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CRÍTICA A “APUNTES SOBRE TRANSICIÓN NEOLIBERAL, CARÁCTER

DEL PERÍODO Y ESTRATEGIA DE RUPTURA INSTITUCIONAL DE MASAS


Y REFUNDACIÓN DEMOCRÁTICA”

Concepción – 26 DE JULIO DE 2013


Soc. Carlos Lafferte

De la 1ª Parte: “Acerca de la llamada transición a la


democracia”

1.1 Un primer acercamiento

Chile no fue –luego de producido el Golpe militar- el exclusivo y


particular laboratorio de, “la reacción mundial y el imperialismo”,
con el objeto de, “probar, construir, desarrollar y masificar” en el
mundo algún modelo de dominio y explotación capitalista de
exportación. Insólita afirmación es ésta con la que se inicia el
documento objeto de nuestra crítica (DO), la cual, aparte de atribuir a
nuestro país una singularidad que nunca ha tenido en lo económico,
viene a desconocer la configuración desigual y combinada del Sistema
Capitalista Mundial (SCM), en que nuestra Formación Económico-Social
(FES) inscribe su (sub)desarrollo desde la perspectiva de las
formaciones a las cuales se les ha impuesto una adscripción periférica y
contributiva al centro del sistema, el que a su vez se encuentra
conformado por los polos de carácter imperial. En éste contexto, el
afirmar que el patrón y las medidas monetaristas aplicadas en Chile era
una situación exclusiva, novedosa y aplicable 100% en el resto del SCM
no es efectivo, toda vez que lo obrado en nuestra formación por parte
del capital monopólico-financiero aliado al transnacional ya se había
verificado en varias otras partes: Argentina, Bolivia, Brasil, etc., e
incluso en nuestro propio país, y habida consideración que el conjunto
de las medidas aplicadas localmente jamás hubieran sido posibles de
operacionalizar en el grueso de las formaciones semiperiféricas y menos
en las potencias del centro del sistema.

Ahora bien, desde el inicio del texto se apela hasta el cansancio a un


conocido libro de Naomi Klein –“La doctrina del shock; El auge del
capitalismo del desastre”- para apoyar la supuesta exclusividad del
‘modelo chileno’ (y otros tópicos que veremos posteriormente). Dicha
autora canadiense, gran promotora de los movimientos críticos del
capitalismo tipo ‘indignados’ y ‘Ocuppy Wall Street’ (no queremos ser
peyorativos, pero dichas instancias, asambleístas y de impronta
catártica, lamentablemente se quedan en la mera censura sin llegar a
cuestionar hasta el final las bases del sistema capitalista creador de las
desigualdades y discriminaciones que dicen resistir, evadiendo en última
instancia la creación de un efectivo poder político-social que destruya el
dominio de los que nos subyugan), parece descubrir el agua tibia en su
obra, puesto que inscribe en esta que para imponer políticas pro
capitales monopólicos y transnacionales los sectores dominantes
mundiales debe aprovechar las crisis, reales o inventadas, producidas en
ciertas formaciones u zonas geopolíticas. Pero, ¿es que ello no ha sido
así desde los tiempos de Matusalén? Por otra parte, la Klein no es muy
rigurosa con la cronología de la imposición en diversas FES de las
reformas monetaristas y afines al capital financiero, lo que podemos
atribuir a su desconocimiento, real o pretendido, del establecimiento
hace más de un siglo de la fase imperialista dentro del capitalismo e
incluso de la instalación de una etapa de transición hacia una fase II
imperialista, de una plena transnacionalización de los capitales y las FES
del orbe1, proceso éste último que hunde sus raíces en el centro del
SCM luego de concluida la II Guerra Mundial y que tarda algunas
décadas en imponerse allí y otro tanto en la periferia del mismo. Por si
fuera poco, la Klein utiliza una batería organicista para su estudio sobre
ciertos procesos político-sociales, obsoleta teorización esta que no
considera en su justo valor la lucha de clases y la división clasista de
nuestras formaciones para determinar su decurso histórico, y a las
cuales –luego de definirlas como entes vivos compuestos por una suma
de individualidades- las llega a poner por encima de ese devenir.

Chile no fue -ni podría serlo- el espacio experimental del, “modelo


capitalista neoliberal”, por cuanto tal entelequia, que es lo que en
realidad es, jamás ha existido. Y lo decimos así, tajantemente, toda vez
que el hipotético “liberalismo” económico (permítasenos poner en duda
su existencia, pues sabemos que ya en el siglo XV, en la Inglaterra de

1
Un estudio de comienzos de ésta década, a cargo de un equipo del Instituto Federal Suizo de Tecnología,
reveló un núcleo de 1318 empresas transnacionales con propiedades interconectadas. Cada una de las 1318
tenía vínculos con dos o más empresas y en promedio ellas estaban conectadas con otras 20. Es más, a pesar
que ellas representaban un 20% de las ganancias operativas al nivel mundial, las 1318 parecen
colectivamente poseer a través de sus participaciones la mayoría de las blue chip y de las firmas
manufactureras más grandes a nivel mundial (la economía “real”), que representan más de un 60% de las
ganancias globales. Cuando el equipo fue más allá en el desenredo del entramado patrimonial, se encontró
fuertemente encauzado a seguirle la pista a una “súper-entidad” de 147empresas, aún más estrechamente
unidas –la totalidad de su propiedad estaba en manos de otros miembros de la súper entidad- y que
controlaba el 40% de la riqueza total de la red. “En efecto, menos del 1% de las empresas fueron capaces de
controlar el 40% de toda la red”, contaba uno de los investigadores. La mayoría fueron instituciones
financieras. El top 20 incluye a Barclays Bank, JPMorganChase & Co, y The Goldman Sachs Group. En: New
Scientist – Physics & Math, Edición de la Revista 2835, pp. 8-9
Isabel I, se prohibía la salida del oro y la plata, de la lana sin elaborar,
se arrojaba a los mercaderes de la Liga Hanseática desde sus puertos,
etc.2), que con su pretendido revival denominado “Neoliberalismo”
parece confundir hoy a la izquierda en su conjunto, se vio superado a
principios del siglo pasado por la nueva fase imperialista. A este
respecto, Lenin nos ilustra sobre el particular recordándonos que Marx,
en su magistral obra El Capital, “había demostrado con un análisis
teórico e histórico del capitalismo, que la libre competencia engendra la
concentración de la producción, y que dicha concentración, en un cierto
grado de su desarrollo, conduce al monopolio”3. A continuación remata
con la conclusión siguiente: “La aparición del monopolio, al concentrarse
la producción, es una ley general y fundamental de la presente fase del
desarrollo del capitalismo”.

De lo anterior se sigue que la etapa de un presunto “liberalismo”


económico capitalista (insistimos en nuestra duda sobre la existencia de
tal liberalismo en el centro capitalista, toda vez que sólo servía de ariete
ideológico al servicio de la burguesía, útil para romper con las ataduras
de las supervivencias feudales y por la apertura de nuevos mercados de
ultramar), de “Libre Competencia” o “Librecambista”, inexorable e
inevitablemente es superada por una fase de desarrollo capitalista
superior, la del desarrollo y dominio de los monopolios, la del
Imperialismo; es decir, se alejó para siempre de cualquier liberalismo
(o, digámoslo, de cualquier categoría que se quiera representar por el
artefacto “Neoliberalismo”). Así también lo aseguraba Nicolai Bujarin, en
su trabajo “El imperialismo y la economía mundial”: “Hacia 1870, se
comprueba, en los países más desarrollados económicamente, un
brusco viraje frente al libre cambio que, evolucionando rápidamente de
la educación de la industria a la defensa de los cárteles, termina en el
alto proteccionismo moderno”.4 Bujarin entiende aquí por “educación de
la industria”, los niveles de proteccionismo que aplican los Estados
Industrializados para defender sus aparatos productivos y sus
mercados, en otro mentís a supuestas providencias “liberales” o, peor
aún, “Neoliberales”.

Pero a fin de cuentas, ¿qué es lo que en verdad representa el mentado


‘Neoliberalismo’?

Lo que sus confundidos testaferros de la izquierda no saben, o parecen


desconocer, es que aquel término surgió hace mucho y del otro lado de

2
Jorge A. Ramos; “Historia de la nación latinoamericana”; Buenos Aires, 1988.
3
V. I. Lenin; “El imperialismo, fase superior del capitalismo”; Editorial Cartago, Argentina; 1960; tomo III, p.
736.
4
Nicolai Bujarin; “El imperialismo y la economía mundial”; Cuadernos de Pasado y Presente; 1971; página 97.
la brecha. Es un vocablo propio de la lengua de los señores, de los
amos, de los patrones.

Von Mises, economista austríaco y teórico de lo que luego sería el


monetarismo y la fábula de la economía “social” de mercado, lo apunta
por vez primera en su obra “Liberalismus” (1927),5 como “neuen
liberalismus” y lo reserva para diferenciar el liberalismo decimonónico
(más bien la economía política clásica capitalista, cuyas ‘bondades’
pulverizara Marx) de las nuevas variantes medio socialistas de dicha
teoría (el austrohúngaro aborrecía todo lo que oliese a socialismo,
incluso a Keynes). No obstante, dicha frase queda traducida como
“neoliberalism” en su posterior versión inglesa, de dónde provino la
impostura castellana. Asimismo, Louis Baudin, en uno de sus trabajos,6
explica que aquel término se habría impuesto en medio de un coloquio
de neoconservadores (autodesignados “liberales verdaderos”), realizado
en 1938, y que este mote se utilizaría para remontar el descrédito que
implicaba entonces el “liberalismo”. También, estaría asociado a otro
artefacto ideológico de los neoconservadores, llamado “economía social
de mercado”,7 y por último, se relaciona con la escuela neoconservadora
italiana de entreguerras. Es decir, era un tópico reservado para los
teóricos de las políticas pro gran capital e imperialistas, opuestos a un
explícito laissez faire y enemigos del socialismo. Sus creadores querían
ocultar entre los pliegues del término las bases político-sociales y
económicas de la economía política de la fase imperialista, del
crecimiento a costa de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y de
los recursos naturales de extensas zonas geográficas, integradas tras la
penetración del capital financiero; de la sacrosanta propiedad privada de
los medios de producción y la apropiación también privada del
excedente económico a una escala internacional, etc. Lo disfrazan como
un renacimiento del “Liberalismo”, de “defensa y difusión de las ideas de
la libertad”;8 “un concepto global, bajo el que se incluyen los programas
de la renovación de la mentalidad liberal clásica. (…) Los esquemas
neoliberales del orden económico y social son modelos de
estructuración cuyo denominador común central es la exigencia de
garantía (constitucional o legal) de la competencia frente a la
prepotencia” (negritas nuestras).9

5
Ludwig von Mises: “Liberalismus” (1927); Academia Verlag Sankt Augustin, 1993, p.24.
6
Louis Baudin: “L’Aube d’un Nouveau Libéralisme”; Genin, 1953
7
Egon Nawroth: “Die Sozial-und Wirtschaftsphilosophie des Neoliberalismus”; Heilderberg: Kerle, 1961.
8
Ibídem.
9
Alfred Schuller y Hans Krusselberg: “Conceptos Básicos sobre el orden Económico”; Barcelona: Ediciones
Folio S.A., 1997, p. 97.
Uno de los áulicos de la etapa de transición imperialista actual y
miembro de la Sociedad Mont Pelerin (que fundaran los héroes
neoconservadores Hayek, Friedman, von Mises, etc.), plantea que otros
se apropiaron y corrompieron el término “Neoliberalismo”. Se queja él
de que: “(…) el ‘neoliberalismo’ es utilizado para caracterizar cualquier
propuesta, política o gobierno que, alejándose del socialismo más
convencional, propenda al equilibrio presupuestal, combata la inflación,
privatice empresas estatales”.10 Le preocupa que: “Probablemente son
muy pocas las doctrinas que, como el liberalismo, hayan perdido tantos
términos a manos de sus enemigos en el debate político”.11

Todas estas definiciones, tan cándidamente farsantes como sin asidero


en la realidad, ocultan las verdaderas intenciones de los ideólogos de la
etapa imperialista en curso. De allí entonces que aseguremos que al ser
importado el término “Neoliberalismo” desde el campo enemigo, sin dar
cuenta que con su uso se está invirtiendo la realidad y se encubren
categorías tales como imperialismo, capitalismo, burguesía, explotación,
etc., lo que hacemos es apropiarnos de una ilusión para criticarla y,
fatalmente, esto implica que no hacemos cuestión del fondo del asunto
(véanse los tristes papeles que juegan gobiernos y movimientos
autodenominados “Anti-Neoliberales”, tales como los casos del
kirchnerismo en Argentina, lo obrado por el PT en Brasil, el insustancial
FA uruguayo, el orteguismo en Nicaragua, la ‘socialista’ Bachelet, etc.,
que terminan manteniendo y administrando el sistema del gran capital).
Es como quitar a nuestros enemigos de clase su quimera y criticarlos
por ella y no por sus verdaderas prácticas políticas, y es esto lo que
venimos en criticar del DO, puesto que el uso indiscriminado y acrítico
del artilugio ideológico “neoliberalismo” empleado en él no hace más
que entorpecer la necesaria comprensión de la realidad y la praxis que
l@s revolucionari@s debemos impulsar para terminar con el actual
sistema de dominación/explotación.

