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La memoria del nunca y del siempre.

Después de tantos años, de tanto repetir palabras, se pierde el sentido. Es por


eso que para pensar el último golpe cívico-militar del 76 es necesario
enfocarnos en el peso cívico que acarrea. El tiempo nos da la sabiduría para
pensar en la culpa social; hacer hincapié en el aspecto cívico implica hacernos
conscientes de que nada hubiera ocurrido sin el apoyo de un gran número de
empresas, organizaciones y clases sociales que por acción u omisión
solventaron la violencia del Estado, violencia que generó el saqueo y la
violación de nuestros recursos naturales, económicos y, sobre todo, humanos.

Cargamos con el peso de reconocer nuestra responsabilidad social en aquel


eco sangriento que aún resuena en nuestras calles, nuestras comisarías y
nuestros gobiernos. Más allá de todos esos nombres e instituciones que aún
hoy están presentes en el país, debemos reconocer que en la palabra nunca no
hay memoria, sino más bien un olvido malicioso que busca desprenderse de la
responsabilidad por toda la sangre derramada hace ya 39 años. Esa historia no
se interrumpió, los desaparecidos de ayer son los excluidos de hoy, que siguen
viviendo en un estado de excepción donde cada noche todavía pueden caer
víctimas de la violencia policial, la invisibilización social y el sentimiento de
permanecer indefensos ante un Estado que en lugar de resguardarlos los sigue
desapareciendo.

Lxs pobres, lxs explotadxs, lxs olvidadxs de ayer, de hoy y de siempre, no


pueden decir “Nunca más”, porque conviven día a día con la misma violencia,
el mismo miedo y el mismo olvido social. Aún se violan los derechos
humanos en los barrios humildes, comisarías y penales; se violan los derechos
de miles de mujeres secuestradas por las redes de trata, redes controladas por
policías y en complicidad con jueces, fiscales y políticos. La policía manda a
los chicos a robar por ellos. Las caras cambian pero se perpetúa la misma
lógica, una lógica que sólo es posible con la complicidad civil.

Tenemos que dejar de sorprendamos de que la violencia es "aun" posible en


democracia. Los oprimidos saben que el estado de excepción en el que
vivimos es regla, por ende necesitamos una memoria combativa que en las
luchas del pasado sepa ver las luchas del presente.
La historia siempre corre el riesgo de volverse un instrumento de la
clase domintante, cuando esto pasa nisiquiera los muertos estan a salbo. La
memoria no es olvido, no es un nunca: es un ejercicio que sabe que en cada
desigualdad esta el grito de lucha, es de ahora y siempre.

Fernando N. Marturet

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