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La ley tiene por objeto asegurar el derecho a la protección de la salud mental de todas las
personas, y el pleno goce de los derechos humanos de aquellas con padecimiento mental que se
encuentran en el territorio nacional.
Reconoce a la salud mental como un proceso determinado por componentes históricos, socio-
económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una
dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de
toda persona. Se debe partir de la presunción de capacidad de todas las personas. En ningún caso
puede hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva de: a) status
político, socio-económico, pertenencia a un grupo cultural, racial o religioso; b) demandas
familiares, laborales, falta de conformidad o adecuación con valores morales, sociales, culturales,
políticos o creencias religiosas prevalecientes en la comunidad donde vive la persona; c) elección o
identidad sexual; d) la mera existencia de antecedentes de tratamiento u hospitalización.
Las adicciones deben ser abordadas como parte integrante de las políticas de salud mental. Las
personas con uso problemático de drogas, legales e ilegales, tienen todos los derechos y garantías
que se establecen en la presente ley en su relación con los servicios de salud.
El Estado reconoce a las personas con padecimiento mental: derecho a recibir atención sanitaria y
social integral y humanizada; derecho a conocer y preservar su identidad, sus grupos de
pertenencia, su genealogía y su historia; derecho a recibir una atención basada en fundamentos
científicos ajustados a principios éticos; derecho a recibir tratamiento y a ser tratado con la
alternativa terapéutica más conveniente; derecho a ser acompañado antes, durante y luego del
tratamiento por sus familiares, otros afectos o a quien la persona con padecimiento mental.
DECLARACIÓN DE ALMA-ATA.
Que la atención psiquiátrica convencional no permite alcanzar los objetivos compatibles con una
atención comunitaria, descentralizada, participativa, integral, continua y preventiva;
Que el hospital psiquiátrico, como única modalidad asistencial, obstaculiza el logro de los objetivos
antes mencionados al: a) aislar al enfermo de su medio, generando de esa manera mayor
discapacidad social, b) crear condiciones desfavorables que ponen en peligro los derechos
humanos y civiles del enfermo, C) requerir la mayor parte de los recursos financieros y humanos
asignados por los países a los servicios de salud mental, d) impartir una enseñanza
insuficientemente vinculada con las necesidades de salud mental de las poblaciones, de los
servicios de salud y otros sectores.
Que la capacitación del recurso humano en Salud Mental y Psiquiatría debe hacerse apuntando a
un modelo cuyo eje pasa por el servicio de salud comunitaria y propicia la internación psiquiátrica
en los hospitales generales, de acuerdo con los principios rectores que fundamentan esta
reestructuración; Que las Organizaciones, asociaciones y demás participantes de esta Conferencia
se comprometen mancomunada y solidariamente a abogar y desarrollar en los países programas
que promuevan la reestructuración, y al monitoreo y defensa de los derechos humanos de los
enfermos mentales de acuerdo a las legislaciones nacionales y los compromisos internacionales
respectivos.
21 de noviembre de 1986.
La promoción de la salud consiste en proporcionar a los pueblos los medios necesarios para
mejorar su salud y ejercer un mayor control sobre la misma. Para alcanzar un estado adecuado de
bienestar físico, mental y social un individuo o grupo debe ser capaz de identificar y realizar sus
aspiraciones, de satisfacer sus necesidades y de cambiar o adaptarse al medio ambiente. La salud
se percibe pues, no como el objetivo, sino como la fuente de riqueza de la vida cotidiana. Se trata
por tanto de un concepto positivo que acentúa los recursos sociales y personales así como las
aptitudes físicas. Por consiguiente, dado que el concepto de salud como bienestar transciende la
idea de formas de vida sanas, la promoción de la salud no concierne exclusivamente al sector
sanitario.
Las condiciones y requisitos para la salud son: la paz, la educación, la vivienda, la alimentación, la
renta, un ecosistema estable, la justicia social y la equidad. Cualquier mejora de la salud ha de
basarse necesariamente en estos prerrequisitos.
Una buena salud es el mejor recurso para el progreso personal, económico y social y una
dimensión importante de la calidad de la vida. Los factores políticos, económicos, sociales,
culturales, de medio ambiente, de conducta y biológicos pueden intervenir bien en favor o en
detrimento de la salud. El objetivo de la acción por la salud es hacer que esas condiciones sean
favorables para poder promocionar la salud.
La promoción de la salud se centra en alcanzar la equidad sanitaria. Su acción se dirige a reducir
las diferencias en el estado actual de la salud y a asegurar la igualdad de oportunidades y
proporcionar los medios que permitan a toda la población desarrollar al máximo su salud
potencial. Esto implica una base firme en un medio que la apoye, acceso a la información y poseer
las aptitudes y oportunidades que la lleven a hacer sus opciones en términos de salud. Las gentes
no podrán alcanzar su plena salud potencial amena que sean capaces de asumir el control de todo
lo que determina su estado de salud. Esto se aplica igualmente a hombres y mujeres.
Políticas en Salud Mental.El hospital. Visión desde la cama del paciente. Mario Testa.
Intención del relato para dar a conocer una visión del hospital desde un mirador no convencional
al que los trabajadores de salud no están acostumbrados; con la convicción de que pueda
convertirse en una apelación a los trabajadores de la salud, para despertar la necesidad de un
diálogo acerca de las tareas que realizan habitualmente en su quehacer hospitalario y acerca de
las configuraciones organizativas que se crean con un apoyo tácito o explícito.
Una necesidad de diálogo que comience a romper las intrincadas barreras en las que nos
encontramos apresados.
No es el único riesgo. La tendencia a transformar al paciente en objeto lleva a los trabajadores del
hospital a cometer errores en su trabajo profesional debido a la confianza que generan los datos
objetivos obtenidos mediante los diversos aparatos que registran diversas funciones del paciente.
Los médicos –por lo menos algunos de ellos- saben que el desconocimiento de la individualidad o
la socialidad del paciente generan problemas de diversa índole; en particular saben que en ciertas
circunstancias su actividad es iatrogénica*
*Iatrogenia, también llamado acto médico dañino, es el acto médico debido, del tipo dañino, que a
pesar de haber sido realizado debidamente no ha conseguido la recuperación de la salud del
paciente, debido al desarrollo lógico e inevitable de determinada patología terminal. Este acto
médico tiene resultados negativos temporales, debido a factores propios de la patología
enfrentada o a factores propios, peculiares y particulares del paciente ("ya sea su hábito
constitucional, su sistema inmunológico, su forma de reaccionar o disreaccionar, o cualquier factor
desconocido pero evidentemente existente, o sea idiopático".
El caso del personal de enfermería es aún más grave, lo que se traduce en un mayor sufrimiento
de ese personal, debido a que se encuentra en permanente contacto con los enfermos,
estableciéndose como el mecanismo de intermediación entre la enfermedad y la sociedad. Esta
función articulatoria requiere una preparación muy especial para poder ser realizada con éxito sin
que ello signifique una carga insoportable para quien tiene que cumplirla.
El personal médico conserva un grado de autonomía mucho mayor que el de enfermería junto a
un contacto mucho menor con los enfermos, puede elaborar sus contradicciones con mayor
libertad al mismo tiempo que puede alejarse físicamente de la fuente de los problemas que es el
trato directo con el enfermo. Al ser transformado ese trato en una cuestión técnica se facilita el
apartamiento.
Para el personal de enfermería la cosa cambia; su trabajo se encuentra más normado que el de
otros trabajadores de salud. El contacto permanente con los pacientes –inclusive físico- constituye
sin duda una de las razones por las que resulta difícil escapar al alejamiento que protege al
personal médico. Las consecuencias de ambas circunstancias se manifiestan como trastornos
agudos, tanto orgánicos como mentales. La reacción al sometimiento es el someter a los enfermos
(o a sus visitantes) creando consciente o inconscientemente una atmósfera de sutil o abierta
represión. Este comportamiento es ineludible en las condiciones organizativas hospitalarias.
El resultado sobre el enfermo de las normas impuestas junto a los comportamientos de los
trabajadores del hospital, es la anulación simultánea de su individualidad y de su socialidad; el
paciente asume inconscientemente su característica de objeto que es lo único que puede
garantizarle un tránsito adecuado por la institución, porque responde adecuadamente a las
necesidades del servicio. Este comportamiento permite resolver además, las necesidades del
enfermo en cuanto objeto, pero deteriora sus características y capacidades como sujeto.
La ideología de los profesionales de salud se refleja en el lenguaje con que se menciona a las
personas que solicitan su ayuda: son ‘pacientes’ en el mejor de los casos, ‘enfermos’ cuando el
entorno va de la consulta privada al hospital, ‘demandantes’ para la visión global economicista de
la salud, ‘clientes’ para el sesgo comercialista; nunca se trata de personas reales y concretas. Este
lenguaje, verbalización del saber mencionado, tiene un correlato –y un refuerzo- en la práctica que
se realiza: lo concreto de esa práctica es el tratamiento de las personas como objeto de trabajo,
pero como objetos aislados y fragmentados. El objeto de trabajo de la medicina es el cuerpo
enfermo, pero el cuerpo como objeto histórico concreto, contextualizado. El paciente
setransformaría en persona y pasaría a desempeñar el papel de un actor social, de un verdadero
protagonista de la situación que enfrentaría, junto con el profesional y asesorado por éste, para
conjurar el peligro.
Se necesita abrir una discusión en torno a estos temas que involucre a todo el personal que tiene
que ver con los mismos, pacientes incluidos. La discusión tiene que ser abierta, incluyéndose todo
aquello que cada quien considere necesario.
Repensar si los criterios que definen prioridades que regulan las normas del comportamiento
hospitalario son adecuados. Proponer nuevas formas organizativas en las que entrarían temas
tales como la necesidad de tomar en cuenta la salud de los trabajadores de la salud y más allá de
ello su subjetividad y socialidad.
La improbabilidad está determinada por la corriente opuesta representada en las políticas oficiales
que desde el Estado y la sociedad (es decir, desde el pensamiento hegemónico), pero muy
particularmente desde el gobierno (desde el pensamiento dominante) fortalecen los saberes y las
prácticas que desprecian las visiones no positivistas de la ciencia en cualquiera de sus terrenos.
En la historia se señala a su ingreso “un estado catatonoide, con negativismo relativo”. Consta un
diagnóstico de “esquizofrenia paranoide”.
Tenía permiso para salidas, que en general eran breves y poco frecuentes. Parecía evidente que no
deseaba marcharse del hospital.
Uno de cada mil habitantes del país está internado en algún establecimiento psiquiátrico. La mitad
de ellos son considerados crónicos.