Ahora bien, con justa razón nos podrían cuestionar, ¿pero son tantas y
tan graves las consecuencias de denominar “Neoliberal” a la actual fase
transición imperialista? ¿Para qué nos vamos a poner tan
fundamentalistas y fijados en los conceptos?

Y es que casi nos sentimos tentados a afirmar que esta creatura del
“neoliberalismo” sea un arma tipo “Caballo de Troya”, la cual, luego de
serle apropiada de manos de sus creadores e ideólogos del gran capital
por sus supuestos “enemigos” de clase, expide su falsario contenido a

10
Enrique Ghersi: “El mito del Neoliberalismo”; Revista CEP 95 (invierno 2004), p. 307.
11
Ibídem, p. 311
este lado de los contendores, debilitando y confundiendo nuestra
praxis?12 Nos preguntamos: ¿Cómo es posible que un eufemismo,
arrebatado a los teóricos del capitalismo contemporáneo, que oculta la
realidad concreta y los medios correctos para su transformación, haya
pasado a convertirse en el habla cotidiana en un término corriente para
definir irrealidades y supuestas consecuencias de estas? Creemos que la
respuesta a tamaña impostura proviene desde dos vertientes, no
incompatibles entre sí: primero, la derrota política de los movimientos
populares en los “70s-“80s (inclusive ideológica en algunos casos), la
que provocó, entre otras lamentables secuelas, una carencia de
propuestas tal que se llegó a apelar sin reparos al lenguaje del enemigo
para dar cuenta de las nuevas condiciones; en otras palabras, había que
operar inclusive en el plano del prejuicio cognitivo y tolerar la
desinformación. La otra fuente, con raíces aún más antiguas, deviene
del inveterado y mesiánico deseo de parte del ala reformista y
socialdemócrata de la izquierda por encontrar a una legendaria
burguesía “nacional y progresista” que lleve a cabo las tareas de la
revolución democrático burguesa, la cual -juran ellos muy orondos-
debe ocurrir primeramente antes de poder pasar a preparar las
condiciones de la revolución proletaria, por lo que le es muy conveniente
identificar a un enemigo “neoliberal” que le brinde la oportunidad de
levantar frentes ‘antineoliberales’, donde poder aliarse con esas
imaginarias fracciones burguesas “progresistas” y ahora
“antineoliberales”.

Finalmente, la explicación del porqué la lucha por la correcta definición


de los conceptos en que nos empeñamos se la dejamos al viejo
Althusser: “Una sola expresión puede resumir la función dominante de la
práctica filosófica: ‘trazar una línea de demarcación’ entre las ideas
verdaderas y las ideas falsas. La frase es de Lenin.
“La misma frase resume una de las operaciones esenciales de la
dirección de la práctica de la lucha de clases: ‘trazar una línea de
demarcación’ entre las clases antagónicas, entre nuestros amigos de
clase y nuestros enemigos de clase.

12
Veamos estas supuestas “aclaraciones” del extinto Movimiento por las Asambleas del Pueblo: “nos
parece profundamente equivocado desconocer la categoría neoliberal, lo que nos permite un diagnóstico
más certero y preciso del sistema capitalista vigente” (¿qué tal? Las negritas son nuestras). Y esta otra, de
tautología pura: “Después de la derrota sufrida por el movimiento popular y revolucionario con la instalación
de la Dictadura y posteriormente con los acuerdos superestructurales que mantuvieron y
perfeccionaron el sistema de dominación (capitalista neoliberal y autoritario) que permanece hasta
nuestros días, significó el fortalecimiento de la propuesta capitalista neoliberal”. En: “Cuenta a la segunda
asamblea nacional del MPT”; en MPT-Comunicaciones, febrero 2010.
“… Línea de demarcación teórica entre las ideas verdaderas y las ideas
falsas, y línea de demarcación política entre el pueblo (…) y los
enemigos del pueblo.
“… en la lucha política, ideológica y filosófica, las palabras son también
armas: explosivos, calmantes y venenos. Toda la lucha de clases puede
a veces resumirse en la lucha por una palabra o contra una palabra”.

Y entonces, a nivel del SCM, ¿qué es lo que en verdad ha ocurrido en la


esfera de lo económico en las últimas seis décadas y que no se recoge
en el DO, al darse por sentado en este la existencia de un supuesto
modelo “neoliberal”, el cual actuaría como una especie de demiurgo del
que se desconoce su origen, contenido y probable destino?

En la práctica, la superación de las moribundas relaciones económicas


del mercado orientado por los capitales monopólicos (vigente hasta poco
después del fin de la II GM) por las de un franco capitalismo monopólico
transnacional, impuesto al SCM a partir de los polos imperialistas, habría
llevado a fines de los “50s a la necesidad de una teorización del cambio
de etapa. Esta elaboración es realizada por los ‘neoconservadores’ de
Chicago, liderados por Friedman y Harberger y el ex-Chicago Hayek
(EE.UU.), así como por los pensadores afines al neocapitalismo de las
otras potencias imperialistas y de las IFI, a los que la bibliografía de
todos los lados (incluido el texto en cuestión) denomina malamente
como “neoliberales” y que nosotros preferimos calificar como
monopólico-transnacionalistas (m-t), portadores de la ideología
neoconservadora y de las políticas que facilitaron el dominio mundial del
capital monopólico-financiero (CMF) mediante el proceso de
Transnacionalización de dicho capital.

Los supuestos ideológicos de aquellos héroes del neocapitalismo se


pueden resumir así: 1.- La excesiva intervención de los Estados en la
economía, con sus múltiples formas de regulación, entorpece el libre
funcionamiento del mercado, impidiendo la competencia de los capitales
en busca de mejores condiciones para su desarrollo y obtención de
ganancias; 2.- El excesivo gasto social del estado genera presiones
inflacionarias incontrolables, desincentivan el empleo y promueven la
indisciplina laboral; 3.- Los altos grados de organización alcanzados por
los trabajadores, junto a la acumulación histórica de garantías laborales,
ponen límites a la ganancia, desmotivando la inversión y por tanto
impidiendo el crecimiento del capital.

Luego de tales supuestos, los m-t pasan a las propuestas para superar
la crisis estructural que afectaba al capitalismo y sentando las bases
político-ideológicas de la nueva etapa del CMF, lo que implicaba imponer
importantes modificaciones en la política económica de los Estados
nacionales. Las recomendaciones se resumen en los siguientes
planteamientos, que en su conjunto corresponden a un enfoque
“Monetarista” más moderno: 1.- Considerar el crecimiento económico
como el objetivo prioritario de la política económica; 2.- Ese crecimiento
sólo es alcanzable en el largo plazo sí en el presente se consigue que los
capitales financieros puedan fluir con facilidad y sin restricciones desde
las áreas de menor a mayor rentabilidad, a lo largo y ancho del orbe;
3.- El libre funcionamiento del mercado es señalado como una necesidad
ineludible para que los capitales monopólicos externos e internos
puedan competir por su desarrollo y así lograr el crecimiento de las
economías. Nótese que hablar de ‘libre mercado’ es un truco idealista,
otro artefacto ideológico, el cual se basa en el falso supuesto que todos
tienen a su alcance las mismas oportunidades, negándose el poder e
injerencia del capital financiero, de las potencias imperialistas, de las
IFI, de las fracciones burguesas monopólicas internas, etc. Es decir, una
vez más la burguesía y los m-t necesitaban echar mano al cuento de la
“libertad de mercado” para el despliegue del capital financiero
transnacional, elevando así sus ingentes tasas de ganancia y
reproduciendo su modelo a escala planetaria.

Para quienes deseen profundizar en las diferencias entre una irrealizada


“Globalización Neoliberal” y una efectiva nueva fase imperialista o de
Transnacionalización y dominio del CMF, les dejamos el link de un
interesante trabajo que aborda las mismas y que se complementa con
éste otro.

En la p. 4 del DO, se trae a colación la crítica anotada en la obra de la


Klein sobre los cuestionables aportes de Mr. Friedman, en términos de
política económica neoconservadora y que habrían servido de
herramienta para transformar, entre tantas otras, nuestra FES. Como en
otras diatribas “antineoliberales”, se cuestiona a los m-t por ‘reducir’ o
incluso ‘eliminar’ el Estado de lo económico de la formación. Afirmamos
que la imposición del CMF, si bien ha implicado la reducción de la
intervención del Estado en la esfera económica, sobre todo en su rol
productor, ello no impide que él haya seguido interviniendo en la
creación de las condiciones que inciden en la reproducción del capital,
específicamente del CMF, en especial en aquellas que tienen que ver con
el trabajo: legalidad laboral, fijación del salario mínimo, subsidios
laborales y sociales, establecimiento de rebajas arancelarias para ciertos
productos que afectarán áreas enteras de la producción local (lo que
condujo a la creación de un vasto ejército de cesantes y -por
transitividad- a un abaratamiento de la mano de obra), focalización del
gasto público en áreas productivas más dinámicas y relacionados con el
patrón primario-exportador; en oposición a lo anterior, dejar de invertir
en áreas productivas no rentables en los términos actuales del patrón de
acumulación, etc.

En el DO, pp. 3-4, se establece una muy extraña afirmación. A la


controvertible colaboración de Mr. Friedman y sus boys se habría venido
a sumar otra fuente estratégica para imponer, shock mediante, aquel
famoso experimento psicosocial de “modelo capitalista neoliberal”: los
tristemente célebres trabajos del psiquiatra escocés (no
estadounidense) Ewen Cameron (1950s-1960s), llamados de la tabula
rasa.

Lo anterior resulta bastante fuera de lugar, respecto de la posibilidad de


lograr domesticar a una población definida luego de aplicarle una
especie de electroshock masivo, toda vez que las horrorosas técnicas de
Cameron no tuvieron jamás validez terapéutica o extraterapéutica. Es
más, los pacientes fueron incapaces de funcionar con un mínimo grado
de normalidad luego de padecer los terribles “tratamientos” del émulo
de Mengele e instructor de torturas de la CIA. Agreguemos el hecho
incontrovertible que la tortura no sirve a quienes la aplican, pues se
sabe que al final las víctimas dirán cualquier cosa para evitar el daño y
así resulta difícil saber cuándo efectivamente digan la verdad.

Entonces, si criticamos también las formas en que se habría impuesto el


nuevo modelo de dominación/explotación en Chile expuestas en el DO,
¿cómo fue posible en nuestra formación, en 1973, que las fuerzas de la
reacción lograran derrotar a aquel gran movimiento político-social
popular, construido en largas décadas de lucha y organización, para
imponerle un modelo de dominación y explotación tan extremadamente
injusto y desigual?

El ‘momento militar’ de la estrategia de guerra antipopular de la clase


dominante por la restauración plena de su poder lo implementó no a
través de sus organizaciones políticas, gremiales o paramilitares, sino a
través de una rama del aparato del Estado, su columna vertebral: las
FF.AA., lo que le permitió contar con unidad de mando, una poderosa y
monopólica fuerza material, adecuadamente dislocada en el territorio del
país y capaz de desarrollar una acabada planificación. A ello habría que
sumar que las condiciones políticas de entonces le permitieron contar
con la iniciativa y pudo aún agregar otro elemento militar fundamental:
la sorpresa. El apoyo norteamericano y la impunidad de su conspiración
le allanaron el camino para planificar cuidadosamente cada detalle del
plan golpista y a escala nacional, movilizando rápidamente sus tropas,
copando los medios de comunicación de masas y deteniendo o anulando
las direcciones de los partidos de la UP. La asesoría norteamericana a
unas FF.AA. no plenamente expertas en el golpismo demostró ser muy
eficaz. Contó con un grado importante de unidad de las FF.AA. gracias a
la depuración de la alta oficialidad antigolpista semanas antes, por la
represión en contra de la marinería opuesta al golpismo al interior de la
Armada, y otro tanto -pero en menor escala- en la Aviación. Los
golpistas movilizaron en las primeras horas sólo unidades ‘seguras’,
anulando o eliminando rápidamente la resistencia interna.

