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La leyenda del último abogado.

Si no ha leído a Philip Dick, es el momento de hacerlo; se trata del autor de la


novela sobre la que se construyó una enorme película, que hizo historia y que
puede considerarse una de las cinco o diez mejores de ciencia ficción realizadas en
la historia, Blade Runner; entre otras cosas magníficas, Dick escribió un pequeño
cuento “Minority Report”, algo así como el reporte de la minoría, el hecho es que
sobre esa narración se realizó otra película que en México conocimos como
“Sentencia previa”. Ese juego de la traducción de los títulos de las películas trae
sorpresas como el hecho de que la primera versión de Hamlet que se proyectó en
nuestro país llevara por título “Un príncipe en apuros”. El hecho es que, aquel texto
de Dick y aquella película en torno a su obra destacaban un hecho: que la justicia
pudiera ser administrada y procurada por máquinas; en la trama, una especie de
comando de videntes asistidos por computadoras pueden prever con centésimas de
segundo, la comisión de delitos; así, la autoridad podía apersonarse justo en el
instante previo a que las cosas sucedieran, para evitarlas. El punto difícil está en
determinar si en ese último microsegundo cabía la posibilidad del arrepentimiento y
si la máquina podía determinar si el posible ejecutor del crimen lo haría realmente y
si el sistema, sin la intervención humana, era capaz de discernir entre la
determinación de cometer un delito y el hecho de cometerlo. Dick era un visionario,
eso sin duda, pero si en “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, se aventura
sobre las relaciones humanas, el propio sentido de la humanidad respecto de los
replicantes, androides casi humanos, o casi robots según se mire, en Minority
Report, habla sobre las capacidades exclusivamente humanas. Sin embargo, la
aparición de ese cuento, en un año tan temprano como 1956, constituye una rara
avis, pues hasta la fecha, la aparición de juristas cibernéticos - más allá de Robocop,
que no es más que un truco infantil de un hombretón vestido de policía -, es un
tema excepcional; en cambio, la literatura sobre errores y dilaciones judiciales, así
como abogados corruptos, venales y descuidados, es más que universal, digamos
desde Shakespeare y hasta Kafka. La necesidad crea el órgano dicen y ahora,
cuando la inteligencia artificial nos ha alcanzado, el planteamiento sobre la
necesidad de tener abogados es parte de la discusión de la modernidad.
Por un lado, destaca un hecho básico: con el abogado y particularmente con
el juez, el bueno puede medirse con el malo y obtener lo que desea o resguardar lo
que le es propio, el débil encuentra protección y se hace tan fuerte como el
poderoso, para ello, además de la justicia, el doliente, el quejoso - como le llama en
México la ley de amparo -, el ofendido, cuenta con el criterio humano del jurista, ese
elemento que distingue a la equidad de la justicia en abstracto, algo nos dice que
un robot no puede conmoverse y la compasión es también parte del derecho; pero
cuando el abogado es venal, el juez corrupto y la justicia lenta y cara, entonces,
todos desearíamos que una máquina hiciera el trabajo que ahora y desde hace
siglos realizan los humanos. El punto está en que aquel imposible se está haciendo
realidad.
Desde hace varias décadas y no pocas, los científicos se han dedicado a
cultivar algo que a falta de mejor término llamamos “inteligencia artificial”, me
refiero a que la inteligencia es una de las facultades humanas, aquello que nos
diferencia de otras especies, eso que corresponde a nuestra más íntima naturaleza,
como si se tratara de un oximoron, aceptamos pues la expresión que ha tomado
carta de naturaleza - valga el contraste - en las ciencias, la industria y las
aplicaciones prácticas. Y es mucho tiempo ya, para perder la creencia que estamos
en las redes de la ciencia ficción, tanto como que en 1943 McCulloch y Pitts
inventaron las neuronas artificiales - repositorios y transmisores de información - y
en 1956, el mismo año del Minority Report de Dick, Mcarthy - el científico y no el
Senador -, Minsky y Shannon acuñaron el término. Así que desde hace más de
medio siglo hemos convivido con una expresión que ahora salta a la luz por doquier
cuando se le encuentra en más y más terrenos de la vida práctica. La inteligencia
artificial, para decirlo en términos pedestres, los que usamos la gente de a pie, es
un conjunto de aplicaciones informáticas, sistemas y diseños computacionales que
permiten a una máquina desarrollar una función mejorando su desempeño en la
medida que puede corregir sus errores, es decir, una máquina que aprende y a
diferencia de muchos humanos, aplica lo aprendido.
Ese concepto ha llegado al mundo de los juristas y del mismo modo en que
los obreros textiles de la revolución industrial supusieron que la máquina de vapor
constituía el comienzo del hambre y el fin del mundo conocido, hoy, no son pocos
los que comienzan a preguntarse si mañana los abogados tendrán lugar en nuestra
sociedad. Para resolver el dilema hay que ir por partes. La inteligencia artificial en el
derecho, al menos en la parte a la que nos estamos refiriendo, la de las decisiones
jurídicas, extralimita con mucho la simple catalogación de leyes o el almacenaje y
recuperación de archivos, se trata de tomar decisiones que hoy son parte de tareas
humanas, como dictar una sentencia o valorar un argumento; entre ambos
extremos hay una gama de funciones que merecen atención particular.