Es posible vincular los padecimientos de estas personas con sus fragilidades psíquicas, pero esto
no recubre el problema que tenemos planteado con el internamiento. Santiago tiene un vínculo
frágil con el mundo; el repliegue sobre sí mismo, que fue nombrado “catatonoide” en los
comienzos de su enfermedad, perdura en un desinterés manifiesto por todo lo que lo rodea.
El aparente o real sometimiento a las condiciones del Hospicio, que parecen expresar una
adaptación francamente patológica, la desconfianza a todo ofrecimiento de interlocución o vínculo
que reabra sus problemas de desamparo, muestra un abandono de toda lucha por habitar otro
mundo que no sea ése, y parecen explicar su prolongado internamiento.
Santiago, en tanto sujeto psiquiatrizado, ya no puede desprender los problemas que lo aquejaron,
o siguen aquejándolo, de su condición de institucionalizado. Su vida pasada ya no es separable de
la institución psiquiátrica y ésta es a la vez la que configura la totalidad del sentido de su ser. No
creemos que el conjunto de vicisitudes penosas de su vida y el estallido de su psicosis expliquen su
psiquiatrización actual. Aceptamos llamar enfermedad a sus padecimientos, la relación
institucional que propone la psiquiatría está lejos de permitir su curación. En todo caso, la solución
psiquiátrica misma es patológica.
Con esto se posibilita una forma de desentrañar la patología de las respuestas que la sociedad y la
psiquiatría han producido para intentar pensar un camino alternativo de atención colectiva de los
problemas mentales que no resigne las exigencias éticas de libertad y solidaridad.
El concepto de salud: concepciones y paradigmas. Lores Arnaiz, Ma. Del Rosario. “Hacia una
epistemología de las Cs. Sociales”.
Los conceptos nos permiten pensar; pero también nos lo impiden. Fijan los límites a los que
dirigimos nuestra atención; tienden a convencernos de que el recorte es el mundo. La
construcción de lo conceptualizable no es sólo nuestra, sino que éste arrastra el sedimento de
otras épocas y de ésta, emociones lejanas y próximas, valores nuevos y antiguos. Armados con
nuestros conceptos, aislamos de la realidad algunos planos y los llamamos hechos. Éstos reclaman
métodos apropiados, métodos que no permitan que la investigación se desvíe, que cierren a lo
que no sea fáctico, atrapable, conceptualizable. Los hechos sólo pueden ser abordados mediante
los métodos “legítimos”.
Romper el círculo implica volver a mirar nuestros conceptos y nuestra experiencia propia. (Sería
una epistemología: paradigma) -> Visión de la realidad que está internalizada en nosotros y que se
expresa en nuestros conceptos.
Paradigma de salud: TECNOCRÁTICO: recorta un plano físico y un plano mental; disocia la unidad y
así, quien quiera volver a unirla deberá pensarlos primero como planos separados, como cuando
se habla de “enfermedades psico-somáticas”. Nos ofrece el concepto de “salud mental” y de ese
modo, cierra nuestro pensamiento a una realidad que no es mental, a una perturbación que surge
de y en los vínculos familiares y sociales. La salud es poseída (o no) por el individuo y no por la
familia o la comunidad; la restauración de la salud corresponde únicamente a instituciones
técnicas. Centra el progreso en el avance científico y técnico. Identifica el avance con incrementos
en tecnología, servicios, camas, agentes físicos y químicos, y no repara en las relaciones de
intercambio y comunicación entre los agentes de la salud y sus receptores. Presenta las
enfermedades como algo aislado que le pasa a un aspecto aislable de un organismo; y no como
efecto que altera una totalidad viviente.
Asume la standarización de las enfermedades; ataca sobre todo síntomas y lo hace principalmente
a través de medios químicos o mecánicos; se conjuga así con la idea de una vida aliviada por
remedios omnipresentes. No nos deja así pensar en la crueldad o humillación que pueden
imponer los medios, el impacto de éstos sobre la persona y sus fuerzas vitales, así como el
ambiente físico y social que lo rodea (diseño de hospitales).
Estos profesionales recibirán apoyo técnico; pero no habrá para ellos comprensión o contención
alguna; su enfrentamiento diario con la angustia, el dolor y la muerte deberán hacerlos solos y
buscar en el bloqueo y en la negación su única salida.
El paradigma tecnocrático de salud ha ido dando cuenta de ciertos fenómenos que anuncian su
disolución. Un nuevo concepto fue acuñado: iatrogenia, los efectos enfermantes de los recursos
concebidos originariamente para curar. El poder enfermante de la “curación”. Algunos medios
terapéuticos pueden provocar efectos secundarios indeseables.
Endemias. Zonas donde las enfermedades son recurrentes. Impotencia del paradigma
tecnocrático, que puede aplicarse con “factores exógenos” al mismo, o puede servir para
replantear la concepción entera, mostrando las vinculaciones íntimas, indisolubles entre las
condiciones de vida y la salud.
Los trasplantes y la terapia intensiva. Éxitos espectaculares, aptos para salvar vidas y darles
nuevamente sentido; pero también para ser usados contra el hombre, por la técnica misma,
robando el derecho a existir y no a vegetar, la dignidad de la muerte, la lucidez, del fin.
Spitz habló de “hospitalismo”: otro efecto “secundario”. Los niños internados y privados del afecto
de sus madres podrían enfermar y gradualmente, ir cayendo en un marasmo que terminaba en
muerte.
Paradigma Alternativo: se asume desde un paradigma. Parte de una concepción del hombre y de
la sociedad. Concibe al hombre como una totalidad biopsíquica inserto en una sociedad y un
medio ambiente. Enfoque totalizador de las enfermedades: el enfermo es una persona en un
momento vital e histórico peculiar. Criterio de salud mental: en discusión. Relacionado con la
satisfacción de las necesidades existenciales y el desarrollo de las potencialidades de la persona. La
salud mental como resultado de la calidad de vínculos, la comunicación y la inserción social de la
persona. Toma al hombre como un ser que atraviesa etapas y crisis vitales; enfoque totalizador de
las mismas, desde la comunidad. Concepto clave: madurez psico-física en un contexto familiar y
social sano. Actitud básica: prevención y abordaje de las enfermedades declaradas por medios a la
vez técnicos, químicos y humanos. Estilo de relación interpersonal con énfasis en la buena
comunicación entre todas las partes; inclusión de lo emocional. Importancia de la comprensión
mutua para el éxito de la terapia. El médico como consejero y apoyo. Estilo de institución:
eficiencia técnica y humana, comunicación permanente y profunda con los pacientes, dentro del
equipo terapéutico, con la comunidad. Ambiente físico en función de las personas y sus etapas
vitales. Criterios de eficiencia institucional: cualitativos, de comunicación con la comunidad,
efectividad de la prevención, devoluciones de los pacientes. Formación técnica y humana de los
agentes de la salud. Toma en cuenta la necesidad de apoyo de estos; actitud realista y
comprensiva hacia la angustia que despiertan la enfermedad, el sufrimiento, la muerte. Énfasis en
la comprensión del sufrimiento. Promueve conciencia de las limitaciones en los agentes de la salud
y realismo en los pacientes. La droga como auxiliar, con efectos positivos y negativos. Preferencia
por abordajes “blandos”, respeto por la totalidad.
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OMS: la salud es el completo estado de bienestar físico, mental y social, por el aporte significativo
que ello implicó en la búsqueda de una totalización e integralidad conceptual.
Resultó importante para el pensamiento sanitario la ampliación del marco interpretativo más allá
del único y frecuentemente limitado marco de lo físico o biológico. Cuando la definición incluye a
los aspectos mentales y sociales coloca a sus intérpretes en una posición de mayor amplitud, de
mayor comprensión del proceso salud-enfermedad.
Las expresiones utilizadas como sinónimos que intentan corregir esa tautología, adaptación,
madurez, equilibrio tampoco han cumplido con el requerimiento profundo de la idea de saud-
enfermedad.
Es necesario hallar las referencias lingüísticas que abarquen el sentido dinámico de la salud-
enfermedad, que comprendan a la salud como una búsqueda incesante de la sociedad, como
apelación constante a la solución de los conflictos que plantea la existencia.
La salud tiene que ver con el continuo accionar de la sociedad y sus componentes para modificar,
transformar aquello que deba ser cambiado y permita crear las condiciones donde a su vez se cree
el ámbito preciso para el óptimo vital de esa sociedad.
Ellas circunscriben a la salud dentro de una concepción histórica, casi eterna, fija, abstracta, que
está particularmente moviéndose entre la idea de lo biológico, donde se unen el área física y
mental y lo social.
Cuando se debe construir una concepción científica, integral de la salud, cuando se propone
elaborar un objeto científico de la salud, entonces es imprescindible esculpir el concepto de salud
como proceso con caracteres histórico y social.
El carácter histórico y social de la salud se distingue porque el objeto del análisis está determinado
por una realidad que se caracteriza por su complejidad.
Salud -> es necesaria despojarla de su apetencia por los hechos y fenómenos sanitarios
distribuidos sobre su área de acción como simples datos mensurables.
Si la salud no es cuantificable es porque precisamente se trata del concepto de sus formas, de esas
que son medibles.
Para la salud más que sus cuantificaciones biológicas y aun psicológicas y sociales, lo que importa
es su concepto dinámico producido y produciéndose en el propio tiempo histórico-social que la
determina.
El hombre es el fundamento del hecho sanitario. Todas las circunstancias que han de darse en el
campo de la medicina, son por este camino el producto de las necesidades y los padecimientos del
hombre. En él reside el problema, y con esta concepción la espesura de los entretejidos que
dificultan la verdad científica se duplican.
Al entender a la salud por su concepto, por el contrario, los problemas sanitarios, las situaciones
de salud-enfermedad dejan de enfocarse como una relación causal simple, lineal, homogénea; se
presentan objetivamente como integrantes de un sistema profundo y complejo, adheridos a otra
realidad más compleja aunque les es determinante y que se expresa globalmente como el sistema
productivo del cual, y por el cual existe. Este sistema productivo, que se plasma por las fuerzas
productivas y las relaciones sociales que son su consecuencia, genera la estructura básica desde el
cual se dan las condiciones generatrices de la salud-enfermedad.
Salud -> su precisión requiere en todos los casos, primero la construcción de su realidad propia y
compleja, de cada enfermedad o estado de salud y luego, ésta es la profundización insoslayable, a
su vez la construcción de la realidad del sistema productivo, también con su complejidad, que
constituye la estructura básica de la interpretación de la salud.
El concepto de salud se elabora, debe ser elaborado, para cada modo de producción, tal como el
concepto para cada una de las enfermedades, recabando original y exigentemente esta
construcción del concepto de su objeto, en la profundidad compleja del sistema productivo y sus
relaciones, es decir, ahondando el carácter histórico y social de su esencia y existencia como
concepto.