El movimiento de masas, desconcertado, golpeado y fragmentado por la


política del gobierno de la UP en los últimos dos meses, pero sobre todo
desde fines de agosto, permaneció en su mayor parte pasivo,
atemorizado y no desarrolló resistencia. Los sectores de vanguardia en
los Cordones Industriales, en poblaciones, en ciertas zonas rurales y en
algunas universidades, ocuparon sus lugares de trabajo y de estudio a la
espera de conducción y armamento, siendo posteriormente desalojados,
llegándose a la resistencia sólo en unos pocos centros.

La izquierda, sin mando cívico (y menos material), estaba fragmentada


en -al menos- tres sectores: el gobierno y parte de los partidos de la
UP; el centrismo (PS y MAPU) y el sector de los revolucionarios, estos
últimos tratando de empujar al centrismo hacia posiciones más
radicales. Este fraccionamiento impidió una acción coordinada y de
conjunto, la que a su vez se vio agravada por la decisión de Allende de
permanecer en la Moneda, en pleno centro de Santiago, donde todo
intento de resistencia era enormemente difícil y sin perspectiva.

Los sectores revolucionarios no respondieron según lo esperado, pero


intentaron todo lo que las condiciones objetivas permitían. Tres
cuestiones debilitaron enormemente su capacidad de respuesta: el
estado de ánimo de las masas y de los sectores antigolpistas al interior
de las FF.AA., después de varias semanas de capitulación del gobierno;
la sorpresa; la exigua resistencia del gobierno y de la UP, todos ellos
elementos que representaban el tiempo orgánico con el que contaban
para la constitución de su fuerza. Todo esto se expresó en la lentitud
para constituir sus direcciones y sus unidades técnicas de combate, a la
vez que no se logró contar con el levantamiento de una franja armada
del movimiento popular, que permitiese, por último, un repliegue
ordenado. En lo fundamental, perdieron la batalla antes del Golpe,
cuando no fueron capaces de desplazar al reformismo en la conducción
del movimiento de masas. Y este, con su política, desconcertó, dividió y
desarmó a la clase obrera y al pueblo, fuerza militar fundamental de
cualquier táctica revolucionaria.
Lo que vino a continuación del Golpe fue una sistemática aplicación del
terrorismo de Estado a manos de la FF.AA. y policiales, eliminando por
la fuerza cualquier atisbo de resistencia o cuestionamiento frente a los
designios de la dictadura cívico-militar entronizada. Cual más cual
menos, todos los habitantes del país ‘normal’ sabían o intuían qué podía
sobrevenirles de llegar a franquear las puertas de la zona obscura de la
represión, ya fuera por los espeluznantes relatos de los sobrevivientes -
que se esparcían de boca en boca- como por los crueles avisos en forma
de ejecutad@s echad@s a las calles o los ríos, o bien personas que eran
degolladas, quemadas, dinamitadas, expediente mediante el cual la
tiranía ejemplarizaba lo que podía ocurrir a quien pretendiese poner en
entredicho el orden impuesto. En tales condiciones, resultó
relativamente sencillo para las clases dominantes llevar a cabo la
refundación de la FES en los términos del CMF, pero no todo fue balazo
y tortura durante la dictadura cívico-militar, como veremos más
adelante.

Siguiendo con su impronta organicista, importada a su vez del texto de


Naomi Klein, el DO termina éste apartado insistiendo en la “estrategia
del shock” para explicar la reinstalación de las condiciones “psicosociales
del Capitalismo Neoliberal” y la refundación capitalista de Chile, ello
luego de la supuesta tabula rasa aplicada por la dictadura.

1.2 Un segundo acercamiento: comprendiendo la refundación del


capitalismo neoliberal y su transición desde la dominación militar a la
dominación social y política. Usos de Naomi Klein

En este apartado (pp. 5-7), los autores del DO sólo se dedican a


transcribir pasajes enteros del libro de la Klein. La temática es la tortura
y su inserción dentro de la doctrina del shock, la cual se presta –según
el texto- para todo, desde hacer confesar pecados y ciertos delitos a
“quebrar la voluntad de las sociedades”.

Aleguemos al respecto que así como la tortura no produce mayormente


información confiable, puesto que mientras más severa mayor es el
deterioro de la capacidad de pensar, tampoco persuade a las personas a
tomar decisiones razonadas de naturaleza cooperadora. Antes bien, lo
que llega a producir es pánico, disociación, inconciencia y daño
neurológico de largo plazo. Ella, además, genera un intenso deseo de
mantenerse hablando a fin de evitar un nuevo y más intenso tormento
(y parece que lo que se busca es el silencio, ¿o no?). Por tanto, creer
que se puede dominar una población en esas condiciones -y por largo
tiempo- resulta bastante inverosímil.
¿No será el miedo un elemento más útil y duradero para que una clase
minoritaria logre dominar a la mayoría dentro de una formación social?
Ya lo dijo Noam Chomsky: la vigilancia masiva a los ciudadanos no se
debe en realidad al miedo a ataques terroristas, sino más bien al miedo
del gobierno ante sus propios ciudadanos. O sea, que el pueblo se deja
vigilar por el Estado a causa del miedo. Y el Estado vigila a los
ciudadanos por la misma razón: el miedo. Asimismo, Chomsky recuerda
que respecto de la tradicional ‘cultura del miedo’, tan vigente en
Colombia y países de Centroamérica, el experto en asuntos
latinoamericanos Piero Gleijeses escribía: “la paz y el orden se
garantizaban mediante una feroz represión, y, sus coetáneos, siguen el
mismo curso: Al igual que a los indios se les tildó de bestias salvajes
para justificar su explotación, también los grupos sociales son tachados
de terroristas, traficantes de drogas o como quiera que sea el término
artístico actual. La razón fundamental, no obstante, sigue siendo la
misma: las bestias salvajes pueden caer bajo la influencia de los
‘subversivos’ que cuestionan el régimen de injusticia, opresión y terror,
que debe reinar al servicio de los intereses de los inversores extranjeros
y de los privilegios nacionales”. Por lo demás, el intelectual
estadounidense igualmente aduce que la tortura se aplica con fines
reformatorios en aquellas formaciones en que los díscolos se atreven a
organizarse y luchar.

Lo misterioso del caso –hay que decirlo- es que aquellos que defienden
el legado del antes mentado von Mises también aseguran que el miedo
es la base de todo sistema político. “Las personas que tienen la
desfachatez de gobernarnos, que se atreven a llamarse a sí mismos
gobernantes, entienden este hecho básico de la naturaleza humana. Lo
explotan, lo promueven. Ya sea que establezcan un Estado militarista o
un Estado de bienestar, ellos dependen del miedo para asegurar
sumisión pública, para garantizar conformidad con sus mandatos
oficiales y, en ocasiones, para lograr cooperación activa con las
iniciativas y aventuras del propio Estado (Bloom 2004, 85-93). Sin el
miedo del pueblo, ningún Gobierno duraría más de veinticuatro horas”.

Y es aquí que nos entra la duda: ¿las masas pueden ser manipuladas,
sometidas o gobernadas sólo por la tortura y el miedo o existen otros
métodos más? Si, y no son pocos los recursos de los que disponen las
clases dominantes.

Podríamos traer a colación y contraponer las dos distopías más


destacadas del siglo XX: 1984, de George Orwell y Un mundo feliz,
de Aldous Huxley (y no podemos dejar en el olvido a Fahrenheit 451,
de Ray Bradbury). Ambas describen sistemas totalitarios con un
desmedido control político-social, que obliteran la democracia clásica,
pero a los cuales se arriba por diversos caminos. En la distopía
orwelliana la opresión es explícita, agobiante y activa. Pero la tiranía
huxleyana resulta sutil, imperceptible para mucha gente que se siente
feliz, cómoda, encantada con ella. En una, el gobierno prohíbe los libros
peligrosos; en la otra no necesita proscribirlos pues a nadie le interesan.
En la primera, el poder tergiversa la verdad, controla la información y la
ofrece a cuentagotas; en la otra, el torrente de información es tan
abrumador que la verdad queda disimulada, disuelta en un océano de
noticias irrelevantes. En la sociedad orwelliana, la cultura está cautiva;
en la huxleyana, es simplemente insustancial, frívola y trivial.

La tiranía de 1984 es aparentemente más opresiva; en realidad, es


brutal, no obstante resulta mucho más fácil de identificar y combatir que
la de Un mundo feliz. Siempre habrá personas dispuestas a resistirse a
una dictadura represora, pero no hay tantas que se opongan a un
despotismo paternalista, donde la gente se deleita con diversiones
banales mientras se desentiende de los problemas reales. Se rebela
antes el oprimido que el narcotizado.

Uno de los principales medios masivos de adocenamiento,


domesticación y aculturización en manos de los dueños del poder
económico y económico sigue siendo la TV. La tele no requiere
formación, capacidad comprensiva o lectora ni pensamiento crítico. Y
ofrece noticias sin contexto, seriedad ni valor. No hay conceptos, sólo
variedad, novedad, acción y movimiento; puro placer y entretenimiento.
Tal aparato anula los conceptos, las ideas, atrofia la capacidad de
abstracción y anquilosa el entendimiento, sustituyendo el conocimiento
profundo por una visión superficial. Con todo, quizás debamos extender
esos efectos a lo obrado por el conjunto de los dispositivos con pantalla
(todos de carácter interactuante): smartphones, tablets, notebooks,
computadores, etc.

Los cambios en la tecnología de la información, como ya dijimos, en un


SCM donde resulta vital la protección de las prebendas de una ínfima
minoría, han contribuido a generar una sociedad de banalidad e ilusoria
diversión, que rechaza el pensamiento autónomo y mucho menos crítico
del orden impuesto, y que se infantiliza a pasos agigantados.

Y si hablamos de las formas que adquiere la dominación en nuestras


formaciones de clase, también debiéramos poner atención a lo expuesto
por Michel Foucault: “es una costumbre considerar, al menos en la
sociedad europea, que el poder está en manos del gobierno y que se
ejerce a través de ciertas instituciones determinadas, como la
administración, la policía, el ejército y los aparatos de Estado. Sabemos
que la función de estas instituciones es idear y transmitir ciertas
decisiones para su aplicación en nombre de la nación o del Estado, y
para castigar a quienes no obedecen. Pero creo que el poder político
también se ejerce a través de la mediación de ciertas instituciones que
parecerían no tener nada en común con el poder político, que se
presentan como independientes a éste, cuando en realidad no lo son.
Sabemos esto en relación con la familia; y sabemos que la universidad,
y, de un modo general, todos los sistemas de enseñanza, que al parecer
sólo diseminan conocimiento, se utilizan para mantener a cierta clase
social en el poder y para excluir a otra de los instrumentos del poder.
Las instituciones del saber, de la previsión y el cuidado, como la
medicina, también ayudan a apuntalar el poder político”.

Pero, puestos a elegir entre las dos distopías mencionadas más arriba,
mientras muchos analistas detectan paralelismos entre la sociedad
actual y el mundo de 1984, sugiriendo que estamos comenzando a vivir
en lo que se ha conocido como sociedad orwelliana, una sociedad donde
se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y una
férrea represión política y social (donde podemos ubicar a Chomsky y
Klein), otros afirman que el mundo de hoy se parece más al descrito en
Un mundo feliz, donde los ciudadanos han sacrificado voluntariamente
sus derechos, han perdido el interés por la información o por la verdad y
se han entregado a una cultura trivial y obsesionada con el hedonismo,
el consumismo y el egoísmo, llegando incluso a desear aquello que los
somete.

En suma, sin pretender dar por terminada la discusión sobre las


múltiples formas de la dominación capitalista contemporánea, nos
arriesgamos a optar por una aplicación mixta de las expuestas hasta
aquí, con más preponderancia de una u otra según sea el grado de
resistencia y organización opuesto por los dominados. Las clases
dominantes en nuestras formaciones disponen hoy por hoy de una gran
variedad de recursos y artefactos para mantener a las grandes mayorías
dentro del redil, desde la habitación 101 al uso masivo de Soma.

1.3 La doctrina del shock desde los procesos de dictadura y transición en


Chile

1.3.1 Los cambios en el patrón de acumulación como base de las


representaciones políticas de la burguesía. El nuevo período

Del contenido de éste apartado del DO, varios son los reparos que nos
merecen algunas de las afirmaciones que en él se inscriben.
Como ya dijéramos, en 1.1 supra, estamos convencidos que el
desarrollo en los términos del capitalismo posterior al Golpe fue
promovido e incentivado por la fracción burguesa monopólico-financiera,
la cual se alía dependientemente al capital transnacional y
tempranamente hegemoniza a las demás fracciones de la gran
burguesía. Ni se refunda un quimérico “capitalismo neoliberal” ni lo
ocurrido en nuestra FES fue un proceso de transformaciones para
instaurar sobre ello algún “modelo neoliberal”.

