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Notas de la abuela.

Cada 15 días hay un cumpleaños en la familia. En esas fechas, la abuela laboriosa prepara
el fogón para el sancocho de gallina y el asado de carnes y plátanos maduros que
congrega una parte de la familia, a lo largo de una mesa de 25 puestos, que siempre se
llena y faltan espacios que se completan con cajones, ladrillos apilados y alguna tabla
atravesada. Esa rutina tiene 60 años, desde cuando nació su primera hija.

El año pasado recibimos la noticia de que la abuela tenía una enfermedad respiratoria
crónica por los años de aspirar humo junto al fogón de leña. Todos acusamos el golpe,
pero las hijas mayores mantienen vivo el fogón en las celebraciones. El médico le recetó
inhaladores y algunas pastillas para tomar a diario.

Los sentidos no registran el transcurso del tiempo. Solo la captura de un instante nos
asoma a su marcha implacable. Ayer ví a la abuela buscar las cápsulas que tenía que
tomar. Abrió el sobre; tomó una de ellas, la puso encima de la mesa, se fue a la nevera y
llenó un vaso de agua que consumió hasta el fondo. Cuando regresó a la mesa se dio
cuenta que no se había tomado la cápsula y volvió a la nevera para llenar otro vaso. Algo
la distrajo por un instante y llenó y bebió el otro vaso de agua mientras la cápsula seguía
encima de la mesa. Pensó que había tomado la cápsula, pero un poco después pasó por la
mesa y vio la cápsula encima del mantel y dudó si ya la había tomado, fue hasta el sobre y
lo vio apenas iniciado, por lo que comprobó que solo había tomado el agua. Para estar
segura tomó la cápsula y la llevó hasta la nevera, la puso en la puerta, mientras llenaba de
nuevo el vaso de agua. En ese instante, recordó la palabra que le faltaba en el crucigrama:
Yunque de platero, tas y corrió a llenar los espacios en blanco. Cuando terminó el tercer
vaso de agua, recordó la cápsula encima de la puerta de la nevera. Miró para todos lados.
Nadie la había visto, volvió la cápsula al sobre porque ya estaba harta de agua. Ya la
tomaría más tarde cuando le volviera a tocar el otro turno.

Supe que la abuela había envejecido, porque bebió tres vasos de agua antes de recordar la
pastilla que aguardaba en la mano, el sorbo que la llevaría a su destino. Cuando se dio
cuenta ya estaba llena de agua, entonces la puso en el frasco de nuevo, para tomarse dos,
en el próximo turno.

La congregación de la familia en la casa del patriarca conservador, para esas fechas, se


hacía en torno a los chistes del abuelo y la comida de la abuela. Cuando murió el abuelo,
hace 12 años, lo sucedió su hijo mayor que tiene un repertorio de cuentos de todos los
colores -aunque priman los verdes- cuya fuente es el programa Sábados Felices o chistes
que baja de las redes. De vez en cuando, llama a los cuñados y les muestra el último
desnudo que recibió de un amigo o que bajó de los portales que frecuenta. Todos
cumplimos la regla de celebrar sonoramente sus ocurrencias. Ya todos los hemos visto,
pero siempre nos reímos para no desairar al papá por encargo. Hasta las mujeres se ríen
como camioneros para congratularse con él. Ahora que ya se esta poniendo calvo,
empieza a repetir los cuentos ya dichos en el cumpleaños anterior.

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