Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
2 Timoteo 4:6-8
Se dice que el cisne canta al sentir llegar la muerte. Lo cierto es que todos moriremos.
Podemos conocer nuestro pasado, nuestro presente pero el futuro se torna incierto. La
única condición para que nos llegue la muerte es estar vivos.
El apóstol Pablo podía ver su pasado, su presente y su futuro como en un espejo. Leamos
sus últimas palabras.
Pablo sentía que el día de su ejecución se acercaba, ya había recibido la sentencia de morir
degollado. No tenía la seguridad de volver a ver a Timoteo y a sus otros compañeros, ni
siquiera tenía la esperanza de escribir otra carta. Así que, en este pasaje contempla su vida
bajo tres aspectos: su pasado, su presente y su futuro.
1. Su pasado (versículo 7)
La vida de todo ser humano es una continua batalla. Jesús dijo: “No penséis que he venido
para traer paz a la tierra; no he venido a traer paz sino espada”. En otra ocasión Pablo
dijo: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne sino contra huestes angelicales de
maldad”. Realmente, ¡Cuántas batallas tuvo que afrontar el apóstol Pablo! (2 Corintios
11:23-28).
El gran guerrero de la cruz de Cristo, lleno de cicatrices por sus batallas, contempla una
serie ininterrumpida de victorias, contempla retrospectivamente la dura y prolongada
lucha de su vida y exclama triunfante: “He peleado la buena batalla”. Nosotros
igualmente, no hace falta que vistamos uniforme, pero sí debemos ser soldados activos y
decididos, dispuestos a luchar y vencer constantemente.
b) He terminado la carrera.
Cualquier carrera no terminada es un gran fracaso y pérdida. Pablo tenía metas firmes
(Hechos 20:24) y las cumplió. Nosotros también debemos seguir su ejemplo.
c) He guardado la fe.
Lo importante es que durante nuestra vida hayamos tenido fe en Dios y así guardar un
depósito precioso en la única fuente de verdad: Cristo, quien nos dará la salvación.
“Ser ofrecido”, ¡Qué privilegio! Ser puesto como víctima sobre el altar para glorificar a
Dios. Con seguridad, cuando él falleció, debe haber sido llevado por una escolta angelical
al seno de nuestro amado salvador Jesús. Me imagino una calurosa bienvenida al hogar
celestial, por ser un héroe y un mártir cristiano.
“Me está guardada la corona”, ¡Qué hermosa seguridad! Él se había puesto esa meta
(Filipenses 3:12-14) y ahora asegura haberla alcanzado. Tenía esa seguridad, recibir una
corona, el premio, los honores preparados por Jesús para sus seguidores.
Lo más precioso es que aquel noble y amante apóstol no se contentaba con ser coronado
él solo, sino que dice: “No sólo a mí, sino a todos los que aman su venida”.
De ahí que, el que ama y cree en Jesús no teme la muerte y quizá no hay demasiada
tristeza cuando se pierde un ser querido que sí puso su fe en Jesús, porque ahora se
encuentra en la presencia de Dios.
No así los creyentes. Moody, un famoso predicador del siglo pasado, decía a sus alumnos:
“Algún día leeréis en los periódicos que Moody ha muerto, pero no los creáis, porque ese
día estaré más vivo que nunca”.
Llegando a su último día susurraba: “Dios me está llamando”. Sus hijos asustados decían:
“No papá, tú estás bien, no pienses eso”. Luego siguió susurrando: “¿Es ésta la muerte?
No es tan mala ni fea como muchos dicen, no hay un valle sombrío, es dulce, es la gloria”.
Su hija preocupada y angustiada le dijo: “No papá, no nos dejes”. Procuró despertarlo,
pero él dijo: “No hija, Dios me está llamando, hace tiempo que yo esperaba este momento,
no me importunes para que vuelva, éste es el día de mi coronación, que hace mucho lo
anhelaba”. Así fue a la presencia de Dios.