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ESPECULACION EFICIENTE

Armando Méndez Morales

Cualquier trabajador lo que quiere es ganar lo más posible por trabajo


realizado y con el menor esfuerzo posible. El empresario, a su vez,
cuando contrata trabajadores busca pagar lo menos y con la esperanza
que le rindan la mayor productividad potencial, vale decir, la mayor
cantidad de producción por trabajador, dado un stock de capital y las
demás condiciones tecnológicas.

La teoría de los mercados sostiene que el precio de cualquier bien,


servicio o activo financiero, que se transa en los mercados, está
determinado por su oferta y su demanda, las mismas que se comportan
influenciadas tanto por las necesidades y deseos que expresen oferentes
y demandantes como por la “información” que disponen, sobre todo lo
relacionado con el mercado en cuestión. Si suponemos un mercado de
alimentos cualquiera, digamos de carne vacuna, el oferente tiene
información sobre la calidad de este alimento, cuánto le cuesta producir,
la existencia y precios de productos sustitutivos, como es la carne
porcina o los pollos, etc. Sobre la base de esta información el oferente
busca obtener el mayor precio posible por su venta y a partir de un
precio mínimo, debajo del cual no estaría dispuesto a realizar la venta. Si
el productor no puede vender ni siquiera a este precio “marginal”,
entonces, liquida su producción y se retira del negocio. A esto se
denomina el principio de la racionalidad económica con el que actúan
demandantes y oferentes.

Cuanto mayor y mejor sea la información que tengan los participantes


en los intercambios, más eficiente es el mercado en cuanto a la
determinación del precio. Tanto el demandante como el oferente ganan
en la transacción y es su óptimo, dado que ninguno de ellos podría
ganar más. A esto se llama eficiencia del mercado. El vendedor concluye
que ese es el precio máximo que puede cobrar al vender el objeto de la
transacción, lo mismo sucede con el demandante quién cree que ese es
el precio más bajo al cual puede adquirir el objeto en cuestión. No se
realiza la transacción si esto no fuese así. El conflicto de intereses
pacíficamente se resuelve.

De lo dicho se desprende que el ama de casa que acude periódicamente


al mercado, el comerciante, el trabajador, el empresario, el capitalista y
el banquero, todos ellos actúan racionalmente en los mercados.

En la medida que proliferan los mercados y la especialización también se


expanden los intermediarios entre oferentes y demandantes, sean de
bienes, servicios y activos financieros, dando lugar a la profesión de
comerciante y del banquero y al concepto de especulación. Desde un
punto de vista comercial se entiende por especulación cuando se
adquiere mercancías o valores con el objeto de obtener un lucro
monetario al momento de venderlas, cuando se compra algo con la
expectativa de venderlo a un precio mayor. Pero no sólo esto, sino que,
siguiendo el postulado de la racionalidad económica el agente
económico en cuestión busca el menor precio cuando adquiere algo y el
máximo cuando lo vende, entonces, todos estos agentes económicos se
convierten en especuladores. Se piensa que el especulador es un
“aprovechador”, situación que se puede dar pero este hecho es de
importancia secundaria.

Cabe la pregunta, ¿Por qué decide usted, o cualquier comerciante,


comprar algo hoy día y no dejar para después si se podría posponer una
compra, o también una venta? Aquí entra en escena la teoría de las
“expectativas”. Todo acto de compra o de venta se basa en lo que la
gente piensa vaya a suceder en el futuro, un porvenir que se caracteriza
por la incertidumbre. Y estas expectativas se elaboran con la información
que dispone el agente económico en cuestión. Si la información que
dispone es acertada es lógico concluir que sus expectativas se pueden
cumplir. Si no es así, también sus expectativas estarán erradas y, por
tanto, el intercambio realizado ya no será el óptimo. Pero como se
supone que el comportamiento del agente económico es racional, para
una próxima transacción, el agente reajusta sus expectativas buscando
mejor información. Esto quiere decir que los agentes económicos
aprenden de sus errores para no volver a cometerlos.

De lo expuesto surgió la teoría de las “expectativas racionales” que no


es otra que decir que la gente construye expectativas sobre lo que
puede suceder mañana a partir de la mejor información que hoy
dispone. Esta es una de las razones por qué la gente lee periódicos,
escucha noticias y se interesa por los hechos económicos.

