Comentando uno de los numerosos casos de corrupción que ocupan nuestros
medios de comunicación, un amigo me preguntaba: ¿tú por qué crees que la gente se vuelve corrupta?. La pregunta no es de respuesta sencilla, y no quisiera en este breve espacio ofrecer una respuesta que pudiera parecer frívola, rápida o de salir del paso, para tan seria cuestión. Pero sí creo que merece una buena reflexión. Ahí van pues unas cuantas líneas de mi pensamiento. En primer lugar, se me ocurre que el dinero tiene mucho que ver en todo esto. Alguien puede decidir entrar en un negocio sucio por tentación económica. Sin embargo, en la corrupción como en casi todo lo demás, el dinero no es fin, sino el medio; permite tener una casa más grande, un coche más potente, una ropa más elegante o unas vacaciones más excitantes…Y ese “tener” no es más que una forma más de búsqueda de reconocimiento, que responde a la perversa ecuación “tener es más importante que ser”. Y es que nuestra sociedad, tristemente, sigue poniendo tanto peso en ello, que las personas se sienten tanto más reconocidas socialmente cuanto más poseen, sin importar lo vacía que esté su vida, aunque esté llena de cosas. Otra razón por la que se puede caer en la trampa de la corrupción es el afán de poder. Más arriba, más servilismo alrededor, más capacidad de someter a los demás, más afán por ser objeto de flashes y compartir mesa y mantel con los grandes. Y ¿detrás de esa foto? La hambruna de ser visto (que no de ver), y no de cualquier manera sino de ser visto por otros como un igual. Soy como ellos, puesto que salgo en las mismas fotos y accedo a los mismos círculos. El lucro al que permite acceder la corrupción tiene su máximo exponente en los grandes eventos sociales donde corrompidos y corruptos juegan a deberse favores oscuros, y sonríen a la cámara desde el disfrute de su enorme visibilidad y supuesta amistad. Y poco después se niegan unos a otros y se acusan desde el banquillo. Un argumento que también se me ocurrió fue: corrupción y vulnerabilidad. En las organizaciones que tienen problemas de ética, los ojos examinadores suelen posarse en las capas altas de la dirección. Aquí nos encontraríamos con la necesidad de reconocimiento y visibilidad ya mencionada; sin embargo, en mi vida diaria, como estudiante he observado una parte de la realidad del país, con este tema a menudo he encontrado que en los puestos más alejados del poder y donde los salarios son más bajos, existe un riesgo claro de exposición a la corrupción que viene de la necesidad. Así sin más, de la necesidad pura. Cuando se ingresan tres mil soles al mes, se tienen tres hijos en edad escolar, unos padres mayores y dependientes, y una mujer en paro o con problemas de salud, la tentación adquiere otro cuerpo. Recuerdo una película en la que la mafia siciliana ofrecía a un miembro de un jurado costear un tratamiento médico carísimo a su esposa si emitía un veredicto de inocencia al mafioso acusado de asesinato. ¿Es verdad que todos tenemos un precio? Mejor que no te veas en la situación de comprobarlo. Esa es, en mi opinión, la ecuación: la ética personal resiste tanto más cuanto menos vulnerables social y económicamente seamos. Aquí no es el reconocimiento; es la supervivencia, la necesidad, incluso el amor por alguien. Por último (por hoy, porque esto daría para mucho más…) creo que el miedo es otra gran razón por la que alguien puede renunciar a sus valores y principios. Las amenazas y extorsiones que con tanto realismo nos ha mostrado -por mencionar uno- John Grisham (Escritor estadounidense conocido por sus suspensos judiciales, de cuyas obras se han vendido más de 250 millones de ejemplares en todo el mundo. En el pasado se dedicó a la abogacía y a la política, figurando en las filas demócratas), en sus novelas, son capaces de llevar a las personas a hacer cosas que no sólo están muy lejos de sus principios o de lo éticamente deseable sino al margen de cualquier planteamiento legal. La mente humana en este sentido no tiene límite cuando se pone a practicar el cruel ejercicio del chantaje. Dos reflexiones finales, a propósito de lo anterior, que no por muy escuchadas son menos interesantes. La primera es que el corrupto no actúa solo: como en el tango, para que se produzca un acto de corrupción hacen falta dos, un sobornado y un sobornador, o un corrompedor y un corrompido. Por eso en una organización es importante trabajar en un modelo de cultura de valores que permita aislar estas conductas, de manera que los corrompedores tengan cada día más difícil encontrar a quien corromper, y se vayan quedando solos. Para que una organización se comporte de manera ética, todos los que trabajan en ella han de comportarse de manera ética; en caso de no haber ética, una fuerte cultura interna construida sobre valores y comportamientos es la mejor vacuna contra la falta de ética. Y la otra reflexión: no existen organizaciones éticas, solo existen personas éticas, decía Karl Popper(Filósofo influyente, desarrollador del Falsacionismo y un docente comprometido) . Detrás de cada decisión, de cada pequeña elección diaria, hay una persona. Por eso, porque son las personas las que eligen actuar de manera ética o no, sepamos que cuando se trabaja en los comportamientos de una organización se está manejando el reconocimiento, la visibilidad, la vulnerabilidad, o el miedo. Y que éstos son tan poderosos a la hora de mover a las personas, que son capaces de vencer a los principios y valores de cada cual.