Para ratificar lo anterior, demos la palabra al notable historiador Luis


Vitale13: “Una de las preguntas claves que se hacen los trabajadores,
estudiantes y otros integrantes de los Movimientos Sociales es:
¿estamos en presencia de una nueva Era histórica? Nos parece que NO
porque no se ha producido un cambio cualitativo del modo de
producción ni de la Formación Social, como lo fueron las grandes Eras
de la Historia Universal, como el cambio del esclavismo por el
feudalismo y de éste al capitalismo. Cabe entonces preguntarse: ¿el
neoliberalismo es un nuevo modo de producción o una
Formación Social nueva? Si lo es, ¿en qué consiste y en qué se
diferencia del capitalismo? Si no lo es, ¿en qué fase del
capitalismo estamos?”
“El sistema capitalista ha pasado por diferentes etapas. La primera
fue el mercantilismo, del siglo XVI al XVIII, con la apertura del comercio
a escala mundial. La segunda fue inaugurada por la Revolución
Industrial, que consolidó la “economía-mundo”, al decir de Wallerstein,
con la integración de los mercados latinoamericanos, asiáticos y
africanos por vía de la conquista colonial. La tercera fue la fase del
capital monopólico o imperialista I, caracterizada por la
internacionalización del capital, desde 1880 en adelante. Y por último, la
fase imperialista II, (de 1980 hasta…) que aceleró el proceso de
mundialización del capital y otros cambios. Uno de ellos, la
informática y “la revolución de las comunicaciones” ha sido
comparado con la revolución industrial, comparación formulada
por los propios ideólogos neoliberales, quienes de hecho están
reconociendo que los cambios se han dado dentro del sistema
capitalista.
“En conclusión, sostenemos que el neoliberalismo no es un
modo de producción nuevo en la historia ni tampoco estamos en
presencia de una revolución capitalista, como sostienen algunos,
sino que constituye un ajuste importante, pero ajuste al fin,
dentro del sistema capitalista, que forma parte de la fase

13
“De Bolívar al Che”, Cucaña Ediciones y PLADESEC, febrero 2002, 307 pp.; pp. 263-264
imperialista II, con todas sus consecuencias, tanto socio-económicas
como culturales…
“… Nadie podría desconocer que estamos en una fase de
relevantes avances tecnológicos-hechos en función del nuevo reajuste
del capital monopólico, pero no se han podido superar las
contradicciones históricas del sistema, fenómeno que se ha expresado
claramente en la crisis asiática de 1997-99, que puso en jaque al mundo
al borde de una crisis similar a la de 1929-30 y cuyas causas no han
sido develadas, porque la verdad es que el neoliberalismo no tiene
todavía una teoría del funcionamiento de su propio sistema”
(negritas nuestras).

En conclusión, para Vitale, el “neoliberalismo” -que él piensa debiera


llamarse neoconservadurismo porque de liberal no tiene ni pizca- no
pasa de un ajuste o reajuste de la fase II del imperialismo y los
defensores de aquel artefacto ideológico no podrían denominar con él ni
siquiera a una etapa previa o de transición y menos a la actual fase
imperialista (como desventurada y sistemáticamente han venido
haciendo).

Los agentes m-t, internos y de la asesoría externa (IFI, U. de Chicago,


Club de París, diversas ONGs yanquis y europeas, etc.), aterrizan en lo
económico las políticas conjuradas por el nuevo patrón de acumulación
capitalista correspondiente a nuestra adscripción dentro del SCM: el
primario exportador con ventajas comparativas, prevaleciendo aún en la
oferta la componente mineral, pero a la cual se agregan otras áreas de
materias primas que interesan a los mercados extranjeros. Los servicios
básicos y monopolios naturales son privatizados, con participación cada
vez más creciente del capital financiero foráneo, asociado o no a
capitales internos.

La dictadura cívico-militar, hasta marzo de 1975, implementó una serie


de medidas que interesaba al conjunto de la burguesía: se expropió el
50% de los ingresos de los trabajadores; suprimió el control de precios,
lo que elevó la inflación; detuvo el proceso de reforma agraria; se
devolvieron empresas y otras se privatizaron. Es decir, por una parte la
dictadura devolvió los títulos de propiedad a los burgueses expropiados,
estatizados y a la par comenzó a vender aquellas empresas
pertenecientes al Estado a través de la CORFO. Al mismo tiempo, redujo
e intentó focalizar el gasto fiscal; el Estado dejo de intervenir en la
inversión y distribución del crédito; se devaluó la moneda; se levantaron
todas las cortapisas al capital extranjero, lo que fue en desmedro de los
sectores orientados al mercado interno y se favorecieron los sectores
exportadores y al capital financiero. Es decir, se aplicó en plenitud la
política económica que orientará el nuevo período: el motor del
crecimiento económico será el mercado externo y su piloto –y principal
beneficiario- será el CMF.

Esto provocó la salida de los técnicos del PDC del espurio gobierno,
pasando a adoptar aquella colectividad una postura de oposición pasiva.
Entonces, los aparatos económicos del Estado fueron copados por
técnicos ligados a los grupos financieros, y la influencia y poder de los
cuadros políticos neoconservadores, adoctrinados en el ‘gremialismo’ y
la defensa acérrima del modelo hegemonizado por el gran capital
(disfrazado de “libre mercado”), creció notablemente dentro del régimen
de excepción burgués.

Un verdadero shock fue el vivido en abril de 1975, cuando la dictadura


aplicó inmisericordemente un paquete de medidas económico-políticas,
imponiéndose de tal suerte la mayor parte de las prescripciones
contenidas en el famoso texto El Ladrillo. Ello provocó una violenta y
profunda crisis recesiva, con una tasa de crecimiento del PIB de apenas
un -12,9%, lo que sin embargo era condición sine qua non para la
centralización y concentración de capitales y propender así a una futura
expansión y consolidación del CMF. La recesión se prolongó hasta 1976,
cuando el producto crece algo más de 3%. Se redujo el gasto fiscal; se
eliminaron los subsidios a los productores orientados al mercado
interno; se creó un mercado financiero controlado por los grupos
económicos monopólicos, que obtuvieron créditos baratos en el exterior
y que luego realizaban préstamos internos por los que cobraban
usureras tasas de interés.

En los primeros años de la dictadura se procedió a la depuración (que no


“destrucción” como asegura el DO) del sector industrial y a favorecer al
sector primario exportador con ventajas comparativas. Los sectores
exportadores pasan a ser el motor de crecimiento, la base del nuevo
patrón de acumulación: minería, explotación forestal, pesca; rubros
agrícolas y agroindustriales de exportación. En esa línea, se pasa
rápidamente a la industrialización del sector primario, abarcando la
celulosa, elementos metálicos y no metálicos, las maderas, conservas y
harinas de pescado. Es decir (y en esto coincidimos con lo expuesto en
el DO), el sector de la producción y la industria que tendrá un lugar
privilegiado será el primario, el relacionado con los productos de la tierra
y las aguas, orientándose totalmente la infraestructura económica a la
exportación de dichos productos, mientras que los servicios básicos y
públicos son entregados a la amalgama de capitales financieros internos
y transnacionales. Posteriormente, otro sector que adquirirá una
importancia relativa dentro de la economía será el sector terciario o de
servicios.

A continuación (p. 9), en el DO se afirma que las fracciones de la


pequeña y mediana burguesía, descontentas con la política económica
de la dictadura, pasaron por dos períodos, lo cual se puede ver
explicitado en sendas declaraciones de la Alianza Democrática: una de
1983, en que se muestran muy críticas del descalabro moral, político,
social y económico; y otra de 1985, en que comenzaban a aceptar la
necesidad de un “gran acuerdo nacional” que asegurara la continuidad
del modelo, pero con reformas. Párrafos más abajo (p. 11), se asegura
en el DO que, “el año 85 se trata para ésta nueva representación
política del neoliberalismo de un ‘gran acuerdo nacional’, que
genere un marco de relaciones internacionales diferentes al que
se vive en dictadura” (negritas en el original).

Y nos preguntamos, ¿no será muy simplona esa forma de analizar las
prácticas políticas “por arriba”? La respuesta, francamente, debe ser
afirmativa.

La Alianza Democrática, expresión política de lo que se denominaba


entre la izquierda revolucionaria como “oposición burguesa”, se creó en
el primer semestre de 1983. Los partidos burgueses opositores,
Demócrata Cristiano, Social Democracia, Radical, Unión Socialista
Popular y Derecha Republicana, habíanse activado ante la nula
posibilidad de ser integrados en el nuevo tinglado político dictatorial y la
inquietud que cundía entre sus propios partidarios. A estas fuerzas
adhirieron, sin firmar en primera instancia el famoso Manifiesto
Democrático (del que se cita un trozo en el DO, p. 9), el sector renovado
del Partido Socialista, liderado por Carlos Briones (PS de Núñez desde
1986) y el Liberal, en tanto el MAPU-OC se sumaría en octubre. Éste
conglomerado buscaba –fundamentalmente- crear un ambiente de
desobediencia civil con el fin de mover a los militares a compartir el
gobierno con los civiles, y aceptar una gradual transición hacia “un
estado con derechos constitucionales limitados”. En dicha alianza
encontraron representación los pequeños y medianos productores,
quienes habían sido golpeados fuertemente por la crisis (1982) y que
luchaban denodadamente por evitar la quiebra. Este sector incluía a
camioneros y comerciantes, cuyo rol resultaba clave en esta etapa de
las protestas nacionales.

Las fuerzas políticas que constituían la oposición burguesa, además de


las autoridades eclesiásticas (quienes pasaron a desarrollar un rol
central como mediadores dictadura-oposición “política”), se apresuraron
a “distinguir la legítima protesta pacífica, del vandalismo y la violencia”.
Ellos estaban, por supuesto, ansiosos por encontrar una solución
pacífica a la crítica situación político-social antes que el movimiento de
masas pasara a la ofensiva sin más, junto con mostrarse sensibles a las
presiones de sus proveedores internacionales de fondos. Al hacer dichas
declaraciones, éstas fuerzas burguesas responsabilizaban directamente
a la izquierda, más específicamente al Movimiento de Izquierda
Revolucionaria MIR, al MAPU Lautaro, diversas fracciones no renovadas
del PS y al PC, por los crecientes niveles de violencia y las acciones de
sabotaje que se vivían en las poblaciones, centros laborales y de
estudios. No obstante, ésta violencia básica no fue más que la expresión
espontánea de la exasperación popular ante la pobreza, la carestía y el
desempleo. Aun así, la oposición burguesa -interesadamente- quiso
hacer del asunto de la violencia una línea divisora entre la “oposición
responsable” y la “izquierda subversiva”.

Entre 1983 y 1985, cuando se llega a la firma del Acuerdo Nacional para
la Transición a la Plena Democracia (parte del cual se inserta en el DO,
pp. 10-11), patrocinado éste último por la Iglesia Católica y sancionado
por la embajada de EE.UU. y al que adhirieron la Alianza Democrática,
sectores derechistas críticos del régimen y fracciones renovadas del PS
no insertas en la AD, la oposición burguesa simplemente había
decantado sus posiciones hasta comprometerse con una transición
política pactada y pacífica hacia una democracia formal, sin
cuestionamientos mayores al modelo del CMF y sus consecuencias
sociales.

Sin duda, el cambio de matiz observado en las posiciones de las fuerzas


políticas que integraban la oposición burguesa y su periferia –lo que
expresa un pragmatismo que ha permanecido invariable por más de tres
décadas- no representa un “giro copernicano” (como hace suyo el DO,
p. 11, a partir de otro trabajo), toda vez que en el período no
observamos ninguna solución de continuidad en sus puntos de vista, los
que más bien giran en el ámbito de un Maquiavelo o -mejor aún- de un
Tartufo. De hecho, es notorio el acercamiento producido entre esa
oposición y la Junta durante y luego del segundo semestre de 1986, en
el marco de un masivo y violento ciclo de protestas populares y de
hechos como el intento de tiranicidio y el descubrimiento de la
internación de armas en el norte, todo lo cual atemoriza tanto a las
fuerzas que sostienen al régimen como al conjunto de las que
conforman la oposición burguesa y adláteres. Es entonces cuando se
inicia –creemos- la deriva de la Alianza y sus satélites a la conformación
de un nuevo bloque político de Estado, el que asegurará la fase de
transición final de la dictadura, entre 1986-1989, y la posterior, de
democracia gorila o de baja intensidad, 1990-...

