, un valeroso con un temerario y un virtuo- maravillosa elasticidad, contentábase con triun-
so con otro, que lo sea infinitamente más. fos fáciles, porque como es de suponer por lo
Encontraba siempre el principio de lo relativo ya dicho, e r a de esos feroces razonadores que
vinculando las más opuestas divergencias de las prefieren algo á nada, y una victoria sin lauros
cosas: no admiraba n a d a á fuerza de juzgarlo á un desastre con ellos.
admirable todo: anonadábanle por igual mane- El dinero hacia las grandes metamorfosis en
r a las grandezas cósmicas como las insignifican- sus costumbres.
cias terrenas. Era altruista sólo por bondad, sin Cuando frotaba en sus manos un buen puñado
beatitud, practicaba el bien ocultamente, pro- de metal acuñado, acicalábase cuidadosamente,
curando no alcanzar f a m a de hombre bueno, res- hablaba recio, ensayaba grotescas posturas an-
petaba todos los dogmas religiosos, porque en te el espejo y corría por las calles monologando
su aparente ateísmo había un credo en el que se alegremente:
interesaban todas las sectas, creía que morir es —Puedo gastar, luego soy rico, veinticuatro ho-
tan natural como nacer, buscar la muerte sin ras, diez, dos ó una, no importa eso, m a ñ a n a ama-
obedecer á un impulso superior á ella le parecía neceré sin un centavo, pero hoy no soy inferior
ridículo y tonto, esperarla impasible, sin despre- á ningún potentado: iré al baile de máscaras, co
cio ni temor, lo creía soberbio. meré una langosta en la fonda de Recamier ó el
Siendo displicente y áspero (sin trasponer las café de París, luego me dejaré a r r a s t r a r por
fronteras de las buenas formas) le querían bien cualquier coche de alquiler, haciéndome la ilu-
las mujeres, quizá porque su atrevimiento en las sión de que es un regio cupé Dorsay con asiento
lides del corazón estaba siempre en sabia armo- trasero é inmóviles l a c a y o s . . . . aprovecharé mi
nía con el peso de sus bolsillos; poseyendo oro tiempo.
arriesgábase á las más peligrosas empresas, asal- Y aquel desdichado, que vivía de un empleiílo
t a b a con impasibilidad heróica fortalezas inex- de segundo orden, almorzaba en el restaurant
pugnables, y vencía frecuentemente, tratando á más elegante, bebía champagne, j u g a b a , y apa-
recia en una butaca de la ópera con la majestad español y se nos van cargados de libras esterli-
de un secretario de e m b a j a d a .
nas
En aquellas crisis, no e r a extraño que el Pe-
Abundaron bromas ultrajantes, hubo epigra-
dro de G u e v a r a que visteis a y e r repantigado en
mas sangrientos aguzados por la envidia, la dig-
el landó, sonriendo con opulenta estupidez al
nidad del mancebo quedó como no m u r m u r a r a n
lado de una belleza difícil, f u e r a el mismo que
dueñas, y en cuanto á la que le aceptó, era una
en la noche trepaba las empinadas escalerillas
pazguata que ni el manicomio merecía.
que conducen á las galerías del teatro por ho-
Loulie Parkes a m a b a á Pedro de Guevara?
ras, p a r a oír maullar á la Soler, acompañado de
la obrerilla pispireta, ni más ni menos que un He ahí un problema.
hortera de ínfima c a l a ñ a Porque sir John Gordon Parkes, á pesar de
sus narices y de sus bíceps robustecidos en todos
En sociedad e r a muy distinguido. los sports usuales en su poderosa isla, se había
Nunca se manifestó refractario ni entusiasta á casado en Xápoles con una milanesa algo vieja,
la coyunda matrimonial, y cuando algún cama- que en sus mejores días había hecho las delicias
r a d a de las primeras calaveradas le anunciaba y las aventuras donjuanescas del teatro de la
su matrimonio, se contentaba con desearle, con Scala.
la mejor buena fe del mundo, paz octaviana y Fruto de aquel ayuntamiento fué la blonda
numerosa y masculina sucesión. Loulie.
Eso no obstante, el día en que se despidió de Lo cual quiere decir que por sus venas co-
la goma, anunciando en preciosas esquelas su rrían mezcladas, en iguales partes, la sangre la-
enlace con la señorita Loulie Parkes, los viejos tina y la sajona.
compinches se escandalizaron. Nosotros creemos que la solterita a m a b a á su
¿Por qué? adorador, porque sin vacilación alguna, al ser
Simplemente porque Pedro de Guevara, á pe- solicitada, le ofreció su linda mano, suponemos
sar de lo ampuloso de su apellido, e r a pobre, po- también que le quería á su modo, todo lo que es-
bre como un sopista, y su f u t u r a compañera la timarle podría una beldad que en el piano e r a
hija de un millonario, de uno de esos ingleses de una potencia, en la mesa un trapista, en la calle
narices coloradas, guantes amarillos y bastones un figurín y en la vida doméstica una plaga m á s
horribles, que nos llegan á México triturando el terrible que las que al Egipto asolaron.
El joven poseía virtudes de buena cepa, era torcedor sempiterno de las señoritas ricas, c u y a
caballeroso y leal, pero esas prendas, que hubie- principal ocupación consiste en no tener ningu-
sen constituido el ideal de una mujer de talento, na
no fueron ni con mucho el talismán que sedujo á Al obscurecer de un ventoso día d e Febrero,
la heredera. Loulie, recargando sus elegantes brazos en la ba-
Pedro agradó á Loulie porque anudaba la ma- randa del balcón, ensimismábase en una de esas
riposa de su corbata con elegancia incomparable, meditaciones que frecuentemente se acoplan á la
porque había observado ella en su m a n e r a de limitada imaginación de las hembras de su porte.
vestir, u n a originalidad sobria y distinguida, y No veía el astro rubio fundiendo sus postreras
también porque sabía de muchas fuentes verídi- lumbres en un crespón de nubes, que colorándo-
cas que Coblentz le proveía de guantes, que en se en todas las tintas se disolvían en suavísimas
los talleres de Chaveau confeccionaban sus le- esfumaciones sobre el fondo violáceo del espa-
vitones y que muchas mujeres de la vida alegre cio, ni los primeros parpadeos de Aldebarán y el
y de la triste se pirraban por él. Serpentario, ni las hojas del jardín doradas por
Eso es simple y ridículo si se quiere, p e r o . . . . los últimos pincelazos de la luz, ni el espejo en-
á quién echar la culpa de que las más reñidas sangrentado de la fuente ó los pájaros que mur-
batallas de amor las ganen frecuentemente un murando se a c u r r u c a b a n en los nidos.
bigote, una sortija, un sastre y un peluquero,....? Pensaba que la vida aristocrática es chocante
Referimos un caso vulgar. en un país donde la p a l a b r a aristocracia carece
Loulie Parkes merece muy grandes indulgen- de etimología, que algunas veces escasean los
cias porque no es Lucrecia ni Cornelia, ni Arte- placeres y no hay saraos ni campestres carava-
misa, sino una mujer del día que permite á la nas, ni siquiera una hecatombe ferrocarrilera que
moda ensayar en su cuerpo las mayores extra- sirva de pretexto á una fiesta de caridad, en la
vagancias, tiene abono en frontones, hipódromos que á nombre de los desvalidos se pueda reír un
y teatros, caballos ingleses en la cuadra, crisan- poco, exhibiendo el último vestido.
themos en el invernáculo, admiradores en el es- Buscó el diario noticiero, esperando un minu-
trado y una g r a n dosis de fastidio en el alma, el to de distracción, y nada! ni una croniquilla es-
hastío enervante de las ñiflas frivolas, el engen- candalosa velando en las' iniciales nombres co-
drador de la clorosis y los noviazgos insípidos, el nocidos, ni un lance de honor entre hombres que
nunca tuvieron honra, ni una rifia á tiros en la El no dijo nada; buscando un mueble bajo, to-
Maison Dorée ó el Peñón Turf Exchange, nada! mó con las puntas de los dedos las de su redin-
ni siquiera un sátiro que estupre á una niña de got, metiólas entre sus piernas que á la vez cru-
nueve años ó un mamón de veinte meses que ase- zaba de tal modo que descubriesen la media, y
sine á sus p a p á s . . . . modulando la voz como un comediante, habló
Loulie P a r k e s se exasperaba, c e r r a b a los pu- tres palabras de arte, cuatro sílabas de política
ños, poseída de una rabieta muy cómica, y como y unas cuantas interjecciones admirativas de to-
el tirano deseaba que Roma tuviese una sóla ca- ros ó pelotas.
beza p a r a cortarla, ella quisiera que el mundo Loulie Parkes, sugestionada por la discreción
fuera el ramillete prendido á su seno palpitante, de su visitante, ó asaltada por súbito capricho,
ah! entonces lo desmoronaría en los dedos como que eso á punto fijo no lo sabemos, dirigió la plá-
á esas pobres rosas que en su arrebato desho- tica, con habilidad femenina, á un terreno que
jaba. acabó por colocar al joven á sus pies, jurándo-
Entr$ Pedro de G u e v a r a esmirriado, zanca- la amor como uu mentecato.
jeando, bastón de c a ñ a en la cubierta mano, mo- Ese fué el origen de la proyectada unión.
nóculo en el ojo, y pomada hasta chorrear, en El casamiento estuvo fastuoso: celebróse en un
la cabeza prematuramente calva y o r n a d a ya templo elegante y f u é un derrochamiento de lujo,
de argénteas hebras: muy distinguido. un certamen de hermosuras y tocados, una ver-
dadera feria de las v a n i d a d e s . . . .
L a damisela lo consideró un instante: soberbio:
decididamente e r a un tipo: bonitas patillas, la Acabada la ceremonia, los novios, después de
levita irreprochable, espejeante el disco adherida ofrecer una flor de a z a h a r ás us amigos íntimos
á la cuenca de sú izquierda pupila, aplanchada y oír las felicitaciones de ordenanza, subieron
dichosos al c a r r u a j e que esperaba en el atrio de
y bombacho el pantalón, insinuante la sonrisa,
la iglesia.
no tenía remedio, ese caballerito v a l í a más que
Condújolos el vehículo á una estación ferroca-
los otros que ella conocía.
rrilera.
Loulie P a r k e s estaba elegre.
Trasladáronse al instante al Pullman Car.
Y p a r a h a l a g a r á su amigo tradujo una frase
Sonó un pitazo disuelto en c a u d a de humo, y él
muy inglesa:
—Está usted muy Brumrael caballo del siglo echó á correr.
Un tren que se va, parece un p á j a r o que vue- Los esposos escondían bajo el velo de las más
la; huye rápido como zaeta que lanzó el arco de alambicadas ceremonias un odio mutuo ó inten-
hábil tirador, deja en el aire una estela blanque- so, enconado y cruel, cobarde y brutal, artero y
cina a v a n z a mucho, hace gemir las paralelas en- vil, comprendían que al j u n t a r s e hablan cometi-
corvadas destacándose ante el ojo del observador do una equivocación que había de pesarles todo
lo mismo que una g r a n pipa humeante, luego, el tiempo que la vida les durase. Loulie aborre-
empequeñece gradualmente, hasta quedar redu- cía á Pedro porque instintivamente adivinó la
cido á un punto negro y desaparecer en los tra- gran superioridad moral que sobre ella tenía; él,
montanos h o r i z o n t e s . . . . por su parte, la encontraba demasiado rica, re-
Cuando regresaron los desposados nadie los co- conocía que, al casarse, hizo la más sangrienta
nocía. y cóbarde inmolación de su libertad, que la dote
Loulie gastaba un lujo de princesa rusa, suh er- que ella aportó á la sociedad conyugal era un
mosura hubiera causado envidias á las amadria- título, una fuerza, una pragmática de que usaría
das; todos admiraban la ventura de Pedro, ese para imponerle sus antojos, obligándole por la
dichoso que era poseedor legitimo de una mujer violencia á transigir con hábitos que él detes-
admirable, dueño legítimo de qna fortuna fabulo- taba.
sa y p a d r e legítimo de un niño como un queru- ¡Pobre incauto!
bín: decididamente tenía buena fortuna! Al cambiar de vida, al trocar su pobreza ale-
Y sin embargo, la aparente felicidad del ma- gre y su buhardilla de soltero por una riqueza
trimonio era como el telón que discretamente metafísica y unas comodidades burguesas, soñó
ocultaba el escenario donde iba á representar- con las dulzuras del hogar, los amores castos de
se muy pronto u n a tragedia que daría pasto á la la esposa y los besos de los hijos, y tenía un pe-
murmuración social. queñuelo que su mujer no a m a m a n t a b a por mie-
Su ventura e r a sólo una urdimbre de aparien- do de perder la belleza, un niño que enfermaba
cias. en brazos de las niñeras y seguramente mori-
Estaba triste y arrepentido de aquella locura ria, mientras la madre pensaba en futilezas y
que en un instante de ireflexión aherrojó su exis- apasionada del boato y ostentaciones triviales,
tencia á una voluntad robustecida con los dere- derrochaba dinero á manos llenas, abriendo una
chos insolentes del que paga. brecha irreparable al capital!
Apareció muy luego la pobreza, y tras de ella ees embadurnadas de rojo y hocico contraído por
la miseria disimulada de las grandes casas. Pedro un gesto de payaso.
de Guevara, sonreía indefiniblemente ante el nau- Dos meses d e s p u é s . . . .
fragio de los tesoros que había codiciado sin go- Pedro de Guevara apareció muerto en un cuar-
zar jamás, y lloraba con inmensa a m a r g u r a , pen- to de hotel.
sando en su honra escarnecida, su verdadera rui- Tenía el cráneo perforado por un balazo apli-
na, la de los sentimientos y la dignidad, que es cado á la sien izquierda.
mucho más triste y dolorosa que la del dinero ! En sus brazos, rígidos ya, estrechaba convul-
Un pinche de sus cocinas, un alcahuete despre- sivamente al polichinela de jorobas pectorales,
ciable, se lo dijo todo en un momento de embria- narices embadurnadas de rojo y hocico contraído
guez alcohólica: Loulie tenía un amante. por un gesto de p a y a s o . . .
Hubo un proceso de divorcio que divirtió por
espacio de dos semanas á una sociedad ávida de
emociones de índole malsana, los litigantes pro-
movieron por medio de sus apoderados jurídi-
cos innúmeras y chocantes diligencias, y des-
pués de muchos discursos ampulosos y protestas
ridiculas, fallaron los Magistrados del Tribunal
Superior á favor de la adúltera, quedando á su la-
do, en virtud de esa resolución, el fruto único del
atrabiliario matrimonio.
El dolor del esposo fué muy grande.
Se alejó de aquel hogar donde nunca fué feliz,
sin despedirse de su cónyuge ni besar siquiera M M S M M OE «USK» I B *
al hijo á quien con locura a m a b a . tmsDxmmmmpm
Como un recuerdo del pequeño, llevóse consi-
"WFüNSO REYES"
go un juguete que el niño estimaba en mucho: ">•«• W F S W0TF?ESFIEY, WS838
e r a un polichinela con jorobas pectorales, nari
T

ESCRUTINIO.
4r A RUBÉN M . CAMPOS.

