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Leslie A.

White

La ciencia de la cultura – Un estudio sobre el hombre y la civilización

La ciencia es una colección de hechos y fórmulas, es una manera de tratar la experiencia.


La ciencia es uno de los modos básicos de tratar la experiencia. El otro es el arte. La
finalidad de la ciencia y del arte es la misma: hacer inteligible la experiencia, ayudar al
hombre a adaptarse a su medio para que pueda vivir. Pero, aunque tiendan a una misma
meta, se aproximan a ella desde direcciones opuestas: la ciencia trata de particulares en
términos de universales, mientras que el arte trata de universales en términos de
particulares.

La costumbre de ver a la ciencia como un amplio terreno dividido en cierto número de


campos tiene justificación por su utilidad y conveniencia, pero tiende a oscurecer la
naturaleza de la ciencia como medio para interpretar la realidad y siembra confusión en
hombres de ciencia y en legos.

Las técnicas y suposiciones básicas que comprenden la manera científica de interpretar la


realidad son igualmente aplicables a todas sus fases, a la humana social, o cultural, como
a la biológica y física. Esto significa que debemos dejar de considerar a la ciencia como
una entidad que es divisible en un número de partes cualitativamente diferentes: algunas
plenamente científicas, otras casi científica y otra solo pseudocientíficas. Debemos dejar
de identificar la ciencia con una u otra de sus técnicas, tales como la experimentación.
Debemos considerar la ciencia como un modo de conducta, como un modo de interpretar
la realidad, antes que como una entidad en sí misma, como un segmento de tal realidad.
Esa realidad podemos descomponerla hasta el extremo de que la podamos experimentar
en partes componentes o unidades, a las que llamamos hechos. La experiencia, por tanto,
es imaginada por nosotros como algo único, como una totalidad, y también como un
número infinito de partes o hechos.

La labor de la ciencia debe adaptarse a la estructura de la realidad; sus herramientas deben


formarse y sus técnicas ordenarse como para aprehender eficazmente la realidad y hacerla
inteligible para nosotros. Esto significa que es necesario que tengamos tres maneras de
hacer ciencia: una que capte totalmente la propiedad de espacio-tiempo de la realidad, y
dos maneras auxiliares y derivadas, adaptadas para tratar cada uno de los aspectos de esta
propiedad, espacio y tiempo. Veremos que el total de la ciencia puede asignarse a una u
otra de estas tres categorías; aparte de ellas, no hay otro modo de hacer ciencia.

El proceso de reducir la experiencia concreta a abstracciones artificiales, o, para


expresarlo con mayor exactitud, el acto de sustituir conceptos “libres invenciones del
intelecto humano” (como dijo Einstein) por las experiencias concretas de los sentidos no
solo es inevitable, sino que es la esencia misma del hacer ciencia.

La distinción entre los niveles orgánico, inorgánico y superorgánico de la la realidad es


fundamental para la ciencia. Los fenómenos de estos tres niveles no difieren entre sí por
el hecho de estar uno compuesto por una clase de substancia básica y otro por una clase
diferente. Difieren en la manera en que sus partes componentes están organizadas en
formas o estructuras.

Física, biológica y cultural son rótulos para tres clases cualitativamente diferentes y
científicamente importantes de formas de realidad.

La categoría física está compuesta por fenómenos o sistemas no vivientes; la biológica,


por organismos vivos. La categoría cultural de fenómenos comprende hechos que
dependen de una facultad peculiar de la especie humana, la capacidad de usar símbolos.
Estos hechos son las ideas, creencias, idiomas, costumbres, etc. que constituyen la
civilización o cultura de cualquier pueblo, independientemente del tiempo, lugar o grado
de desarrollo. La cultura pasa de una generación a otra. Sus elementos interactúan entre
sí de acuerdo con principios que les son propios. La cultura constituye así una clase
suprabiológica, o extrasomática, de hechos, un proceso sui generis.

Los hechos ocurridos en el nivel biológico pueden ser tratados en términos de fenómenos
inanimados; una planta o un animal es tal cantidad de carbono, nitrógeno, hidrógeno, etc;
tienen peso, caen, pueden congelarse. Del mismo modo, un hecho cultural puede tratarse
en términos de sus gestos, vocales y manuales, y estos a su vez pueden ser tratados en
términos de sus propiedades acústicas, mecánicas, físicas y químicas.