Se exige alcanzar el amplio principio de la determinación o de producción legal con sus dos
componentes: el principio genético (nada surge de la nada ni se convierte en la nada) y el principio
de la legalidad (nada ocurre en forma incondicional, arbitraria, ilegal).
También la epidemiología
Para la epidemiología tradicional, la causalidad se define como la asociación existente entre dos
categorías de eventos, en la cual se observa un cambio en la frecuencia o en la cualidad de uno
que sigue a la alteración del otro.
La asociación de los hechos puede producirse por una vinculación no causal o secundaria y por una
asociación causal que a su vez puede ser directa o indirecta, pero refirman que la meta del
conocimiento completo requiere el estudio de las asociaciones hasta que se identifiquen los
mecanismos causales más directos que se puedan observar.
Idea de red causal: diciendo que los hechos nunca dependen de causas únicas, pero este juego de
la multicausalidad debe considerarse toda la genealogía más propiamente como una red, que en
su complejidad y origen queda más allá de nuestra comprensión.
La determinación de la salud-enfermedad.
A esta presencia de la estructura global sobre sus efectos en la epidemiología moderna, debemos
denominarla causalidad estructural, que al incluir a la estructura social determinante, incorpora el
componente histórico del análisis de la salud-enfermedad y reconoce en tal estructura económica
la determinación de los niveles de salud-enfermedad según las diferentes clases sociales, que son
la consecuencia de esa estructura dominante.
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Salud y enfermedad están desigualmente distribuidas entre los individuos, las clases y los pueblos.
Existen incluso algunos sujetos que, de nacimiento o por mala suerte, representan en sí mismos y
en sus familias una enciclopedia viviente de la enfermedad. Cuando alteran la salud individual se la
llama ‘Enfermedad’. Al comienzo parecía claro que las enfermedades se debieran a la ausencia o a
la supresión de algún principio vital.
Alcmeón, filósofo y científico del siglo IV a.C decía que la salud es un equilibrio de fuerzas:
humedad-seco, caliente-frío, amargo-dulce. Si una de éstas asume el dominio, se tiene la
enfermedad. La salud se basa en la isonomía o igualdad.
Hipócrates (aprox. 460-377 a.C) el estudio de las enfermedades debe fundarse “en cuanto hay de
común y cuanto de individual en la naturaleza humana: en la enfermedad, en el enfermo, en la
dieta y quien la prescribe; en las costumbres del pueblo, en los pensamientos, etc. Sobre la base
de todo esto se debe extender la indagación, y también todo lo que de esto se deriva”.
A partir del siglo XVII, el conocimiento del hombre sano y del enfermo, progresó notablemente.
El concepto fue retomado en el siglo XX, con el término de Homeostasis, con el descubrimiento de
los mecanismos reguladores del equilibrio fisiológico (nervioso y hormonal) frente a los agentes
modificadores, y con la teoría del stress. Se indica agotamiento de los mecanismos de adaptación
frente a agresiones intensas o prolongadas.
Desde el fin del siglo XIX, se alimentó la tendencia a imaginar una relación demasiado simplificada
entre normalidad y patología, entre salud y enfermedad. Se creó la ilusión de que todas las
enfermedades pudieran ser conocidas a través del microscopio y ser vencidas con sueros y
vacunas, ya que se las atribuía a causas específicas, a agentes mórbidos, portadores o generadores
de enfermedades claramente identificables.
Se descubrió que aun existiendo organismos y factores que podríamos llamar “profesionalmente
patogénicos”, capaces sólo de producir enfermedades y de provocar en el hombre fenómenos
destructivos, es necesario admitir que cada elemento y cada fenómeno natural, como cada
condición de existencia del hombre, puede volverse también fuente de enfermedades. Los mismos
factores que permiten vivir al hombre pueden causar enfermedad si actúan con particular
intensidad, si pesan excesiva o insuficientemente, o si operan sin control. Puede ser fuente de
salud o razón de malestar.
Definición de la salud (OMS): “Bienestar físico, mental y social”. Esta definición ha tenido durante
algún tiempo efectos positivos, relacionando al tema de la sanidad fenómenos psíquicos y sociales,
antes olvidados. Pero no ha respondido luego al uso y a la crítica. Identificando a la salud con el
bienestar y confundiendo en consecuencia los males mentales y sociales las enfermedades, la
OMS ha ampliado desmedidamente la esfera del accionar sanitario, con el riesgo de transformar a
cada señal de conflicto y a cada distorsión en las relaciones entre los hombres, en ocasión o
pretexto para curas médicas. Estas pueden ser útiles, pero a veces son ineficaces y aun
perjudiciales.
Existen diferencias profundas entre individuos y pueblos en los que hace al sufrir o al modo de
reaccionar ante las enfermedades. Las naciones, las clases, las personas, son afectadas por los
morbos en medida muy diferentes.
En los países subdesarrollados, hoy, ‘enfermo’ quiere decir esencialmente desnutrido o afectado
por morbos infecciosos. En Europa y en los EE.UU., hoy cuando se habla de enfermos graves, se
piensa más bien en los tumores, en las enfermedades mentales y en las cardiopatías.
Cambian los conocimientos y las apreciaciones científicas, y evoluciona la cultura general. Cambia
también el poder y con ello el valor de los hombres.
Es distinta la enfermedad si es juzgada por la persona afectada o por parientes y amigos, o por
quien debe evaluarla para un trabajo, una revisión de la conscripción, una pensión por
incapacidad, o finalmente, por los médicos para curarla.
El Parlamento italiano ha discutido cómo establecer si un ciudadano está muerto o vivo. La ley que
fue aprobada (en 1975) dice que no basta haber verificado la cesación del latido del corazón. Es
necesario que se verifique “el relieve continuo del electrocardiograma registrado por no menos de
veinte minutos, la verificación de la ausencia de respiración espontánea después de la suspensión,
durante dos minutos, de la respiración artificial, y que sea también comprobada la ausencia de
actividad eléctrica cerebral, espontánea o provocada”. Para evitar cualquier abuso se prevé que la
muerte debe ser certificada por una junta médica compuesta por un médico legal, un médico
anestesista-reanimador y un médico neurólogo experto en electroencefalografía. Los tres expertos
deben expresar un juicio concorde. Sino, por ley, el sujeto está aún vivo.
Además, discutió qué es la vida, y cuándo comienza. Fue al formular la ley sobre el aborto. Se
decidió finalmente evitar cualquier definición precisa, y proceder empíricamente. Se decidió
afrontar el aborto con la prevención y la asistencia.
En el campo de los seguros, la enfermedad o el accidente causados por culpa ajena, determinan
un resarcimiento, una indemnización monetaria. En el campo penal, la enfermedad o lesión
causada por dolo, por explícita voluntad, provoca una sanción judicial que puede significar una
larga reclusión. La distinción entre enfermedad y accidente está en que la primera es un proceso
más o menos lento, y el accidente es un hecho súbito. Es accidente cuando la causa ha actuado
durante menos de veinticuatro horas; es enfermedad si ha actuado durante un tiempo mayor.
Diccionarios y Enciclopedias.
(De: Tesoro de la lengua italiana) Enfermedad: “la condición, el estado de quién está enfermo”.
Entre libros de medicina, la palabra ‘enfermedad’ no existe. Parece que la mayor ambición de un
médico es la de pasar a la historia por haber dado su nombre a un enfermedad, y no a nuevas
curas o prevenciones.
La enciclopedia: “es, en general, el estado del animal vivo que no goza de salud; es la vida física en
un estado de imperfección”. ¿Qué son, entonces, la salud y la perfección? La palabra ‘enfermedad’
es bien comprendida por todos, que no es fácil darle una definición clara y precisa.
En el pasado, la enfermedad era considerada como un signo diabólico o como un castigo divino.
Estas tesis expresan sólo una parte de las ricas elaboraciones sobre la enfermedad, y de su
evolución en el tiempo.
Estas concepciones cristianas incitan, por un lado a soportar la enfermedad como sacrificio y
purificación, y por otro, el estímulo a asistir a los enfermos.
El ciclo salud-enfermedad.
Mahatma Ghandi en 1923: “las indisposiciones, las enfermedades, no son sino una admonición de
la naturaleza, la que nos advierte que las inmundicias se han ido acumulando en esta o en aquella
parte del cuerpo, y sería ciertamente una acción sabia el dejar hacer a la naturaleza en vez de
encubrir la suciedad a fuerza de medicinas. Está probado por la experiencia, que las enfermedades
aumentan en proporción al aumento del número de médicos en un país dado”.
Es necesaria una clasificación de los fenómenos morbosos que supere los esquemas dicotómicos
usados habitualmente. Según estos esquemas, las enfermedades se dividen rígidamente en
bloques que existen de a pares: dicotomía. Las enfermedades debieran ser: endógenas o
exógenas, infecciosas o no infecciosas, orgánicas y funcionales, idiopáticas y traumáticas, agudas y
crónicas, congénitas y adquiridas, profesionales y sociales, físicas y mentales, etc.
La enfermedad es un fenómeno vital. (Diccionario de las Cs. Médicas y Veterinarias, de 1875) “la
enfermedad no representa sino uno de los modos en que se puede manifestar la vida de los
cuerpos organizados”. La enfermedad es uno de los aspectos de la vida, aunque sea con sello
predominantemente negativo. La enfermedad es un fenómeno típicamente transitorio, evolutivo,
“hacia un final que puede ser, según los casos, la curación, la muerte, o la adaptación a nuevas
condiciones de vida”.
AlessandroSeppilli: “la salud es la condición de armónico equilibrio funcional, físico y psíquico, del
individuo dinámicamente integrado en su ambiente natural y social”.
Integración es una condición que permite prolongar la vida y llegar a completar el ciclo biológico
en la relativa plenitud de las capacidades físicas y mentales.
La salud “es la condición óptima en la que el hombre puede realizar los valores personales y
sociales a los que está llamado”. “Una persona está sana cuando es habitualmente capaz de vivir
utilizando todas las facultades y energías que posee, para el logro de una misión difícil y dolorosa;
para desarrollar en cada situación al máximo de amor como ofrenda a Cristo”. “La salud es un
bien, pero no el mayor”.
Una institución total puede definirse como un lugar de residencia y trabajo, donde un gran
número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un período apreciable de
tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente: los hospitales
psiquiátricos. Se trata de ver una versión sociológica de la estructura del yo en el mundo del
interno, es decir, la situación del paciente internado.
Toda institución absorbe parte del tiempo y del interés de sus miembros, y les proporciona en
cierto modo, un mundo propio; tiene tendencias absorbentes.