Pero no siempre las expectativas pueden ser “racionales”, también


puede haber “no racionales”. Un ejemplo de esto último se da cuando
una persona normal de pronto se descontrola y comete un crimen. De
seguro que se arrepentirá luego del hecho, pero ya es tarde. Lo mismo
sucede con agentes económicos que actúen impulsados por
expectativas no viables. Cuánta gente se lanza a desarrollar una
actividad empresarial que luego fracasa rotundamente. Averiguadas las
cosas, se concluirá que el desafortunado aprendiz de empresario se
movía con información defectuosa o alejada de la realidad.

Como cualquier teoría científica, la teoría de los mercados eficientes es


una simplificación de la realidad para determinar causalidades
esenciales inmediatas. En la realidad los precios se determinan una vez
y estos permanecen relativamente constantes, de tal manera que
oferentes y demandantes lo que determinan en cada transacción ya no
son los precios sino tan solo las cantidades. Y esto es así cuando en una
economía libre de mercado prevalecen dos condiciones fundamentales:
la primera, la competencia y, la segunda, el control de la cantidad de
dinero.

Cualquier vendedor quisiera obtener el precio más alto por lo que vende,
pero esta ilusión está limitada por la competencia. Si se pregunta el
precio de cigarrillos o de galletas de la misma marca y calidad en la
infinidad de “kioscos” que pululan en la ciudad de La Paz, se podrá
comprobar que rige en todas partes el mismo precio. Esto quiere decir
que la ganancia por unidad de producto es la misma en todos los
kioscos. La ganancia total podría variar algo, pero esto sería
consecuencia de que unos venden un volumen mayor que otros, pero no
por precios.

Y con el advenimiento de la globalización y la presencia de las leyes del


mercado cada vez se observa más que bienes similares tienen el mismo
precio en diferentes partes del mundo, descontando costos de
transportes, impuestos y nivel de vida por diferente grado de desarrollo
económico. Esto quiere decir que si en el mundo existiese una verdadera
y plena liberalización del comercio, -no tratados de libre comercio
porque no es lo mismo- los precios –descontados- de bienes similares
serían iguales en todos partes suponiendo tipos de cambio fijos. Esto
sería así porque los bienes se moverían desde lugares donde su precio
es más bajo a otros donde su precio es más alto, hasta que algún
momento se ubicarían en el mismo nivel.

En el mercado del trabajo sucede algo similar, cuando hay competencia.


Cualquier trabajador quiere el salario más alto con el mínimo de
esfuerzo. Esto no es así porque detrás de ese puesto hay otra gente
dispuesta a tomarlo, lo que lleva muchas veces no al mínimo esfuerzo
sino al máximo, si se quiere retener un trabajo. En la realidad, y en el
mundo, uno de los mercados que se comparta con muchas distorsiones
son estos debido a la intervención estatal en la determinación de
salarios, a las negociaciones colectivas entre empresa y sindicatos, a la
inamovilidad laboral, todo lo cual hace que los salarios no se determinen
por las fuerzas de la demanda y de la oferta sino por razones
institucionales que impiden la conformación de salarios de eficiencia y
traen consigo un secular séquito de desempleo.

Asegurar la presencia de la competencia en los mercados es


fundamental para hablar de mercados eficientes. Esto llevó a los
propugnadores de la economía social de mercado, durante la
reconstrucción de Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial, que
para asegurar un óptimo orden económico y social debe ser función del
Estado asegurar la construcción y el mantenimiento de un orden
competitivo.

Pero la competencia en los mercados es necesaria pero no suficiente;


para que sea tal, debe cumplirse con la condición de control de la
cantidad de dinero, condición, que hasta el día de hoy plenamente no
cumple ningún país del mundo. Por este motivo, la inflación es una
crónica enfermedad que afecta a los mercados impidiéndoles la
determinación de precios de eficiencia. Se debe recordar que esta tarea
es una función estatal en cualquier país. Es decir estamos frente a una
“grave falla del Estado”.

La Paz, 28 de noviembre de 2009

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