Antes de pensar en una Suprema Corte de Justicia robótica, pensemos en la
cantidad de horas hombre que requiere la solución de aquellas pequeñas minucias
que son parte de un proceso judicial, los acuerdos que dicen si una prueba fue
entregada a tiempo y puede ser recibida, los que señalan si una persona tenía los
poderes suficientes para realizar cierto acto jurídico; o bien, aquellas pequeñas
tareas que los abogados cobran por realizar y que constituyen actos casi
automáticos para ellos y que sin embargo cuestan porque, a fin de cuentas, el
abogado ha de comer y alimentar a su familia; me refiero a los contratos comunes y
corrientes, los que no tienen mayor novedad, o los trámites ante la fortaleza
burocrática; en esos puntos de la vida cotidiana, en el mundo contemporáneo, en
Estados Unidos o Inglaterra, por ejemplo, hay herramientas de inteligencia artificial
que ya las están realizando; algunas como “DoNotPay”, más que ser un abogado, es
un instrumento que hace mas comprensible los documentos jurídicos; otras como
Law Geex revisa contratos y sugiere cambios con un margen de error que los
humanos no alcanzamos a superar pero a la cual nos acercamos, sin embargo, toda
vez que el trabajo jurídico es casi artesanal, la máquina hace el trabajo un mil por
ciento más rápido. Hace un año, Saúl López Noriega publicó en Nexos uno de los
artículos más claros sobre el tema, en él, señalaba un experimento académico en el
cual un sistema de inteligencia artificial decidió sobre la prisión preventiva en varias
ciudades norteamericanas con resultados asombros respecto del descenso en el
número de encarcelados y en los delitos cometidos por quienes gozaban de libertad
condicional.
Lo cierto es que no son pocos los que comienzan a presentar algún
nerviosismo por una eventual crisis de empleo entre los abogados, me parece que
es mucho decir y que falta mucho por andar para un escenario de esa naturaleza;
ese punto pequeñísimo de humanidad que hace falta para juzgar, por ejemplo,
volviendo a Dick, la diferencia entre el replicante y el humano era su capacidad de
empatía, de sentir con el otro, de experimentar el dolor ajeno y comprenderlo, algo
que a la máquina aún le tomará mucho tiempo en perfeccionar; y no sólo eso, como
especie inteligente, naturalmente inteligente me atrevería a decir, no me platearía
el punto sobre la crisis del empleo de los abogados, sino sobre la manera en que los
abogados se plantearán la transformación de su profesión para seguir siendo
necesarios. Hay un viejo chiste yiddish que lo explica mejor: un medico, un
ingeniero y un abogado discuten sobre la antigüedad de sendas profesiones; el
médico para comprobar lo vetusta que es su tarea alude a la extracción de la
costilla de Adán para crear a Eva, desde luego, ahí se necesitaba un médico; el
ingeniero recuerda que días antes de eso Dios dijo “hágase la luz y hubo luz”, para
eso hacía falta un ingeniero; el abogado, por su parte, después de escuchar los
argumentos replica “y antes de todo eso, dice la Biblia, era el caos y ¿quien creen
ustedes que creó el caos?”
Bromas aparte, el primer aspecto donde los cambios ya están presentes es
en la ventaja competitiva que presentan los abogados capaces de manejar la
tecnología informática con soltura frente a sus colegas que no lo hacen; los
abogados de generaciones pasadas recuerdan sus despachos con las leyes
encuadernadas en piel que adornaban enormes muros o las legendarias Ediciones
Andrade con hojas sustituibles a las cuales se abonaban los abogados y recibían por
correspondencia, hoy la legislación, los precedentes y hasta las sentencias se
consultan en línea y es más apreciado un pasante ágil en la búsqueda en internet y
en el uso de las bases de datos de la legislación y la jurisprudencia, que un
memorialista que pueda citar artículos precisos del Código Civil. Este es un cambio
de perspectiva, de formación y educación.
El segundo aspecto versa sobre la tarea del abogado en la sociedad; en una
comunidad que se transforma, el abogado, uno de los profesionistas que con mayor
facilidad se encadena a sus tradiciones y atavismos, puede mirar con buenos ojos
que sus ingresos disminuyan por administrar una página de servicios jurídicos
mientras que el tiempo que eso le deja disponible le permita diseñar estrategias
más ambiciosas, soluciones más complejas y propuestas más remunerativas para
clientes que puedan pagar mejor sus servicios, claro, eso si ha cumplido la
condición anterior y puede hacerse un lugar en un mercado más competitivo y más
difícil.
Por último, los abogados del presente tienen que ejercitar una de sus
capacidades ancestrales, la sabiduría para elegir a sus enemigos y es claro que en
este caso, la Inteligencia Artificial no es a quien hay que vencer; los experimentos y
programas desarrollados indican que un abogado que cobra seis mil pesos, revisa
un contrato con un índice de efectividad del 80% en ocho horas no puede competir
contra una máquina que cobra diez centavos y revisa un contrato con índice de
efectividad del 90% en veinticinco segundos; pero puede aprender a operar la
máquina y sacar el mejor partido de ella y puede hacer lo que el aparato aún
tardará mucho en hacer: crear, escuchar, comprender y expresar solidaridad. Esa
función que las máquinas, si algún día lo hacen, tardarán siglos en aprender, la
tarea de comprender el error y el deseo del otro, su ansia de riqueza y la
indulgencia con sus fallas, el sentido humanitario de la justicia y el sabor agridulce
de la solidaridad humana.

Jorge Ringenbach.

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