María Elena descaperuzó graciosamente su ca-


beza, y alisando las cenicientas volutas del pelo
rubio, con el pie (digno de bailar p a v a n a s en un
salón del r e y Luis al ritmo de los clavicordios)
empujó la p u e r t a que f r a n q u e a b a el aposento de
su prometido.
Vencidas todas las dificultades, r e c a b a d o el
consentimiento paterno, tomados los dichos y con-
feccionado en París todo su avío, no quedaban
ya trabas que pudieran impedirle h a c e r u n a fur-
tiva visita á la estancia de su bien a m a d o En-
rique.
Estudiaba con. interés todo el bello desorden
de aquel cuarto de soltero, veía los objetos allí
amontonados con la intención investigadora de
la mujer que por p r i m e r a vez conoce u n a p a r t e
muy íntima de la existencia de un novio á quien
se ha visto siempre con una aureola extraordina-
ria. Adornaban los tapices, bocetos impresionis-
tas, máscaras del Japón, a r m a s antiguas y lorigas
de la edad guerrera. Las revistas literarias y los Levantó con resolución la tapa, y cuando aún
libros nuevos yacían abandonados sobre los coji- no estaba completamente repuesta del remordi-
nes de la sillería, y sobre una g r a n piel de oso po- miento que esa violación causaba á su concien-
lar extendida junto á un estante giratorio, don- cia de señorita cristiana y bien educada, se encon-
de asomaba sus lomos de colores una moderna li- tró frente á un montón de papeles de colores y
brería, dormitaba con indolencia, un gato blanco. olores diversos, cosas viejas, cintajos, mechones
Sobre la c a r p e t a china, que como manto exótico de cabello, desde el rubio mortecino de la inglesa
cubría una pequeña mesa de trabajo, reposaba, hasta el negro azulado de la lujuriosa criolla:
abierto al acaso, un volumen de Gabriel d'Anun- aquello e r a el archivo de los amores y a idos, la
zio, al que servia de atril un busto de Palas mo- cripta depositaría de las momias de mil ideales
delado en bronce. difuntos, la historia palpitante de ese joven dis-
Flotaba en el aire, acre, penetrante, un tufillo tinguido á quien ella idolatraba sólo por su f a m a
á hombre que inflamaba sensualmente las fosas de audaz y afortunado: tenia delante el libro bio-
de la naricilla de la intrusa. gráfico de una vida gastada con aturdimiento en
María Elena tenía miedo, la e m b a r g a b a un te- las bacanalas más monstruosas, iba á conocer
mor muy parecido al que debieron sentir las sa- hasta en sus detalles más baladíes la novela de
binas en los fornidos brazos de sus robadores. las desgraciadas que ocuparon el tiempo de un
Estaba sola, ahí, en la casa del que muy pron- relámpago aquel corazón tan versátil.
to sería su amo, podía registrar los muebles é in- Ya desató un legajo y contempla burlona el
miscuirse audazmente en todos los secretos de cerúleo listoncillo que en moño muy gracioso ató
aquel c a l a v e r a que la había enamorado con sus las cartas. . . . cayó un r e t r a t o . . . . qué r i s a . . . .
extravagancias • una colegiala del Sagrado Corazón es m u y
De repente fijáronse sus pupilas en una llave fea . . . tiene ojos de r a t a moribunda y trenzas
cita introducida en la minúscula c e r r a d u r a de de cáñamo cardado. ¡Cuantas soserías! Fué ese
elegante a r q u e t a laboreada con incrustaciones amorío un ensueño virginal, etéreo y con senti-
de concha y pastorales estilo W a t t e a u . mentalismos empapados en poesía lamartiniana,
Instintivamente sus fuselados dedos acaricia- el primer despertamiento genésico en los tempe-
ban aquel llavín que podía descubrir las intimi- ramentos sensitivos de una p a r e j a adolescente,
dades del que iba á poseerla p a r a siempre. perfumado con bucólicas arcaicas el último
plieguecillo está garrapateado incoherentemeíite, sin orgullo femenil, con humildad de siervas,
las l e t r a s borradas lágrimas román- arrollándolo todo, indiferentes ante preocupacio-
tica! nes y escrúpulos de costumbres, a j e n a s á pudores
¡Basta de niñerías, otra novia! y principios de recato. Las vehementísimas epís-
Es un rico medallón de oro con cristal de roca; tolas de la inflamable cuitada, hablaban hasta el
creyérase t r a b a j a d o por David, tan bella así es fastidio de amor mal correspondido, infidelida-
su manufactura; el artista pintó una soñadora de des y honra escarnecida, había desbordamientos
veinte años, muy linda, con grandes ojos de his- de una sensibilidad muy cómica, súplicas ver-
térica, negros é inmensos como las pesadumbres gonzosas, amenazas estrafalarias, elogios injus-
de Luzbel: aquello e r a serio; el estilo de la ena tificados, y en los papeles de ruptura, todas las
morada hacía suponer un temperamento impe- injurias de una despechada de cuarenta y cinco
tuoso y decidido, j u r a b a como en las novelas de años....
folletín, y con fiera rebelión, acusaba á sus pa- La otra era una cirquera: escribía en patois
dres, á los viejos testarudos é insensatos que la de volatineros, rasguñaba pliegos y cartulinas
hacían desgraciada oponiéndose contra viento y ocupándose de orgías, hacia cinico alarde de sus
marea. ¡No tenían corazón! En las postreras pá- más inmundas desvergüenzas, defendía á sus
ginas suplicaba, quejábase de los desdenes de su amigos con calor, y protestando ser una señora
Enrique, imploraba perdón por una falta de la muy fina, pedía dinero, dinero. . . . siempre di-
que ella no e r a responsable, y casi borrosa, es- nero!
t a m p a b a una expresión sublime: le ayudaría á
María Elena, que se había puesto de mal hu-
trabajar.
mor, no acabó de leer esa correspondencia por-
Cuando María Elena llegó á la tercera olvida- que había pasajes de una crudeza ruborizante.
da, desahogó la violenta cólera que sentía en Después de la saltimbanqui, una mundana.
una explosión de risa: el bucle de cabellos que La joven busca afanosa el retrato.
a c o m p a ñ a b a á la consabida fotografía tenía mu- ¡Cuánta abominación!
chas hebras de lino. ¡Una vieja! E r a una de esas Es posible que llege á tan increíbles extremos
pasiones ridiculas ó insensatas de las mujeres la impudicia?
que mirando correr al galope la juventud ó la ¡Una mujer d e s n u d a . . . . completamente des-
hermosura, se entregan al primero que a t r a p a n , nuda!
¡Muy hermosa; soberbios muslos, senos firmes, blemente.su venenoso aguijón en el hymen d é l a
ancas atrevidas, cuello venusino, pies diminutos, flor que lividece y muere.
perfil s e r e n o . . . . opulenta cabellera! ¡Seguía el escrutinio!
¡Un montón de bagatelas: ligas, guantes, pa- Las hojas que agitaba el aire en la diestra de
ñuelos, órdenes de embargo, papeletas de pres- la novia, estaban escritas con letra varonil, eran
tamista y facturas de comerciantes: el placer vagas y no precisaban fechas, referian á discre-
c a r n a l comprado con la r u i n a . . . . billetes escri- tos rasgos una aventura terrible. El amigo leal,
tos por las cuatro carillas qué dirán? un pobre hombre, incapaz de ser valiente, con-
¡Ab, no, no los leería, su curiosidad se acobar- vertido en la victima expiatoria de una gran vi-
daba ante el cinismo de aquellas pornografías. . . . leza: una virgen de alma pura que se pierde, el
se q u i s i e r o n ? . . . .¡Imposible!. . . .el amor es una olvido de todos los deberes en uno de esos supre-
radiación de luz, el vicio un a n t r o . . . . un bes- mos ¡listantes en que se a b a t e el ánimo de la per-
tiario! seguida en lucha incesante; luego, el arrepen-
¡Aborrecible criatura! timiento tardío, lágrimas amargas, padecimien-
Había más, una gazmoña! tos c r u e l e s . . . . las puertas de la cárcel que se
Timideces de fanática, escrúpulos é inexplica- abren . . . . una t u m b a qne se cierra!
bles vacilaciones, abandonos voluptuosos en las Aunque la intrusa tenía miedo, propúsose lle-
capillas, coloquios junto al altar, manos que se gar hasta el fin, a r m a d a de una resolución que
enlazan torturándose con las cuentas de un ro- tenía algo de feroz.
sario, el diablo abrazado á la c r u z . . . . Desdobló otro paquete.
Todo un idilio romántico, con fiebres de lujuria Era el cuento vulgar que hace la cotidiana
mística, palpitando en las pavorosas naves, la croniquilla en los periódicos que viven del escán-
creyente conturbada en su fé por el fantasma dalo: una obrera amando á un señorito: la victi-
del seductor, y por fin, Satanás oficiando en la ma indefensa que sucumbe, asechanzas del vicio
misa de unas bodas negras, la hipocresía social por todas partes, un hijo espurio, y el mal, col-
ensayando con la rispida fanfarria de sus bur- gando un ensangrentado trofeo en la panoplia
las el trágico epitalamio de la caída; luego, el ol- de sus glorias: el infanticidio, (esa venganza de
vido, el cansancio del libador de amores produ- las parias contra una preocupación que conculca
ciendo ese inmortal hastío que c l a v a r á perdura- los derechos naturales) y como epilogo, el espec-
táculó de una decepcionada que se revuelca con joven, llegado el día de sus esponsales y en ple-
furor de víbora en las más infectas letrinas. na ceremonia nupcial, se negó rotundamente á
La joven, a r r e b a t a d a por verdadero furor, si- aceptar por esposo y compañero al c a l a v e r a , cau-
guió leyendo. sando su negativa el escándalo consiguiente y la
¡Había llegado al capitulo de las tragedias! ruidosa indignación de aquellas personas á quie-
U n a mujer de moda, el marido burlado, entre- nes interesaba el celebramiento y remate de la
vistas en una casa de f a m a denigrante, un recién boda.
nacido de paternidad disputada, la maledicencia
voceando con sus cínicas trompas las vergüen-
zas de una familia basta entonces respetada,
anécdotas ridiculas, riñas, intrigas de culpables,
una imprevista sorpresa, el amante fugándose
por el balcón como casi todos los ladrones de
honras, la espada de Astrea que escarba el es-
tercolero, buscando constancias p a r a sobreseer
en un proceso de adulterio, después el delito so-
cial, un lance y un c a d á v e r sobre el mármol san-
guinolento del anfiteatro: el del marido.
María Elena retrocedió horrorizada ante las
infamias consignadas en aquel catálogo galante
que por sus concupiscencias e r a digno de los co-
mentos de un Brantome.
Sin poder analizar con precisión las causas,
sentia un inmensa piedad hacia la g r a n legión
de mujeres infamadas é irredentes en cuyos co-
razones parece que se han coagulado, converti-
das en dolor, todas las maldiciones que pesan so-
bre el llamado sexo h e r m o s o . . . . !
Esa y no otra fué la causa por que la sensible
¿ n o m o ter^y

D o s CARTAS.

A FRANCISCO M . DE OLAGUIBRI..

Querida Adela:
Llegué, por fin, á esta metrópoli, que en el re-
tirado cortijo imagi dábamos sería una ciudad en-
cantadora.
Lamentable desencanto!
Calles sucias, casucas enmohecidas, vetustas
barriadas, todas las iglesias construidas en la
época virreinal elevando á lo azul sus cruces,
parques que exhiben una c u l t u r a infantil, pocas
diversiones, mujeres bonitas y feas, lujo chillón,
y sobre todo, apariencias, apariencias, aparien-
cias!
Un capricho del físico, el tierno amor de mi
padre, ese honrado palurdo enriquecido en las
faenas rurales, el insaciable deseo do ostentar l a
riqueza que consume á mi querida m a m á , y mi
clorosis, mi enfermedad amarilla, fueron los ele-
mentos que, robusteciéndose día á día, a c a b a r o n
por empaquetarnos como sacos de b a g a j e en el
compartimiento de un tren Pullman, la cual má- tal de mi balcón, sobre el buró la tacita china
quina, después de estropear nuestros cuerpos bo- que humea haciendo valsar las diablerías del t é
nitamente, acabó por arrojarlos á la ciudad co- azul. . . . !
mo cualquiera c a r g a inútil. La fiebre empieza!
Principiaron muy luego las exigencias de la Me embriaga de néctar, envuelve en una nube
vida culta. de luminosas partículas mis confusos pensamien-
Visitar á la modista, oír malas óperas aunque tos y con sus dedos pálidos me ofrece la copa del
se desmaye u n a de sueño ó sienta en los palcos rey T u l é . . . . Los endriagos del biombo se mue-
mal ventilados, que las neumonías le persiguen ven, abren sus dentadas bocazas de caimán, aba-
azuzadas por la muerte, relacionarse lo más ín- nicando las aletas de pescado, los ibis plateados,
timamente posible con la a p a r a t o s a aristocracia bostezan, agitan las alas extendidas y vuelan en
del dinero, que es como soportar en pleno rostro bandada, dibujando pesadillas japonesas sobre
las coces del asno de o r o . . . . ! Las carreras, ba- el fondo sedeño donde los bordó la manecita ic-
jo un cielo tórrido, el ciclismo, el esport británi- térica de alguna mu$me con oblicuos ojuelos y
co, la kermese ó la corrida de toros á beneficio enanos p i e c e c i l l o s . . . .
de algún hospital ó casa de asilo, porque, según
¡Todo, adquiriendo e x t r a ñ a vida entre las azu-
es costumbre y uso, p a r a que los ricos nos apia-
ladas nébulas de un vapor etéreo y odorífero co-
demos de los pobres, es necesario, antes, diver-
mo humo de terebinto cribado á través de ingrá-
tirnos un poquito á su c o s t a . . . . !
vido c e n d a l . . . . !
Aturdirse mucho, ahorcar los hábitos sencillos ¡Despierto horror! he ocultado el ter-
del pueblo por los histriónicos melindres del buen mómetro entre las sábanas y la columna mercu-
tono, alambicar el idioma de allende las monta- rial marca una cifra que m e a t e r r a .
ñas, p a r a confeccionar, aquende, en el salón, un Sacuden mi cuerpo nerviosas convulsiones, me
chiste sin chiste que celebre, arqueando su espi- siento cobarde y un terror pánico se apodera de
nazo, un majadero; imitar los híbridos gustos de mi ánimo, obligándome á g r i t a r . . . .
estas mexicanitas murmuradoras, aprender todo Llega el galeno, formula lacónicas preguntas,
un centenar de palabras exóticas, sólo porque subleva mi pudor con sus groseras auscultacio-
están en moda, y después, calentura, habitación nes, escribe cuatro líneas en latín bárbaro, y ha-
abrigada, el c a t a r r o a r a ñ a n d o impaciente el cris- ciendo serviles c a r a v a n a s se l a r g a á su c a s a . . . !
136 137

