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Su obra decisiva, configuradora en gran medida del pensamiento moderno, es azón como único medio de

evidencia. Tal filosofía racionalista fue pronto aceptada en su

en sus «Pequeñas Escuelas» («Petites Écoles») era de la más lograda del momento, llevada a término por
los «Solitarios» —como ellos mismos se denominaban—, seglares retirados de la vida mundana y dedicados a la
contemplación y al estudio. Casi paradójicamente, su enseñanza se basaba decididamente en el racionalismo, en
tanto que éste era el medio idóneo para el ejercicio de la voluntad, y a tal concepción se deben algunas obras de
excelentes logros no sólo científicos, sino también pedagógicos (como su Gramática o la

una personalidad genial a la vez que contradictoria: de salud enfermiza, su padre, magistrado
aficionado a las matemáticas, lo formó en un espíritu racionalista y científico; en tal formación destacaría
como una de las mentes más lúcidas de su tiempo. Desconfiando del simple racionalismo cartesiano, creó lo que
se denominaría «método experimental»: Pascal corroboró todas sus teorías mediante la experiencia, y a él se le
deben un tratado sobre geometría, la invención de una máquina de calcular, la creación —junto con el
matemático Fermat— del cálculo de probabilidades y las primeras experiencias razonadas sobre la física de la
presión del aire. Pero, por otro lado, diversos sucesos, unidos a su naturaleza enfermiza, agudizaron una
conciencia religiosa arraigadamente piadosa y austera; tal tendencia se afirmó con sus graves crisis religiosas, en
medio de una de las cuales trabó contacto con el jansenismo gracias a dos «Solitarios» de Port-Royal.

Desde los ambientes mundanos, tal crisis religiosa lo llevó a la abadía, donde se dedicó a la reflexión
filosófica y teológica como portador de la formación en un espíritu estrictamente laico. En esta época escribió
diversos tratados apologéticos de tono inflamado en defensa de la espiritualidad jansenista, así como otros
exclusivamente teológicos y filosóficos, todos

son la primera obra compuesta por Pascal desde la espiritualidad jansenista, y llegaron en un momento
de fuerte controversia ideológica en torno al tema de la predestinació trascendencia e incluso bien considerada por
la Iglesia, puesto que el autor conciliaba fe y razón al contemplar a Dios como la noción misma de la perfección,
como idea innata que sólo Dios mismo, en su existencia así comprobada, puede haber otorgado impresa en el
entendimiento humano.

La idea de la perfección fue más ampliamente desarrollada en su Tratado de las pasiones (Traité des
passions, 1649), también muy influyente en la configuración ideológica de la producción literaria clásica
francesa. Según el estudio cartesiano, el hombre está dominado corporalmente por las pasiones, que deben ser
combatidas por las potencias espirituales humanas: la razón y la voluntad; la primera enjuicia la pasión,
mientras que la segunda la refrena o la potencia según su naturaleza. Hace notar Descartes la fuerza de la pasión
amorosa, que no es sino un impulso a la perfección, debiendo ser considerada ésta anteriormente por la razón, la
cual establece en último término si en el objeto de la pasión se encuentra realmente la perfección. Tales
concepciones cartesianas de pasión y voluntad serán literariamente reproducidas de forma fundamental en la
escena trágica francesa, que recupera así para Europa gran parte de la ideología última que había guiado la
correspondiente tragedia clásica griega de la Antigüedad.

Pero la importancia de la obra de Descartes no sólo radica en su decisiva influencia en la ideología que
determinará el Clasicismo francés, sino además en el hecho de escribir sus obras filosóficas en lengua vulgar:
Descartes se expresó conscientemente en francés, pero no por una consideración artística, sino más bien por ese
afán de claridad que preside su pensamiento y que le hace comprender el valor de la prosa vulgar. A nivel
estilístico, su frase —alejada de lo retórico— aspira siempre a la concisión y a la diafanidad, aunque el período
pueda parecer excesivamente largo debido tanto al afán por la concatenación de las ideas como al resabio de la
enseñanzo habría de aparecer y configurarse en Francia como una actitud de renovación espiritual nacida, a su
vez, como casi necesario contrapeso al racionalismo cartesiano. Si éste dio lugar a la corriente de
librepensamiento que se impondría —también desde Francia— en el siglo XVIII, el jansenismo fue el resultado de
una desconfianza en la razón como forma última de conocimiento.

Su aparición estuvo ligada a la Reforma católica —más conocida como Contrarreforma—, y su origen
primero, por más que posteriormente responda a otras, se debe a razones estrictamente espirituales y, en concreto,
religiosas. En 1640 publicaba el obispo Jansenius su Augustinus, que, apoyándose en San Agustín, venía a
establecer la necesidad de la gracia divina para la salvación, sin que el hombre pueda intervenir en tal proceso de
forma alguna.

La idea de la predestinación, pese a su poco atractivo, caló muy hondamente en la comunidad francesa de
Port-Royal, cuyo abate era fiel seguidor de las ideas de Jansenius. La abadía funcionó desde entonces como un
verdadero foco de espiritualidad no limitada a lo estrictamente religioso, sino también muy influyente en la vida
socio-moral de la Francia de la época, y especialmente de ciertos sectores intelectuales a los que albergó y educó
según sus propios ideales. De espíritu austero, la educación que se impartía n. La Iglesia jerárquica y el Estado
francés veían en el jansenismo animado desde Port-Royal a un peligroso enemigo que había que combatir, más
aún cuando las diversas condenas oficiales no sirvieron sino para exacerbar los ánimos. En este clima, Arnauld,
prestigioso jansenista atacado y censurado en la Sorbona, convence a Pascal, muy estimado por la opinión
pública, para que escriba una serie de panfletos en contra de los enemigos de los reformadores —especialmente los
jesuitas— y a favor del jansenismo como doctrina verdaderamente cristiana.

Publicadas anónima y clandestinamente, las Provinciales (como fueron conocidas, pues aparecieron con el título
de Lettres écrites par Louis de Montalte à un Provincial…) son un conjunto de dieciocho cartas en las que Pascal
defiende a Arnauld, ataca la moral jesuítica y exculpa a Jansenius de las imputaciones

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