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Las Farc y el pueblo

Mauricio García Villegas

Ahora que en La Habana se discute sobre participación política, las Farc proponen refundar la estructura
del Estado, armar un sistema político a partir de las organizaciones populares y refrendar todo ello en una
asamblea constituyente.

Estas propuestas, a mi juicio, están inspiradas en una mezcla de ingenuidad y dogmatismo. Las Farc
parecen creer que sus ideales de igualdad y justicia social están respaldados por el Pueblo (con
mayúscula). Pero la realidad parece ser otra: una buena parte de los colombianos, incluso de los que están
vinculados con organizaciones populares, es hostil (a veces visceralmente hostil) a las Farc. En Colombia
no hay uno sino muchos pueblos (de campesinos, de obreros, de empleados, de indígenas, de cristianos,
de funcionarios públicos, de profesores, de comerciantes), que tienen visiones diversas, cuando no
contradictorias, sobre la realidad social y política del país. Para no ir más lejos, una buena parte de ellos es
uribista y hasta hace poco ganaba todas las elecciones.

Decir esto no significa, por supuesto, negar el carácter clasista de la injusticia social que existe en
Colombia, ni desconocer la indolencia y hasta el despotismo de una buena parte de la élite que gobierna
este país.
Dado que ese pueblo mítico no existe, nada garantiza que las Farc puedan conseguir lo que se proponen a
través de una constituyente elegida democráticamente (otra cosa es una asamblea corporativa, compuesta
por representantes nombrados por ellos y por el Gobierno; pero este tipo de asamblea es propia de los
regímenes fascistas y tiene muy pocas posibilidades de ser aceptada por la sociedad colombiana). Más
aún, por esa vía tal vez consigan lo contrario, es decir, que sus enemigos políticos y en particular los
uribistas, que operan con la misma lógica ingenua y dogmática de creerse los voceros del pueblo y que
tienen más habilidad política que ellos, dominen las mayorías de esa asamblea.

El problema con la constituyente que proponen las Farc es que ella depende de condiciones que la guerrilla
misma ha ayudado a destruir. Tantos años de violencia guerrillera, dirigida en parte contra el mismo pueblo,
fueron creando las condiciones políticas (bien aprovechadas por la extrema derecha) que terminaron no
sólo desprestigiando la lucha armada, sino también a la izquierda en general y a la protesta popular. Por
eso hoy, cuando las Farc solicitan una participación popular masiva para refrendar los acuerdos, son
víctimas de los efectos devastadores que sus propias acciones violentas causaron en el movimiento social
en Colombia. Quizás lo habrían podido hacer en la constituyente de 1991 (cuando no fueron), pero hoy eso
es muy difícil.

Ahora bien, lo que digo es una crítica contra el cinismo de las Farc, no una razón para pensar que los
acuerdos de La Habana no necesitan de una refrendación democrática.

Así pues, la guerrilla desestima la magnitud del sentimiento social que hay en su contra. Pero si quieren
salvar el proceso de paz deben hacer todo lo posible por revertir, con humildad y franqueza, ese
sentimiento. De eso depende, además, su supervivencia futura como movimiento político.

Por eso se me ocurre que quizás el éxito del proceso de paz dependa de que algún experto extranjero (por
ejemplo, un noruego o un finlandés, ya que en los de aquí no creen) haga un estudio cuidadoso sobre la
manera como los colombianos perciben a las Farc y se lo muestre a Iván Márquez y a sus colegas, para
que vean cómo la malquerencia que existe contra ellos es un fenómeno que se extiende mucho más allá
del uribismo y de la extrema derecha.

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