El DO termina éste apartado con una lata y vacua discusión sobre las
trampas y acuerdos constitucionales que se efectuaron entre la Junta y
la Concertación (heredera de la Alianza), a fin de dar curso al traspaso
del poder político. Tales disquisiciones no restan méritos a lo que hemos
expuesto en los párrafos anteriores, sobre el real sentido de dichos
pactos.

1.3.2 Los cambios en la estructura político–institucional del Estado. Hacia el


Estado del neoliberalismo

Sobre los cambios jurídico-políticos inscriptos en el DO, aquellos que


tendrían relación con un par de ejes de acción política necesarios para
una cabal refundación capitalista de nuestra FES: orden público y
control social, los cuales serían dificultosos de resolver en los marcos de
una dictadura militar pero no en una democracia tradicional, aparte de
existir allí una errado manejo de la articulación de los diversos niveles
que constituyen una formación social capitalista, podemos ver que el
debate sobre los cambios necesarios para que las grandes mayorías
acepten el modelo heredado de la dictadura se centra sólo al interior de
la burguesía (por ‘arriba’), sin mayor relación con la lucha de clases
concreta.

Lo que nos dice la realidad, pensamos, es que la Concertación y luego la


Nueva Mayoría, cuya representación política no tiene relación alguna con
la gran burguesía, se planteó desde un inicio como un grupo
mantenedor y reproductor del modelo de dominación/explotación
instaurado durante la dictadura y que al hacerlo firmó su acta de
caducidad, la que tardó en llegar, pero finalmente pudimos constatar
algunos de sus efectos durante el primer gobierno de Bachelet, mientras
que en el segundo –de una insulsez extrema- el agotamiento del
proyecto mantenedor se hizo evidente de una manera simplemente
patética. Nuevas fuerzas en la arena de la política se la juegan hoy para
llegar a interpretar tan oprobioso rol: el PC y sus pocos amigos, y la
bolsa de gatos del Frente Amplio. Al mismo tiempo, la derecha, tanto su
componente tradicional como la ligada al gremialismo, ha logrado
conformar un base de apoyo social importante (mal que mal pasó de
2/5 de los votantes a casi 3/5 en la última presidencial) y en base a ello,
junto con el desprestigio de Concertación/NM, es capaz de asumir un
papel preponderante como defensor de aquel modelo y con capacidad
para hacerse del poder político formal.
Nos parece una burda tergiversación lo expresado en el DO (p. 19),
acerca de la política de las organizaciones de izquierda, al menos del
único MIR existente hasta 1986, de apostar por el despliegue de,
“alianzas subordinadas con la nueva representación política del
neoliberalismo (sic), el rumbo de la lucha político–social hacia el
derrocamiento de la dictadura y la refundación democrática de la
sociedad chilena, a partir de un gobierno provisional y una asamblea
constituyente, se hacían claramente posibles”.

A renglón seguido, en su p. 20, los redactores del mismo entresacan


frases de una declaración del MIR, del 19 de junio de 1983, sobre su
política de alianzas antidictatorial, con el fin de mostrarlo proclive a
acuerdos subordinados con sectores de la oposición burguesa y de la
“burguesía no-monopólica” (nótese que no se hablaba de “burguesía
neoliberal”). Lo que los autores no destacan, interesadamente por
cierto, es lo inscripto en el numeral 1 de la misma declaración, donde se
deja claro el tenor de la unidad que proponían los sectores
revolucionarios a las demás fuerzas contrarias al régimen y quienes
llevarían la voz cantante en dicho proceso: “1) El régimen dictatorial ha
entrado en crisis. Pero sólo la fuerza organizada de las masas
populares, encabezadas por sus vanguardias político-militares,
puede convertir esa crisis en irreversible y hacerla culminar en una
victoria del pueblo.
“Esa victoria no está todavía asegurada” (negritas nuestras).

Miguel Enríquez le señaló alguna vez a Fidel: la política es el arte de


sumar fuerzas y no dejarse sumar. Resulta interesante comparar la
declaración del MIR (¡completa!) traída a colación por el DO, con otra
anterior de esta organización, aparecida en El Rebelde Nº 103, de
marzo de 1975, titulada “La Unidad Revolucionaria del Pueblo”.
Destaca en ambas la continuidad de la idea motriz de una instancia
unitaria antidictatorial, con hegemonía popular, pero que sumase a
todos/as quienes se sintieran perjudicados por el régimen militar y del
gran capital. En la última y atendiendo a la grave derrota que había
infligido la dictadura al movimiento popular y a la izquierda, lo que
implicaba un serio reflujo de las masas y un camino muy cuesta arriba
para los revolucionarios, la organización da cuenta de aquello que
expresara Miguel: “Pero no es suficiente la unidad de los partidos
populares y revolucionarios. La gran mayoría del pueblo no está en
ningún partido, no milita. Hay que unir, en primer lugar, a todos los
obreros que por su ubicación en la economía y su tradición de lucha son
el motor de la lucha revolucionaria, la clase conductora. Y bajo la
conducción de la clase obrera, hay que unir a los otros sectores del
pueblo que son aliados naturales de ellos y que igualmente son
explotados por la burguesía: los campesinos, los soldados, la pequeña
burguesía.
“También debemos ganar junto al pueblo a sectores de la mediana
burguesía que sufren las consecuencias fatales de la voraz competencia
y explotación de los grandes industriales, comerciantes, latifundistas. Y
si no podemos ganarlos (…), al menos debemos conseguir neutralizarlos
para que no se unan a la burguesía y no ataquen al pueblo” (p. 18.
Subrayado en el original).

Volviendo al DO, con su fingida posición purista, cerrada cual candado a


toda posibilidad de levantar un frente antidictatorial amplio, dirigido y
animado por las fuerzas populares, sus redactores pretenden mostrar en
otros –proyección le llaman a eso- la estrategia que por entonces
anidaba en las cabezas de una minoritaria fracción claudicante del MIR
(“MIR-R”, la cual abandona oficialmente la organización a principios de
1987) y que hacen suya. Más abajo veremos que fueron estos los que
se plegaron, con todo tipo de concesiones, a las políticas del
conglomerado luego llamado Concertación, el mismo que acordara la
transición “democrática” con la dictadura y las fuerzas que la apoyaban.

Lo que en realidad se hacía necesario en ese 1983, año (y a posteriori),


era la construcción de una alternativa popular y revolucionaria, capaz de
sumar –sin concesiones- el apoyo de sectores que representaban a
fracciones y capas pequeñoburguesas y burguesas desafectas de la
dictadura militar y su soporte social (o al menos lograr su neutralidad).
Lo contrario significaba, sencillamente, mostrarse sectarios y carentes
del manejo de una política de alianzas efectiva y adecuada para un
período en que la correlación de fuerzas le era estratégicamente
desfavorable al movimiento popular y a los revolucionarios, y más aún
cuando se intentaba por entonces remontar la lucha de masas
antidictatorial (1er ciclo de Protestas Nacionales).

En suma, posturas como ese mentiroso fundamentalismo respecto de la


construcción de alianzas (buscando que otros aparezcan como
entreguistas y claudicantes), así como muchas otras del DO, no hacen
más que demostrar que la intención final de sus creadores es engañar a
lectores incautos y/o desconocedores del período dictatorial, además de
falsificar las políticas que efectivamente desplegara por entonces el MIR.

Poco después (p. 20), los autores del DO hacen un tremendo revoltijo
de variados aspectos políticos e ideológicos relacionados con la política
del MIR previa a 1983. Se indica allí que el “error” que ellos ven en la
mencionada y tijereteada declaración del MIR –lo que supuestamente
vendría a representar, “un quiebre profundo de la matriz teórica” de la
organización, agorera, repetitiva y falsa sentencia ésta y que es utilizada
asiduamente en el DO- es de corte similar a la búsqueda histórica del
reformismo obrero de una supuesta burguesía nacional “progresista” y
“revolucionaria”. ¡Nada puede ser menos cierto! Lo que viene a
demostrar tan torpe e injusta crítica de los autores es que no saben (o
no quieren) reconocer dos épocas y sendos tipos de regímenes de
dominación burgueses, en que el MIR debe ajustar su programa y
política de alianzas, toda vez que objetivamente existen muy diversas
condiciones políticas, sociales, económicas, internacionales, ideológicas
y de poder material. No se pueden levantar las mismas políticas en 1965
que en 1983 o en 2018; ello fue y sería iluso y suicida.

Otrosí y en relación con lo último que indicáramos, en la página 20 del


DO se afirma –correctamente- que el MIR anterior al Golpe tenía como
soporte teórico-político “la teoría de la dependencia”, pero esta
conceptualización, ya para 1983, efectivamente había sido superada por
la del sistema-mundo capitalista. Por tanto, bajo ningún punto de vista
cabe hablar de “ruptura histórica con la matriz teórica” mirista, tal como
se vuelve a pontificar en el líbelo en cuestión, cuando de lo que se trata
para los revolucionarios es no profesar el retrogrado fijismo teórico, sino
recrear constantemente los instrumentos con los cuales censar la
realidad, posibilitando así una auténtica, efectiva y eficaz praxis
revolucionaria14.

Como adelantásemos supra, fueron sectores minoritarios dentro del


MIR, pero con algún grado de influencia entre el pueblo mirista y con
manejo de vitales estructuras para el quehacer partidario, los que, a
partir de 1985-86, pasan de verdad a “romper la matriz teórica” mirista
y a desconocer los acuerdos internos tomados en instancias partidarias
representativas (plenos, conferencias, frentes, estructuras). Sus
cabecillas son conocidos: Nelson Gutiérrez, Patricio Rivas, Carlos
Lafferte (¡Oh, cosa curiosa! ¡El mismo nombre que lleva la sociedad
redactora del DO!), Gastón Muñoz, Antonio Román, Álvaro Erazo,
Demetrio Hernández, Luciano Vejar, Jécar Nehgme, y otros más.
Algunos de ellos realizaron una labor de zapa de varios años al interior
del movimiento, intentando romper su centralidad táctica e histórica y

14
Y como todo lo que existe merece perecer, desde los años “90s se ha establecido un interesante e intenso
debate entre diversos teóricos de la izquierda mundial acerca de la definición y la praxis más apropiada y
precisa para el estadio actual del Imperialismo. Esencialmente, desconsiderando las posiciones ortodoxo-
reformistas (James Petras: “Imperialismo v/s Imperio”; revista del Dpto. Hac. Púb., FCCEE UM Laberinto;
febrero 2002) y las socialdemócratas, existirían dos grandes escuelas propiamente marxistas frente a dicha
temática: la Sociológica Histórica, guiada por Giovanni Arrighi (“El largo siglo XX”, Editorial Akal; 1999) y la
del Autonomismo, representada por Toni Negri y Michael Hardt (“Imperio”; Paidós, Barcelona; 2002),
existiendo entre ambas una buena gama de posiciones.
son los que conformaron la fracción que luego de verse en franca
minoría en un pleno del Comité Central, de fines de 1986, debieron
alejarse del partido a comienzos de 1987, autodenominándose desde
entonces como ‘MIR Político’ o ‘Renovación’ (MIR-R) y que fueran
motejados por el grueso de la organización como “La Minoría”.
Seguramente, su partida se vio precipitada ante el inminente fracaso de
sus posiciones de cara a la realización del IV Congreso que por entonces
preparaban l@s miristas. Una mirada sobre el significado del quiebre,
desde el punto de vista de la militancia mirista, se puede ver aquí.

Es desde 1986, año de la segunda derrota histórica del movimiento


popular chileno en las últimas cuatro décadas, pero en que igualmente
se constata un extendido sentimiento de rebeldía de los explotados, que
la oposición burguesa y el socialismo renovado se desesperan por
negociar con las FF.AA., con el imperialismo y con el CMF; es decir, con
las mismas fuerzas que habían sostenido el régimen dictatorial durante
13 años. Se esforzaron por lograr un acuerdo que condujera –luego de
1990- a una democracia de baja intensidad, gorila, la cual, en lo
esencial, mantendría la misma política económica y las políticas
excluyentes y represivas contra quienes osaran luchar por la verdadera
libertad para los pueblos de Chile.

