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La relación adecuada entre el ser humano y la Divinidad es la adoración.

Sabremos que
hemos dado un paso significativo en nuestra vida de fe cuando nos encontremos con el hecho de
que hemos aprendido a adorar a Dios. Pero la adoración conlleva el reconocimiento de que Dios
está en lo alto y nosotros estamos en lo bajo; de que Dios es santo y nosotros pecadores; de que
Dios es inmensamente grande y sublime y que nosotros somos pequeños, casi insignificantes, un
minúsculo grano en la inmensidad de la creación; de que Dios es todo sabiduría y nosotros, la
mayoría de las veces, necedad y vanidad; y ya sea por estas u otras razones estamos inhabilitados
de adorar a Dios directamente; es como si necesitásemos de un medio o algo que nos permita
presentarnos ante Dios para ofrecer tan siquiera un humilde y tosco tributo. Si alguno piensa que
solo basta una actitud dispuesta y un buen deseo para acercarse a Dios, no conoce en absoluto la
realidad del mal presente el corazón humano, e ignora cómo este mal le inhabilita por completo para
presentarse ante el Dios que es Santo, Santo, Santo.

Jamás hombre alguno ha podido acercarse a Dios basado y amparado en su propia virtud,
sino que, desde los inicios mismos de la historia humana, el que en verdad se ha acercado a él, lo
ha hecho apoyándose en una ofrenda por sus pecados, o un sacrificio sustitutivo a su favor, o en
una promesa de perdón recibida de parte de Dios mismo. Y en este acercarse a Dios por parte de
los hombres de la antigüedad, un elemento pleno de significados es el altar: una especie de
estructura sobre la que se ofrecían a Dios ofrendas, generalmente de animales sacrificados, como
un acto de adoración.

La vida de los patriarcas se caracterizó entre otras cosas por la continua edificación de
altares al Señor: Abraham, por ejemplo, edificó altares a Dios en Siquem, entre Betel y Hai, en
Hebrón, y en Moriah (Gn.12:6-8; 13:18; 22:9); Isaac, por su parte, edificó un altar al Señor en
Beerseba (Gn.26:25); Jacob, edificó altares en Siquem y Bet-el (Gn.33:20; 35:1-7). Pero no solo los
patriarcas edificaron altares al Señor; Moisés edificó un altar en Refidin, antes de la construcción del
tabernáculo y todo su mobiliario, cuando el pueblo de Israel obtuvo la victoria ante los amalecitas
(Ex.17:15). Una vez construido el tabernáculo pensaríamos que ya nadie más edificaría altares al
Señor, puesto que el tabernáculo tenía un altar en permanente uso, pero no es así: Josué edificó un
altar en el monte Ebal (Jos.8:30-31); Gedeón edificó un altar al Señor en Ofra (Jue.6:24-26); el rey
David edificó un altar en la era de Arauna (2Sam.24: 18-25); el profeta Elías edificó un altar al Señor
en el monte Carmelo (1Re.18).

Quiero invitarle a que consideremos algunas de las circunstancias y razones por las que
aquellos hombres que nos precedieron edificaron un altar al Señor. He decidido tomar aquellos casos
en que el altar fue constituido al margen del sistema instituido en el pacto mosaico.

Podemos notar que los creyentes de la antigua era edificaron un altar para Dios en las
siguientes circunstancias:

- Para adorar a Dios (Gn.8:20-21): es significativo que en esta oportunidad, que es la primera vez
en la Biblia en que se hace mención de la edificación de un altar, el motivo principal del mismo sea,
a mi modo de ver, la adoración.

- Al establecerse con cierta permanencia en algún lugar: como demarcando un sitio para invocar
el Nombre de Dios además de reconocer su vulnerabilidad y necesidad de la bendición divina
(Ge.12:6-8; 13:18; 26:25).