Después, dieta, reposo absoluto, persianillas montando la muralla montuosa que columbro en
entornadas, obediencia pasiva, y tisanas, y pil- los amaneceres, está un jardincito do florean en
doras, y caldos desabridos, y mil y mil prescrip- Octubre los naranjos, un perro cariñoso, un abue-
ciones inquisitoriales. lito que sabe muchos cuentos, y dos millas más
Yo creo que la dicha, si existe, estará en el al norte, atravesando el bosquecillo de magno-
lugar donde no h a y a médicos; críspanseme los lias, salvando los setos de dos ó tres plantacio-
nervios al pensar que desde pequeñuela los he nes, en una parcela donde hay mucho bienestar
visto á mi cabecera, mudos, feos como vestiglos, y muchas v a c a s . . . . mi n o v i o ! . . . . un hermoso
lívidos, ceremoniosos, vestidos de negro, animan- mocetón, con musculaturas de Hércules Farne-
do sus torvas fisonomías una sonrisita de verdu- sio, un muchacliote fuerte, sencillo, bravo y no-
go, ordenando impasibles las maniobras de un ble como un león, que me adora con fanatismo,
regimiento de redomas con venenos y membre- y no politiquea, ni se agorzoma en huelgas, ni se
tes de farmacia. le da un ardite que el progreso a v a n c e ó que re-
viente el m u n d o . . . . el globulillo!
Son los ugieres de la tumba; su palabra, antó-
jáseme el a n a t e n a de una esfinge ensangrentada, Adela, hermana mía, yo siento la nostalgia
en las a r r u g a s de la frente llevan grabado el je- del terruño, mi corazón se encoge, se a c a l a m b r a
roglifico indescifrable del extramundo, imagino y muere, es extranjero en la ciudad, me daña el
que serán secuaces de los trasgos y las brujas, aire fétido que se respira a q u í . . . . Necesito unir-
que vivirán en lóbregas cavernas alumbrados me de nuevo á los míos, emborracharme de sol,
por carbunclos, fabricando filtros y encantadas de flores, de cielo y de amor, en esas noches de
panaceas p a r a lastimar las llagas del cuerpo con mi pueblo, pálidas, místicas, cuando la luna pa-
el cauterio del dolor material, como si las almas rece una hostia perdida en el palio fúnebre del
al hacer su fatal connubio con la carne no apor- infinito, y el viento suena á plegaria, y las coro-
t a r a n á esa sociedad de bancarrotas una porción las exhalan perfumes de incienso. . . .
incalculable de a m a r g u r a s . . . . No paedo, no, no logro olvidar tus confidencias
Llevo ocho días de encierro, taciturna, aisla- en el banco musgoso de la ermita, ni á Pablo, ni
da de la agitación exterior, contemplando tras á Juan, nuestros zagales en aquel idilio pastoril,
los visillos la puesta del sol en las parduscas nu- que trepaban á los fresnos arrancando nidos de
blazones, pensando, en que allá, muy lejos, tra- gorriones ó bajaban á las cimas de las tórrente-
lo
r a s p a r a obsequiarnos después el ramillete de rimento la necesidad de algún consuelo, siquier
enfermizas trinitarias. sea el ganado por la compasión.
Recuerdo al señor cura, con sus caireles de la- Segura estoy de que al saber cuán a m a r g a h a
n a cardada, y el rostro, beatífico, arzobispal, á sido la expiación de mi delito, lo disculparás,
lo Rossini, tocando su stradivarius con ferocidad apiadándote después de mi.
de energúmeno, allá, en el salón desmantelado, ¡Qué q u i e r e s ! . . . . somos muy cobardes las mu-
donde c a b e c e a b a mi padre con la Biblia entre las jeres, la frivolidad y la ingratitud son las cau-
piernas, rehilaba su ronquido el gato negro y no- sas que primordialmente integran nuestra mane-
sotras reíamos á hurtadillas aprovechando las ra de ser, he sido débil, y he sucumbido, como
pausas de semifusa del desventurado filarmónico. una, como muchas. . . . como t o d a s ! . . . . Arrasa-
Y todo lo h a cambiado un viaje en ferrocarril! ron mi sér las llamaradas de ardorosa hoguera,
Veinte horas! llegó con r a c h a s de tormenta un desastre de
Malditas locomotoras! ideales, y hoy, sobre las cenizas de aquella ex-
Dile á Pablo, que su imagen es como una lu- tinta lumbre, subsiste sólo la memoria de mi en-
minosa epifanía que esplende en mis vigilias, sueño, identificada en un remordimiento que tie-
magnífica y serena, que su recuerdo perfuma mi ne horribilidades e s p a n t o s a s . . . . ¡Cuántos días
alma y la ennoblece, que le rezo mucho á la San- bellos huyeron apagando en su crepúsculo una
ta Virgen, rogándole en mis oraciones, que me claridad del alma, un cariño tierno, una ilusión
ame siempre y sea muy bueno, que lo quiero tan- sencilla y exenta de i m p u r e z a s . . . . !
to, tanto, tanto, como el día en que sin saberlo Confieso mis culpas: he sido mala y perjura,
nos besamos. hundí en la desesperación á Pablo y entregué mi
cuerpo y mi destino á un hombre m a l o . . . .
Carlota. Pero el castigo h a sido cruel! •
Tras la jubilosa ceremonia de mis bodas siguió
una noche de abandono, una velada de la ena-
morada de vestido blanco que a g u a r d a temblo-
Adela mia. rosa al gallardo p r o m e t i d o . . . .
Te escribo, avergonzada y deseosa de aplacar Las horas nupciales transcurrieron en vela,
tu enojo, porque en mis acerbas aflicciones expe- cayendo en la clépsidra del tiempo, sin llevarse
una palabra tierna, el estremecimiento de una
—Si, si p u e d o ! . . . .
caricia ó el rubor de un beso de dos novios que
Quería verme librada de su presencia.
están s o l o s . . . .
Dióme una pluma mojada en tinta, y con mis
Luego....
dedos trémulos estampé en el papel timbrado
¡La aurora: chorros de sol tamizándose en pol-
un garabatito que robaba á mi Mauricia su for-
villo de topacio por las cortinas holandesas del
tuna
balcón, las golondrinas comadreando en los alam-
Después, las alhajas, luego los muebles, por
bres del teléfono, y por el hemisferio celeste es
último, abandonar la casa invadida por los acree-
maltado en lapislázuli, flotando albeantes y mul-
dores y vegetar en infecto tugurio como unos mi-
tiformes nubes, jirones de la túnica de Urania que
serables.
el viento d e s g a r r a b a . . . .
Este Arsenio, tiene todos los vicios sin ningu-
¡Las s i e t e . . . . llegó mi m a r i d o ! . . . . dejóse caer
no de sus refinamientos.
en un diván! habló balbuceando! be
Esa palidez amarfilada de su rostro, que tanto
s o s ! . . . . abrazos! . . . . c a r i c i a s ! . . . . creí que iba
me enamoró, es la agobiante fatiga de las crá-
á pedirme p e r d ó n ! . . . . pero no! habló de la
pulas y los desvelos; la aureola violácea que her-
dote! mosea sus pupilas, es el insomnio causado por el
Pasados diez meses representóse en mi hogar remordimiento de mi abandono; la sonrisa escép-
una escena semejante: creí morirme, y en mi ago- tica que de tan interesante modo a r r u g a las co-
nía sentía un indecible placer: mi hijita nació ru- misuras de sus desdeñosos labios, es el despecho
bia, con mis cabellos de fuego que tantos madri- del jugador sin fortuna. . . . !
gales suyos c o n q u i s t a r o n . . . . lo esperaba impa
cíente, y á la madrugada, muy tarde ya, entró Arrastra una existencia estúpida y funambu-
de puntillas á mi alcoba, acercóse al lecho, besó lesca; he sorprendido en los bolsillos de sus ro-
con frialdad á la recién nacida, y sobando mis pas, pliegos de acre perfume, garrapateados, de
manos con las suyas temblorosas, preguntóme: mala ortografía, con ese estilo agrio é incul-
to de las mujeres perdidas; he visto retratos, y
—Puedes íirniar? facturas de un diamantista, y programas de or-
¡Oh, mi Dios por qué no quedé yo muerta giásticos b a n q u e t e s . . . . !
en ese instante?. ....
Soy muy desgraciada. . . . !
—Puedes firmar?.
Mi niña está muy pálida, enflaquece y sus ojos
v a n adquiriendo una opacidad de vidrio empa-
ñado que me h a c e temblar porque pienso que su
vida se a c a b a lentamente.
• H a b l a el doctor de una vieja y fatal enferme-
dad, de herencias y atavismos que su ciencia no
puede combatir, y receta cosas muy r a r a s . . . .
muy rara»!
Adiós, querida Adela, no te escribo m á s por- LA MUERTA.
que el llanto me lo i m p i d e . . . .
A BERNARDO COURO CASTILLO.
No me hables de Pablo, ni á él le mientes mi
nombre . . . . perdóname tú, y quiéreme mucho,
porque a h o r a más que n u n c a rae h a c e falta tu El hijo del sepulturero había vegetado siem
c a r i n o . . . . creo que si ese afecto, donde quiero pre entre fosas y ataúdes.
refugiarme, me fuese i n f i e l . . . . morirla! Cuando niño, a c o s t u m b r a b a j u g a r con los crá-
neos de los muertos q u e desenterraban las hienas,
Carlota. y eran después devorados por los canes ham-
brientos y los p á j a r o s de r a p i ñ a .
Nunca había oído m á s música que el susurrar
de Jas cordilleras, el bramido de las olas que
rompían sus flancos en las rocas del litoral, el
grito de los buhos que en las noches de invierno
bordoneaban fúnebres melopeas en las huesas
de los pescadores á quienes el m a r no había en-
gullido, y el gemir de los cipreses cuyos troncos
crujían al erguirse, resistiendo el e m p u j e del ai-
re que continuamente embestía el árido montí-
culo donde estaba ubicado el camposanto.
Santiago h a b í a llegado á la edad en que el
muchacho se va á convertir en hombre.
v a n adquiriendo una opacidad de vidrio empa-
ñado que me h a c e temblar porque pienso que su
vida se a c a b a lentamente.
• H a b l a el doctor de una vieja y fatal enferme-
dad, de herencias y atavismos que su ciencia no
puede combatir, y receta cosas muy r a r a s . . . .
muy rara»!
Adiós, querida Adela, no te escribo m á s por- LA MUERTA.
que el llanto me lo i m p i d e . . . .
A BERNARDO C o u r o CASTILLO.
No me hables de Pablo, ni á él le mientes mi
nombre . . . . perdóname tú, y quiéreme mucho,
porque a h o r a más que n u n c a rae h a c e falta tu El hijo del sepulturero había vegetado siem
c a r i n o . . . . creo que si ese afecto, donde quiero pre entre fosas y ataúdes.
refugiarme, me fuese i n f i e l . . . . morirla! Cuando niño, a c o s t u m b r a b a j u g a r con los crá-
neos de los muertos q u e desenterraban las hienas,
Carlota. y eran después devorados por los canes ham-
brientos y los p á j a r o s de r a p i ñ a .
Nunca había oído m á s música que el susurrar
de Jas cordilleras, el bramido de las olas que
rompían sus flancos en las rocas del litoral, el
grito de los buhos que en las noches de invierno
bordoneaban fúnebres melopeas en las huesas
de los pescadores á quienes el m a r no había en-
gullido, y el gemir de los cipreses cuyos troncos
crujían al erguirse, resistiendo el e m p u j e del ai-
re que continuamente embestía el árido montí-
culo donde estaba ubicado el camposanto.
Santiago h a b í a llegado á la edad en que el
muchacho se va á convertir en hombre.
El vástago del camposantero, el amiguito de Cuatro hombres llevaban en hombros un lujo-
la muerte, se bacía grande, crecía malvado y so féretro.
cruel como un cuervecíllo, crecía dañino y fiero Precedía á la comitiva un joven cuya inquie-
como un buitre empollado en una nidada de ví- tud denunciaba extraordinaria irritación ner-
boras viosa.
Era vigoroso y fuerte como un atrida. Cumplidos los trámites del caso, fué conduci-
Debido á que su cultura moral y su educación do el ataúd á un lugar muy a p a r t a d o de la ne-
intelectual eran completamente nulas, sus" instin- crópolis.
tos, entorpecidos hasta el embrutecimiento, lo ha- Santiago y su padre comenzaron á c a v a r l a
cían digno de habitar entre trogloditas. fosa.
N a d a b a como un tritón y se batía con los ce- Los que habían llevado el cajón observaban
táceos, reñía con los lobos, robaba á las águilas silenciosos é indiferentes el rudo t r a b a j o de los
sus nidos y trepaba á los más ásperos pedrega- enterradores, y los demás individuos de la comi-
les como si fuese un cabro montaraz tiva, doblegadas las testas, b a j a la vista y tar-
Todos aquellos que han tenido que ver mucho dos los movimientos, parecían espectros g a l v a
con las cosas serias acaban por perderles el res- nizados por arte de magia.
peto casi supersticioso que inspiran á los demás. Cuando, jadeantes, los enterradores terminaron
El sepulturero, habituado á la horrible faena su obra de excavación, aproximáronse á la c a j a
de enterrar, llega á ser indiferente á las lamen- para levantarla, sin respeto alguno y con el ex-
taciones de los huérfanos y á las lágrimas de las clusivo ánimo de abreviar ceremonias.
viudas. Entonces, el joven inquieto, el que habia pre
Aquella tarde no había cesado de llover... cedido á la doliente tropa, se adelantó hacia ellos,
El cielo arrojaba á la tierra lloviznas vellu- impidiendo con un ademán la maniobra.
das que barrían el polvo y las hojas otoñales, —Un m o m e n t o . . . . quiero v e r l a . . . . !
dejando limpias y abrillantadas las lápidas de Y su pañuelo, un lienzo al que podrían expri-
los sepulcros. mirse las lágrimas, obediente al movimiento de
L a r e j a del panteón gimió en sus goznes, y la mano, fué á cubrir sus ojos p a r a humedecer-
una doliente c a r a v a n a franqueó el vestíbulo que se más.
conducía á la ciudad muerta. Santiago, clavando la gastada hoja de la aza-
da en el montón de tierra que habia extraído del venfcud exhaló en ese terrible momento un grito
suelo, contemplaba impasible á los circunstantes. de alarma, grito que sensibilizó sus nervios has-
De improviso, separóse el desconocido de los ta dejarlos como el cordaje de un violín, grito
brazos que le estrechaban y ordenó con el im- que le produjo algo semejante á una apocalipsis
perio del que á m a n d a r está habituado: espiritual, grito que increpó severamente á su
—Abrid p r o n t o . . . . yo lo quiero! virginidad tardía, levantando, como roja llama-
Un viejo, un viejecillo de cerúleas gafas y dien- rada, la eclosión de sus sentidos.
tes orificados, desabrochó parsimoniosamente su Sus ojos vislumbraron, momentáneamente, las
redingote y extrajo luego del bolsillo del chaleco más épicas teorías de la lujuria, de esa lujuria
de terciopelo una llave pequefiita, la cual, en- cruda ó insana que desde aquel día le iba á obse-
corvándose, introdujo en la c e r r a d u r a á que per- sionar, agitando sus alas de c a n t á r i d a . . . .
tenecía. El verbo de su ideal, de ese ensueño presenti-
Cualquiera levantó lentamente la t a p a del do torpemente, se había hecho carne al fin, pero
cajón. carne de la sepultura, carne corrompida, carne
Un muerto provoca curiosidades siniestras; hecha p a r a h a r t a r á los g u s a n o s . . . . p a r a abo-
una muerta, centuplica esas mismas curiosida- nar el humus!
des, aumentándolas con los malos pensamientos El más anciano de los dolientes, el viejecijlo
que zumban siempre en torno de las perversida- de gafas azules y dientes orificados, dirigióse al
des que brotan de lo que puede ocultar alguna padre de Santiago:
profanación. —Cuándo a c a b a s . . . . imbécil!
La luz h u r a ñ a del satélite alumbró fantástica- Las selváticas pupilas del enterrador chispea-
mente el cuerpo de la difunta, un cuerpo joven ron. Propinó á su hijo unas cuantas patadas, y
y de técnica esculturación, un cuerpo nítido con ágil mano se sirvió del azadón para echar
como el pecho del cisne de Leda, un cuerpo frío, paladas sobre el fastuoso féretro.
un cuerpo que al ser contemplado hacía enca- La tierra caía acompasadamente, producien-
britarse á todas las concupiscencias, y al ser to- do un ruido seco y fastidioso.
cado las helaba t o d a s . . . . La noche se hizo. Los cuerpos humanos se con-
Santiago tuvo la revelación de sus virilidades, vertían en bultos informes, los pinos metamorfo-
adquirió la conciencia del vigor genésico, su ju- seábanse en espectros, los rumores nocturnos se
volvían quejidos, las cruces abrian sus brazos yas una de sus manos, llevándola con religiosa
desesperadamente, y los mármoles de las sepul- unción á los resecos labios.
turas imitaban muy bien los lechos de un hos- Entretanto, el otro se adjudicaba las alhajas,
pital. y no sintiendo, á pesar de ese hurto, saciada su
Cuando el cortejo se hubo marchado, el viejo codicia, la desnudaba, llevándose también las
sepulturero, rascándose la cerdosa b a r b a , dijo á vestiduras.
su hijo con chillona vocecilla: —Yo me escapo, échala tú al hoyo y lo
—Más tarde vendremos. tapas bien.
—Sí. El muchacho se encontró ante esa desnudez
—Viste esos d i a m a n t e s . . . . ? formidable.
L a vía láctea se tendió en el vientre del cielo Era admirablemente hermosa la mujer: su car-
como una f r a n j a de inconsútil niebla: Marte bri- ne tenía turgencias fiximias, en el grano de su
lló lo mismo que un pequefiito rubí; Aldebarán y piel, de blancura gé ida y viscosa ya, había sua-
Venus se cambiaron miradas de amor; Sirio cla- vidades de raso, su- cabellos rubios y desordena-
vó su penetrante pupila en la negrura intensa del dos se bifurcaron en mechones que imitaban lin-
espacio, y Capella, igual á un diamante azul, ful- gotes de oro.
guró trémulamente.
Un buho que instalado entre las r a m a s de un
Los dos hombres caminaban rumbo á la re- ciprés, contemplaba el crimen con sus ojos ávi-
ciente huesa. Creeríaseles dos espectros, dos som- dos, protestó chillando, como si le estrangulasen:
bras de sombras, dos l a r v a s . . . . a v a n z a b a n con pero Santiago y a no oía, había levantado el iner-
paso de ladrones, alerta la oreja, visionarios los te cuerpo p a r a colocarlo sobre el ónix de una
ojos, palpitante el corazón, cauteloso el movi- tumba, y después, allí en ese tálamo negro y ho-
miento de las piernas, y las manos extendidas, rrendo, lo violaba!
como si pugnasen por tentar el viento.
Fenecido el espasmo, se incorporó el misera
Llegaron sin contratiempo. Cuando el cajón
ble, contemplando arrobado á su insensible víc-
estuvo en la maleza y con un escoplo rompió el
tima. . . .
a v a r o la artística tapa, en el instante en que la
muerta apareció con siniestra majestad á la vis- En ese momento, un hombre saltaba sobre las
ta de los profanadores, Santiago tomó con las su- tapias del panteón, y al llegar á la fosa de nue-
vo abierta, se encontraba c a r a á c a r a con el ma-
toide.
E r a el joven misterioso, el que habia manda-
do abrir el féretro.
U n a m i r a d a le bastó p a r a adivinar lo sucedi-
do en aquel lugar.
Instintivamente comprendió Santiago su obli-
gación. D o s PASIONES TRÁGICAS.
Después de introducir la diestra en sus andra-
jos, la sacó a r m a d a de un puñal, y con un ade- A AMADO ÑERVO.