La tendencia absorbente o totalizadora, está simbolizada por los obstáculos que se oponen a la
interacción social con el exterior, y al éxodo de los miembros, y que suelen adquirir forma
material: puertas cerradas, altos muros, alambre de púa, acantilados, ríos, bosques o pantanos.
(Instituciones totales).
1) Hay instituciones erigidas para cuidar de las personas que parecer ser a la vez incapaces e
inofensivas: son los hogares para ciegos, ancianos, huérfanos e indigentes.
2) Están las erigidas para cuidar de aquellas personas que, incapaces de cuidarse a sí mismas,
constituyen además una amenaza involuntaria para la comunidad: son los hospitales de
enfermos infecciosos, los hospitales psiquiátricos y los leprosarios.
3) Otra institución organizada para proteger a la comunidad contra quienes constituyen
intencionalmente un peligro para ella, no se propone como finalidad inmediata el
bienestar de los reclusos: pertenecen a este tipo las cárceles, los presidios, los campos de
trabajo y de concentración.
4) Instituciones deliberadamente destinadas al mejor cumplimiento de una tarea de carácter
laboral, y que sólo se justifican por estos fundamentos instrumentales: los cuarteles, los
barcos, las escuelas de internos, los campos de trabajo, diversos tipos de colonias, y las
mansiones señoriales desde el punto de vista de los que viven en las dependencias de
servicio.
5) Establecimientos concebidos como refugios del mundo, aunque con frecuencia sirven
también para la formación de religiosos: abadías, monasterios, conventos y otros
claustros.
La característica central de las instituciones totales puede describirse como una ruptura de las
barreras que separan de ordinario estos tres ámbitos de la vida.
1) Todos los aspectos de la vida se desarrollan en el mismo lugar y bajo la misma autoridad
única.
2) Cada etapa de la actividad diaria del miembro se lleva a cabo en la compañía inmediata de
un gran número de otros, a quienes se da el mismo trato y de quienes se requiere que
hagan juntos las mismas cosas.
3) Todas las etapas de las actividades diarias están estrictamente programadas, de modo que
una actividad conduce en un momento prefijado a la siguiente, y toda la secuencia de
actividades se impone desde arriba, mediante un sistema de normas formales explícitas, y
un cuerpo de funcionarios.
El hecho clave de las instituciones totales consiste en el manejo de muchas necesidades humanas
mediante la organización burocrática de conglomerados humanos, indivisibles.
Las personas a quienes se hace mover en masa pueden confiarse a la supervisión de un personal
cuya actividad específica no es la orientación ni las inspecciones periódicas, sino más bien la
vigilancia.
En las instituciones totales hay una escisión básica entre un gran grupo manejado, que
adecuadamente se llama de internos,y un pequeño grupo personal supervisor. Los internos viven
dentro de la institución y tienen limitados contactos con el mundo, más allá de sus cuatro paredes;
el personal está socialmente integrado con el mundo exterior. El personal suele juzgar a los
internos como crueles, taimados e indignos de confianza; los internos suelen considerar al
personal petulante, despótico y mezquino. El personal tiende a sentirse superior y justo; los
internos a sentirse inferiores, débiles, censurables y culpables.
La movilidad social entre ambos estratos es sumamente restringida: la distancia social, grande casi
siempre, está a menudo formalmente prescripta.
Que una institución total determinada actúe como una fuerza benéfica o maléfica en la sociedad
civil, de todos modos, tendrá fuerza, y ésta dependerá en parte, de la supresión de todo un círculo
de familias reales o potenciales. La formación de familias proporciona, por el contrario, una
garantía estructural de resistencia permanente contra las instituciones totales.
Rasgos claves de las instituciones totales: se considera como el mundo del interno y luego el
mundo del personal.
Los griegos crearon el término ‘estigma’ para referirse a signos corporales con los cuales se
intentaba exhibir algo malo y poco habitual en el status moral de quien los presentaba. Los signos
consistían en cortes o quemaduras en el cuerpo, y advertían que el portador era un esclavo, un
criminal o un traidor, una persona corrupta, ritualmente deshonrada, a quien debía evitarse,
especialmente en lugares públicos. Durante el cristianismo se agregaron dos significados
metafóricos: el primero hacía alusión a signos corporales de la gracia divina, que tomaban la forma
de brotes eruptivos en la piel; el segundo, referencia médica indirecta de esta alusión religiosa, a
los signos corporales de perturbación física. En la actualidad, se designa preferentemente al mal
en sí mismo y no a sus manifestaciones corporales.
Concepciones preliminares.
La sociedad establece los medios para categorizar a las personas y el complemento de atributos
que se perciben como corrientes y naturales en los miembros de cada una de esas categorías. El
medio social establece las categorías de personas que en él se pueden encontrar. Al encontrarnos
frente a un extraño, las primeras apariencias nos permiten prever en qué categoría se halla y
cuáles son sus atributos, su ‘identidad social’, ya que en él se incluyen atributos personales, como
la ‘honestidad’, y atributos estructurales, como la ‘ocupación’.
Mientras el extraño está presente ante nosotros, puede demostrar ser dueño de un atributo que
lo vuelve diferente de los demás y lo convierte en alguien menos apetecible, dejamos de verlo
como una persona total y corriente para reducirlo a un ser inficionado y menospreciado. Un
atributo de esa naturaleza es un estigma; a veces, recibe también el nombre de defecto, falla o
desventaja. Esto constituye una discrepancia especial entre la identidad social virtual y la real.
No todos los atributos indeseables son temas de discusión, sino únicamente aquellos que son
incongruentes con nuestro estereotipo acerca de cómo debe ser determinada especie de
individuos. El término estigma será utilizado para hacer referencia a un atributo profundamente
desacreditador; pero lo que en realidad se necesita es un lenguaje de relaciones, no de atributos.
Un atributo que estigmatiza a un tipo de poseedor puede confirmar la normalidad de otro y no es
ni honroso ni ignominioso en sí mismo.
El término estigma y sus sinónimos ocultan una doble perspectiva: el individuo estigmatizado,
¿supone que su calidad de diferente ya es conocida o resulta evidente en el acto, o que, por el
contrario, esta no es conocida por quienes lo rodean ni inmediatamente perceptible para ellos? En
el primer caso, es una situación del desacreditado, en el segundo, desacreditable.
Normales: “a todos aquellos que no se apartan negativamente de las expectativas particulares que
están en discusión”.
Creemos que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana. Valiéndonos de este
supuesto practicamos diversos tipos de discriminación, mediante la cual reducimos en la práctica,
aunque a menudo sin pensarlo, sus posibilidades de vida. Construimos una teoría del estigma, una
ideología para explicar su inferioridad y dar cuenta del peligro que representa esa persona,
racionalizando a veces una animosidad que se basa en otras diferencias, por ejemplo, la de clase
social. Utilizamos como fuente de metáforas e imágenes términos específicamente referidos al
estigma, tales como inválido, bastardo y tarado, sin acordarnos, por lo general, de su significado
real. Tendemos a atribuirle un elevado número de imperfecciones, algunos atributos deseables
pero no deseados por el interesado.
Los miembros de una categoría social, sustentan sólidamente un modelo de opinión que, según su
parecer y el de otros sujetos, no les es directamente aplicable. La diferencia está entre llevar a
cabo una norma, y simplemente sustentarla. El problema del estigma surge donde existe una
expectativa difundida de que quienes pertenecen a una categoría dada deben no sólo apoyar una
norma particular, sino también llevarla a cabo. Es posible que un individuo no consiga vivir de
acuerdo con lo que efectivamente exigimos de él, y a pesar de ello permanezca relativamente
indiferente a su fracaso; aislado por su alienación, protegido por creencias propias sobre su
identidad, siente que es un ser humano perfectamente maduro y normal, y que nosotros no
somos del todo humanos. Lleva un estigma, pero no parece impresionado ni compungido por ello.
El individuo estigmatizado tiende a sostener las mismas creencias sobre la identidad que nosotros.
La sensación de ser una ‘persona normal’, un ser humano como cualquier otro, un individuo que
merece una oportunidad justa para iniciarse en alguna actividad, puede ser uno de sus más
profundos sentimientos acerca de su identidad. Cualquiera sea su manera de expresarlos, sus
reclamos se basan, no en lo que él piensa que se merece todo el mundo, sino solamente aquellos
que pertenecen a una selecta categoría social, dentro de la cual, él encaja. Es posible que perciba
que cualesquiera que sean las declaraciones de los otros, estos no lo ‘aceptan’ realmente ni están
dispuestos a establecer un contacto con él en ‘igualdad de condiciones’.
Lo habilitan para mantenerse íntimamente alerta frente a lo que los demás consideran como su
defecto, a aceptar que está muy lejos de ser como en realidad debería.
El individuo también puede llegar a odiarse y denigrarse a sí mismo cuando está solo frente a un
espejo.
Se hace eco del rechazo cuando descubre que algunos de sus atributos lo justifican.
Tanto las mentes como los cuerpos sanos, puede sufrir de invalidez. El hecho de que la gente
‘normal’ pueda moverse, ver y oír no significa que realmente vean y oigan.
Carente de la saludable realimentación (feedback) del intercambio social cotidiano con los demás,
la persona que se aísla puede volverse desconfiada, depresiva, hostil, ansiosa y aturdida.
Para la persona estigmatizada, la inseguridad relativa al status, sumada a la inseguridad laboral,
prevalece sobre una gran variedad de interacciones sociales.
La incertidumbre del estigmatizado surge no solo porque ignora en qué categoría será ubicado,
sino también, si la ubicación lo favorece, porque sabe que en su fuero interno los demás pueden
definirlo en función de su estigma.
Aparece en el estigmatizado la sensación de no saber qué es lo que los demás piensan ‘realmente’
de él.
Siente que un desliz sin importancia o una impropiedad accidental pueden ser interpretados como
expresión directa de su estigmatizada calidad de individuo diferente.
Cuando fijamos nuestra atención en el defecto de la persona estigmatizada, es posible que esta
sienta que el estar presente entre los normales lo expone, sin resguardo alguno, a ver invadida su
intimidad.
Los individuos estigmatizados deben tener razones especiales para sentir que las situaciones
sociales mixtas tienden a una interacción incontrolablemente ansiosa. Sentiremos que el individuo
estigmatizado es demasiado agresivo o demasiado tímido, y, en cualquiera de los dos casos,
demasiado propenso a leer en nuestras acciones significados que no intentábamos darles.
Sentimos que el individuo estigmatizado percibe cada fuente potencial de malestar originada en la
interacción, que sabe que también nosotros lo percibimos e incluso que sabemos que él lo sabe.
La atención se aleja en forma furtiva de sus blancos obligatorios, y aparece la conciencia del yo y
‘la conciencia del otro’, expresada en la patología de la interacción.