Y es desde 1986 que la mentada fracción ‘renovada’ o ‘minoría’ del


mirismo, junto con el PC (y el sector renovado del FPMR que se quedó
con él)15, pasan a abandonar “por un período” las banderas populares y

15
A fines de 1986, luego del fracaso del “año decisivo”, causado antes que todo por sus inconsistencias y
tibio impulso a la política militar dentro de su pregonada estrategia de Rebelión Popular, la dirección del PC
pasa a cuestionar lo obrado por el FPMR y la relativa autonomía de su quehacer. A mediados del año
siguiente, intenta intervenirlo, procediendo a remover parte importante de la Dirección Nacional frentista,
lo que conducirá a que la mayor parte de esta fuerza PM se autonomice. El líder del emancipado F, cro. Raúl
Pellegrin, declararía en junio de 1987 lo siguiente: “Se ha tomado una resolución que se orienta al cambio de
cuadros, pero por sobre todo de orientación al F. Se trata de hacer del F otro tipo de estructura en cuanto a
su proyección y a las misiones a cumplir. (…) Se aduce para tales cambios que existían en el Frente Militar (y
en particular en el Frente Patriótico ) distorsiones acerca del TM , ‘irregularidades que se arrastran y que se
reflejan en el nivel político’ y sobre todo ‘diferencias constantes en la Dirección Nacional y en los oficiales con
la línea del partido’, que han llegado incluso a adoptar la forma de una ‘fracción’ dentro del partido, que
daría instrucciones dirigidas a separar al Frente Patriótico del Partido y a las Milicias de la influencia del
Partido./ “¿Por qué el 86 no fue el año decisivo? (…) [se hacen] críticas al trabajo militar, pero no parten de la
base del porqué el año 86 no se transformó en el año decisivo (en cuanto a poner fin a la dictadura) no por
causa de los errores del trabajo militar y el Frente Patriótico (que por cierto influyeron), sino que no se
alcanzó la sublevación nacional por no contar el partido y el pueblo con la fuerza político-militar para ello./
“El debilitamiento objetivo del trabajo militar del partido, tanto lo político-ideológico como lo orgánico, (hoy
hay menos unidades de combate, menos milicias, menos talleres de armamento, etc., y por cierto, hacen más
falta)./” ¿ Qué se requiere para la unidad ? Pero, causa entonces gran inquietud la tarea de enfrentar la
movilización de masas, pues no se pone en el centro, incluso de la propia búsqueda de la unidad, el papel de
la lucha, de la movilización combativa del pueblo y en primer lugar del Partido. No se actúa con la decisión y
empuje característico del Partido al enfrentar conflictos y movilizaciones”. En:
las reservan para una “época mejor”, porque simplemente no confían en
la capacidad del movimiento popular. En los hechos, y contrariamente a
lo indicado en el DO, son ellos y no la mayoría del MIR (ni la fracción
‘Autónoma’ del FPMR, que rompe con la pusilánime dirección del PC; ni
las fuerzas del MAPU-Lautaro), las que se subordinan a la línea de
negociación de los grupos mantenedores y reproductores del modelo
dictatorial. Antes bien, son ellos los que renuncian vilmente a luchar por
una solución real a los problemas del pueblo y los trabajadores. Lo
demás, lo descrito en el DO, es una despreciable manipulación histórica
y mediante la cual se intenta limpiar la imagen de los caciques del
extinto MIR-Minoría, al mismo tiempo que se busca resucitar su
fracasada estrategia reformista, de corte ciudadanista y de acomodo
dentro del oprobioso sistema político vigente.

Para dar muestras de su acendrada vocación negociadora, claudicante y


derrotista, la mentada fracción ‘política’ del mirismo, junto con el PC (y
la fracción renovada del FPMR que se quedó con él) y fuerzas menores
tipo IC y MAPU, boicotearon y luego rompieron la unidad del otrora
combativo y unitario Movimiento Democrático Popular, creado en
septiembre de 1983, dándolo por disuelto en mayo de 1987. Como una
forma de proceder a éste despropósito, en un momento en que el
movimiento popular requería más que nunca de un referente unitario de
la izquierda que impulsara y guiara sus luchas, la fracción minoritaria
del MIR impuso en la directiva nacional del MDP a Jécar Neghme,
desplazando al que lo hacía en calidad oficial, el recordado compañero
Rafael Maroto, ilegítimo cambiazo que contó con la venia del artero PC y
el inconsistente PS Almeyda. Posteriormente, todos los conjurados
darían vida al electorero referente denominado Izquierda Unida, el que
duraría menos que un candy, pues desaparecería luego de participar
ardorosamente en las primeras elecciones de la recién estrenada
democracia gorila (por lo demás, con pésimos resultados), de 1989.

Y por si a alguien le quedasen dudas sobre las posiciones claudicantes y


derrotistas levantadas por la fracción mirista de minoría, veamos el
siguiente párrafo, inserto en el comunicado que diera cuenta de su IV
congreso, de inicios de 1988: “…, durante los dos últimos años, las
fuerzas de izquierda no han logrado mantener el ímpetu que
evidenciaron entre 1983 y 1986. Esto ha debilitado su iniciativa
política, demostrándose a la vez un estado de confusión y
vacilaciones políticas, las que han dañado la causa democrática
popular. (p. 4)

http://www.cedema.org/ver.php?id=2297 El PC recula de la lucha armada, frontalmente, en enero de 1987,


en su documento interno “La precisión táctica”.
“Por más que la dictadura y las clases dominantes en general pretendan
convertir al plebiscito [de octubre 1988] en una simple confrontación
entre dos alternativas burguesas, el actor popular está presente a través
de sus movilizaciones y la disposición creciente de no aceptar la
perpetuación de Pinochet y a derrotar el plan dictatorial. La lucha
popular tenderá a condensar en el momento plebiscitario, la
exigencia y movilización por la conquista de la democracia.” (p.
5)
“Llamamos a aunar voluntades en torno al plebiscito para
enfrentar en todos los terrenos a la dictadura” (p. 6) (nota y
negritas nuestras).

Compárense lo insustancial de las posiciones anteriores con las


siguientes, expuestas por el MIR, en la editorial de El Rebelde N°249,
de marzo de 1988: “Ni el hambre, ni la cesantía, ni las alzas de precios
de los artículos básicos (…), ni la represión terrorista terminarán con el
plebiscito. Las condiciones dignas se conquistan a fuerza de luchar,
luchar y vencer. (…); aceptar aunque sea en parte la institucionalidad
es darle oxígeno a los que privatizan todo (…).
“Pero si además se descalifican las variadas formas de lucha que el
pueblo ha ido incorporando –especialmente las que tienen que ver con
la lucha miliciana y armada-, dejando afuera hasta la movilización de
masas, la lucha callejera, etc., se está en presencia de algo parecido a
la traición, toda vez que esas renuncias se hacen en nombre del
aprovechamiento de “resquicios” ilusorios, incorporándose a una parte
fundamental de la institucionalidad.”
“Movilización, rechazo a la institucionalidad dictatorial y recuperación de
la soberanía popular, es una respuesta activa, efectiva y concreta frente
al fraude plebiscitario. Para eso, a buscar la unidad más amplia entre
quienes están decididos a no aceptar ni una coma de la
institucionalidad.” (p. 2)

Luego que en el DO (pp. 20-21) se culpa de la desintegración del MIR a


su, “falta del análisis de la base material del capitalismo y sus procesos
de cambio no-revolucionarios, del patrón de acumulación como sustento
objetivo de las representaciones políticas de la burguesía y del alcance,
potencialidad y límites de sus contradicciones que se representa
entonces” (¿quién entenderá esto?), por ser, “ajena a la actitud de
trabajo sistemático y riguroso que el MIR demostró en toda su historia a
este respecto” y por, “la forma de anomalía con que se le representarán
los procesos de validación del recambio de la representación neoliberal”
(ídem), sin parar mientes en el aleve fraccionalismo y deserción de un
grupo de desafectos revolucionarios, junto con graves desaciertos del
conjunto del partido en la implementación coherente de la estrategia de
guerra popular y en las formas de intervención en la lucha de clases
(aunque siempre sin claudicar), se asevera allí (pp. 21-22) que sectores
de dirección del MIR –al igual que del PC- simplemente se habrían
convertido en vagones de cola de las políticas de la oposición burguesa
unida al socialismo renovado. Planteado así, esto es un explosivo
cazabobos, por cuanto la idea es hacer creer a los lectores que el grueso
del MIR habría terminado abrazado con la “representación neoliberal”,
cuando lo que en verdad ocurrió fue que la fracción minoritaria de éste –
dando por liquidado el proyecto histórico mirista- fue la que en masa se
pasó al PS o al PPD, para posteriormente ocupar cargos
gubernamentales, congresales, municipales o de los servicios públicos.

En el caso del PC, pese a dar por finiquitada la salida PM a la dictadura y


optar para ello por el camino político, pacífico, decisión precipitada por
el fracaso de su política de Rebelión Popular (a lo que él mismo
contribuyó, desde el momento que nunca prestó un real apoyo a las
tareas PM y al aparato militar que había creado, y su tozudez a
establecer instancias unitarias con el MIR y otras fuerzas
revolucionarias) y a pesar de haber retomado su atávico programa de
reformas dentro del sistema, igualmente las fuerzas mantenedoras
(alentadas por la derecha y el imperialismo) se negaron a su integración
en el proceso de traspaso del poder político formal en 1990 y
posteriormente. Dicha colectividad tuvo que esperar 23 años para lograr
ser admitido en el bloque político de Estado, teniendo que llevar a cabo
para ello toda una reingeniería de su tradicional reformismo obrero y un
vil escamoteo de sus propuestas programáticas, las que finalmente se
esfumaron en las aguas del entreguismo total.

Volviendo al caso del MIR, aportemos el hecho que antes y aún después
del alejamiento del fraccionalismo claudicante, de fines de 1986, la
colectividad mantiene su programa y proyecto histórico por el
socialismo, además de reivindicar la estrategia del enfrentamiento PM a
la dictadura. El conjunto de los rojinegros estimaba que el pueblo y sus
referentes políticos no tenían por qué conformarse con una salida que
no reconocía ni representaba sus legítimos intereses. Les resultaba
evidente que el movimiento popular no estaba derrotado, tal como
dogmatizaban los renegados y torcidamente ‘renovados’. Por el
contrario, constataban el por entonces extendido sentimiento
antidictatorial y aquilataban los grandes sacrificios y el coraje que
habían alimentado la lucha durante ese trágico período, todo lo cual
demostraba que una salida democrática y popular a la crisis de
dominación seguía vigente. Aseguraban que sólo la lucha independiente
del pueblo y los trabajadores por el derrocamiento de la dictadura y por
la conquista de todos sus derechos, utilizando para ello todas las formas
de lucha, permitiría alcanzar una verdadera democracia, popular y
revolucionaria. Para el MIR, se hacía imperioso rechazar la farsa de la
“transición a la democracia” que protagonizaban el propio régimen y los
golpistas de antes, que por entonces vestían ropajes democráticos.
Recalcaban su rechazo a la negociación llevada adelante por la oposición
burguesa y que arrastraba a sectores reformistas. Para ellos, el
verdadero significado de esta maniobra no era otro que la capitulación
ante la dictadura y las clases dominantes.

En lo que constituyó un hecho lamentable y lapidario, tanto para l@s


propi@s miristas como para la causa revolucionaria de l@s explotad@s y
excluid@s de nuestro país, a mediados de 1987 el MIR se divide en dos
sectores, que si bien no tenían divergencias profundas en cuanto al
despliegue de la estrategia revolucionaria de Guerra Popular, si las
tenían en el diseño y formas de intervención en la lucha de clases.
Discrepancias y similitudes se pueden cotejar al examinar sus
respectivos periódicos oficiales: El Rebelde, para el sector dirigido por
Andrés Pascal; El Combatiente, para la Comisión Militar liderada por
Hernán Águilo (para el caso, escogimos la misma fecha: marzo de
1988). El hecho es que el debut de la democracia gorila encuentra al
MIR orgánicamente dividido y por tanto debilitado, con un accionar
mínimo y aislado gravemente respecto de los frentes sociales, y si a
todo ello le sumamos la represión tradicional y la de “los nuevos
tiempos” (“La Oficina”), no resulta extraño que a poco de recorrer los
años “90s (y hasta hoy) subsistieran muchos, pero minúsculos grupos y
colectivos con raíces miristas.