m á n retó á su enemigo
Los dos pelearon con b r a v u r a Pedisteis, queridos amigos, u n a noveliUa obje
Asegurado el enterrador de haber quitado la tiva y e n t e r a m e n t e impersonal, de aquellas en
vida á su rival, a r r a s t r ó sus despojos mortales que el autor no e n c a j a el escalpelo del análisis
h a s t a el agujero vacio, y echó tierra: después, en su propio corazón, que son por los demás vi-
vidas, y el observador las copia p a r a disipar el
llevando á cuestas á la m u j e r , se alejó lentamen-
hastio de unos cuantos fastidiados cual vosotros.
te de allí: eso f u é todo.
Yo traigo algo mejor que la historieta; traigo
un caso de amores, una a v e n t u r a juvenil que
naufragó en humeante coágulo de sangre, l a no-
vela de cuatro seres que teniendo derecho á es-
perar la dicha fueron terriblemente desgraciados.
En el d r a m a que á su pesar representaron
mis personajes, flota el mal sobre la atmósfera
de sus pasiones combustionadas, sobrenada so-
bre los sedimentos de la inmoralidad, a l e t e a co-
mo p á j a r o siniestro, exhalando rispidos graznidos,
y devora las e n t r a ñ a s de sus inconscientes victi-
mas, gangrenándolas con los venenos del odio.
vo abierta, se encontraba c a r a á c a r a con el ma-
toide.
E r a el joven misterioso, el que habia manda-
do abrir el féretro.
U n a m i r a d a le bastó p a r a adivinar lo sucedi-
do en aquel lugar.
Instintivamente comprendió Santiago su obli-
gación. D o s PASIONES TRÁGICAS.
Después de introducir la diestra en sus andra-
jos, la sacó a r m a d a de un puñal, y con un ade- A AMADO ÑERVO.

m á n retó á su enemigo
Los dos pelearon con b r a v u r a Pedisteis, queridos amigos, u n a noveliUa obje
Asegurado el enterrador de haber quitado la tiva y e n t e r a m e n t e impersonal, de aquellas en
vida á su rival, a r r a s t r ó sus despojos mortales que el autor no e n c a j a el escalpelo del análisis
h a s t a el agujero vacio, y echó tierra: después, en su propio corazón, que son por los demás vi-
vidas, y el observador las copia p a r a disipar el
llevando á cuestas á la m u j e r , se alejó lentamen-
hastio de unos cuantos fastidiados cual vosotros.
te de allí: eso f u é todo.
Yo traigo algo mejor que la historieta; traigo
un caso de amores, una a v e n t u r a juvenil que
naufragó en humeante coágulo de sangre, l a no-
vela de cuatro seres que teniendo derecho á es-
perar la dicha fueron terriblemente desgraciados.
En el d r a m a que á su pesar representaron
mis personajes, flota el mal sobre la atmósfera
de sus pasiones combustionadas, sobrenada so-
bre los sedimentos de la inmoralidad, a l e t e a co-
mo p á j a r o siniestro, exhalando rispidos graznidos,
y devora las e n t r a ñ a s de sus inconscientes vícti-
mas, gangrenándolas con los venenos del odio.
Y no es que ellos fuesen capaces de albergar sus modales correctos y casi estudiados, se veía
en su pecho algún instinto infame. al hombre seguro de sí mismo, al que ha subor-
Muy al contrario. dinado los ímpetus del corazón á los fueros de la
E r a n buenos, poseian sentimientos nobles y se inteligencia, aun á costa de sacrificios sobrehu-
a m a b a n tiernamente; pero su imprevisión ó su manos: había extraña regularidad en sus faccio-
m a l a estrella produjo en sus organismos una com- nes, por más que en ellas no se observase la con-
plicada laboración psicológica, que al desequili- formidad artística de una cabeza de estudio: si
brarlos, acabó por causar consecuentemente el su nariz e r a de puro corte griego, la curva de la
desenlace lamentable de mi historia. prominente b a r b a e r a romana, si en los ojos se
Un suicidio y un duelo á muerte son las cau- leía la sensualidad y el amor á la carne, en sus
sas primordiales que integran mi relato. labios blancos, delgados, volterianos, unos dien-
Conforme á mi criterio de escritor, á mi apre- tes menudos, hacían bullir entre el raloso bigoti-
ciación de la belleza como artista, y á los proce- 11o un gesto helado y sin animación, esa sonrisa
dimientos literarios que empalman en mis ideas, que como ósculo de muerte estampa el pesimis-
me parece y creo estúpida una narración en la mo en el rostro de los que sufrieron ó creyeron
que como factores principales f u n j a n un frasco mucho....
de veneno y una estocada de espadachín; pero De Adrián sólo diré que e r a un imberbe bo-
como antes dije, en este caso soy narrador sim- quirrubio y de aspecto casi afeminado.
ple ó imparcial de un hecho acontecido, y por Un cariño muy sincero unía filialmente á los
eso mismo, irresponsable de las inverosimilitu- muchachos, y á fe que e r a bien r a r a esa amis-
des que en la secuela del pasional proceso ocu- tad entre dos temperamentos tan diversos como
rran. lo eran los suyos.
Eran ellos dos íntimos amigos: ambos estudia- Cualquier bello día, después de beber fuerte y
ban jurisprudencia, y su edad fluctuaba respec- comer bien, con un tabaco en la boca y las ma-
tivamente entre los veinte y veinticinco aflos; el nos metidas en los bolsillos del pantalón, vaga-
cutis perlino y enfermizo de Gerardo (el mayor), ban los amigos por las calles, sin rumbo fijo, fas-
denunciaba el beso maligno de los vientos coste- tidiándose é imaginando tonterías.
ños, en sus pupilas muy negras y dilatadas adi- Como la ociosidad hace concebir siempre to-
vinábase un temperamento bilioso, aunque en dos los malos pensamientos, ocurrióse á los pa-
n
seantes lo que podría ocurrirse á dos varones cu- diado disimulo apareció frente á una mondadu-
yas edades sumadas no alcanzaban la mitad de ra de n a r a n j a , y todas esas nimiedades que, liga-
una centuria. das entre sí, hacen los capítulos de las novelas
E n a m o r a r mujeres! insípidas que inventamos los hombres cuan-
Ya los teneis como faunos en busca de ama- do nos hallamos cerca de una mujer de la que
dríadas, hablando recio, mirando á las señoras no hemos visto una epístola con faltas de orto-
audazmente y á los caballeros con provocativa grafía.
arrogancia. Habrían las parejas caminado tres ó cuatro ave-
Pero ninguna de las madonas vistas encarna- nidas, cuando las perseguidas, á quienes segura-
ba el arquetipo que ellos deseaban. mente disgustaba aquel flirteo, detuvieron un fia-
Esta e r a rolliza y fea como la sobrina de un ere de alquiler que á la sazón pasaba, subieron
sochantre de convento, la otra escuálida lo mis- á él, dando al automedonte una dirección que los
mo que un r e n a c u a j o momificado en frasco de vi- curiosos no escucharon, y recostadas en los mu-
drio p a r a perpetuarse en las vitrinas de un na- grientos cojines del armatoste, desaparecieron
turalista maniático, y feas las demás, feas como muy en breve.
vestiglos, capaces de hacer claudicar todas las
Los ojeadores se miraron (perdonad el símil),
caballerías]del perínclito Quijada.
como dos podencos ante c u y a vista hubiese pa-
Como si la casualidad se empeñase en poner sado el fantasma de un gazapo.
á dura prueba la determinación adoptada por Por su parte, las damiselas olvidaron también
los atolondrados, cuando estaban m á s tristes y muy pronto á los impertinentes, y ahí habrían
dispuestos casi á renunciar á sus eróticos propó- quedado las cosas, si acontecimientos imprevis-
sitos, pasaron, á su lado, cual fugaz exhalación, tos no se hubiesen encargado de c o n t i n u a la
dos enlutadas. empezada novela basta desenlazarla en dramá-
—¡Son muy lindas! exclamaron á una voz los tico final.
fastidiados, y lanzada al viento esta trivial ex- Va es tiempo, amigos míos, de que disculpe
clamación, corrieron tras las fugitivas, siguié- una falta de galantería que cometí, presentando
ronlas, observando la c u r v a garbosa de los ta- primero á los hombres que á las mujeres.
lles, el atrevido a r r a n q u e del seno, el rítmico
Maclovia y Anatolia eran sus nombres de cris-
balanceo de la cadera, la media que con estu-
ma, tenían por dote dos ó tres fincas bien renta-
das, de sólida construcción, aseguradas de incen- mantés á las profesoras, y a c o m p a ñ a d a de dos ó
dio y limpias de hipotecas ó municipales predios. tres granujas, t r e p a b a á los frutales del jardín
Eran hermanas. para enseñar las piernas á sus c a m a r a d a s y ro-
En Maclovia había una hermosura potente y bar las cerezas: á los diez años tuvo un novio: á
tropical: esbelta, de formas robustas, con tez los quince, riñó á sombrillazos con una señora ca-
sonrosada y vellosa como un albaricoque en sada que e r a muy celosa: siendo y a mujer, avan-
sazón, ojos verdes, boca sensual y ademanes zado ese periodo de la vida en que las necesida-
provocantes: la clasificaría un psicólogo entre des fisiológicas de un temperamento femenino
esas bellezas que pierden á sus amadores, por- adquieren toda su fuerza y todas sus curiosida-
que hablan sólo á los sentidos: p a r a ella todo era des, Maclovia sustrájose á la ley común, y aun-
grande: en su fogoso temperamento no existieron que todo hacía suponer lo contrario, fué indife-
n u n c a los términos medios, y sus pasiones, lo rente á banalidades, amoríos ó galanteamienms
mismo que sus aborrecimientos, fueron insacia- inofensivos.
bles siempre: sentía instintivamente el coquetis- Allá en las nebulosidades de su mente, perse-
ino, y sabía esgrimir esa a r m a traicionera con la guía cierto ideal un tanto metafísico, y si no
maestría de una mujer experimentada: adoraba entregó su corazón á ninguno de los que ha¡>t;i
la intriga y el malhablamiento: vestía con una entonces habían solicitado sus afectos, e r a por-
elegancia que se hacía llamativa por lo estudia- que el varón creado en las brumas de su imagi-
d a y a l h a j a b a con sortijas sus manos que eran nación, no había caído á sus planta^, p a r a er-
pequeñitas: cuando bailaba un vals de Strauss, guirse triunfador después.
ío hacía con abandonos de b a y a d e r a , velando sus Anatolia fué siempre el contraste de su her-
pupilas tras el párpado hebreo, inflamando las mana: era muy rubia, pequeñita, con piel de
inquietas fosas de su nariz, sonriendo voluptuo- blancura mate y hermosos ojos color de violeta:
samente al brincador é incitándole con la blancu- tenían sus modales el encanto virginal é infantil
r a de sus brazos descubiertos. casi de esas colegialas cuyos cuerpos no tocados
R a r a mujer. Nunca tuvo un rasgo de sensibi- por tacto masculino, exhalan un perfume que pro-
lidad: desde pequeñuela fué orgullosa y malean- voca al hombre: diriase que sólo un débil soplo
te: aprendía malhumorada las lecciones, e r a el de vida animaba aquel cuerpecillo que tenía í a
terror de sus condiscípulas, hacía preguntas alar- fragilidad de las cosas intocables: sentía el espiri-
tualismo con toda la delicadeza de su alma sen- las fosas de su roxelana naricilla, y un frasco de
sitiva y se conmovia hasta el llanto a n t e esos cie- Ilang-llang los sumerge en beatíficas somnolen-
los de plenilunio en que la novia de Pierrot ex- cias: roncan sobre los muebles, acompañando
p a n d e tenue polvillo de platino y lo tamiza en los con su monótono ronroneo á Brahms ó á Chopin,
jardines niquelando las hojas que modulan monó- que hablan en el piano con la niña de la casa,
tonas melopeas agitándose en los brazos de los hacen telas de a r a ñ a con las bolas de hilo de la
árboles. quintañona, y si están de monos, desgarran
Sentía especial predilección por los gatos, esos con sus uñas, como garfios de á g a t a , la última
animalejos meditabundos y molondros que cui- novela de Daudet ó el antifonario en cuyas pá-
dan su tocado con prolijidad señoril, beben le- ginas se confunde, con efigies de santos y amu-
che de vacas, haciendo muecas encantadoras, y letos benditos, la fiorecilla que al ojal del gabán
les a g r a d a roer un pemil de conejo, chamuscan- llevó algún boquirrubio, ó el plieguecillo odo-
do sus bigotes como púas de acero, en el rescol- rante en que Dandin declara sus amatorios de-
do de la estufa: a m a b a á los felinos, tal vez por- seos: la gata es amiga de los niños que reto-
que son amigos del que sufre, y tienen un lado zan en la moqueta, ahuyenta á los ratones que
fantástico que h a intrigado siempre á los espíri- acobardan á la nerviosilla y se h a c e ovillo en su
tus legítimamente artistas: en efecto, señores, los regazo, cuando agobiada por el primer dolor so-
gatos son tan fantásticos y sugestivos como .el ba su lomo arqueado con las manos delicadas:
cuervo: lo mismo que él, pasean en la noche: acompaña en sus soledades al abuelo, lame con
igual á él, son los pobladores de la sombra, y á la lengua erizada de puntas su tarantulesca ma-
su modo, frecuentan las techumbres derruidas y no y entibia cariñosa aquellos pies que la frial-
los dombos de las torres: los hay negros, con piel dad de la huesa empieza á h e l a r . . . .
aterciopelada y pupilas de carbunclo, que dan
serenata á los vecioos, riñendo en los tejados, y ¡Y las gatas muertas!
á las horas calladas corretean en macabro cor- No os h a preocupado ese funeral en que Co-
tejo, peleándose con las lechuzas, los gnomos y lombina y Pautalón, canturrean responsos, y llo-
todos los duendes que la tiniebla habitan: poseen riquean inconsolables la tropa menuda y las mu-
el sibaritismo real de los perfumes: absorben un ñecas?
pompón de acacias, dilatando voluptuosamente Anatolia tenía también otros amores: su cana-
rio trovero, el tiesto de gardenias, el poema de
Tristán é Isolda y un librito de oraciones: La Imi- dióle la imperial manecita, volviendo hacia a t r á s
tación de Cristo. el rostro p a r a ocultar su rubor.
Cuando los c a m a r a d a s fueron presentados á Maclovia, al ver de hinojos al fiero Gerardo,
las doncellas en una de esas reuniones en que se rió con un cinismo de mal gusto, y acomodándo-
inician los conocimientos superficiales, procura- se en un canapé, como p a r a disfrutar mejor del
ron á toda costa intimar su amistad: sin trabajo espectáculo, di jo á su caballero:
consiguieron que las h e r m a n a s les admitiesen en — Explique usted cómo me quiere.
su modesto salón, y sin dificultad también logra- Otro, tal vez, hubiera tomado el sombrero y
ron inspirarles profunda simpatía. Los sucesos marchádose descontento á su casa: pero mi ex-
caminaban perfectamente bien, porque Anatolia travagante estaba y a doblegado, y se quedó por-
y Maclovia, al percibirse de que eran por sus que sabía muy bien que el hombre que se arro-
visitantes cortejadas, hicieron su elección en com- dilla ante una d a m a frivola, invitándola á pecar,
pleto acuerdo con los intrusos. El amor vibró en debe levantarse siempre vencedor.
aquellas almas el trino más glorioso de sus apa-
sionantes canciones, y á solas, al deshojar una Maclovia, a r r e b a t a d a por la elocuencia de l a
flor ó contemplando el celaje que se difunde en oración, fascinada por la luz que llameaba en
el piélago ignimovo del ocaso, las muchachas, las pupilas de Gerardo, satisfecha su vanidad
sacudidas por un mismo estremecimiento, pro- mujeril ante la caída de ese gran rebelde, incli-
nunciaban dos nombres en voz b a j a : nó el gallardo cuerpo, como dicióndole:
—Si mis formas le han parecido á usted boni-
—Gerardo. tas, manéjelas á su talante y gusto, pues suyas
—Adrián. son porque le amo.
Los varones declararon su pasión á las muje- Quizá entendió el audaz el pensamiento aquel,
res, cada uno en formas apropiadas á su carácter: porque, irguiéndose, buscó la boca de Maclovia
Adrián, tembloroso y conmovido, pidió e l amor y hubo en el retrete algo como una conjunción
con humildades de mendigo: Gerardo, con pala- de lujurias
brones rebuscados y frases de sombrio colori- Desde esa vez, las hermanas se engalanaban
do, apologizó lo que él llamaba su cariño. coquetamente p a r a esperar la tertulia de sus no-
Cuando Anatolia escuchó al pazguato Adrián, vios: hubo jiras campestres, paseos á la sombra
que vertiendo lagrimones le ofrecía su vida, ten- de los chopos, y excursiones por ferrocarril ó
a g u a en el estío. Floreció el idilio. En un perio- ción, comenzó á querer al amigo de su hermani-
do de tres meses, la existencia de aquellos cuatro ta, de una manera insensata, resuelta á todas las
seres deslizóse mecida inefablemente: fenecida perversidades, con una de esas inclinaciones im-
aquella embriaguez de la primera impresión, Ana- petuosas que sólo buscan su objeto, y p a r a lle-
tolia sentíase aún dichosa, porque en su corazón gar á él lo arrollan todo.
sólo podía imponerse una exigencia noble: amar.
El joven, creyendo comprender los desdenes
Maclovia, en cambio, padecía en silencio, y su
de aquella hembra antes tan fogosa, pensaba,
primera simpatía por Gerardo se convertía vio-
afirmándose en su pedante filosofía:
lentamente en odio. Con la sagacidad de la co-
queta que ve á su lado á un hombre con bastan- —Es como todas; buen mentecato sería si ere
tes atractivos p a r a ser querido hasta la demen- yese alguna vez en las mujeres!
cia, á fuerza de estudiar laboriosamente y son- Puede tanto la presunción, que muchas veces
d e a r aquel extraño temperamento, no sin ím- sugestionados por ella, afirmamos lo contrario de
probos trabajos, acabó por comprender que su lo que sentimos: eso justamente le ocurría á Ge-
a m a n t e no la estimaría nunca, y que lo que ella rardo: cuando dejó de acordarse de Maclovia,
c r e í a amor perdurable, e r a sólo un antojo que ul frunciendo el entrecejo, y sin saber por qué, pen-
t r a j a b a su orgullo de matrona altiva. A todas las só en la púdica Anatolia: desde ese dia, huyó pa-
mujeres les a g r a d a que sus partes ocultas des- ra siempre la tranquilidad de aquel hogar: Ana-
pierten anhelos; pero siempre quieren que en el tolia y Adrián se abandonaban á su ventura, sin
fondo de aquel deseo exista algún respeto, aun- sospechar las amarguras que á la otra p a r e j a
que sea en porción dosimètrica y sólo lo indis- torturaban, avivando con su inocente deliquio
pensable p a r a no a l a r m a r lo que ellas entienden la flama de aquellas teas que muy en breve des-
por dignidad. Maclovia, desengañada, pues, de truirían su dicha hasta dejarla en cenizas con-
Gerardo, comenzó á fijar su atención en Adrián,
vertida
de quien se había formado una opinión por cierto
bien mezquina, y con g r a n sorpresa, encontró en Insensatos! Dormían en el cráter de un vol-
el prometido de Anatolia todas las cualidades cán que humeaba: los celos más siniestros y a
q u e p a r a el suyo hubiera deseado. bramaban en las entrañas de los otros, y la erup-
ción pasional iba á vomitar sus odios hasta vol-
Vislumbrada apenas por su pupila esa percep ver cobrizo y tempestuoso aquel cielo límpido y
CROQUIS y SEPIAS 165
CIRO B. C E B A L I . O S