- En cada sitio donde tuvo lugar un encuentro especial con Dios (Gn.28:18; 35:1,6-7,9-15)

- Para testificar de la victoria concedida por Dios (Ex.17:15-16)

- Como instrumento de clamor a Dios en medio de una emergencia (2Sam.24: 18-25)


- Para levantar una señal visible que recordase una obra de Dios o perpetuase una
concesión divina (Jos. 4: 1-3,5-7; 22:10-11,26-27)

Edificando un altar para el Señor en nuestras vidas

Un altar es una señal o recordatorio de lo que Dios nos ha dicho, perdonado, prometido o
entregado. El altar no es el sacrificio o la ofrenda, pero nos permite presentar el sacrificio y la ofrenda
con entendimiento y conciencia de lo que hacemos.

El altar hablaba constantemente de la relación del hombre con Dios, tuviese o no tuviese
ofrenda sobre sí. El altar de por sí ya era una señal que proclamaba poderosamente todo un mensaje
de parte de Dios para las personas. El altar era una forma de recordatorio para aquellos que estaban
llamados a relacionarse con el Dios Eterno: recordaba constantemente que Dios se había
manifestado a ellos, que les había dado sus palabras, que en momentos especiales se reveló a ellos
comprometiéndoles para con él. Era una especie de testimonio perenne de que Dios había venido
manifestándose a ellos desde hacía tiempo con fiel y santo amor.

Hay momentos puntuales en nuestras vidas en los que Dios se manifiesta a nosotros de una
forma especial. En esos momentos Dios viene a nuestras vidas y nos da una palabra que nos
confirma en sus caminos, o nos regala una promesa específica para nuestra vida personal, o se
revela a nosotros para que le conozcamos de una manera como hasta entonces nos le conocíamos;
esos encuentros con Dios no son cotidianos, no son cosas que suceden a menudo en nuestro
caminar con Dios (casi me atrevería a decir que suceden pocas veces en la vida) pero cuando
suceden, nos cambian profundamente; recuerde usted por ejemplo a Abraham y su llamado; a Isaac
en Beerseba; a Jacob y su experiencia en Peniel; a Salomón en Gabaón; y muchos otros. Aunque
todos los días de nuestro caminar con el Señor deben ser días buenos y llenos de gratitud por la
misericordia y el amor de Dios, hay momentos puntuales en los que Dios cambia la dirección de
nuestra vida, en los que Dios trae una mayor luz de sus propósitos para con nosotros, en los que
somos invitados a entrar en una dimensión superior en nuestro caminar con Dios. Esos encuentros
debemos perpetuarlos en nuestra memoria e incorporarlos a nuestra vida a través de un altar
conmemorativo. Un altar conmemorativo nos ayuda a mantenernos enfocados en lo que Dios ha
hecho en el pasado y en lo que está haciendo hoy en nuestras vidas (Gn.28: 18-22); nos ayuda para
que recibamos aliento en tiempos de dificultad y adversidad (Jacob en Mahanaim antes de
encontrarse con Esaú Gn.32:9-12); nos ayuda para entender cómo todo obra para el cumplimiento
de los propósitos de Dios en nuestra vida al contemplar el pasado, el presente y el futuro (Gn.31:13)

Pero el altar habla, sobre todas las cosas, de “victimas y sacrificios”. La palabra hebrea para
altar significa “lugar de sacrificio” y está relacionada con otra que traduce “matar para el sacrificio”.
La mayoría de las veces que se hace mención en las Escrituras del altar, se hace en conexión con
un sacrificio sangriento. Dios mismo estableció las ordenanzas con relación a estos sacrificios, los
cuales actuaban como un paliativo temporal mientras llegaba la solución definitiva para el pecado
del hombre. Todos los sacrificios que se presentaban sobre el altar, ese continuo derramar de la
sangre de las victimas, ese continuo holocausto que Dios había ordenado que se llevara a cabo al
comenzar el día y al atardecer del mismo, todo ello presagiaba y señalaba hacia un altar mayor, y
hacia una victima más excelente; muchos altares fueron levantados por los hombres pero el mejor
de todos los altares, el más elevado, el que habría de dejar a todos los demás en el olvido y hacer
que caducaran por siempre, fue levantado y edificado por Dios mismo; fue edificado en las afueras
de Jerusalén, establecido sobre una colina llamada “Monte Calvario”, y coronado con una cruz de
madera, donde el Cordero de Dios, cual perfecta victima, y como ofrenda definitiva y eterna por el
pecado de la humanidad fue inmolado. El autor de la carta a los Hebreos lo expresa con las
siguientes palabras:

“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas,
nunca puede por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a
los que se acercan…Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque
la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados…Y ciertamente todo
sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismo sacrificios, que
nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo
sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios…porque con una sola ofrenda hizo
perfectos para siempre a los santificados”
(He.10: 1-14)

¿Tenemos necesidad de demarcar un espacio para invocar el Nombre del Señor en


nuestra vida cotidiana? ¿Necesitamos reconocer nuestra vulnerabilidad y necesidad de Dios?
¿Necesitamos aprender a cultivar una relación con Dios hasta hacer de ella el elemento de mayor
importancia de nuestro vivir? ¿Será útil para nosotros establecer pautas, señales, recordatorios de
aquellas cosas que Dios nos ha enseñado y mostrado?

Entonces, necesitamos edificar un altar (o varios altares) para Dios en nuestras vidas

Dios nos llama a edificar un altar para él en nuestras vidas. Es un llamado a invocar su
nombre en la vida diaria, en nuestro lugar de permanencia (casa, sitio de trabajo, lugar de estudio).
Es un llamado a reconocer nuestra vulnerabilidad y necesidad de su bendición. Es un llamado a
establecer señales que tengan un real significado para las decisiones que tomamos en nuestro diario
andar. Es un llamado a la fe, a la consagración, a reconocer su santidad y la necesidad de que
nosotros también lo seamos, es un llamado a la esperanza y a la adoración. El primer altar que el
hombre edificó fue levantado para adorar a Dios y esa es la principal razón por la que nosotros
también debemos edificar un altar al Señor en nuestra vida diaria.

El mundo que no conoce a Dios también tiene sus altares dispuestos y preparados; tiene
sus oficiantes, su lógica, su ritual y mística que justifican sus “sacrificios”; ante sus lugares altos se
congregan multitudes; el incienso de su vacío y embriagador ritual se esparce continuamente en los
distintos estratos de nuestra sociedad; sus celebraciones impactan, entretienen y mantienen
alejados del conocimiento de Dios a todos sus espectadores, y sabe qué es triste: que entre ellos
hay mucho pueblo de Dios; pueblo de Dios que acude a sentarse a las mesas de los sacrificios de
los altares mundanos; pueblo de Dios que no comprende que su llamado es a participar del santo
altar de la consagración al Señor; pueblo de Dios que piensa que puede participar de la mesa del
Señor y de la mesa de los demonios; pueblo de Dios que sabe cantar pero que no sabe adorar; que
sabe participar de la dinámica de su iglesia local pero que ignora como participar dignamente de la
dinámica de la Iglesia del Señor; pueblo que no termina de aprender cuál es la diferencia entre lo
santo y lo profano, entre aquello que es promovido por Dios y aquello que es promovido por el
pecado, entre aquello que honra al Señor y aquello que le deshonra.

Hermanos, en este nuevo año que inicia, decidámonos a edificar un altar al Señor; un altar
que sirva de señal para nosotros y para aquellos que nos ven desde afuera; un altar desde el que se
eleve aroma grato al Señor y en el que no tengan cabida sacrificios impuros, ni dudosas ofrendas;
un altar que proclame la majestad de nuestro Señor y Dios, y proclame con su fuego, la autoridad y
poder de aquel que nos amó y se entregó por nosotros; levantemos un altar que perdure como legado
para las generaciones venideras y les transmita el mensaje de amor de nuestro Dios y salvador así
como les hable de su poder y dignidad regia.

Que en este año 2011 nuestro Señor nos conceda el ver cómo los falsos altares que hasta
ahora han permanecido levantados en nuestras vidas, siendo causa de tropiezo y pecado, son
derribados para nunca más ser levantados. Que veamos bajo su bendición y aprobación el
establecimiento de su Reino en nuestras vidas y familias, y que bendiga el Dios Altísimo con su
santo fuego cada uno de los altares que para él edifiquemos y consagremos en nuestro peregrinar
de fe.

En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.