Es probable que en las situaciones sociales en las que interviene un individuo cuyo estigma
conocemos o percibimos, empleemos categorizaciones inadecuadas, y que tanto nosotros como él
nos sintamos molestos. Existen frecuentes cambios significativos a partir de esta situación inicial.
Y, como la persona estigmatizada tiene más oportunidades que nosotros de enfrentarse con estas
situaciones, es probable que las maneje con mayor pericia.
La locura va a ser reducida al silencio por la época clásica, mediante un extraño golpe de fuerza.
En el camino de la duda, Descartes encuentra la locura al lado del sueño y de todas las formas de
error. No evita el peligro de la locura como evade la eventualidad del sueño o del error. Por
engañosos que sean los sentidos, sólo pueden alterar “las cosas poco sensibles y bastante
alejadas”; la fuerza de sus ilusiones siempre deja un residuo de verdad. En cuanto al sueño, puede
–como la imaginación de los pintores- representar, pero no puede crear ni componer por sí mismo
esas cosas “más sencillas y más universales” cuya disposición hace posibles las imágenes
fantásticas. Ni el sueño poblado de imágenes, ni la clara conciencia de que los sentidos se
equivocan puede llevar la duda al punto extremo de su universalidad.
Para la locura, las cosas son distintas; si sus peligros no comprometen el avance ni lo esencial de la
verdad, no es porque tal cosa, ni aun el pensamiento de un loco, no pueda ser falsa, sino porque
yo, que pienso, no puedo estar loco. No es la permanencia de una verdad la que asegura al
pensamiento contra la locura, como le permitiría librarse de un error o salir de un sueño; es una
imposibilidad de estar loco, esencial no al objeto del pensamiento, sino al sujeto pensante. Puede
suponerse que se está soñando, e identificarse con el sujeto soñante para encontrar “alguna razón
de dudar”: la verdad aparece aun, como condición de posibilidad del sueño. En cambio, no se
puede suponer, ni aun con el pensamiento, que se está loco, pues la locura justamente es
condición de imposibilidad del pensamiento.
En la economía de la duda, hay un desequilibrio fundamental entre la locura, por una parte, sueño
y error, por la otra. Su situación es distinta en relación con la verdad y con quien la busca; sueños e
ilusiones son superados en la estructura misma de la verdad; pero la locura queda excluida por el
sujeto que duda. Como pronto quedará excluido que él no piensa y que no existe. Entre todas las
otras formas de la ilusión, la locura sigue uno de los caminos de la duda más frecuentados aún en
el siglo XVI. No siempre se está seguro de no soñar, nunca se está cierto de no estar loco.
Descartes: la locura ya no puede tocarlo. Sería una extravagancia suponer que se es extravagante;
como experiencia de pensamiento, la locura se implica a sí misma, y por lo tanto se excluye del
proyecto. El peligro de la locura ha desaparecido del ejercicio mismo de la Razón. Ésta se halla
fortificada en una plena posesión de sí misma, en que no puede encontrar otras trampas que el
error, otros riesgos que la ilusión. La duda de Descartes libera los sentidos de encantamientos,
atraviesa los paisajes del sueño, guiada siempre por la luz de las cosas ciertas; pero él destierra la
locura en nombre del que duda, y que ya no puede desvariar, como no puede dejar de pensar y
dejar de ser.
La No-Razón del siglo XVI formaba una especie de peligro abierto, cuyas amenazas podían
siempre, al menos en derecho, comprometer las relaciones de la subjetividad y de la verdad. El
encaminamiento de la duda cartesiana parece testimoniar que en el siglo XVII el peligro se halla
conjurado y que la locura está fuera del dominio de pertenencia en que el sujeto conserva sus
derechos a la verdad: ese dominio que, para el pensamiento clásico, es la razón misma. La locura
está exiliada. Si el hombre puede siempre estar loco, el pensamiento, como ejercicio de la
soberanía de un sujeto que se considera con el deber de percibir lo cierto, no puede ser insensato.
Se ha trazado una línea divisoria, que pronto hará imposible la experiencia, tan familiar en el
Renacimiento, de una Razón irrazonable, de una razonable Sinrazón.
En el siglo XVII se han creado grandes internados. El poder absoluto ha hecho uso de medidas
arbitrarias de detención; se conoce menos cuál era la conciencia jurídica que podía alentar
semejantes prácticas. Casi nunca se precisó claramente cuál era su estatuto, ni qué sentido tenía
esa vecindad, que parecía asignar una misma patria a los pobres, a los desocupados, a los mozos
de correccional y a los insensatos. Desde la mitad del siglo XVII, la locura ha estado ligada a la
tierra de los internados, y al ademán que indicaba que era aquél su sitio natural.
El Hospital General es un establecimiento médico. Es más bien una estructura semijurídica, una
especie de entidad administrativa, que decide, juzga y ejecuta. Soberanía casi absoluta,
jurisdicción sin apelación, derecho de ejecución contra el cual nada puede hacerse valer; el
Hospital General es un extraño poder que el rey establece entre la policía y la justicia, en los
límites de la ley: es el tercer orden de la represión.
El origen del proyecto había estado en el Parlamento, y los dos primeros jefes de dirección que
habían sido designados fueron el primer presidente del Parlamento y el procurador general. Pero
rápidamente son sustituidos por el arzobispo de París, el presidente del Tribunal de Hacienda, el
presidente del Tribunal de Cuentas, el teniente de policía y el Preboste de los mercaderes. Desde
entonces, la “Gran Asamblea” no tiene más que un papel deliberativo. La administración real y las
verdaderas responsabilidades son confiadas a gerentes que se reclutan por cooptación. Son éstos
los verdaderos gobernadores, los delegados del poder real y de la fortuna burguesa frente al
mundo de la miseria.
La iglesia reforma sus instituciones hospitalarias y redistribuye los bienes de sus fundaciones;
incluso crea congregaciones que se proponen fines análogos a los del Hospital General.
Las instituciones vienen a mezclarse así, a menudo no sin conflictos, los antiguos privilegios de la
Iglesia en la asistencia a los pobres y en los ritos de la hospitalidad, y el afán burgués de poner
orden en el mundo de la miseria: el deseo de ayudar y la necesidad de reprimir; el deber de
caridad y el deseo de castigar; toda una práctica equívoca.
Los grandes hospicios, las casas de internación, las obras de religión y de orden público, de socorro
y de castigo, de caridad y de previsión gubernamental, son un hecho de la edad clásica: tan
universales como aquel fenómeno y casi contemporáneos en su origen.
En Inglaterra, los orígenes de la internación son más lejanos. Un acta de 1575 que se refería, a la
vez, “al castigo de los vagabundos y al alivio de los pobres”, prescribe la construcción de Houses of
Correction, a razón de por lo menos una por condado. Su sostenimiento debe asegurarse con un
impuesto, pero se anima al público a hacer donaciones voluntarias. En realidad, parece que bajo
este sistema la medida casi no fue aplicada, puesto que, algunos años más tarde, se decide
autorizar a la iniciativa privada: ya no es necesario obtener permiso oficial para abrir un hospital o
una correccional: cualquiera puede hacerlo a su gusto.
Para evitar que las Workhouses vayan a convertirse en hospitales, se recomienda a todos excluir
rigurosamente a los enfermos contagiosos.
La práctica del internamiento designa una nueva reacción a la miseria, un nuevo patetismo, más
generalmente otra relación del hombre con lo que puede haber de inhumano en su existencia. El
pobre, el miserable, el hombre que no puede responder de su propia existencia, en el curso del
siglo XVI se ha vuelto una figura que la Edad Media no habría reconocido. La pobreza designa un
castigo.
Foucault pensaba que los psiquiatras actuaban como “policías” decidiendo lo que se podía y lo que
no permitir en la sociedad.
Cuestiona cómo estas categorías se desarrollan, y cómo nuestras ideas sobre nosotros mismos
interactúan con ideas sobre el “loco”.
La locura tendría algo que ver con que cierta gente es excluida de la sociedad, especialmente a
través del confinamiento y el encierro.
En el siglo XVI, surge una nueva idea, que se convierte en un símbolo de la imaginación popular: la
nave de los locos, que se configura como una amenaza terrorífica.
Entre los años 1657 y 1676, se produce una política de separación, que se amalgaman de manera
abusiva elementos heterogéneos en una misma institución, el Hospital General, a medio camino
entre la prisión y el hospital, todos aquellos que de alguna manera, puedan representar un
obstáculo para el establecimiento del orden social, como ideal burgués.
El loco llegó a configurarse como una subcategoría del desocupado, no siendo víctimas de un
problema económico, sino como una nueva moral; esta nueva categoría de la locura, se convirtió
en algo vergonzoso, que debía ser ocultado.
El Hospital General, representa un extraño poder, con límites claros entre policía y justicia, propia
del orden monárquico y burgués.
El Gran Encierro, representa la creación de una nueva categoría analítica; “designa una nueva
reacción a la miseria, un nuevo patetismo, más generalmente otra relación del hombre con lo que
puede haber de inhumano en su existencia”.
Por un lado podemos encontrar la región del bien, aquella que se representa en la pobreza sumisa
y que se conforma con el orden que se le propone; por el otro, aquella pobreza que no se somete,
y que no es sumisa ante el orden que se le impone, la región del mal. “La primera, acepta el
internamiento y encuentra en él su reposo; la segunda lo rechaza, y en consecuencia lo merece”.
Esta identidad del loco, es producto de los enclasamientos que estas prácticas han generado, y
que se han caracterizado por la tensión que se produce entre dos éticas: la ética burguesa por un
lado, y la ética de caridad propuesta por la iglesia, por el otro. La primera, caracterizada por la
búsqueda del orden social, y la segunda por actuar bajo los regímenes de la asistencia.
Este gran encierro se refleja hoy en la ausencia de un espacio geográfico y de tiempo diferido para
comunicar que constituían la libertad misma del hombre.
Se propone que estas personas marginadas, víctimas de las relaciones de poder/justicia, sean
capaces de expresar verbalmente los sufrimientos que los aquejan, frente a los profesionales de lo
social, lo cual demanda una actitud de “escucha”.
El Plan Beveridge indica que el Estado se hace cargo de la salud. Desde el siglo XVIII una de las
funciones del Estado era la de garantizar la salud física de los ciudadanos. Hasta mediados del siglo
XIX la función de garantizar la salud de los individuos significaban para el Estado, esencialmente,
asegurar la fuerza física nacional, garantizar su capacidad de trabajo y de producción, así como la
de defensa y ataques militares. La medicina estatal consistió en una función orientada
principalmente hacia fines nacionalistas, cuando no raciales.
El derecho del hombre a mantener su cuerpo en buena salud se convierte en objeto de la propia
acción del Estado. El concepto del individuo en buena salud para el Estado se sustituye por el del
Estado para el individuo en buena salud.