sin nubes donde aleteaban las mariposas tropi- uoche tempestuosa: llovía copiosamente, y bajo
cales de sus sueños. la copa de los sauces que se doblaban azota-
Un día, dirigíase Adrián al tocador de su ama- dos por el ábrego, cruzaron sus estoques los que
da, y al franquear la puerta retrocedió espanta- ya no eran amigos.
do: había visto á Gerardo, á su amigo, á los pies De>pués de una lucha encarnizada y breve,
de la criatura: en el paroxismo de la cólera, uno ae los peleantes rodó á la maleza ensangren-
aproximóse al desleal, y sin lograr contenerse, tado.
lo abofeteó de una m a n e r a ignominiosa: el insul- Con presteza acercáronse al caído los galenos,
tado irguió su corpulenta estatura, sonrió des y sólo pudieron certificar que estaba muerto: la
preciativamente, y después de golpear á su agre- punta del estoque había destrozado uno de sus
sor, saludó á la dama y se alejó: siguió un ins- ojos, haciendo espantosos estragos en el cráneo:
tante de silencio que el loco Adrián interrumpió, la sangre chorreabá por la órbita destruida, y
diciendo á la inocente niña: corriendo sobre la lívida piel, imitaba ramazones
de coral: a p l a c a d a que f«.é la consternación do-
—No sabía que había entregado mi corazón á
minante en los autores de la tragedia, dirigiéron-
una mujer liviana, á una cualquiera, á una cor-
se en grupo á una berlina dé alquiler, que apos-
tesana. . . . v a m o s . . . . y a lo dije!
tada cerca del lugar, les a g u a r d a b a p a r a condu-
Fué injusto, ciertamente. F u é grosero, cierta-
cirles de retorno á la ciudad: Gerardo, atíte la
mente. Pero estaba furibundamente celoso, y la disyuntiva de regresar en el vehículo acompa-
injusticia y la grosería son de ordinario la razón ñando el c a d á v e r de su víctima ó marcharse á
de los celos. L a g r a v e d a d de la ofensa hizo el en- pie soportando las iracundias de la tormenta,
cuentro inminente, y después de varias y acalo- prefirió lo último: saludó á sus cómplices y cuan-
radísimas disputas, decidieron los testigos de los do perdió de vista el vehículo, descendió de la
contrincantes que el duelo se verificara acaba- eminencia en veloz carrera, tropezando con las
das de firmar las actas: fué elegido como sitio pa pedrezuelas que rodaban las corrientes y dejan-
r a el combate una pequeña planicie sobre la que do fragmentos de sus vestidos en las puntas de
estaba un cementerio: á la hora convenida pre- los magueyes que extendían sus dentadas pen-
sentáronse allí los adversarios y después de las cas como pugnando por obstruirle el paso: al
fórmulas en el ridículo caso usuales, procedieron romper el alba, cuando la fatiga había agotado
los padrinos á los preliminares del delito: era una
sus fuerzas por completo, columbró la tórrida ca- De qué había perecido la jóven?
pital envuelta en las brumas matinales. Un vaso, vacío ya, lo revelaba todo.
Una rubia claridad iluminaba las vetustas ca- —Veneno!
sucas do los extramuros. Maclovia, pues ella hablaba, explicó el suceso
La campana de una capilla de plazuela, lla- á su amante.
maba hasta desgañifarse, y por la abertura de —Y A d r i á n . . . . ? '
su entreabierta puerta de roble, tragaba á las —Muertp: yo lo he m a t a d o . . . . !
beatas, que todavía soñolientas, llegaban con su Se abrazaron efusivamente. Parecíales que l a
grasiento libro de rezos en la mano: ante aquel la muerte estaba allí, á su lado, que Asracl, el
burdo espectáculo, Gerardo sintió de improviso ángel luctuoso, oficiaba solemnemente en el trá-
la necesidad de ser bueno, causóle profunda y gico esponsal de sus destinos.
sincera envidia la paz de aquellas almas vulga- Y, d e s p u é s . . . .
res, y sin complicaciones de ninguna especie, lla-
Tenéis muchísima razón, amigos míos, es muy
mó á la fugitiva fe, deseoso de guarecerse bajo
tarde ya, mi relato tiene inverosimilitudes de
sus misericordiosas a l a s . . . . y esa vez, como
aquellas que no puede perdonar una persona de
otras muchas, se halló impelido al mal y aban-
mediana sensatez, pero ya lo he dicho y afirma-
donado á sus miserias.
do, ocurrió el caso tal cual yo lo he r e f e r i d o . . . .
Dirigióse al hogar de las jóvenes, gesticulan- perdonadme si no es de vuestro agrado!
do como un maniático, y sin preocuparse de los
transeúntes papanatas, que se burlaban de ól
creyéndole un escapado del hospital de San Hi-
pólito.
Llegó. Abrió las puertas audazmente y corrió
anheloso á la alcoba donde había pasado sus me-
jores días: no era ya el pequeño saloncillo donde UWVERSIOAO D£ NUEVO LEGA

las muchachas hablaban de amor á los amigos: BIBLIOTECA UNIVERSITARIA


había cirios que chisporroteaban, paños negros, "MfGNSO REYES"
calma, la imponente calma de las estancias mor- ^ *®5 WONfERREY, MEXIC9
tuorias. . . . y una muerta Anatolia!
LA OBRA MAESTRA.

A 1ÍALBINO D Á V A I . O S .

