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Índice
1. Introducción.
1.1. Ámbitos geográficos, pueblos, lenguas y escritura.
1.2. La periodización
3. El Tercer Milenio.
3.1. Súmer (2900-2334).
3.2. Ebla (2400-2250).
3.3. Acad (2334-2193).
3.4. Los Neosumerios (2120-2003).
7. El Imperio Persa.
7.1. Las invasiones iranias.
7.2. El Reino Medo (700-550).
7.3. La dinastía Aqueménida (s. VII-330).
7.4. Las estructuras del Imperio Persa.
1.2. La periodización.
El amplio período cronológico abarcado por la historia próximo-oriental
propicia la abundancia de pueblos con distintas experiencias históricas, lo que provoca
esa imagen de complejidad aparentemente ajena, por ejemplo, a Egipto. Sin embargo,
una vez adquiridas las coordenadas espacio-temporales, se puede comprender sin
excesiva dificultad el discurso histórico del Próximo Oriente, en el que interesa sobre
todo definir la importancia cultural de cada comunidad que evoluciona ante nosotros.
Intentaremos a continuación presentar esquemáticamente a los protagonistas de esta
historia para facilitar su comprensión.
Desde el punto de vista histórico, el punto de arranque de nuestra exposición
debe ser el paso decisivo de la economía de recolección a la de producción; es decir, la
adquisición de la agricultura como fundamento económico y, como consecuencia,
principio del ordenamiento social. Sin embargo, es muy difícil precisar cuándo tiene
lugar en cada región tan trascendental cambio, que es consecuencia de un largo proceso
adaptación. En Mesopotamia propiamente dicha, sabemos que sus más antiguos
habitantes se instalan allí dedicados ya a actividades agrícolas en el VI Milenio, pero no
empiezan a organizarse bajo estructuras estatales hasta dos milenios después. Hacia
mediados del IV Milenio aparecen los primeros testimonios de escritura, lo que
demuestra la existencia de un ejercicio del poder centralizado, coincidente con la
aparición de las primeras concentraciones urbanas propiamente dichas. Durante la
segunda mitad del IV Milenio se van consolidando las distintas unidades estatales, hasta
que en el cambio de milenio, en torno al 3000, comienza el llamado período dinástico
primitivo. Este se prolonga hasta el 2300 y corresponde a la cultura sumeria.
En el norte de Siria se desarrolla entre mediados del III Milenio y el 2250 la
primera dinastía de Ebla, con una importancia cultural extraordinaria, pues rompe la
imagen que hasta hace una década se tenía sobre el mundo del Próximo Oriente en el III
Milenio.
De nuevo en Mesopotamia, entre el 2300 y el 2100 se produce la hegemonía
del Imperio Acadio, fundado por Sargón y que supone el predominio cultural semita
frente al sumerio y, por otra parte, la primera unificación del territorio bajo un solo
poder político, frente a los diminutos estados autónomos de la época sumeria. Al mismo
tiempo, entre mediados del III Milenio y 2150, Elam desarrolla una cultura propia, bajo
la dinastía de Awan, con sede en Susa.
Desde la caída del Imperio Acadio hasta el fin del III Milenio, la historia
política de Mesopotamia está dominada por la Tercera Dinastía de Ur, que desaparece
hacia el año 2003.
Por tanto, en el tercer milenio hay tres grandes focos culturales: Elam, Ebla y
Mesopotamia. En esta última región se distinguen tres fases culturales bien diferencias:
Súmer, Acad y III dinastía de Ur.
La documentación que poseemos a partir del II Milenio es mucho más
abundante, no sólo por la cantidad que aportan las viejas culturas que poseían la
escritura desde el milenio anterior, sino sobre todo por su difusión generalizada por las
innumerables unidades estatales. Esta realidad hace más compleja la historia próximo-
oriental, cuyo análisis se va haciendo paralelamente más denso. Es conveniente dividir
el milenio en dos mitades, que se justifican por las cesuras culturales que se aprecian
hacia la mitad del milenio.
El tránsito del III al II Milenio está caracterizado por la desaparición del
Imperio de Ur III en la Baja Mesopotamia, el movimiento de los amorreos que
terminará provocando el establecimiento de algunos grupos en el interior de
Mesopotamia donde darán forma al llamado Imperio Paleobabilónico y, finalmente, por
la llegada de indoeuropeos luvitas e hititas a Anatolia, convirtiéndose así en el elemento
étnico dominante en torno al que se articula la monarquía de Hatti.
Las culturas más importantes durante esta primera mitad del milenio serán, en
Mesopotamia, el Antiguo Reino Asirio y el Imperio Paleobabilónico y, en Anatolia, el
reino hitita. Naturalmente, junto a estas grandes potencias conviven pequeñas unidades
estatales que desempeñan un importante papel en la producción de bienes económicos y
en los juegos de las alianzas políticas, como los reinos amoritas del norte de Siria, los
pequeños estados que comienzan a proliferar por Palestina, antiguas ciudades-estado
que mantienen su antaño prestigio, como Isín, Larsa o Mari y, al este de Mesopotamia,
la renaciente pujanza de Elam hasta el advenimiento de Hammurabi, máximo
representante de la dinastía paleobabilónica.