No se trata sólo de una inversión en el derecho, sino de lo que podría denominarse una moral del
cuerpo. El concepto de limpieza, de higiene como limpieza, ocupa un lugar central en todas estas
exhortaciones morales sobre la salud. La limpieza es la obligación de garantizar una buena salud al
individuo y a los que lo rodean. A partir de la segunda mitad del siglo XX. Ya no se habla de la
obligación de la limpieza, y la higiene para gozar de buena salud sino del derecho a estar enfermo
cuando se desee y necesite.
Con el Plan Beveridge la salud entra en el campo de la macroeconomía. El déficit debido a la salud,
a la interrupción del trabajo y a la necesidad de cubrir esos riesgos dejan de ser simplemente
fenómenos que podían ser resueltos con las cajas de pensiones o con los seguros más o menos
privados. La salud, el conjunto de las condiciones en virtud de las cuales se va a asegurar la salud
de los individuos, se convierte en un desembolso por su cuantía, integrado en las grandes partidas
del presupuesto estatal, cualquiera que sea el sistema de financiamiento adoptado.
Para la historia del cuerpo humano en el mundo occidental moderno, deberían seleccionarse los
años de 1940-1950 como fechas de referencia que marcan el nacimiento de este nuevo derecho,
esta nueva moral, esta nueva política y esta nueva economía del cuerpo. El cuerpo del individuo se
convierte en uno de los objetivos principales de la intervención del Estado, uno de los grandes
objetos de los que el propio Estado debe hacerse cargo.
Una de las finalidades de la intervención estatal es el cuidado del cuerpo, la salud corporal, la
relación entre las enfermedades y la salud,
El descubrimiento de los antibióticos, la posibilidad de luchar por primera vez de manera eficaz
contra las enfermedades infecciosas, es contemporáneo al nacimiento de los grandes sistemas de
seguro social. Fue un proceso tecnológico vertiginoso, en el momento en que se producía una gran
mutación política, económica, social y jurídica de la medicina.
Se establece la crisis con el avance tecnológico importante que significó el progreso capital en la
lucha contra las enfermedades y el nuevo funcionamiento económico y político de la medicina.
La medicina, desde el siglo XVIII, constituye una actividad social. La “medicina social” no existe
porque toda la medicina es social. La medicina siempre fue una práctica social, y lo que no existe
es la medicina “no social”, la medicina individualista, clínica, del coloquio singular, puesto que fue
un mito con el que se defendió y justificó cierta forma de práctica social de la medicina: el ejercicio
privado de la profesión.
La crisis actual no es realmente actual, sino que sus raíces históricas deben buscarse en la práctica
social de la medicina.
Una de las propiedades y una de las capacidades de la medicina es la de matar. La medicina mata,
siempre mató, y de ello siempre se ha tenido conciencia. Lo importante es que hasta tiempos
recientes los efectos negativos de la medicina quedaron inscritos en el registro de la ignorancia
médica. La medicina mataba por ignorancia del médico o porque la propia medicina era ignorante;
no era una verdadera ciencia sino sólo una rapsodia de conocimientos mal fundados, mal
establecidos y verificados. La nocividad de la medicina se juzgaba en proporción a su no
cientificidad.
Lo que plantea el verdadero problema es la iatrogenia positiva, los efectos médicamente nocivos
debidos no a errores de diagnóstico ni a la ingestión accidental de una sustancia, sino a la propia
acción de la intervención médica en lo que tiene de fundamento racional.
En el siglo XVIII, la medicina adquirió, por primera vez, suficiente fuerza para lograr que ciertos
enfermos salieran del hospital. Hasta la mitad del siglo XVIII nadie salía del hospital. Se ingresaba
en estas instituciones para morir. El hospital representaba un claustro para morir, era un
verdadero “mortuorio”.
Toda operación no sólo constituye un riesgo sino, casi con toda seguridad, irá acompañada de la
muerte.
Medicalización indefinida.
La medicina responde a otro motivo que no es la demanda del enfermo, cosa que sólo acontece
en casos más bien limitados. Con mucha más frecuencia, la medicina se impone al individuo,
enfermo o no, como acto de autoridad.
El espacio de objetos de la intervención médica se refiere a otra cosa no a las enfermedades. Siglo
XX, la sexualidad, el comportamiento sexual, las desviaciones o anomalías sexuales, se relacionan
con la intervención médica, sin que un médico diga, a menos que sea muy ingenuo, que una
anomalía sexual es una enfermedad.
La salud se convirtió en un objeto de intervención médica. Todo lo que garantiza la salud del
individuo, ya sea el saneamiento del agua, las condiciones de vivienda o el régimen urbanístico es
hoy un campo de intervención médica, que ya no está vinculado exclusivamente con las
enfermedades.
Hoy la medicina está dotada de un poder autoritario con funciones normalizadoras que van más
allá de la existencia de las enfermedades y de la demanda del enfermo.
En el siglo XX los médicos están inventando una sociedad, ya no de la ley, sino de la norma. Los
que gobiernan en la sociedad ya no son los códigos sino la perpetua distinción entre lo normal y lo
anormal, la perpetua empresa de restituir el sistema de la normalidad.
Hasta el siglo XVIII la medicina no se liberó del estancamiento científico y terapéutico en que se
encontraba desde la época medieval. Fue entonces cuando empezó a considerar otros campos
distintos de los enfermos, se interesó por otros aspectos que no eran las enfermedades y dejó de
ser esencialmente clínica para empezar a ser social.
La medicina tenía un exterior y se podía concebir la existencia de una práctica corporal, una
higiene, una moral de la sexualidad, etc., no controladas ni codificadas por la medicina.
¿Qué es actualmente la higiene sino una serie de reglas establecidas y codificadas por un saber
biológico y médico, cuando no es la propia autoridad médica en su sentido estricto de la portadora
o el centro de elaboración? La antimedicina sólo puede contraponer a la medicina hechos o
proyectos revestidos de una cierta forma de medicina.
Según el código francés de 1810, no se puede ser al mismo tiempo delincuente y loco. El que es
loco no es delincuente y el acto cometido es un síntoma, no un delito, y por lo tanto no cabe la
condena.
En la actualidad, el individuo considerado como delincuente, y que como tal va a ser condenado,
se ve sometido a examen como si fuera demente y, siempre se le condena en cierto modo como
loco. Así lo demuestra el hecho de que, por lo menos en Francia, no se pregunte al perito
psiquiatra llamado por el tribunal para que dictamine si el sujeto fue responsable del delito. La
pregunta se limita a averiguar si el individuo es peligroso o no.
O el psiquiatra responde que el sujeto no es peligroso, es decir, que no está enfermo ni muestra
ningún signo patológico, y que al no ser peligroso no hay razón para que se le condene (su no
patologización significa llevar aparejada la supresión de la condena), o bien el médico afirma que
el individuo es peligroso pues tuvo una infancia frustrada, su superego es débil, no tiene noción de
la realidad, muestra una constitución paranoica, etc. En este caso el individuo ha sido
“patologizado” y se le puede castigar, y se le castigará en la medida en que se lo identifica como
enfermo. Hay dos posibilidades, la de un poco enfermo, siendo realmente delincuente, o un poco
delincuente siendo un verdadero enfermo. El delincuente no se libra de la patología.
Desde el siglo XVIII, la medicina y la salud fueron presentadas como problema económico. Los
problemas económicos fueron los que motivaron al comienzo de la organización de la medicina.
La medicina entronca con la economía por otro conducto. No simplemente porque es capaz de
reproducir la fuerza de trabajo sino porque puede producir directamente riqueza en la medida en
que la salud constituye un deseo para unos y un lucro para otros. La salud en la medida en que se
convirtió en objeto de consumo, en producto que puede ser fabricado por unos laboratorios
farmacéuticos, médicos, etc., y consumido por otros, adquirió la importancia económica y se
introdujo en el mercado.
La introducción de la salud en un sistema económico que podía ser calculado y medido indicó que
el nivel de salud no operaba en la actualidad como el nivel de vida.
El nivel de consumo médico y el nivel de salud no guardan relación directa, lo que revela una
paradoja económica de un crecimiento de consumo que no va acompañado de ningún fenómeno
positivo del lado de la salud, la morbilidad y la mortalidad.
El derecho a la salud igual para todos pasa por un engranaje que lo convierte en una desigualdad.
La denominada crisis actual de la medicina no es más que una serie de fenómenos suplementarios
exacerbados que modifican algunos aspectos de la curva, pero que no la crearon.
Los campos son espacios estructurados de posiciones (o de puestos) cuyas propiedades dependen
de su posición en dichos espacios, y pueden analizarse en forma independiente de las
características de sus ocupantes (en parte, determinados por ellas). Existen leyes generales de los
campos: campos tan diferentes, como el de la política, filosofía o de la religión, tienen leyes de
funcionamiento invariantes. Cada vez que se estudia un nuevo campo, se descubren propiedades
específicas, propias de un campo en particular, al tiempo que se contribuyen al progreso del
conocimiento de los mecanismos universales de los campos que se especifican en función de
variables secundarias.
Un campo se define, entre otras formas, definiendo aquello que está en juego y los intereses
específicos, que son irreductibles a lo que se encuentra en juego en otros campos o a sus intereses
propios, y que no percibirá alguien que no haya sido construido para entrar en ese campo (cada
categoría de intereses implica indiferencia hacia otros intereses, otras inversiones, que serán
percibidos como absurdos, irracionales, o sublimes y desinteresados). Para que funcione un
campo, es necesario que haya algo en juego y gente dispuesta a jugar, que esté dotada de los
habitus (oficio, referencias, conjunto de creencias) que implican el conocimiento y reconocimiento
de las leyes inmanente al juego, de lo que está en juego, etc.
La estructura del campo es un estado de la relación de fuerzas entre los agentes o las instituciones
que intervienen en la lucha o, de la distribución del capital específico que ha sido acumulado
durante luchas anteriores y que orienta las estrategias ulteriores. Esta misma estructura siempre
está en juego: las luchas que ocurren en el campo ponen en acción al monopolio de la violencia
legítima. Hablar de capital específico significa que el capital vale en relación con un campo
determinado, y que sólo se puede convertir en otra especie de capital dentro de ciertas
condiciones.