h ! No creas, preciosa Ismenia, que lo que voy á


contarte es un embuste urdido en la fantasía
para decomisar tu atención quince minutos; tam-
poco imagines que invento la historia de lo que
no h a sucedido nunca, por m á s que ese defecto
sea una costumbre en la que, confieso ingenua-
mente, incurrimos todos los emborronadores de
cuartillas.
No, amiguita mía, Antíocp E n t r a m b a s a g u a s
existe, digo más, somos amigos íntimos, tan ínti-
mos, q u e n u n c a nos hemos pedido prestado un
peso....
Voy á referir una de sus acciones malas, la
más punible tal vez; pero antes, permíteme h a c e r ,
no la anatomía de su corazón, que esa sería ta-
rea prolija y superior á mis fuerzas, sino u n a
brevísima digresión, que nos ponga, por decirlo
así, en legitimo y puntual conocimiento del ca-
rácter de mi héroe.
No hagas una muequecilla encantadora para
En su vocación se equivocó lastimosamente,
decirme que y a no hay héroes ni en las novelas
como casi todos los que acometen empresas difí-
por entregas de á quince centavos; no, interesan-
te burlona, a p l a c a tu punzante mofa porque ciles careciendo de temperamento y de carác-
bien seguro estoy de que mi atolondrado joven ter
es muy merecedor del calificativo. En su oficio, y sin p a r a ello argüir razones de
buena ley, odia cordialmente todos los simbolis-
Antioco Entrambasaguas podrá ser un mozo
mos de sus colegas de Munich, las complicadas
de buena presencia, si así figurártelo quieres; su
composiciones del Renacimiento, las estrambóti-
físico m e interesa muy poco y en m a n e r a algu-
cas faunas de Beóklin, las apopléticas y beodas
na d a r á motivo á una disputa; lo que sí me con
rubicundeces flamencas y hasta las palideces
viene asegurar, y lo aseguro, es que al tropezar
desmayadas de esa escuela religiosa que se ini-
con él podrías fácilmente confundirle con cual-
cia en Gioto y termina en Beato Angélico.
quiera, lo cual no quiere significar que vista
con buscado aliño ó lleve en la truculenta testa Se llama impresionista sirviéndose de una de
un chambergo Rubens cepillado á contrapelo. esas palabras que hacen m o d a porque las inven-
tan los gomosos y por su insigne anodinismo no
No, bellísima Ismenia, el perverso Antioco es significan nunca n a d a .
tan limpio y pulcro como un gato de casa decen-
En los esbozos de que está repleto su estudio
te, en el comercio social, habla bien de los que
he visto el color atormentado y pervertido hasta
piensa horrores, escucha, sin sentirse acometido
lo inaudito.
de hidrofobia, todas las sonatas que le obsequian
Yo no sé de qué e x t r a ñ a orquestrica a r r a n c a
lasBasbkirtseffmexicanas, p a g a á sus acreedores,
ese diantre de hombre las demoniacas actitudes
bebe cerveza en jarros de Fiandes y tiene amor
de sus figuras.
fanático por una copia del Perseo de Cellini, de
la que se hizo propietario en un bazar de bric á Intenta un claro obscuro á la Rops, y sobre
brac. fondo negro como techumbre de fragua, amon-
tona matices amortecidos y humosas penumbras
Como pudo haber sido carbonero, millonario, para bosquejar, á pincelazos aventados, la cabe-
gendarme ó domador de fieras, resultó pintor, za del suicida en cuya lengua colgante y rene-
pero un pintorcito muy desventurado y muy r a grida por los efectos del veneno se clava un dar-
quítico, un verdadero manchador de trapos! do de luz híbrida
En las fisonomías que sorprende está redivivo de eso, tiene su misantropía, como la tienes tú,
y palpitante odio artificial. como la tengo yo y como la tienen otros!
Verás en ellas la mirada imbécil del tomador La verdad es, hermosa Ismenia, que Antioco
de opio, la anublada del haschichino ó la del neu- admitió á la muchacha, única y exclusivamente
rótico consumido A fuego lento por el morfinismo; porque en su embrutecimiento de solterón se
observarás los visajes de la desesperación aso- despertaba con gruñidos feroces la necesidad ani -
mándose entre dientes inválidos, incrustados en mal é imprescindible de una mujer.
encías violáceas, recocidas por el alcohol, manos Teresa se abandonó exclusivamente al protec-
peludas ostentando una sarmentosa ramificación tor, enamorada, porque creía g a l l a r d a su presen-
de nervios atrofiados por el agotamiento, las pier- cia, agradecida, porque h a b í a encontrado un am-
n a s anquilosadas de los que mueren en los hos- paro en su abandono, humilde, porque admiraba
pitales ó los despojos de todos los victimarios del con entusiasmo de hembra á su amigo y creía
crimen pasional con su tórax acribillado de heri- en sus talentos con más fe que en Dios mismo.
das de puñales y acaso, acaso, porque era la primera vez que
Un día llegó á su taller solicitando j o r n a l de sentía la seda joyante de su cútis f r o t a d a por el
modelo una pobre mozuela de esas que se hun- calorcito de una caricia voluptuosa no p a g a d a á
den en los lodos del arroyo con u n a impudencia puntapiés de calafate ó con monedas de merca-
que á fuerza de ser inconsciente se aproxima á der de carne h u m a n a . . . .
las lindes de la castidad cenobítica. Finadas las primeras embriagueces del entu-
Después de mucho vacilar, aceptó el pintor siasmo, del amor, de la lujuria y de la bestiali-
á la desvalida, obrando así únicamente por- dad, que está más abajo de la concupiscencia y
que e r a bonita y le inspiraba cierta conmicera es como el De Profundis de todas las fiebres que
ción. provocan hervores en la sangre y palpitaciones
Y no es que E n t r a m b a s a g u a s sea redentorista en el corazón, llegado el día en que la razón, con
de los que creen, en su estúpido lirismo, que toda todas sus frialdades analíticas, comenzó á picar-
mujer calda puede convertirse en ángel como la le las entrañas, ocurrióse al piutor, que la tierna
oruga en mariposa; tampoco es romántico con enamorada no sólo iba á enflorar su tálamo con
los azucarados resabios de mil ochocientos trein- las rosas del deleite, sino también á hacerle la re-
ta, como muchos que andan por el mundo, nada velación suprema.
¡Su obra maesirai pensadoras con la corona de abrojos t a n codicia-
Con mirada d e iluminado sorprendió todas las da por los que saben que sobre las mezquindades
patricias perfeccioiies del cuerpo de su querida: de la vida corriente flota, raudo, un fantasma,
p a s a b a el tiempo olvidado de los pinceles, de su que sólo prodiga sus besos á los raros, á los un-
cantimplora de aguardiente, de la enorme pipa gidos en el divino sacerdocio del arte, á esos
t u r c a que le brindaba nebulosos vapores llenan claudicantes que desprecia Aliboron porque son
do su mente de sueños de s á t r a p a , de las pindá- los desertores en la lucha de ambiciones bur-
ricas estrofas de su poeta favorito ó los lirios ro guesas donde es preciso tremolar una bandera
jos que cultivaba e n tiestos e l e g a n t e s . . . . que tiene por s í m b o l o . . . .ur» cerdo cebado y un
Vivía en éxtasis, contemplando el tono aper- talego rebosante de dineros!
lado de aquella piel que tenía heroicas nitideces, Antíoco Entrambasaguas sentía aproximarse
pasmado ante ese bélico himno de la carne que el momento de la concepción, y la cobardía del
se revelaba sabiamente en c u r v a s suavísimas y neófito le intranquilizaba, llevando á su pensa-
nerviosas flacuras miento, como c a r g a de centauros encabritados,
Besaba con sus labios excitados las combas re- \ mil y mil preocupaciones s o m b r í a s . . . .
beldee de aquel seno, la atenuación egipcia de la ¡Si no tenia talento, si e r a un pobre embadur-
cadera, la mano frágil, el rostro expresivo, cir- nado^ despues de vivir p a r a un sueño se es-
cuido por negrísimos cabellos que chorreaban trellaba su impotencia en él como esas golondri-
fúnebremente sobre la lírica turgencia de sus nas que al a b a j a r su vuelo tropiezan con las pie-
hombros dras y se rompen la c a b e z a . . . . !
En ese ciclo de su maravillosa enajenación Ante la primera audacia, sentía el miedo su
por la línea» sus pesadillas sensuales junto á Te- persticioso del ladrón que roba la custodia, el ho-
resa no buscaban el saciamiento del goce impu- rror siniestro del desesperado que quiere arrojar
ro, antes bien, la resurrección de un mito muer- al cielo un escupitajo en forma de blasfemia, el
to conjurado por el ingenuo y tenaz presentimien- trágico pavor del que nunca se ha visto c a r a á
to de su futura gloria a r t í s t i c a . . . . c a r a con la muerte
La m u c h a c h a bohemia había llegado a l aban- ¡Su obra maestra!
donado tugurio p a r a llevarle el más elevado de T r a b a j a r l a con asiduidad incomparable, tra-
los amores, el de las musas, el que ciñe las frentes bajaría mucho, tenazmente, hasta ver trasladas
al lienzo aquellas ideas que lo desvelaban con su rostro, espantosamente demudado, lloró como
provocante mariposeo
un cobarde.
Preparó con lentitud el trabajo, puso colores La producción le avergonzaba: e r a odiosa:
en las paletas, colocó el caballete en la mejor
carnes magulladas y amarillas, expresión estú-
posición, y después llevó á Teresa á un lugar
pida en la faz, senos de nodriza bretona, múscu-
del aposento donde toda la claridad diurna ba-
los groseros y contornos acentuados de un modo
ñ a r a su desnudez con polvito de sol.
varonil....
Pintaría á Cleopatra muerta. Por largo tiem-
Cualquiera supondría que estudió frente á la
po fué un entusiasta devoto de la g r a n reina te-
plancha de un anfiteatro, ante el c a d á v e r de una
bana, amó sus grandes ojos sombreados de anti-
de esas impulsivas que truecan su lecho de in-
monio, sus lujosas túnicas fimbriadas de grecas
caprichosas, sus fetiches de alabastro y lapislá- pudicias por el de la muerte.
zuli, á Isis y á Nephtys, á Sumauth el de la ca- Cuando se aplacó un tanto su estupor, Antío-
beza de cinocéfalo y á Hator con su airón de plu- co E n t r a m b a s a g u a s sintió, nuevo Leaconte, que
mas de avestruz. . . . le atormentaban las serpientes del furor.
Y en un rapto de cólera leonina se arrojó so-
Veneró también los animales sagrados que
adornaban las columnatas de sus palacios faraó- bre el modelo.
nicos, sus amores formidables, sus versatilidades L a lucha fué breve. Sus manos atenacearon
increíbles y su muerte.tan grandiosa! el cuello de Teresa hasta lograr estrangularla
La brocha lamió la tela dándole al momento por c o m p l e t o . . . .
colorido. Y sucedió en ese instante, que frente al despo-
Después la espátula trabajó como la n a v a j a jo mortal de su víctima sintió el asesino que la
de un chispero que riñese con un chulapo por inspiración, como un cometa de brillante cauda,
alguna Dolores veleidosa p a s a b a por su mente ensombrecida. .
Terminadas varias secciones de un trabajo Pintó de nuevo con rapidez vertiginosa, y des-
abrumador, Antíoco Entrambasaguas dió por pues de muchas horas de trabajo, cuando la
terminado el cuadro aquel. muerta comenzaba á corromperse, dió el último
Lo contempló un instante. toque y retrocedió algunos pasos buscando la
Su mirada se enturbió, y llevando las manos al perspectiva de su cuadro
El triunfo es completo.
Había producido u n a obra genial!
Será cierto, mi señora Ismenia, que p a r a ven-
cer, los artistas, tienen siempre que sacrificar
impíamente á la musa que los h a c e creadores y
fuertes....?
Será cierto que por un siniestro fatalismo, el
dolor acerbo ó el horripilante crimen serán pe LA CRISIS.
rennemente la moneda con que compren su glo-
ria los apasionados de la belleza invicta ? A JÓSE M A R Í A O C H O A .

Me h a c e daño la risa que te c a u s a la historie-


ta, pero, ríe mucho; cuando las mujeres bonitas L a señorita Abigail hizo un gesto de cólera y
ríen h a s t a a j a r las blondas del corpiño ó romper con el semblante enrojecido por las copiosas lá-
el v a r i l l a j e del corsé, las pesadumbres y las tris- grimas que vertia, entró á su alcoba, sentóse al
tezas emigran, como los p á j a r o s nocturnos cuan- borde del lecho y estrujando el pañuelo con las
do la albirrubia m a ñ a n a destiñe sus fuchinas en manos:
los pálidos orientes. . . . —¡Pues sí, a u n q u e te enojes, lo quiero!
—Es un cualquiera.
—¡No me importa!
El señor Valenzuela, tembloroso y demudado,
haciendo ademanes melodramáticos y protestan-
do á regañadientes, dejóse c a e r medio muerto
en la b u t a c a .
—¡La chiquilla!
Y a n t e lo irremediable se a t a r a n t a b a ; no, no
podía comprender el intempestivo a r r e b a t o de
esa colegiala que siempre obedeció sus m a n d a -
tos con los ojos bajos: como á u n a evocación
fatídica, a p a r e c í a a n t e su c a n s a d a retina el cua-
dro triste y monótono del pasado: novela vul-
Había producido u n a obra genial!
Será cierto, mi señora Ismenia, que p a r a ven-
cer, los artistas, tienen siempre que sacrificar
impíamente á la musa que los h a c e creadores y
fuertes....?
Será cierto que por un siniestro fatalismo, el
dolor acerbo ó el horripilante crimen serán pe LA CRISIS.
rennemente la moneda con que compren su glo-
ria los apasionados de la belleza invicta ? A JOSÉ M A R Í A O C H O A .

Me h a c e daño la risa que te c a u s a la historie-


ta, pero, ríe mucho; cuando las mujeres bonitas L a señorita Abigail hizo un gesto de cólera y
ríen h a s t a a j a r las blondas del corpiño ó romper con el semblante enrojecido por las copiosas lá-
el v a r i l l a j e del corsé, las pesadumbres y las tris- grimas que vertía, entró á su alcoba, sentóse al
tezas emigran, como los p á j a r o s nocturnos cuan- borde del lecho y estrujando el pañuelo con las
do la albirrubia m a ñ a n a destiñe sus fuchinas en manos:
los pálidos orientes. . . . —¡Pues sí, a u n q u e te enojes, lo quiero!
—Es un cualquiera.
—¡No me importa!
El señor Valenzuela, tembloroso y demudado,
haciendo ademanes melodramáticos y protestan-
do á regañadientes, dejóse c a e r medio muerto
en la b u t a c a .
—¡La chiquilla!
Y a n t e lo irremediable se a t a r a n t a b a ; no, no
podía comprender el intempestivo a r r e b a t o de
esa colegiala que siempre obedeció sus m a n d a -
tos con los ojos bajos: como á u n a evocación
fatídica, a p a r e c í a a n t e su c a n s a d a retina el cua-
dro triste y monótono del pasado: novela vul-
gar, sin peripecias, desarrollada con lentitud de- una alma piadosa y buena, cultivarla como plan-
sesperante en medio de las exigencias de u n a la- ta de invernáculo, edificar con paciencia de hor-
bor estúpida, la del burgués que pone á con- miga la torre blanca de la felicidad, y, cuando
tribución sus mediocres energías por acumular después de copiosos sudores y prolijos afanes se
monedas y llegar á alcanzar un bienestar. Des- levantaba airoso el monumento, llegaba un no-
pués de embrutecerse veinte años tras el mos- vio petimetre, con su florecilla en el ojal, y siu
trador, comerciando en alhajuelas de miriñaque preámbulos, á título de candidato á matrimonio,
y perlas de vidrio azogado, e r a al fin dueño de se llevaba impunemente la postrera alegría del
un capitalillo c u y a cifra hacia las veces de tar- viejo laborioso. . . . ¡ A h ! . . . . El ladrón no tenía
j e t a de visita en los salones de la aristocracia respetos que coartasen el logro de sus fines, pe-
del dinero, á la que por derecho de rico frecuen- ro ella, ella, la voluntaria y dócil cómplice de
taba. sus manejos por qué desconocía los vínculos de
El desahogo de su posición le permitía vestir la sangre de tal modo? ¡Ingratitud sin ejem-
á Abigail como una duquesa de Saint Germain; plo. Descastarse, renegar de un p a d r e bueno y
con su orgullete de palurdo enriquecido, veíala amoroso por el primer zascandil que llega, en-
cortejada por toda la garzonía del g r a n tono, y tregarse á trueque de unas cuantas epístolas eró-
ticas, olvidar asi los sacrificios y desvelos de un
con su astucia de villano testaturado sabía po-
pobre homre, valetudinario casi, que apresuró
nerla siempre á cubierto de las asechanzas de
su ancianidad t r a b a j a n d o rudamente, y por ella
los cazadores de dotes.
perdió la salud y el vigor, por ella, sí, por ella
Llegaba á la senectud sin lamentarse de la
sólo! No. Su enemigo, el intruso, tenía irremisi-
existencia, gozando en lo muy interno con la fi- blemente que sucumbir; él, Valenzuela, viejo y
lial solicitud de esa adorable compañera que le todo, sentía surgir arrogante y vivo el valor que
habla sido otorgada por el destino como u n a re- creía perdido y a completamente. Aún estaba vi-
compensa de los tiempos malos, y de improviso, goroso y bravo. Pelearía como un león mutila-
cuando n a d a f a l t a b a á su dicha, un extraño, un do. ¡Hasta vencer ó estrellarse! Ah! Si él pudie-
nadie, venía de la calle y sin preámbulos le arre- se matar, con qué indecible placer precipitaría
b a t a b a el corazón de su bien a m a d a niña. en la fosa al s e d u c t o r . . . .'
¿Era eso justo?
Aviejarse bajo el yugo del trabajo, fabricar Sus lívidos labios se arrugaron en las comisu
r a s por a m a r g a sonrisa. Frente á sus pupilas chinela que paseaba su insolente y minúscula
inyectadas volatineaba la silueta esbozada y personalidad por las baldosas de la calle, un sie-
reidora del rival, su boca balbuciente por la ra- temesino que osaba sobornar lacayos, mientras
bia contenida, se ahogaba en un vómito de vo- él, Valenzuela, que fué siempre bueno y n u n c a
cablos insolentes, sus instintos malvados desper- dañó á nadie, se transformaba en un malvado y
t a b a n con ímpetus de bestia, el odio, el siniestro urdía proyectos monstruosos, y blasfemaba, con-
torsionándose, p a r a sacudir esas pasiones que
demonio, hacía correr veneno por sus arterias y
como manojo de víboras b r a v a s lo mordisquea-
el deseo de la venganza se apoderaba instantá-
ban por doquiera ? Y de un afecto paternal,
neamente de sus potencias.
¡Aniquilarle!.... ¡Hun!¡liarle!.... santo y lleno de abnegaciones, nacían aquellas
P a r a qué si ella lo quería? rebeliones tan mezquinas? ¡Misterio!
Esa reflexión lo avergonzaba. ¡Arcano! Transigir? ¡Nunca! Eston-
Aquellos seres estaban realmente vinculados ces se casarían, se irían muy lejos, perdería las
por los fortísimos ligamentos de un cariño? carantoñas de su Abigail, caminaría solo y sin
Atormentando uno perecerían los dos? apoyo por los barrios y paseos. Serían ellos fe-
Entonces, él e r a un pobre iluso, un maniático lices! Ellos! Y él, el poseedor legítimo y absolu-
que en su insana obsecación hacía sufrir á dos to del talismán disputado, quedaba en el olvido,
solo, y moriría de tristeza y de abandono.
amantes acreedores á la ventura.
Padeciendo su hija podría él experimentar ¡Eso n o ! . . . . ¡ J a m á s . . . . ¡Jamás!
placer alguno? ¿Qué voz e r a aquella que con zumbido de ci-
Muerta ella, él viviría? garra m u r m u r a b a así á su oído:
Debía consentir, lo ordenaba el deber, la tran- —¡Hombre al fin! Por la ley a t á v i c a de tu li
quilidad de todos, la moral, la religión, la so- naje eres cobarde, incrédulo y tacaño. No pue-
ciedad. des desprenderte del barro de la tierra. Los es-
—¡Consentir! carabajos que brotan del humeante estercolero
Y volvía más tenaz y obsesora su primera sólo saben redondear bolas de excremento p a r a
rodarlas después hasta morir. Es su suerte. No
idea.
intentes dignificar tus miserias: las pasiones hu-
¡Un hortera que ni siquiera disculpaba su osa-
manas, cuando redundan de sus fuentes, no pue-
día con un talego repleto de monedas, un poli-
de ennoblecerlas ningún título, ni el de padre, do porque el perfume de esos pétalos daña tu
que es augusto por el tributo que á n a t u r a rin- olfato porcino di, insigne presuntuoso, en
de. Interroga á tu conciencia y-díme: Tu em- qué código se castiga tan nefando delito?
peño por ser el exclusivo afecto de esa pobre ¡Drama sin solución! Misteriosa é intermina-
Abigail no es idéntico al del odioso avaro que ble cadena, eslabonada con lo bajo y lo sublime!
g u a r d a en lóbrega c u e v a su tesoro? No es el Volvía el problema á su punto de partida, ro-
amor que santifica y redime, la nota acordada al bustecido en su sarcarmo, más cruel, más im-
himno universal, el sentimiento que te conturba, placable, más abstruso.
sino el yo, el bien propio, el egoísmo, un egoís- El señor Valenzuela cayó en una de esas tor-
mo feroz: quieres conservarla porque la necesi- vas meditaciones que enlobreguecen el espíritu
tas: en tu infame desvarío intentas sacrificar dos con las tinieblas del Erebo ó lo alumbran con las
juventudes, por satisfacer un antojo loco y vil claridades del Empíreo.
horrendamente vil! Obstruyes el natural desen-
volvimiento de un impulso que es sagrado, vio-
las leyes morales, preceptos religiosos, fueros de
la sociedad que temes, de la familia que has
creado, por el culto á sí propio, por adoración
á tí mismo, por egoísta, por i d i o t a ! . . . . ¿Preten-
des hacer de esa criatura una solterona caman-
dulera y d e s l e n g u a d a ? . . . . ¿La h e r m a n a de la
caridad que cuide tus achaques y a m o r t a j e tu
cuerpo de hemiplégico?. . . ¿Con qué derecho
das muerte súbita á las más opulentas floracio-
nes de su juvenilia, impidiéndole que sea buena
esposa y m a d r e buena?. . . . ¿Eso es a m o r ? . . . .
¡Sacrilegio! Sembraste la planta, vivió y
creció, y al aproximarse á la estación exúbera,
cuando espolvoreados de sol brotan los botones,
tronchas el tallo impidiendo que floreen!. . . . y to- 1S
D I A R I O DE UN SIMPLE.

