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259-267
R eflexiones sobre
la autonomía
de la arquitectura:
una crítica de la producción
contemporánea*
Kenneth Frampton
por el cambio demográfico y por los cada vez más intensos ciclos de pro-
ducción y consumo que la constante modernización sirve para mantener.
Careciendo de una raison d’être colectiva, la arquitectura tomó prime-
ro una dirección y luego otra, en un esfuerzo por legitimarse y poner su
práctica en conformidad con el discurso dominante, fuera éste la ciencia
aplicada como el principio de realidad o el arte aplicado como compensa-
ción psicosocial. El primero de estos impulsos, sin duda, explica en parte el
ascenso de los métodos del diseño ergonómico-cum-logarítmico a princi-
pios de los años 60 y las tentativas bastante radicales de convertir la arqui-
tectura misma en una forma de práctica tecnocientífica. Me estoy refirien-
do, desde luego, a la manera en que las principales escuelas británicas y
estadounidenses de arquitectura —la Bartlett School en la Universidad de
Londres, en el primer caso, y la facultad de arquitectura de la Universidad
de California en Berkeley, en el segundo— cambiaron de nombre en los
años 60, y de escuelas de arquitectura pasaron a llamarse escuelas de
diseño • ambiental, abandonando así implícitamente las viejas connota-
ciones burguesas, elitistas, jerárquicas, de la arquitectura y afirmando, en
cambio, tener el objetivo más amplio de ocuparse del diseño supuestamen-
te científico del ambiente como un todo. El hecho de que después la Bartlett
School haya readoptado su anterior denominación de escuela de arquitec-
tura, dice mucho sobre el péndulo de la moda ideológica y la resistencia
intrínseca de la arquitectura como artesanía.
La angustia y la envidia han acompañado tales oscilaciones pendulares
cuando los arquitectos han tratado de justificar su modus operandi aparen-
tando ser científicos o, en vez de eso, representando la arquitectura como
si fuera una de las bellas artes, claramente reconocible. Se puede hablar,
quizás, de envidia de la ciencia en el primer caso y de envidia del arte en el
segundo. Podemos considerar al último Buckminster Fuller como un caso
característico de envidia de la ciencia, y muchos de los arquitectos contem-
poráneos, de Frank Gehry a Peter Eisenman, sólo parecen alegrarse mu-
cho de que su obra esté clasificada como arte. En verdad, ambas manio-
bras legitimadoras pueden ser detectadas en la carrera de Eisenman, en la
que hay un notable desplazamiento, de la envidia de la ciencia de la teoría
inicial, con su dependencia de la lingüística estructural, a la envidia del arte
de su obra más reciente, en la que la crítica justificatoria recurre a la litera-
tura y la filosofía. También se debería notar que hay un hilo semiótico que
unifica la carrera de Eisenman, aunque esto apenas cambia la naturaleza de
su intento de justificar su peculiar práctica mediante referencias extra-ar-
Reflexiones sobre la autonomía de la arquitectura 5
Holbein, sólo podía ser percibido desde un punto de vista particular. Esos
gestos sutilmente interrelacionados, estimulados por el expansivo auge de
los media, evaden, en mi opinión, la cuestión de la autonomía arquitectóni-
ca en un sentido más fundamental, es decir, la cuestión relativa a qué
pertenece intrínsecamente a la arquitectura y no a las otras artes.
Evidentemente, la arquitectura no puede ser reducida a la representa-
ción arquitectónica en ningún nivel, ni se la puede hacer pasar por escultu-
ra en gran escala. Al intentar proponer un modelo hipotético de la práctica
arquitectónica que esté más allá de las peculiaridades de cualquier estilo
específico, podemos decir que la autonomía de la arquitectura está deter-
minada por tres vectores interrelacionados: tipología (la institución), topo-
grafía (el contexto) y tectónica (el modo de construcción). Se debería notar
que ni lo tipológico ni lo tectónico son elecciones neutrales en este respec-
to, y que lo que se puede llevar a cabo con un formato y expresión, apenas
puede ser realizado con otro.
Haciendo un balance, el parti formal es de mayor importancia que el
tectónico, porque, obviamente, la selección del tipo como el orden espacial
básico tiene un impacto decisivo en el resultado, por más que pueda ser
elaborada la sintaxis construccional en el curso del desarrollo. La primacía
del tipo quizás se hace más evidente en la diferencia básica entre construc-
ción y arquitectura: porque, mientras que la construcción tiende a ser orgá-
nica, asimétrica y aglutinante, la arquitectura tiende a ser ortogonal, simé-
trica y completa. Estas distinciones no serían tan cruciales si no fuera por
el hecho de que la construcción y la arquitectura tienden a favorecer la
acomodación de diferentes especies de forma institucional.
La arquitectura orgánica perseguida de diversas maneras por arquitec-
tos como Frank Lloyd Wright, Richard Neutra, R. M. Schindler, Erich
Mendelsohn, Eileen Gray y Alvar Aalto, nos proporciona testimonios sufi-
cientes en cuanto al potencial de lo que Neutra denominó la cultura
biorrealista de la construcción. Por la misma razón, en la obra de Ludwig
Mies van der Rohe, Giuseppe Terragni y Le Corbusier se puede hallar una
arquitectura moderna inspirada ampliamente por lo clásico. Es obvio que
nuestras instituciones de poder tradicionales han sido materializadas tan
frecuentemente en forma clásica, que sólo con dificultad se puede hacer
que el clasicismo represente y encarne especies más informales e
hipotéticamente más democráticas de agencias cívicas. En este respecto,
podemos considerar que el ayuntamiento de Aalto en S“yn“tsalo, Finlan-
dia, aloja una sede de gobierno de una manera particularmente informal,
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