Con la desaparición de esta dinastía en 1595 debido a la toma de Babilonia
por el rey hitita Mursil I, comienza una época de gran inestabilidad política que va a
caracterizar toda la parte central del milenio y que justifica la cesura que
mencionábamos anteriormente. Poco antes, las campañas del rey hitita por la parte norte
de Siria pone fin al reino amorreo de Alepo, lo que facilita el incremento de poder de
los hurritas, hasta la consolidación del Imperio de Mitanni hacia mediados del s. XVI.
Esta circunstancia, unida a los problemas internos del reino hitita, provocan su
decadencia, que tendrá su máxima expresión cuando a mediados del s. XV se erija una
dinastía hurrita en Hatusa, la capital de los hititas. Por otra parte, el vacío de poder en
Mesopotamia había posibilitado la implantación de los casitas, un pueblo procedente del
Zagros, que instaura una dinastía propia en Babilonia, la dinastía casita, bajo cuya
hegemonía se desarrolla el Imperio Medio Babilónico, desde mediados del s. XVI hasta
el s. XII. Por último, la separación de las dos mitades del milenio se justifica también en
la región sirio-palestina por la expansión imperialista egipcia, pues a comienzos del s.
XV, el faraón Tutmosis III extiende sus dominios asiáticos hasta la parte central de
Siria.
La segunda mitad del II Milenio va a estar políticamente dominada por las
grandes potencias surgidas como consecuencia de la caída del Imperio de Mitanni hacia
1350, que tras sus enfrentamientos con Egipto se había visto sumamente debilitado. El
golpe definitivo le vino por la acción combinada del rey hitita Suppiluliuma, fundador
del Imperio de Hatti, y de Assurubalit, con el que comienza el Imperio Medio Asirio. A
estas dos grandes formaciones hay que añadir el ya mencionado Imperio
Mesobabilónico casita y, por supuesto, el Imperio Nuevo Egipcio que tendrá una
intervención permanente en los asuntos asiáticos.
Desde el punto de vista histórico el fin del Milenio comienza a producirse en
el s. XII, cuando la situación internacional queda definitivamente transformada como
consecuencia, por una parte, de las invasiones de los denominados Pueblos del Mar y,
por otra, del desplazamiento de los arameos. Si los primeros provocan el colapso en las
zonas costeras, los segundos lo ocasionan en las regiones del interior, incluida
Mesopotamia. Evidentemente, las causas de la desaparición de los Imperios de Hatti,
Assur o Babilonia no son lineales, sino que están relacionadas con múltiples factores
internos en desequilibrio, agravados por la coyuntura internacional. La reorganización
de las formaciones estatales es más o menos lenta dependiendo de las distintas regiones.
Pero si las grandes potencias imperialistas habían sido la tónica dominante durante la
segunda mitad del II Milenio, el período siguiente se va a caracterizar por la dinámica
de múltiples estados de pequeñas dimensiones diseminados por toda la región, a
excepción del Imperio Nuevo Asirio, que surge como potencia dominante en
Mesopotamia y que ampliará su radio de acción por todo el Próximo Oriente hasta su
desaparición a finales del s. VII, en que su poderío se ve suplatando por el del Nuevo
Imperio Babilónico.
Esta primera mitad del I Milenio se distingue por la variedad de estados que
van desde Anatolia a Palestina: Urartu en torno al lago Van, en la zona oriental de
Anatolia; el reino frigio de Gordion y el de Lidia en Asia Menor; las ciudades griegas
de la costa occidental de Anatolia; los reinos neohititas de Anatolia meridional y norte
de Siria; los reinos arameos asentados en la misma región; las ciudades fenicias del
litoral sirio; los reinos de Judá e Israel y los filisteos en Palestina.
Pero las alteraciones afectan también al amplio mundo situado al este de
Mesopotamia. Allí se ha ido produciendo lentamente, desde antes del cambio de
Milenio, la penetración de los indoiranios, de entre los que van a destacar dos pueblos
asentados en la parte occidental del Irán: los medos y los persas, que relativamente
pronto se van a organizar bajo la forma monárquica como reflejo de la realidad
circundante. A finales del s. VII el reino medo comienza a intervenir activamente en la
política mesopotámica y gracias a su alianza con Babilonia consigue tomar Nínive en
612, lo que marca el principio del fin de Asiria y el auge de Media y Babilonia. Sin
embargo, a mediados del s. VI Media queda integrada dentro del Imperio Persa, que
comienza así una irresistible expansión, culminada antes de la conclusión del siglo con
la anexión de todos los territorios que forman parte del Próximo Oriente, incluido
Egipto.
En consecuencia, la segunda mitad del I Milenio no va a ser más que la
historia del Imperio Persa, hasta que desaparezca ante el fulminante avance del ejército
macedónico capitaneado por Alejandro Magno. La historia del mundo helenístico en el
Próximo Oriente está tan profundamente marcada por la simbiosis cultural entre oriente
y occidente que verdaderamente supone una cesura en el propio desarrollo, ampliada
además por la dominación romana. Tan sólo las regiones más orientales conseguirán
perpetuar la idiosincrasia de lo oriental más allá del influjo ejercido por las culturas
griega y romana. De este modo, el Imperio Persa se prolonga a través del tiempo en las
dinastías Arsácida, y Sasánida, como nexo de unión con el mundo islámico, que
constituye la imagen más evidente de la nueva ruptura cultural entre el oriente
musulmán y el occidente cristiano.
3. El tercer milenio.
7. El Imperio Persa.