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Un cierto tic-tac

Juguete en un acto1

Personajes:

El doctor
La mujer
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Habitación con escritorio, confortables y otros diversos muebles


de oficina. En el fondo, una puerta en cuyo vidrio se lee, de revés,
el siguiente texto: «Doctor Plácido Bonifaz. Horario: 4 a 7 p. m.».
Al levantarse el telón, se ve al doctor Bonifaz sentado ante su
escritorio revisando con atención un legajo de papeles. Suena el
timbre del teléfono, que está a su alcance, y contesta.

Doctor. — ¿Aló? Sí, él contesta. (Pausa). ¿Cómo está us-


ted? (Pausa). Mañana, a primera hora, me ocuparé de
su asunto. (Pausa). No, no tenga cuidado. (Pausa). La
operación es muy sencilla y espero que tenga éxito. Soy
especialista en esa clase de intervenciones…
Mujer. — (Que entra intempestivamente). ¡Doctor! ¡Doctor!
¡Algo terrible! (Se acerca al escritorio). ¡Me sucede algo
terrible! ¡No lo soporto más!

___________
1
Estrenada por la Escuela Dramática del Club de Teatro de Lima en octubre de 1956,
bajo la dirección de Fernando Samillán.

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Doctor. — (A su interlocutor telefónico). Espere… No le oigo
nada. Ha entrado una señora y no sé… (Cubre el fono
con la mano).
Mujer. — Soy señorita, doctor. ¡Eso es lo malo! ¡Estoy sola
con mi dolor!
Doctor. — Discúlpeme. ¿En qué puedo servirla?
Mujer. — Algo horrible, doctor. Un ruido, un tic-tac… ¡No
puedo con él! ¡Sálveme!
Doctor. — Pero…
Mujer. — (Sin dejarlo hablar). ¡Sálveme! ¡Si no lo hace, iré
derecho al río, a matarme!
34 Doctor. — Bueno, calma. Siéntese, por favor. Termina-
ré de hablar por teléfono. (La Mujer, muy agitada, lo
obedece. En el sillón, permanece haciendo muecas). ¿Aló?
Llámeme dentro de un rato, cinco o diez minutos.
(Pausa). No, no. Ha entrado aquí una señorita que
no sé qué es lo que quiere. (Pausa). No más de diez
minutos.
Mujer. — (Poniéndose de pie). ¡He venido a que me quite
usted el tic-tac!
Doctor. — (A la Mujer). Espere, señorita. Espere. (Al
fono). No, no es a usted a quien le digo que espere.
(Pausa). Llámeme dentro de diez minutos. Hasta luego.
(Cuelga el auricular).
Mujer. — (No bien el Doctor ha dejado el teléfono). Escu-
che, cuando duermo, cuando camino, cuando como,
cuando estoy alegre, siempre, suena dentro de mí un
tic-tac insoportable. ¡Tic! ¡Tac! ¡Tic! ¡Tac! ¡Tic! ¡Tac! Cre-
ce y decrece, sube y baja… ¡No me da descanso! ¡Como
un reloj diminuto o gigantesco!
Doctor. — (Poniéndose de pie). Debe ser un error, señorita.
Mujer. — (Irritada). ¿Cómo error? ¿No soy acaso una
persona adulta? ¿Tengo cara de loca y embustera?

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Doctor. — No me ha entendido usted. Quiero decir que
curarla no es cosa que esté a mi alcance…
Mujer. — ¡Le pagaré lo que pida, doctor! ¡Aunque me quede
en medio de la calle, aunque tenga que pedir limosna,
aunque…! (Desesperada). ¡Soy muy desgraciada, doctor!
Doctor. — No es cuestión de dinero…
Mujer. — (Angustiada). ¿Es algo incurable? ¿No hay reme-
dio contra este tic-tac?
Doctor. — En realidad, no lo sé. Le quiero decir simple-
mente…
Mujer. — (Interrumpiéndolo despavorida). ¡Ahora sube!
¡Sube! ¡Sube! 35
Doctor. — ¿Qué es lo que sube?
Mujer. — ¡El ruido! ¡El tic-tac! ¡Tic! ¡Tac! ¡Tic! ¡Tac! ¿No lo
oye usted?
Doctor. — (Que ha estado auscultando el aire, tratando de escu-
char el ruido). No, no oigo nada. Es una alucinación suya.
Mujer. — ¡Ya baja! ¡Ya baja! ¡Qué alivio! (Pausa). ¿Una alu-
cinación, dijo usted? ¿Es eso mortal?
Doctor. — No puedo decirle nada, señorita…
Mujer. — Es cierto, doctor. Tengo que explicarle cómo
comenzó. Estaba yo con mi novio en el cine. (Pau-
sa). Usted sabe, el amor, la oscuridad, la emoción. En
fin, es fácil de comprender. ¿Cómo le puedo explicar
mejor? (Se sienta en el sillón). Yo acá y él… Bueno, muy
cerca de mí.
Doctor. — (Con alguna ironía). Comprendo…
Mujer. — No es sencillo reconstruir una situación como esa.
¿Quiere usted ayudarme? Siéntese a mi lado, doctor…
Doctor. — ¿Yo?
Mujer. — Sí, doctor. Se lo ruego.
Doctor. — (Tomando asiento). Si usted lo pide… Pero le
advierto…

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Mujer. — Espere que termine y entonces se dará cuenta
de mi drama. (Pausa). Estábamos así, uno al lado del
otro, y él me tenía tomada de la mano… ¡Tómeme de la
mano, doctor! (El Doctor, un tanto entusiasmado, hace
lo que le indica la Mujer). Exacto. La película era de
suspenso. ¡Inquietante! Yo, que soy sumamente sensi-
ble, me acercaba más y más a mi novio. ¡Así! Pero él,
que no le tiene miedo a nada, se reía. Yo aterrorizada, y
él hecho unas pascuas. ¡Ríase, doctor!
Doctor. — ¿Es necesario?
Mujer. — Si no, no puedo recordar bien cómo me asaltó la
36 enfermedad. Ríase o haga como que se ríe.
Doctor. — (Con bastante esfuerzo). ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
Mujer. — (Descontenta). Bueno, más o menos. (Pausa).
En el momento del crimen, cuando el asesino entra
en la habitación de la pobre chica que tiene en su
poder los papeles de la herencia, oigo un sonido leve,
perfecto, nítido: ¡Tic! Creí que se me había descosido
un botón.
Doctor. — (Con cinismo). ¡Ajá! ¡Qué interesante! ¿Era un
botón?
Mujer. — ¿Interesante? Esa no es la palabra. El sonido se
repitió: ¡Tac! Me quedé helada. Mi novio, entonces, cre-
yendo que era la película que me impresionaba dema-
siado, me pasó el brazo por la espalda.
Doctor. — (Que ha decidido aprovechar la situación). ¿De
este modo? (Le pasa el brazo por la espalda).
Mujer. — Justo, doctor. ¡Qué inteligente es usted! Fue
cuando me dijo: «No tomes la película tan en serio, co-
razoncito». (Explicativa). Cuando se pone muy tierno
me trata de «corazoncito», y a mí me gusta…
Doctor. — (Suave). Es la palabra que usted se merece,
señorita.

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