En la página 21 del DO, así como en otras partes del mismo, se insiste
majaderamente en identificar a la Alianza Democrática y a su sucesora,
la Concertación, como la, “representación política neoliberal de recambio
burgués”. De partida, no es del caso criticar el uso del artefacto
ideológico “neoliberal”, pues ya dijimos lo suyo al respecto. Luego,
debemos señalar el profundo error de los creadores del DO al
representar a aquellos conglomerados como instancias de “recambio
burgués”, lo que da la idea de asimilar su existencia a la de una clase o
fracción (burguesa, para lo que nos ocupa). Claramente, antes de 1990
y hasta nuestros días, la fracción hegemónica de la clase burguesa es la
monopólico-financiera, la que detenta, en última instancia, el poder
político. Luego, la AD, la Concertación y la NM, se han constituido en
realidad en Grupos Mantenedores (GM) de lo político y económico del
CMF, no siendo clases o fracciones en sí, y los cuales se encargan de
reclutar el personal político, burocrático, militar-policial, etc., que
ocupará los gobiernos y cargos políticos de todo tipo posterior a aquella
fecha. Han utilizado como cantera para su leva de funcionarios a
diversos militantes y cabecillas de partidos y grupos políticos, dirigentes
sociales de diferente rango y tipo de organización, a intelectuales y
profesionales de todas las áreas del conocimiento, con el único requisito
que no cuestionen su labor y se presten a hacer lo mejor posible para
mantener aquello que las da sustento y muchas veces buenos
beneficios. El bloque dominante les permite hacer hasta donde sea
necesario que se mantengan las concesiones que resultaron inevitables
y apremiantes al finalizar la dictadura cívico-militar (apuntadas
desordenadamente en el DO), pero tal consentimiento se mantendrá
hasta que estos GM demuestren un manejo eficiente del sistema de
dominación/explotación. Sólo hasta ese momento, toda vez que
perfectamente la clase o fracción hegemónica puede ser igualmente
predominante y mantenedora del Estado, sin que los GM puedan llegar a
formar parte del bloque en el poder y sólo accediendo a servir –en
contadas ocasiones- hasta el nivel de “comisionados” de las clases y
fracciones de ese bloque. De hecho, nos parece que tales GM están
dando claras muestras de agotamiento respecto de su rol y manejo de
la situación de la FES. Por tanto, no debe resultarnos extraño que las
representaciones de las clases dominantes en la arena de la política
estén pasando a tener un papel protagónico en la dirección política
formal. Es más, en la actualidad, las derechas política y económica
(gremios patronales, el monopolio informativo, sus think tanks, etc.)
pueden, entre otras facultades, mantener perfectamente el orden
público y el control social, habida cuenta del cambio psicosocial
relacionado con el “miedo al otro” –gatillado por el machacante y
sistemático mensaje de desbocamiento de la delincuencia- que ellas
mismas han propiciado (con el apoyo de los diversos gobiernos de los
GM), incluso apareciendo como más capaces de hacerlo.

Luego de aclarado lo anterior, nos queremos enfocar en las pp. 21-22


del DO, donde se intenta explicar el conjunto de cambios políticos y
psicosociales que sufrió nuestra formación social en lo que va de
democracia gorila. No obstante, el análisis que se efectúa allí carece de
un orden y categorías claras, lo que sólo conduce a una gran confusión.

Pensamos que es mejor contextualizar lo que se pretende dar a conocer


en el DO, para luego hacer las críticas correspondientes y proceder a
extraer las conclusiones más pertinentes al respecto. Dicho lo anterior,
podemos afirmar que el extenso período que va desde el inicio de la
dictadura cívico-militar y las casi tres décadas de gobiernos de los GM
cubre procesos internos que se enmarcan en el despliegue y dominio al
nivel mundial del capital monopólico transnacional, en que las fuerzas
que sostienen y se sirven del mercado capitalista alcanzan a los
individuos y a las comunidades de manera mucho más directa y penosa
que en la ‘edad dorada’, cuando las contenían las instituciones estatales
y no estatales. Entonces, la decisión colectiva queda restringida, se
amplía la decisión individual, pero del que tenga el poder económico
efectivo; las economías son más volátiles, pero en la periferia del SCM
ofrecen mayores oportunidades a los capitales internos, aliados al
capital transnacional, para que puedan modelar y remodelar las
formaciones económicas para sus propios fines. Como lo señala el
mismo DO, el consumo, la instalación de una matriz consumista-
hedonista, se vuelve una especie de extensión y continuación del
proceso de ganarse la vida. De esta manera el trabajo y el consumo
comparten la misma ambigüedad: mientras llenan las necesidades
básicas de supervivencia, van perdiendo cada vez más su contenido y
significado interiores. Se produce también un desarrollo masivo de las
instituciones de crédito para pequeños deudores, acorde con la
estructura productiva del capitalismo actual que requiere para su
reproducción de una masa laboral, y en general social, ‘disciplinada’,
únicamente preocupada de obtener dinero para satisfacer ese acendrado
y egoísta consumo, aprisionada por las deudas contraídas para
realizarlo. Para decirlo todo en una frase, la orientación general es que
el trabajador lucha ahora para que lo sigan explotando.

En buenas cuentas, de lo que se trataba para el caso chileno era


‘refundar’ la sociedad toda en los términos del CMF hegemónico. En la
vida del Chile contemporáneo, para los explotados y sus familias, los
efectos de esta contrarrevolución burguesa son patentes y dramáticos.
Estos no sólo se expresan en el cambio registrado en la estructura
económica del país, en su ordenamiento jurídico y en los efectos
inhumanos en la distribución de los ingresos, sino que también se
manifiestan en el modo de vida de l@s chilen@s, en sus valores, su
cultura, en sus aspiraciones y relaciones recíprocas. Para ello resultaba
necesario formar una nueva casta política dirigente, una nueva capa
gerencial, más moderna, más eficiente y más inescrupulosa aun en sus
métodos y en la administración de sus empresas, y al mismo tiempo,
más retardataria y regresiva en sus concepciones políticas y morales y
en su visión del mundo. También, era necesario cambiar la mentalidad
de la clase media, rehacer sus gustos, motivaciones y deseos, de
acuerdo a estas nuevas exigencias. Aún más, un objetivo estratégico
para los sectores dominantes y que persiste hasta el presente, es
educar a las nuevas generaciones de jóvenes en el apoliticismo, la
amnesia histórica, el conformismo y el individualismo.

Pero no debemos ser tan pesimistas, ya que en esta nueva etapa, de


dominio del CMF, no se han suprimido las contradicciones inherentes a
la realización del capital y todas sus implicancias político-sociales en las
diversas formaciones sociales, puesto que sus defensores no pueden
asegurar un desarrollo continuo más menos armonioso para un sistema
cada vez más concentrador y excluyente. Es más, surgen también en
esta etapa nuevos sectores sociales lanzados a la explotación y
exclusión que se ven impelidos a actuar como nuevos sujetos
revolucionarios, lo sepan o no, los cuales encarnan el potencial de los
movimientos populares para reconstruir su propia y muchas veces
desgastada fuerza de combate y de construcción de la nueva sociedad.

1.4 El movimiento de consolidación de la nueva representación política del


neoliberalismo

Este apartado del DO, pp. 22-24, comienza intentado explicar el proceso
de acuerdo ‘por arriba’, el que se arrastra entre 1986-1990; es decir, el
período de efectiva “Transición” a la seudodemocracia, entre
representantes de la dictadura cívico-militar; de las derechas política y
económica; de la embajada yanqui; de algunas fundaciones de la
derecha, socialdemocracia y DC europeas; y todo ello mediado y
sazonado por la curia católica interna y la nunciatura apostólica. Sin
embargo, el documento lo hace de una manera tan confusa, atropellada
y afectadamente críptica que ofrecemos un análisis que intenta
recuperar los aspectos que nos parecen más rescatables y
controvertidos de lo allí planteado.

Debemos estar de acuerdo en que 1986 marca el punto de no retorno


en el proceso de las luchas sociales populares para intentar derribar
política y militarmente a la dictadura cívico-militar. Los ciclos de
protestas, que fueron ascendiendo en cuanto a cantidad de participantes
y en grados de violencia, contenían, en cierto modo, el germen de la
construcción de una nueva forma de Estado, formulado en los
planteamientos del Movimiento Democrático Popular MDP, aunque de
modo general y siempre con cierta cuota de reformismo, debido a la
composición del mismo. No obstante y paradojalmente, los frutos de
dichas movilizaciones masivas fueron capitalizados por la oposición
burguesa, expresada en la Alianza Democrática y el Bloque Socialista
(AD-BS). Este sector opositor, advirtiendo del amago revolucionario que
podría encarnar la ofensiva del movimiento popular (con su punto álgido
el 2 y 3 de julio), presionó a la dictadura y a las fuerzas que la
respaldaban para que se allanasen a negociar una salida pactada hacia
un régimen “democrático”, para lo cual dio a conocer (21 de noviembre)
el documento pomposamente denominado “Bases de sustentación del
régimen democrático”. Al mismo tiempo, alentaron y promovieron tal
acuerdo el gobierno estadounidense (y algunas figuras políticas del país
del norte) y la sacrosanta iglesia católica.
Para la coalición AD-BS, el tipo de democracia y el proceso de
redemocratización se irían viendo y definiendo después, pues no era el
objetivo central antes de 198916. Lo central era el restablecimiento de la
democracia formal, cómo régimen fundado en las elecciones. Para
comprender mejor la postura de aquellos que luego servirían de GM, nos
puede servir el siguiente planteamiento, hecho en 1993: “Los procesos
políticos de las últimas décadas son analizados a partir de categorías
extremadamente formales como la de ‘polarización’, excesos e
‘ideologización’, etc., sin que se tomen en cuenta los profundos
conflictos sociales, de tipo sustantivo, que podrían explicar la
racionalidad de esos fenómenos. En la discusión sobre la democracia se
privilegia una concepción puramente procesual y formal, junto a la
búsqueda de las condiciones de una ‘democracia estable’, concepto que
procede de ciertas tendencias de la ciencia política contemporánea para
la cual las presiones desestabilizadoras provienen siempre de los
sectores populares”17.

Este énfasis en las formas de la democracia, más que en sus contenidos,


privilegiaba y privilegia la gobernabilidad y la estabilidad sociales,
precisamente las dos temáticas que tanto apremian a los autores del
DO. Dicha postura ideológica es congruente con la teoría elitista de la
democracia, que se defendió desde la oposición antidictatorial más
moderada y que se practicó, y se practica hasta hoy día, abarcando
tanto a los gobiernos de la Concertación-NM como de la derecha.

1986 marca el inicio de una nueva etapa político-social en Chile. El


movimiento popular se repliega, golpeado por una represión desatada y
la imposición del estado de excepción, y confundido ante el abandono de
todo tipo de movilización social por parte de los sectores de la oposición
burguesa. Coadyuva a dicho retroceso, como adelantáramos más arriba,
el hecho que las cúpulas de los partidos de la izquierda, tanto del PC
como del PS-Almeyda, así como la fracción MIR-R, comiencen a
claudicar y a planificar su integro a la nueva institucionalidad que se
abría con el acuerdo ‘por arriba’. Como un síntoma de lo que se venía,
ese año se publica un libro de título más que sugerente: “Queremos
votar en las próximas elecciones”.

16
La discusión sobre la democracia y los procesos de democratización en América Latina era una reflexión
propia de los y las intelectuales en esos años. Cfr. Ruiz Schneider, Carlos, “Las teorías de la democracia y el
concepto de lo político”, p.85, en “Seis ensayos sobre teoría de la democracia”, Santiago: Edición Universidad
Nacional Andrés Bello, 1993, p. 152.
17
Ruiz, “Tres críticas a la Teoría Elitista de la democracia”, ibíd., p. 54.
A pesar de todas las consecuencias nefastas que tuvo para el conjunto
del movimiento popular lo anterior, la experiencia acumulada, las redes
sociales creadas y los recursos materiales generados por las protestas
nacionales y populares permitieron que en el período que va entre
1987-1994, los destacamentos revolucionarios, bastante mermados eso
sí, continúen su accionar. Son aquellos que se agrupan en torno a
diversas fracciones del MIR18, a las fuerzas del complejo MAPU-Lautaro,
y al FPMR Autónomo. Además, se suman sectores populares sin
adscripción partidaria previa, los que asumen que a la dictadura se le
debía combatir hasta el final y que el nuevo régimen que se instalaba no
era más que una caricatura de democracia.

Un hecho fundamental para el período pasa a ser la reactivación y


normalización de la economía, lo cual podemos corroborar con el
crecimiento del producto en un lapso que va desde 1982, año de la
segunda mayor crisis económica bajo dictadura y que se resolvió con
intervención estatal (contrariando las recetas monetaristas), y 1988,
cuando ya se había resuelto la transición hacia la democracia gorila,
pactada por ‘arriba’. Así, según INE-CIEPLAN, los datos de PIB por año
son los siguientes:

1982: -14,1%
1983: -0,7%
1984: 6,3%
1985: 2,4%
1986: 5,7%
1987: 5,7%
1988: 7,4%.

Esta reanimación o “reequilibrio” (apuntalado por créditos externos) de


la economía, enmarcada en la madurez alcanzada por el CMF interno
aliado a los monopolios transnacionales, permitirá tanto el proceso de
consolidación de la institucionalidad prohijada en dictadura, como la
posibilidad que la oposición burguesa y renovada acepte participar de la
democracia superficial y limitada de Guzmán y sus compinches (con
reformas sutiles, sancionadas mediante plebiscito a mediados de 1988).
Es más, los GM que luego serían gobierno pasan también a hacer suyas
las bases del modelo económico y el patrón de acumulación en curso.

