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Cualquier trabajo teórico incluye la singularidad del sujeto a partir de su experiencia del
inconsciente o de su clínica. La propuesta de constitución de este cartel tiene como
punto de inicio los tropiezos que se me presentaron en mis primeros pasos tras la
autorización. Después de algunos controles que me permitieron intuir la complejidad
que implicaba el pago en las sesiones, propuse a algunos colegas formar un cartel con el
tema del manejo del dinero en la cura analítica. El presente escrito es el producto de mi
trabajo en ese cartel, pensando el tema en su articulación con otro operador, el tiempo.
* * *
Time is money, el tiempo es dinero, dijo Benjamin Franklin, padre fundador de los
Estados Unidos, cuya efigie se encuentra en los billetes de mayor valor
estadounidenses. Esta máxima que hace equivaler el tiempo al dinero es la que comanda
el discurso capitalista, una ley generalizable que los sujetos que se dirigen a un analista
ven subvertida.
Según Jacques Allan Miller, Lacan reservó dos lugares muy precisos para la conjunción
de los simbólico y lo real en la experiencia analítica, el primero de ellos la posición del
analista y el segundo la función del tiempo (2003: 97-100). Pero también el dinero, o
más bien el pago, puede pensarse como un elemento que interviene en la cura, lugar
donde concurren el orden simbólico y real.
En la sesión analítica, que excede los límites del tiempo transcurrido entre dos
momentos precisos (Bassols) y es susceptible de propiciar nuevos hallazgos después de
su supuesta clausura, no existe un manejo invariable del tiempo y el dinero que
garantizaría la existencia del Otro, así como tampoco existe una proporción entre
1
Este trabajo es fruto de un trabajo de dos años en un cartel inscrito como El manejo del dinero en la
cura analítica. Los miembros de este cartel son Ricardo Rubio (Más Uno), Patricia Tassara, Teresa
Tabernero, Carolina Martini y la autora de este escrito.
1
ambos. El deseo del analista, el acto analítico, es el que puede sustraer lo simbólico a lo
real, o lo que es lo mismo, hacer aparecer el valor libidinal tanto del tiempo como del
dinero.
2
Del mismo modo que el tiempo está inscrito en el circuito simbólico a la vez que hay
algo de lo real del tiempo que se realiza en cura, el dinero constituye un símbolo del
hombre (social, objetivado, medible e histórico) al mismo tiempo que hay algo en él que
escapa a esa cuantificación e historización. Más allá de su valor de uso y de su valor de
cambio, pues, el dinero tiene en la cura valor de goce en tanto que la relación del sujeto
con el dinero revela su programa de goce.
Cada parlêtre instaura una relación singular con el dinero; cuando el dinero es sustraído
de su dimensión simbólica, se pone en juego como objeto de la pulsión.
El dinero en su vertiente fálica, obtura la falta, es un significante que puede funcionar
para algunos sujetos como denegación de la castración, deuda simbólica que no podrá
saldarse jamás y, por tanto, el pago puede ser un tratamiento de la castración. En otros
casos, en cambio, el dinero pagado por las sesiones viene a aniquilar la significación
amorosa. Puesto que es el caso por caso lo que orienta nuestra clínica, no es posible
generalizar, aunque sí estar advertidos de que el dinero es un valioso indicador clínico
con el que operar.
Pensado en su vertiente libidinal, acumular o desprenderse de dinero puede suponer un
goce en sí mismo; el dinero entonces es metáfora de aquello de lo que el sujeto debe
desprenderse por ser fuente de sufrimiento: el pago moviliza el goce implicado. Que se
produzca cierta cesión de goce es fundamental en tanto que eso permite la circulación
del deseo. La dificultad es que pagar se convierta en acto, teniendo en cuenta que, como
lo definió Lacan, el acto es lo que un sujeto realiza sin saber,2 es decir, sin saber que con
ese acto cede algo de su goce. El testimonio de pase Guy Briole lo ejemplifica a la
perfección cuando el autor relata el momento en que Lacan, ante su sorpresa, le extrae
de la cartera unos billetes en su primera sesión y solo, al concluir el análisis y après
coup, el analizante concede a ese gesto un valor de acto: “Es ahí que había aceptado la
pérdida de esta parte sacrificada de mi cuerpo (...) pagando esa libra de carne que me
pidió el analista, el cuerpo se encontró de entrada –en análisis, podemos decir– en el
corazón del dispositivo. La cesión a la que el analizante consiente le hace aparecer
marcado por la pérdida, por el corte, que revelan el sujeto en su división y le abren a la
puesta al trabajo del inconsciente”.3
En la clínica lacaniana, ni el tiempo ni el dinero cuentan con una significación propia,
son parámetros alejados de todo estándar; el acto analítico produce una escansión que
2
Le Séminaire, livre XXII. RSI, en Ornicar?, n. 5. 1976. p. 54.
3
“Una extracción”, Colofón, n. 34., 2014. p. 36.
3
separa la función social de la dimensión pulsional, pero el uso que se haga del tiempo y
del dinero en una cura por parte del analista no tiene programa, es sin garantías y sus
efectos son impredecibles.
Llevando al discurso analítico la cita de John Ruskin, “No hay riqueza sino vida”,
diríamos que la experiencia de un análisis supone “Menos goce y más vida”, un menos
en el goce que el manejo del tiempo y del dinero puede producir.
Rosa Durá
rosa.dura@uv.es