A JOSK A L B E R T O Z U W J A G A .

Entre los papeles de un joven estudiante, ve-


cino mió, que se ahorcó en u n a buhardilla fronte-
r a á la que yo habito, habia un sobre dirigido á
mí, y en su interior, lo q u e copio:
Enero 6'.— Cada día se robustece m á s y m á s
mi convicción: soy el tipo perfecto del soñador
de género werteriano, y por anacronismo en mi
tiempo, romántico, furibundamente romántico,
acaso el último mite de esa especie que v i v e en
el mundillo.
Deléitome en locos entusiasmos con libros de
heroínas tísicas ó enamorados decadentes, y pa-
r a que n a d a falte á mi depravación moral, ten-
go l a monomanía de g a r r a p a t e a r versos, de esos,
que como dice Theophile Gautier, hacemos to-
dos, á la edad en que se estila el juicio corto y
los cabellos largos.
Frecuentemente padezco exaltaciones sensua-
les por m u j e r e s muertas en la más remota anti-
güedad ó concebidas sólo en las imaginaciones Siempre he perseguido á la esperanza, porque
de los noveleros. es la incansable fugitiva, y con frecuencia, es-
En la historia de mis impresiones han escrito cribe en los corazones, páginas c a n d e n t e s . . . . . .
poemas sensacionales, la Evangelina de Longfe- que puede borrar una impresión trivial.
llow, Lady Macbeth, Santa Teresa. Merella, y Amo á las rosas con pétalos de terciopelo,
tantas y tantas que como aladas visiones de luz cuando tiemblan en sus endebles tallos espino-
volaron deslumhrándome con sus albeantes ra- sos; las odio en mi mano, porque hacen brotar
diaciones. Ninguna d a m a de las que yo puedo sangre y se marchitan.
ser novio ó marido ó amante, h a logrado poseer Creo que ser devoto de una bella á la distan-
el secreto de c a u s a r perturbaciones en mi orga- cia en que el lente analítico hace inapreciables
nismo. He querido siempre abstractamente. A los detalles, es sentir el amor en su más refina-
ésta, porque imaginé que sus brazos eran los per- do exquisitismo: me horripilan los desencantos:
didos de la Venus mutilada; á esa, porque las fre prefiero a m a r á una falsa belleza, desde lejos, á
néticas alburas de su piel me hicieron pensar en saber que las gracias de su sonrisa las hizo una
Adriana abandonada; á la otra, porque sus bu- postiza dentadura, que el brillo de los ojos lo
cles á la prerafaelista tenían el brillante negror poetizaron unos pincelazos de carbón, y el tono
de sedeña madeja f a b r i c a d a por gusanos japo- sonrosado de la piel es un maceramiento de co-
neses, y á las demás, por sus pupilas de Medu- loretes y polvos cutáneos.
sa ó sus rizos de oro pálido porque aureolaban el
óvalo seráfico del rostro con la melena fosfórica
de Espirita.
La mujer h a sido p a r a mí la hembra, y nun- Marzo (J.—Algunos días, el vacío de mi alma
ca, nunca, he llegado á paladear los deleites de sin afecciones determinadas, me causa vértigos:
ese amor paradisíaco que anida en la c a b a ñ a y veo el Nirwana muy cerca, en la noche caótica,
el alcázar. donde, n a u t a de lo incognoscible, se a v e n t u r a m á s
Mis ilusiones florecen sólo en las nieves de la y más mi fantasía. . . . Siento debilidades pro-
indiferencia, viven efímeras y enfermizas el bre- pias de la edad senil, mis carnes al tornarse dé-
ve tiempo que he podido creerlas imposibles, pa- biles y exangües adquieren una amarillez que
r a morir después al más leve soplo del hastío. me d a apariencias de cadáver, entristece mi ju
ventud como alondra en la época inverniza, y Mayo ó'—Pacem suma t e n e n t . . . . !
cuando la diátesis llega á las recrudescencias de
su período álgido, caigo, inerme y prisionero,
en las t e l a r a ñ a s del fastidio . . .
Mayo 20.—He visto en el escaparate de no sé
qué fotografía la imagen de una mujer. Debe
haberse retratado á propósito de algún baile de
fantasía, porque viste un caprichoso t r a j e de
Abril J.—Quiero aproximarme á un fantasma campesina: faldellines albaneses enseñando el
indolente y luminoso que he columbrado entre nacimiento de una pierna delgada, que, según la
las vaguedades de mis paraísos artificiales. expresión de Dumas, promete no serlo en ade-
E? una figura¡inmaterial, que me ronda, sigue lante: hay no sé qué romancesca nostalgia en sus
mis pasos, h a b l a cosas de amor á mis oídos y ha- pupilas, el talle es delicadamente fino, su seno
ce huir á mi ángel bueno con sus gloriosas im- se eleva sólo con la valentía necesaria p a r a per-
pudicias. filar una c u r v a clásica, sonríe como deben ha-
cerlo las musas á los poetas, y en su cuello, ad-
mirablemente modelado, se enroscan varias sar-
tas de cuentas: serán perlas

Abril '20.—¡Confusión demoniaca!


Creyérase que en bullente microcosmo de mi
cráneo produce la sangre inflamada muchas ex- Junio ¿.'.—¡No hay remedio! Estoy profunda-
plosiones rojas. mente impresionado por la joven del retrato.
¡Oigo ruido de alas! Estoy seguro que maripo- Cada vez que paso frente al establecimiento, de-
sea y vuela en el espacio un suspiro del extra- téngome ante el cristal y la observo escrupulo-
mundo ó algún fluido psíquico sensible á mi neu- samente, descubriendo siempre algún encanto
rosis. nuevo que contribuya á harmonizar sus perfec.
¿Será porque leo á Hegel y á Swedenborg? ciones. Mi cariño está lleno de virginidades. Me
¡Tal vez. . . . acaso! he vuelto niño. Tengo rubores de colegiala á
quien sorprende la pubertad pensando en un novicia, blanca, con la palidez enferma de los li-
hombre, y tiemblo cuando alguna idea pecami- rios que se mueren sobre el mármol de los sepul-
nosa me acomete en mis contemplaciones á su cros, digna de g u a r d a r como a r c a santa los m á s
efigie. Concurro á los paseos, á los hipódromos, hermosos pensamientos: tiene su carne s u a v e y
al teatro, y entre las bellezas, que según Alfon- tierna, transparencias nivosas, es el cuerpo es-
so Karr, mientras más desnudas mejor vestidas belto y frágil, las manos, pequeñitas, son nobilí-
van, no he podido encontrar alguna que se le simas y crueles, como las de esas reinas que
parezca. Lo infructuoso de mis pesquisas acre- firmaban con niveas plumas sentencias sangui-
cienta peligrosamente mi neuropatía, y aunque narias: más que mujer, se me antoja una alma,
me siento peligrosamente enfermo, aunque como porque no hay en sus formas n a d a que punce ó
Gerardo de Nerval, exclamo: ¡Ah! Creo estar ena- hiera á los s e n t i d o s . . . . está espiritualizada!
morado. Entonces creo estar enfermo; ¿no es ¡Es rica! Pregónanlo á gritos, los diamantes
verdad? pero si creo estar enfermo, lo estoy. ¡A de sus sortijas, las finísimas blondas y sedas de
pesar de eso no me decido á obedecer el trata- sus vestiduras el fausto regio de sus trenes!
miento de un físico, porque adivino que h a b l a r á ¡Oh, sensitivo autor de los Versos Dorados, oh!
de un microbio infinitamente pequeño, á quien pobre loco de Passy, yo siento en toda su inten-
es forzoso exterminar arrojándole una batería sidad tus amarguras!
de pildoras y redomas de farmacia: además, mi
mal no es de los que cura Ja medicina, n a c e en
lo profundo, h a echado muy hondas raíces, se
parece al del ahorcado de la calle de la Vieille Agosto 4.—Habéis visto á la diva en moda, ho-
Lanterne! llar sonriente con sus leves pies la alfombra de
flores que arrojan electrizados sus fanáticos?.
Habeísla visto en el escenario (ese altar donde
oficia su coquetería) tomar el más valioso b u q u é
Junio 30.—¡La he visto! Es muy rubia: sus on- y hundir la roxelana naricita en las corolas, ol-
dulantes cabellos caen en espirales doradas so- vidando, ingrata, el modesto ramillete que en su
bre los hombros, nimbando su faz asiría con un tímida f r a g r a n c i a lleva la admiración de algún
halo fosforescente y ambarino: es su frente d e sufriente anónimo, el más desdeñado porque es
el más vehemente y sincero? Así mi amor perdones, y conciencias purificadas por la santa
e s ignorado de la que derechamente lo inspiró, bendición!
tiene pudibundeces de violeta, estremecimientos Mi amigo el capellán, que es un viejecito es-
de sensitiva, miedo á las desfloraciones! cuálido, de faz hierática, una especie de Vol-
Quiero que pase triunfante á mi lado, sin sos- taire con sotana de jesuíta, hacia los preparati-
pechar que entre la t u r b a que cuchichea está vos de una boda, que por voto religioso iba á
un corazón palpitando furiosamente por ella. celebrarse sin boato.
Esperé la ceremonia. Amo á las novias que
enclavijan las manos enguantadas, temerosas y
alegres, pensando en los deleites nupciales que
Agosto 20.—¡Quisiera saber su nombre, que se acercan. Llegan los esposos. No veo el rostro
una sola de las p a l a b r a s amables que prodiga á de la prometida. Distingo sólo un manchón va-
los que por ella no han padecido, sea p a r a mí poroso y blanco entre el mar de cabezas negras
solo, que me mire con sus pupilas de diamante que se agitan. Subo á un banco. La columbro y a .
negro! Está radiante de placer ¡Angelical criatu-
ra! Me ve y se burla! Dios mío! Es
ella!...
¿Por qué gemirían mis nervios como las cuer-
das de viejo clavicordio entre las g a r r a s de una
Septiembre 8.—Ayer entré á la iglesia. No soy fiera?
creyente, pero venero á los dioses. Me a g r a d a n
los templos por su obscuridad contemplativa, sus
santas afligidas y sus cirios crepitantes. Creo
que las naves sombrosas albergan legiones de Con esta interrogación termina el diario.
almas con tocas de monja y cruces de abadesas. El día veintiuno de Septiembre del mismo año
Sus inscripciones latinas, son cristianas teogo- ocurrió el suicidio de ese amador paradisíaco.
nias, c o n j u r a n leyendas poéticas hundidas y a en Su resolución mereció mi aplauso, porque yo
el polvo canoso de los siglos muertos; el confe- no compadezco ni á los vivos ni á los muertos.
sonario, habla de luchas internas, y terrores, y
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"^.«exíc®

CONFLICTO GRAVE.
A TEDRO ESCALANTE PAI.MA.