Otra propiedad ya menos visible de un campo: toda la gente comprometida con un campo tiene
una cantidad de intereses fundamentales comunes, todo aquello que está vinculado con la
existencia misma del campo; de allí que surja una complicidad objetiva que subyace en todos los
antagonismos. Se olvida que la lucha presupone un acuerdo entre los antagonistas sobre aquello
por lo cual merece la pena luchar y que queda reprimido en lo ordinario. Los que participan en la
lucha, contribuyen a reproducir el juego, a contribuir, a producir la creencia en el valor de lo que
está en juego. Los recién llegados, tienen que pagar un derecho de admisión que consiste en
reconocer el valor del juego, y en conocer ciertos principios de funcionamiento del juego. A utilizar
estrategias de subversión pero deben permanecer dentro de ciertos límites, so pena de exclusión.
Las revoluciones parciales que se efectúan continuamente dentro de los campos, no ponen en tela
de juicio los fundamentos mismos del juego. En los campos de producción de bienes culturales, la
subversión herética afirma ser un retorno a los orígenes, al espíritu, a la verdad del juego, en
contra de la banalización y degradación de que ha sido objeto. Factores que protege los diversos
juegos de las revoluciones totales, es la magnitud misma de la inversión, tanto en tiempo como en
esfuerzo.
A través del conocimiento práctico, que se exige tácitamente a los recién llegados, están
presentes en cada acto del juego toda su historia y todo su pasado.
Existe el efecto de campo, cuando ya no se puede comprender una obra (y el valor, la creencia,
que se le otorga) sin conocer la historia de su campo de producción. Un problema filosófico (o
científico, etc.) legítimo, es aquel que los filósofos reconocen como tal y que tiene grandes
posibilidades de ser ampliamente reconocido como legítimo.
El poder de transmutación del campo. Sobre las obras de los profesionales quienes, conociendo el
juego, saben lo que hacen de tal forma que la necesidad que en ellas descubre la lectura
sacralizadora no parece ser tan evidentemente el producto de una casualidad objetiva. El campo,
o el habitus del profesional ajustado de antemano a las exigencias del campo, funcionarán como
un instrumento de traducción. Esta transformación sistemática de los problemas y los temas, no
es producto de una búsqueda consciente (y calculada o clínica), sino un efecto automático de la
pertenencia al campo y del dominio de la historia específica del campo que ésta implica.
Si la realidad, tanto social como natural, no fuera algo a descubrir, o si fuera captada por la
conciencia en los modos aparenciales de presentarse, no habría necesidad de la ciencia. En Salud
Mental, partimos de un horizonte de racionalidad científica que nos obliga a analizar el conjunto
complejo de articulaciones que se establecen entre la producción social de valores en Salud
Mental, los modos históricos de representación de los problemas que suscita la enfermedad
mental, la conformación de saberes y teorías, y las prácticas correspondientes.
Hablar del objeto de una disciplina significa hablar de las problemáticas que ésta se ha planteado,
de los recortes teóricos y prácticos que realiza en el tejido social, para adecuarlos a sus soluciones.
Disciplinas como, constituyéndose en el seno de un debate, de un conflicto de los hombres con la
naturaleza o de ellos entre sí.
El campo de la Salud Mental, en su constitución actual, es la forma en que se van definiendo las
problemáticas, y sus abordajes en la actual coyuntura.
Cinco elementos de la Salud Mental. 1) formas históricas de daño menta. 2) disciplinas a las que se
asigna. 3) teorías y saberes. 4) prácticas terapéuticas. 5) instituciones.
1) Toda sociedad produce una subjetividad situada en su tiempo histórico y a la vez genera las
condiciones suficientes y necesarias para establecer distintas formas de padecimiento mental. Una
de las virtudes de los estudios de la psiquiatría transcultural ha sido mostrar la universalidad del
padecimiento mental, como asimismo sus formas culturales.
El daño mental sólo es comprensible en relación con los códigos simbólicos que cada sociedad en
cada momento histórico pone en juego. Desde Freud el sujeto normal, aquel capaz de actuar y
transformar la realidad displacentera, es un logro posible del hombre, no un dato espontáneo del
desarrollo humano.
2) Toda cultura elabora ella misma los modelos para ser comprendida. La representación que la
cultura da al daño mental, circunscribe el lugar en que ha de constituirse el conocimiento y define
la disciplina que ha de encargarse del mismo.
Es la norma social la que funda el consenso social para que la representación y le objetivo sean
coincidentes en el acto terapéutico.
Hay una correspondencia estrecha entre los modos sociales en que se representa la subjetividad y
sus alteraciones (la norma psicológica) y la respuesta que una disciplina efectúa a esa
representación,
Toda disciplina es en primer lugar un sector acotado y específico de práctica social, que genera las
teorías que han de corresponderse con esas prácticas y las legítimas. Asimismo, una práctica es en
general un proceso de transformaciones efectuado por un trabajo humano determinado,
específico. Las técnicas, puestas en acción por la práctica, son modos de operación, con
instrumentos diversos sobre un campo o sector de la realidad, y tendiente a su transformación. La
disciplina define las prácticas y técnicas que se realicen ya que la técnica requiere de los saberes
que la disciplina formula o formaliza.
La demanda no es necesidad.
La disciplina se sostiene en la medida que instaura un técnico capaz de responder desde ese lugar
del otro. Es esta demanda social (imaginaria o colectiva) la que entra en juego cuando hay que
definir los vínculos entre una disciplina nueva y la necesidad social. Cuando la disciplina se
constituye, la necesidad social se transforma irreversiblemente en demanda.
3) Saber: como una aprehensión de la realidad por medio de la cual ésta se fija en un espíritu, bajo
la forma de un conocimiento que, expresado en el lenguaje, es transmitido a otros sujetos, es
posible de sistematizar y se liga siempre a una tradición. El saber es siempre histórico-social. El
saber sustancial es doblemente entender y demostrar. En el pensamiento dialéctico, saber es
descubrir cómo algo ha llegado a ser lo que es, su proceso de constitución.
Teoría: como aquellas construcciones intelectuales que surgen o son resultado de un trabajo del
pensamiento, filosófico o científico. Puede tener dos formas: constituir una explicación verdadera
de los hechos que estudia, y por lo tanto permite penetrar en su realidad, o más simplemente
resultar un simbolismo útil o cómodo para aplicar a determinad experiencia.
Las teorías nos hacen accesibles y comprensibles ciertas realidades humanas, pero toda teoría
posee una cualidad potencial de influir sobre la realidad que teoriza un sentido benéfico,
productor de una nueva inteligencia, o negativamente, para recubrir y oscurecer los hechos.
Teorías, siempre importadas por la disciplina, introducen nuevos valores y general un campo de
lucha teórica y práctica en el seno de la disciplina. Así sucede con la intervención del psicoanálisis
en la Salud Mental, que sin abolir la conciencia médica que gobierna la disciplina, impone valores
ajenos a ésta.
Este divorcio entre teoría y práctica, posibilita que una (la teoría) haga de encubrimiento de la otra
(práctica), ya que no la fundamenta.
Se cree que las enfermedades, como las cosas de este mundo, están allí desde siempre, sólo falta
el “progreso del conocimiento” para lograr su comprensión definitiva. La enfermedad mental es
tan histórica como las teorías que le corresponden.
El progreso de los conocimientos en Salud Mental, está ligado a una revalorización de las
condiciones sociopolíticas de vida de los grupos humanos y su mayor o menor capacidad
patogénica, y el progreso de los tratamientos se debe al desarrollo de la psicofarmacología
moderna, fundamentalmente, a las reformas de los criterios sociales.
Toda teoría en Salud Mental, expresa determinados valores sobre el hombre y las relaciones
humanas, una relación de poder sobre ciertos objetivos o metas sociales.
4) Las determinaciones de las prácticas terapéuticas están ligadas con frecuencia a modos más
espontáneos y pragmáticos de los enfermos mentales y funcionan con extrañamiento, a veces con
contradicción franca, respecto de las teorías. En Salud Mental se ha puesto más énfasis en la
denuncia de las prácticas terapéuticas a las que se responsabiliza primariamente de la función
social represora de la psiquiatría. La psiquiatría es una práctica técnica instituida por e instituyente
de una demanda social específica, y a la vez un discurso ideológico que se propone como saber
sobre la norma psíquica y sus desviaciones.
5) Esta institución genera formas básicas de organización de esa norma, como formas particulares
de relación de los que participan en ella, instituyendo diferencias y funciones: enfermos/sanos,
curadores/enfermos, etc. A su vez, esta organización de relaciones se plasma en cierto tipo de
establecimiento, en los que la institución realiza de modo concreto estas relaciones e implementa
las prácticas. Leer del libro
Salud Mental -> su magnitud demanda soluciones, no es improbable que se convoque una vez más
a las acciones de Salud Mental a ocupar el lugar de gendarme de las conciencias que se le asignó
desde sus mismos orígenes.
Sólo saliendo de las propuestas tecnocráticas, las prácticas en Salud Mental, pueden dejar de ser
“gendarmes de la conciencia” y pasar a ser “prácticas de la conciencia”.
No hay una distinción tajante entre ciencia e ideología, la relación entre la ciencia y la ideología no
es de ruptura, sino de articulación. Hay rupturas entre campos del saber a lo largo de la historia, al
gestarse intrincadamente nuevos espacios científicos, nuevas formas de representación y nuevas
formaciones económico-políticas.
Los aspectos teórico-técnicos en Salud Mental, se debe derivar y encuadrar en una referencia
permanente a los objetivos generales de salud y el modelo o paradigma de situación deseada que
se propone, partiendo de una caracterización de las demandas y potencialidades actuales.
Coherente con la definición positiva que la cultura griega dará de la salud del cuerpo: no sólo
ausencia de enfermedad, sino despliegue de sus potencialidades de fuerza, belleza y placer. En
esta estructura de representaciones, la “enfermedad” es la ausencia de las virtudes que
caracterizan y definen a la salud, no a la inversa.
La reflexión acerca del hombre y la naturaleza se realiza en el campo del pensamiento religioso.
“El bienestar del alma” es el estado de gracia al cual se llega por vía del sometimiento. La
enfermedad adquiera un carácter moral, es el producto de la “caída”, del permitir que el
“demonio” entre o se apodera del alma por la vía de los sentidos y del cuerpo, o por la de la
“soberbia” del pensamiento al cuestionar el dogma eclesiástico.
En cuanto a la mente “conciencia pura”, tiene sus propias leyes de la razón; tal razón y su buen
desempeño, se constituirá en el modelo de “bienestar de la psique”.
La Revolución Industrial Inglesa y la Revolución Francesa, representan en lo productivo y en lo
político, el advenimiento de una nueva forma de estructuración social. Surge el concepto de
“libertad” e “igualdad” entre los hombres, junto con el de valor del individuo.
El positivismo como ideario abarca y fundamenta desde una concepción del conocimiento hasta
un modelo político de estado.
Lo que se desvía de la norma, constituye una alteración de ese orden que la ciencia convalida. El
criterio de salud-enfermedad plantea entre lo “normal” y lo “patológico” una diferencia
exclusivamente de grado o desviación.