Pero el hecho de que los fenómenos de una categoría puedan ser reducidos a la categoría
que les siguen para abajo no destruye las categorías mismas ni significa un desmedro para
su distintividad: una organización de hechos no puede comprenderse bien si no se la
interpreta en el nivel de su organización. Los sistemas culturales están compuestos por
hechos psicofísicos, pero no podemos entender una cosa con solo saber que comprender
reacciones neuro-sensorio-musculares y que estas se hallan compuestas a su vez por
partículas y procesos atómicos y moleculares. Cada orden de hechos, cada clase de
sistemas, debe comprenderse en su propio nivel.

Por tanto, observamos que tenemos tres niveles cualitativamente distintos de fenómenos:
el cultural, que se caracteriza por el símbolo; el biológico, caracterizado por la célula; y
el físico, caracterizado por los átomos o cualquier unidad a la que se dedique el físico.

El símbolo es la unidad básica de toda conducta humana y civilización. Toda conducta


humana se origina en el uso de símbolos. Fue el símbolo el que transformó a nuestros
antepasados antropoides en hombres y los hizo humanos. Todas las civilizaciones han
sido generadas, y son perpetuadas, por el empleo de símbolos. La conducta humana es
simbólica; la conducta simbólica es conducta humana. El símbolo es el universo de la
humanidad.

Todos los símbolos deben tener una forma física, de lo contrario no podrían penetrar en
nuestra experiencia. Pero el significado de un símbolo no puede ser descubierto con el
mero examen sensorial de su forma física. El significado de un símbolo puede ser captado
solamente por medios no sensoriales, simbólicos.

Pero una cosa que en un contexto es un símbolo, en otro es un signo. Una palabra es un
símbolo únicamente cuando se sabe la distinción entre su significado y su forma física.

El hombre difiere de los animales en que puede desempeñar un papel activo en la


determinación del valor que deberá tener el estímulo vocal, mientras el animal no puede
hacer lo mismo. La diferencia entre la conducta del hombre y la de otros animales consiste
en que los animales pueden recibir nuevos significados, pero no pueden crearlos, cosa
que es privativa del hombre.
Es muy escaso el conocimiento que tenemos sobre la base orgánica que sustenta la
facultad de usar símbolos: poco sabemos de la neurología de la simbolización. Y son muy
pocos los hombres de ciencia que parezcan sentirse interesados por el tema. Los
anatomistas no han sido capaces de descubrir por qué los hombres se pueden valer de
símbolos y los monos no. Dentro de lo que se sabe, la diferencia entre el cerebro humano
y el cerebro de un mono es de carácter cuantitativo. Tampoco posee el hombre de ningún
especializado “mecanismo de símbolos”. Los llamados centros del lenguaje del cerebro
no deben ser identificados con la función de usar símbolos.

Podemos suponer que el punto focal de la facultad de utilizar símbolos se encuentra en el


cerebro anterior, que es particularmente grande en el hombre, comparado con el mono. Y
sabemos que ciertas variaciones cuantitativas dan origen a diferencias cualitativas. Puede
entonces que un crecimiento notable de tamaño ocurrido en el cerebro del hombre haya
hecho aparecer una nueva clase de función.

Toda cultura depende del símbolo. Fue el ejercicio de la facultad de usar símbolos lo que
puso en existencia a la cultura, y el uso de los símbolos es lo que hace posible la
perpetuación de la cultura. Si el símbolo no habría cultura y el hombre sería un animal,
no un ser humano. El lenguaje articulado es la forma más importante de expresión
simbólica. En ausencia del lenguaje articulado no habría ninguna organización social
humana. Sin alguna forma de comunicación simbólica no tendríamos cultura. Sin
embargo, a pesar de toda su cultura, el hombre sigue siendo un animal y lucha por lograr
los mismos fines hacia los cuales se esfuerza por llegar toda criatura viviente: la
conservación del individuo y la perpetuación de la especie. Pero en el hombre hay una
diferencia, no en los fines, sino en los medios. Los medios del hombre son medios
culturales: la cultura es el modo de vivir del animal humano.

La conducta del hombre es de dos clases: simbólica y no simbólica. Un bebé se vuelve


humano cuando empieza a usar símbolos. Hasta que comienza a hablar no hay nada que
distinga su conducta de la de un joven mono. El infante de la especie Homo sapiens se
torna humano cuando adquiere la facultad de usar símbolo y la ejerce. Únicamente por
medio del lenguaje articulado puede penetrar en el mundo de los seres humanos y tomar
parte en sus asuntos.

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