Que un hombre se apasione vilmente de dos


mujeres, aunque parezca escandaloso, es t a n na-
tural como que á una d a m a le ocurra exacta-
mente lo propio por ti es varones. Comunmente
esos amadores en plural p r o c u r a n disculpar su
felonía, alegando el recurso de los contrastes:
rubia y morena, esbelta y rolliza, tonta y vivaz,
pobre y rica. F a b i á n no disponía de esa formu-
lilla que solapadamente puede a t e n u a r la infide-
lidad, porque las dos m u c h a c h a s por quienes él
se perecía, eran muy parecidas, tan parecidas
como dos gotitas de rocío. Tenían casi la misma
edad, pensaban idénticamente, fueron educadas
en un mismo colegio, la dote de a m b a s alcan-
z a b a igual cifra, dormían en la misma alcoba,
leían juntas sus novelas, y estupendo fenómeno
entre dos rivales, se a m a b a n f r a n c a m e n t e y con
ternura: e r a n hermanas.
Ignorándolo, F a b i á n había acreditado una re-
putación de hombre singular, sin que sus humo-
rismos y genialidades fuesen, por fortuna, capa- y un capital al que no habían abierto brecha ni
ces de encaminarle á la casa de locos. el b a c a r á ni los muslos de una bailarina, era en
No e r a el más jaquetón de los galanes de su verdad presa digna de codicias.
barrio, ni p e r p e t r a b a elegías cursis, ni encrespa- Por esa única y exclusiva razón el honrado y
b a sus cabellos, ni vestía desaliñadamente, ni benévolo mayorazgo se vió atacado ruda y en-
desatinaba en disertaciones escabrosas delante carnizadamente por una poderosa artillería de
de las señoras, hablando de escepticismo y des- miradas suplicantes: tuvo que aplicar frascos de
engaños p a r a hacerse interesante, n a d a de eso: vinagre alcaloide y sales amoniacales á la pica-
su f a m a de hombre excéntrico la adquirió debido resca naricita de muchas vírgenes, violadas y a
más á un exceso de cordura que á un principio de por sueños caprinos, que tenían la atingencia de
demencia, porque aunque el concepto resulte accidentarse en sus brazos: soportó aparentan-
alambicado ó paradógico, nadie n e g a r á que ante do propicio talante, infinitas y fantásticas histo-
el criterio de la comunidad burguesa es más fácil rietas sentimentales; escuchó, resignado, los au-
ganarse el título de loco siendo cuerdo, que el llidos de muchos pianos desafinados ó las lamen-
de cuerdo siendo loco. taciones de padres fósiles entregados á políticas-
Las mamás con hijas cotizables en el merca- ó catarros crónicos, y fué, por luengos meses,
do matrimonial le acogían melosamente y elo- halagado hasta lo empalagoso por una p a r v a -
giaban sin cesar su figura é indumentaria, ri- da de solteritas que lo buscaban como las palo-
ñéndole porque no hacía visitas ni f r e c u e n t a b a mas golosas al granero.
círculos. Ante su impasibilidad, las chicuelas sin dote
Muchas señoritas vestidas á la última moda, propalaron que no tenía sentimientos; otras, mons-
sabedoras de que ese joven no feo y de aspecto truosamente feas, murmuraban que e r a un pre-
bonachón poseía una fortuna muy bien saneada, suntuoso; otras, enteramente viejas, conjuraban
declararon en estado de sitio su pacífico é ino- su nombre haciendo cruces, porque según su de-
fensivo corazón, el cual, según dicho de ventru- cir, e r a un ateo; las gotosas abuelas lo calumnia-
das y casamenteras matronas, no había pertene- ron también sangrientamente, y hasta los mari-
cido á ninguna beldad. dos de buena fe se permitieron desacreditarle en
Un caballero rico y no muy sandio, que con- muchas p a r t e s . . . .
s e r v a b a á los veinticinco años una alma virgen Por mucho tiempo el inocente Fabian sufrió
con estoicismo de espartano la tormenta de ira Aunque las muchachas, por su aspecto, eran
cundías que como castigo del cielo llovía sobre más gemelas que los Dioscuros, moralmente sus
su cabeza, preguntándose en el colmo del asom- instintos se hallaban siempre en contraposición.
bro cuál pudiera ser la causa de aquella mal- Sabina era impetuosa y capaz de todas las lo-
querencia que las amables doncellas se empeña- curas de una impulsiva.
ban en manifestarle. Mercedes, por el contrario, tenia la santa bon
En el más a m a r g o periodo de su caída fué dad de los espíritus fuertes, y su sensitivo cora-
ocasionalmente presentado á Sabina y á Merce- zón era un manantial inagotable" de ternuras.
des, doncellas huérfanas, de regular posición, bo Sus temperamentos, representando fuerzas é
nitas, inteligentes y honradas: caso raro, aque impulsos enteramente disímbolos, estaban sub-
lias niñas no adularon al prócer ni se mostraron yugados á la voluntad veleidosa del aturdido
indignadas ante sus impasibles cortesías: recibié- por los hilos de una pasión, de igual intensidad,
ronle con espontánea camaradería, sin mostrar aunque revelada de maneras muy diversas.
se tímidas ni descocadas: no platicaron de pe- L a psicología de Fabián era por demás drolá-
rendengues ó g a n z a d a s amorosas ni insinuaron tica y complicada.
en la conversación palabras de esas que orillan Cuando palpitaron en sus órgauos las prime
á un señor decente á las ceremonias y madriga- ras eclosiones de la pubertad, sus más próximos
les que en lo íntimo le fastidiarían soberamente. amigos y parientes llegaron á creer que estaba
Sea que la indiferencia de las hembras lasti- loco, tantas y tan gordas fueron sus extravagan-
m a r a el vidrioso orgullo de aquel efebo, que co- cias: en ese lapso de la vida en que la juventud
mo Hilas estuvo á punto de ser raptado por las echa á vuelo sus clamoreantes campanas, y la
ninfas, ó que derechamente se sintiese enamora hembra surge ante las atónitas virilidades del
do, ello fué, que cierta noche, contemplando el adolescente con todos los satanismos y con todas
hermes de la luna y el chispear de los luceros, las artimañas del pecado, porque pecadores son
juró á las dos criaturas una pasión volcánica y sus ojos, y pecadores son sus labios y pecadora
trágica, á la que ellas, ignorantes de la perfidia es su oarne, Fabián codició furiosamente á to
de su amador, prometieron corresponder con to das las pensativas que supieron dejar en su re-
d a s las fórmulas que en casos tales son de uso cuerdo la coruscante huella de uua mirada dia-
corriente y común. blesca: se enamoró sucesivamente de una cir-
ii
quera con nalgas de exuberancia calipigia, de de cavilar mucho, quedóse como entontecida en
alguna gazmoña amiga de su madre, de la espo- un aletargamiento de marmota.
Ya atenuado el colérico paroxismo, las dos llo-
sa de su profesor de lógica, de su madrina de
raron copiosamente, y abrazadas, cayeron de hi-
contirmación y probablemente hasta de la por-
nojos ante la Madona, encareciéndole como bue-
tera de su casa.
nas cristianas que a r r a n c a r a de su pecho aquel
Como se colegirá, en tipo de tau peregrinos
maldito hechizo que a m e n a z a b a perturbar por
antecedentes, una afección como la que le con-
siempre la paz filial de sus afectos.
turbó por las jóvenes, tenía que prosperar, cau-
Arrojaron las cuitas de sus conciencias en
sando sus consecuentes estragos. la rejilla del confesonario, refiriendo todos sus
La e x t r a ñ a a v e n t u r a hacía trastrabillar al escrúpulos al padre cura, y procurando en un
amador sobre una hilera de horcas caudinas. severo examen espiritual, que ningún replie
Torturando su ingenio, logró por mucho tiem- gue de sus almas p a s a r a desapercibido á la in-
po que ninguna de las novias sospechara la trai- vestigación saludable del mentor.
ción de que estaban siendo victimas, pero como Este, que era un viejecillo experimentado y
por el inexorable fatalismo que d e t e r m i n a d des- muy sabio, después de oír atentamente la nove-
tino de los vivos, todas las tragedias de la exis- la, dijo á sus penitentes:
tencia tienen que desenmarañarse alguna vez, —Huir muy lejos.
llegó por fuerza el día en que las burladas su- Cuando se aleja la blonda soñadora, dejando
pieran basta en sus más incógnitos detalles to- plantado á un amante que sufre, es porque el
das las maquinaciones del traidor.
olvido, ese p á j a r o siniestro, h a manchado con la
.Su estupefacción fué mayor que la del santí- sombra de sus alas la aurora de un amor efí-
simo Job cuando el ángel agorero fué á notifi- mero . . . .
carle las tremendas nuevas. A la hora en que el muriente crepúsculo cho-
Dejándose a r r e b a t a r por los furores del mo- r r e a b a oro molido sobre el luto de la noche ave-
mento, juraron tomar venganza del perverso: cindada, llegó Fabián á la casa de sus amigas,
Sabina, haciendo belicosos ademanes y arras- con un ramillete de violetas en cada mano y
t r a d a por sus melodramáticos instintos, llegó á dos cartuchos de bombones en las faltriqueras
pensar en venenos y puñales; Mercedes, después de su americana
Llamó discretamente.
Como no le contestaran, colóse á los aposen-
tos de rondón, y después de minuciosa investi-
gación a c a b ó por convencerse de que la jaula
e s t a b a vacia y las alondras habian volado.
Entonces alejóse llorando de aquel hogar don-
de h a b l a sido dichoso t a n t a s veces. INSTANTÁNEA.
L a s torres d e s g a s t a b a n sus bronces celebran-
do con regia pompa las exequias del sol, y la A A N T O N I O DE LA PKSA Y R E Y E S .

tristeza indefinible de la noche que llegaba, lo


Asi el cuadro: Un cielo invernizo, anodino y opa-
i n v a d í a todo p r o n t a m e n t e prontamente.
co, con turbio blancor de grumos de humo: el es-
pacio silente, torvo, sin trinos de aves, sin clarida-
des límpidas, sin rayos de sol: una familia de p a
lomas tiritando sobre la torre de vieja c a p i l l a :
en la plazuela, a l f o m b r a d a de cieno, con negru-
ras vibrantes de alquitrán, las c a s u c a s del ba-
rrio plebeyo, ostentando en sus pustulosos muros
grandes manchones obscuros, huellas de un to-
rrencial aguacero, extinto ya: a d h e r i d a á los ci-
mientos u n a greca de granizo no licuada aún,
extendida opulentamente, con todo el orgullo de
las cosas blancas, extendida como un a n c h u r o -
so e n c a j e de Malinas q u e fimbriase l a f a l d a de
una mendiga, y l a luz, u n a luz mortecina, do-
rando lo que podía: un c h a r q u i « do n a u f r a g a b a
un barquichuelo de papel de periódico que fa-
bricó un parvulillo desnudo é incircunciso, u n a
piedra humeante, un vidrio chorreado, un bal-
Llamó discretamente.
Como no le contestaran, colóse A los aposen-
tos de rondón, y después de minuciosa investi-
gación a c a b ó por convencerse de que la jaula
e s t a b a vacia y las alondras habian volado.
Entonces alejóse llorando de aquel hogar don-
de h a b l a sido dichoso t a n t a s veces. INSTANTÁNEA.
L a s torres d e s g a s t a b a n sus bronces celebran-
do con regia pompa las exequias del sol, y la A A N T O N I O DE LA PKSA Y R E Y E S .

tristeza indefinible de la noche que llegaba, lo


Asi el cuadro: Un cielo invernizo, anodino y opa-
i n v a d í a todo p r o n t a m e n t e prontamente.
co, con turbio blancor de grumos de humo: el es-
pacio silente, torvo, sin trinos de aves, sin clarida-
des límpidas, sin rayos de sol: una familia de p a
lomas tiritando sobre la torre de vieja c a p i l l a :
en la plazuela, a l f o m b r a d a de cieno, con negru-
ras vibrantes de alquitrAn, las c a s u c a s del ba-
rrio plebeyo, ostentando en sus pustulosos muros
grandes manchones obscuros, huellas de un to-
rrencial aguacero, extinto ya: a d h e r i d a A los ci-
mientos u n a greca de granizo no licuada aún,
extendida opulentamente, con todo el orgullo de
las cosas blancas, extendida como un a n c h u r o -
so e n c a j e de Malinas q u e fimbriaso l a f a l d a de
una mendiga, y l a luz, u n a luz mortecina, do-
rando lo que podía: un c h a r q u i « do n a u f r a g a b a
un barquichuelo de papel de periódico que fa-
bricó un parvuliUo desnudo é incircunciso, u n a
piedra humeante, un vidrio chorreado, un bal-
hoyo, otra patética escena agregada al d r a m a
dosín roto ó el pelaje atigrado de un felino que
a v e n t u r a b a pasos cautelosos por el suelo tortuo- elegiaco de su vida!
so y desigual Limpió su rostro lo mejor que pudo, vistió su
Por allí el tugurio. vieja osamenta con andrajos, y aturdido por el
atiplado vocerío de los harapiezos que pedían
Como los pequeños metían boruca insoporta- pan, buscó á tientas el nudoso báculo, llamó al
ble, el señor Juan despertó sobresaltado de su perro amigo, y claudicante y pesaroso se lanzó
letargo. al acaso.
Anonadado por las brutales escenas de la no- L a compasiva estanquera dióle á crédito un
che anterior, habíase desmayado en el jergón. billete de lotería, con cuya venta podría obte-
Sombrías pesadillas hacían su sueño más pe- ner unas cuantas piezas de cobre.
noso que la realidad misma. Casi alegre instalóse cerca de una iglesia con-
La historia cotidiana. El movimiento escéni- currida: allí, confundido entre falsos indigentes
co de aquella gatera, nido de pesadumbres y y ladronzuelos de b a j a estofa, cada vez que oía
desesperaciones, habitáculo de vicios, de blasfe- rumor de pasos, extendía la sarmentosa diestra
mias y de lamentos: ofreciendo su mercancía:
Que el amante de la Toribia llegó muy tarde —Veinte mil pesos p a r a hoy!
ya, borracho, con la embriaguez sombría de los ¡Ninguno compraba! Las señoras caritativas
dipsómanos, que golpeó á la mujer, maltrató á I03 pasaban de largo, sin mirarle siquiera; alguna
niños é injurió sus canas de viejo veterano, las que otra j u g a d o r a fanática se detenía un instan-
canas del señor Juan, del héroe sin nombre, que te, estudiaba el número, a j a b a el sutil papel, su-
ciego y baldado sufria con resignación de már- m a b a trabajosamente las cifras, abría el gra-
tir las bestialidades del hombre y los desboca- sicnto portamoneda y después de embromar un
dos vicios de la hija, la perdida que obcecada buen rato marchábase impasible:
por siniestro atavUmo se prostituía en todos los —No me gusta ese número!
lugares indignos para llevarle c a d a año un re-
Transcurrían las horas, pasaban violentas, fu-
cién nacido espurio . . .
gitivas, implacables, aproximábase el momento
¡El dia nuevo! ¿Qué e r a p a r a el señor J u a n ?
del sorteo, el señor Juan se sentía desfallecido
Un escalón más al descenso incesante hacia el
por el hambre, pensaba con el corazón oprimi- Atraído por los ruidosos aspavientos de la vie-
do en los nietezuelos abandonados en el tugurio, j a llegó un municipal, se informó del caso, y en-
y p a r a olvidar el sufrimiento torturante que le tonces el señor Juan, á golpes, empellones y
embargaba, ofrecía el billete con suplicante y bastonazos, seguido de una c a t e r v a de pilletes
gemebunda voz:
que silbaban y vociferaban, fué llevado á la Ins-
—Veinte mil pesos p a r a hoy! pección de Policía, acusado de ladrón y escamo-
Llegó un pillastrín, tomó el papel de la tem- teador!
blona mano que lo vendía, y después de cam- Protestaba su inocencia, pedia perdón por el
biarlo por otro inútil, que devolvió al cuitado, se delito que no había cometido, imploraba, sollo-
largó tarareando alegremente.
zando, la piedad de sus verdugos y todos
El señor J u a n sentía morirse, sus piernas va- reían y so burlaban sangrientamente!
cilaban, sudaba copiosamente, y los síntomas de
un vahído producido por su excesiva debilidad, El billete fué vendido.
le llenaban de terror. Obtuvo el premio.
Levantaba la velluda mano y llorando como Lo compró un rico avaro.
una mujer exhibía su mercancía. Por qué el billete fué vendido .?
Una beata, e n t a p u j a d a y jibosa, que salía del Por qué obtuvo el p r e m i o . . . . ?
templo acariciando las cuentas de la camándu- Por qué lo compró un rico a v a r o
la, acaso atormentada por un remordimiento ó
deseosa de g a n a r una indulgencia que a t e n u a r a
el saldo de sus culpas, sintió piedad por el des-
valido, detúvose ante él, tomó el billete, estornu-
dó, calóse las obscuras gafas con chocante par-
simonia, y luego de observarlo con prolijidad,
dijo:
—¡Es falso!
V por su descomunal bocaza, bigotuda y tu-
mefacta, se escapó un torrente do insultos y re-
criminaciones.
INDICE.
Págs.

Dedicatoria |
E l Caso de Pedro ^
U n Crimen R a r o ^
El Rey de las Gemas
A m o r Insulso ^
Monografía. 1Qg
El Viejo Error ^
Escrutinio ^
Dos Cartas ^
La Muerta ^
Dos Pasiones Trágicas ^
La Obra Maestra ^
La C r i s i s . . . ^
Diario de un bimple ^
Conflicto Grave OQ5
Instantánea
Esta obra se acabó de imprimir en
Imprenta del Sr. D .Eduardo
Dublán, el VII de Ju-
nio del año de
MDCCCXCVIII.

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