Ahora bien, ni de lejos nos apuntamos con lo dicho en el DO al final de


éste capítulo (p. 24), acerca de los objetivos de la transición a la

18
Cfr. Rosas, Pedro, “Rebeldía, subversión y prisión política. Crimen y castigo en la transición chilena 1990-
2004”. Santiago: LOM Ediciones, 2004
supuesta democracia, cuando se especula allí que: “La transición que se
iniciaba no era hacia la democracia sino hacia el objetivo de completar
las tareas estratégicas del experimento neoliberal en Chile, superando
en este sentido las debilidades estratégicas que para tal fin mostraba la
representación neoliberal establecida en la dictadura militar.”

En rigor, lo vivido en Chile (que no fue tan diferente a lo acaecido en


otras formaciones del cono sur americano que también sufrieron
dictaduras) implicó que luego de casi dos décadas de terror y represión
institucionalizados fue aplastado el potencial de movilización y
organización populares, el cual se había gestado en largas décadas de
luchas y en los marcos de un Estado de compromiso. Asimismo, algunos
autores refieren que fue clausurada toda una cultura política anterior
(democrático-burguesa digamos), que se guiaba por los patrones cívicos
de la participación, el debate pluralista, el compromiso ciudadano y el
respeto a la diversidad, aunque al respecto tenemos que decir que en el
período del gobierno popular (1970-1973) el pueblo y los trabajadores,
movilizados por fuera del orden jurídico-político y las instituciones
oficiales y avanzando a pie firme en la construcción de los gérmenes del
poder popular, habían mostrado a las claras los límites e insuficiencias
de aquel modelo democrático formal. Económicamente, el mercado
manejado por las fuerzas del CMF había generado una cierta dinámica
no sólo al interior de la economía nacional, sino en relación a un orden
económico internacional cada vez más transnacionalizado, haciendo
necesario redefinir las funciones del Estado en la esfera económica. Fue
en este contexto que las élites empresariales y militares, luego de
asegurarse de haber rendido al enemigo interno, deciden implementar
un proceso de cambio político-social que implica pactar una salida
política, pacífica, al criminal régimen de excepción burgués Es decir,
decidieron negociar el recambio de los militares por civiles en la gestión
del poder político, pero a condición que el sistema político y la nueva
matriz económica impuesta no resultasen alterados. A la par, aquellos
sectores políticos que habían hecho una oposición política y social
moderada, muchos de los cuales habían instigado el Golpe y apoyado
los primeros tiempos de la dictadura, se ofrecen a impulsar la
restringida democracia que se les ofertaba (“peor es nada”), también a
mantener y reproducir el modelo y el patrón económicos del CMF, y a
extender un manto de impunidad y olvido sobre los atroces crímenes de
lesa humanidad cometidos en el oscuro período que terminaba.

Según diversos autores (Share y Mainwaring19, Vargas, Marini),


podríamos definir a la transición política vivida en Chile (1986-1990)

19
Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), Núm. 49. Enero-Febrero 1986; pp. 87-135
como enmarcada en un modelo “vía transacción”, en que una dictadura
inicia dicho proceso estableciendo ciertos límites al cambio político y
permaneciendo como una fuerza electoral relativamente significativa a
lo largo del proceso y posterior a él, lo que en nuestra formación se
lograra con el sistema político-partidista y electoral dimanado de la
espuria constitución de 1980 (sistema binominal, senadores designados,
exclusión de fuerzas políticas a través del artículo 8º transitorio, etc.).
La noción de “transacción” implica una negociación (que muchas veces
fue implícita) entre los representantes de la dictadura cívico-militar y la
oposición burguesa, políticamente moderada. Pero ésta negociación no
tiene lugar entre iguales: el régimen dictatorial tomó la iniciativa de dar
comienzo a la liberalización formal y durante la mayor parte del proceso
permaneció en una posición de poder que le permitió ejercer una
influencia significativa sobre el curso y el contenido del proceso
transicional. No obstante, la oposición burguesa y socialdemócrata tuvo
espacios en que podría haber redefinido ciertos aspectos políticos,
sociales y económicos, pero en última instancia, y por ello la podemos
acusar de farisaica y traidora hasta de sus proclamados propósitos
democráticos, terminó abrazando por completo y sin cuestionamientos
las propuestas de los emisarios de la Junta y del bloque en el poder. Fue
el aviso temprano de un pragmatismo antidemocrático que perdura
hasta nuestros días.

Quizá donde más se hizo notar esa acendrada baja guardia de los
grupos opositores, de frente a las negociaciones con la dictadura, fue en
el ámbito de la verdad y la justicia para los casos de delitos de lesa
humanidad cometidos hasta 1989, donde lisa y llanamente permitió la
más amplia y desvergonzada impunidad. Está ampliamente estudiado
que las principales dificultades de las transiciones como la chilena hacen
referencia, de una parte, al reacomodo institucional, especialmente de
las FF.AA. y policiales, que en regímenes autoritarios tienden a
sobrevalorarse en su peso al interior del aparato de Estado y de otra, el
tema del arreglo de cuentas con el pasado, sobre todo en lo relacionado
con las violaciones de derechos humanos. Los beneficios posibles se
refieren al retorno a las reglas de la democracia formal, con el
consiguiente ejercicio de los derechos corrientes de l@s ciudadan@s
(que no se agotan en el rito electoral) y la vigencia del Estado de
derecho con poderes mutuamente controlados. En los casos de las
dictaduras militares de Sudamérica, como el nuestro, se trató
inicialmente, por razones de conveniencia y aceptación de la presión
ejercida por los poderes fácticos, de echar un manto de olvido sobre las
atrocidades, por cuanto se consideraba que habían sido parte de la
cruzada para defender la democracia de los enemigos (llámense
comunistas o cualquier otro apelativo que se utilice) y se dictaron leyes
de 'punto final' o de amnistía y de perdón y olvido, siempre haciendo
caso omiso de las víctimas y de las instancias defensoras de los
derechos fundamentales.

1990, el primer año de la flamante democracia gorila y del gobierno de


los GM, transcurrió en un contexto de empate político, sin cambios
significativos a nivel de las políticas públicas. Reinando sin siquiera
pretender gobernar, la Concertación se limitó a administrar sin más el
modelo y a usufructuar las ventajas que le proporcionaba el ejercicio del
poder: en el congreso, en los ministerios, en las empresas públicas,
acomodó a todos los suyos; aceptó impávida las incursiones con que los
militares buscaban resguardar su anterior peculado; no movió un dedo
por hacer justicia en los casos de graves atropellos a los DD.HH.
cometidos bajo dictadura. El nuevo régimen, carente de un programa
realmente democratizador, agitando el temor a los viejos tiempos y
dejando de lado la legitimidad y el respaldo que vastos sectores del país
le habían entregado, llevó el país a experimentar un grave desaliento
respecto de toda posible aspiración soberana y por la justicia social. La
alegría que venía, tan cacareada en la campaña plebiscitaria de 1988, se
desinfló al poco andar los nuevos tiempos.

1.5 El punto crítico en el uso de la estrategia del shock: los interrogadores


experimentados saben reconocer ese momento de quiebre…

De éste apartado nos interesa rescatar y discutir acerca de la


subjetividad que se fue produciendo y reproduciendo en las mentes y
corazones de la mayoría nacional, sobre todo en los primeros años de
democracia de baja intensidad.

La reactivación económica de fines de los años “80s, en forma


imperceptible pero sostenida, comienza a impactar en el conjunto de la
población. Todo esto, a pesar que el sueldo mínimo y los ingresos en
general se incrementen bastante poco. De modo gradual, los antiguos
“Caracoles” van dando paso a los Malls, enclavados estos en el cinturón
de Américo Vespucio. Los antiguos supermercados dan paso a los híper
y megasupermercados, que se emplazan por toda la Región
Metropolitana y las principales ciudades de regiones. Los pobres, los
trabajadores ya no deben desplazarse al sector alto de Santiago para
consumir bienes exclusivos. Ambos tipos de establecimientos, los malls
y los mega supermercados, se convierten en los ‘ataja rotos’. Ahora,
todos tienen la oportunidad de comprar a la vuelta de la esquina.

El mismo proceso de rápido crecimiento ocurre en el ámbito


habitacional. El Estado y el sector privado (aprovechando los beneficios
de la subsidiariedad) comienzan, desde 1990, una acelerado proceso de
construcción de casas, aunque su solidez es precaria, como se ha podido
constatar a lo largo de todos estos años. Con todo, la necesidad de
viviendas para un vasto número de personas permite que ese sector sea
altamente rentable, por lo menos en la Región Metropolitana y algunas
ciudades como Temuco, Concepción, Antofagasta, Iquique, etc. Con este
fenómeno, se alinea un sector económico que siempre existió en Chile,
pero en forma rustica, artesanal, de barrio; nos referimos a las
ferreterías. Estas serán igualmente impactadas con la transformación
paulatina de lo económico. Sufrirán un proceso de concentración y
monopolización en no más de tres cadenas que se emplazan en ciertos
lugares de las ciudades, provocando la quiebra de las ferreterías de
barrio. En esas grandes cadenas comerciales se puede encontrar, desde
una planta de interior hasta una máquina herramienta.

Empezamos a comprar aceite de litro y no ya en calugas o extraído de


un tambor. Los mitológicos micros y ‘liebres’ dan paso a microbuses
modernos, que en la capital serían reemplazados –en 2006- por el
parque del Plan Transantiago. Las Citronetas darían paso a vehículos
último modelo. Las calles fueron ensanchadas. Los niños dejaron de
jugar con la pelota de trapo o la escoba como caballo; ahora llegan
miles de juguetes, electrónicos y todo. Se inicia la importación de
ordenadores y teléfonos celulares. Los televisores a blanco y negro
quedan en el pasado, así como también los equipos de música tres en
uno. El vinilo pasa a ser el símbolo de la prehistoria.

Podríamos citar más ejemplos, que nos permitirían constatar una serie
de cambios en el ámbito de lo material de la formación social chilena.
Sin embargo, lo esencial dentro del contexto de la subjetividad es
atender al cómo esa transformación fue operando, de modo subrepticio,
en la conducta de los chilen@s.

Sin duda que el autoritarismo no se limitó al asesinato, detención,


exilios de los dirigentes políticos y sociales del movimiento popular. El
autoritarismo apuntó a algo más profundo: a implementar una nueva
forma de relación entre el Estado y la Sociedad, que rompiera los
agrupamientos clasistas y atomizara social y políticamente a las clases y
capas populares. A ello coadyuvan los cambios que aceleradamente
afectan los procesos productivos. Eso sí, lo que no ha variado es la
capacidad del sistema de dominación capitalista para ocultar la
explotación de clase dentro de ese proceso. Hoy por hoy, l@s
trabajador@s en Chile casi no se sienten explotados, sino que, por
medio de una serie de mecanismos ideológicos, más bien creen formar
parte del bullado crecimiento económico y que en la medida en que se
autoexploten pueden acceder a las “delicias” que les ofrece el
capitalismo. La flexibilidad laboral hace otro tanto. Lo precario de la
estabilidad en un trabajo, impacta en la conciencia del obrero. El
conjunto de estos cambios y situaciones permiten mayores niveles de
explotación y, por ende, aumento de las tasas de ganancias de la
burguesía. Con todo, el actual sistema da la opción de que cada uno,
autoexplotándose, endeudándose, pueda convertirse en un ser viable;
un ciudadano que ante todo sea un excelente consumidor.

En la actualidad, los cambios ideológicos y de la subjetividad ocurridos


en las grandes mayorías nacionales nos deslumbran por su discordancia
y extensión. El electorado que se declara de derecha se incrementa
rápidamente, mientras que una abismante sector de la población –¡un
84%!- ya no se declara pobre o perteneciente a la clase trabajadora:
creen componer la clase media.

De todo lo anterior, el DO no dice una palabra. Antes bien, se detiene en


sandeces como esta: “Con la aplicación exitosa del experimento
neoliberal en Chile, desde el recambio de la representación burguesa en
el poder como condición de éxito de la estrategia del Shock, se inicia un
nuevo período histórico de la dominación burguesa y de la lucha de
clases en el país” (p. 28). Interesante, ¿cierto?

O transformamos la realidad del sistema capitalista de dominación o es


que no sabemos hacer otra cosa.

¡Que la Historia Nos Aclare el Pensamiento!

Círculo de Estudios Sociales Miguel Cabrera

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