Lectura: 1. Reyes 19.2-16

Texto: 1. Reyes 19.2-3

Introducción:

Es tanto el deseo de gobernabilidad y sed de poder del hombre que algunos han alcanzado
cierto grado de respeto y temor haciendo que unos les tengan pánico o miedo. Algunos de esos
hombres intimidados viven bajo sus yugos sometiéndose a trabajos rigurosos y labores
indecentes que producen vergüenza y consecuencias horrendas con el fin de salvar sus vidas.
Otros no soportando labores que parecen más castigos que trabajos y no siendo capaces de
enfrentar a sus opresores o verdugos, huyen de su presencia donde el postrer estado es
desastroso y conmovedor porque tienen que abandonarlo todo y quedar a la intemperie para
almenos salvar sus vidas; mientras que el opresor se ríe de él porque tiene poder y autoridad
sobre ése pobre miserable.
Esto mismo le aconteció al profeta Elías, el último que había quedado de los profetas de Dios
en el reinado de Acab.

Elías tuvo el valor de enfrentarse a 850 profetas de los demonios o dioses falsos (400 de Asera
y 450 de Baal que se sentaban a la mesa con Jezabel 1. R. 18.19) y destruir a los 450 profetas
de Baal, porque confió y clamó a Dios. Pero cuando le vino el ataque de un solo enemigo, en
este caso de Jezabel la mujer del rey Acab, Elías huye por miedo a perder su vida en vez de
acudir y clamar al Dios Vivo como lo hizo anteriormente.

1. EL HOMBRE SIN DIOS LE TEME AL HOMBRE. 1. R.19.3a.

a. Huye de su presencia y anda por lugares desiertos Vr. 3-4a.

b. Desea morirse Vr. 4c.

c. Se duerme en vez de vigilar, en vez de luchar. Vr. 5

Qué pasa con los dormilones:

d. Deja de comer el alimento celestial Vr. 5c-8a.

2. EL HOMBRE FORTALECIDO POR EL ALIMENTO DE DIOS ES FUERTE Y VENCEDOR Vr.


8c.

a. El alimento verdadero es hacer la voluntad de Dios Jn. 4.34

b. Cristo es el Pan que produce Vida Jn. 6.35

c. Hablar de la palabra de Dios le produce vida al hombre Lc. 4.4

3. EL HOMBRE QUE NO CONFÍA EN DIOS SE ESCONDE, SE ENCIERRA. Vr.9


Elías se escondió en una cueva. La cueva es símbolo de tienda, de encierro, de estancamiento.
La cueva te lleva a la monotonía y enfriamiento espiritual.

Para encontrar la bendición de Dios, estar en su presencia y ser prosperado por Jehová de los
Ejércitos, hay que salir de la cueva. A Dios le aterra el encierro. Dios te bendice si estás fuera
de las cuatro paredes del encierro de la iglesia, sal de allí para que el Señor Todo Poderoso te
bendiga.

El hombre mantiene encerrado, encuevado porque no ama a Dios y no confía en Él

Se encierra en:

· La cueva del miedo a seguir adelante, miedo a enfrentarse a los problemas y al príncipe de
éste siglo.

a. Hay que temer únicamente a Dios Mt. 10.28.

· La cueva del desaliento.

b. No desmayar, ni desanimarse, porque Dios está con quien le busca Dt. 20.2-4

· La cueva de la inteligencia y sabiduría humana, yo soy el mejor porque soy muy estudiado.

c. No vanagloriarnos por nuestras capacidades intelectuales Pr. 3.7

· La cueva del conformismo.

d. No conformarnos con lo que tenemos, siempre buscar ser mejores Rom. 12.2

· La cueva de la religiosidad y brujerías que es devoción a los ídolos

e. Los religiosos e idólatras no entrarán al reino de Dios 1. Cor. 6.9

Stgo. 1.26-27. 6Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que
engaña su corazón, la religión del tal es vana. 27La religión pura y sin mácula delante de Dios
el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin
mancha del mundo.

· La cueva de las obras de la carne o pecado Gal. 5.19-21a.

f. No practicarlas, apartarnos de ellas porque no veremos a Dios Gal 5.21b

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