Comte pretende codificar los métodos científicos y pretende fundar científicamente una doctrina
política.
Lo “sano” será así lo “normal”, la ausencia de desviación de la norma (salud será ausencia de
“enfermedad”). En Comte, lo “mental” no existe, es reemplazado por la “conducta” en cuanto
fenómeno observable y factible de experimentación. Afirma la imposibilidad de una ciencia
psicológica autónoma.
Surge en el contexto del pragmatismo de los EE.UU. una teoría que afirma hacer de la psicología
una “ciencia natural”: el conductismo. Construye un modelo de determinaciones posibles de la
conducta humana y sus formas de “encarrilamiento”.
Para Skinner, toda conducta humana está, intencionalmente o no, determinada (condicionada) y
lo eficiente es condicionarla científicamente para el correcto funcionamiento de la sociedad.
El psicoanálisis rompe con el racionalismo cartesiano y nos presenta un sujeto dividido, así en
consciente-inconsciente, eludiendo la división mente-cuerpo.
Del criterio de salud, el psicoanálisis aportará este sujeto de bienestar inestable y dinámico, en
búsqueda permanente, amenazado por la repetición. Es indudable su repercusión en las prácticas
de Salud Mental, en la medida en que rompe con la concepción causalista y biologista de la
psicopatología.
“Salud Mental” debe ser entrecomillada. En la medida en que se tiende a romper el dualismo
mente-cuerpo y se integra las determinaciones sociales y culturales, las líneas entre salud y salud
mental se tornan convergente hasta su integración.
Salud Mental: estado sujeto a fluctuaciones provenientes de factores biológicos y sociales, en que
el individuo se encuentra en condiciones de conseguir una síntesis satisfactoria de sus tendencias
instintivas potencialmente antagónicas, así como de formar y mantenerse.
Salud no puede definirse en forma de una categoría absoluta, objetiva e inmutable. Nos toca
construirla y reconstruirla junto con ellas. Salud: como el máximo bienestar posible en cada
momento histórico y circunstancia determinada producto de la interacción permanente de
transformación recíproca entre el sujeto (sujeto social) y su realidad.
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El punto de partida es descalificar al marxismo como herramienta para pensar los efectos en el
sujeto de la estructura capitalista y su resultado es transformar al psicoanálisis en una
cosmovisión.
Comprender el “sometimiento subjetivo” que ejerce el poder sobre el sujeto; “cada sujeto es
también núcleo de verdad histórica”. “La subjetividad es también una institución”, “las enseñanzas
de Freud son tan importantes para el marxismo y la política: porque convergen ratificando, en el
análisis del sujeto extendido hasta mostrar las determinaciones del sistema en su más profunda
subjetividad, las verdades que Marx analizó en las estructuras ‘objetivas’ del sistema de
producción”. Rozitchner, su intento era “deshacer las trampas que la burguesía incluyó en
nosotros como su eficacia más profunda”.
Para Freud había dos dominios extranjeros: uno interno (los propios impulsos negados) y otro
externo (la realidad y su historia). Freud como Marx, ponen de relieve: la estructura dialéctica en
el interior de la propia subjetividad, como una distancia histórica abierta por la cultura en el seno
del propio sujeto. Rizitchner plantea que el capitalismo produce la negación de la propia agresión,
que se volvía contra uno mismo, en beneficio del sistema.
El método de dominación social más potente que llevamos adentro: el sentimiento de culpa. La
cursa es social. Para Rozitchner, la “cura” individual es necesaria pero insuficiente, ya que
solamente trata el superyó individual y no el superyó colectivo. La “cura” colectiva es la rebelión
frente a él. Por ello, “el análisis del individuo, la ‘cura’ individual, abre necesariamente a la ‘cura’
colectiva, si pretende ser coherente como ciencia y terapia: abre a la revolución”.
“El redescubrimiento en Freud del propio cuerpo como determinado libidinalmente por los otros
es paralelo al descubrimiento de Marx, del hombre ligado necesariamente con la naturaleza como
cuerpo común, como el ‘cuerpo objetivo de su subjetividad’ que le fue escamoteado”.
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Los imaginarios sociales y sus formas de indagación, son considerados formando parte de
dispositivos institucionales y también sociohistóricos.
La noción de dispositivo, es producida por Foucault, inaugurando su etapa genealógica frente a las
limitaciones que había encontrado cuando, centrado en la episteme, encerrado en el orden
discursivo, faltaba a su trabajo el análisis del poder y la relación entre, lo discursivo y lo
extradiscursivo. Con la noción de dispositivo, se trata de pensar el entramado de elementos
discursivos y extradiscursivos.
Thomas Abraham puntualiza la insuficiencia de analizar sólo la retórica cortés. Considera que se
trata de localizar, hacia el año 1000, el pasaje de un dispositivo que enlaza la filosofía, la amistad y
el varón, a otro que hará jugar la literatura, el amor y la mujer. Son transformaciones de lo que
considera verdaderos montajes históricos, donde amistad-varón-filosofía y amor-mujer-literatura
forman ensambles muy distintos de elementos heterogéneos en los cuales se arma máquina entre
un sentimiento, un género sexual y un género discursivo, instituyendo invenciones culturales de
determinado momento sociohistórico. La retórica cortés es un dispositivo ético-político y literario.
El significante, si bien es un juego de signos, no es gratuito ya que está allí en juego un modo de
poner en el acto el poder.
Los dispositivos sociohistóricos, tienen así una función estratégica: carcelario, de la sexualidad, de
alianza, de saber, de poder, etc. Además, de definirse por las modalidades de sus enlaces y
desenlaces de los elementos heterogéneos que lo componen, un dispositivo se define por su
génesis. Foucault distingue un primer momento de predominio del objetivo estratégico; un
segundo momento de constitución del dispositivo propiamente dicho.
Un dispositivo, una vez constituido, permanece tal en la medida en que tiene lugar un proceso de
sobredeterminación funcional: cada efecto, entra en resonancia o contradicción con los otros y
exige un reajuste. Despliegan procesos de perpetuos rellenamiento estratégico. Estrategias que
conforman estrategias sin estratega.
Un dispositivo institucional puede operar como marca, tanto en las prácticas actuales de una
institución, como en los sentidos que sus integrantes les adjudican.
Implican líneas de fuerza que pasan por todos los lugares de un dispositivo en tanto dimensiones
de poder y líneas de producción de saberes. Tales saberes se formalizan en principios de
ordenamiento. Visibles, enunciables y poderes crean condiciones de posibilidad en la construcción
de saberes. A su vez delimitan visibles y enunciables e instituyen poderes.
*El repudio foucaultiano a los universales, puesto que todas las líneas de un dispositivo son líneas
de variación. Lo Uno, el Todo, lo verdadero, el objeto, el sujeto, son procesos singulares de
unificación, de totalización, de verificación, de objetivación, de subjetivación; son procesos
inmanentes a un determinado dispositivo. Cada dispositivo es también una multiplicidad en la que
operan esos procesos en marcha.
Tanto los grandes dispositivos sociohistóricos, como los instuticionales y/o comunitarios, operan
produciendo las formas de disciplinamientos que les son inherentes y al mismo tiempo son
“malestares”, sus líneas de fuga, sus desdisciplinamientos, sus resistencias.
El dispositivo es pensado como máquina que dispone a…, que crea condiciones de posibilidad, que
provoca o pone en visibilidad y eventualmente en enunciabilidad latencias grupales,
institucionales y/o comunitarias.
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Las acciones en Salud y Educación, plantean una articulación intersectorial tendiente a una
confluencia en las prácticas.
Las instituciones de salud y educación nos han recibido a la vida, nos han moldeado, nos han (a
veces) expulsado, nos han constituido. Ellas nos atraviesan: develar sus implícitos es
necesariamente develarnos. Ya sea se trate de educar, de curar o de prevenir, siempre está
implícito y operante en la acción un conjunto de representaciones acerca del hombre, la sociedad,
la naturaleza y sus relaciones. Definimos una filosofía como una ideología estructurada en un
cuerpo conceptual.
El objetivo de sus trabajos es contribuir a poner orden en una situación social que definía como
anárquica y caótica. La ciencia que el Positivismo convoca, se moldea sobre las ciencias naturales
de la época.
Existe un Método Científico cuya aplicación divide las aguas de los conocimientos. Este Método
está tomado del de las Ciencias Naturales, y aquel campo del saber donde no se aplique será
considerado como una pseudo-ciencia. Termina considerando a lo científico como la Verdad.
El liberalismo plantea que el cuidado de la salud es una responsabilidad individual, y que los
servicios de salud deben quedar sujetos al libre juego de la oferta y la demanda, en cuantos
productos en un mercado. Velará la ausencia de igualdad de oportunidades, la concepción de que
la persona enferma es la principal responsable de ello y de su evolución.
La “normalidad” del niño será la pauta para definir la “anormalidad” de los otros.
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El enfoque multidisciplinario es aquel caracterizado por una simple yuxtaposición de áreas del
conocimiento, en el cual, cada disciplina se dedica a su especialidad sin que haya una relación ni se
evidencien modificaciones o transformaciones en las disciplinas involucradas.
La característica de esta perspectiva es su visión atomísitca de la realidad y un total aislamiento de
toda demanda social.
Los mismos contenidos deben ser vistos dos veces, primero como conceptualización teórica y
luego como concatenación práctica, como si no fueran teoría y práctica aspectos complementarios
de un mismo proceso de aprendizaje. Las tareas de supervisión de las prácticas profesionales,
quedan excluidas de la programación curricular y se “adquieren” en contextos extra-universitarios
que forman una verdadera red paralela de educación.
La aproximación interdisciplinaria, surge ante la demanda social, ante las situaciones de problemas
cada vez más complejos y por la evolución interna de las ciencias. Puede favorecer la integración y
producción de conocimientos.
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Era posible afirmar el éxito del campo de la salud mental sería su extinción para quedar
incorporado en prácticas integrales de salud. La función del psicólogo en las prácticas en salud no
es ocuparse de los problemas o patologías “mentales”, sino de la dimensión subjetiva del proceso
de salud-enfermedad-atención.
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Un nivel referente a los subjetivo y lo grupal: las disciplinas no existen sino por los sujetos que las
portan, las reproducen, las transforman y son atravesados por ellas. Un equipo interdisciplinario
es un grupo. Un saber disciplinario es una forma de poder y las cuestiones de poder aparecerán
necesariamente.
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Equipos que se insertan en Servicios Hospitalarios de, aquellos que se desenvuelven en prácticas
comunitarias.
En estos últimos es cada vez más frecuente que algunos de sus miembros no sean profesionales o
no representen una disciplina científica sino otro tipo de saber.
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